La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Rafael Poch de Feliu
Renovarse o morir
Con su invasión de Ucrania, el Kremlin, la elite gobernante rusa, ha pospuesto y a la vez profundizado su crisis. Febrero de 2022 repite, a lo grande, la situación de marzo de 2014. Entonces el apoyo de los rusos a Putin estaba en horas bajas. La pérdida de Ucrania tras el cambio de régimen en Kiev, era una derrota inapelable ante Occidente que evidenciaba, entre otras cosas, la mala política de Moscú en ese país. La anexión de Crimea, una operación militarmente impecable, sin violencia y con el mayoritario apoyo de la población local, fue un éxito rotundo de consolación que compensó la derrota y recuperó el apoyo al Kremlin. Por ser un éxito, aquello fue también un desafío militar directo a un avance geopolítico occidental. Crimea fue un peligroso y ejemplarizante precedente de lectura universal: si Rusia podía responder militarmente con éxito al entrismo occidental, también otros podrán hacerlo en el futuro. Esa reflexión determinó el castigo militar occidental, que se volcó, como ahora sabemos, en el rearme de Ucrania para una revancha, inmediatamente iniciada desde Washington en 2014… Lo que nos van explicando sobre la guerra.
Pero, volviendo a Rusia, cinco años después de la anexión de Crimea, las cosas volvían a torcerse. El apoyo a Putin bajó por primera vez en 2021 por debajo del 30%. El intento de reforma neoliberal de las pensiones generó una protesta social inusitada. La invasión ha resuelto de nuevo ese problema en lo inmediato, pero crea otros mucho más graves a medio y largo plazo.
La tensión con Occidente y el efecto de las brutales sanciones de guerra, claramente enfocadas al cambio de régimen en Moscú, acaban definitivamente con todo aquello por lo que Putin fue apreciado por la mayoría de los rusos: los sacó de los desastres de los noventa, del continuo deterioro del nivel de vida de la mayoría. Se recuperó cierta estabilidad institucional y simbólica, y se restablecieron las funciones esenciales del Estado. Ese cúmulo de mejoras perdonaba con creces las injusticias del continuismo neoliberal y los excesos del capitalismo oligárquico, que quedó más sometido al Estado, y los fraudes de las elecciones sin alternativa. Ahora aquellos beneficios saltarán por los aires. Se exige a la población un patriótico sacrificio con nuevas recesiones y caídas del nivel de vida, ante la “amenaza existencial” que el Kremlin dice que se cierne sobre Rusia. Puede decirse que el contrato social del putinismo se ha disuelto. Pero si algo dejan claros los estudios de sociología realizados en el país en los últimos años, es la prioridad del bienestar sobre la identidad de gran potencia. Ya no hay en Rusia aquella predisposición soviética al sacrificio popular en el altar de los supremos intereses del Estado. Por eso, o hay un cambio radical en lo socioeconómico y el Kremlin propone a la sociedad un nuevo contrato social, con mayor reparto, menos desigualdad y abuso económico, o bien la mera represión no podrá impedir una quiebra del régimen político.
Varios intelectuales orgánicos del Kremlin están llamando la atención sobre este aspecto. Dmitri Trenin escribía ya en marzo Политика и обстоятельства. Способны ли мы сохранить страну и развивать её дальше — Россия в глобальной политике (globalaffairs.ru) que “la reedición de la Federación de Rusia sobre bases políticamente más sostenibles, económicamente eficaces, socialmente más justas y moralmente más sanas, se está haciendo urgentemente necesaria”. El cambio de contrato social y la transformación del régimen es la condición esencial de su supervivencia ante los retos que se ciernen sobre el país, advertía. “Hay que entender que la derrota estratégica que Occidente nos está preparando, no conducirá a la paz y la posterior restauración de las relaciones. Muy probablemente, el teatro de la «guerra híbrida» simplemente se moverá desde Ucrania más al este, dentro de la propia Rusia, cuya existencia en su forma actual estará en cuestión”, decía Trenin.
El atentado que costó la vida a la joven periodista nacionalista Daria Dúguina en Moscú, así como los crónicos ataques contra regiones rusas y contra Crimea, de momento con artillería, misiles y drones suministrados por Occidente, y, por supuesto, con información y telemetría occidental, confirman por completo aquel pronóstico.
Ante esa perspectiva es necesario “movilizar todos los recursos y ampliar al máximo las libertades económicas en el interior del país, consiguiendo al mismo tiempo el apoyo de los sectores más vulnerables de la población”, insistía Trenin en mayo.
“Pero estas solo son las primeras medidas urgentes —continuaba Trenin—. El país necesita cambios fundamentales: cortar los canales que alimentan la corrupción; reorientar las grandes empresas hacia los intereses nacionales; una nueva política de recursos humanos para mejorar significativamente la calidad de la administración pública a todos los niveles; solidaridad social; el retorno de los valores fundamentales, no monetarios, como base de la vida. Estos cambios, a su vez, son imposibles sin superar el capitalismo oligárquico exportador de capital a paraísos fiscales, una amplia rotación de la élite gobernante, los aparatos estatales y administrativos y, como consecuencia, la renegociación del contrato social entre el gobierno y la sociedad sobre la base de la confianza mutua y la solidaridad”.
“El frente más importante de confrontación tiene lugar dentro de la sociedad rusa. Solo es posible hacer frente a un desafío externo si hay avances en la regeneración y la autodeterminación. Es necesario derrotar no solo el robo y la malversación, sino también el cinismo, el materialismo primitivo, la incredulidad; convertirse en ciudadanos en el pleno sentido de la palabra; decidir para qué vive una persona y para qué existe el país; dejar de mentir a los demás y a nosotros mismos. Las esperanzas de tal giro surgieron durante la «Primavera Rusa» de 2014, pero no se realizaron, lo que dio lugar a la decepción. Ahora hay una segunda oportunidad. Debemos aprender la lección de la historia: el Estado ruso es casi invencible desde el exterior, pero se derrumba cuando una masa significativa de rusos se decepciona con sus gobernantes y con el sistema social injusto y disfuncional”.
¿Será capaz el Kremlin de imprimir tal viraje al sistema ruso? ¿Puede llegar una transformación hacia una mayor holgura social, hacia una mayor libertad y menos injusticia a través de una guerra? Las dudas son enormes. ¿Es consciente Putin de la situación en la que se ha metido en la que la alternativa es renovarse o morir?
[Fuente: Blog del autor]
26 /
8 /
2022