La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Juan-Ramón Capella
Patriarcado
Las dos grandes estructuras que organizan la sociedad y determinan los comportamientos colectivos e individuales son la estructura de clases y la estructura del patriarcado. Ambas interactúan entre sí.
No hablaré de momento de la estructura de clases. Sí del patriarcado, una estructura de cuyo alcance no hay consciencia suficiente: ni académica, ni mediática ni social en general.
El patriarcado es una estructura que atribuye automáticamente a los sexos unas funciones de género haciendo abstracción de toda consideración factual.
Fue implantada con el paso de las sociedades a la agricultura y al asentamiento estable. Los varones atribuyeron entonces a las mujeres todas las tareas domésticas y de cuidado en sus asentamientos, además del trabajo necesario para cuidar del corral, hacer fuego y obtener agua. Los varones se descargaron así de los trabajos más penosos, recurriendo además al trabajo de las mujeres en momentos decisivos como el de la cosecha. Ese cambio debió de significar una inaudita violencia.
La división en géneros no solo impuso sufrimientos a las mujeres, sino también a toda persona a la que se atribuía un género indebido o circunstancial, y creó en los seres de sexo masculino una cultura, precisamente la patriarcal, que mutilaba sus capacidades para el cuidado y la sensibilidad y exorbitó en cambio valores como los de la violencia y la autoridad.
Hoy persiste el patriarcado. Los crímenes a los que se da el nombre de violencia doméstica son en propiedad violencia del patriarcado. Éste se inserta en el mundo sentimental de las personas y ahí se hace fuerte. Los crímenes, las vejaciones, el acoso y la irrisión de los desviantes de la norma (LGTBI) son actos del patriarcado.
La cultura del patriarcado se inculca desde edades muy tempranas. En las escuelas los varones ya mimetizan esa cultura acosando a quienes consideran desviantes. Eso significa que los valores patriarcalistas (la homofobia, el sexismo, el autoritarismo) les son transmitidos por sus familias.
Aunque no hay estadísticas fiables, en nuestras sociedades actuales es probable que al menos el 7,5 % de la población sea desviante —un hecho de la naturaleza, o dicho de otra manera, querido por Dios— de la norma patriarcal. Lo cual significa que los patriarcalistas pueden estar acosando a sus vástagos, varones o mujeres, ya en el interior de la familia. El porcentaje de población que ha tenido comportamientos desviados de la norma patriarcal se eleva enormemente, al parecer, entre los sordomudos, cuyo déficit auditivo, paradójica pero comprensiblemente, les protege de las palabras y burlas con los que los agentes del patriarcalismo acosan a los desviantes de su norma.
La llamada violencia de género debe ser llamada más propiamente violencia patriarcal, para incluir todas sus manifestaciones: contra las mujeres, pero también la violencia material y cultural contra personas LGTBI, contra adolescentes inseguros.
Hoy la lucha contra la violencia de género (violencia masculina) es la principal manifestación del feminismo. Pero es evidente que la protección de las mujeres, necesaria, no combate ese patriarcalismo que se resiste a morir: combatirlo requiere no solo protección y cambios político-jurídicos sino un importante cambio cultural. Los hombres deben cultivar para ello todo lo que el patriarcalismo les niega: la manifestación de los sentimientos sin hipocresía, la capacidad de cuidar, de sentir, de llorar; y deben aprender a renunciar, y renunciar, a su sobrecuota de poder de género. La lucha del feminismo exige, evidentemente, un cambio en la cultura masculina. Pero también de la femenina: no se debe buscar parecerse al varón, como fomenta la por otra parte necesaria política de cuotas, sino parecerse a los varones y a las mujeres que todavía no existen, enteramente liberados ellos y ellas del patriarcalismo, en una cultura que es preciso inventar.
La estructura del patriarcado es la que induce los crímenes machistas y demás. La cultura patriarcal ha sido y todavía es cultivada por las religiones. Debe ser mostrada objetivamente en la escuela y en los medios de comunicación. No hacerlo tendrá sin duda consecuencias nefastas para la vida en común, como muestra el crecimiento de comportamientos sexuales grupales —o de acoso— contra mujeres y menores, una proliferación probablemente debida a la caída a través de internet del tabú pornográfico, lo cual muestra a su vez que también mediante la informática se suscitan comportamientos patriarcalistas. Fundamentalmente porque las imágenes no son la realidad, porque la empatía verdadera sólo puede darse entre personas de carne y hueso que, obviamente, no se comportan como preconizan los guiones de las pornografías ni las perversas fantasías de dominación de unas personas sobre otras, mímesis de las relaciones capitalistas de dominación.
El patriarcalismo se mezcla con el sistema de clases y con los grupos de edad originando un gran manojo de consecuencias que causan sufrimientos individuales y sociales.
Nuestra esperanza es que hoy es posible producir y vivir sin que para eso sean relevantes las diferencias que marca el patriarcalismo. Pero la inercia del pasado —y del presente, en tantas sociedades incluso vecinas— es fortísima, y combatirla exige como siempre voluntad e inteligencia, esto es, claridad de ideas, y voluntad de grupos sociales mixtos significativos.
28/6/2022
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