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La Redacción de mientras tanto

Legitimar la barbarie

Proliferan las noticias atroces. Manifestaciones de extrema crueldad por parte de gente que se autocalifica de civilizada, pero que adopta, sin dudar, políticas inhumanas para conseguir sus fines. Dispuestos a contradecir a Marx, para que la historia se repita como tragedia. La barbarie aflora por doquier, en Melilla, en Ucrania, en Reino Unido, en la Corte Suprema de los Estados Unidos…

Lo peor es que la nuestra está legitimada por un presidente que califica a su gobierno como “el más progresista de la historia”, pero que ahora adopta un discurso político entroncado con el de la derecha reaccionaria española que sustentó las salvajadas de la guerra de Marruecos y el levantamiento franquista. En libros como El holocausto español y Arquitectos del terror, Paul Preston explicó muy bien la construcción de la teoría que justificaba el genocidio de los nativos del Rif, con el tiempo trasladada a parte de la clase obrera y de la izquierda española: se trataba de hordas, de plagas que había que extirpar.

Cuando los movimientos migratorios procedentes de África son presentados como una amenaza a la que hay que oponer todo tipo de vallas y de muros, se los rebaja a la  categoría de “peligros” y se justifican todo tipo de brutalidades. Las de Ceuta y en Melilla, de las que como siempre hemos sabido a través de organizaciones humanitarias, ya hace tiempo que se producen. Que se intente dorar la píldora con la referencia a las mafias añade aún más ignominia. Se olvida que si existen mafias es precisamente porque existen políticas que las alimentan (al igual que ocurre con el tráfico de drogas o las pequeñas mafias de las ocupaciones de pisos). Las personas migrantes son de este modo rebajadas a meros instrumentos a los que se cree legítimo eliminar sin miramientos.

La brutalidad del discurso, apoyado por las instituciones de la Unión Europea, pone a las claras la doble moral de quien ha aceptado apoyar a los refugiados ucranianos y ha negado ayuda a los que huían de las guerras de Siria, Iraq, Afganistán y los diversos desastres africanos (guerras y crisis climática y alimentaria). Esconde que detrás de esos conflictos suele estar nuestra forma vida, nuestra huella ecológica, nuestra apetencia de metales escasos, nuestro acaparamiento de vacunas, nuestros oligopolios. Esconde, incluso, que Ceuta y Melilla, estas dos plazas que hay que defender de la “invasión” —ahora con el aparente respaldo de la OTAN—, son en sí mismas el resto de un pasado colonial que las élites políticas se resisten a dejar atrás. Una frontera artificial que se extiende hacia territorios gobernados por estados autoritarios, a través de la subcontratación del trabajo sucio del control migratorio a cambio de relaciones comerciales satisfactorias. Los asaltos periódicos y masivos “a las vallas”, más que el resultado de las estrategias de oscuras mafias, son el resultado de simples fallos de los subcontratistas, o de maniobras de estos últimos para encarecer sus retribuciones, hasta el punto de que también el Sáhara Occidental se ha incluido en el precio.

Los peligros para las libertades democráticas no están en los jóvenes que tratan de llegar a Europa para prosperar o simplemente sobrevivir. Están en los discursos exculpatorios que tratan de legitimar una violencia y una represión criminal, ilícita, al tiempo que esconden la complejidad de las dinámicas  subyacentes a los actuales procesos migratorios. Unos discursos agitadores del miedo y del todo vale frente a un supuesto enemigo exterior, desde una lógica que hace revivir la de la derecha insurgente española, las culturas imperiales que alimentaron las dos Guerras Mundiales y la larga retahíla de guerras coloniales.

La barbarie llama a la puerta. Y nuestro moderno presidente y sus colegas de partido están dispuestos a abrirla como buenos mayordomos. Por ello, es crucial que se genere una respuesta rotunda, un “no en nuestro nombre”, un movimiento que consiga imponer un relato alternativo frente al desprecio de los derechos, el racismo larvado, el imperialismo y el belicismo que nos tratan de vender como civilización.

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2022

¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.

John Berger
Doce tesis sobre la economia de los muertos (1994)

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