¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Wolfgang Harich
Debate sobre el libro «¿Comunismo sin crecimiento? Babeuf y el Club de Roma»
Wolfgang Harich nació en Königsberg en 1923. Cursó estudios de filosofía en Berlín, doctorándose en 1951. Sus números escritos importantes aparecieron en Zeitschrift für Philosophie, de la que fue jefe de redacción desde 1950. Militante de las Juventudes Comunistas y del partido desde 1945, sus críticas a la URSS con ocasión de los sucesos de Polonia y Hungría en 1956 motivaron su expulsión del partido y la condena a diez años de cárcel, de los cuales cumplió ocho, siendo indultado a finales de 1964. Ha publicado con posterioridad diversos trabajos de crítica literaria y —en polémica con los anarquistas— el libro Crítica de la impaciencia revolucionaria (1970). En 1979 participó en la formación del Partido Verde de la República Federal Alemana.
¿Comunismo sin crecimiento? (1975) es por ahora su único libro traducido al castellano [en 1988 se publicaría Crítica de la impaciencia revolucionaria]. En lo fundamental, se trata en él de la reconsideración del concepto de comunismo a partir de la percepción y la reflexión de las dificultades que plantea la crisis ecológica. Harich comparte con el Club de Roma, la convicción de que es preciso limitar el crecimiento económico para evitar mayores destrozos en la biosfera. Tal limitación, sin embargo, es incompatible con la reproducción ampliada del capital, con la dinámica básica sustentadora del orden económico y social del capitalismo. Ello induce a Harich a poner de manifiesto la urgencia del comunismo “no sólo para el establecimiento de una vida mejor, sino incluso para la salvación y aseguramiento de la vida misma”.
La reconsideración de Harich afecta principalmente a tres aspectos: 1) acentúa el aspecto igualitario del comunismo; 2) renuncia a la imagen del mismo como sociedad de la abundancia, y 3) lo concibe como un comunismo autoritario con mantenimiento del Estado.
Eso mismo ha suscitado polémica tanto en el movimiento ecologista como entre pensadores de la tradición marxista y le ha valido a Harich desde el expedito calificativo de “ideólogo neostalinista” por parte de Ernest Mandel hasta las interesantes críticas de Manuel Sacristán contenidas en su “Comunicación a las Jornadas de Ecología y política” y en el prólogo que acompaña la traducción castellana de ¿Comunismo sin crecimiento?
El coloquio que se reproduce aquí tuvo lugar en ocasión de la estancia de Harich en Barcelona en el mes de mayo de 1979. La actividad de Harich durante esa estancia dio pie a otros textos: dos entrevistas publicadas respectivamente en La Calle y El Viejo Topo, y “Una conversación” (con Manuel Sacristán) publicada en el n.° 8 de mientras tanto.
Conviene señalar finalmente que las más recientes opiniones de Harich vertidas al castellano (“Europa es la víctima” entrevista en La Calle, n.° 184 y “Quince tesis para una política de paz”, en mientras tanto n.° 11) abogan por la creación de una franja europea neutral y desnuclearizada y por situar la lucha por la paz en el centro de la acción política de hoy.
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Pregunta: En su libro se presenta casi como inevitable una salida comunista autoritaria, un cierto tipo de autoritarismo. Entonces la pregunta es si esto es evitable en la salida que se puede dar en todo el proceso de revolución.
Harich: En principio me interesa no despertar ilusiones. Los hombres de nuestra época han asimilado demasiadas necesidades que son hostiles a la naturaleza y a la sociedad, sufren por tener estas necesidades pero al mismo tiempo sucumben a ellas como adictos a la heroína y no será posible quitarles esas costumbres proclamando la libertad de todas las necesidades.
La cuestión es difícil. En el diálogo Gorgias de Platón se plantea la cuestión de cómo responderían la mayoría de los hombres sobre quién es más benéfico para la humanidad, si el médico o el cocinero, y la mayoría contestará que el cocinero, mientras que en realidad el médico hace más beneficios a la humanidad aunque sus medicinas saben mal.
Una dictadura ecológica autoritaria podría rehuir los principales peligros de la situación ecológica con más facilidad que en una situación liberal en la cual la única maestra posible sería la catástrofe ecológica. O, por ejemplo, cuando se trata de quitarse el vicio de fumar: puede uno perder el vicio después de un infarto pero es mejor someterse a la autoridad del médico antes de que éste ocurra. Esa es mi respuesta a la cuestión.
Pregunta: En el libro de Harich cuando se argumenta sobre las posibilidades de realización del comunismo se dan toda una serie de razones que parecen favorables a los países que solemos llamar socialistas, de socialismo realizado. En cambio, aunque sin querer comprometerse a fondo en la prognosis, en el libro hay la conclusión, o al menos la conclusión tendencial, de que el comunismo parece de más fácil realización en países actualmente capitalistas como los EE.UU., o Japón, o los países de la Comunidad Europea o incluso España. Y el argumento que me ha parecido central en el libro para justificar eso es un argumento de tipo sustancialmente moral, el de que no es posible que un pueblo como el de la Unión Soviética vaya a tener que hacer en el futuro próximo un sacrificio tan enorme como es el de no utilizar, por ejemplo, algunos de los recursos siberianos cuando ha estado haciendo constantemente sacrificios desde 1917 hasta ahora.
La pregunta sería la siguiente: puesto que un comunismo de la pobreza como el que se postula exige precisamente sacrificios, sobre todo sacrificios de tipo moral, ¿no sería justamente la tradición de los años 17 hasta ahora en hacer sacrificios un factor no contrario a la realización del comunismo en la Unión Soviética, por ejemplo, sino un factor precisamente favorable, mucho más favorable que en países capitalistas, para la realización del comunismo?
Harich: La situación es ambivalente y el camino hacia una vida más modesta, simple, es más fácil de emprender para pueblos que no están todavía acostumbrados a los excesos del consumismo, pero existe la dificultad de que viven en las proximidades de los países de despilfarro capitalista y esto en un mundo en el cual la red de comunicaciones internacionales es cada vez más densa y rápida, —y la historia enseña que las necesidades de consumo de las masas se han orientado siempre por el consumo de lujo de los ricos—. Ahora creo en algo que en mi libro no se expresa con absoluta claridad, a saber, que los países socialistas del Este sólo pueden aprovechar las ventajas ecológicas de su estructura social y de su atraso en cuanto a consumo si en las metrópolis del capitalismo adelantado el movimiento ecológico produce ejemplos, modelos de vida, que sean atractivos y tengan éxito. Lo decisivo es el cambio de actitud mental de la dirección política del Este y ese cambio de actitud se puede inducir desde fuera mediante los éxitos de un movimiento ecológico en el Oeste, siempre que estos movimientos no mezclen sus fines con cualquier anticomunismo.
Pregunta: ¿Puede el capitalismo absorber todo el movimiento ecologista que está surgiendo? Es decir, ¿pueden surgir soluciones técnicas que, en cierto modo, desvirtúen o integren este movimiento ecologista?
Harich: A plazo corto maniobras así pueden tener éxito. En este contexto llamo la atención sobre un libro titulado Caminos para salir de la trampa del bienestar escrito por un grupo de investigación suizo, que distinguen entre dos estrategias para la solución de los problemas del ambiente, de las materias primas y de la energía. Una de las estrategias es la estrategia de la limitación, partidario de la cual soy yo presuponiendo la igualdad social. Los autores suizos llaman a la otra estrategia de la irrupción o perforación la cual consistiría en conseguir que los inconvenientes o los desperfectos causados por una industria despilfarradora de energía y materias primas y dañadora del medio ambiente se compensaran mediante otra industria dedicada a compensar estos resultados. Si se usa esta estrategia de ruptura o de irrupción, un sistema industrial capitalista altamente desarrollado puede tener éxito, incluso tener comparativamente más éxito que un sistema socialista de menor productividad, pero esto no significa que a largo plazo esta estrategia de ruptura pueda tener éxito y sea la correcta. Al contrario, porque estas estrategias de ruptura y compensación consumen todavía más materias primas, todavía más energía y, por lo tanto, tienen que llevar al final a una crisis mayor.
En esto hay una cierta analogía con los métodos capitalistas de superación de las crisis económicas. Siempre es posible encontrar un camino capitalista de salida de una crisis económica, pero sólo a cambio de preparar crisis más graves, y así existe una analogía entre esas estrategias de ruptura y compensación en ecología y las políticas económicas keynesianas en economía. Los movimientos ecologistas no deberían nunca olvidar dedicarse a desenmascarar y combatir los peligros de esas estrategias de ruptura.
Pregunta: ¿Hasta qué punto los partidos comunistas del Este tienen asumida la problemática planteada en el primer informe del Club de Roma? Esto por lo siguiente: pasando en la actualidad por una crisis mundial en el Oeste, en el mundo capitalista, se está viendo bastante claramente quien está dando salida a la crisis o quien la está caracterizando, que en estos momentos es la patronal y con bastante claridad, la Unión Soviética con la teoría de la coexistencia pacífica no se mete para nada, se inhibe y, lógicamente, de asumir plenamente los informes del Club de Roma parece ser que tendría que plantearse quizás, si la salida en Occidente a la crisis es una salida capitalista, incluso en la Unión Soviética o en los países del Este también están cuestionados incluso en su modelo de vida.
Harich: ¿Piensas que los países socialistas están haciendo de médico ante el lecho de enfermo del capitalismo?
Pregunta: No creo que estén haciendo de médico, pero el problema es que si ciertamente han asumido una serie de informes, porque en el simposium de Moscú parecían que iban en esta dirección, tendrían que plantearse también la posibilidad, o la ilusión, de construirse un Arca de Noé incluso en los mismos países socialistas es falsa completamente si el mundo capitalista sigue con la tónica por la cual va, a base de nuclearización, centrales por todas partes, etc.
Harich: Pienso que la perspectiva de que no haya ningún refugio de la crisis ecológica es muy posible y que esa Arca de Noé de los países socialistas es sólo potencial, que la posibilidad de que la humanidad entera marche hacia el abismo como esos animales que van uno tras otro siguiendo el mismo camino, es una posibilidad elevada. No los países socialistas en general, sino en particular la Unión Soviética es la que cuenta con más posibilidades de cambiar ese desarrollo, pero eso tiene como condición previa que el erróneo desarrollo del Oeste no siga siendo imitado en el Este y desgraciadamente este falso desarrollo es imitado en mayor o menor medida en todo el mundo. Eppler, un político y teórico socialdemócrata alemán ha acuñado la acertada sentencia de que no hay países desarrollados y subdesarrollados sino países más o menos erróneamente desarrollados. Los gobiernos de los países socialistas se encuentran sometidos a una intensa presión consumista desde dentro y desde fuera de estos países. Todavía es más difícil decir a los países del Tercer Mundo que emprendan un camino de privaciones o de limitaciones; la única posibilidad estriba en contribuir a la victoria del ecologismo en los países en los que más se han acumulado los pecados contra la naturaleza, que son las metrópolis industriales capitalistas. Entonces se puede esperar que los países socialistas siguieran el ejemplo, podrían seguir ese ejemplo mucho más radical y ampliamente y entonces podría también seguir el camino el Tercer Mundo, pero si el movimiento fracasa en los países capitalistas se puede temer que la próxima o la siguiente generación sea la última.
Pregunta: En base a esto voy a preguntarle sobre la táctica concreta y formas de organización del movimiento ecologista para contrarrestar la conciencia consumista del pueblo de esas sociedades capitalistas y, sobre todo, si no es demasiado optimista el pensar que van a ser estos pueblos los que van a originar el cambio.
Harich: No soy demasiado optimista respecto de los pueblos en ningún lugar, tampoco los del Oeste, pero en el Oeste se ha empezado antes a sufrir bajo las consecuencias sombrías de la supercivilización, todavía se disfruta el conducir coches, pero ya empiezan a ser insoportables para respirar el aire de las ciudades porque eso que he dicho sobre el aire irrespirable, etc. vale sólo para las metrópolis capitalistas y por esto no me parece casual que un movimiento ecologista haya surgido y se haya robustecido primero en estas metrópolis occidentales una vez que los informes del Club de Roma consagraron la cuestión.
Hay otro lugar en el globo terráqueo en el cual si se podrían tener también primeros éxitos, a saber, donde tiene lugar un proceso de industrialización particularmente rápido con lo que se agudizan monstruosamente los problemas sociales y así puede ocurrir, por ejemplo, que hasta un movimiento islámico como los chiitas del Irán levanten una barrera social antes de que se tropiece con la barrera natural.
Por lo que se refiere a la cuestión de la táctica consideraría correcto combinar entre sí dos cosas: por un lado, empezar uno mismo con una nueva forma de vida, con una forma de vida alternativa, pero si esto sólo se hace aisladamente puede conducir a una despolitización y sólo a una nueva subcultura que proteja y apoye indirectamente el sistema social existente al absorber a los enemigos del sistema en tal subcultura. Por eso no hay que aislarse, por eso hay que combinar con la creación de formas de vida alternativas una actividad política, ya sea fuera de los partidos tradicionales en forma de partidos verdes, partidos ecológicos, que no contienen sólo elementos de izquierda sino también elementos conservadores, ya sea reforzando grupos ecologistas dentro de los partidos existentes, pero si se hace este trabajo político separándose completamente de las nuevas formas de vida se comete un error distinto, saber, se reproduce de otro modo el viejo error del parlamentarismo. En cambio, el Parlamento es legítimo, es legítimo el aprovechamiento del Parlamento para llevar a cabo campañas ecológicas, pero eso no puede ser lo principal y el eslabón de enlace entre la lucha parlamentaria y la forma de vida alternativa es la manifestación extraparlamentaria, manifestación en sentido amplio.
Hay una tercera táctica que rechazo totalmente: el eco-terrorismo, que empezó hace muchos años en Norteamérica, el último ejemplo que yo conozco fue en Suiza después del referéndum, pero no está todo dicho con rechazar una táctica, en este caso ese terrorismo ecológico, sino que todo depende de cómo se formule el rechazo. Hay que rechazarlo uniendo el rechazo con el intento de explicar los motivos de estas acciones erróneas.
En esto querría hacer una analogía con la táctica y la estrategia del movimiento de liberación de Palestina; la organización, la OLP, condena como perjudiciales las aventuras terroristas, pero añade que hay que comprender los motivos de esas acciones y, además, intentar hacerlos comprensibles a los demás y añade a eso una propaganda en favor de la justificación de su causa.
Pregunta: Me ha parecido entender al principio que el movimiento ecologista en los países capitalistas puede influir sobre el futuro ecológico, sobre la postura de las direcciones de la Unión Soviética o de los países del Este. No acabo de entender qué tipo de influencia puede haber entre el movimiento ecológico de los países occidentales de Europa y la política ecológica de los países del Este cuando pensamos en la realidad del momento actual, si, por ejemplo, pensamos que una de las mayores nuclearizaciones se está llevando a cabo en la Unión Soviética, en la parte europea de la URSS, o en los complejos industriales en este país que son tan contaminantes como lo pueden ser los de la región de Bilbao. Nos encontramos, pues, que en el momento actual existe ya una degradación importante, pero que, además, está desde el origen, allá por los años cincuenta, cuando nos encontramos con aspectos altamente contaminantes o degradantes como puede ser la cuestión nuclear en la Unión Soviética. Me es un poco difícil entender cómo se puede llegar a romper esta dinámica desde un punto de vista interno, por la propia evolución de la URSS, y desde el impacto que pueda causar el movimiento o las acciones ecológicas en Occidente, partiendo del hecho de que no sean anticomunistas.
Veo difícil esta influencia; estaba pensando también en las publicaciones de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética defendiendo la opción nuclear, esto es real desde hace años ya. Hay otros aspectos de contaminación que no conozco, pero en la cuestión nuclear son los máximos defensores, incluso son citados por los defensores de lo nuclear en Occidente.
Harich: Yo mismo he tenido muchas dificultades en el intento de formular y organizar una oposición a la energía nuclear en el Este y también he sacado mis consecuencias de esas dificultades. Pero a pesar de esto creo que la tesis que he expuesto antes es correcta, en primer lugar porque no hay que olvidar nunca la diferencia entre la estrategia de la limitación y la estrategia de la compensación: mientras la estrategia de ruptura o de compensación sea la predominante, mientras esa táctica, esa estrategia, sea la principal para compensar los perjuicios causados al ambiente, los países atrasados serán también los que en ese campo insistan más en esa estrategia y, en segundo lugar, pienso que la protesta contra la obtención de energía de fuente nuclear no va a tener ningún éxito ni ninguna resonancia positiva en el Este en la medida en que tenga, aunque sea lejanamente, la intención de reforzar un frente de disidencia dentro de los países del Este.
Pregunta: Se publicó un artículo en Materiales en el que, de algún modo, parecía que relacionaba la ecología y no sé si el feminismo o la feminidad. Quería que sintetizara un poco aquella idea.
Harich: Creo que el movimiento feminista no es unitario; muchas mujeres, por una parte, del movimiento feminista reivindican la emancipación femenina del poder masculino en el sentido de asumir ellas posiciones masculinas y, en cierto sentido, masculinizarse. Esto lleva a un masculinismo feminista que se puede expresar o simbolizar en el dominio del actual presidente del partido conservador británico o de Golda Meir en Israel.
Hay otra tendencia feminista, con la que simpatizo, que lo que quiere es convertir las virtudes típicamente femeninas en virtudes de toda la sociedad, feminizar la sociedad. Esta segunda corriente feminista, si se llena también de contenidos ecológicos, puede instaurar un auténtico y verdadero matriarcado que aporte la salvación. Esta mañana, en una conversación he dicho a Sacristán que tengo una bandera tricolor compuesta por tres colores: rojo, violeta y verde, donde el violeta significa el color ritual de la liturgia de penitencia; el rojo significa el fundamento comunista; el de en medio es la vida reducida, la vida simple, la penitencia y el ayuno y eso lleva a la finalidad verde de mantener la vida en la Tierra. Sacristán me dijo que si aparecía Materiales lo haría salir con una banda roja, verde y violeta en la que violeta significaba el feminismo, no la penitencia, cosa que no sabía pero que si es así tengo doble motivo para mantener el violeta en la bandera.
Con esto está relacionada la percepción que he tenido de que todos aquí tienen cierta aversión contra dictadura y autoridad. Si se trata de una dictadura del matriarcado sería una dictadura de la maternidad, una dictadura simultáneamente severa y amorosa y entonces pienso que se podría aceptar esa dictadura feminizadora de la sociedad.
Pregunta: Las exigencias ecológicas creo que influyen de una manera totalmente contradictoria en el movimiento sindical tal como se ha concebido tradicionalmente y tal como es la práctica en este país y creo que en el resto de Europa. Sentada esta premisa y también sentado de que yo no he leído el libro de Harich, he visto que él también concibe, por lo menos en los rasgos que se hace alusión a este problema, el sindicalismo tal como se ha concebido tradicionalmente, en un sentido economicista o esencialmente en este sentido. Entonces planteo el siguiente problema: ¿hasta qué punto esta dinámica lleva a una espiral irreversible de un crecimiento cada vez más progresivo, contradictorio a las exigencias que se imponen para una salida de esta crisis de civilización y hasta qué punto esto plantea unos problemas claves, radicales, en el movimiento obrero, puesto que el movimiento obrero se fundamenta tradicionalmente en los movimientos sindicales?
Harich: Lo primero es que creo que no se puede hacer una revolución ecológico-social contra la clase obrera sino sólo con ella. El movimiento sindical, en cuanto defensor de los intereses materiales económicos de la clase obrera, se encuentra ahora ante un dilema porque tiene que luchar por la conservación de los puestos de trabajo y se ve confrontado con efectos de la gran técnica que aniquilan puestos de trabajo y éste podría ser un punto de apoyo para que en el mismo movimiento sindical se desarrolle una crítica contraria a la tecnología pesada que podría ser un arranque de la conciencia ecológica dentro del movimiento sindical.
En este contexto es muy interesante que en la RFA un anterior manager, dirigente de la industria atómica, Traube, conocido porque su teléfono fue largamente intervenido por los servicios secretos de la Alemania Occidental, escándalo que motivó la caída del ministro del Interior, este Traube ha escrito una larga crítica de la tecnología pesada bajo el título de, literalmente, “hemos de cambiar las palancas” y llega a la conclusión de que la lucha contra los excesos dañinos al medio ambiente de la gran tecnología debe ser sostenida por el movimiento sindical. Eso no quiere decir que los sindicatos vayan a ponerse inmediatamente a defender el pensamiento ecológico, pero sí que este técnico ve aproximarse situaciones industriales y técnicas que motivarán la difusión de una consciencia ecológica en los sindicatos.
A esto quiero añadir que un autor, Herbig, que en mi opinión es la persona que más completamente concibe este complejo de problemas, relacionando los ecológicos, los siquiátricos con otros varios, ha escrito un libro titulado El final de la razón burguesa, libro poco conocido pero, en mi opinión, el mejor libro de conjunto, que aparecerá ahora en traducción en la editorial Materiales, ha escrito un capítulo final para la nueva edición bajo la influencia de este técnico, Traube, en el que manifiesta la misma idea acerca de los sindicatos. Si ahora tuviera que hacer una nueva edición de mi libro Comunismo sin crecimiento sin duda añadiría un capítulo sobre esta cuestión sindical. La edición alemana occidental de mi libro es de hace tres años y medio y está rebasada en muchos puntos y tiene algunos errores y uno de los mayores defectos del libro es que el problema sindical apenas está tratado y que los sindicatos están vistos al modo tradicional.
Pregunta: En cierta manera en el libro de Harich se va siempre hacia una posible solución de la crisis ecológica a través de la estatalización, de un estado comunista Antes ha dicho que los movimientos ecologistas europeos podían ser la pauta, en cierta manera, para la solución de la crisis ecológica en los países socialistas. Entonces, ciertos movimientos ecologistas van en el sentido de la descentralización, descentralización de tecnologías y descentralización total, política por lo tanto. Me gustaría saber cómo ve esta contraposición.
Harich: En este punto se toca lo que me parece según do gravé error de mi libro o, por decirlo más cautamente, una unilateralidad de mi libro.
Considero que las tendencias descentralizadoras y locales de los movimientos ecologistas son un elemento muy valioso y esencial que complementa lo que he dicho en mi libro. Hay numerosísimos problemas que se resuelven sólo del modo mejor o que quizás sólo son resolubles sobre la base de una autarquía local. A pesar de ello, seguiría insistiendo sobre el hecho de que respecto de otros problemas los problemas globales, es necesario crear, incluso en el marco de ejercicio de las autarquías locales, un lugar central. No podría imaginarse como podría resolverse por medios y poderes puramente locales un problema tan esencial para la supervivencia como el mantenimiento de la pureza de los océanos y de los mares universales, no se puede mantener casualmente la limpieza de los mares mandando pequeñas barcas de remo. Y hay otros problemas globales de esta misma naturaleza, por ejemplo el mantenimiento de la paz mundial. Este problema sólo se puede resolver de una manera definitiva mediante un gobierno mundial.
Y así hay otros varios problemas pero se trata siempre de problemas globales los cuales tienen la misión de crear el marco y las condiciones favorables para la posibilidad de las autarquías locales. Ahí lo importante es encontrar la dorada vía media entre dos extremos erróneos; este camino del acierto no lo he conseguido encontrar, ni menos lo he recorrido en mi libro, que si lo tuviera que escribir hoy lo pensaría de otra manera, pero tal vez me puede disculpar en este defecto de mi libro el hecho de que las dos principales argumentaciones sobre las autarquías locales y los problemas que estamos discutiendo se han publicado después de la publicación de mi libro, el libro de Friedman, no el del economista Milton, y el de Amery, un ensayista alemán, Naturaleza como política. Amery se pone particularmente inquieto cuando oye el nombre de Harich, pero yo no me dejo impresionar por esa hostilidad y quiero declarar que el libro de Amery es un valioso complemento de mi propia obra.
[BIEN. Boletín de Información sobre la Energía Nuclear, n.º 23, 1982, pp. 5-8]
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