La política electoral, si bien no debe desestimarse, no puede ubicarse en el centro de ninguna acción política radical seria, orientada a cambiar las instituciones que sustentan el sistema político, desmantelar las ideologías hegemónicas y fomentar el tipo de conciencia de masas en que habría de basarse un cambio social y político desesperadamente necesario.
Ángela Sierra González
Identidades en tensión y agendas feministas
Algunas aclaraciones de principio
No voy a hacer una reflexión aquí sobre los diversos discursos feministas y sus propuestas para explicar las fracturas profundas existentes entre unos y otros en momentos ascendentes [1] de los mismos. Éste es un tema que ha sido exhaustivamente estudiado por historiadoras del feminismo, y también por teóricas representativas de estos discursos. Sin embargo, sí me parece que es un momento propicio para reflexionar sobre las fracturas, como un fenómeno recurrente en las teorías y en el movimiento feministas, y su significado.
La aparición de fracturas no es un proceso nuevo. Contradicciones y cismas forman parte de distintos momentos de la historia del feminismo y algunas veces han desembocado en posiciones irreconciliables, como sucedió con Dworkin y MacKinon [2] contra Gayle Rubin y Judith Butler con discursos opuestos sobre los valores sexuales y la conducta erótica. Éstas argumentaban que, de seguir las tesis de Dworkin y MacKinon, se corría el riesgo de que el feminismo se convirtiera en la nueva normativa moral sobre la sexualidad femenina, si bien MacKinon señalaba que sus posiciones sobre esta cuestión no derivaban de una postura moral [3].
La costumbre de señalar incoherencias y contradicciones de otros discursos diferentes del propio ha estado siempre presente en la historia del feminismo, sin que éste haya naufragado ni como teoría, ni como movimiento por esta causa. Ni siquiera las confrontaciones teóricas, más encarnizadas, han detenido el ascenso de los movimientos feministas. ¿Por qué se producen estas confrontaciones de manera recurrente? Sin duda, tiene razón Clara Serra [4] cuando señala como origen de la inconciabilidad de posiciones opuestas aquello de lo que los diversos feminismos tratan, a saber: la relación del sexo con el poder, la violencia, o el género.
Son cuestiones divisorias, a luz de cualquier debate, porque entran en el modelo de sociedad y en la estructura de las interacciones que en ésta se promueven. De ahí, que haya sobrevenido una larga y compleja discusión sobre las prioridades de las agendas abiertas que no está en absoluto agotada [5]. Y, son, además, cuestiones divisorias porque lo que está en juego son formas de ejercer el poder o de resistirlo bajo las nuevas configuraciones actuales de gobernación del neoliberalismo y la emergencia desde hace una decena de años de posibilidades inéditas de resistencias, mediante confluencias temporales, como ocurrió con ‘Todas en huelga’, la consigna del 8 de marzo de 2019 —hace sólo dos años— que provocó huelgas generalizadas de mujeres en todo el mundo, con mayor o menor éxito, y la aparición del manifiesto Feminismo para el 99% [6] que provocó un cambio en el discurso tradicional. Un manifiesto que emerge de la reflexión sobre la naturaleza de las instituciones y el carácter de la política mundial. Todo lo que se reivindicaba en esas huelgas no era feminista, pero si era democrático. De hecho, encaja en la concepción de la democracia como un proceso transformador y no como un mero trámite formal.
El protagonismo de las reivindicaciones del Manifiesto del 99% no puede ser tomado de otro modo que, como una capacidad del movimiento feminista para centrar el debate sobre los distintos tipos de desigualdades que atraviesan nuestra sociedad. Su lema era por “una sociedad libre de opresiones, de explotación y violencias”. Se reivindicaba, pues, que la igualdad y la libertad fuesen condiciones de vida reales, no solo aspiraciones para nuevos modelos de ciudadanías.
El feminismo en el centro de la protesta social
¿Cómo es que se ha llegado hasta aquí? La capacidad de centrar las protestas contra las desigualdades proviene del hecho de que las mujeres han vivido las mayores desigualdades, pero, también, del hecho de que el capitalismo ha recurrido a la expropiación en todas las facetas de nuestras vidas, en especial de la vida de las mujeres. Para oponerse a ello han sobrevenido formas inéditas de resistencia, que reivindican cambios estructurales de calado, en la relación entre producción y reproducción, sociedad y naturaleza, sistema político y economía. Por otro lado, ese protagonismo del movimiento feminista, colocado en el centro de la protesta social tiene lugar en un periodo de crisis y de desestructuración, casi en todas partes, del tejido social y de colapso de credibilidad de las élites políticas gobernantes.
A ello se suma, la circunstancia de que vivimos una crisis de hegemonía del sistema neoliberal y eso crea no sólo el peligro de que los movimientos de extrema derecha se vuelvan especialmente beligerantes, sino también la oportunidad de que emerjan y se empoderen discursos que no cuestionan el sistema y que se apoyan formalmente, en algunos de los discursos precedentes de las sucesivas olas del feminismo sin que lleguen a identificarse con las cuestiones de fondo defendidas por éstos.
Resulta en este punto ilustrativo que el Manifiesto por un feminismo del 99% reivindicara acabar con el capitalismo como sistema, descartando cualquier camino intermedio que significara la permanencia del neoliberalismo: esa forma excepcionalmente depredadora y financiarizada de capitalismo que ha prevalecido en todo el globo durante los últimos cuarenta años.
El reflujo de ese ascenso reivindicativo del movimiento feminista ha provocado el surgimiento, o tal vez mejor sería decir retorno, de dos puntos de fricción, la cuestión de las identidades y el regreso de la discusión sobre los ‘esencialismos’ que ha tensado los diversos feminismos, hasta casi llegar a un punto de ruptura.
El esencialismo y las identidades
Ha habido muchos enfoques defensivos y ofensivos sobre el esencialismo y las ‘identidades’ en diversos momentos históricos. En 1978 [7], mucho después de la publicación de El segundo sexo de Simone de Beauvoir [8], se dio un debate sobre si las características humanas consideradas femeninas eran adquiridas por las mujeres mediante un complejo proceso individual y social, o eran naturales, es decir, esenciales. Sobre esta cuestión, representando puntos de vista diversos se dieron posiciones teóricas opuestas del feminismo de la diferencia y el feminismo de la igualdad. Así, destacadas figuras —entre las feministas europeas— como Luce Irigaray [9], Luisa Muraro [10] y Celia Amorós [11], entre otras, enriquecieron el debate teórico. De manera que, la reflexión —desde fuera del feminismo y en el seno del mismo— sobre las contradicciones del discurso feminista en relación con la cuestión de la feminidad, que parecía zanjada desde la publicación de El Segundo Sexo, persistía. Este hecho llevó a Giulia Adinolfi, a decir:
Cuando las mujeres definen su situación presente como una profunda crisis de identidad están en realidad expresando la crisis de esta cultura, de su complejo y, al mismo tiempo, coherente entramado de valores, hoy desgarrados por tantos fenómenos de la vida (moderna) de las mujeres. Y es bastante natural que la primera reacción del feminismo histórico haya sido el rechazo de esta tradición, de esta cultura, y la reivindicación de una igualdad no sólo de derecho, sino incluso de identidad. Esta tentación de rechazar todo lo culturalmente femenino persiste en muchas corrientes del feminismo contemporáneo que consideran la tradición y la cultura femeninas únicamente como una deformación impuesta por una cultura dominante patriarcal y los subproductos generados por ésta [12].
Me parece que volver la mirada atrás para constatar la ausencia de una homogeneidad de criterios sobre cómo enfrentar los esencialismos y las identidades, tiene actualmente un particular interés. Esa falta de coincidencia respecto de cómo abordarlos llevó al surgimiento de complejos problemas conceptuales a las teorías feministas, u otras teorías fuera del feminismo y asociadas a él. De manera que las coincidencias de los diversos discursos feministas en estas cuestiones no constituyen la regla sino la excepción. El feminismo es polifónico, el sonido de sus múltiples voces se ha escuchado, simultáneamente, en todos los rincones del mundo, en distintos tonos y registros [13]. Tener en cuenta esta realidad en el momento presente cobra una especial utilidad, porque entonces como ahora, en el debate sobre el esencialismo, el feminismo era, entre otras cosas, expresión, a nivel individual y colectivo, de una decisión política, como lo demuestran tres tendencias políticas claves que lo recorren, cuya influencia no ha dejado de crecer en las últimas décadas: el feminismo liberal, el feminismo socialista y el feminismo radical.
El antagonismo de esta controversia de décadas sobre la esencia constituye, sin duda, un antecedente del apasionamiento sobrevenido en el debate teórico de hoy sobre las identidades en la que reaparecido para algunas el esencialismo de la feminidad y, para otras, la utilización extemporánea de éste en las controversias. No por el tema mismo, sino por las sucesivas confrontaciones sobrevenidas después y que tienen que ver con los contextos políticos. Las tensiones sobre las prioridades a contemplar en las agendas han provocado que los diversos discursos se acerquen, se separen y se alejen unos de otros. ¿Es esto negativo? Por el contrario, a mi juicio, aporta a las disciplinas en las que se insertan estos discursos un dinamismo teórico excepcional, en cuanto son discursos que rompen esquemas analíticos tradicionales.
La ruptura de los esquemas tradicionales no es, por otro lado, sólo una cuestión del feminismo, sino, también, de lo que ha dado en llamarse por algunos autores teorías disidentes [14].
Los contextos políticos y sus servidumbres
La razón es sencilla. Los contextos como conjuntos de convenciones determinan el carácter de los hechos y ubican a los mismos en paradigmas que le otorgan sentido. Pero los contextos se retuercen. Una muestra de ello son las retóricas y narrativas que se originan en éstos. Traigo al presente, retóricas cuasi delirantes, como las manejadas por Pat Roberson. Un fundamentalista estadounidense, perteneciente al cuerpo de marines y fundador de numerosas organizaciones y corporaciones, entre ellas el Centro Estadounidense por el Derecho y la Justicia y la poderosa Christian Coalition, cuando Betty Friedan [15] hablaba de una agenda para la igualdad, decía: “La agenda feminista no está interesada en la igualdad de derechos. Es un movimiento político que anima a las mujeres a dejar a sus maridos, a asesinar a sus hijos, a practicar la brujería, destruir el capitalismo y a convertirse en lesbianas” [16].
Estos delirios forman parte de la historia, pero en su momento, en ciertos contextos, fueron asumidos como verdades probables. En todo caso, salvadas las distancias, si ha habido últimamente sobreactuaciones retóricas por el ascenso político de la misoginia. Si bien, existe —todavía— un sinuoso límite que separa el dominio de lo admisible de lo éticamente censurable. Veremos por cuánto tiempo se mantiene ese límite. Hoy los marcos contextuales son con frecuencia aplicados sin tener en cuenta los puntos de partida. Y, surgen líneas borrosas que se entrecruzan en los discursos de censura del feminismo, en general, que se intercalan en narrativas procedentes de ámbitos a veces opuestos, y que integran un abanico múltiple de posiciones políticas, desde los que proponen una alianza del feminismo con el neoliberalismo hasta los que la proponen con la decoloniedad de las comunidades y saberes.
En aquel momento, ya lejano en el que Giulia Adinolfi, escribió su artículo “Las contradicciones del feminismo” la confrontación sobrevino y alcanzó relevancia social y filosófica, si bien, posteriormente, el uso de la categoría género llevó al reconocimiento de una variedad de formas de interpretación y simbolización de las diferencias sexuales en las relaciones sociales. Y perfiló una crítica a la existencia de una esencia femenina, así como la ahistoricidad representada por este “esencialismo”. Todo eso está, presuntamente, lejos hoy, pero se ha traído al presente, como un problema, bajo otros parámetros, o máscaras.
La nueva reconfiguración de la censura contra el feminismo
Pero si hay una discontinuidad en la reconfiguración del esencialismo y de las identidades, hay una continuidad, en la censuran del feminismo. Así, cuando afloran y se recrudecen las controversias, se suele destacar —si se trata de discursos feministas, de uno u otro signo— la contradictoriedad de las reivindicaciones de sus diversas corrientes, como una causa de confusión conceptual y de desconcierto social.
Y, efectivamente, una de las razones de frecuente desazón, incluso entre las feministas militantes, es la confusión —a menudo contradicción— que existe entre las tesis defendidas por las distintas corrientes del feminismo. Éste se configura en ciertos medios, como un discurso confuso. La exposición, por algunos, de lo confuso que resulta el feminismo no es ajena el hecho de que las mujeres en el ámbito social y político han ido formando y transformando significativamente los entornos y esto ha sucedido bajo diferentes regímenes políticos —desde el neoliberalismo al posneoliberalismo y al neoprogresismo—. A ello no es ajeno la capacidad de transformación del feminismo, que está resultando clave en el surgimiento de nuevas agendas políticas. De nuevos debates que ofrecen elementos para construir un nuevo modelo de ciudadanía y de sociedad.
Enmascarar las ofensivas contra el feminismo valiéndose de estrategias distorsionadas es una batalla en la que se han empeñado siempre ciertos sectores de la sociedad, ahora, rearmados y con apoyos. Su legitimación paulatina, por medios e instituciones, ha permitido que las representaciones falseadas, y casi delirantes, sobre los discursos feministas, que antes parecían absurdas ahora parezcan plausibles y ganen espacio en debates públicos. La verdad es que algunos de ellos hoy no están lejos de las retóricas de Pat Roberson.
Pero, también, hay otros sectores menos expuestos a ser identificados como hostiles al feminismo [17], que, sin embargo, subrayan, especialmente, los desacuerdos sobre las precisiones conceptuales en torno al concepto de género y los conflictos derivados de las discrepancias entre feministas. Y no destacan los acuerdos sobre esas agendas que construyen solidaridades multidimensionales, con el ascenso del feminismo, como movimiento social. Circunstancias demostrativas, que, desde metodologías feministas, se han producido nociones críticas integradoras como la interseccionalidad [18].
Ciertamente, el uso de la categoría ‘género’ ha implicado otra índole de problemas: dependiendo de la disciplina de que se trate o de la diferente simbolización cultural de la diferencia sexual. Pero, al margen de estos problemas antropológicos y sociales, algunas críticas tienen fines obvios: están dirigidas a hacer emerger, presuntamente, prácticas y lógicas diferentes y confrontarlas, como si esto fuera un demérito del feminismo y no, precisamente, uno de sus méritos: el pluralismo y la interseccionalidad.
La vuelta a las maneras argumentativas desplegadas en esos enfoques del pasado es un espejo crítico en el que podemos mirar el presente. Algunos críticos se exteriorizan como aliados, siempre y cuando ellos determinen la naturaleza de las alianzas. Tales propósitos no disfrazan la parcialidad de la mirada. Muchas cosas han cambiado en el discurso y en las agendas, pero en la práctica no estamos tan lejos de lo que decía Simone de Beauvoir en 1949: “Este mundo que siempre ha pertenecido a los hombres conserva todavía la fisonomía que le han dado ellos” [19], particularmente, en la recreación de dialécticas amigo/enemigo. No es de extrañar que Achille Mbembe, hable, “del mundo de los hombres sin lazo (o de los hombres que sólo aspiran a ponerse al margen de los otros)”. Un mundo que, para él, “todavía está con nosotros, aunque bajo configuraciones incesantemente cambiantes” [20].
Es obvio que, la estructura de ciertos análisis que pretenden generar genealogías sin lazos esconden los prejuicios de quienes niegan estatus epistemológico a las teorías feministas, pero, también, le niegan capacidad de llegar a ser una alternativa política.
Desde sus orígenes el feminismo ha contado con las críticas tanto de sus detractores como de sus aliados, si los ha tenido. Es su normalidad. Y eso tiene que ver con el principio de Quien define domina.
Quien define domina
La tendencia a la connotación negativa de las acciones y de los discursos feministas deviene, así, en una manera de nombrarlos. Las controversias sobre los conceptos no son triviales. Al contrario; como señaló el recientemente fallecido Thomas Szasz, “la cuestión de la dominación se asienta en ‘definir o ser definidos’. […] El primero que toma la palabra impone la realidad al otro” [21]. Ciertamente, entre esas críticas más o menos hostiles sobrevenidas hay diferencias sobre metas y métodos, pero en todos los casos lo individual y lo social, lo ideológico y lo político están inseparablemente mezclados. La instrumentalización de estos discursos es cada vez menos sutil, y ha ido variando dependiendo del momento político y de los objetivos del poder. Aunque se presenten, bajo otras máscaras, pertenecen a una misma trama de significaciones, a una red de interrelaciones e interacciones cuya gramática oculta se articula contra los feminismos, en general, como expresión política, dado que los denominados hasta no hace mucho ‘sujetos revolucionarios’ no son, actualmente, portadores de valores especialmente transformadores [22]. Para confirmarlo basta con mirar el ascenso de un movimiento feminista antineoliberal, que desde el 2019 responde a los desafíos del capitalismo actual y adquirió pronto el carácter de una revuelta, contra la explotación y la dominación [23]. Según Arya Moroni, “Las mujeres ya no solo están en el centro de la lucha de clases; es el propio movimiento feminista quien lleva la lucha de clases a escala internacional, a contracorriente de la hegemonía capitalista” [24]. Moroni ve la superación de la política de identidades por la política de clases. ¿Puede equivocarse? Tal vez, sí, pero su interpretación cuenta con algunas evidencias a su favor. De hecho, hay autoras que se refieren a las diversas olas del feminismo como ‘ciclos de protestas’, como sucede con C. Garrido Rodríguez [25].
Hay que reconocer que la interpretación de Moroni forma parte de un orden de representaciones, que provoca en algunos estamentos políticos desasosiego. ¿Era eso lo que se pretendía? ¿Ser el centro de la lucha de clases? ¿Es lo mismo movimiento feminista que movimiento de mujeres? ¿Se han disipado en una niebla reivindicativa los objetivos? Así, se vuelve a la cuestión de la lealtad. ¿A quién es leal ese movimiento en ascenso? ¿Ha transformado sus objetivos feministas por otros? O, mejor dicho, ¿debe transformar sus objetivos? Richard Rorty, respecto de las posiciones encontradas de MacKinon y Rubin, en 1980, renovó los términos del problema, situándolo en el terreno de la lealtad. Un viejo problema en todos los movimientos transformadores. Por esta razón dijo:
De algún modo, vuelve la pregunta sobre a quién debe ser leal. Mi argumento es cuáles son nuestras identificaciones, cuáles son nuestras lealtades, quién es nuestra comunidad, ante quién somos responsables. Si esto no parece muy concreto, creo que se debe a que no tenemos idea de lo que las mujeres podrían decir como mujeres. Propugno para las mujeres un papel que todavía tenemos que construir, en nombre de una voz que, al no ser acallada, pueda decir algo nunca antes escuchado [26].
La doble condición
De todas estas tensiones da cuenta un hecho, el feminismo nace con una doble cara: es un movimiento social y político, pero también es una teoría crítica [27]. Por ello, todo intento actual de reconstruir de forma sistemática la realidad social tiene que partir de los descubrimientos críticos que la teoría feminista ha puesto de manifiesto, a través del análisis de las concreciones sociales.
¿Las tensiones identitarias tienen que ver con el feminismo como teoría o como práctica? Es difícil responder. Hay una realidad incontrovertible: existe un vacío producido por el declive moral del neoliberalismo. A este declive no es ajeno la demanda de un ethos distinto: un ethos radical y transformador. El feminismo, con todas sus vertientes, es una de las corrientes críticas que más reflexión y debate ha aportado, y aporta, para pensar y poner en práctica otras formas de (re)conocer la otredad alternativa, más horizontales, ética y políticamente más responsables y con mayor orientación hacia la transformación social.
Pero, en todos los procesos sociales emancipatorios, que pueden romper el mapa político —y el feminismo no es una excepción— hay un momento en que las identidades aparecen, si no como frontera, sí como expresión de una voluntad de rediseño del mapa. ¿Estamos en esta situación? El tiempo lo dirá, pero, en todo caso, se ha hecho evidente el enorme potencial político del poder de las mujeres y estas fracturas han de ser tomadas como una consecuencia de ese poder sobre las agendas abiertas.
Sobre el poder disruptivo de las discrepancias y la nostalgia de la homogeneidad podría valer la reflexión de Teresa Maldonado: “Se acabó aquel mundo, si es que alguna vez lo hubo, en el que una raya delimitaba con claridad dónde estábamos” [28].
Notas:
[1] La trayectoria histórico-política del feminismo —como teoría y como movimiento—, se ha clasificado sobre la base de sus períodos ascendentes, que se conocen desde 1968, como ‘olas’. Estos periodos vienen siendo definidos por el énfasis que se ha dado en los discursos a ciertas cuestiones recurriendo a las mismas para diferenciarlos. Con esta denominación no se haría referencia tanto a un tiempo determinado sino a unas ideas y reivindicaciones específicas. Sin embargo, esta metáfora comúnmente aceptada viene siendo cuestionada en la medida que implica una cierta homogeneidad que históricamente no se ha producido. También, por su etnocentrismo y, además, por el incuestionable hecho de que no existe un tipo homogéneo de mujer. Lidia Nicholson ha sido una de las primeras críticas de la clasificación, en un artículo que llevaba por título “Feminism in ‘Waves’: Useful Metaphor or Not?” (New Politics, XII, núm. 4 [invierno, 2010]); por otro lado, la puesta en cuestión de las olas ha sido un debate relativamente marginal, con muy poca repercusión.
[2] Desarrollaron una agenda legislativa, basada en el desarrollo de los derechos civiles de las mujeres para combatir la pornografía. Miembros del feminismo ‘prosexo’ consideraron las opiniones de Dworkin como negadoras de la voluntad de las mujeres o de su autonomía de elección en las relaciones sexuales, lo que llevó a un encendido debate feminista sobre la sexualidad. A esta opinión se unió Gayle Rubin.
[3] Catherine MacKinnon, “La pornografía no es un asunto moral”, en Catherine Mackinnon y Richard Posner, Derecho y pornografía (Santafé de Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 1996).
[4] Clara Serra, feminista y política, fue portavoz en la Asamblea de Madrid, del Partido Podemos hasta 2019, en el que renunció. Sus libros más conocidos son Leonas y zorras. Estrategias políticas feministas (Madrid: Editorial Catarata, 2018) y Manual ultravioleta. Feminismo para mirar el mundo (Madrid: Ediciones B, 2019).
[5] Clara Serra, “¿Qué está pasando con el feminismo español?”, El País, 24 de junio de 2020. https://elpais.com/opinion/2020-06-24/que-esta-pasando-en-el-feminismo-espanol.html.
[6] Un manifiesto aparecido el 7 de marzo de 2019, firmado por Nancy Fraser, Cinzia Arruza, Tithi Bhattacharya, en el que se diseñaba una estrategia anticapitalista. Publicado por la editorial Herder, bajo el título Manifiesto de un feminismo para el 99%.
[7] Artículo publicado en la revista mientras tanto bajo el título “Las contradicciones del feminismo”. https://www.grupotortuga.com/Las-contradicciones-del-feminismo.
[8] Simone de Beauvoir, Le deuxième sexe (París: Gallimard, 1949).
[9] La obra de Luce Irigaray constituyó la apertura de un debate sobre las vías de acción del feminismo con Spéculum de l’autre femme (Éditions de Minuit, 1974). Hay trad. castellana: Espéculo de la otra mujer [Akal, 2007]). Se confrontó con Simone de Beauvoir sobre la ‘diferencia femenina’; para Irigaray buscar el propio espacio de igualdad siguiendo un modo masculino era dar por válido ese modelo; argumentaba que los valores de las mujeres eran valores necesarios.
[10] Luisa Muraro fundó con Chiara Zamboni, Wanda Tommasi y Adriana Cavarero el Grupo Diotima, una comunidad filosófica de mujeres. Publicaron siete libros, el primero de los cuales trata sobre el pensamiento de la diferencia sexual: Diotima: Il pensiero della differenza sessuale [Diótima: La idea de la diferencia sexual] (Milán: La Tartaruga, 1987); otro libro crucial es Diotima: Oltre l’uguaglianza. Le radici femminili dell’autorità [Diótima: Más allá de la igualdad. Las raíces femeninas de la autoridad] (Nápoles: Liguori, 1994). El más representativo de su perfil filosófico y feminista es L’ordine simbolico della madre (Roma: Editori Riuniti, 1991) [El orden simbólico de la madre, trad. Beatriz Albertini, Mireia Bofill y María-Milagros Rivera Garretas] (Madrid: Editorial Horas y Horas, 1994).
[11] Celia Amorós Puente es un referente del llamado feminismo de la igualdad, cuyo trabajo se centra de manera significativa en el establecimiento de un diálogo entre el feminismo y la Ilustración. Su libro Hacia una crítica de la razón patriarcal (Barcelona: Anthropos, 1985) constituyó un nuevo enfoque de la filosofía al introducir en el análisis la perspectiva de género para aislar los sesgos del androcentrismo filosófico. La obra de Celia Amorós es tan extensa y ha tenido tanta influencia en el feminismo de habla hispana —y no sólo en él—que es imposible exponerlo en el breve espacio de una nota.
[12] Giulia Adinolfi, “Sobre las contradicciones del feminismo”, mientras tanto, n.º 94, Dimensiones de una ausencia. Memoria de Giulia Adinolfi (primavera, 2005): 84.
[13] Nuria Varela, “El tsunami feminista”, Nueva Sociedad, n.º 286 (marzo-abril, 2020).
[14] Mónica Salomón “La teoría de las relaciones internacionales”, Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 56 (diciembre, 2001-enero, 2002): 7-52
[15] Betty Friedan, autora de La mística de la feminidad, un clásico del pensamiento feminista que se publicó en Estados Unidos en 1963. Se trata sobre todo de un libro de investigación respaldado por un abundante trabajo descriptivo, y sólo como consecuencia de esto se acaba convirtiendo en un libro militante, lo que lo aproxima al otro gran clásico del siglo XX, El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Friedan llama “mística de la feminidad” a esa imagen de lo “esencialmente femenino”, eso de lo que hablan y a lo que se dirigen las revistas para mujeres, la publicidad y los libros de autoayuda.
[16] El párrafo anterior recoge las palabras de Pat Roberson, dirigidas a sus seguidores de Iowa, como parte de su campaña en contra de la ratificación de la Enmienda de Igualdad de derechos entre hombres y mujeres en 1996, en Valentina Morillo, “El feminismo y sus contradicciones en Mrs. América”, Fuera de Series, 21 de mayo, 2020. https://fueradeseries.com/el-feminismo-y-sus-contradicciones-en-mrs-america.
[17] Son sectores que promueven una alianza del feminismo con el neoliberalismo, según Nancy Fraser.
[18] La teoría de la interseccionalidad, término acuñado a fines de los años ochenta por la especialista académica Kimberlé Crenshaw, se ha convertido en central en muchos debates feministas recientes. Refleja el hecho de que no todas navegamos por el mundo del mismo modo y nos pide reconocer que la gente puede experimentar múltiples opresiones, que se entrecruzan de modo poderoso: soy mujer, por ejemplo, pero también soy negra y sufro una discapacidad visual. Para que realmente funcione el feminismo debemos reconocer el hecho de que además de ser mujeres, tenemos otras múltiples identidades que afectan nuestras vidas. La interseccionalidad es más que una herramienta metodológica, es una perspectiva crítica multidisciplinar.
[19] De Beauvoir, Le deuxième sexe, 20.
[20] Achille Mbembe, Políticas de la enemistad (Barcelona: NED, 2018).
[21] Thomas Szasz, El segundo pecado (Barcelona: Alcor, 1992).
[22] Es una opinión expresada por Herbert Marcuse, que ve en las mujeres el sujeto del cambio (“Marxismo y feminismo”, en Calas en nuestro tiempo. Marxismo y Feminismo. Teoría y praxis. La nueva izquierda [Barcelona: Icària, 1976]).
[23] Desde el 2019 el feminismo, como movimiento, responde a los desafíos del capitalismo actual y adquiere el carácter de una revuelta, contra la explotación y la dominación. Las luchas de las mujeres han surgido a la luz por todas partes del mundo. Luchas feministas contra los feminicidios o por el derecho al aborto; luchas de las indígenas por la defensa de sus tierras; luchas por la mejora de las condiciones de trabajo o mantener los empleos en Escocia o en España; luchas contra las agresiones sexuales y el acoso sexual en el trabajo en EE. UU.; luchas contra el deterioro de los servicios de salud en Francia, etc. Estas luchas, a priori, no son todas feministas (no se reivindican desde el feminismo), pero tienen como rasgo común el ser realizadas por mujeres para mejorar sus condiciones de vida… y las de todas las personas explotadas u oprimidas.
[24] Arya Moroni, “Reflexiones para la construcción de un movimiento feminista para el 99%”, Sin Permiso, 24 de marzo, 2019.
[25] Carmen Garrido-Rodríguez, “Repensando las olas del feminismo. Una aproximación teórica a la metáfora de las olas”. Investigaciones Feministas, 12, n.º 2. Monográfico: Igualdad de género en instituciones de educación superior e investigación/Miscelánea (2021).
[26] Richard Rorty, “Feminismo y pragmatismo”, texto presentado en el Ciclo de Conferencias Tanner sobre Valores Humanos, en la Universidad de Michigan, el 7 de diciembre de 1990. Versión castellana de Maitha Hernández, revisada por María Pía Lara. e-spacio.uned.es (1993), http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/bibliuned:filopoli-1993-2-EE677A47-20BD-7D91-B4C8-EA555CFDFC48/feminismo_pragmatismo.pdf.
[27] Las epistemologías feministas, compuestas por perspectivas plurales e incluso confrontadas en algunos de sus aspectos, han ido conformando un corpus de conocimiento transdisciplinar, sujeto a escrutinio, bajo parámetros positivistas, en ámbitos académicos, donde en contadas ocasiones se estudian o siquiera se contemplan los planteamientos de la epistemología y la metodología feministas en la producción de conocimiento. La epistemología y las metodologías feministas han ido ampliando espacios académicos, pero todavía se les intenta relegar a una posición marginal, periférica. Se funda la relegación de estos planteamientos por presuntos criterios de objetividad científica, aunque los planteamientos teóricos feministas están abiertos a la verificación.
[28] Teresa Maldonado, “Feminismo, jerarquías y contradicciones”, Pikara Magazine, 4 de marzo, 2013. https://www.pikaramagazine.com/2013/03/feminismos-jerarquias-y-contradicciones/
[Fuente: en-claves de pensamiento, n.º 31]
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