¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismo incompletos. De esa forma vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los eliminados.
Albert Recio Andreu
Maelstrom
Febrero caliente
En pleno anticiclón climático estallan las tormentas. Se venían larvando desde hacía tiempo y se han concentrado al final de febrero. En el plano nacional e internacional. Se trata de fenómenos inconexos, que obedecen a dinámicas específicas. Pero bajo estas historias independientes, desiguales en su dramatismo y consecuencias, subyace un contexto común, el de la crisis de un fin de período. Y aunque en ambos casos exigen también que la gente de izquierdas se plantee su papel, entienda como le conciernen cosas tan dispares como la crisis del principal partido de derechas y una guerra en un territorio lejano.
Del drama oriental…
Cuando escribo esta nota la guerra es ya una realidad. Y la ha declarado Putin. Y, sabemos por experiencia, que una vez se declara la guerra la información se trastoca en propaganda. Putin nos ha facilitado la información, con su insostenible justificación. Como hoy mismo ha explicado Rafael Poch, estamos ante un conflicto entre dos potencias decadentes que no pueden abandonar ni sus sueños de grandeza ni sus viejos hábitos militaristas. Y una vez más observamos que cuando se empieza una escalada verbal al final aparecen las armas. Y las muertes y los destrozos de vidas e infraestructuras. Y la proliferación de la cultura del amigo-enemigo. Solo nos queda esperar que el otro bando sea más sensato y no tome el órdago como una invitación a la respuesta brutal. Muchas de las grandes guerras empezaron así. Y muchos grandes fiascos han empezado con ideas equivocadas de la propia fuerza. He leído algo sobre guerras y una característica de todas ellas es que quién la lanza está convencido de su superioridad estratégica y de que la victoria es pan comido. No podemos influir en Putin, pero si en nuestros gobiernos para impedir que el conflicto vaya a más y se consiga frenar la acción militar. Putin es sin duda el primer responsable, pero llevamos meses con un bombardeo informativo que más bien parecía que había interés en que adoptara esta decisión que en ofrecer una salida pacífica.
La guerra es siempre un desastre. En primer lugar, para la población de Ucrania y en menor medida la de Rusia. Muertes, desplazamientos de población, desabastecimiento, ruptura de redes sociales, brutalidad son siempre efectos directos de las acciones bélicas. La gravedad de estos efectos depende de la extensión y duración del conflicto. Si, en lugar de la contención, Estados Unidos y sus aliados optaran por la respuesta bélica, aunque sea de “baja intensidad”, los impactos serían incalculables. Queda incluso la incógnita de ver si la guerra con armas se trastoca en una guerra cibernética que puede desestabilizar sociedades dependientes de unas tecnologías tan vulnerables. Y son seguros los efectos económicos directos (aumentos de precios de materias primas, caída del comercio internacional) e indirectos (adopción de políticas económicas antiinflacionarias, aumento del gasto bélico en detrimento del gasto civil, etc.).
Putin ha decidido guerra con un cálculo político que siempre suele minusvalorar la complejidad de las respuestas. No parece que en el plano militar se aprenda nunca. Hitler no entendió el peligro de invadir Ucrania. Los norteamericanos llevan una larga experiencia de guerras que han salido mal, y los mismos rusos olvidan el fracaso de Afganistán. El uso de la fuerza bruta y la autoconfianza de los altos mandos siguen llenando el planeta de desastres a cual más atroz.
No se puede perder de vista que más allá de la responsabilidad de la élite dirigente rusa se ha llegado a esta situación por un cúmulo de trayectorias e inercias históricas que vale la pena subrayar. Empezando por la larga tradición autocrática de la Rusia zarista, de la que Putin se siente heredero (y que los bolcheviques no supieron liquidar), y siguiendo por todo el desastre generado por la forma como se liquidó el régimen soviético con la clara intervención de las instituciones occidentales. El modelo de implantación de una economía de mercado de manual, lejos de facilitar una transición hacia un capitalismo regulado con instituciones de bienestar, devino en un saqueo privado y la implantación de una economía oligárquica centrada en la producción de materias primas. También la agresiva expansión de la OTAN, y la aceptación como democráticos de regímenes que negaban la nacionalidad a la población de origen ruso, han contribuido a reforzar los fantasmas paranoicos que atenazan a Putin. Ni se cerró el clima de enfrentamiento (que hubiera exigido disolver la OTAN y crear un nuevo espacio europeo de Cooperación y Seguridad) ni se propició la creación de economías en la búsqueda del bienestar.
El papel de la Unión Europea en toda esta historia ha sido penoso. Incapaz de tener una propuesta propia, siempre a remolque de Estados Unidos. Dando por buena la extensión de occidente sin miramientos ni reflexión. No es casualidad que alguno de los mayores problemas internos de la propia UE provengan de países como Polonia y Hungría, con gobiernos claramente autoritarios. Ni que, al menos a corto plazo, vayan a ser los países europeos los damnificados directos en aspectos económicos de la propia guerra. Estamos emparedados entre los restos de dos imperios declinantes (pero que conservan una enorme capacidad letal) y tenemos unos gobernantes incapaces de desarrollar una política que garantice de verdad paz, bienestar y democracia.
… al sainete local
Comparado con lo de Ucrania, la crisis del PP es un juego de niños. Pero, localmente, ha sido un espectáculo que nadie esperaba. Ha puesto en evidencia varias cuestiones. Que el PP sigue siendo un nido de corrupción y su opción prioritaria tratar de esconderla. Que tenían un liderazgo inepto, que le venía grande a Casado y a sus colegas, los cuales fueron incapaces de adoptar una línea coherente ni de aunar voluntades cuando saltó el escándalo. Que Ayuso y los suyos son este espécimen de personas tóxicas que están dispuestas a todo con tal de imponer sus intereses. Por desgracia este tipo de personas los encontramos también en otros muchos espacios: no son patrimonio exclusivo de la derecha. En el partido el único pegamento firme es la posibilidad de mantener o pillar cargo y la mayoría de decisiones se adoptan en función de esto. Que el deterioro orgánico del PP es importante y está relacionado con la pérdida de monopolio del espacio de la derecha y de la frustración por la existencia de mayorías alternativas en el país. El error de Casero cuando les había salido bien la maniobra de la reforma laboral puede haber ahondado esta frustración. La crisis del PP abre nuevas incógnitas sobre el liderato de la derecha y el crecimiento de Vox genera nuevas dudas sobre su línea política.
Se trata de una historia local, muy diferente a la anterior. Aunque, al igual que la crisis internacional, su situación se enmarca en una dinámica relacionada con toda la evolución social nacida de la globalización, el final del capitalismo keynesiano. La mayor parte de la derecha europea que primero rompió el capitalismo regulado de postguerra, se asoció al neoliberalismo y la globalización ha entrado en crisis por la propia dinámica que esta opción ha desvelado. La misma corrupción que ha salpicado en muchos países (aunque en el caso del PP ya venía de marca) es en parte producto del enfoque ultraliberal, depredador, que han propugnado los ideólogos neoliberales. Aprovecharon a lo bestia la crisis de 2008-2010 y a cambio generaron nuevos problemas y contradicciones. Ello se ha traducido en la emergencia de una nueva derecha antiliberal, antidemocrática, identitaria, que quizás no tiene la capacidad de ofrecer una alternativa creíble, pero si la de desestabilizar no sólo a la derecha sino al conjunto de la sociedad. Por esto, tras habernos reído y avergonzado de las trifulcas peperas de los últimos días, debemos preocuparnos de hacia dónde nos va a llevar su crisis. Los buenos deseos de la gente de orden es que vuelva un partido de orden que ayude al PSOE a “centrar la política”, a domesticar un poco el capitalismo más insensato a un precio módico. Pero el lastre de la corrupción endémica, las dudas ante Vox, los propios tics derechistas y el desconcierto ante un gobierno de coalición que no se rompe a la primera no garantizan ni que se pueda dar una recomposición pacífica ni que la próxima vez el terremoto no nos afecte. Lo que pueda pasar en los procesos electorales de otros países, por ejemplo Francia, puede también decantar dinámicas aquí.
Mirando a la izquierda
Se trata de dos conflictos ajenos al enfrentamiento izquierda-derecha. Nadie considera a Putin defensor de otros intereses que no sean los de su oligarquía (aunque no se pueden descartar despistados de los que siempre necesitan apuntarse a uno de los dos mandos en pelea). Y, por tanto, esta es una guerra en la que sólo tenemos que tomar partido en contra de ella misma y sus promotores (como ya lo hicimos antes en todas esas guerras que vienen sucediéndose desde el inicio del período neoliberal). Por esto ahora cuando nos insultan nos tratan de ingenuos, de indocumentados. Y por esto hay que saber dar respuestas en una sociedad europea que va a vivir traumatizada la invasión de Ucrania, como antes vivió traumatizada los atentados yihadistas. El «No a la guerra» necesita reforzarse con ideas claras acerca de cómo evitar la violencia, la carrera armamentística y los intentos de convertir a los países ricos en ciudadelas con muros reforzados.
La pelea del PP es cosa de los otros. Pero en una sociedad donde los bloques políticos están consolidados sus escándalos no van a provocar grandes movimientos sociales. Es posible incluso que acaben reforzando las tendencias más inciviles, reaccionarias, de la derecha. El desconcierto ante los efectos de la globalización, sobre el impacto de la crisis ecológica, sobre movimientos migratorios de origen diverso (refugiados bélicos y climáticos, efecto llamada de la crisis demográfica, etc.), o sobre la crisis del patriarcado constituyen las bases sobre las que esta nueva derecha construye su fuerza. Y tiene una nueva oportunidad de reforzar su predicamento. Por esto mejor que después de pasar un buen rato con las desventuras del club de Génova, empecemos a preocuparnos por encontrar líneas de propuesta, de acción, de formación, de iniciativa para conseguir que no se produzca una reacción social que empeore aún más la situación.
La sequía ha derivado en tormenta tropical. Urge desarrollar las respuestas para que no acabe en desastre. Se acabó el espectáculo. Porque los peligros y los problemas que han generado estas explosiones siguen presentes y amenazantes.
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2022