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Cristina Fallarás

Ser mujer como quien tiene una finca

Me siento a escribir estas líneas recién llegada de la manifestación del Orgullo Crítico de Madrid. Miles de personas celebrando algo que algunos, algunas llaman «la diferencia». Celebrando lo que son. ¿Qué son? ¿Quién osa decirlo? ¿Quién que no sean esas mismas personas, cada una de ellas? ¿Tú osas? Yo no. ¿Tú osas decir lo que son?

Ah, la identidad, ese tema de nuestro tiempo, de nuevo en tránsito entre lo que permanece impuesto y lo que se abre camino. Porque se abre camino, nadie lo dude. Por lo pronto, esto era la manifestación de este lunes 28 de junio: fiesta, lucha, celebración, alegría, exhibición, reivindicación y orgullo. Orgullo de ser como somos. ¿Cómo somos? ¿Quién somos? ¿Quién osa decirlo?

Últimamente parece que ser mujer reporta tantísimos privilegios, supone tantísimas facilidades y tal vida regalada que cualquiera quiere serlo. Oh, sí, ser mujer, qué bicoca, se te abren todas las puertas, tienes todas las herramientas económicas, sociales, científicas a tu servicio, es un remanso de paz. Oh. Si ser mujer es jodido, imagínate ser trans. Vamos, un caramelo en esta sociedad que todavía huele a sotana, putero y cuartel. Al oír ciertas teorías sobre lo que se nos viene encima con la Ley Trans, me vienen a la cabeza los aspavientos contra el aborto o la eutanasia.

Cuando se iba a aprobar la Ley del aborto, uno de los argumentos más populares entre los conservadores y conservadoras era que, en cuanto entrara en vigor, todas íbamos a ir como locas a abortar. Vamos, como quien se va de copas. Lo mismo con la eutanasia, venga todos, todas a decidir matarnos. Qué frivolidad. A nadie le gusta abortar. A nadie le gusta elegir morir o ayudar a un ser querido a hacerlo. Pues lo mismo. ¿De verdad creen que una persona decide que es mujer o que es hombre, más allá de sus genitales, porque tiene ganitas de fiesta? Se trata de un proceso dificilísimo, árido, habitualmente en soledad, que en nuestra sociedad además conduce al rechazo, la exclusión y siempre a violencias de todo tipo. A quien lo dude, le recomiendo una conversación con alguna de las madres o padres que han acompañado a sus hijos, sus hijas en ese proceso: dolor, perplejidad, miedo, incomprensión, violencia, rechazo. Y sobre todo mucha, muchísima valentía.

En el caso que nos ocupa, subyace además la idea de propiedad. Parece que ser mujer es como tener una finca. Algo así como «este sitio es nuestro, nos pertenece, y tú no puedes entrar». Recuerdo que la primera vez que me enfrenté al asunto trans sentí una punzada de desconcierto. Luego, alguien dijo «sí, hombre, con lo que nos ha costado a nosotras llegar hasta donde hemos llegado, vienen estos y se quieren subir al carro». ¿A qué carro? Porque, subir por subir, mejor un Audi que este carro nuestro en el que la mula avanza a palos. «Corremos el peligro de que finjan ser mujeres para agredirnos», dijo otra. Como si lo necesitaran. Toda la vida nos han agredido los hombres (igual que a los y las trans, dicho sea de paso). ¿Por qué pues deberían desear ser mujeres justo para hacerlo?

Pero no se trata solo de esos argumentos que, con mayor o menor elaboración, se repiten en los círculos tránsfobos. Se trata de la propiedad. Hay quien considera que la identidad es de su propiedad, o sea una finca donde no puede entrar cualquiera. La paradoja (una más) del asunto es que sí se permitirá entrar a quienes hayan pasado por las manos de un médico, de una institución oficial. ¿Desde cuándo un médico o una institución oficial son los mejores aliados de las mujeres? ¿Desde cuándo son ellos quienes deciden sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas? ¿Se dan cuenta del brutal retroceso que supone semejante exigencia?

Esa idea de propiedad que subyace en los sectores del feminismo contrarios a la Ley Trans se opone a la soberanía de las personas sobre su identidad, nada más y nada menos, esa propiedad exige que se las convierta en enfermas, que un tercero decida quién son, qué son, para poder ser aceptados, aceptadas, en fin, para abrirles la puerta de su finca.

Solo aquella que cree poseer algo en exclusividad (el hecho de ser mujer, esa bonita finca) se arroga el derecho a decidir quién eres, qué eres. Qué osadía. Ah, la propiedad privada, quién nos lo iba a decir, compañeras.

Llego de una manifestación donde cada uno, cada una celebraba lo que es. ¿Qué es? ¿Quién es? ¿Osas tú decirlo?

[Fuente: Público]

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