La diferencia fundamental [de la cultura obrera] con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como la reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar… esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante.
Un séptimo hombre
Huerga y Fierro,
Madrid,
256 págs.
Antonio Madrid
Hace treinta años Berger escribió este texto y Mohr aportó las numerosas fotografías que en él aparecen. Narraron, con la palabra y con la imagen, la emigración de los años sesenta y setenta. Las experiencias recogidas en este libro ayudan a comprender cómo vivieron millones de personas en aquellos años. Al mismo tiempo, resulta impresionante comparar lo que se nos ofrece en este libro con la realidad en la que vivimos. Se trata de un libro espléndido que ayuda a mirar y a entender.
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2003