
Número 201 de mayo de 2021
Notas del mes
Por Albert Recio Andreu
Por José Ángel Lozoya Gómez
Por Juan-Ramón Capella
¿Capitalismo reformado? Comentario a dos planes
Por Albert Recio Andreu
Por José Manuel Barreal San Martín
En la muerte de Arcadi Oliveres
Por Joaquim Sempere
Ensayo
Qué es el liberalismo verde (y hacia dónde nos lleva)
Asier Arias
Las grandes olvidadas: las chicas de servir
Soledad Bengoechea
La victoria de las izquierdas en el 4-M
Antonio Antón
El extremista discreto
Más grande y menos marlaska y otras miserias miserables
El Lobo Feroz
De otras fuentes
El regreso de la filosofía de la historia
Fabio Ciaramelli
¿De qué hablamos desde los feminismos cuando hablamos de cuidados?
Matxalen Legarreta Iza
Ganar Madrid para salvar la educación
Agustín Moreno
Los elementos constitutivos de una derrota sindical
Jane McAlevey
Caldeando el ambiente en Ucrania y Taiwán
Rafael Poch
El amanecer feminista en la Segunda República
Elena Cabrera
La Biblioteca de Babel
En la pantalla
Comparecencia de Antonio Turiel en el Senado
Campañas
Manifestación de Hombres Contra las Violencias Machistas
Foro de Hombres por la Igualdad
...Y la lírica
Fascismo y ultraderecha
Albert Recio Andreu
I
Estamos en tiempos de grandes batallas. Al menos en Madrid, que a veces se confunde con España. Del “Comunismo o Libertad” hemos pasado al “Fascismo o Democracia”. Nos hace sentir jóvenes. Nos retrotrae a los años setenta, cuando luchábamos para acabar con la dictadura, y bastantes soñábamos con un horizonte comunista. Corremos el riesgo de interpretar la situación con ojos del pasado. Conviene que entendamos qué tienen en común la situación actual con las pasadas luchas antifascistas, y qué cosas han cambiado para entender adónde movernos.
El fascismo histórico fue producto de un cúmulo de situaciones específicas: La Primera Guerra Mundial; su brutalismo; sus enormes costes humanos y la mala forma como las potencias ganadoras se impusieron — con unas condiciones que, lejos de apaciguar, alentaron conflictos futuros (lo explicó Keynes, que en esto mostró una enorme intuición)—. La Guerra misma era producto de una arraigada cultura militarista que traducía el conflicto político en belicismo (en 1914 todos los estados mayores pensaban que iban a ganar, y que el conflicto duraría poco). Y una (también arraigada) cultura colonialista y patriotera que veía al otro como enemigo a liquidar (los “pogromos” antijudíos habían sido recurrentes antes del Holocausto). El fascismo fue también una reacción de las clases altas y los pequeños propietarios a la revolución rusa y a las revueltas obreras que proliferaron en varios países europeos. España no participó en la gran Guerra, pero tuvo su episodio bélico, de enorme brutalidad, en Marruecos (antes en Cuba). También tuvo unas élites muy reaccionarias y un conflicto social sangrante. El miedo a la revolución, o simplemente a la pérdida de algunas prebendas, se combinó con el poso de culturas reaccionarias preexistentes en la configuración del fascismo español.
Algunos de aquellos rasgos y condiciones históricos han cambiado y otros persisten. La cultura militarista, al menos en Europa occidental, está en franco declive, en especial en la izquierda. La mayoría de movimientos sociales son pacifistas, y ha desaparecido, casi del todo, la cultura de lucha armada que aún estuvo presente en décadas pasadas. La revolución no está en el horizonte, en parte desalentada por el fracaso del experimento soviético. No hay ninguna seguridad que este desaliento se vaya a mantener, pero al menos no parece que una revolución esté en el horizonte cercano.
El fascismo clásico, su cultura de los uniformes, su pulsión territorial, persiste sólo en grupos minoritarios. Lo que sí persiste con fuerza es una nueva extrema derecha que recoge muchos aspectos de la vieja tradición y la traduce a la nueva situación. Su peligro estriba, precisamente, en su cambio de envoltorio. Y en el error que puede suponer responderle con las viejas políticas. Los principales elementos de continuidad se encuentran en su desprecio y odio manifiesto a todo lo que está fuera de su entorno. Un odio clasista, sectario e inculto. Un desprecio que se traduce en brutalidad en las formas, en el uso sin complejos de mentiras y falsas acusaciones, en su inmisericorde tratamiento del resto. A veces de tal intensidad que es difícil de percibir por los que vivimos en un espacio diferenciado. Sólo detectable cuando tenemos ocasión de relacionarnos con la otra cara del espejo. En mi caso, por ejemplo, cuando en algún viaje me he presentado como profesor de universidad, lo que me ha servido de camuflaje para que pensaran que era “de los suyos”, o cuando alguien ha llegado a mi despacho universitario con poca información de quien tenía enfrente. La declaración más explícita me la hizo un alumno —piloto de Iberia, de familia militar— al que le adapté la fecha de un examen y que tras debatir amablemente concluyó que “no pensaba que hubiera gente de izquierdas tan buena persona”.
Este comportamiento, al menos en España, no se limita a la extrema derecha de Vox, sino que es común a buena parte del PP. También, en Catalunya, a sectores de la derecha catalana, como puede comprobarse con los exabruptos conocidos de personajes como Marta Ferrusola, Heribert Barrera o el ex president Torra. Controlan palancas de poder, recursos, medios de comunicación, y los utilizan sin piedad para imponer su poder. Esta nueva derecha comparte con la vieja derecha fascista (que abarcó toda la derecha europea, no solo en Alemania, también en democracias como Francia o Reino Unido) una obsesión racista que antes se concretaba en poblaciones largamente asentadas, y ahora se orienta más en la nueva inmigración extracomunitaria. También en esto hay concordancias entre la derecha española y catalana; la primera se focaliza en musulmanes, subsaharianos y latinos, la segunda en cualquiera de procedencia castellonohablante, aunque vale la pena recordar que el primer partido racista que alcanzó alguna presencia institucional —Plataforma per Catalunya— nació en alguno de los feudos de la derecha catalana y su fobia era anti-musulmana y anti-africana).
En sus objetivos finales hay también continuidad. La de imponer un marco institucional que mantenga sus privilegios y margine al resto. La apelación a lo nacional, al “nosotros-ellos”, tiene clara función instrumental orientada a neutralizar y dividir a parte de sus víctimas. Es un truco con una larga tradición de éxitos. Lo utilizó la derecha estadounidense con el macartismo, y lo usa hoy la derecha española con el constitucionalismo. En otros casos, la cuestión es mucho más variada. Es cierto que en toda la extrema derecha pululan sectores ligados al integrismo religioso, que a veces pueden ser muy letales, pero en otros muchos casos esta derecha acaba siendo mucho más tolerante porque sabe que los tiempos del capitalismo consumista se contradicen con el rigorismo religioso. El Trump abusón, mentiroso y depredador sexual es más representativo de esta nueva derecha que cualquier meapilas del Opus Dei.
Y, en España, esta nueva derecha, más peligrosa socialmente, la representa más un personaje como Díaz Ayuso que los brutos de Vox. En todo caso, su papel en la función será secundario, puede que en algún momento genere tensiones peligrosas, que consigan imponer alguna de sus estrafalarias y dañinas propuestas, pero no van a tener, en el contexto actual, el protagonismo esencial. El peligro no es el abrazo de Vox al PP, el peligro es la hegemonía del PP trumpista, del Junts per Catalunya trumpista. El peligro, en definitiva, es la hegemonía de esta nueva ultraderecha, a la vez autoritaria y dicharachera, elitista, depredadora, defensora del empleo para los de casa.
Basta evaluar lo que han representado los períodos de mayoría absoluta del PP para verlo: el desprecio a la oposición, la derogación de derechos sociales, la creación de circuitos educativos y sanitarios segregados, la gestión de la Covid… Una orientación que puede reforzarse si, como es posible, se reproducen los períodos críticos más allá de la Covid. Candidaturas a que ello ocurra hay unas cuantas: una nueva crisis de la deuda, una crisis energética profunda… Y su opción es sencilla y previsible, dejar que una parte creciente de la sociedad se despeñe para que siga su fiesta. Solo hay que mirar a muchas sociedades americanas del Norte y del Sur para saber de qué va el modelo.
II
Hay que reconocerle a Pablo Iglesias la osadía y la oportunidad de realizar dos maniobras orientadas a sacudir el proceso electoral de Madrid. Cuando decidió presentarse a las elecciones y cuando se fue del debate en la SER, señalando que no era un proceso electoral normal, sino que la convocatoria formaba parte de un proyecto reaccionario muy peligroso. La apelación a la amenaza fascista tiene la virtualidad de activar a una parte de la izquierda. Particularmente a la base electoral de Unidas Podemos, que participa de una cultura política en la que el antifascismo ha constituido un elemento esencial. El fascismo en todas sus variantes representa una de las experiencias más execrables de la historia humana, y cuenta con una enorme profusión de productos mediáticos que lo ilustran (posiblemente sea el fascismo español el que ha conseguido camuflar mejor sus crímenes), por lo que permite generar reacciones en muchas personas poco politizadas. Y si hace falta recordarlo, ahí están a diario las provocaciones de Vox y las salidas de tono de la propia Ayuso.
Es más dudoso que plantear la batalla en los términos de parar al fascismo vaya a ser suficiente para generar una movilización de los sectores de la clase obrera tradicionalmente abstencionista. Se trata de una situación endémica, de gente cuya experiencia vital está marcada tanto por una vida laboral y social zarandeada por muchas vicisitudes, como por una ausencia de experiencia y cultura política. Que posiblemente no se siente especialmente amenazada con la situación actual, que no percibe que se esté ante una situación de cambio particularmente radical. Sólo en situaciones donde está percepción de que hay un “peligro extremo”, real o simplemente percibido, puede provocarse un cambio de actitudes (cómo sí ocurrió en Catalunya en las dos elecciones regionales que se plantearon como un plebiscito independentista y que llevó, como reacción, a mucha gente a votar a Ciudadanos; a veces la gente opta por agarrarse a un clavo ardiente). No está clara que esta sea la situación de Madrid, a menos que en el paquete del fascismo se incluya toda la experiencia de la gestión sanitaria, la segregación educativa, el problema de la vivienda, etc.
A largo plazo, es aún más dudoso que situar la batalla en torno al fascismo vaya a ser la línea más útil para contrarrestar a la extrema derecha. Corremos el peligro de que nuestra historia, la cultura recibida, nos impidan pensar en una respuesta adecuada a los tiempos y eficaz frente a este nuevo monstruo autoritario. La nueva ultraderecha vive de combinar viejas culturas reaccionarias —el machismo, el racismo, la xenofobia, el autoritarismo patriarcal—, de explotar temores frente a situaciones nuevas —la inmigración extranjera, el feminismo, el ecologismo— y de explotar el malestar causado por el neoliberalismo y la globalización capitalista —el desempleo, la precariedad, el vaciamiento del mundo rural—. La construcción de esta amalgama se reduce a explotar lo nacional como el espacio donde resolver estos malestares y ofrecer una propuesta de gestión reaccionaria sobre todo contra todo lo que se percibe como enemigo de lo nacional.
Hay muchos campos donde este discurso tiene posibilidad de calar. Aunque es cierto que en España este discurso tiene más predicamento en las clases altas (no sólo en Madrid, también en Barcelona), pues es funcional a sus intereses, el combate real debe dirimirse en el resto de la sociedad, en especial en los sectores obreros más desfavorecidos. Y por eso lo prioritario es detectar estos núcleos de conflictos y darles respuestas adecuadas. También en eso la ausencia de políticas bien diseñadas se echa en falta. En muchos terrenos. Por ejemplo, las nuevas políticas del coche —justificadas para reducir la contaminación y basadas en establecer zonas de bajas emisiones y promover la compra de coches “limpios” (un mero eufemismo)— va a suponer un agravio comparativo para la gente con rentas bajas y menor capacidad adquisitiva en una sociedad donde el vehículo privado se considera un bien universal. Sin una política que combine una penalización más efectiva a todo tipo de coches (lo que exige una gran campaña cultural) y buenas políticas de movilidad y urbanismo que representen alternativas reales, las políticas pretendidamente ecológicas pueden generar otra masa de resentidos dispuestos a dejarse engatusar por la extrema derecha.
Hace demasiado tiempo que, con su demagogia, la nueva extrema derecha gana adeptos en muchos países. No se puede entender ni como un fenómeno pasajero ni como un retorno a una vieja nostalgia fascista. Tampoco como un espacio coherente. Es más bien una suma de descontentos, de miedos y de frustraciones guisados con viejas ideas reaccionarias, y reconstruido con una retórica pseudo-utópica de lo nacional. Con variantes según cada lugar. Frente a ello, la vieja retórica de la izquierda resulta bastante ineficiente, sobre todo porque no suele ir acompañado de políticas reales que ayuden a transformar la situación. También porque no ayudan muchas veces a generar una autoestima y una autonomía de acción a los sectores que más padecen las lacras del sistema. El discurso sobre la vulnerabilidad, sobre la necesidad de cualificación de la gente con pocos estudios, refuerzan estigmas y no ayudan a que la gente que los sufre se movilice en otras direcciones.
Hay que plantearse en serio la lucha contra la ultraderecha moderna. Y no nos podemos limitar a centrarnos en el espantajo del fascismo. Se requiere una intervención en muchos niveles. En desarrollar políticas bien pensadas, inclusivas allí donde se tiene poder. En reconstruir redes sociales en los barrios, pueblos y lugares de trabajo donde vive la gente que puede ser víctima potencial de esta ultraderecha. Por decirlo de una forma un poco brusca: hacen falta más sindicalistas y cuadros vecinales y locales que activistas en movimientos identitarios (se pueden defender muchos derechos básicos en esos lugares, a menudo con más posibilidades que encerrados en pequeños colectivos). Hay que generar movimientos que expresen el valor positivo de la gente, como ha conseguido el “Black Lives Matter”. Y, en este sentido la pandemia ha sido una oportunidad de mostrar que la gente corriente, la “poco cualificada”, la ignorada, es la que se ha demostrado esencial para impedir que la tragedia se convirtiera en hecatombe social. No es ni fácil ni inmediato. Ni contradictorio con plantear batallas como la actual de Madrid. Pero es necesario para frenar una deriva social que hace demasiados años que está presente, y frente a la que las respuestas tradicionales han tenido poca capacidad de contrarrestar.
Todo esto deseando, sinceramente, que el día 4 de mayo en Madrid las encuestas fallen y la vieja y la nueva ultraderecha resulten derrotadas.
29/4/2021
Imprescindibles
Grupos de hombres por la igualdad
José Ángel Lozoya Gómez
Los 'hombres por la igualdad' somos un movimiento social atípico porque nos articulamos en torno a renunciar a nuestros privilegios y a denunciar el daño que estos privilegios causan a las mujeres y a algunos hombres. Llamamos a asumir responsabilidades y a ceder poder, y buscamos algo tan complicado como movilizar a los hombres contra las injusticias de las que somos beneficiarios, conscientes de que estar por la igualdad implica que nuestra prioridad sea la lucha contra las desigualdades.
Sabemos que somos herederos del patriarcado y de la socialización masculina, pero también sabemos que no existe un enemigo exterior al que culpar del precio que pagamos por ir de machos por la vida, y que no debemos buscar nuestra felicidad sin mejorar al mismo tiempo la vida de las mujeres y de los hombres que sufren desigualdades de género. No es que no haya cosas que se puedan hacer para acelerar el cambio de los hombres hacia la igualdad, con el menor sufrimiento posible, desde las políticas de igualdad, salud, servicios sociales, trabajo…, sino que hemos de asegurarnos de que al aplicarlas se reducen las desigualdades de poder. Por eso es importante explicar bien cómo se consigue esto con los Permisos Iguales e Intransferibles por Nacimiento o Adopción, con la participación equilibrada de hombres y mujeres, con las políticas que promueven la incorporación de los hombres a la lucha por la igualdad o con la coeducación que, a partir de la diferente socialización que reciben niñas y niños, fomente valores universales para evitar que la “igualdad de género” se construya exclusivamente en torno a los modelos masculinos.
El cambio de los hombres, lento pero innegable, se debe a la presión del movimiento de mujeres y a nuestras propias reflexiones. Sus reivindicaciones nos ponen ante el dilema de aceptarlas y apoyarlas, oponernos a ellas, o adaptarnos a la presión de nuestro entorno. A mediados de los años ochenta empezaron a surgir grupos de hombres —en Valencia, Sevilla o Bilbao— que se planteaban la necesidad de revisar críticamente los modelos masculinos. Fue un proceso espontáneo que demuestra que respondían a una necesidad objetiva planteada por el cambio de las mujeres, y fueron sin pretenderlo el germen de un movimiento de hombres por la igualdad [MHX=], aunque tuvieron que pasar varios años para que supieran los unos de los otros y empezaran a coordinarse.
Estos grupos ofrecían la posibilidad de hablar de todo aquello que no solía surgir en las conversaciones con los amigos. Eran un espacio de intimidad y confianza al que estábamos poco habituados, y permitían compartir experiencias o sentimientos difíciles de contar fuera de ellos. Hablábamos de los temas que nos interesaban a partir de nuestras vivencias y nos sorprendíamos cuando estas eran similares a las vividas por otros miembros del grupo. Descubríamos lo que no queríamos ser y empezamos a intuir cómo ser más felices, al tiempo que más igualitarios en nuestras relaciones con las mujeres y con el resto de los hombres.
Mantuvimos diálogos que nos ayudaban a enriquecer los argumentos de quienes dedicábamos parte de nuestras energías al activismo, aunque fue el asesinato de Ana Orantes lo que nos animó (al grupo de hombres de Sevilla) a salir al espacio público para acabar con el silencio, ese silencio cómplice que permitía a los victimarios pensar que contaban con el apoyo implícito de la mayoría de los varones. Salimos a la calle a recabar la adhesión de otros hombres a un manifiesto de “hombres contra la violencia ejercida por hombres contra las mujeres” y poner en circulación un lazo blanco (no sabíamos entonces que con el lazo blanco reproducíamos una iniciativa anterior impulsada por hombres canadienses).
Desde entonces han sido muchos los grupos que han aparecido por todo el Estado. Con comienzos originales, trayectorias diferentes, duraciones variables y finales imprevisibles, han supuesto para la mayoría de sus participantes una experiencia que los ha hecho más empáticos e igualitarios. Han sido un caldo de cultivo que ha hecho a sus miembros más corresponsables en el ámbito de lo privado, y al mismo tiempo han sido el germen de la mayoría de las asociaciones, redes y grupos mixtos que hoy se plantean la necesidad de trabajar por el cambio de los hombres.
Vemos que en la actualidad se acelera la necesidad de trabajar con los hombres: aparecen muchos libros sobre los hombres y algunos se colocan en las listas de éxitos; la universidad se va incorporando al estudio de las masculinidades; se crea un observatorio académico sobre masculinidades y un título de Especialista Universitario en Masculinidades, Género e Igualdad; se establecen en la península organizaciones trasnacionales como Promundo o MenEngage (que está impulsando la elaboración de una agenda feminista para hombres) y en Sevilla se prepara este año un 21 de octubre (#21oct21) que promete ser sonado.
Es un interés renovado motivado por el empuje de nuestro movimiento, la necesidad de aplicar las recomendaciones internacionales y la exigencia de construir un cortafuego al discurso neomachista de la extrema derecha. Una necesidad de animar a los hombres a la igualdad que parece estar llegando por fin a la agenda de nuevas instituciones públicas y de grandes empresas muy masculinizadas que han de aplicar los planes de igualdad. Se puede decir que el trabajo con los hombres empieza a ser un nicho de trabajo emergente; esto coincide con la iniciativa de agentes de igualdad y consultorías de género que piden la regulación de la profesión, solicitando un sistema público de homologación que evite el intrusismo.
Lo cierto es que estamos ante un discurso cada vez más académico y profesionalizado que ojalá nos ayude a acelerar el cambio, aunque quizá sea a costa de reducir la diversidad de temas de interés que es propia de los grupos de hombres. Estos grupos implican a una pluralidad de hombres y generan una empatía exenta de complicidad desde la que discutir las resistencias y las dificultades que se dan en el camino hacia la igualdad. Quizá esas cualidades para detectar y cambiar actitudes personales hacen que los grupos de hombres sigan siendo más necesarios que nunca, tan insustituibles como imprescindibles.
Sevilla, abril de 2021
[José Ángel Lozoya Gómez es miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad]
5/2021
Atropellos paisajísticos
Soria; Cabo de Gata
Juan-Ramón Capella
Hay en España al menos dos especies peligrosas: la de los promotores inmobiliarios y la de los ediles que les bailan el agua. Unos son sujetos privados y los otros hombres públicos. P... ambos. El paisaje se destruye pero los ayuntamientos recaudan más por el ibi.
Ahora se vuelve a poner en cuestión el ámbito del cabo de Gata, cerca de Almería, solo dos minutos después de que los tribunales acabaran, por fin, con la urbanización del Algarrobico, con su enorme complejo hotelero.
Parece que el ayuntamiento de Níjar ha aprobado ahora edificaciones en su término municipal.
El gobierno debe proteger de una vez y definitivamente como Parque Nacional la zona que circunda al Cabo de Gata por el norte y por el sur, uno de los pocos espacios naturales de gran valor que quedan en España. La Unesco lo ha visto, por lo visto, antes que los gobiernos de España y de la Junta de Andalucía, cuyos ministros (o lo que sea) de cultura (o lo que burocráticamente corresponda) deben de hacer siestas prolongadas.
A ese atropello viene a sumarse ahora, una vez más, el malhadado Ayuntamiento de Soria, que pretende urbanizar la orilla derecha del Duero frente al camino entre San Polo y San Saturio, ese camino que viene sufriendo ataques recurrentes desde hace muchísimos años.
Se trata del paseo o camino, según se quiera ver, entre las ermitas de San Polo y San Saturio, en la margen izquierda del Duero a su paso ante la ciudad castellana. Ese remanso de paz inolvidable que recorriera tantas veces don Antonio Machado.
Hace muchos años las fuerzas vivas culturales de todo el país hubieron de mobilizarse para impedir que se construyera una autopista por la margen derecha del río; por raro azar, entonces ganamos los buenos; la autopista no se construyó por allí —en realidad, ¿para qué necesita autopistas la tranquila economía soriana? Hoy ya las tiene, pero pasan por otro lado. ¿Para qué precisa un túnel como el que ha construido el Ayuntamiento? ¿No hay en Soria necesidades sociales sin cubrir?—.
Luego del proyecto autopistero al camino entre San Polo y san Saturio le alcanzó otra peste: la que despedía una fábrica de chorizos en la margen derecha, al volver ingrato el lugar, que olía a cuerno quemado. Pero por fortuna lo de los chorizos, con el tiempo, pasó.
Pasó para dejar paso a la idea analfabeta de asfaltar el camino. Por lo visto algunos sorianos quieren casarse en la ermita de San Saturio —la deben preferir a la iglesia de Santo Domingo, de fabuloso pórtico—, y, claro, han de ir en automóvil. Se perdió con ello uno de los elementos del encanto del paseo: el ruido de las hojas al caer y rodar sobre la tierra, como en los tiempos en que don Antonio Machado paseaba por allí. El asfalto sigue sobre el camino: el Ayuntamiento hace oidos sordos a las peticiones de volver a dejarlo como estaba.
Lo que se quiere hacer ahora en ese paisaje es urbanizar la orilla derecha. San Saturio seguiría igual de asfaltado, pero el paisaje quedaría destruido para los paseantes, que verían edificaciones en vez de Naturaleza.
La cosa tiene además su lado clasista: los pudientes que se hicieran con las proyectadas viviendas tendrían ante sus balcones —ya que no se verían a sí mismos—un hermoso paisaje: el Duero, ante ellos, y al otro lado el paseo entre San Polo y San Saturio, que los pobres ya no podríamos disfrutar.
Sugiero que se tomen cartas en el asunto: quien sepa poner en marcha recogidas de firmas de protesta por internet, dirigidas al Alcalde de Soria, que lo haga; los que no sabemos hacer eso podemos enviarle al Ínclito y Excmo. Sr. Alcalde de Soria tarjetas postales expresándole nuestra opinión.
¡Triste y fatigoso es luchar por cosas tan elementales como los paisajes!
25/4/2021
¿Capitalismo reformado? Comentario a dos planes
Cuaderno de augurios: 20
Albert Recio Andreu
I
Si uno es optimista por naturaleza (o por necesidad tras tantos años de negrura), el plan Biden (de momento una declaración de intenciones que habrá que ver qué recorrido tiene) y la música que lo acompaña son una buena noticia. Y si uno está dispuesto a venirse arriba en su optimismo, puede considerar que el plan español constituye la primera entrega de un Green New Deal. Volvemos a Keynes y nos alejamos del neoliberalismo.
Es cierto que en ambos casos la retórica y alguna de las propuestas representan una clara inflexión cultural: en lugar de una confianza ciega en el mercado, las políticas y las inversiones públicas juegan un papel central, se reconoce la relevancia de las cuestiones ambientales, se incluyen los cuidados como un elemento esencial de ambos planes, se admite la existencia de desigualdades intolerables y se apunta a revertirlas, se habla de reformas fiscales (con propuestas más claras en el caso del de Biden) y de políticas industriales, etc. Si nos limitamos a este aspecto declarativo, hay en efecto un cierto cambio. Refleja, entre otras cosas, que muchas acciones de movimientos sociales diversos (sindicales, ecologistas, feministas...) han conseguido cuando menos influir en los discursos y las propuestas políticas, así como los continuos fracasos de las políticas neoliberales y una cierta autocrítica de alguno de sus principales defensores. Lo que ya no está tan claro es si se trata de un discurso lleno de buenas intenciones o hay algo más.
II
El plan Biden (se puede consultar aquí) es, fundamentalmente, una propuesta de corte keynesiano clásico: un potente plan de inversiones orientado sobre todo a reforzar una amplia gama de infraestructuras muy deterioradas por años de subinversión: carreteras, puentes, puertos, edificios públicos, redes de banda ancha, vivienda... Hace mucho tiempo que el país sufre graves situaciones que justifican de sobra estas inversiones. Las desastrosas inundaciones de Nueva Orleans, los problemas con las redes eléctricas y los apagones en diversos estados son ejemplos de unas infraestructuras colapsadas y mal conservadas. El retrato que hace el documento resulta devastador cuando, por ejemplo, se refiere a la necesidad de invertir en todo el ciclo del agua para garantizar su calidad. Es posible que, además, este programa de inversiones esté diseñado para mejorar las condiciones de vida en el vasto mundo rural, el principal granero de votos de la derecha. Hay también alusiones, cómo no, a las mejoras medioambientales y a políticas industriales que quedan sin definir.
Más allá de estas cuestiones que pueden considerarse “clásicas” del Estado promotor, hay tres novedades esenciales que merece la pena comentar. En primer lugar, la consideración de que hay que generar un sistema de cuidados con buenas condiciones laborales. Para ello se anuncia la creación de un sistema de financiación a través de Medicaid, el mecanismo que financia el acceso de los jubilados a la sanidad. La necesidad de un buen sistema de cuidados es una consecuencia clara del crecimiento de la población de edad avanzada, reforzado en el caso estadounidense por que se trata de una sociedad donde las familias suelen desempeñar un papel marginal como redes de apoyo. El creciente reconocimiento del papel de los cuidados resulta relevante en diversos aspectos. Durante mucho tiempo el pensamiento económico dominante ha ignorado tanto la necesidad de cuidados como el papel que juega la actividad no mercantil, el trabajo doméstico. También durante muchos años la economía oficial ha centrado la cuestión del envejecimiento en el tema de las pensiones, de su sostenibilidad, de su coste financiero. No ha advertido que una sociedad con gente envejecida, en la que proliferan patologías y en la que casi siempre se produce un proceso de deterioro progresivo, genera a su vez necesidades crecientes de cuidados. Ahora se está produciendo un cambio de sensibilidad. En el caso del plan Biden se reconocen, además, la baja calidad y los bajos salarios que suelen acompañar a estas actividades, la necesidad de mejora, aunque ahí la propuesta queda en el limbo de las buenas intenciones. La única forma de garantizar buenos servicios universales y buenas condiciones laborales pasaría por el establecimiento de algún sistema de cuidados nacional que está fuera de la política estadounidense (y posiblemente de la mayoría de los países europeos). De hecho, la propuesta de promocionar el servicio a través de Medicaid es una renuncia explícita a ello. En Estados Unidos tampoco hay un sistema nacional de salud. Medicaid lo que hace es dar fondos a la gente para que contrate seguros privados, que son los que de hecho controlan el sistema junto con la red de sanidad privada y que han constituido un espacio donde proliferan las malas prácticas. Cuesta creer que el mismo modelo aplicado a los cuidados vaya a dar mejores resultados en cuanto a calidad de servicios y condiciones laborales.
La segunda novedad es el objetivo de mejorar las condiciones laborales y aquellas en que se realiza la actividad sindical. En el plano de las intenciones es una novedad relevante, posiblemente un reflejo de los compromisos que Biden ha tenido que alcanzar para ganarse el apoyo del ala izquierda del Partido Demócrata. En todo el mundo hay evidencias de que el nivel de desigualdad salarial en cada país está relacionado con la influencia que tienen los sindicatos: a mayor influencia, menor desigualdad. Estados Unidos es un territorio con un largo historial de fuerte hostilidad patronal hacia la acción sindical. Sólo en el período del New Deal, y en respuesta a una enorme movilización social, los sindicatos consiguieron leyes favorables a su implantación, pero tras la Segunda Guerra Mundial volvieron a aprobarse leyes antisindicales con la excusa del derecho al trabajo. El macartismo no sólo fue una política orientada a eliminar intelectuales y artistas críticos, sino que jugó también un importante papel represivo en las organizaciones sindicales. Tras la victoria de Reagan, esta presión antisindical se reforzó y prácticamente desmanteló a las organizaciones obreras en gran parte del sector privado. Casi todas las empresas punteras son abiertamente antisindicales. Cuentan en su favor con un sistema legal que sólo garantiza presencia sindical si un grupo de trabajadores pide su creación y consigue que la mayoría de los empleados voten a favor de la propuesta. Es un proceso largo y enrevesado que permite a las empresas manipular los resultados con todo tipo de instrumentos (propaganda, represión, coacciones, compra de voluntades...), y que a menudo cuenta con la complicidad de los jueces locales, que dan carta blanca a todas las maniobras de la empresa. La reciente derrota de los sindicatos en el centro de Amazon en Bessemer (Alabama) es un caso más de los muchos que jalonan la vida laboral norteamericana. Si bien comercial, el filme Norma Rae lo explicó bastante bien, aunque en este caso con final feliz. (Cuando se estrenó, a finales de los años setenta, mi compañera, sindicalista, fue a verla con unas amigas. Cuando le pregunté por la película me comentó que no entendía que el conflicto fuera sólo por la creación del sindicato y no por una reivindicación. Para una sindicalista española sin información del modelo estadounidense era difícil captar que en un país teóricamente democrático fuera tan difícil crear un sindicato en una empresa.) Para que la propuesta se materialice hace falta una reforma legal profunda que, dada la composición del Senado y del Congreso, es improbable que llegue a buen término. Habrá que ver si se trata sólo de un guiño bienintencionado o si al final, con la fuerza del Me Too o del Black Lives Matter, se genera algún proceso que provoque un cambio profundo.
La tercera novedad es la apelación a un aumento del impuesto de sociedades y la propuesta de establecer un impuesto mínimo a las empresas a escala internacional. Tras años de recortes es sin duda una buena idea. A veces la necesidad provoca respuestas adecuadas, y los excesos y abusos de las grandes corporaciones han alcanzado tal nivel que favorecen este nuevo clima fiscal. Habrá que ver si finalmente estas propuestas se imponen o si las alianzas de las grandes empresas con los principales paraísos fiscales (Reino Unido, Irlanda —una vez un sociólogo británico afincado en Dublín nos explicó que el poder real del país está en Boston—, Países Bajos, Luxemburgo...) echan por tierra esta mínima propuesta reformista. No deja de ser irónico que sea un senador de Delaware, el mayor paraíso fiscal de Estados Unidos, quien proponga medidas para reducir su impacto.
En suma, keynesianismo bienintencionado pero dudas enormes acerca del recorrido que puedan tener las propuestas más interesantes.
III
El Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia presentado por el Gobierno español tiene otro tono y obedece a una lógica algo distinta. Es un texto farragoso en el que los mismos conceptos se repiten una y otra vez en presentaciones diferentes y en que las intenciones son siempre muy superiores a la concreción.
En teoría se trata de un programa ambicioso que reconoce la existencia de problemas estructurales en la economía y la sociedad españolas y que identifica diez grandes espacios de transformación: agenda urbana y rural, infraestructura y ecosistemas resilientes, transición energética justa, administración del siglo XXI, modernización, digitalización y tejido industrial, pacto por la ciencia y la innovación, educación y formación profesional, nueva economía de los cuidados y política de empleo, impulso a la cultura y el deporte, y modernización del sistema fiscal. Al leer la relación y los subapartados, no queda claro si estamos ante un ambicioso proyecto de transformación o simplemente se ha tratado de incluirlo todo para contentar a las diferentes sensibilidades del Gobierno y a los distintos agentes sociales.
Según las previsiones de fondo para cada componente del plan, la parte del león se dedica a las líneas de digitalización y modernización del tejido productivo (23,1%), a agenda urbana y movilidad sostenible (20,7%, básicamente movilidad sostenible y rehabilitación de viviendas) y a infraestructuras y ecosistemas resilientes (15%, donde la movilidad es la partida mejor dotada). No hay grandes concreciones ni ideas sobre qué modelo de movilidad se pretende ni sobre otras muchas cuestiones. Especialmente hueca es la propuesta de reforma fiscal. De hecho, no parece que exista un plan claro del Gobierno acerca de cómo concretar este plan. Queda pendiente de las propuestas que emerjan del mundo empresarial (a través de catorce presentaciones de manifestaciones de interés para temas específicos) y de las Comunidades Autónomas y las entidades locales (a través de tres líneas de propuesta), lo que puede condicionar mucho el tipo de iniciativas que al final se concreten.
Se puede estar de acuerdo con muchas de las propuestas genéricas, pero como éstas pueden concretarse de multitud de formas, lo que cuenta es cuál será la orientación final. Por poner un ejemplo concreto: hablar de cambiar el modelo de movilidad sin especificar si se pretende simplemente alterar la fuente energética del modelo actual o transformar por completo el modelo incentivando el transporte público y reduciendo una movilidad insostenible, resulta muy ambiguo. Y, en este caso, en el texto hay muchas pistas que apuntan a que la opción es favorable al primer modelo, pues explícitamente se incluyen muchas propuestas orientadas a la creación de puntos de recarga, al hidrógeno sostenible para vehículos pesados o a la generalización de las zonas de bajas emisiones (que contrasta con las escasas referencias al transporte público o las nulas a los peajes urbanos). Es una orientación reforzada por el anuncio de un nuevo Plan Moves que concede suculentas subvenciones (de hasta 9.000 euros) a los compradores de vehículos eléctricos.
Si alguna concreción cabe deducir del documento es el persistente recurso a la tecnología digital como cambio en la mayoría de las líneas. Es una visión acrítica que ni siquiera tiene en consideración las posibilidades materiales de llevarla a cabo dado lo que vamos sabiendo de la crisis energética y de materiales. Tampoco hay ninguna reflexión sobre los impactos sociales de la digitalización. Es una visión acrítica que obedece tanto a las ideas del establishment científico-técnico y a los intereses de grandes grupos empresariales como, seguramente, a las propias ideas de los políticos. Llevamos muchos años de desarrollo tecnológico y científico, imbuidos de una cultura de progreso y crecimiento sostenido, y es difícil que a corto plazo las ideas cambien con facilidad, máxime cuando las ideas dominantes están sostenidas desde grandes instituciones —la Unión Europea, la OCDE, el FMI— que tienen una enorme capacidad de influir y condicionar las líneas de actuación que se adopten. Todo parece indicar que la concreción irá más en la línea que planteen los grupos económicos dominantes que hacia un giro más radical y alternativo.
IV
Comparadas con propuestas anteriores, éstas incluyen algunas buenas intenciones, aunque parece que en muchos casos tienen más que ver con necesidades de legitimación ante problemas que no se pueden esconder que con una reflexión profunda sobre su naturaleza. Las enormes y crecientes desigualdades sociales y la crisis ecológica, para mí las dos cuestiones centrales que debería abordar la política económica, difícilmente van a resolverse con lo planteado. En algunos casos pueden incluso empeorar, como en el de las infraestructuras inadecuadas, o en el del modelo del coche eléctrico y las zonas de baja emisión, o en el de la digitalización, que puede redundar en desigualdades diversas (lo de la brecha digital es sólo una parte del problema, y a menudo se puede convertir en otro motivo de estigmatización de los pobres). Siguen faltando una comprensión completa de los problemas ecológicos y una reflexión sobre los mecanismos que generan desigualdades profundas. Por ejemplo, nadie reconoce que en temas como el de los cuidados una parte de la indignidad de las condiciones laborales radica en unas políticas migratorias generadoras de exclusión (ni nadie repara en que estas mismas migraciones pueden facilitar la transición demográfica, pues la demografía se sigue pensando en clave local).
A corto plazo los ganadores van a ser, sin duda, los grandes grupos empresariales. No puede ser de otro modo, pues tienen el acceso a los mercados financieros, los conocimientos, la capacidad organizativa, las conexiones políticas y las ideas que van a funcionar. Posiblemente muchos de los proyectos ya estén pensados para cubrir sus demandas. El capitalismo es hoy una compleja trama de grandes organizaciones que interaccionan entre sí y con el Estado y que realmente tratan de conformar el mundo a sus intereses. Que a pesar de ello alguna de las cuestiones planteadas vayan en beneficio del conjunto depende de la capacidad de presión e influencia que podamos seguir ejerciendo desde movimientos sociales e instituciones diversas. Y ello va a ser esencial para conseguir que los elementos más interesantes de estas propuestas, como una reforma fiscal progresiva o del marco institucional de las relaciones laborales, puedan llegar a buen puerto.
V
Para la izquierda alternativa y para muchos movimientos sociales es fácil analizar estos planes, criticarlos duramente y decir que no son adecuados. Lo llevamos haciendo desde hace mucho tiempo. Ello refleja, a la vez, nuestra capacidad crítica y nuestra impotencia. Capacidad crítica porque, en efecto, estamos saturados de propuestas que incluyen bellos objetivos, pero que casi siempre los olvidan y en el peor de los casos los combaten. En el marco actual de hegemonía capitalista, en lo cultural y lo organizativo, con una conciencia ecológica e igualitaria débil, lo más probable es que las políticas tengan más de continuidad que de transformación. Y muchas de nuestras críticas son certeras y pertinentes.
Sin embargo, refleja también nuestra impotencia para presentar proyectos que trasciendan estos límites. Los proyectos del poder no tienen ante sí propuestas serias y coherentes que planteen una transición social y ecológica aceptable. Somos organizativamente demasiado débiles, sin recursos suficientes, demasiado poco cooperativos para desarrollar estas propuestas, para popularizarlas, para tejer alianzas que trasciendan al pequeño mundo de la izquierda. No es culpa nuestra que seamos tan débiles; somos un reflejo de las desigualdades que engendra el sistema. Pero sí tenemos una responsabilidad que nos atañe, la de pensar que para tener alternativas, por provisionales que sean (un plan nunca se cumple como está previsto, es sobre todo una buena base de orientación), mucha gente tiene que cooperar para hallar propuestas satisfactorias. Sobran en nuestras filas los Peter Pan que se limitan a criticar las maldades del capitalismo esperando que caiga como fruta madura y sobran los aspirantes a montar su propio negociado en forma de movimiento social o político sectario.
Si en algo los planes que comento introducen alguna novedad aceptable es precisamente porque ha habido movimientos que llevan años presionando, haciendo propuestas, creando culturas que obligan a transformar las propias formulaciones dominantes. Lo que hace falta ahora es que estas iniciativas avancen en un proceso más intenso de elaboración colectiva y permitan imponer propuestas que vayan más allá de las pacatas y en parte erróneas de los planes actuales. Porque la crisis ecológica y la social seguirán estando ahí.
30/4/2021
La eucaristía del examen
José Manuel Barreal San Martín
"Sí, tengo sobresalientes y notables en muchas asignaturas, pero no me acuerdo de nada de lo que estudié. Memorizo para los exámenes, pero me olvido después". Esta reflexión se puede oír en boca de estudiantes de la ESO, y no parece que importe mucho a quienes fomentan la memorización como único método de estudio. No se pretende aquí negar la importancia de la memoria, sino cuestionarla como principal vehículo para el progreso académico. Y más cuando desde edades tempranas es propiciada en el aula como instrumento de evaluación de un conocimiento de dudoso uso posterior, tanto académica como prácticamente.
Viene a cuento lo anterior por las quejas de madres y padres, no sin razón, ante el aluvión de exámenes a que, con la justificación de su necesidad para evaluar conocimientos, está siendo sometido el alumnado tanto de Primaria como de la ESO.
Los exámenes son, desde siempre, un tema muy debatido y que genera posiciones encontradas y hasta interesadas en algunos colectivos. Interesadas, porque suelen sacar de apuros a muchos profesores y profesoras que aprecian en el examen el único elemento objetivable para la calificación. Para ellos, el resto no cuenta.
La pregunta es si el examen es la única forma de evaluar. Porque alternativas a los exámenes clásicos, las hay (otra cosa es que el profesorado y la administración educativa las encuentre viables) y está claro que el proceso de aprendizaje va mucho más allá de los exámenes (multiplicados con la pandemia y las clases en línea).
No es racional ni sostenible que se justifique "la eucaristía del examen" y su casi diaria puesta en escena argumentando que su práctica "prepara para la vida adulta". Lo que no significa negar que a veces haya que pasar por situaciones en las que un determinado trabajo exija algún concurso o experiencia acreditada para acceder al mismo (como sucede con las oposiciones en la enseñanza o las de MIR, o con las obligadas evaluaciones de los famosos másteres).
Lo que aquí se cuestiona es el abuso del examen como método de evaluación en las edades de la infancia y de la juventud, el perder de vista que sólo se trata de una parte del proceso de aprendizaje del alumnado.
Puede que sea exagerado señalar que, en la infancia y la adolescencia, el examen genera humillación, al menos de forma generalizada, pero no lo es recordar que produce sufrimiento y una innecesaria situación de estrés que no guarda un equilibrio con la supuesta adquisición de conocimiento que se le reconoce.
Hay alternativas al examen clásico. Son muchas y muy peculiares. Quien esto escribe puso en práctica algunas con otros compañeros y compañeras, sin por ello desviarnos de las exigencias que nos marcaba, igual que ahora, el Ministerio de Educación (en aquel tiempo, solo se nos exigían exámenes escritos en las evaluaciones de promoción de ciclo o etapa, elaborados con criterios objetivos en previsión de eventuales reclamaciones). Entre ellas, dos son las que a mi juicio desarrollan la evaluación democrática exigida para un cambio de modelo educativo en el aula que sitúe al alumnado como protagonista del proceso de enseñanza, en paridad con el profesorado, sin que éste quede relegado, como espúriamente se dice desde sectores conservadores, al “mandato” del alumnado. Se trata de la evaluación y enseñanza mediante el "Aprendizaje Cooperativo” y “Aprendizaje por Proyectos". Dos alternativas que aun presentándose por separado se retroalimentan y se funden en un método que hace la enseñanza menos rígida, más democrática e inclusiva. Un aspecto central de las mismas es que su programación se puede llevar a cabo de maneras diferentes, adaptándose a los intereses del alumnado. Su duración puede ser de un curso completo o por trimestres, varía en función del qué y del cómo del proyecto. Los y las estudiantes desarrollan habilidades organizativas a través del propio proyecto, como la gestión de recursos y del tiempo: al tener una naturaleza colaborativa, la negociación entre quienes realizan el proyecto es imprescindible para la toma de decisiones en el desarrollo del trabajo propuesto.
Por no extenderme, ya que es más prolijo que lo dicho hasta aquí, expongo muy resumidamente algunos pasos imprescindibles para un Proyecto Colaborativo como alternativa a la ecuación "enseñanza/memoria= calificación/nota".
En principio, no deberían de desaparecer los tres tiempos de la evaluación (la inicial, la procesual y la final). Pero éstos deberían adaptarse a la evolución de cada alumna y alumno en relación a lo que ellos mismos, en diálogo con el profesorado, habían planteado desde el inicio que podrían conseguir. Dicha evolución puede determinar alternativas evaluatorias que sirvan para establecer los criterios de una evaluación focalizada, permitiendo que todos los trabajos sean evaluados bajo las mismas reglas. Unas reglas que emplean instrumentos como la coevaluación, para evitar que quien es evaluado se sienta vulnerable o criticado, o el Diario de clase, imprescindible para la evaluación abierta y formativa que se propone.
Los exámenes en edades tempranas, como la actual enseñanza en línea, son la antesala de la falacia de la igualdad de oportunidades. No son precisamente medios para construir una sociedad más democrática, más solidaria y más justa a través de la escuela, como se dice desear. No lo son porque sencillamente provocan exclusión y desconfianza hacia el futuro. Son una manera muy limitada y pobre de encarar la complejidad de la educación y su correlato: el aprendizaje.
En definitiva, la educación pública es la que puede enseñar y educar a las hijas e hijos de las clases populares en valores colectivos, frente a los particulares de la clase dirigente, para el futuro desempeño de actividades socialmente responsables. Pero para alcanzar esa meta es preciso el fomento del trabajo colectivo. Una cosa es que el conocimiento sea cada vez más importante para intentar cambiar el mundo. Otra bien distinta la "memorización" del conocimiento exigida en los exámenes. La comprensión del entorno que nos rodea no es un ejercicio memorístico, sino que exige adentrarse en la historicidad y el carácter interrelacionado de los problemas. Eso es lo que debería ponerse en primer plano en la escuela, al menos si se quiere una juventud capaz de transformar en el futuro la sociedad de hoy. En la educación pública obligatoria las niñas, niños y adolescentes deben encontrar todas las posibilidades para que su futuro sea menos doloroso que su presente, tanto social como económicamente. Y una evaluación democrática, continua y no individualizada ni competitiva sería, en este sentido, una herramienta eficaz.
Lo contrario sólo puede comportar más competitividad e individualización, con la consiguiente reproducción de la estratificación de los sectores sociales.
25/4/2021
En la muerte de Arcadi Oliveres
Joaquim Sempere
A la edad de 76 años ha muerto Arcadi Oliveres en su domicilio de Sant Cugat del Vallès, de un cáncer de páncreas. Los médicos le habían anunciado lo irremediable del proceso dos meses largos antes de su muerte, y él decidió vivir esos dos meses con una plena consciencia y aceptación del final, con un vivo recuerdo hacia su hijo Marcel muerto diez años antes, también de cáncer, a los 28 años de edad, cuyo final lúcido y sereno era para él –según no se cansó de repetir— un modelo de afrontar la muerte. Su familia tuvo el acierto de abrir un sitio web donde quienes quisieran pudieran mandarle mensajes de saludo o de despedida. Recibió en torno a dos mil mensajes. Y es que Arcadi era un personaje ampliamente conocido, amado y respetado en toda Cataluña.
Pero ¿quién era Arcadi Oliveres? Nació en una familia de clase media de Barcelona. Sus padres eran católicos. Él hablaba del pacifismo que su padre le inculcó, y que marcó el eje en torno al cual giraron sus posiciones políticas y morales. Arcadi abrazó la defensa de la justicia social, los derechos humanos y la lucha por la paz con gran radicalidad y con una entrega personal intensa. Fue a la escuela de los escolapios, que, según su testimonio, le despertaron sus inquietudes cívicas y políticas, incluida su rebeldía izquierdista. Recuerda dos maestros de esa época: Francesc Botey, hermano de Jaume Botey, y Lluís Mª Xirinacs, que le marcaron profundamente. Otra de sus escuelas fue el movimiento de los boy scouts. Estudió Económicas en la Universidad de Barcelona, donde recibió enseñanzas del historiador Jordi Nadal y de Manuel Sacristán. Se orientó a la economía del desarrollo y a los temas militares y armamentísticos. Su tesis doctoral versó sobre la industria militar en España.
En los años 60 del siglo pasado se integró en la lucha antifranquista. Como estudiante participó en las asambleas –ilegales pero abiertas— que eligieron a los representantes que formaron una estructura paralela a la del SEU falangista, la cual había de tomar forma en la asamblea constituyente del SDEUB (Sindicat Democràtic d’Estudiants de la Universitat de Barcelona) que se celebró en 1965 en el convento de los capuchinos del barrio barcelonés de Sarrià, por eso conocida como “capuchinada”. En esos mismos años participó en las “marchas europeas por la paz”. En los meses que precedieron a la muerte del dictador participó en la Assemblea de Catalunya, organismo unitario decisivo en la articulación de las fuerzas políticas democráticas, y en otras iniciativas que iban dando cuerpo a la alternativa democrática, como las asociaciones de vecinos de varias ciudades catalanas (participó personalmente en la de su barrio barcelonés del Ensanche).
Su activismo, sin dejar de abarcar muchos frentes, se fue polarizando hacia las luchas por la paz y contra el militarismo, que movilizaban sobre todo a católicos progresistas. De la mano de Frederic Roda, se adhiere a Pax Christi y luego al primer centro de estudios para la paz de Cataluña: el Institut Víctor Seix de Polemología. Desde Pax Christi es uno de los promotores de la marcha de la libertad de julio de 1976. En 1982 se une a Justícia i Pau, de la que fue primer vicepresidente bajo la presidencia de Joan Gomis, una entidad pionera durante muchos años en derechos humanos, justicia social, ayuda al desarrollo y promoción de la paz.
Luchó siempre contra la pena de muerte, y contribuyó a que el Papa de Roma mandara a Franco una petición de gracia para Salvador Puig Antich, que el dictador desoyó. En 1986 hace campaña desde Justícia i Pau para el no a la OTAN; en 1988 participa en la primera campaña contra el comercio de armas; también en la campaña de apoyo al movimiento de objeción de conciencia al servicio militar obligatorio y en la de objeción fiscal al gasto militar del estado español. Promueve en 2000 la campaña para la abolición de la deuda externa de los países empobrecidos. Es activo en el movimiento antiglobalización: va a Seattle en 1999 y a la cumbre alternativa contra la OMC. Se vincula con las cumbres mundiales organizadas por el Foro Social Mundial creado en Porto Alegre. Se le encuentra en la denuncia de todas las guerras: exYugoslavia, Chechenia, Afganistán, Iraq, Libia, Siria…
No se limita a las proclamaciones ni a los movimientos por arriba. Lo encontramos en el campamento ante el Palacio Real de Barcelona para reclamar el 0,7% del PIB para ayuda al desarrollo a los países del Sur. En 2001 se encierra en la iglesia del Pi, en Barcelona, como parte de la campaña de encierros en iglesias de toda Cataluña por la regularización de los inmigrantes sin papeles, campaña que logra resultados. Aparece en la plaza de Cataluña de la capital catalana en 2011 con los indignados del 15M contra los recortes de los gobiernos y a favor de otro modo de hacer política. En ese contexto participa, junto con la monja Teresa Forcades y otras personas, en la creación del Procés Constituent, una organización que quiere encarnar el espíritu del 15M y que ha contribuido a agrupar a activistas en dinámicas que han desembocado en los Comunes, las Mareas y otra iniciativas para renovar la política de izquierda radical. Es partidario de la independencia de Cataluña, aunque no participa en las batallas del procés. Y preguntado, al final de su vida, qué le parece más urgente, si el final de la monarquía española o la independencia de Cataluña, se inclina por lo primero.
Presidió la Universitat Internacional per la Pau ubicada en Sant Cugat, el Consell Català de Foment de la Pau, la Federació Catalana d’ONG per la Pau y la entidad Finançament Ètic i Solidari (FETS), promotora de una transformación de los mecanismos financieros para ponerlos al servicio de iniciativas ecologistas, cooperativistas y solidarias. Fue fundador del Centre Delàs d’Estudis per la Pau, que hoy es uno de los focos más activos de antimilitarismo y pacifismo en el país.
Este listado es significativo de su actividad incansable y del reconocimiento que recibía en estos ámbitos de lucha. Pero puede dar la idea engañosa de que era un “figurón”: nada más lejos de la realidad. Arcadi tenía cargos en todas las entidades mencionadas, y en otras, sobre todo porque no sabía decir “no” cuando se trataba de causas justas en las que se sentía implicado. Pero lo suyo era pisar el terreno, hablar a la gente y con la gente, ir a los barrios y a los pueblos de Cataluña y de España entera –también viajó en varias ocasiones a América Latina— a llevar su mensaje, a denunciar las injusticias, a difundir sus propuestas de rebeldía e insumisión. En su agenda había al menos un acto diario, y casi siempre más de uno. Es sabido que Jordi Pujol recorrió toda Cataluña desde los años de dictadura hasta sus tiempos de presidente, dándose a conocer en todas partes, y que así construyó su figura política y su popularidad. Pues bien, se dice que la única persona que puede competir con él en patear el terreno, y tal vez incluso superarle, ha sido Arcadi Oliveres, que tampoco en esto sabía decir “no” cuando se le invitaba a hablar, aun en el pueblo más pequeño y remoto. No es de extrañar que su despedida haya movilizado tantos mensajes de agradecimiento, solidaridad y estima. Si leyera la anterior lista de cargos que ocupó, se dibujaría en su rostro su personalísima sonrisa, entre benévola e irónica, y pensaría algo así como: “no hice más que lo que debía”.
Sus clases de economía en la universidad vieron ya desfilar a unos 17.000 alumnos y alumnas, según estimaciones publicadas estos días. Quienes lo tuvieron de profesor dicen que sus clases no dejaban indiferente a nadie. Además, impartió conferencias y seminarios, apareció en los medios de comunicación, escribió, publicó… En los años noventa un grupo encabezado por Arcadi tuvo –tuvimos— la idea de negociar con el comité de empresa de los trabajadores de Santa Bárbara, fábrica de armas del País Vasco, para elaborar conjuntamente un plan de reconversión industrial y profesional que permitiera al personal de la empresa ganarse la vida sin fabricar instrumentos para matar. La iniciativa fracasó, pero revela que Arcadi no se contentaba con predicar.
Arcadi Oliveres tenía el don de la palabra. Sabía describir y exponer con una claridad meridiana cuestiones muy diversas y a veces complejas. Carecía de inhibiciones cuando su diagnóstico le resultaba indiscutible. De ahí la contundencia de sus críticas y de sus calificativos, que soltaba en público con indignación pero sin odio. Capitalismo: un sistema criminal. Monarquía española: un régimen inaceptable y corrupto. Gran banca privada: una institución propensa a la especulación y al abuso, como revelan los desahucios de viviendas. La capacidad para convencer al auditorio se basaba en una información muy cuidadosa y detallada, y para disponer de ella no cesaba de leer e informarse. Quien esto escribe recuerda haberle visto, a sus 72 años de edad, tomar notas afanosamente como un estudiante aplicado en un acto de presentación de un libro de economía y ecología.
Arcadi será recordado como un hombre entrañable, que generaba a su alrededor un clima de sosiego. No había en él signo alguno de vanidad, pese a que conocía la simpatía que le rodeaba; ni de agresividad, pese a la fiereza de sus denuncias. Dejará una herencia de voluntad radical de transformación democrática, igualitaria y pacifista; y de bondad. En una entrevista de TV3 emitida póstumamente dice que le gustaría que le recordaran como un hombre que trató de ser bueno. Creo que tiene totalmente asegurado este deseo.
15/4/2021
Ensayo
Asier Arias
Qué es el liberalismo verde (y hacia dónde nos lleva)
El liberalismo verde no es otra cosa que la cultura medioambiental ortodoxa, la que definen y difunden los principales centros del poder económico, político y mediático. Si nos ceñimos a la literatura especializada, el liberalismo verde es una nueva corriente en filosofía política, pero resulta sencillo hacer a un lado las ramas académicas para comprobar que todos los árboles de este bosque echan raíces en el mismo suelo. En otras palabras, las tesis filosóficas de los liberales verdes y la retórica ambientalista habitual en las notas de prensa, los telediarios, los discursos políticos o las columnas de opinión difieren en su envoltorio, pero no en su propósito o su contenido.
El liberalismo verde se presenta pues en dos envases: el académico, por una parte, y el estatal-corporativo, por la otra. El primero es un poco más barroco y sofisticado, el segundo un poco más llano y directo, pero dentro tienen una y la misma cosa: la idea de que nuestro sistema socioeconómico puede hacer frente a la crisis ecosocial en curso con sólo efectuar un par de reajustes menores aquí o allá. La evidencia científica que debiera ponernos alerta ante el cariz aparentemente inocuo de esta idea es tan amplia y contundente como, al parecer, invisible o irrelevante a ojos de nuestras instituciones doctrinales.
Para levantar el velo de la señalada retórica ambientalista no es necesario entrar en ningún debate académico, ni tampoco contraponer a la filosofía política del liberalismo verde ninguna otra doctrina filosófica: basta con echar directamente un vistazo a la desconexión entre la imagen de nuestra coyuntura biofísica que nos devuelve la literatura científica y la que nos devuelven las campañas de relaciones públicas desplegadas desde el mundo empresarial y sus cámaras de eco en los medios, la academia y la política institucional.
La etiqueta «liberalismo verde» fue acuñada a finales de los noventa para aludir a una nueva corriente en filosofía política, pero para entonces el fenómeno del liberalismo verde llevaba más de una década gestándose, paralelamente, en el ámbito académico y en el estatal-corporativo.
Los esfuerzos en la línea estatal-corporativa comenzaron a plasmarse a finales de los ochenta en campañas de relaciones públicas articuladas en torno a diferentes eslóganes: así, la política institucional comenzaba a hablarnos en aquel entonces de «desarrollo sostenible» y el mundo empresarial daba cuerpo a la nueva «responsabilidad social corporativa» del «crecimiento verde». Bajo estos diferentes eslóganes latía en cualquier caso la misma suposición: la de que el sistema socioeconómico capitalista no es la causa de los graves problemas ecosociales que hoy afrontamos, sino más bien la condición de posibilidad de su solución.
También la línea académica se esforzaba por insuflar verosimilitud a esa suposición una década antes de que se pusiera en circulación la locución «liberalismo verde». A pocos les sorprenderá que quepa rastrear los antecedentes inmediatos de la filosofía política del liberalismo verde en el pensamiento económico, y concretamente en el género literario de los «negocios verdes», que empezó a cultivarse en Estados Unidos y en el Reino Unido a comienzos de los noventa (cf. Cairncross, 1992; Hawken, 1993). El problema que abordaban los textos de este género era el de la cuadratura del círculo del capitalismo verde. ¿Cómo preservar, a la vez, el sistema socioeconómico capitalista y una biosfera habitable? La respuesta que ofrecían los textos de este género es esencialmente la misma que ofrecen hoy los liberales verdes: el milagro lo obrará la suma de las decisiones individuales, la eficiencia del mercado y la capacidad para la innovación tecnológica de la iniciativa privada.
Tras diez años encajando de diferentes modos estas piezas, el género de los «negocios verdes» no daba más de sí. En este contexto, la irrupción del liberalismo verde no trajo consigo piezas nuevas, sino sólo una reformulación en clave de filosofía política de las ya disponibles. No obstante, ese tenue soplo de aire fresco, acompasado con la trayectoria previa de la sociología centroeuropea en el ámbito de lo que dio en llamarse «modernización ecológica», fue suficiente para que echara a andar una escuela que, a juzgar por el caudal de publicaciones que caen dentro de sus lindes, goza de una salud razonablemente buena.
Es interesante destacar que, desde los propios orígenes de la escuela, esas publicaciones excedieron los límites del debate académico en un intento por alcanzar con su mensaje al gran público, lo cual no deja de resultar curioso porque el gran público llevaba una década recibiendo ese mismo mensaje de boca de los grandes centros del poder.
Sea como fuere, lo que la literatura académica del liberalismo verde aspira a ofrecer es una nueva teoría política orientada a la defensa de la democracia liberal como forma de gobierno, el capitalismo de mercado como sistema socioeconómico connatural a la misma y unos ciertos ideales ambientalistas anotados en los márgenes de una agenda política moderada explícitamente contrapuesta a la agenda radical del pensamiento político ecologista tradicional.
Los liberales verdes presentan esta contraposición como una victoria, a saber, la de la democracia liberal sobre el radicalismo verde. A su vez, esta victoria, presumen, habría tenido la forma de una asimilación selectiva en la que tanto las bases teóricas como las instituciones de la democracia liberal se habrían mostrado lo suficientemente flexibles como para absorber cuanto de bueno pudiera haber en los ideales políticos del ecologismo. En estos términos se nos invita a interpretar, por ejemplo, el ascenso electoral de Los Verdes alemanes (Bündnis 90/Die Grünen) como el «resultado de su largo viaje desde el radicalismo extraparlamentario hasta el liberalismo reformista» (Pérez de la Cruz, 2021).
Con esta asimilación selectiva, el radicalismo verde habría dejado de constituir una amenaza para la democracia liberal y el capitalismo de mercado. Estaríamos aquí ante la tesis de la muerte del ecologismo (cf. Wissenburg & Levy, 2004), de acuerdo con la cual aquellos elementos rescatables de la teoría y la práctica política del ecologismo habrían pasado ya a formar parte de la teoría y la práctica política de las democracias liberales capitalistas. El resto de aquella ideología obsoleta (Blühdorn, 1997), esto es, la aspiración utópica de un cambio sistémico, sencillamente habría naufragado en su propia futilidad. El ecologismo, «como crítica y alternativa al capitalismo», habría muerto, convirtiéndose así en una mera «página de la historia del pensamiento político» (Levy & Wissenburg, 2004: 194-195).
Desde el punto de vista de los liberales verdes, el pensamiento político ecologista es una ideología antidemocrática, dado que la democracia es una cuestión de procedimientos y el ecologismo, por su parte, es una cuestión de contenidos. Así, mientras el pensamiento político ecologista incluiría en su agenda la idea de sostenibilidad en clave de concepción ecológica del bien, para el liberal verde la virtud primordial de la democracia liberal residiría en su capacidad para acomodar toda posible concepción ética de la vida buena. De este modo, si la introducción de ideales éticos en cualquier agenda política es suficiente para descartarla a causa de su injerencia en el ámbito privado de las opciones individuales, el liberalismo verde intenta hacer de algún modo espacio para la inclusión de ciertos ideales ambientalistas en su agenda política sin poner en peligro su compromiso con la neutralidad ética. En la práctica, el punto de desembocadura de estos malabarismos conceptuales no es sino un compromiso antes con la ética del capitalismo realmente existente que con la neutralidad ética, pues no cuesta advertir en la presunción de neutralidad normativa del liberalismo verde un compromiso normativo con el statu quo (cf. Barry, 2004).
La neutralidad ética del liberalismo verde se traduce así en una defensa de la ética capitalista, apuntalada por la apelación a la supuesta capacidad –más que controvertible en los hechos (cf., v. g., Mazzucato, 2013)– de la iniciativa privada para engendrar las innovaciones tecnológicas de las que el liberal verde hace depender eso que viene denominándose «transición ecológica».
Esta idea según la cual la estrategia más prometedora ante la crisis ecológica en curso consistiría en sentarse a esperar que alguna clase de prodigio tecnológico acuda al rescate es un supuesto de fondo omnipresente, tanto en la literatura académica del liberalismo verde como en nuestra cultura de masas. Existe una gran cantidad de candidatos a mesías tecnológico, de la geoingeniería a la fusión nuclear, pero las energías renovables son la principal baza del optimismo prometeico imperante, de modo que convendrá dar un par de pinceladas acerca de su potencial redentor.
En este sentido, hay que empezar por señalar que nuestras economías se encuentran en una situación de profunda dependencia respecto de las energías fósiles, particularmente del petróleo. A pesar del supuesto auge de las energías renovables, el consumo de energía procedente de combustibles fósiles pasó de representar el 80% del total en 1990 al 79% en nuestros días. Durante estas largas décadas de «auge» de las energías renovables, esa proporción de cuatro quintas partes se mantuvo inalterada.
El petróleo es la fuente básica de energía de nuestras economías, y llevamos unos quince años adentrándonos en la era de su cénit. Avanzamos pues hacia un periodo histórico que estará marcado por el descenso energético, y sin la intervención del mesías tecnológico el declive de los combustibles fósiles traerá consigo el del crecimiento económico del que depende la salud de la economía capitalista: no existe evidencia alguna de que el crecimiento económico sea posible sin un correlativo aumento en el uso de energía y materiales, y de hecho lo que la evidencia disponible apunta es más bien todo lo contrario (cf., v. g., Hickel & Kallis, 2019).
No se vislumbra en el horizonte ninguna tecnología capaz de aprovechar ninguna fuente de energía con rendimientos asimilables a los de los extraordinariamente ricos y versátiles combustibles fósiles (cf. Turiel, 2020; Fernández Durán & González Reyes, 2014/2018), y las energías renovables que se publicitan hoy como alternativa a los mismos no ofrecen otra cosa que electricidad, que supone sólo una quinta parte del consumo energético global. Adicionalmente, tras décadas de «innovación» y «auge» renovable, apenas una vigésima parte de la producción eléctrica total se debe a las energías renovables que habrían de permitir esa transición hacia un sistema energético 100% renovable basado enteramente en la electricidad.
Hoy en día, la electricidad de origen fotovoltaico apenas rebasa el 1% de la producción total de energía eléctrica, de modo que avanzar hacia ese futuro 100% renovable multiplicando en unos pocos años esa cifra por algún factor apreciable es a todas luces una esperanza ciertamente optimista, y aunque no lo fuera debemos tener bien presente que el inmenso despliegue material de molinos eólicos y paneles fotovoltaicos del que dependería el tránsito hacia ese futuro 100% renovable sería imposible sin un do de pecho de la minería destinada al sector, cuyos efectos sobre los ecosistemas se prevé que sean en los próximos años peores incluso que los del cambio climático (cf. Sonter et al., 2020). Esos recursos minerales comienzan ya a escasear, lo harán cada vez en mayor medida y requerirán de mayores inversiones de energía para la extracción de recursos de calidad decreciente (cf. Valero & Valero, 2009; Valero et al., 2018).
Valgan estas pinceladas acerca del mesianismo tecnológico para ilustrar lo inverosímil de ese consenso de fondo entre la literatura académica del liberalismo verde y nuestra cultura medioambiental hegemónica, ese consenso de acuerdo con el cual las democracias capitalistas apenas tendrán que efectuar un par de reajustes menores para lidiar con nuestro horizonte de colapso civilizatorio.
En un texto reciente discutimos los dogmas cardinales del liberalismo verde incidiendo en la perfecta sintonía entre la literatura académica de la escuela y la cultura de masas contemporánea (Arias Domínguez, 2020). Otra perfecta sintonía en la que no incidimos en aquella ocasión y que resulta interesante poner de relieve es la habida entre el liberalismo verde y esa venerable tradición de autoadulación entre los intelectuales occidentales que Noam Chomsky ha perfilado con tanto detalle y rigor durante tantos años. El liberalismo verde quiere presentarse como una prolongación de las doctrinas políticas del liberalismo ilustrado, pero lo cierto es que resulta más esclarecedor insertarlo en esa tradición narcisista cuyas últimas grandes cumbres pueden leerse en el «fin de la historia» y el «choque de civilizaciones» escenificados por Francis Fukuyama y Samuel Huntington tras la desintegración de la URSS o, más recientemente, en un «manifiesto» en el que Steven Pinker violenta la noción de «ilustración» explicándonos, entre otras cosas, los días felices que corren para una biosfera que no deja de experimentar constantes mejorías gracias a las «tecnologías verdes» y la imparable «desmaterialización de la economía» –días que serían más felices aún, nos explica Pinker, si lográramos abandonar nuestro infantil empeño en oponernos a la energía nuclear y la geoingeniería (para diferentes aproximaciones a este infantil empeño por permanecer dentro de los límites de la conjunción entre el principio de precaución y la mejor evidencia disponible, cf., v. g., Santiago Muíño, 2015: cap. 7; Casado, 2020; Pasztor, Scharf & Schmidt, 2017; Boyd & Vivian, 2019; Foley, 2021).
Fue el sociólogo estadounidense Daniel Bell quien a comienzos de los sesenta estableciera el estándar sobre el que variarían luego todas estas melodías narcisistas. Desde su punto de vista, había llegado el momento de levantar acta de la «muerte de las ideologías» (cf. Bell, 1960/2000) y admitir que vivimos en el mejor de los mundos posibles, de forma que toda crítica de nuestro sistema socioeconómico debiera contemplarse como la fútil expresión de un radicalismo sentimental «orientado por valores» y condenado a la irrelevancia. Lo que Bell proponía era, en sus propias palabras, que debemos adoptar una «postura de responsabilidad» y abandonar esas románticas ideologías del pasado, emperradas en esas cosas de la emancipación y la transformación social. Esta «postura de responsabilidad» alude a una concepción específica de la responsabilidad de los intelectuales, una concepción de acuerdo con la cual esa responsabilidad nada tiene que ver con tratar de comprender y de ayudar a comprender, sino más bien con «articular la visión del mundo de los poderosos y contribuir con ello a su implementación» (Chomsky, 2021). Adoptando con los aires de hogaño la «postura de responsabilidad» de Bell, el liberal verde nos invita hoy a abandonar todo sueño nostálgico de transformación social y a admitir que, para hacer frente a la grave crisis ecosocial en curso, cuanto necesitamos es más de lo mismo.
Y bien, cabe preguntarse entonces de qué modo se introduce el adjetivo «verde» en la ecuación del liberalismo verde: ¿cuál es la receta del liberal verde para evitar el desastre ecosocial hacia el que avanzamos? Uno estaría tentado de decir que ninguna, pero en sus textos nos cuentan algunas cosas al respecto. En concreto, apuntan que no sería necesario «militar contra el capitalismo, ni dejar de comer carne, sino que bastaría con que el individuo tome conciencia de la necesidad de avanzar hacia alguna modalidad de la sostenibilidad medioambiental y señalice esa preferencia a través de su conducta o de sus hábitos» (Arias Maldonado, 2019: 69). Ha de entenderse que, después de esa señalización de preferencias, los que mandan ya tomarán nota si acaso, y si lo consideran oportuno quizá incluso terminen embarcándose en profundas discusiones sobre la base de esas notas, porque al parecer es en eso en lo que consiste la democracia, o el mercado, o lo que sea.
A los liberales verdes les preocupa en cualquier caso la actual carestía de «ciudadanos ecológicos», de esos que señalizan sus preferencias con su conducta y sus hábitos, y sostienen en este sentido que nuestras sociedades precisan de alguna clase de «progreso cultural». Es difícil no estar de acuerdo en este punto con el liberal verde: efectivamente, necesitamos un profundo cambio cultural, en concreto, uno que nos permita superar cuanto antes la cultura hegemónica del liberalismo verde. Esa perentoria transformación cultural consistiría en último término en aprender a mirar de frente la irracionalidad de un orden socioeconómico ciego a la imposibilidad de prolongar una extralimitación material que, en el curso de un parpadeo geológico, no sólo ha arrojado por el desagüe filogenético innumerables formas de vida, sino que de hecho ha desestabilizado cada uno de los subsistemas del Sistema Tierra, empujándonos con ello a un potencial naufragio antropológico.
Los liberales verdes comenzaron negando la mayor. Así, ridiculizaban hace apenas unos años la idea de ese inminente naufragio asegurándonos que la crisis ecosocial no era más que una «crisis imaginaria» (Arias Maldonado, 2008: 8; Blühdorn, 2000). El peso de los hechos les forzó a cambiar de marcha y, de la noche a la mañana, pasaron de enhilar argumentos de acuerdo con los cuales la crisis no existía a amontonar renglones destinados a demostrar que la crisis no era culpa del capitalismo, invitándonos a descartar como un mero «lugar común del anticapitalismo» (Arias Maldonado, 2018: 57) el abrumador cuerpo de evidencia de acuerdo con el cual un sistema socioeconómico prisionero del sueño del crecimiento perpetuo está inevitablemente condenado a chocar con los límites biofísicos del planeta (cf., v. g., Steffen et al., 2015; 2018).
Sin embargo, como avanzábamos, los liberales verdes no se contentan con la idea de que el capitalismo no tiene ninguna responsabilidad en la génesis de la crisis ecosocial en curso: lo que pretenden sostener es que el sistema socioeconómico capitalista está resolviendo ya esa crisis (cf. Arias Maldonado, 2008: 176). El puntal con el que tratan de mantener esta idea en pie es la «economía ambiental» (cf. Labandeira, León & Vázquez, 2007), una disciplina encargada de extender al tratamiento del medio ambiente la malla conceptual tejida por la economía neoclásica en su intento de conceptualizar el sistema económico haciendo abstracción, justamente, del medio ambiente (cf. Naredo, 2018). Parece lógico que un proyecto de esta índole se vea en la necesidad de retorcer locuciones acudiendo a cosas tales como la «internalización de externalidades», un atajo que sirve para esquivar unas cuantas leyes fundamentales de la física e incrementar nuestro consumo al tiempo que reducimos nuestro impacto ambiental.
Lo que queda al cabo de los atajos, las locuciones retorcidas y los mesías tecnológicos es cada vez menos tiempo para corregir nuestra trayectoria de colapso, amortiguar nuestra caída y minimizar el sufrimiento de las comunidades del Sur Global, que soportaron primero las consecuencias de nuestro «desarrollo» y se pretende que hagan ahora lo propio con las de nuestra «transición» hacia esa contradicción en los términos del «capitalismo verde» (Tanuro, 2011).
Referencias
Arias Domínguez, M. (2020) La batalla por las ideas tras la pandemia. Crítica del liberalismo verde. Madrid: Catarata.
Arias Maldonado, M. (2008) Sueño y mentira del ecologismo. Naturaleza, sociedad y democracia. Madrid: Siglo XXI.
Arias Maldonado, M. (2018) Antropoceno. La política en la era humana. Barcelona: Taurus.
Arias Maldonado, M. (2019) “La ética ecológica en el Antropoceno”, Azafea: Revista de Filosofía, 21, pp. 57-78.
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Bell, D. (1960/2000) The End of Ideology. On the Exhaustion of Political Ideas in the Fifties, with ‘The Resumption of History in the New Century’. Cambridge: Harvard University Press.
Blühdorn, I. (1997) “A theory of post‐ecologist politics”, Environmental Politics, 6, pp. 125-147.
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Cairncross, F. (1992) Costing the Earth. The Challenge for Governments, the Opportunities for Business. Boston: Harvard Business School Press.
Casado, M. (2020) «Transición Energética, planificar para los próximos 100.000 años», 15/15\15, 14 de agosto.
Chomsky, N. (2021) «Language, the liberal arts and the challenges of the 21st century», University of San Diego’s Humanities Center, 31 de marzo.
Fernández Durán, R. & González Reyes, L. (2014/2018) En la espiral de la energía. Madrid: Libros en Acción.
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Labandeira, X., León, C. J. & Vázquez, M. X. (2007) Economía ambiental. Madrid: Pearson Prentice Hall.
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Wissenburg, M. & Levy, Y. (2004) Liberal Democracy and Environmentalism. The End of Environmentalism?London: Routledge.
[Asier Arias ha publicado en la editorial txalaparta Introducción a la ciencia de la conciencia. El estudio de la experiencia subjetiva en filosofía, psicología y neurociencias (2021), La batalla por las ideas tras la pandemia. Crítica del liberalismo verde (2020) y La economía política del desastre. Efectos de la crisis ecológica global (2018)]
23/4/2021
Soledad Bengoechea
Las grandes olvidadas: las chicas de servir
Las mujeres solas también emigraban
El incremento significativo de la población urbana española durante las primeras décadas del siglo XX se debió, en gran parte, a la migración campesina de las áreas más cercanas a las urbes. Muchas mujeres emigraron. En la ciudad, ellas podían dedicarse a distintas labores remuneradas. Las más conocidas eran las de obreras de fábrica, comadronas y parteras, maestras, vendedoras, lavanderas, actrices. Pero la actividad más numerosa era el servicio doméstico, que ocupó una joven mano de obra femenina. El oficio de servir —una alternativa al convento— se convirtió en una válvula de escape para los contingentes migratorios femeninos con escasa formación. Los padres agricultores sin propiedades se sentían más seguros enviando a sus hijas a trabajar como criadas que a la fábrica, lugar que muchos asociaban al libertinaje y la perdición.
Tradicionalmente, la emigración femenina ha sido presentada como parte de la emigración familiar, en la que las mujeres solo eran sujetos pasivos de cambios sociales a los cuales permanecían ajenas. A finales del siglo XIX y principios del XX, si se marchaban con la familia formarían parte de esta emigración familiar; si lo hacían en solitario, se entendía que era por necesidades de la propia familia. Resultados obtenidos a través de la historia oral —y escrita, desde luego—, matizan esta afirmación. Muestran cómo, en general, las jóvenes que se empleaban como sirvientas, doncellas o niñeras en las ciudades eran emigrantes de las zonas rurales que se desplazaban solas y establecían los primeros contactos con la forma de vida urbana, convirtiéndose en un pilar decisivo en la movilidad de otros miembros de la familia de origen [1].
Por el carácter de sus tareas y su permanente demanda, el servicio doméstico fue siempre un empleo propio de la mujer de extracción humilde. Para las personas que podían permitírselo, la representación social que significaba contar con criados aumentó la oferta de tales puestos de trabajo. De este modo, en la segunda mitad del siglo XIX y hasta 1914 la cantidad de chicas de servir se incrementó y superó en número a las campesinas. No solo habían criadas en familias económicamente pudientes, sino también en aquellas que en la actualidad ni siquiera consideraríamos clase media, solo media baja. La dureza de las tareas domésticas antes de la introducción de la tecnología y el bajo coste que una sirvienta significaba permitía este dispendio. Además ¡socialmente estaba bien visto! Pero poco se sabe de las vidas de este importante núcleo femenino tan determinante en el desarrollo familiar. Si la figura de la criada ha sido importante en la literatura, no puede decirse lo mismo en la historia. Pocos han sido los y las profesionales que se han ocupado del mundo del servicio doméstico.
El olvido de los juristas de legislar en este terreno, desde 1900 hasta 1931, es sorprendente. Las empleadas del hogar se excluyeron de la legislación laboral: esto permitía que esas trabajadoras padeciesen las condiciones más miserables, que contrastaban con una cada vez mayor exigencia por parte de las familias que las contrataban. Las sirvientas podían ser externas, asistentas que trabajaban por horas o jornadas, o bien internas que vivían en la casa y dormían en el mismo domicilio donde servían. De ellas nos ocuparemos en estas páginas.
El mundo laboral de las criadas estaba jerarquizado en razón del tipo de trabajo. Bajo la denominación de servicio doméstico había diferentes oficios femeninos: sirvientas o criadas, cocineras, camareras, niñeras, nodrizas de crianza, nodrizas a secas, gobernantas y señoritas de compañía. Este sería el último grupo vinculado esencialmente a las clases más acomodadas. Esta calificación se fue desdibujando con el paso del tiempo, especialmente entre las «chachas», que realizaban su trabajo en los sectores de la clase media que, con menos recursos económicos, no podían permitirse disponer de servicio doméstico con especialización de sus tareas, así como en aquellos hogares en los que el número de sirvientes/as se había reducido. A medida que los sectores que podían contratar trabajadoras domésticas se ampliaban, se exigía que este servicio fuera capaz de desarrollar una mayor diversidad de funciones.
A veces las mujeres de servicio aparecen en la literatura dibujadas como bien nutridas, aseadas, defendidas del mundo exterior. En algunos casos era así, pero sobre todo en los primeros años del siglo XX la realidad solía diferir. Su alimentación acostumbraba a ser escasa, excepto en el caso de las nodrizas, y a menudo se reducía a lo que sobraba en la mesa del señor y la señora. Cuando salían de la casa para ir a la compra, con la cabeza gacha y el cesto bajo el brazo, evitaban los escaparates de las pastelerías, el olor que emanaba de las churrerías. Los buñuelos, dorados y humeantes, despedían un aroma graso, apetecible, a mantequilla y anís. La peor parte la llevaba la llamada comúnmente «criada para todo»: trabajaba de buena mañana hasta entrada la noche en faenas que requerían un gran esfuerzo. La sirvienta no se cansaba nunca, no lloraba nunca, nunca le dolía nada; la sirvienta no pensaba, no veía, no escuchaba y no hablaba, solo cuando tenía que decir: sí, señora, sí patrona. Porque si sentía, si escuchaba, si hablaba, si interactuaba como persona era despedida; por abusiva, por salida. La criada estaba ahí, pero puede decirse que era invisible hasta para los señores.
La chica de servicio era la primera que se levantaba en la casa. ¡Siempre estaba dispuesta a servir! Se lavaba en una palangana, se vestía y salía a la puerta, pues ya sentía los gritos de las lecheras que llegaban de las aldeas vecinas: ¡Leche! ¡Leche!
Después, la «muchacha» tenía que encargarse de hacer todas las labores de la casa: lavar la colada a mano, fregar de rodillas los suelos… Y cuidarse de las camas era muy duro. Había que varear todo el colchón de lana para quitar los abultamientos y que quedara todo liso. Luego tocaba planchar, cocinar y si procedía también acarrear agua de las fuentes, o las labores agrarias. Sobre ella recaía la responsabilidad de sacar adelante a los niños, cuidar a los enfermos y ancianos, los hábitos alimentarios. Antes del comienzo de la temporada invernal debía atender a los deshollinadores, que limpiaban el hollín de los buitrones para que la chimenea pudiera ser utilizada durante los días de frío. Y asumiendo estas responsabilidades, después de realizar la compra, a menudo tenía que controlarse y aceptar que la señora le acusara ¡de hacer sisas! Solía tener dos horas para comer y una tarde libre a la semana, siempre que la señora no tuviera visitas y esto le impidiera marchar. Por todos estos trabajos, a menudo se limitaba a recibir ropa usada, comida y cama como pago por sus servicios. Solo acostumbraban a percibir salarios las consideradas como especializadas, que siempre servían para las clases media y alta. Lo habitual es que estas últimas fueran agraciadas físicamente. Tenían que vestir de uniforme. Un uniforme que no deseaban. Un uniforme que señalizaba su presencia ante los demás, que las ponía en evidencia diciéndoles a todos que ellas no formaban parte de esa familia, que eran un estamento distinto de ellos. La estética identificaba al dominante y al dominado. Las criadas que tenían la fortuna de recibir un salario, por pequeño que este fuera, hacían milagros con él: lograban ahorrar y enviar dinero a sus familias, o guardaban parte de ese sueldo para que les aliviase la enojosa vejez.
Cuando la casa era grande y los ingresos de la familia lo permitían, se acostumbraba a tener más de una «chica». En otros casos, la criada para todo debía someterse a la autoridad de diferentes cargos femeninos y masculinos, que eran los que fijaban sus obligaciones. La principal autoridad solía recaer en un hombre, aunque tampoco siempre. Sin mayor libertad ni tiempo propio, separadas de los suyos, el mundo afectivo de las «muchachas» se reducía a la familia donde trabajaban y a las compañeras en el servicio, si las había. Solas y vulnerables, su sexualidad se limitaba a encuentros furtivos. En los peores casos, además, tenían que soportar que los jovencitos, los hijos de sus patrones, iniciasen la vida sexual usando sus cuerpos cansados, tocándolas cada vez que podían, vendiendo una ilusión que nadie compraría. Soportaban el mismo oprobio que sus antepasadas, las mujeres medievales que los amos ultrajaban recurriendo al derecho de pernada. Si como consecuencia indeseada de estas conductas resultaba un embarazo, a veces se provocaban ellas mismas el aborto o pagaban a quien se lo causara, poniendo en gran riesgo su vida. Si seguían con la gestación, lo normal era que el bebé no fuera reconocido por el padre y que ellas perdieran el empleo, lo que las desproveía de vivienda y manutención. Si la embarazada permanecía en la casa, era posible que el niño le fuera robado y dado en adopción, o bien que fuese abandonado por la recién parida. En algunos casos, se producía un infanticidio o el bebé terminaba en la inclusa.
Sin trabajo entonces, sin familia, a las sirvientas les quedaban los caminos de la prostitución o la mendicidad. Les acechaban la sífilis y el hambre. Se calcula que un 50 % de las prostitutas madrileñas de principios de siglo XX procedían del mundo del servicio doméstico. Las «fámulas» constituían el estatus más bajo en la consideración socio-laboral; por detrás de ellas tan solo se encontraban las prostitutas, al igual que hoy día, muy lejos de toda consideración laboral y social. La situación de desprotección y dependencia que tenían que acatar era absoluta: sin horarios, sin cotizaciones, sin desempleo, sin pensión y siempre bajo la amenaza de que el señor de la familia diese por finalizado un contrato que se había realizado de forma oral y privada. Eran asalariadas que trabajaban en tareas domésticas, no incorporadas al mercado laboral, sin consideración legal de empleo. Y en el ámbito rural las condiciones de trabajo de las criadas solían ser aún más duras.
Las sirvientas conocían la intimidad de las familias, hasta de lo que no querían que nadie se enterase. Ellas observaban los temperamentos, vicios, miedos, jactancias, vacíos y pretensiones de sus amos. Era normal. Estaban ahí todo el tiempo, invisibles, como muebles viejos que se movían de un lugar a otro para que no estorbasen. Trabajaban en silencio, una manera de pasar desapercibidas, porque ¿qué tenía qué contar una sirvienta? ¿En qué forma podía interactuar con sus empleadores? Máximo cuando ellos tenían cuna de oro y pergaminos y se codeaban con la flor y nata de la sociedad. De ninguna manera: la criada no sentía, no pensaba, no tenía emociones, estaba ahí para servir, jamás era vista como persona, no existía como ser humano. Las empleadas domésticas guardaban secretos íntimos, principalmente sobre sus señoras, que cualquier amigo o amiga de sus empleadores daría el brazo derecho por saber. Nunca les decían gracias por su ética, ¿qué podía conocer de ética una limpiabaños? ¿Qué podía saber de pintura, arte, lectura, vinos, refinados quesos y comidas gourmet? Una cosa era que les cocinasen y sirviesen y otra que interactuaran.
Cuando se menciona el traje de sirvienta nos estamos refiriendo al uniforme de trabajo de las criadas. Este tipo de indumentarias, en las formas que se usaban a principios del siglo XX, apareció en Inglaterra a finales del siglo XIX. Las «chachas» llevaban un vestido oscuro o blusa y falda, bata, delantal, zapatos negros y cofia blanca. Por su parte, J. J. Arazuri describía así el atuendo de la sirvienta pamplonesa de 1900:
A excepción de los domingos por la tarde, en que les correspondía asueto, aquellas chicas salían siempre a la calle con delantal y una falda de vuelos sobre una saya igualmente vueluda. De cintura para arriba vestían con chambra o blusa. Las mayores usaban en invierno mantón, generalmente negro, y pañuelo en la cabeza, mientras las jóvenes empleaban la toquilla cruzada por delante del pecho y sujeta en la parte posterior de la cintura con un imperdible. El pelo invariablemente peinado con moño. La mayoría salían de casa con el llavín (así se llamaba a la llave de la puerta de la habitación, para diferenciarla de la llave del portal, que generalmente era de un tamaño descomunal) y para no perderlo, se lo ataban a la cintura con la cinta del delantal; por esto también se les llamaba «las chicas del llavín […] [2].
Después de analizar el censo de población de la ciudad de Pamplona, este autor destaca el elevado número de mujeres que trabajaban como ayudantes en el hogar: 2.060, un 13,43 % del total de la población femenina. La inmensa mayoría de aquellas de las que conocemos sus datos de procedencia venía del ámbito rural de la provincia: solo el 10,4 % de ellas eran pamplonesas. El número de sirvientas era mucho más alto en las zonas de mayor nivel adquisitivo de la ciudad, destacando las calles Espoz y Mina, Constitución (actual plaza del Castillo) o Chapitela. Las zonas de extramuros eran las que tenían el índice más bajo de mujeres de servicio, contabilizándose 32 en la zona conocida como Rochapeana [3].
Aunque los censos apuntan que las servidoras más jóvenes tenían diez años cumplidos, la realidad era que algunas de estas empezaban a trabajar como cuidadoras de niños con seis o siete años (al igual que las petites bonnes, las niñas sirvientas en Marruecos), continuando como parte del servicio doméstico hasta la edad de contraer nupcias o al incorporarse a otra actividad laboral. El oficio se aprendía rápido. Sin contrato laboral alguno, a los doce o trece años algunas niñas ya podían haber trabajado en varias casas. En el caso de Pamplona, por ejemplo, el 84,01 % de las sirvientas eran menores de treinta años. La gran mayoría, el 92 %, eran solteras, frente a un 5,77 % de viudas y un 1,85 % de casadas. Esta mano de obra era absorbida tanto por laicos como por religiosos [4].
A finales del siglo XIX y principios del XX, el servicio doméstico era un sector esencial, aunque no exclusivamente, femenino en gran parte de las ciudades europeas. En sintonía con otras urbes, durante esas fechas, en Barcelona la feminización del universo de las criadas estaba ya muy avanzada. En aquella población la mayor parte de estudios señalan que las sirvientas solían ser chicas jóvenes y solteras que emigraban de zonas rurales hacia la capital. Algo más avanzado el siglo XX, en 1930, las criadas nacidas en la misma Barcelona eran solo el 9,82 %. Las catalanas, incluyendo las de la provincia de Barcelona, constituían el 31,29 % y las nacidas en el resto del estado representaban el 65,64 % del total. Sin embargo, estas últimas provenían de territorios vecinos de Cataluña, por este orden, aragonesas y valencianas.
A las puertas de proclamarse la Segunda República (1931), los itinerarios migratorios del trabajo doméstico aún no eran de largo recorrido, como sucederá en las oleadas migratorias de la década de 1960. Una mirada a la prensa obrera de la época indica la relación de las sirvientas con la alfabetización en aquellos mismos años treinta: la tasa de alfabetización de las criadas barcelonesas era prácticamente igual a la de la población femenina catalana, que se situaba en el 77 %. Según el padrón de ese año, las tasas de alfabetización superaban el 75 %, tanto en el caso de las no catalanas como en el de las catalanas. Resulta importante destacar este dato, pues los discursos burgueses y obreros presentaban el conjunto de sirvientas domésticas como analfabetas. Claro que habría que preguntarse si la prensa obrera se había preocupado de aceptar como no analfabetas solo a las que sabían escribir su firma. También podría ocurrir que las mujeres del sur de España, donde el ambiente cultural estaba más retrasado, hubieran ido menos a la escuela y algunas fuentes así se refieran a ellas, y especialmente a años anteriores. Por otra parte, estas trabajadoras adquirían en el ejercicio de la profesión una calificación informal no reconocida, pero imprescindible para el correcto desarrollo de su actividad laboral: cuidado de las personas, conocimiento y tratamiento de alimentos, confección de ropa [5].
En algunas zonas de España, la formación profesional de las criadas era una preocupación continua entre las clases acomodadas. Querían asegurarse la contratación de un servicio doméstico acreditado, con un perfil dócil, formado tanto en aspectos laborales como morales. Y para lograr estos objetivos, en Barcelona, al igual que en otras ciudades, como Madrid o Vitoria, existían escuelas dominicales para orientar a las trabajadoras del hogar. En Almería hay constancia de que, desde 1908, existía una escuela para jóvenes sirvientas, y en la Ciudad Condal, desde finales del siglo XIX, organismos privados vinculados a la Iglesia y financiados por las mujeres de clases acomodadas ofrecían formación a jóvenes inmigrantes recién llegadas. Igualmente, había iniciativas de carácter más laico, como el Institut de Cultura Popular de la Dona, que ofrecía formación como cocineras, camareras o sirvientas. Organizaciones de mujeres de la burguesía barcelonesa adscritas al sindicalismo católico y al catolicismo social también fomentaron, en los años veinte, iniciativas para garantizar la formación de las sirvientas. Así, la Unión de Señoras para la Defensa de las Obreras Sirvientas, creada en 1919 en Barcelona, establecía en su octava base que se aumentaría el salario de las criadas si acreditaban «mediante certificado de aptitud haber cursado las enseñanzas de la escuela de ménagère de la Unión Profesional»: es evidente que existió un claro interés por obtener un servicio doméstico cualificado. En La Coruña, durante décadas, el servicio doméstico fue la actividad más numerosa para las mujeres de esa ciudad, con una gran diferencia con respecto a otras formas de empleo, quizás con la única excepción de la fábrica de tabacos. El censo del año 1900 muestra un total de 2.867 trabajadores en este trabajo, el 6,44 % de la población total, de los cuales 197 eran hombres y 2.670 mujeres, es decir, el 0,98 % de la población masculina y el 10,94 % de la femenina. El número de sirvientes disminuyó en las áreas urbanas gallegas hacia la primera década del siglo XX. Este declive ocurrió tanto en ciudades como Santiago, Orense o Lugo, como en aquellas caracterizadas por un desarrollo más dinámico, tales como La Coruña o Vigo [6].
El baile de la tarde
El gusto popular por el baile en espacios abiertos de Madrid tenía un aroma rural. Gran parte de la clientela eran jóvenes criadas, que descansaban de sus tareas el jueves y el domingo por la tarde, y muchachos recién llegados a la ciudad. Estos jóvenes de ambos sexos consumían gustosos este tipo de ocio. En una descripción de un baile en el barrio de Tetuán, donde se localizaban muchos merenderos con música que funcionaban en verano e invierno, destaca una escena de este tipo, que Carmen del Moral Ruiz expone en este hermoso fresco de gran riqueza visual:
En un grupo de criadas, que bailan entre ellas, bailan todas las mozas que han venido a Madrid a servir: las de La Mancha, las de la Alcarria, las extremeñas y las gallegas. Estas criadas tienen las manos rojas, las uñas largas y negras, y los dedos con ronchas, rasguños, mataduras del estropajo y cortaduras de la cocina. Sus parejas, los bailarines, son horteras, carniceros que llevan puesto el delantal y los manguitos verdes, chicos de tiendas de ultramarinos, soldados [es decir, los oficios y ocupaciones que permitían sobrevivir en Madrid a cualquier joven recién llegado]. Cae la tarde, hay un campestre ambiente de aldea; la gaita suena jovial y otras veces melancólica, como en las bodas de los pueblos. Algunas criadas, que les ha dicho el amo que tienen que estar pronto en casa, se despiden de sus amigas dándose un beso en cada carrillo y diciendo: «Hasta el domingo que viene»; otras se van cogidas de la mano [7].
Amamantar hijos ajenos
La nodriza, ama de cría, nana o ama de leche (entre otros muchos nombres), mujer que amamanta hijos ajenos, ha sido parte de las sociedades humanas desde siempre, y solo empezó a declinar en el siglo XIX en algunas partes del mundo. Las élites pudientes siempre han utilizado ese recurso, y existe constancia de ello incluso en la antigua Mesopotamia. El oficio tenía en la Roma imperial cierto prestigio y buena remuneración. Nada que ver, por usar otro ejemplo de élites, con el uso de las esclavas negras en las colonias americanas hasta el siglo XIX [8]. Las amas hasta finales del siglo XVIII habían sido patrimonio exclusivo de la aristocracia. No obstante, a lo largo del siglo XIX se convirtieron en una figura asociada con el modelo social burgués, en un signo externo de estatus social. En los países occidentales, las amas de cría o nodrizas jugaron un papel fundamental en la proyección de la clase burguesa desde finales del siglo XIX porque constituían un reflejo de la riqueza e influencia social de la familia para la que trabajaban.
Debido a que en aquella España de principios del siglo XX las tasas de mortalidad infantil eran muy elevadas, muchas mujeres perdían a sus hijos recién nacidos. Como disponían de leche, con ella a menudo amamantaban de manera solidaria a los hijos de familiares, vecinas o amigas que no tenían suficiente secreción láctea para criar a sus bebés. Los niños que eran criados por una misma mujer sin ser hermanos se denominaban «hermanos de leche». En aquella época, muchas mujeres de provincias se dirigían a la capital en busca de un futuro huyendo de la miseria y la hambruna. Algunas madres campesinas pobres decidían «alquilarse» como nodrizas a cambio de un salario. La prensa del momento recogía abundantes anuncios en que familias pudientes solicitaban ese servicio, y de mujeres ofreciéndose como amas de crías, indicando en los mismos la edad, el tiempo de leche y la disposición a criar en casa de la familia del bebé, aunque también había matrimonios que dejaban a sus hijos a cargo de la nodriza, que los criaba en su propia casa, separando así al bebé de sus padres.
Las niñeras, en concreto, eran unas falsas mamás que estaban ahí todo el tiempo. Sin querer, como consecuencia de su trabajo, daban abrazos, cuidaban enfermedades, contaban cuentos y ofrecían apoyo moral a niños que llegaban a querer como propios. Algunos de estos niños o niñas, convertidos en adultos, se olvidaban de los besos recibidos y nunca volvían a ver a sus niñeras. Otros y otras, en cambio, llegaban a quererlas más que a sus propias madres y las visitaban cuando les llegaba la vejez.
La inmigración de las nodrizas se daba sobre todo entre las mujeres casadas. Era una emigración temporal típica, en la que un miembro de la familia campesina se trasladaba a la ciudad para trabajar ganando un salario. En general, era posible ahorrar este dinero casi en su totalidad, debido a que el matrimonio que ofrecía el servicio otorgaba a la nodriza vivienda y manutención gratuitas. Era costumbre que los señores de la casa trataran muy bien a la nodriza. A diferencia del resto del servicio doméstico, estaba bien alimentada, en ocasiones mejor que los propios señores, pues siempre se tenía presente que debía amamantar al niño. A veces ejecutaba alguna faena del hogar, siempre ligera, nunca fatigosa. Tampoco era raro que el médico de la familia la auscultase de tanto en tanto para asegurarse de su buena salud.
Las nodrizas tenían, por tanto, un estatus superior al resto del servicio doméstico. Fueron no solo el pilar fundamental de la crianza del recién nacido, sino también un miembro más del núcleo familiar. Leyes no escritas establecían que, además del salario, recibieran gratuitamente comida y vestido, para garantizar su bienestar y facilitar su relación con los menores de la familia. Hay tarjetas postales de la época que muestran la indumentaria de las amas de cría. La burguesía hizo especialmente hincapié en las cuestiones relacionadas con su indumentaria, ya que debían reflejar la posición económica de la familia especialmente cuando la nodriza salía del entorno doméstico. Las joyas constituían el símbolo por excelencia de la riqueza de la familia, por lo que solían ser obsequio habitual para las nodrizas: «Cuando el niño echa un diente, al ama unos pendientes», afirmaba un dicho popular. Las joyas de las amas de cría solían ser muy ostentosas.
Cuando aún no había leches en polvo derivadas de la leche de vaca, las nodrizas asturianas eran un cuerpo de élite muy cotizado entre la clase alta española. El pecho de las mujeres de esa región solo era superado por el de la mujer pasiega, originaria de la Vega del Pas (Santander). Había un ranking de nodrizas. Primero, sin duda, las pasiegas. Segundo nivel, muy cerca, las asturianas. Luego ya, a más distancia, las gallegas. Y finalmente, de forma residual, las leonesas. ¿Y por qué esta jerarquía en la calidad del servicio? Aparte de otras cosas, inicialmente, asimilaban la bondad de la leche de la mujer con la bondad de la leche de las vacas de esos territorios: si la nodriza se había alimentado de buena leche, la suya también lo sería.
Sobre estas mujeres norteñas que «vendían» su leche a las familias pudientes y sobre la miseria en la que vivían la mayor parte de las zonas rurales españolas nos habla Francisco Feo:
Por ejemplo, en el norte de España, en Galicia, y sobre todo en la montaña de Santander y Asturias, es tal el estado de miseria de la población campesina que hay amas de leche, chicas de buen ver, que se dejan preñar para trasladarse a Madrid o a Barcelona, o las grandes ciudades, para servir como amas de leche. El único expediente que tienen para escapar de la miseria, de su ambiente, del ambiente en que están condenadas a vivir, es dejarse preñar y, cuando les viene la leche, se alquilan en casas pudientes donde las señoras que han parido no quieren estropearse los pechos y contratan un ama de leche. Los sueldos son de miseria y por lo tanto se puede tener mucha servidumbre. Tienen un ama de leche en casa para que amamante al niño. Y estas señoras, o estas chicas, normalmente campesinas, cuando se les va a retirar la leche se quedan otra vez embarazadas para volver a tener leche. Para no perder nunca la leche. Incluso hay una institución curiosa en Madrid que aparece en los novelistas de entonces y en los periódicos. Hay un tal Paco «el Seguro», que radica en los cafetines que hay alrededor en la Puerta del Sol, y las chicas saben que recurriendo a este hombre en la primera prestación sexual quedan embarazadas. Por lo visto este hombre era absolutamente infalible. El índice de la miseria narrada afecta más a la mujer, como siempre. Hay mujeres con una edad confesada de 14 o 15 años que se dedican a la prostitución para huir de la miseria [9].
Como comentábamos, en España, el ama de cría por antonomasia era el ama pasiega. Es difícil precisar con exactitud el momento en que se generalizó esta asociación, aunque todo indica que se produjo en la primera mitad del siglo XIX. La figura del ama de cría pasiega adquirió tintes de personaje novelesco y se incorporó con fuerza al imaginario romántico, de tal manera, que cuando las mujeres de otras provincias llegaban a Madrid para emplearse como nodrizas hacían gala de su supuesto origen pasiego para obtener mayores retribuciones económicas.
La periodista Maite Arnaiz nos ofrece esta bella semblanza de las pasiegas:
Frente a la fachada principal de la catedral de Granada está la Plaza de las Pasiegas, que encierra en su nombre una carga de emotividad protagonizada por unas mujeres valientes, decididas, procedentes del Valle del Pas en Cantabria, que acudían a Granada como nodrizas al reclamo de mujeres de familias pudientes que el escritor granadino Julio Belza calificó de «madres melindrosas o con impotencia a la hora de amamantar sus críos». Partían desde el Valle del Pas, su gran patria chica, casi siempre aprovechando el viaje en la carreta de vecinos de la zona, vendedores ambulantes, que recorrían España con los productos de su tierra. Lo hacían después de haber parido y lactado al hijo durante un mes. Como el camino era largo, se llevaban un cachorrito de perro al que daban de mamar durante el tiempo que durase el trayecto para que no se les cortara la leche; cachorro al que cogían un gran cariño y que, una vez cumplida su misión, quedaba al cuidado, ya convenido, de los vecinos que las habían ayudado en el viaje. Al llegar a Granada se dejaban ver en la Plaza de las Pasiegas donde, casi de inmediato, eran contratadas, por necesidad o por «capricho», por mujeres de la burguesía granadina a punto de ser madres [10].
Las norteñas que tenían como destino Madrid se reunían en la Plaza de Santa Cruz, junto a la Plaza Mayor, a la espera de que alguien contratase sus servicios. Paralelo a este mercado de nodrizas nació La Gota de Leche. La idea original de «las gotas de leche» procedía de Francia, donde el médico Dupont había creado la primera en 1894. El objetivo era luchar contra la desnutrición y la excesiva mortalidad infantil. Se concebía como una institución municipal eminentemente benéfica. Ofrecía leche artificial a niños pobres cuyas madres no podían amamantarlos y pagaban el servicio en función de sus posibilidades. A comienzos del siglo XX se crearon estas entidades en Barcelona, Madrid y Sevilla. La idea de crear nuevos Consultorios de Niños de Pecho y Gota de Leche se extendería a numerosas ciudades españolas, como fueron: Bilbao (1906), Málaga (1906), Valladolid (1911), Granada (1916), Córdoba (1916), Salamanca (1919), Ciudad Real (1921) y Huelva (1922). Antes de 1936 tuvo lugar una secuencia completa de expansión y estabilización en la apertura de estos centros. Estas instituciones además de prestar asistencia pediátrica, facilitaban la alimentación láctea. El pago de sus servicios dependía de la posición social de los pacientes, siendo gratis para los más pobres.
El trabajo de criar niños ajenos supuso un modo de vida para muchas mujeres muy pobres, mientras que para otras significó un ingreso complementario en momentos de necesidad familiar. Esta práctica fue muy habitual hasta que en la década de 1950, y en muchos lugares y sectores sociales mucho antes, fue perdiendo su función con la difusión del biberón y la leche en polvo. Actualmente en algunas ciudades se han creado bancos de leche materna, que se encargan de recoger el excedente de madres donantes, de procesarla de manera segura y de calidad, y de subministrarla a las unidades de neonatología de los centros hospitalarios. Tienen por finalidad garantizar que todos los niños prematuros muy graves que no pueden ser amamantados por su madre puedan disponer de leche materna. Los avances sociales que han permitido a las mujeres amamantar a sus hijos han tenido un efecto directo en la bajada de la mortalidad infantil, a la vez que en el descenso de la fecundidad. La mortalidad infantil ha mejorado y mejora porque buena parte de ella se debe a infecciones gastrointestinales, y el amamantamiento materno las previene. Pero es que además amamantar es en sí mismo un anticonceptivo, al prolongar el intervalo amenorreico.
Con el transcurso de las décadas, las cosas han cambiado. El incremento económico, la tecnología, la disminución del espacio en las viviendas, la baja natalidad y el cambio en las costumbres han simplificado las faenas que las criadas desarrollaban en las casas y variado la tipología de las mujeres que trabajan en el servicio doméstico. Esto resulta común en todos los países desarrollados.
En los últimos años del siglo XX, las chicas de servir también eran emigrantes, pero pocas españolas. Venían de países extracomunitarios. Por otra parte, se daba más el trabajo doméstico realizado por horas, es decir, eran sirvientas externas, no internas. El trabajo de las niñeras, cuidar niños pequeños, se ha delegado a las guarderías, y el de las nodrizas, al biberón. ¡Nada es lo que era! No obstante, hay una cosa que las iguala: su sorpresa y rubor cuando el primer día de trabajo en algunos edificios encuentran un portero que exclama: ¡Eh, por la escalera interior! O bien: ¡Entrad por la puerta de servicio!
Notas:
[1] Cristina Borderías, «Emigración y trayectorias sociales femeninas», Historia Social, n.º 17, 2003, pp. 75-94.
[2] J. J. Arazuri, «De Pamplona de toda la vida. Iruindarra, betidanik», La Rotxapea del siglo XIX: vendedoras, sirvientas, costureras, 18 de febrero de 2016, https://www.facebook.com/PTV12/posts/la-rotxapea-del-siglo-xix-vendedoras-sirvientas-costureras-el-trabajo-que-las-mu/861346680655402/
[3] Ibidem.
[4] Ibidem.
[5] Mónica Borrell Cairol, «La feminización del servicio doméstico. Barcelona 1848-1950», Revista de Demografía Histórica, vol. XXXIX, Issue I, 2016, pp. 25-62.
[6] Jesús Mirás Araujo, «Una aproximación al peso del servicio doméstico femenino en la ciudad de a Coruña entre 1900 y 1960», HMiC: història moderna i contemporània, n.º 1, http://www.raco.cat/index.php/HMIC/article/viewFile/22044/21878
[7] Carmen del Moral Ruiz, «Ocio y esparcimiento en Madrid hacia 1900», Arbor, CLXIX, n.º 666, junio de 2001, pp. 495-518.
[8] Julio Pérez Díaz “Amamantar hijos ajenos”, Apuntes de Demografía, 1/11/2009. https://apuntesdedemografia.com/2012/11/01/amamantar-hijos-ajenos/
[9] Francisco Feo Parrondo, «Mujer y medio rural en Asturias (siglo XX)», INGEBA, http://www.ingeba.org/lurralde/lurranet/lur22/feo22/22feo.htm
[10] Maite Arnaiz, «La leche materna de las nodrizas crió a reyes, aristócratas y burgueses», El Diario Montañés, 12 de octubre de 2008, https://www.eldiariomontanes.es/20081012/sociedad/domingo/leche-materna-nodrizas-cantabras-20081012.html
[Soledad Bengoechea es doctora en historia, miembro del Grupo de Investigación Consolidado de la UB “Treball, Institucions i Gènere” (TIG) y miembro de Tot Història, Associació Cultural]
5/4/2021
Antonio Antón
La victoria de las izquierdas en el 4-M
Este estudio sociológico tiene dos partes. En la primera expongo el marco general y las expectativas y los retos electorales de las fuerzas progresistas para definir un perfil transformador ganador. En la segunda, a partir de datos de CIS y con diversos gráficos, analizo dos cuestiones relevantes que dan soporte a ese proyecto social y democrático: La autoubicación ideológica y la identificación subjetiva de clase social, y la opinión cívica sobre el refuerzo de los servicios públicos y los impuestos.
Casi todos los estudios demoscópicos privados publicadas hasta ahora dan como ganador para las elecciones regionales de la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM) al bloque de las derechas liderado por la líder del Partido Popular madrileño, Isabel Díaz Ayuso. La victoria sería clara si entra Ciudadanos en la Asamblea de Madrid, cosa dudosa, con su disposición a la negociación de gobierno con Ayuso, y estaría ajustada si queda fuera. Solo, prácticamente, la anterior encuesta del CIS, del 5 de abril, señala un empate técnico (68 escaños) entre ambos bloques, derecha e izquierda, mientras la publicada el 22 de abril abre una horquilla entre 65 y 69 escaños para la suma de las derechas (PP y VOX, Cs se queda fuera) y entre 67 y 73 escaños para las tres izquierdas (PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos, en adelante MM y UP). No obstante, todavía hay un 20% de personas indecisas. Por tanto, frente a la resignación inicial han crecido las expectativas de ganar las elecciones para el bloque de izquierdas.
En un ensayo en el número anterior de Mientras Tanto, La encrucijada electoral madrileña, analizaba el contexto, las implicaciones y la necesaria determinación por un programa progresista de cambio, así como por la cooperación de las fuerzas de izquierdas, especialmente entre Más Madrid y Unidas Podemos. En particular, criticaba la estrategia centrista y excluyente del candidato socialista Ángel Gabilondo y la calificaba de perdedora. Los hechos posteriores lo han confirmado: no es practicable para constituir un gobierno centrista (PSOE, MM y Cs) y tampoco es efectiva para ganar suficiente electorado centrista; así recibe una pequeña transferencia de voto de Ciudadanos pero, al mismo tiempo, existe otra similar fuga de votos al PSOE que van hacia el PP de Ayuso.
Pero, sobre todo, nos interesa destacar la crítica a su apuesta continuista en materia social, fiscal y distribuidora y su poco talante integrador con su izquierda, matizado a última hora. De mantenerse esa estrategia y ese discurso no sería capaz de movilizar a una mayoría social de izquierdas y de base popular, cohesionar un pacto programático transformador y ofrecer una gestión gubernamental creíble de cambio. Ni siquiera serviría para superar el riesgo abstencionista de una parte de su propia base social e incluso para evitar cierta fuga de votos hacia el PP y hacia su izquierda (MM y UP). O sea, esa política continuista no favorece la victoria del bloque progresista, que debe garantizarse por otros medios: por un lado, la participación del presidente Sánchez y su equipo, con el aval de la gestión social, unitaria y democrática del gobierno de coalición progresista y una reorientación de su campaña más firme y unitaria y, por otro lado, la reafirmación participativa del electorado joven, popular y de izquierdas.
No cabe duda de que esa estrategia de tercera vía tiene grandes fundamentos estratégicos socioliberales y de vinculación a los grupos de poder. Ha sido la dominante en la socialdemocracia europea estas tres últimas décadas y le hizo cómplice de políticas regresivas en la gestión neoliberal de la crisis socioeconómica de 2008. El sanchismo, en sucesivas fases y con avances y retrocesos, se vio obligado a cambiar de paradigma, derivado de la correlación de fuerzas sociales y parlamentarias que cristalizaron con el Gobierno de coalición progresista hace más de un año.
Ese espacio del cambio de progreso se conformó lentamente durante esa larga década de amplias exigencias democratizadoras y de justicia social, con una amplia desafección de parte del electorado socialista y la constitución de un nuevo campo sociopolítico, llamado fuerzas del cambio que, a pesar de su división y cierto debilitamiento, todavía son un actor determinante en la representatividad popular y la gobernanza institucional. Frente al realismo de Sánchez, los sectores socialistas representados por Gabilondo y otros grupos de poder económico, político y mediático intentan cerrar, una vez más, el ciclo abierto de un cambio sustantivo de progreso, de mayor carácter social y democrático.
No obstante, ese viejo plan continuista y excluyente ha perdido legitimidad pública. Es más, ante la actual crisis socioeconómica derivada de la pandemia, los grupos de poder económicos, institucionales y financieros estadounidenses y europeos han cuestionado esa política neoliberal y restrictiva por unas medidas expansionistas e intervencionistas del Estado. Dejan atrás el trumpismo y las políticas más agresivas de austeridad y recortes sociales. Se abren a una política económica con mayor cohesión social, dados los fuertes desequilibrios sociales y políticos derivados de la estrategia regresiva anterior.
La nueva dinámica gubernamental en España, lenta y llena de dificultades, pone el acento en la modernización económica con mayor igualdad social y protección pública, con un papel más redistributivo, protector y regulador del Estado. Lo prioritario no es la libertad (de los mercados), utilizada por Ayuso para esconder su autoritarismo político, su regresión social y su neoconservadurismo sociocultural, sino las garantías públicas y la responsabilidad institucional y democrática para dar seguridad social a la población y avanzar en igualdad, bienestar y sostenibilidad medioambiental frente a las grandes incertidumbres y segregaciones abiertas.
La opción perdedora de Gabilondo
En el plano político-institucional, para garantizar la gobernabilidad se enfrentan dos modelos básicos: derechas e izquierdas. La alternativa intermedia de Gabilondo de pactar con Cs y excluir a UP, no es realista ni operativa. No obstante, en el plano programático y de hegemonía gestora, el candidato socialista insiste en su opción centrista. Su estrategia socioeconómica y fiscal es continuista, expresamente renuncia al cambio de progreso y a un pacto de izquierdas con una gobernabilidad compartida y negociada de las tres fuerzas progresistas; deja fuera del gobierno a UP, calificada inicialmente como extremista y radical, e impone una mayor subordinación a MM, que debiera oponerse con firmeza a ese veto.
Sin embargo, el problema desmotivador para las bases progresistas no se soluciona suficientemente con un imprescindible y probable mayor peso representativo de MM y UP, ya que la alternativa gubernamental de conjunto se ve condicionada por la ausencia de esa credibilidad transformadora derivada de la necesaria alianza con el Partido Socialista. Su fortalecimiento es necesario, tal como vaticina la última encuesta del CIS, para modificar ese plan de Gabilondo y reequilibrar el peso conjunto de ambas formaciones en la configuración programática y gestora del posible nuevo gobierno de izquierdas en la CAM, a semejanza del estatal (o bien para hacer una fuerte oposición a la involución ultraliberal y conservadora).
La cuestión, como decía antes, es que ese discurso inicial del candidato socialista no favorece la participación electoral de un segmento significativo (hasta un 15%) de sectores populares y de izquierdas, gran parte jóvenes que son decisivos para inclinar la balanza para un gobierno unitario de las tres izquierdas. Para ello es fundamental la determinación progresista de cambio sustantivo del modelo social con un nuevo gobierno de coalición con las tres fuerzas e izquierdas, credibilidad que Gabilondo se encarga de desactivar.
El modelo de Ayuso está definido: absorbe los discursos de VOX y Ciudadanos, y pretende imponer su marco discursivo. Ella defendería la libertad y las izquierdas el socialismo (o el comunismo). Pretende imponer esa polarización discursiva embellecedora de su posición y denigrante para las izquierdas. Ante la evidencia, en la actual crisis sanitaria y socioeconómica, de la prioridad de la gestión pública y solidaria y el resquebrajamiento de su política antisocial y privatizadora, ha reaccionado con la estrategia trumpista de la crispación, la descalificación y la mentira. No obstante, ante el fuerte apoyo mediático recibido, las izquierdas no han sido capaces todavía de oponer un discurso unitario y rotundo y están en desventaja.
El motivo principal de esa debilidad es la apuesta de la dirección del Partido Socialista de Madrid (PSM) por esa opción centrista e intermedia, con la división, subalternidad y aislamiento de parte de las otras dos izquierdas. Su estrategia no suma, sino que resta con un proyecto ambiguo (Gobernar en serio o Hazlo por Madrid), es decir, sin una clara apuesta de progreso ni de colaboración de las izquierdas y con un perfil socioliberal y prepotente.
Parece que Gabilondo tiene añoranza de un nuevo bipartidismo. Ayuso, prácticamente, ha conseguido su hegemonía en el campo de las derechas, aunque está por ver su victoria para el 4M. Pero él solo cuenta con la mitad de la representatividad de las izquierdas y un espacio del cambio consolidado. Pero ese fulgurante ascenso y prevalencia del Partido Popular no es extrapolable para el candidato socialista que, acomplejado, se ve arrastrado por su continuismo socioeconómico y su sectarismo hacia la izquierda transformadora, suavizado ante la evidencia de tener que contar con UP para formar un gobierno frente a las derechas. Puede aspirar a liderar la victoria de una alternativa de progreso, con la condición de una actitud unitaria y de izquierdas. Es lo que debería asegurar el PSOE en lo que queda de esta campaña electoral.
Por tanto, aunque hay cierta complicidad frente a las derechas, todavía no hay un modelo social y democrático coherente del bloque progresista ni un discurso unitario que dé soporte a una alianza gubernamental y de gestión política con los mejores ejes igualitarios y solidarios de las izquierdas, de corte progresivo o socialdemócrata clásico, convenientemente renovados. Es la referencia en que se incardinan los programas reformadores de MM y UP, con la integración de la agenda social y democrática con la medioambiental y feminista, fundamental para la identificación de sus bases sociales. Ante la inconsistencia de un polo político y discursivo unitario y movilizador de conjunto, son necesarios mayores estímulos de firmeza transformadora, unidad y confianza para la entusiasta activación electoral de las mayorías sociales con un proyecto ganador de cambio de progreso.
Revalorizar lo público con suficiencia fiscal
Aparte de las políticas públicas para la modernización productiva y el papel regulador del Estado, destaco dos elementos encadenados. Por una parte, la revalorización de lo público con un impulso reformador progresivo, en particular, sobre la sanidad, la enseñanza y las políticas sociales. Más allá, en el plano estatal, están las garantías del sistema público de pensiones, la protección al desempleo y la acción contra la precariedad y las relaciones laborales desventajosas para las capas trabajadoras… todas ellas con grandes dificultades y con evidentes conexiones con el modelo sociolaboral a implementar.
Por otra parte, la necesaria suficiencia fiscal para acometer ese imprescindible avance protector e igualitario, ligado a las tareas y expectativas del Gobierno estatal y el marco europeo a medio plazo. No obstante, como se sabe, tenemos un déficit anual de cerca de 7 puntos del PIB con la media europea. Eso es, prácticamente, los 70.000 millones de euros que vamos a recibir como préstamo europeo que habrá que devolver, aparte de otro tanto a fondo perdido… de los impuestos de otros países más ricos y financiados con deuda comunitaria.
Además, hay que recordar el atraso histórico y la insuficiencia de nuestro Estado de bienestar que todavía a finales del franquismo tenía una presión fiscal muy baja, con una diferencia de 14 puntos del PIB respecto de la media europea de entonces. Pero, en la Comunidad de Madrid, hoy día todavía tenemos una presión fiscal por habitante por debajo de la media estatal en ámbitos tan sensibles como la enseñanza (-16%), la sanidad (-7%) y las políticas sociales (-8%), al mismo tiempo que es la más rica y la más desigual. Se combinan las deficiencias de distribución, predistribución y redistribución del plan neoliberal y conservador de las derechas madrileñas durante estas décadas.
Pues bien, ante esa situación relativamente desfavorable para las izquierdas hay que plantear, al menos dos cuestiones fundamentales. Una, la activación electoral progresista. Dos, el eje del discurso programático, a confrontar con el de Ayuso (y la ultraderecha), que aquí voy a sintetizar en la relación entre incrementar la intensidad protectora pública y la necesaria suficiencia fiscal. O sea, la polarización se establece entre un modelo social y democrático (no el comunismo), y un modelo regresivo, autoritario y segregador. La debilidad para una apuesta de progreso es que la simple alternancia centrista (imposible) con la misma política de las derechas (algo suavizada) no ofrece suficiente credibilidad transformadora para ilusionar a sectores populares y de izquierda significativos. Su riesgo es no garantizar la victoria del bloque progresista.
Pareciera que Gabilondo está intranquilo con la victoria progresista y la conformación de un gobierno de coalición de izquierdas y un programa de progreso. Y eso lo notan sectores populares escépticos respecto del compromiso transformador del conjunto de las izquierdas. No es que sean pasivos en la defensa de unas demandas sociales y democráticas de cambio, con una nueva clase política progresista que sustituya la corrupta y neoliberal que ha mandado en las instituciones madrileñas más de un cuarto de siglo. Tampoco las mayorías sociales son responsables de esa gestión neoliberal por su supuesta derechización o pasividad. No lo fueron en los años 2015 y 2019, tras la fuerte deslegitimación crítica del bipartidismo gobernante por su gestión regresiva de la crisis de 2008/2010/2012, agravada por el Gobierno de Rajoy. Institucionalmente, ganaron las derechas por los propios errores y límites de las representaciones de las izquierdas: el centrismo socioliberal socialista y la división de las fuerzas del cambio, ambas con la correspondiente y desigual desafección popular.
Hay causas estructurales, históricas y sociopolíticas de fondo que explican ese relativo empate electoral en la región más rica, desigual y con mayor poder del estado. La victoria o la derrota va a depender de pequeñas variaciones de voto. Pero la motivación principal sigue siendo el sentido y la capacidad de la gobernabilidad y el tipo de proyecto social y democrático a construir de cada bloque político; no se trata de quién es la formación más votada, parece claro que va a ser el PP, sino de la configuración de la alianza ganadora, su representatividad social y cívica y su articulación programática y gestora. En ese sentido, las izquierdas tienen margen para crecer y consolidar su victoria. Habrá que volver sobre ello con los resultados electorales.
Autoubicación ideológica e identificación subjetiva de clase social
Dos aspectos concretos e inmediatos pueden contribuir en un sentido o en otro a inclinar la balanza electoral del 4M. Uno, cuáles son las claves de la identificación de las izquierdas y las posibilidades de ascenso participativo, incremento de los electorados progresistas y, por tanto, de conseguir su victoria electoral. Y dos, cuál es exactamente la opinión y los deseos de la población, muchas veces tergiversados, sobre dos temas entrelazados que definen el modelo social progresista y alternativo a Díaz Ayuso, la líder de las derechas: refuerzo de los servicios públicos y suficiencia fiscal.
O sea, la polarización política es entre una opción de progreso, protección pública e igualdad, y otra de involución social y democrática y privilegios de las minorías pudientes. La tercera opción intermedia, de Gabilondo, si no rectifica, le rectifican, lo suplantan o lo complementan va a ser difusa, poco creíble y perdedora.
Dejo al margen un aspecto importante ya tratado en el artículo La encrucijada electoral madrileña: la colaboración mínima imprescindible entre las tres formaciones de izquierdas, particularmente entre Más País y Unidas Podemos, cuya suma electoral se acerca a la representatividad del Partido socialista, y aun reconociendo los errores y limitaciones de la estrategia continuista de Gabilondo, que solo se podrán corregir parcialmente a la vista de los resultados del 4M con la configuración de un gobierno de coalición de izquierdas
Expongo una serie de gráficos, basados en datos del CIS, del Avance de resultados del estudio 3317 preelectoral de las elecciones autonómicas 2021 en la Comunidad de Madrid, de marzo de 2021, y con elaboración propia. Destaco los datos más significativos, con el comentario de los aspectos más relevantes de esos dos apartados, en especial los referidos a las fuerzas progresistas.
Hay dos aspectos destacables en este gráfico sobre la autoubicación ideológica de las bases electorales de las tres formaciones progresistas, con referencia al voto que emitieron en las elecciones autonómicas de 2019. Primero, la gran polarización ideológica entre las formaciones progresistas, cuyo grueso electoral se considera de izquierdas, y las bases sociales de las derechas. El centro puro se sitúa en el 5,5, ya que la escala es de 1 a 10, pero no hay grandes fluctuaciones entre los dos bloques. El PSOE tiene menos del 10% en los segmentos 6 y 7, y MM y UP apenas tienen representatividad en esos segmentos de centro derecha y derecha. Es decir, la gran mayoría de esos segmentos del 6 al 10 son votantes de las derechas. Los electorados de UP, MM y PSOE se consideran, muy mayoritariamente, de izquierdas. O sea, no hay transversalidad ideológico-política y hay dos campos sociopolíticos definidos por su identificación ideológica en el eje izquierda / derecha. En el PSOE hay algunos (tramo 5 y 6) que se auto ubican en el centro y en UP y MM, apenas unos pocos.
Segundo, merece la pena constatar las pequeñas diferencias entre los electorados de las tres formaciones en su autoidentificación ideológica, considerando el segmento 1 de izquierda radical, el 2 y 3 de izquierda transformadora y el 4 y 5 de izquierda moderada. Pues bien, la base social de UP se concentra en los tramos 1 a 3, la de MM de 2 a 4 y la del PSOE de 3 a 5 (aunque tiene también representatividad en los tramos 1 y 2). En este caso, son segmentos ideológicos compatibles entre sí y con su representación política, o sea, pertenecen al mismo espacio político.
Es curioso que más de un tercio de las personas que se auto ubican en la izquierda radical siguen votando al PSOE y un tercio votan a UP, más del doble que a MM. UP es mayoritaria en el segmento 2 de izquierda transformadora, con una ventaja de diez puntos sobre el PSOE y MM, aunque en el segmento 3, la representatividad es similar entre MM y UP y es mayor en el PSOE. En la izquierda moderada (4 y 5) hay una ligera ventaja de MM sobre UP, pero la diferencia más sustancial es entre ambos y el PSOE que triplica su apoyo social. En todo caso, sumadas las bases electorales de MM y UP de izquierda radical e izquierda transformadora (entre el 40% y el 50%) suman más que las del PSOE (entre el 26% y el 40%), y su flanco débil está en el segmento 5, el más moderado de la izquierda (apenas un 7% entre ambos).
Por último, el 23,4% del electorado socialista no se pronuncia, mientras en el caso de MM y UP solo es una minoría escasa, entre el 1,7% y el 2,7%., o sea, casi la totalidad de ambos electorados se definen en ese eje izquierda / derecha que contrasta con lo que luego veremos de su pertenencia de clase.
El siguiente gráfico representa el porcentaje de abstención y de voto dudoso (no sabe y no contesta), por clase social, en la distribución convencional que hace el CIS. Están claras las diferencia por clase social. Casi el 40% de la clase baja/pobre y el 30% de la clase media-baja y la clase trabajadora se declaran abstencionistas o tienen dudas sobre su voto, a diferencia de las otras dos clases acomodadas que lo tienen más decidido.
En este gráfico del voto progresista por identificación subjetiva de clase he agrupado en el ámbito de clases trabajadoras (en plural) las tres categorías (media-baja, trabajadora y baja/pobre), con lo que es más fácil comparar los tres grandes conglomerados por clase social. Como se ve, en el total de electorado, casi el 95% se identifican con una clase social, con un porcentaje muy superior de pertenencia a la clase media-media (55,6%) respecto de a las clases trabajadoras (31,5%). Muy amplio es también ese porcentaje en el electorado del PSOE que se define (85,5%), con una identificación muy mayoritaria a las clases trabajadoras (más del 60%). En el caso de UP llegan a ser más del 82% de las personas que se pronuncian y en el caso de MM el 62%. O sea, los electorados de las tres fuerzas incrementan su pertenencia subjetiva a las clases trabajadoras, llegando al doble de la identificación con la clase media-media en el PSOE y MM y casi al triple en el de UP, respecto de la media poblacional. En ese sentido, tal como he analizado en dos estudios sobre las características sociodemográficas y político-ideológicas de las bases sociales de progreso, éstas son mayoritariamente de izquierdas y de clases trabajadoras, a diferencia de otras versiones que ponen el acento en su composición de clase media y ambigüedad ideológica transversal.
Por tanto, respecto de la pertenencia de clase social, hay algo más de transversalidad, sobre todo en las bases sociales del PSOE y MM y, en cierto sentido, en las de VOX, con una representatividad significativa en los cinco grupos sociales, aunque en general hay una clara y mayor pertenencia de clase alta/media-alta y media-media a las dos derechas y de media-baja, trabajadora y baja/pobre a las tres izquierdas. O sea, la identidad de clase social sí se correlaciona con el voto político. En este sentido, cabe resaltar el gran apoyo a UP (24%), mayoritario, incluso por encima del PSOE (22,1%), en la autoidentificada como clase trabajadora, así como en la percibida como clase baja/pobre (17,2%), en este caso también por encima de MM (15%), que prácticamente duplica a UP en los otros tres segmentos de clase alta/media-alta, media-media y media-baja.
Un dato destacable es el alto porcentaje de las bases sociales de MM (45,2%) y UP (48,2%) que no se definen en su identificación subjetiva de clase social, es decir, no se pronuncian sobre esa variable identificadora, lo que significa que dudan, no saben auto ubicarse en ese plano o no le dan relevancia, lo que no quiere decir que se sientan pertenecientes a la clase media-media. En ese sentido, es más probable que este hecho se refiera a gente joven y estudiante, mayoría en esos electorados de las fuerzas del cambio, normalmente sin emancipar de la vivienda familiar, aunque con un sentido de pertenencia distinto al de sus padres. Así, no se definen el 45,2% del electorado de MM y el 48,2% del de UP. Aunque, como decía antes, el grueso de esos electorados sí se auto ubican entre las izquierdas.
Dicho de otra forma, no son transversales en materia ideológico-política y el eje izquierda / derecha caracteriza sus opciones sociopolíticas y de pensamiento. Aparte están otras identificaciones como ecologista y feminista, en una combinación identificadora múltiple que he definido de progresismo de izquierdas, ecologista y feminista y tal como explico en mi libro Cambios en el Estado de bienestar con los datos del voto en las elecciones generales de noviembre de 2019. Mientras tanto, en el del PSOE solo se inhibe el 14,3% y en el total poblacional solo el 5,9%. O sea, la población adulta tiene más definido su sentido de pertenencia de clase social.
Por último, tiene interés el dato de la posición objetiva de clase social, que proporciona este CIS, y aunque haya que tener una visión compleja, procesual e interactiva de su combinación con la posición subjetiva y la experiencia relacional. Recojo solo el segmento de personas activas (ocupadas y paradas). Desecho la categoría de ‘inactivas’ (estudiantes, pensionistas y personas con trabajo doméstico no remunerado), más difícil de clasificar aunque en una posición más subordinada en el plano familiar, normalmente con menores recursos propios o dependiente del sistema de pensiones, lo cual induciría a incorporarlas a las clases trabajadoras.
No obstante, el dato más relevante para mencionar es el de la población extranjera, que al no tener derecho al voto en estas elecciones (sí en las municipales) no quedan reflejadas en estas estadísticas electorales. Según datos de la CAM de 2020, son un 15% de la población total, algo más del millón de personas, con una edad media de 34,9 años que rejuvenece la pirámide generacional; además el 81,6% está en edad activa (16 a 65 años), cuando en la población española es un 63,6%. Pues bien, el grueso de esa población extranjera es de origen inmigrante y pertenencia a las clases trabajadoras, es decir, su porcentaje total subiría al 60% real, (con un 30% a la clase media-media y un 10% a la clase alta-medio-alta). Es una cifra más afín a otros análisis más completos sobre esa distribución en clases sociales, tal como explico en el libro citado. Hay que remarcar el déficit democrático y de influencia institucional por la infrarrepresentación de las clases trabajadoras y de segregación en la participación política que beneficia a las derechas, por lo que no sorprende su intransigencia participativa y su racismo segregador que podría condicionar su ventajismo en el poder institucional.
Por otro lado, aunque es discutible el enfoque metodológico del CIS en esta clasificación y con esas reservas, nos sirve aquí para comparar posición objetiva con la identificación subjetiva de clase y cómo afecta al apoyo a las fuerzas progresistas. Pues bien, contrastando con los datos totales de identificación subjetiva tenemos que un 13% de personas de clases trabajadoras no se identifican con su clase social objetiva y se consideran pertenecientes a la clase media-media que se ve engordada en casi diez puntos.
El refuerzo de los servicios públicos y la suficiencia fiscal
En primer lugar, expongo un gráfico, con una elaboración propia a partir también de datos del CIS (estudio 2930 de enero de 2012), sobre la posición de la población ante el gasto público social (%), vinculado con la actitud ante la presión fiscal. Se trata de ver la evolución de este tema crucial y clarificar el actual debate sobre la contundente negativa de las derechas y el propio Partido socialista (claramente el equipo económico del Gobierno) a la subida de impuestos.
Esta encuesta fue diseñada a finales del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, y convenientemente adormecida por el nuevo gobierno de Rajoy que tenía los planes contrapuestos a esa percepción mayoritaria de la población, con sus planes regresivos de ajuste estructural y recortes sociales. Están claros los grandes apoyos sociales de más del 70% de la población a la sanidad y la educación y, casi similar, al sistema público de pensiones. Y hoy día, con la legitimidad adquirida por los ERTES y la sensibilidad ecologista, podemos decir que ha aumentado el apoyo a las políticas públicas frente al desempleo y la sostenibilidad medioambiental. No me detengo en más comentarios. Solamente añado que, durante toda esta década, las derechas y distintos grupos de poder han llevado una persistente y profunda campaña política y mediática para reducir esa amplia legitimidad de los servicios públicos y adoptar medidas de recortes sociales, segmentación y privatización, intentando poner en primer plano la rebaja de los impuestos.
Para ver la evolución de su impacto, podemos citar la encuesta de la OCU, publicada a mitad de este periodo, en marzo de 2016, en la que el 67% de la población cree que es necesario pagar impuestos, si se quiere seguir teniendo servicios públicos. Es más, un 85% de los encuestados preferiría pagar más impuestos si eso supusiera una mejora en los servicios públicos que reciben los ciudadanos.
Con datos más completos y actuales tenemos el estudio nº 3259 del CIS sobre Opinión pública y política fiscal (septiembre-octubre 2019). En este gráfico he agregado los datos en las tres opciones básicas. Hay una mayoría (42,9%) partidaria de mejorar los servicios públicos aunque haya que pagar más impuestos, clásica entre las izquierdas; una minoría (18,01%), que prefiere lo contrario, pagar menos impuestos aunque haya que reducir los servicios públicos, normal entre los sectores acomodados de las derechas; y una posición intermedia (31,2%) que opta por pagar lo mismo, manteniendo servicios públicos, típica de las clases medias (y con expectativas de un refuerzo privado)… y el dato en que se apoya la propuesta de Gabilondo y Calviño. Los porcentajes son algo diferentes a los arriba mencionados de hace casi una década.
Pero hay que hacer una observación importante que determina las respuestas. En este caso, la pregunta es más personal ‘pagar más impuestos’, lo cual para muchas capas populares sería injusto y así se expresan en las encuestas: no hay que incrementar la presión fiscal a las rentas bajas y medias. La cuestión fundamental es a quién se sube (cosa que es más abierta en la encuesta anterior), además de evitar el fraude fiscal. Así, si se pregunta si se es partidario de subir impuestos a los ricos y particularmente los impuestos directos de sociedades y patrimonio y el más progresivo del IRPF a las rentas altas, en vez de los indirectos (IVA…), más regresivos y que afectan a las capas populares, la amplia opinión ciudadana es contundente a favor de esas subidas de impuestos para garantizar los servicios públicos. Es la opción de la izquierda transformadora.
La actitud progresiva está más diáfana en el siguiente gráfico donde se expone la posición de la población sobre si los impuestos dedicados a los servicios públicos son demasiados, los necesarios o muy pocos: una mayoría entre el 50% y el 62% considera que son insuficientes en las cinco áreas clave: enseñanza, sanidad, protección al desempleo, vivienda y seguridad social/pensiones; para una minoría entre el 1% y el 4% son demasiados, y menos de un tercio, entre el 26,8% y el 34,5%, considera que son los necesarios. Y esta opinión es antes de empezar la pandemia y la actual crisis sanitaria y social, en la que se han puesto de manifiesto las grandes insuficiencias de nuestros sistemas de protección pública y la necesidad del incremento de su refuerzo.
En definitiva, hay una mayoría social, en torno a los dos tercios de la población partidaria de un modelo social y fiscal progresivo, con suficiente representatividad y legitimidad democrática para implementar un cambio de progreso confrontado con el modelo regresivo, segregador y autoritario del Partido Popular de Ayuso. Las izquierdas deben ganar el 4M e implementar un proyecto democrático, solidario e igualitario.
[Antonio Antón es profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. www.antonio-anton-uam.es/]
26/4/2021
El extremista discreto
El Lobo Feroz
Más grande y menos marlaska y otras miserias miserables
Y yo que creía que Grande Marlaska era una garantía... Pues resulta que no. Es un peligro con patas. La poli y la Guardia Civil se han dado cuenta de que ese ministro está a la defensiva, tiene problemas, y a ellos les ha dado por aprovechar y usar las porras, que para algo son autoridad y el ministro no se atreverá a chistarles: cuenta con ellos. Hasta les alabará algún diario democrático.
Al único adulto detenido inicialmente en el lío montado por el tipo de Vox en Leganés —no sé su nombre ni lo quiero saber— la policía le ha aplicado la doctrina "toma del frasco, Carrasco". En un vídeo grabado de su detención, con un montón de antidistubios sobre él, se le oye gritar: "!Me vais a matar, joder!". Se repetía, por fortuna por poco tiempo, la escena del afroamericano muerto en los disturbios Usa. La cosa no acabó ahí, pues cuando después de pasar por el Hospital a curarle y que los polis le retuvieran en comisaría tanto tiempo como pudieron, pasó al juzgado y el juez le dejó en libertad... para que al salir de allí una pareja de civilones, vergüenza de una Guardia Civil que se estaba reivindicando de su pasado negro —muy negro—, lo llevaran engañado a un cuartito para darle unas cuantas hostias más.
Después los diligentes polis se han tomado la molestia de revisar grabaciones suyas y de periodistas amables (do ut des) para empapelar a más gente de la que protestaba contra la expedición de Vox a su barrio. Maderos que me leéis si sabéis, ¿todos sois de Vox?
Y yo, Lobo Feroz, dictamino que esto no puede ser. No luchamos contra la mierda del franquismo para esto. El gobierno de sedicente coalición de izquierda, o de izquierda no gran cosa, haría bien en quitar de enmedio a un ministro que hace mucho dejó de ser garantista como debería ser. Pero no lo hará, porque al igual que los gobiernos de derecha siempre se prefiere mantener al responsable de los perros de presa (principio de autoridad: mantenella y no enmendalla). Si los policías y guardiaciviles se envalentonan más allá, mucho más allá, del poder de que disponen y que se ha de usar discrecional pero prudentemente todo el estado de derecho está en peligro. De modo que no bastará con sancionar a los guardiaciviles abusones y a los antidisturbios que se complacen en atacar en cuadrilla a un detenido. Eso debe pasar (nos tememos que no; estamos acostumbrados). Pero no es suficiente. Si esto se hace con ciudadanos que en teoría tienen todas las garantías, ¿qué trato reserva ese Marlaska a los extracomunitarios, a los que llegan en patera y son internados, a los huidos de las guerras inducidas por estados de la Otan?
A veces da vergüenza ser de este país. No porque en otros no pasen (pero se castigan) cosas parecidas, sino porque tantos se llenan la boca de democracia, de transición y de estado de derecho cuando son simples pusilánimes que se contentan con dos centímetros cúbicos de poder.
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Cabo de Gata
A qué espera el gobierno para declarar Parque Natural y espacio protegido al entorno del Cabo de Gata. Uno de los pocos espacios que no ha sido invadido todavía por la especulación inmobiliaria y hotelera (no del todo: ahí deja el recao el Algarrobico). Hay dos proyectos de construcción suicida presentados al municipio de Níjar. Suicida para el Cabo de Gata y suicida para los proyectos hoteleros: la gente cree que se podrá seguir viviendo como antes, pero en cuanto al turismo, van a sobrar hoteles en todas las costas. Y si no, al tiempo.
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'Lbertad' o socialismo o bien Socialismo y libertad
A la trumpista que va a poner de los nervios a los madrileños, pase lo que pase después de aparecer esta nota, le han inventado un slogan: "Libertad o socialismo". Se refiere, claro es, a la libertad empresarial. Sin embargo para expresarlo mejor hubiera debido emplear el 'o bien' en vez del 'o' meramente disyuntivo. En todo caso esa persona ignora que para construir el socialismo es indispensable la libertad y las libertades de las gentes. Esa ignorancia, aunque no sea una ignorancia voluntaria, la retrata en cualquier caso.
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De Guatemala a Guatepeor
Tanto deseábamos que Trump perdiera las elecciones que olvidábamos quién puede llegar a ser candidato en las elecciones norteamericanas. Bernie Sanders, desde luego, no. En el terreno de las relaciones internacionales Trump era menos belicoso que Bidden, un tipo peligroso y al parecer con ganas de provocar. ¡Cuidado! ¡Que nadie nos meta en una guerrita con Ucrania! (Oigo que mi sobrino, en el cuarto de al lado, grita "¿Pero qué dices!" por mi maldita manía de leer en voz alta lo que escribo. Los que sufrimos la visita de Eisenhower...).
Por cierto, dan grima esos falsos documentales que reescriben la historia a su gusto, al montar a su capricho documentos filmados, sobreponiendo un relato verbal, con música siniestra cuando toca, de verdades a medias y medias verdades, y que la televisión pública suele emitir tarde por la noche. Quedan chiquitas las manipulaciones stalinianas de fotos de las que se eliminaba a Trotsky. ¿Estará esa obligación de emitir en la parte secreta de los acuerdos con los norteamericanos? ("¡Paranoico!", grita mi sobrino).
Pues si lo dice él, paranoico. La tele y la radio públicas publicitan pelis y libros que no se sabe de dónde los sacan. Ahora toca que nos ensordezcan con los Oscar —siempre las pelis de Venecia, Cannes, San Sebastián o incluso del Festival de Berlín, son mejores. Siempre—. ¿Habrá alguien que se ocupe de esa propaganda, un encargado en la sombra, o bien las majors y grandes editoriales se camelan directamente la publicidad a los funcionarios de los media?
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País de insolidarios
El pueblo, como el gobierno, quiere que todo vuelva a ser como antes. Sueñan con la llegada de millones de turistas, con la salvación de la industria hotelera; marchan por el camino ecológico de la producción de coches eléctricos y la correspondiente electricidad nuclear. ¿No habíamos llegado al consumo? ¡Pues venga consumo!
Dicho de otra manera: en este país muchos, muchísimos, no aprenden ni por shock. El carpe diem de las fiestas y botellones, de las playas atestadas por semana santa, hacen imposible que se consiga una inmunidad al virus generalizada, la estúpidamente o no tanto llamada inmunidad de rebaño. De un gran rebaño de atontados, que se dijo una vez. Con ese consumo en rebaño el virus Covid 19 ha encontrado casa en propiedad para quedarse. Se dan cifras de muertos enormes y la gente sigue tan tranquila porque no son tan altas como en el pasado abril. Las autoridades deberían hacer algo más expeditivo para disminuir los contagios; no lo harán porque se mueren de miedo ante los empresarios que han de cerrar, ante la propia gente consumista. Cuando deberían imponer normas y sanciones estrictas, y, en vez de ocultar los muertos, mostrarlos por las calles de las ciudades cada día. Al menos, una publicidad del estilo Dirección General de Tráfico.
Los chinos se libraron mayormente de la pandemia en unos pocos meses, en poco más de un cuatrimestre. Gente disciplinada y autoridades inteligentes. Aquí masticamos supuestamente democracia pero la pandemia parece el cuento de nunca acabar.
Por lo demás, falta información. Una vacuna puede ser como la de la viruela y durar prácticamente toda la vida, o bien como la vacuna de la gripe, que inmuniza durante tres o cuatro meses. ¿Para cuánto inmunizan las vacunas que nos inoculan? ¿Todas por igual? ¿Y los medicamentos? ¿Hay medicamentos especializados en la enfermedad que el virus provoca? Merdre, que diria el père UBU, todos los noticiarios empiezan hablando de la pandemia pero en realidad nos informan muy poquito.
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La batalla de los votos en Madrid
Al cerrar estas notas el Lobo que suscribe no sabe quién ganará en Madrid. Pero si la izquierda pierde, en esta americanización de las elecciones, será a causa del candidato del Psoe, más soso que un huevo sin sal. El señor es filósofo, y da un perfil más bien conservador. Pero ha sido ministro y rector de universidad, o sea que como filósofo resulta hiperplatónico. Si los del Psoe fueran listos lo hubieran cambiado por su hermano Iñaki, que sin embargo se dedica a la crítica del poder en vez de dedicarse a ejercerlo —o, como en el caso del hermano, a detentarlo—. Parece que el Psoe no tiene muchos reflejos. Como partido de orden que es, debería tener más.
25/4/2021
De otras fuentes
Fabio Ciaramelli
El regreso de la filosofía de la historia
–en tiempos de coronavirus-
1
En estos tiempos de coronavirus vuelve a estar de moda la figura de Winston Churchill. Muchos políticos, sin tener su estatura, quisieran emular a quien, en la hora más negra, logró dirigir eficazmente a la más antigua democracia de la Europa moderna ateniéndose a una férrea regla de conducta, expresada en el célebre "experts ought to be in tap and not on top", que se podría traducir por "los expertos deben estar disponibles pero no en la cima" (o sea, no en posiciones de mando). Lo que las palabras de Churchill sugieren, evidentemente, es que la responsabilidad del mando solo les corresponde a los políticos. Estos últimos, sin embargo, al menos en la fase que estamos viviendo, parece justamente que no pueden dejar de recurrir a las prescripciones de los expertos —en este caso de inmunólogos y epidemiólogos—, tomando luego distancias de maneras más o menos públicas. La punta del iceberg de estas oscilaciones ha sido sin duda la relación vacilante y fluctuante entre las "recomendaciones" de Anthony Faucy y las "decisiones" de Donald Trump que con frecuencia, y al menos de palabra, las desmentían.
A decir verdad, no obstante, no son solamente las decisiones de los políticos las que se contraponen a la opinión de los expertos y a veces a lo que los mismos políticos habían sostenido anteriormente. También los expertos defienden a menudo con encarnizamiento posiciones distintas entre sí y a veces incluso opuestas. Esto no debe sorprender. El carácter por entero inédito de la emergencia sanitaria que está alterando el mundo somete a dura prueba a cualquier competencia. Contrariamente a la indebida mitificación de los saberes científicos, no hay duda de que los expertos no pueden dar ningún tipo de respuesta definitiva e infalible a nuestros temores y esperanzas. Además, dado que en este caso estamos ante un virus nuevo y hasta ahora prácticamente desconocido, es obvio que la medicina —que por otra parte no es una ciencia, sino un ars, o sea, una técnica, aunque basada obviamente sobre datos científicos— solo puede moverse "por ensayo y error". Esta es la razón de que las "recetas" propuestas por los expertos para salir de la pandemia o limitar al menos los daños han estado a menudo en contraste entre sí, y precisamente por eso listas para deslegitimarse recíprocamente. De modo que el balón vuelve siempre a los políticos. La tarea de éstos, efectivamente, consiste en asumir la responsabilidad de elegir la línea guía de los comportamientos colectivos, incluso cuando los expertos tienen puntos de vista diversos y no indican unánimemente un único camino que recorrer.
2
Una cosa está o debería estar clara. Tanto los consejeros cuanto los decisores solo pueden inspirar sus tomas de posición en principios cautelares y criterios prudenciales. Pretender justificarlas en nombre de la verdad científica, cuando esta última se halla en vías de formación y es más dicutida que nunca, sería un atajo impracticable. Todos debemos aprender a vivir con las incertidumbres. Lo cual supone, por una parte, no asombrarse por la pluralidad de puntos de vista de los expertos y de los competentes, y, por otra, esperar y pretender de los políticos opciones responsables, pero revocables por esta misma razón.
Hay un preocupante trasfondo despótico silencionsamente compartido por cuantos sienten nostalgia por resoluciones firmes e intocables, carentes de titubeos e indecisión, porque se consideran basados en la segura posesión de una verdad objetiva, capaz de proporcionar la solución adecuada para tantos problemas concretos planteados por la convivencia. En los años cincuenta del siglo pasado, en plena época staliniana, un viejo filosofema —"la verdad es única, el error es múltiple"— fue retomado por Les Temps Modernes, prestigiosa revista de la izquierda francesa, como premisa de un razonamiento que concluía con la afirmación siguiente: "No por azar la derecha profesa el pluralismo". Hay que recordar en seguida que análoga acusación de relativismo ha sido dirigida durante mucho tiempo por la derecha conservadora (por católica o laica que fuese) contra quienes ponían en cuestión la (presunta) verdad absoluta de la tradición. Eso debería bastar para hacernos desconfiar del llamamiento más o menos tácito al unanimismo en una verdad simple y única. Pensar que quien se halla en una posición de mando puede tener acceso exclusivo a ella sería teóricamente ilusorio y políticamente muy peligroso.
No se puede decir, sin embargo, que la filosofía —entendida como incesante puesta en discusión de los idola tribus— se haya distinguido particularmente en lo tocante al espíritu crítico en los tiempos de la pandemia. En vez de reconocer y afrontar la disolución de los fundamentos de las certezas consolidadas, característica de la democracia moderna que la fase actual se limita a radicalizar, la mayoría de las veces el discurso filosófico dominante, tomando como pretexto su propia marginación por obra de la tecnociencia a la que todos piden protección y respuesta, se ha complacido en neutralizar la pandemia como acontecimiento, al limitarse a señalar sus confines en el interior de los recorridos teóricos —históricos y factuales— ya conocidos, sobre los cuales por este motivo la filosofía podía tener hegemonía y competencia. Así, el discurso de los filósofos à la page, más que confinado o bloqueado por los saberes efectivos y dominantes, se ha convertido de hecho en un discurso confinador, esto es, dirigido activamente a desconocer la alteridad del fenómeno que estamos viviendo, trazando determinados confines en cuyo interior insertarlo, y acabando por despojarlo de su novedad desestabilizadora y de su carácter innovador. Y así, privado de su alteridad y de las alteraciones profundas que comporta, el acontecimiento de la pandemia, gracias a tal relectura filosófica, acaba suministrando la enésima sedicente confirmación de la verdad o relevancia de tal o cual teoría general de lo real ya elaborada y dominada.
3
Lo primero que la pandemia ha desmentido es un lugar común difundido por el discurso filosófico, vinculado a las consecuencias de la bastante mayor frecuentación de la red, gran protagonista de la llamada sociedad digital. No se ha tratado solamente de un dato cuantitativo. El recurso a los llamados smartness, o sea, a los disposivos informáticos más diversos, que hasta hace poco había respondido predominantemente a otras lógicas, ha desempeñado un indispensable papel de inmunización sanitaria, cosa que lo ha desestigmatizado definitivamente, independientemente del carácter amenazador e invasivo de la llamada "vigilancia" informática (para entendernos, la que capitaliza para fines de lucro privado las informaciones que cada uno de nosotros, en cualquier hora del día, es inducido a esparcir).
La cosa más importante filosóficamente es otra. En la fase más aguda de la pandemia, han sido únicamente las relaciones virtuales, al reemplazar a las relaciones directas, las que han satisfecho al menos parcialmente nuestra sed de comunicaciones humanas, permitiendo una cierta continuidad de los intercambios sociales. El carácter aséptico del anonimato de la red ha prevalecido sobre el carácter virtualmente contagioso de la participación interpersonal. Esto es en primer lugar un hecho; pero, a juzgar por lo sucedido cuando no se había dispuesto adecuadamente la limitación de los contactos (y consiguientemente de los contagios), el hecho del incrementado recurso a la red se ha convertido sobre todo en un valor. Justamente la tan lamentada impersonalidad de la red —la distancia que presupone y mantiene entre los sujetos— ha hecho posible una comunicación médicamente segura.
A consecuencia de ello está cambiando o ha cambiado ya nuestro modo de concebir la relación entre communitas e immunitas, que la influyente interpretación filosófica de Roberto Esposito tendía a contraponer. En realidad, en los tiempos del coronavirus, los dispositivos inmunitarios, en vez de constituir una intolerable amenaza para la "comunidad", han demostrado ser los únicos en situación de protegerla y defenderla, logrando a pesar de todo conjugar comunicación y aislamiento.
4
La nunca eliminada desconfianza humanística respecto del ciberespacio, acusado de enterrar las relaciones personales y directas, debería ser abandonada o al menos relativizada por todo lo dicho. Pero eso no basta. También deberíamos darnos cuenta de que esta inesperada pandemia, con sus recaídas que trastornan nuestras costumbres y desestabilizan la economía, constituye una experiencia de cambio tan radical que vuelve implanteable toda conceptualización. Por desgracia, sin embargo, la tendencia a conceptualizar es casi un reflejo condicionado para el discurso filosófico más extendido, fiel a pesar de todo a la fórmula hegeliana según la cual "la filosofia es el propio tiempo aprendido en el pensamiento". Y así, entre los filósofos contemporáneos, ha habido quien estaba dispuesto a ver en la pandemia de Covid-19 la confirmación de la biopolítica o del estado de excepción, o quien veía en ella la confirmación de la crisis irreversible del neoliberalismo, o quien, por el contrario, reconocía en ella la amenaza de un retorno del estatalismo. Actitudes todas ellas que, a pesar de su diversidad, se unen en el desconocer y neutralizar la novedad del evento, de la misma manera que lo hacía la vieja "filosofía de la historia", que obviamente el discurso filosófico actual ya no se atreve a evocar expressis verbis. A ello se refiere explícitamente en cambio Roberto de Mattei, uno de los exponentes más autorizados del tradicionalismo católico, que se remite sin ambages a la "filosofía de la historia" y no solo a la teología para calificar al coronavirus de "castigo divino" (algo parecido, en realidad, se había dicho desde el mismo púlpito a finales de 2004 a propósito del tsunami del Océano Índico).
No se ve desde qué fundamento el discurso filosófico, dispuesto obviamente a tomar distancias con respecto a una filosofía de la historia de matriz religiosa, deba luego avalar acríticamente su reaparición, disfrazada en el sistemático desconocimiento del carácter imprevisible, inédito y desestabilizador de un acontecimiento que amenaza la continuidad del proceso histórico tal como lo hemos concebido y vivido hasta ahora. En vez de ensañarse en someter la epidemia a la búsqueda de la presunta "tendencia fundamental" del tiempo histórico, el discurso filosófico debería tratar de reconocer una novedad irreductible a sus propias categorías anteriores: una novedad que exige respuestas nuevas y pensamientos inéditos, y que por ello ninguna filosofía de la historia puede tener la pretensión de circunscribir.
[Fuente: La versión original de este texto ha sido publicada en el volumen editado por Klinger Scolarick, de la Universidad de Rio de Janeiro, sobre Filosofia em confinamento. Traducción de VMV y JRC].
1/11/2020
Matxalen Legarreta Iza
¿De qué hablamos desde los feminismos cuando hablamos de cuidados?
En una obra de 1993, Joan Tronto define el cuidado como “una actividad característica de la especie humana que incluye todo lo que hacemos con vistas a mantener, continuar o reparar nuestro ‘mundo’, de tal manera que podamos vivir en él lo mejor posible. Este mundo incluye nuestros cuerpos, nuestras individualidades [selves] y nuestro entorno, que buscamos tejer juntas en una red compleja que sostiene la vida”.
Es una definición amplia y, por ello, interesante y de gran potencial. Sin embargo, partir de una definición extensa, plantea un reto: si no la concretamos puede dejar de ser operativa, dejar de ser manejable y, por tanto, dejar de ser útil. Por ello, voy a intentar desgranar, concretar y aterrizar el cuidado en aspectos y dimensiones específicas.
Conceptualmente considero importante diferenciar tres dimensiones, aunque en el día a día resulte imposible desligarlas: material-física, subjetiva-relacional y política.
Dimensión material-física: el cuidado como trabajo
Poner el foco en la dimensión material y física del cuidado implica definirlo como trabajo. El cuidado es un trabajo que consume tiempo y energía. Más adelante profundizaré en ello. Antes, quiero resaltar que la dimensión material del cuidado engloba todas aquellas actividades que es necesario llevar a cabo para cubrir las necesidades físicas o fisiológicas de las personas: dar de comer, vestir, asear, pero también todo aquello que hay que hacer para poder dar de comer, vestir, asear…. Esto es, hay que cocinar, lavar la ropa, limpiar el baño… Por tanto, cuando hablamos de la dimensión material del cuidado, hablamos también del trabajo doméstico. Es importante diferenciar trabajo doméstico y cuidado, pero teniendo en cuenta y subrayando que es necesario hacer trabajo doméstico para poder prestar cuidado. Así, algunas autoras feministas definen el trabajo doméstico como “precondición del cuidado” o “cuidado indirecto”.
En muchas partes del mundo, además, antes de cocinar o limpiar la ropa, por ejemplo, hay que ir a por agua. Este tipo de trabajos que se han llamado “de subsistencia”, también son necesarios y forman parte del cuidado. Por ello, algunas feministas señalan acertadamente que diferenciar trabajo doméstico y cuidado implica un “sesgo primermundista”. Entonces, ¿por qué hacerlo? Porque al diferenciarlos aflora la tercera dimensión del cuidado: la política, la de las relaciones de poder y la de los privilegios. Se entiende más fácil con dos preguntas:
Primera: ¿cómo se incorporan los hombres al cuidado? ¿Qué parte desempeñan? Investigaciones sobre el reparto del trabajo doméstico y el cuidado en parejas heterosexuales, concluyen que los hombres se implican sobre todo en el cuidado lúdico y comunicativo. Algunas mujeres que hemos entrevistado en el marco de dichos estudios afirman que sus parejas pasan más tiempo que ellas con las criaturas, porque juegan más que ellas. Tal implicación, además, se valora muy positivamente. No obstante, en estos casos, ¿quién pone la lavadora para que tenga el chándal limpio? ¿Quién la tiende y dobla la ropa? ¿Quién baña a la criatura o le prepara la merienda? ¿Quién limpia el baño?
Segunda pregunta: ¿qué externalizamos cuándo externalizamos trabajo doméstico y cuidado? Esto es, cuando pagamos a otra persona por hacer este trabajo, ¿qué parte del trabajo delegamos? A menudo, se delega la parte material del trabajo que, y esto no es casual, es más rutinaria, más ardua y menos gratificante. ¿Podemos las madres blancas de países del norte global ejercer la maternidad de forma intensiva porque externalizamos parte del trabajo doméstico?
Dimensión subjetiva, relacional: el cuidado como ética
Cuidar supone estar atenta a cubrir las necesidades de la otra persona. Es una predisposición. Además, cuidar va más allá de la realización de una serie de tareas concretas. Tiene una dimensión humana que no puede aportar una máquina. Tiene que ver con el vínculo que se crea entre las personas. Se entiende mejor con un ejemplo del contexto actual de pandemia. Al estudiar el impacto de la covid-19 en el cuidado prestado en las residencias de personas mayores, las trabajadoras nos relatan que como medida de protección tienen que utilizar EPIs. Esto implica vestir mascarilla, guantes, buzos de plástico, pantallas… La imagen a la que nos remiten para describirlo es la de un astronauta. Narran las dificultades de desempeñar su trabajo en estas condiciones: tener que guardar distancia, ir vestida como en la NASA... “Ya no es lo mismo” dicen. Además, a menudo tratan con personas con problemas de audición, de vista, con demencia… Una enfermera señala que han aprendido a sonreír con los ojos.
El contexto de pandemia evidencia que es esencial prestar atención a la dimensión subjetiva-relacional del cuidado. Cuidar es crear vínculos, tener contacto humano. Las trabajadoras y directoras de residencias constatan también el deterioro sufrido por muchas personas mayores a causa del aislamiento, porque el confinamiento en las residencias no se termina con el fin del estado de alarma.
Asimismo, el cuidado consta de una dimensión moral vinculada con el deber. Las mujeres, por nuestro aprendizaje de género, tenemos interiorizado que cuidar es nuestro deber y nos crea sentimiento de culpa no poder cuidar como y cuando se supone que debemos hacerlo. Muchas madres, por ejemplo, expresan el malestar que sienten al dejar a sus criaturas en la guardería.
Dimensión política del cuidado: denuncia y propuesta política
El cuidado está atravesado por relaciones de poder. No siempre se cuida por amor, ni con amor. El cuidado puede conllevar situaciones de maltrato o trato malo hacia la persona cuidada, pero también de explotación hacia quien lo presta. Además, el trabajo de cuidado no otorga reconocimiento social, ni monetario. Es un trabajo de veinticuatro horas, siete días a la semana, sin descanso. Cuidar de forma intensiva anula la capacidad de gestión del tiempo diario e impide disfrutar de un tiempo propio. Por ello, dedicarse al cuidado implica una pérdida de poder y de privilegios. Además, abordar el cuidado en nuestro contexto implica tratar, por lo menos, tres ejes de desigualdad.
El primer eje de desigualdad es el de género: según las Encuestas de Empleo del Tiempo las mujeres realizamos en torno al 70% del trabajo doméstico y del cuidado. El cuidado está vinculado con la feminidad y los hombres construyen su masculinidad distanciándose del cuidado, sobre todo de los trabajos más arduos y rutinarios. Por ello, repito, es importante distinguir la dimensión material y subjetiva-relacional del cuidado.
El segundo eje de desigualdad es el de raza. Sale a la luz sobre todo en el marco de la externalización del trabajo doméstico y del cuidado. La externalización es posible porque se hace de forma precaria y, a menudo, en condiciones de abuso. Es difícil regular qué ocurre dentro de los hogares. Además, muchas mujeres que prestan cuidados de forma remunerada se encuentran en situación de irregularidad administrativa-jurídica en sus países de acogida. Para cuidar de una persona durante veinticuatro horas del día, siete días a la semana de forma digna, hace falta contratar a cinco personas. No hay familia que pueda sostenerlo. Por ello, desde los feminismos reivindicamos un sistema de cuidados público-comunitario. No obstante, hablar sobre externalización resulta también incómodo, porque nos interpela a las mujeres blancas y a nuestros privilegios. Muchas podemos avanzar en nuestras carreras profesionales o ejercer la maternidad de forma intensiva, como ya he señalado, a costa de otras mujeres, principalmente, mujeres migradas y racializadas. En este ámbito las feministas blancas de los países del norte global tenemos una asignatura pendiente: el cuestionamiento de nuestros privilegios.
El tercer eje desigualdad es el de la edad. Es interesante plantearlo en dos sentidos. Por un lado, porque hay un reparto desigual del trabajo doméstico y del cuidado entre generaciones: la población joven le dedica mucho menos tiempo que la adulta y la mayor. Y, por otro, porque durante la pandemia gran parte del discurso mediático y social se ha centrado en la criminalización de las residencias. Este hecho no es casual: está atravesado por el edadismo tan arraigado en nuestra sociedad. Tampoco es casual que la mayor parte de las usuarias de residencias y la mayor parte de las trabajadoras sean mujeres.
Además de denunciar desigualdades, la dimensión política del cuidado es propositiva. Desde los feminismos llevamos años reivindicando la necesidad de poner la sostenibilidad de la vida en el centro y de asumir que la vulnerabilidad es una característica humana. Las relaciones humanas están basadas en la interdenpendencia. Por ello, resulta urgente avanzar hacia una distribución más justa y equitativa del cuidado, tanto en nuestros propios hogares, como a nivel social. El cuidado es una cuestión política, no es algo que debamos resolver de forma individual. El contexto de pandemia ha puesto de manifiesto que el sistema actual es insostenible. Urge avanzar hacia la construcción de un sistema público-comunitario universal de cuidado, que garantice el derecho a prestar y recibir cuidados de forma digna por todas las personas.
[Fuente: El Salto]
23/4/2021
Agustín Moreno
Ganar Madrid para salvar la educación
La educación es un derecho fundamental reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la Constitución Española. La finalidad de la educación es acompañar a niñas, niños y adolescentes en su desarrollo integral como personas, para que sean ciudadanos formados, informados, críticos y comprometidos con la mejora de su sociedad. Es la educación pública la que permite que tengamos una sociedad más cohesionada y más feliz si se reducen las desigualdades y se asegura la equidad social. Por ello, es la mejor inversión que podemos hacer.
El Partido Popular ha utilizado Madrid como laboratorio de su proyecto de clase para la educación. Su política neoconservadora es muy agresiva contra la educación pública desde hace varios lustros. Sus ataques se han basado en dos ejes: los recortes del gasto y la privatización. Siendo la comunidad Madrid la más rica, solo invierte la vergüenza de un 2,25% de su PIB frente al 4,27% de media en España. Solo gasta 4.496 euros por alumno y año, cuando, por ejemplo, el País Vasco invierte 7.320 euros. Esta baja inversión, ha tenido como consecuencia la supresión de miles de empleos, el incremento de ratios, el deterioro de la calidad educativa y el malestar docente. La derecha sigue pensando que estudiamos por encima de nuestras posibilidades, porque solo le interesa la formación de las élites y no quieren "gastar" más en educación para un modelo productivo de bajos salarios y precariedad.
El otro eje de ataque, es la privatización. No se trata de que vendan colegios, sino de vaciar los centros públicos de alumnado y derivarlo a la privada sostenida con fondos públicos, conocida como concertada. Las vías son múltiples: transferir fondos y regalar suelo público a la red privada-concertada, cerrar unidades y centros públicos, negar la construcción de nuevos centros públicos necesarios, permitir una escolarización desequilibrada entre las dos redes del alumnado con necesidades educativas, inmigrante o por nivel socioeconómico.
Las consecuencias prácticas de esta política son dobles. Por un lado, el saqueo de la red pública como refleja este dato: el alumnado escolarizado en la educación pública es de un 53% en la Comunidad de Madrid y un 42% en Madrid capital, frente al 67% de toda España y a cifras del 90% en Europa. Por otro, la segregación educativa por razones socioeconómicas: la Comunidad de Madrid está a la cabeza de Europa y solo es superada por Hungría.
Un Gobierno democrático debe administrar lo que es de todos, puesto que el dinero sale de nuestros impuestos, pero la derecha se dedica a favorecer negocios privados. Esta política no es legítima ni normal, es una anomalía que no existe en Europa, y tiene como resultado la desigualdad y la falta de cohesión social. Luego está el negocio ideológico: la trasmisión de valores conservadores y el adoctrinamiento religioso en muchos centros privados.
Así las cosas, en la Comunidad de Madrid existe una auténtica emergencia educativa que hay que afrontar con dos palancas: una propuesta avanzada para revertir los recortes y un buen Gobierno, decente y progresista, para aplicarlas. Para ello, desde Unidas Podemos planteamos estos puntos básicos de mejora.
- Incrementar la inversión educativa en 1.000 millones de euros anuales, para aumentar la plantilla de profesores, la gratuidad de la enseñanza superior, infraestructuras educativas y nuevas plazas públicas.
- Reducir la ratio de alumnado por grupo en todas las etapas. Paralizar el cierre de unidades y de centros públicos.
- Aumentar el personal en la educación pública en 10.000 efectivos. Esto permitirá reducir ratios, mejorar la calidad y las condiciones laborales de los profesionales educativos. Estabilizar el empleo del profesorado, reduciendo las interinidades a la mínima expresión, con amplias ofertas públicas de empleo. El profesorado de secundaria volverá a 18 períodos lectivos.
- Aprobar una Ley de Calidad del Sistema Educativo y aplicación inmediata de la LOMLOE. Se suprimirán los conciertos educativos a los centros que segreguen por sexo o discriminen por causas socioeconómicas.
- Introducir la educación afectivo-sexual y el respeto a la diversidad, así como contenidos contra la violencia de género.
- Educación pública gratuita y de calidad en todas las etapas educativas. La universidad y la Formación Profesional públicas serán gratuitas en el plazo de dos años. Aumento en un 50% del número de plazas de FP pública en cuatro años.
- Incremento de plazas en la red pública de Escuelas Infantiles de 0 a 3 años. Duplicar la inversión para crear 6.000 plazas públicas gratuitas anuales adicionales y seguir avanzando hacia una red pública de calidad que garantice una cobertura universal.
- La alimentación escolar como derecho, que debe garantizarse siempre que lo demande la comunidad educativa.
El 4 de mayo tenemos la posibilidad de evitar que la ultraderecha gobierne Madrid, y que se haga con la Educación como está pasando en Murcia. Pero, sobre todo, queremos producir un cambio en favor de una educación de calidad para todos ¿Por qué vamos a renunciar a que la escuela sea una fábrica de talento y un lugar dónde nazcan los sueños? Queremos una educación en Madrid con un éxito escolar como el de Finlandia: en nivel académico, en cohesión social y en felicidad de las personas. Pero no podemos olvidar que sus pilares son: un 95% de centros públicos, una inversión del 7% del PIB, políticas sociales que refuerzan la política educativa y un modelo democrático donde participa el profesorado y la comunidad educativa. De eso se trata, no solo de frenar a la ultraderecha, sino de ganar para mejorar Madrid.
Ello requiere una decidida apuesta política para que la educación sea un instrumento para la transformación y mejora de la sociedad, a través de la igualdad de oportunidades, la equidad y la Justicia Social. Hay una larga lista de espera de problemas por resolver en Madrid, pero nos atrevemos a decir –parafraseando a Georges Jacques Danton- que la educación es lo primero, junto con la sanidad pública y el empleo. Queremos una educación pública de calidad para todos, en vez de una educación semiprivatizada, segregadora y sin igualdad de oportunidades. Lo decimos, desde la conciencia de que con ella nos jugamos la calidad cultural, democrática y la cohesión de nuestra sociedad, su futuro.
[Fuente: Publico.es]
16/4/2021
Jane McAlevey
Los elementos constitutivos de una derrota sindical
La National Labor Relations Board [Junta Nacional de Relaciones Laborales] anunció el 9 de abril, los resultados de la votación sobre la adhesión de los trabajadores del depósito de Amazon en Bessemer, Alabama, a un sindicato. La votación fue de 738 a favor y 1.798 en contra. Es una mala noticia, pero no significa que en futuras campañas los trabajadores de Amazon no puedan o no quieran ganar. Pueden. Los resultados no fueron sorprendentes, por razones que tienen más que ver con los criterios utilizados en la propia campaña que con cualquier otro factor.
Las historias de las horribles condiciones de trabajo en Amazon son más que conocidas. Mucho antes de la campaña de Bessemer, cualquiera que se prestara un poco de atención en el asunto sabía que los trabajadores están sometidos a un ritmo tan frenético que acaban orinando en botellas para evitar ser sancionados por demorarse demasiado en ir al baño, lo que para la empresa es “tiempo libre”. Christian Smalls fue despedido hace un año por denunciar públicamente que no se proporcionaba equipo de protección personal a la gente en su local de Amazon en el estado azul [demócrata, ndt] de Nueva York. Jennifer Bates, empleada de Amazon en el depósito de Bessemer dio un testimonio ante el Congreso que revuelve el estómago. Los trabajadores y trabajadoras de Amazon necesitan desesperadamente sindicarse, en Alabama, en Alemania y en cualquier otro lugar en el que la patronal high-tech y futurista, pero con una actitud medieval para con sus asalariados y asalariadas, instale un local de trabajo, cualquiera que sea la naturaleza del mismo. Con tan malas condiciones, ¿cómo se explica la derrota en Bessemer?
Hay tres factores que tienen mucho peso en cualquier votación sobre la sindicación en los EEUU: el comportamiento terriblemente pernicioso de los empresarios -a veces ilegal, la mayoría de las veces legal- que incluye el acoso y la intimidación de los trabajadores, y las mentiras descaradas (lo que, aparte de los países con gobiernos abiertamente represivos, es un fenómeno exclusivo de Estados Unidos); las estrategias y tácticas utilizadas en la campaña por los organizadores; y el contexto sociopolítico más amplio en el que tienen lugar las elecciones sindicales.
Destrucción de los sindicatos
Dada la eficacia de Amazon en la entrega de pedidos y el nuevo dominio que ejerce en Hollywood como productor y financiador clave de películas y programas de televisión, no es difícil imaginar que su operación para acabar con los sindicatos es también de primera categoría. El carácter implacable de las campañas patronales para derrotar a los sindicatos no es nada nuevo.
Para refrescar la memoria, nada mejor que leer Confessions of a Union Buster [Confesiones de un destructor de sindicatos, ndt], de Martin Jay Levitt (Crown Publishers, 1993). Es un libro escrito por un ex mercenario de la patronal. Está lleno de arrogancia, como debe ser, dado el número de campañas sindicales que Levitt ayudó a destruir. En su libro, Levitt le dice al lector: “El anti-sindicalismo es un terreno lleno de matones y basado en la mentira. Una campaña contra un sindicato es un ataque a las personas y una guerra contra la verdad. Como tal, es una guerra sin honor. La única forma de desmantelar un sindicato es mentir, deformar, manipular, amenazar y siempre, siempre, atacar. Toda campaña de ‘prevención sindical’, como se denominan esas guerras, se basa en una estrategia combinada de desinformación y de ataques personales”.
Basta con leer el libro de Levitt -que debería ser una lectura obligatoria para todos los organizadores y militantes sindicales- para darse cuenta de que los dados están siempre echados en contra de los trabajadores que tratan de organizarse en Estados Unidos (y cada vez más, en todo el mundo, ya que la experiencia en la destrucción de los sindicatos se ha convertido en una mercancía de exportación muy apreciada en el sector de los servicios). Su libro, la campaña de Amazon y casi todas las elecciones sindicales desde la era Reagan, constituyen una amplia prueba de que, para tener alguna posibilidad de invertir la tendencia a la baja de la situación de los trabajadores estadounidenses, es absolutamente necesaria la adopción de la ley HR 842, Protecting the Right to Organize Act of 2021 [PRO, Ley de Protección del Derecho de Organización de 2021], que acaba de ser aprobada por la Cámara de Representantes.
El apoyo popular a los sindicatos está en su punto más alto, mientras que el apoyo a las grandes empresas se encuentra en un nivel históricamente bajo. Lamentablemente, el apoyo popular a una propuesta tiene poco o nada que ver con que el Congreso apruebe la legislación. Dado el historial de intentos infructuosos de modificar de forma progresiva las leyes laborales bajo administraciones controladas por los demócratas -incluso con mayorías en ambas cámaras- la aprobación final de la Ley PRO es poco probable. Pero a pesar de los muchos obstáculos que se interponen en el camino de los trabajadores y trabajadoras que intentan sindicarse, es crucial recurrir a las estrategias y tácticas que han conseguido los mejores resultados.
Aceptar la derrota en campañas de sindicación difíciles de ganar significa aceptar un futuro muy sombrío. Para tener una posibilidad de ganar las campañas más difíciles, hay que aplicar los mejores métodos desde los primeros días de la campaña y mantenerlos hasta el final. Los deseos piadosos y las intuiciones inexperimentadas no tienen cabida en una campaña contra un empleador tan sofisticado y tan bien equipado como Amazon.
Varias señales de alerta durante la campaña
– Lista inexacta de los trabajadores. Desde el principio, la campaña de Bessemer tuvo, como reconocieron muchos organizadores experimentados, debilidades casi fatales. La primera de ellas fue una estimación muy inexacta sobre el número de asalariados que trabajaban en el depósito. Cuando el sindicato presentó la documentación oficial ante la NLRB para celebrar las elecciones el 20 de noviembre de 2020 -en un momento en el que poca gente le prestaba atención a otra cosa que no fueran las elecciones presidenciales de Estados Unidos-, el Sindicato Retail, Wholesale and Department Store Union [Minoristas, Mayoristas y Grandes Almacenes, RWDSU, por sus siglas en inglés] estimó que en el depósito había 1.500 trabajadores. Poco después de que el RWDSU presentara su denuncia, Amazon respondió a la NLRB que había unos 5.800 trabajadores en el almacén. Después de este primer paso del proceso -el acto formal de presentar una petición de elección de sindicación-, el sindicato puso en marcha el proceso legal, verdaderamente bizantino, que rige las elecciones sindicales en Estados Unidos. Los abogados de Amazon argumentaron que si el sindicato creía que sólo 1.500 empleados tenían derecho a votar en las elecciones, no tendría lugar lo que se llama una “demostración de interés” suficiente, que exige que el 30% del total de los asalariados haya firmado tarjetas de autorización indicando que desean organizar una elección sindical.
En lo que podría parecer una señal de aliento para los organizadores del sindicato, entre finales de noviembre y mediados de diciembre consiguieron reunir suficientes firmas de trabajadores como para alcanzar el umbral mínimo del 30% y así poder realizar las elecciones, incluso sobre el número mucho mayor de trabajadores que Amazon dijo que eran elegibles (para alcanzar el 30% de 1500 empleados, se necesitaban 300 tarjetas firmadas, pero eran necesarias 1740 para alcanzar ese umbral para 5800 trabajadores).
En realidad, según el New York Times, los organizadores habían recogido un total de 2.000 tarjetas de autorización a finales de diciembre de 2020. Para los militantes sindicales con menos experiencia puede ser desconcertante que los trabajadores firmen una tarjeta de autorización para la celebración de las elecciones y que luego voten en contra. Los organizadores sindicales experimentados nunca formulan esta pregunta: “¿Quieres el derecho a votar para tener o no un sindicato?”. Les pedimos que se comprometan con el voto afirmativo y que firmen una petición en ese sentido al firmar la tarjeta de autorización para las elecciones. Son preguntas muy diferentes y al final los resultados son también muy diferentes.
Pero la manifestación de interés preparó el terreno para el siguiente paso en el engorroso y complicado proceso: la audiencia oficial de la NLRB que determina si habrá elecciones y en caso afirmativo, cómo. Esa audiencia tuvo lugar el 20 de diciembre. Desde entonces y hasta finales de enero, mientras la atención de la nación se centraba en el asalto al Capitolio, Amazon emprendió su propio ataque a la democracia, la que se supone que está garantizada para las personas en su lugar de trabajo.
– La discusión sobre las cotizaciones sindicales. Cuando en el mes de enero, Amazon lanzó http://www.doitwithoutdues.com, un sitio web en el que se enumeraba todo lo que los trabajadores podrían hacer con el dinero “gastado” en concepto de cotizaciones sindicales, aparecieron los primeros signos de alerta. Al mismo tiempo, Amazon publicó un hashtag en twitter. La estratagema le salió mal. Los y las militantes pro-sindicatos de todo el país se apropiaron de la plataforma para tuitear una respuesta tras otra, todas muy ingeniosas, convirtiendo las reacciones a Amazon en una obsesión casi tan fuerte como los chistes que circulaban en twitter sobre el barco encallado en el Canal de Suez.
Para los organizadores del sindicato, por muy divertida que haya sido la respuesta nacional en twitter -que se convirtió en una plataforma digital para mostrar su rechazo a Amazon-, había un motivo más profundo de preocupación, según la respuesta oficial del RWDSU. Su presidente nacional, Stuart Appelbaum y otros representantes de la campaña lanzaron una ofensiva para demostrar que la dirección de Amazon mentía. “Amazon está intentando convertir las cotizaciones sindicales en un problema, aunque la gente no tenga que pagar cotizaciones”, dijo Stuart Appelbaum al Washington Post. Mensajes similares dominaron la cobertura de los medios de comunicación en respuesta al mensaje antisindical totalmente predecible sobre las cotizaciones. Un funcionario sindical dijo a NPR (National Public Radio): “Como indican algunos trabajadores, las leyes de ‘derecho al trabajo’ de Alabama establecen que los empleados pueden elegir entre pagar o no las cotizaciones sindicales”.
Aunque la respuesta del sindicato sea correcta -los trabajadores no tienen que pagar cotizaciones en un estado con una ley de “derecho al trabajo”-, aquellos que organizan y ganan una campaña nunca proponen a los trabajadores que pueden elegir si quieren o no pagar las cuotas. Más bien, es lo contrario. De hecho, es totalmente previsible que haya carteles por todas partes -en los baños, los comedores, las salas de descanso, junto a los relojes de fichar, etc.- que dicen que la empresa da más que lo que pueden obtener los trabajadores con el pago de una cotización sindical. Una respuesta más sutil consistiría en preguntarse por qué, de pronto, la empresa quiere debatir de cómo gastan los trabajadores su propio dinero. En ese caso, los sindicalistas pueden ayudar al trabajador y a la trabajadora a que entiendan que el pago de las cuotas es esencial para construir el poder necesario para enfrentarse a empresarios gigantes como Amazon.
La semántica y los mensajes suscitaron preocupaciones mucho más allá de la conversación sobre las cotizaciones sindicales. En los carteles pro-sindicato, los mensajes incluían lemas como “El sindicato está de tu lado”. En los numerosos vídeos que salen de Bessemer en las redes sociales, los activistas y sindicalistas hablan regularmente de “el sindicato”, como si un sindicato fuera algo distinto de las trabajadoras y trabajadores que tratan de formarlo. Un eslogan mejor habría sido “Cuando los trabajadores se unen, se producen cambios de verdad”, o algo que no convirtiera al “sindicato” en algo así como el nombre de un edificio o una calle y una dirección.
– La puerta de la fábrica como lugar de mira, sin visitas a domicilio. En la gran mayoría de las campañas que han tenido éxito, la forma y el lugar de las conversaciones con los trabajadores son cruciales. En un motor de búsqueda de Internet, si se escribe “Amazon cambia el esquema de los semáforos en Alabama” [para impedir la recogida de firmas], los resultados muestran docenas de historias, destacando una de las muchas tácticas que Amazon utilizó para combatir a los y las militantes de la campaña y a las y los sindicalistas. Aunque sea infame, esa táctica es acorde con la dureza de los combates por la sindicalización en Estados Unidos. En twitter, cuando se dio a conocer la historia, las personas que habían vivido el mismo problema contaban: “Sí, esto también ocurrió en el norte de Ohio, en nuestras elecciones, donde la empresa domina la política de la ciudad”. Ninguna de estas tácticas resulta sorprendente después de haber leído Confessions of a Union Buster. Lo que les preocupaba a los organizadores experimentados era la constatación de que la mayor parte del contacto cara a cara con los trabajadores tenía lugar en la entrada de la fábrica.
Como explicar eso de “No te preocupes. No hay que pagar cotización en Alabama”, llevando una campaña desde la puerta de la fábrica, es otra táctica que los organizadores que tienen éxito no hacen nunca. ¿Por qué? Porque el patrón está mirando. Esto es válido para todos los empresarios, no sólo para Amazon, una empresa que además desarrolla sistemas de vigilancia. Los trabajadores no quieren ser vistos cerca de su lugar de trabajo hablando con partidarios del sindicato, eso les preocupa.
Las campañas victoriosas han demostrado que para ganar hay que hacer visitas a domicilio, es decir, visitas físicas sin previo aviso a las casas de los trabajadores para que la conversación pueda tener lugar lejos de la mirada de la empresa. En una entrevista en The American Prospect [una revista de la izquierda demócrata] un organizador de la campaña pro-sindicato de Amazon explicó que no hacen visitas a domicilio, debido a la pandemia de Covid. Pero en una campaña difícil de ganar, hay que ponerse una mascarilla, tocar el timbre, llevar el desinfectante colgando del cuello o en las manos para que se vea e iniciar el diálogo con la trabajadora o el trabajador manteniendo la distancia social, con toda seguridad.
Esta misma cuestión, es decir que la Covid no significaba puerta a puerta, también se planteó al principio de la campaña de Biden, después de que Sanders se retirara y cuando la pandemia se agravó. Al principio Biden se equivocó, y cuando se dio cuenta de lo reñida que sería la elección, cambió de método. Del mismo modo, en los artículos sobre la segunda vuelta de las elecciones al Senado en Georgia, los organizadores del derecho al voto dejaron claro que tenían que salir a la calle, subirse a sus coches y visitar a cada votante cara a cara, a pesar de la pandemia. Llevaban máscaras y visitaron a miles de votantes.
El trabajo académico más completo sobre el éxito de la sindicación en los EEUU, realizado por Kate Bronfenbrenner, directora de investigación laboral de la Universidad de Cornell, brinda argumentos irrefutables a favor de las visitas a domicilio. Sin embargo, los organizadores de Bessemer dijeron que se basaban en “estrategias digitales”. El sindicato también dice que, aparte de venir a dialogar en las puertas de la planta, los representantes de otros sindicatos del país llamaban por teléfono a los trabajadores de Amazon de Bessemer. Pero no hay nada que sustituya a una visita a domicilio en una campaña dura, y punto.
Una posible excepción a la regla de la campaña en la puerta de la fábrica podría haber sido que muchos verdaderos trabajadores y trabajadoras de Bessemer Amazon estuvieran en la puerta de la fábrica durante el cambio de turno. Pero no fue así. En lugar de eso, los trabajadores de la planta veían a personal del sindicato y a simpatizantes exteriores.
– Falta de apoyo mayoritario. Una de las tácticas más importantes en estas luchas difíciles por la organización de un sindicato es lo que los y las sindicalistas llaman “encuestas de estructura pública mayoritaria”. Una encuesta de estructura pública mayoritaria se produce cuando la mayoría de los trabajadores con derecho a voto en las próximas elecciones sindicales, o que votan a favor de la huelga, firman una petición o se fotografían y realizan carteles públicos, un folleto o abren una página web en la que aparecen sus firmas o sus caras, con un mensaje que indica su intención de votar ‘sí’. Cuando se le preguntó porque no se había hecho eso en Bessemer, el sindicato contestó que debía “proteger a la mano de obra” de los despidos, por lo que no quería hacer nada en público. Y ahí se acabó el juego.
Un error frecuente en las batallas sindicales difíciles es que los responsables del esfuerzo piensan que hay algo único en sus circunstancias particulares -la industria, el grupo de trabajadores, el tipo de trabajadores, la región del país, el momento de la historia, el nivel de vigilancia, etc.- que justifica que no se adopten las prácticas adecuadas de organización, como la realización de encuestas de estructura mayoritaria y eventualmente, la publicación de esas encuestas una vez que se alcanza la mayoría. Cuando el miedo se extiende en un establecimiento -lo que fue seguramente el caso en la elección de Amazon- la única manera de superarlo es que todos los trabajadores y trabajadoras pro-sindicato salgan a declararse públicamente a favor del mismo. Lo que “protege a los trabajadores” es cuando una mayoría de ellos toma esa medida conjuntamente, todos al mismo tiempo. Se muestra así la fuerza colectiva en las conversaciones y en la acción.
Las encuestas de estructura se hacen primero en privado y en silencio hasta el momento en que la mayoría de los trabajadores y trabajadoras están dispuestos a firmar. Si la mayoría firma, suele ser un indicio fiable de que la campaña va a tener éxito. Pero no basta con una encuesta de estructura pública. Hay que seguir adelante, porque el apoyo aumenta, en general, una vez que los compañeros de trabajo indecisos se dan cuenta de que, en realidad, la mayoría de sus compañeros construyen la unidad. Las encuestas de estructura mayoritaria demuestran que las personas en las que más confían los trabajadores le hacen frente a una campaña de miedo, son sus propios compañeros y están dispuestos a apoyarlos, a decir “basta”.
Los y las que ganan son los trabajadores que ven que muchos de sus compañeros se pronuncian. No se gana organizando mítines con superestrellas venidas de otro estado, ni con jugadores de fútbol famosos, ni con actores y actrices famosos, ni siquiera con Bernie Sanders o el presidente de los EE.UU. (aunque el video del presidente Biden es digno de ser aplaudido por varias razones: las futuras campañas y la legitimidad general de los sindicatos, especialmente). Cuando en una campaña hay más seguidores y personal de otras fábricas que trabajadores y trabajadoras de esa planta, es una clara señal de que la derrota es inminente.
El contexto de Bessemer
Mucho se ha dicho sobre la historia de Bessemer y por extensión de Birmingham (próxima de Bessemer), como un lugar que -a pesar de estar en Alabama, un estado republicano aferrado al sistema de Jim Crow [segregación racial], con una de las tasas de sindicación más bajas del país- es en cierto modo una excepción debido a la historia de sindicación de la ciudad. ¡Una historia sorprendente!
Hay maravillosas historias de las luchas de los trabajadores para sindicarse en la región, con los negros uniéndose entre sí y con los trabajadores blancos -a veces sacrificando la vida- para forjar sindicatos en aquellas minas que fueron parte del paisaje. La cobertura mediática también se centró en el porcentaje de trabajadores negros en los depósitos de Amazon, sugiriendo que la demografía aseguraría la victoria. Si esto último hubiera sido cierto, habría habido una victoria sólida en las elecciones de Nissan en Canton, Mississippi, en 2017, cuando los medios de comunicación también exageraron de manera muy grosera la elección y el factor de una mayoría de trabajadores negros. En esas elecciones, el voto fue del 38% por el sí y el 62% por el no.
En la documentación publicada por el sindicato en su página web, se puede ver una larga lista de personas que apoyan a los trabajadores y trabajadoras a nivel nacional, y una lista mucho más corta de grupos locales que apoyan los esfuerzos de los asalariados y asalariadas. Los medios de comunicación hablaron a menudo del aspecto religioso de la campaña, en la que los líderes religiosos habrían sido los principales protagonistas. Pero las organizaciones religiosas de Bessemer o de la zona de Birmingham estuvieron prácticamente ausentes de la lista de apoyo a la campaña. Aunque los reportajes subrayaban que las reuniones comenzaban con oraciones, los principales líderes religiosos locales no apoyaron públicamente a los trabajadores y trabajadoras. En las campañas exitosas, el apoyo público de los líderes religiosos locales suele ser esencial si la pertenencia religiosa es común entre los trabajadores.
En Detroit, antes de que se sindicaran las fábricas de automóviles, muchos negros se oponían al sindicato. La razón, según el Dr. Steven Pitts, que dirige el nuevo podcast Black Work Talk: “Muchos pastores prestigiosos de la zona de Detroit tenían buenas relaciones con Henry Ford. Cuando la emigración negra del Sur [hacia el Norte] estaba en su apogeo, las familias negras se instalaron en Detroit, allí encontraron una iglesia y consiguieron trabajo en la fábrica de Ford gracias a los responsables de su iglesia. Hizo falta una década de luchas entre los trabajadores negros pro-sindicatos y sus jefes cívicos antes de que dinámica cambiara en Detroit para inclinarse a favor de los sindicatos”.
En Bessemer, los grupos comunitarios locales con los que hablé por teléfono me dijeron que ésta era la primera campaña sindical que recordaban en la que el sindicato se había puesto en contacto con ellos en una fecha tan tardía de la campaña, en el mes de febrero. En otras elecciones de la misma región, incluso la de la planta de componentes de automóviles de Mercedes en Tuscaloosa, que se encuentra a 80 kilómetros de la ciudad -mucho más lejos de lo que Bessemer está de Birmingham-, los sindicatos intervinieron mucho antes de que los trabajadores hicieran pública la campaña (lo que en Bessemer había ocurrido ya en octubre).
Es muy probable que en estos días veamos mensajes afirmando que “aunque los trabajadores y trabajadoras no hayan ganado, en realidad ganaron”. Pero no ganaron. Y eso es realmente lamentable. Los medios de comunicación, especialmente los llamados medios sindicales, nunca deberían haber sobrestimado esta campaña, ni la de Volkswagen, ni la de Nissan. En los tres casos, la derrota inminente era clara. Cuando los medios de comunicación priorizan los clics y los seguidores y no la realidad, no sólo no ayudan sino que probablemente perjudican a los trabajadores. La cobertura de los medios de comunicación acumuló una atención injustificada que podría servir a la narrativa a favor de la Ley PRO, pero las campañas excesivamente mediáticas hacen que la gente se sienta derrotada. A veces, de hecho, se sienten tan derrotados que dan un paso atrás y se retiran para siempre. Probablemente, esta campaña no debería haber tenido lugar a partir del momento en que los sindicalistas se dieron cuenta de lo errónea que era su estimación del número de trabajadores y trabajadoras en el almacén. No hay nada que justifique que se ponga a los trabajadores en lo que los sindicalistas llaman una “marcha de la muerte”.
Para los trabajadores de Bessemer, durante la próxima etapa, probablemente el sindicato presentará un gran número de objeciones plenamente justificadas, o denuncias por “prácticas laborales injustas”, contra Amazon. Es probable que ganen el derecho a una nueva elección basándose en el comportamiento ilegal de la empresa. En la legendaria campaña de organización de Smithfield, donde los trabajadores del mayor matadero de cerdos del país consiguieron su sindicato [en 2008] al cabo de 16 años de lucha, en su tercer intento de elecciones, la lección que la gente debería haber aprendido es que efectivamente, las leyes laborales no se cumplen, pero también que no hay que saltar o evitar etapas cuando se hace una campaña.
Muchas de las dificultades constatadas en la primera ronda de votaciones en Smithfield tuvieron lugar en la primera ronda de votaciones en Bessemer. Ya es hora de que dejemos de dar por sentado que las y los trabajadores nos apoyan, de que no les hagamos correr riesgos innecesarios con una política de “tierra quemada”.
Comparadas con las presiones que debe soportar la mayoría de las y los trabajadores de Estados Unidos cuando tratan de formar un sindicato, las recientes medidas de la asamblea legislativa de Georgia, destinadas a suprimir más votantes [para las elecciones estatales] parecen inofensivas. Si el Senado aprueba el proyecto de ley PRO, no cabe duda de que la sindicación aumentará rápidamente, lo que es una de las razones por las que su aprobación en un futuro próximo parece curiosamente remota. A pesar de contar con el presidente más favorable a los sindicatos en casi 100 años, el Senado se mantiene inmóvil en temas mucho menos difíciles que una gran reforma del código laboral. El Senado ni siquiera aceptaría un salario mínimo de 15 dólares por hora impuesta por el gobierno federal. Y los progresistas vienen intentando aprobar una ley laboral desde la presidencia de Jimmy Carter, sin conseguirlo.
Cada uno de los trabajadores y trabajadoras de la campaña de Bessemer merecía ganar. Y si las normas de sindicación en Estados Unidos fueran mínimamente justas, habrían ganado. Pero las reglas no son justas. Todo lo contrario: son descaradamente injustas. Lo que merecen las y los trabajadores que intentan formar sindicatos contra empresarios inmorales es un esfuerzo con posibilidades de ganar. Hay muchas pruebas de lo que funciona. Las redes sociales y los medios digitales no funcionan cuando el miedo y la división son las principales armas de los patrones.
Los y las trabajadores pueden ganar y organizar sindicatos, pueden hacer huelga y ganar. Es tan difícil como el infierno y para ello se requiere un compromiso sin concesiones.
[Jane McAlevey es corresponsal laboral de The Nation para las luchas de los trabajadores. Es autora de A Collective Bargain: Unions, Organizing, and the Fight for Democracy (Ecco, 2020). Es investigadora responsable del Instituto de Investigación sobre el Trabajo y el Empleo de la Universidad de California].
[Fuente: vientosur. Originalmente publicado en The Nation y A l'encontre].
Traducción a cargo de viento sur.
22/4/2021
Rafael Poch
Caldeando el ambiente en Ucrania y Taiwán
Para delimitar las responsabilidades del incremento de la tensión militar solo hay que fijarse en dos cosas: la iniciativa y la geografía.
La administración de Biden está caldeando el ambiente militar en una acción en dos frentes: contra Rusia, en Ucrania y el Mar Negro, y contra China, en el espacio de Taiwán, en el Mar de China meridional. Todo ello está provocando medidas de respuesta rusas y chinas en cada uno de esos teatros, pero no hay nada de “responsabilidades compartidas” en este asunto. Lo que hay es, en primerísimo lugar, una temeraria irresponsabilidad de Estados Unidos.
Para convencerse de ello no hay más que atender a dos aspectos: la iniciativa, de dónde proviene el impulso inicial que provoca la tensión, y la geografía, es decir, dónde se localiza el escenario.
Sobre el impulso, hay que decir que se trata de la iniciativa de Estados Unidos y sus vasallos europeos de agobiar a Rusia avanzando su maquinaria militar hasta sus mismas fronteras. Esto comenzó en los años noventa cuando la OTAN incumplió los acuerdos establecidos, muchos de ellos no firmados, en torno a la unificación alemana. Que a la política de paz y desarme de Gorbachov, con retirada y disolución del Pacto de Varsovia, siguiera la ampliación de la OTAN como bloque antirruso, despreciando la Carta de la OSCE de noviembre de 1990, es algo que entra de pleno en los anales de la infamia geopolítica.
Que un bloque que gasta en armas y ejércitos 954.000 millones de dólares clame contra la amenaza de Rusia, que gasta 66.000 millones, más de catorce veces menos, es algo que solo una profunda corrupción mediática permite hacer pasar por normal. Que las maniobras de 30.000 soldados de 26 países (Defender Europa, 2021) que ahora mismo están teniendo lugar pasen como “respuesta” y “defensa” pertenece a la misma categoría.
Respecto a la geografía, que todo eso suceda en el entorno inmediato de Rusia, un país que ha sido repetidamente invadido por Occidente a lo largo de su historia, acaba de situar, de forma incontestable, el tema de las responsabilidades. Y lo mismo vale para China, con el vasallo japonés (unos 20 millones de chinos muertos en el conjunto de Asia Oriental durante su última expansión imperial) en el papel que ahora mismo Alemania (26 millones de muertos en la URSS con su invasión hitleriana) desempeña en Europa.
La instrumentada radicalización de Zelensky
En la actual operación de caldeamiento, Ucrania y Taiwán son los instrumentos. El presidente Volodymir Zelensky ganó las elecciones de 2019 con la esperanzadora promesa de acabar con las hostilidades en el Este de Ucrania y con la virulenta línea antirrusa de su predecesor, pero desde entonces la economía ha continuado deteriorándose y su popularidad se ha hundido. Casi diez millones de jóvenes ucranianos han emigrado al extranjero (Rusia y Occidente) en busca de trabajo y/o huyendo del alistamiento militar (Ucrania declara oficialmente 9.000 desertores). Con ese panorama, las tornas han girado y Zelensky está más abierto que nunca a la instrumentalización exterior.
Ucrania ha dejado claro su rechazo a seguir participando en el foro de Minsk, un marco negociador con Rusia, Alemania y Francia creado en 2015 sin Estados Unidos (peligroso precedente para el tutelaje continental de Washington). Zelensky también se retiró en febrero de los acuerdos de 1991 sobre aviación civil y uso del espacio aéreo exsoviético. Además, ha reducido el comercio con Rusia a su mínima expresión y ha cerrado medios de comunicación en ruso, entre ellos la cadena de televisión 112, una de las más plurales. Paralelamente, el número de vuelos de aviones militares de la OTAN junto a las fronteras rusas se ha incrementado un 30% en lo que llevamos de año y también ha aumentado la presencia de barcos de guerra americanos en el Mar Negro.
La administración de Biden incluye a algunos de los personajes que fueron protagonistas en todo aquello que el cambio de gobierno en Kiev en 2014 tuvo de golpe de Estado, entre ellos Victoria Nuland (la autora del famoso “fuck the EU”) y el actual secretario de Estado, Antony Blinken, gente que parece considerar inacabada aquella operación que desencadenó la reincorporación de Crimea a Rusia y la revuelta armada de las regiones del Este.
En este contexto y circunstancias, Zelensky ha sido inducido a incrementar su beligerancia. Mientras fluyen millones de dólares en ayuda militar, desde febrero se suceden los incidentes militares en las regiones del Este. En marzo Zelensky proclamó planes para recuperar Crimea militarmente y en abril se ha dirigido a Estados Unidos y la OTAN con la solicitud de ingreso en ese bloque militar. Biden ha respondido declarando su “apoyo inquebrantable a las aspiraciones euroatlánticas” de Ucrania. “Hemos recibido una fuerte señal de solidaridad de nuestros socios internacionales que apoyan resueltamente la integridad territorial y soberanía de Ucrania ante la escalada rusa”, ha dicho el portavoz de Exteriores del Gobierno de Kiev.
Lo que está en juego en esta escenificación es hundir el casi acabado gaseoducto Nord Stream 2, que es el principal nexo económico de Alemania con Rusia. Un conflicto militar en Ucrania reavivado, en el que Rusia siempre será presentada como responsable (ya lo está siendo por mover tropas dentro de sus fronteras en reacción a todo lo descrito), daría el motivo perfecto. Alemania es el país clave para cortar el vector de integración euroasiática que Pekín y Moscú promueven. “En la administración Biden hay interés en fomentar la tensión en Ucrania instrumentalizando a ese país”, ha dicho el diputado ruso Konstantin Zatulin.
Jugando con Taiwán
En cuanto al frente chino, sin llegar a cuestionar su compromiso de 1979 que reconoce que Pekín es el gobernante legítimo de toda China, incluida Taiwán, la administración Biden está igualmente buscando provocar respuestas de China. Biden ha sido el primer presidente en invitar a su investidura al embajador virtual de Taiwán en Estados Unidos, Hsiao Bi-Khim.
Los funcionarios del gobierno de EE.UU. reciben regularmente a visitantes taiwaneses en sedes oficiales y visitan las “representaciones económicas y culturales” de Taiwán en Estados Unidos, las cuales actúan como embajadas de facto. El embajador de Estados Unidos en Japón recibió en marzo en su residencia a su homólogo taiwanés. El mismo mes el embajador de Estados Unidos en el Estado insular de Palau visitó Taiwán. Fue la primera visita de un embajador en activo a la isla en 40 años. Palau es uno de los quince Estados que mantienen relaciones diplomáticas con Taiwán en lugar de con Pekín.
El Instituto Americano de Taiwán, que es la embajada virtual de EE.UU. en este territorio, celebró un congreso bilateral para debatir la cooperación en foros internacionales (en los que Taiwán no está reconocida como Estado ni como miembro). El secretario de Estado norteamericano ha presionado al gobierno de Paraguay (otro de los quince países que aún reconocen a Taiwán) para que mantenga su reconocimiento. El 10 de marzo Blinken se refirió a Taiwán como un “país”: “A country that can contribute to the world”, dijo.
Todo esto ha dado lugar a notas de protesta de China que ha recordado que “el principio de una sola China es el fundamento político de las relaciones entre China y Estados Unidos”.
Los medios de comunicación occidentales han puesto todo el énfasis en la noticia de que China envió aviones de guerra que entraron en la zona aérea de defensa de Taiwán (ADIZ), pero presentar esa maniobra como “violación del espacio aéreo taiwanés” no tiene respaldo jurídico. El ADIZ es una figura declarada unilateralmente por Taiwán y no reconocida por el derecho internacional (que no le reconoce condición de Estado), por lo que los aviones chinos se mantuvieron estrictamente hablando en espacio aéreo internacional. Desde que Biden asumió la presidencia, ha enviado tres veces barcos de guerra a patrullar por el estrecho de Taiwán. Se trata de aguas internacionales, exactamente igual que el espacio aéreo de ADIZ, sin embargo solo en el caso de los aviones chinos se habla de “actitud agresiva”, etcétera.
Pekín siempre ha advertido de que una independencia de Taiwán sería motivo de acción militar. No hay ninguna duda de que, pese a todo lo dicho, cualquier acción de fuerza de China hacia Taiwán sería demoledora para su reputación, incluso si se reconociera que el derecho internacional está de su parte. Estados Unidos está jugando con fuego, incrementando la ambigüedad de su actitud hacia Taiwán. No creo que Washington quiera provocar una intervención militar china contra Taiwán. Lo que hace es meterle el dedo en el ojo al dragón, exactamente lo mismo que practica en Ucrania con el oso ruso. Biden está actuando muy provocativamente en ambos frentes, lo que es sumamente peligroso.
Caldear el ambiente militarmente aumenta la probabilidad de una guerra por nadie deseada. Las demostraciones y paseos de barcos y aviones de guerra junto al territorio del otro son una manera de proclamar y demostrar la voluntad y disposición de uno de ir a un conflicto militar si el otro no cede. Aunque nadie lo desee, eso incrementa la mera posibilidad de accidentes e incidentes susceptibles de degenerar en un conflicto militar. Hoy esa situación no se está dando en el Caribe, ni en el Mar del Norte, ni frente a las costas de California, ni en territorio de Canadá o México, sino que se vive, diariamente, en el espacio Báltico, en Ucrania y el Mar Negro, en el Mar de China meridional y en Taiwán. La geografía lo dice todo. ¿Para cuándo el primer incidente militar?
[Fuente: ctxt.es]
22/4/2021
Elena Cabrera
El amanecer feminista en la Segunda República
Todas las crónicas recuerdan que el día en el que se declaró la Segunda República era soleado. No se conocían entre ellos pero, a juzgar por sus respectivas memorias, la aristócrata comunista Constancia de la Mora y el periodista catalán Josep Pla, coincidieron al mismo tiempo —entre las tres y las tres y media de la tarde— en la plaza de Cibeles de Madrid, una en un taxi y el otro a pie derecho, mirando embobados los balcones del segundo piso del Palacio de Correos y Telégrafos. Había tanta gente agolpándose en la calzada, que el chófer que llevaba a la joven Constancia a su casa tuvo que frenar en seco. Ella sacó la cabeza por la ventanilla para enterarse de lo que sucedía y pudo ver, con el don de la oportunidad, cómo el personal de la casa desplegaba en el balcón central una bandera de colores rojo, amarillo y morado. Constancia y el taxista salieron del coche y se mezclaron con la multitud, que no paraba de crecer. En el resto de nobles edificios públicos que rodean la fuente de la diosa griega, descendían las banderas monárquicas y "entre aplausos frenéticos de la muchedumbre" se alzaba la tricolor. En esa tarde "clara y magnífica", escribe Pla, "una gran cantidad de gente, más bien pasmada, mira la bandera izada". Podría haber llovido, algo plausible un 14 de abril en Madrid, pero que se recuerde siempre con tanta viveza el clima de aquel día tiene que ver, para algunas historiadoras, con la identificación del sol como símbolo de luz, renacimiento y sabiduría, una escenografía entusiasta para el apasionante momento histórico que oficialmente se decretaba aquel día.
Constancia, que vivía arrullada por el mundo de la alta burguesía del barrio de Salamanca, nieta de ministros, emparentada con los Maura —conservadores hombres de gobierno—, casada con un antirrepublicano, gracias a la República se desclasó como pudo y se divorció en cuanto pudo, aprovechando la primera ley que lo permitió en España, poco menos de un año después de la soleada mañana. La Segunda República fue un periodo de cambios significativos para la vida de las mujeres, tanto en el ámbito público como el privado, en la cuestión del acceso a la igualdad legal y a la ciudadanía política. Pero "debido a lo corto del periodo y a la lentitud con la que cambian las mentalidades y las relaciones de género", según afirma la profesora de la Universidad de Valencia Vicenta Verdugo, no dio tiempo a que estas transformaciones llegaran a todas las mujeres. Entre mayo de 1931 y el verano de 1933, el Gobierno socialista promulgó 17 textos legales que hacían referencia específica a la igualdad entre hombres y mujeres y los derechos cívicos de estas, aunque encontrarían limitaciones posteriores en la práctica.
Lo que aparece en los años 30 es una élite femenina que ha podido disfrutar de estudios superiores, desde el 8 de marzo de 1910 las mujeres estaban autorizadas para matricularse en las universidades públicas. Son cultas, críticas, muchas de ellas feministas y transgresoras. No surgen de la nada: vienen del intenso asociacionismo anterior, como la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), creada ya en 1918 por la directiva y concejala María Espinosa de los Monteros y la periodista y enfermera —conservadora y católica— Consuelo González Ramos para luchar por el sufragio femenino, la educación y el trabajo digno. La Unión de las Mujeres de España, presidida por la marquesa Lilly Rose Schenrich o la valenciana Liga Española para el Progreso de la Mujer, presidida por Ana Carvia Bernal, se constituyeron también en la década de los diez. En el manifesto fundacional de la ANME ya llamaban a "la unión de todas las mujeres para formar un partido feminista capaz de imponer el debido respeto a nuestros ideales". "El feminismo de hoy —explica la profesora de Historia Contemporánea de la Universidad Carlos III Rosario Ruiz Franco— es deudor no solo del de la Segunda República sino de todas aquellas iniciativas, propuestas y reivindicaciones históricas anteriores. Durante la Segunda República lo que ocurre es que el contexto histórico favorece que se concreten demandas e impulsen medidas".
Esta élite femenina intelectual, muy presente en la opinión pública, estaba ligada al institucionismo, un proyecto pedagógico que tuvo en la Institución Libre de Enseñanza su máxima expresión. Formaba parte de él la Residencia Internacional de Señoritas, creada por la Junta de Ampliación de Estudios, que ayudaba a los universitarios a estudiar fuera de España, como un Erasmus de la época. Estaba dirigida por María de Maeztu, quien había tenido una formación universitaria tanto en España como en el extranjero, de donde se trajo la idea del 'college' anglosajón. Por la Residencia pasaron las abogadas Victoria Kent y Clara Campoamor, la escritora Margarita Nelken, las pintoras Maruja Mallo y Deli Tejero, la periodista Josefina Carabias, la química Dorotea Barnés González o la meteoróloga Felisa Martín Bravo, por citar solo algunas de las muchas mujeres destacadas que convivieron compartiendo una educación integral que definió el espíritu del momento. De Maeztu dirigía también el Lyceum Club Femenino desde 1926, un espacio de libertad, encuentro y discusión del que formaban parte algunas de las anteriores y muchas otras intelectuales del momento, como María Zambrano, Carmen Conde, Elena Fortún, Ernestina de Champourcin, Zenobia Camprubí o Rosa Chacel.
Tres de esas mujeres residentes se convirtieron en las tres primeras diputadas de las Cortes en España: Kent, Campoamor y Nelken, elegidas gracias al derecho de sufragio pasivo pero en unas elecciones con sufragio universal únicamente masculino. El Congreso constituyente del que formaron parte tuvo la encomienda de aprobar o no el derecho al voto para las mujeres. Es conocida la opinión contraria de Victoria Kent: "creo que no es el momento de otorgar el voto a la mujer española", dijo dirigiéndose a sus señorías, "no es cuestión de capacidad, es cuestión de oportunidad", defendiendo por parte del Partido Radical Socialista una estrategia política por el miedo a que las mujeres volcaran su voto hacia las derechas. Al poco, Alcalá-Zamora le dio un cargo en su Gobierno Provisional, ejerciendo durante un año la Dirección General de Prisiones, materializando así el proyecto de humanización de las insalubres cárceles españolas que ya había iniciado Concepción Arenal. Desarmando el pensamiento en clave electoral de Kent, Campoamor le contestó que no dar el voto a las mujeres sería "un gravísimo error político" y que ella había constatado cómo los mítines congregaban a más mujeres que a hombres. Tras el intenso debate político, las Cortes aprobaron el sufragio activo universal por 161 votos a favor, pero con 121 en contra y 188 abstenciones. Dos años después, las derechas ganaban en las elecciones de 1933. La historiografía posterior adjudicó a la participación electoral —y en particular su abstención— de las mujeres el triunfo de la derecha y no fue hasta el año 2000 que estudios más rigurosos analizaron el comportamiento por sexos y concluyeron que la izquierda hubiera perdido aunque las mujeres no hubieran votado. Ideologías aparte, el reconocimiento del derecho a voto de las mujeres no supuso, en cualquier caso, ni su plena integración en la vida política ni la consecución de la igualdad real, sino un primer paso truncado por culpa de la sublevación militar y la dictadura posterior.
En el mundo laboral, lo que realmente representó un revulsivo no fue la presencia de una amplia mayoría de mujeres trabajadoras de las clases populares, porque ya existía de antes; la novedad fue la incorporación de las mujeres de clases medias al sector servicios, un acontecimiento que según explica Verdugo en su conferencia 'La República de las mujeres', suscitó la opinión entre el sector conservador de que "tendría consecuencias funestas como la desaparición de la familia y la pérdida de la feminidad".
Según las estadísticas oficiales, que por supuesto no visualizan, al igual que hoy en día, la ingente cantidad de trabajo sumergido, en especial en el servicio doméstico, tenían un empleo remunerado solo el 9% de la población femenina. En general, las mujeres suponían el 12% del total de trabajadores y trabajadoras, que en su gran mayoría realizaban el trabajo productivo fuera del hogar y el reproductivo dentro. Las condiciones laborales eran peores para las mujeres que para los hombres. Aunque en 1931 se estableció la jornada laboral de ocho horas, esta tenía algunas excepciones, como por ejemplo en el trabajo doméstico. Y, por supuesto, los salarios también eran inferiores, pues las mujeres ocuparon primero los empleos no cualificados. Otro de los avances del Gobierno Provisional fue el seguro de maternidad. Isabel Oyarzábal, candidata socialista a las cortes, periodista y primera mujer inspectora de trabajo en España, fue de las que lo defendió firmemente, así como la UGT. He ahí otra de las desinformaciones habituales sobre la Segunda República: las mujeres no se sindicaron. No es así, en el año 32 la UGT vió un notable incremento de afiliadas, en parte debido a la efectiva propaganda sobre el seguro de maternidad; en ese año eran casi 42 mil las ugetistas y el sindicato había visto subir sus inscripciones de 277.000 a casi un millón en el primer año de la República.
Mientras se normalizaba la presencia femenina en la esfera pública, la sociedad se preguntaba cómo debería ser una mujer, qué es ser una mujer. El Gobierno podía laicizar las relaciones familiares pero el patriarcado tiene sus propios tiempos y maneras. Para Rosario Ruiz es "el ámbito privado y la vida cotidiana la gran desconocida" en los estudios sobre la historia de las mujeres en la Segunda República —o historia de las relaciones de género, como prefiere llamarla la profesora Luz Sanfeliú—, "por dos razones: la falta o dificultad de las fuentes y el interés prioritario por lo público y la participación política como novedoso de esa época". El cuestionamiento amoroso es otro pequeño paso en la emancipación de las mujeres de los años 30. Desde el "amor plural" enraizado en el anarquismo y que ya había propuesto Teresa Claramunt, como una predefinición del poliamor, a la discusión en torno a una nueva idea de maternidad como la que expuso públicamente la anarquista Lucía Sánchez Saornil: "antes que la madre, debe estar la mujer".
El debate sobre los entornos no mixtos ya estaba sobre la mesa durante la Segunda República. Mientras Federica Montseny era contraria a ellos, la poeta, activista y empleada de Telefónica Sánchez Saornil se separó de la CNT para crear la muy reivindicada —en la actualidad— asociación y revista Mujeres Libres, que alcanzaría las 20.000 afiliadas tras la sublevación militar. Saornil, junto a la abogada Mercedes Comaposada y la médica Amparo Poch, recogieron el legado cultural del movimiento libertario y lo reformularon para abordar el tema central de la autonomía de las mujeres. Saornil fue expulsada de la Compañía Telefónica por sus actividades anarcosindicalistas en 1931, puesto que fue una de las impulsoras de las huelgas que tuvieron lugar en la empresa en los años anteriores. A partir de ahí, se dedicó a la militancia, a la lucha de clase con una decidida defensa de la emancipación femenina, diseñando espacios para la capacitación laboral, y la organización de las mujeres de la clase obrera.
La disidencia política y sexual
La reconocida historiadora de origen irlandés Mary Nash se ha dedicado a estudiar a las mujeres de este periodo durante toda su carrera. De muy joven, en los años 70, localizó la documentación de Mujeres Libres en un infierno, las salas donde se escondían los materiales prohibidos por el franquismo. A partir de ahí, tuvo la oportunidad de entrevistarse con algunas de las mujeres que habían participado en esta organización feminista. Tuvo que ser el lenguaje corporal de ellas, y no la palabra, lo que le dio a entender cuál era la orientación sexual de Lucía Sánchez Saornil. El lesbianismo era un tema absolutamente tabú. Desde 1919, Lucía publicaba poemas en las mejores revistas de la vanguardia literaria, en los que hablaba del deseo sexual lésbico, pero lo hacía oculta tras el pseudónimo masculino Luciano de San-Saor. No era raro que las escritoras de la época se escondieran tras la máscara de la masculinidad, como María de la O. Lejárraga tras la creación teatral firmada con el nombre de su esposo, Gregorio Martínez Sierra. La investigadora Laura Vicente, experta en Mujeres Libres, dice que Lucía nunca ocultó su lesbianismo ni la relación con su pareja, América Barroso, en la organización que dirigía. Aunque el silencio sobre ello se impuso hasta los años 80, porque la historia de las lesbianas está "marcada por los silencios, la marginación y los eufemismos" como dice María Jesús Fariña, profesora de la Universidade de Vigo. Una de las socias del Lyceum madrileño fue la escenógrafa Victorina Durán, quien dejó constancia del Círculo Sáfico, un grupo de lesbianas entre las que estaba Victoria Kent, quien a diferencia de Victorina ocultaba su orientación celosamente, y la propia María de Maeztu, a quien se suponía amante de la chilena Gabriela Mistral. Ni siquiera en tiempos de la República es fácil la disidencia sexual para las mujeres: "en general la mirada sobre la homosexualidad en esos años ya era complicada y desfavorable, no se veía con normalidad, a pesar de los círculos modernos y liberales como el del Lyceum Club", explica Luz Sanfeliú. Victoria Kent y el socialista Luis Jiménez de Asúa impulsaron que en la reforma del Código Penal de 1932 se eliminara la homosexualidad como agravante de la delincuencia. Un año después, la Ley de Vagos y Maleantes eliminó las relaciones entre personas del mismo sexo como delito, excepto entre militares.
Quienes siguieron siendo consideradas criminales fueron las prostitutas. Las fuerzas políticas y sociales más progresistas del momento eran abolicionistas. En los primeros meses de República se sustituyó el Patronato para la Trata de Blancas por el de la Protección de la Mujer. "La ley no puede reglamentar un vicio", declamó Clara Campoamor en el hemiciclo durante el debate sobre la abolición de la reglamentación de la prostitución, que imperaba en España desde mediados del siglo XIX. Para la diputada, uno de los argumentos era que "las víctimas de la prostitución son, en un 80 por ciento, mujeres menores de edad" y carecía de sentido ser garantistas con la protección del menor por un lado y, por otro, permitir que ejercieran trabajo sexual. Finalmente, la abolición se consumó en 1935 aunque la República procuró defender los derechos de las prostitutas suavizando durante ese tiempo "el sesgo misógino de la reglamentación", como señala la profesora de la Universidad Rey Juan Carlos Mercede Rivas: eliminando la prohibición de las mujeres prostitutas de frecuentar espacios públicos y la inscripción forzosa en el registro de las prostitutas, así como el desarrollo de numerosos programas sanitarios de difusión de propaganda antivenérea y de educación sexual.
La genealogía —la fuerza de tiempos pasados con la que los seres colectivos dominamos nuestro presente— es importantísima para entender la mirada que desde hoy tenemos a la historia de las mujeres y en especial a la exhaustiva atención que se le ha puesto para reparar los olvidos históricos de este periodo del siglo XX. Aunque no está todo dicho. Para Luz Sanfeliú, "ningún periodo está nunca suficientemente estudiado. Hay mucho aún por conocer del siglo XX y, por supuesto, de la Historia de las Relaciones de Género (que comprende un análisis de los contextos, de las ideologías, de las identidades masculinas y femeninas, de todo el aparataje cultural, símbolos, imágenes, ritos, etc). Hay millones de mujeres que se implicaron en la construcción de su tiempo, también mujeres obreras o de clases populares, de las que estamos ahora empezando a saber alguna cosa".
[Fuente: eldiario.es]
13/4/2021
La Biblioteca de Babel
Lecturas recientes
He aquí una simple nota para llamar la atención sobre dos textos que me han parecido interesantes, uno literario y otro de economía.
Philippe Sands, Calle Este-Oeste, Anagrama, Barcelona, 2016, 608 págs.
La literatura ha producido muchas obras interesantes, muy diversas, sobre el nazismo, el Holocausto y el fascismo. Lo novedoso de este texto es que lo aborda desde otra óptica complementaria. El autor, un jurista de prestigio internacional, construye una investigación que gira en torno a la ciudad de Lviv (hoy en Ucrania) y en la que convergen su propia historia familiar, la de dos juristas, Herch Lauterpach y Rafael Lempkin, a los que debemos la creación de los conceptos de “delitos contra la humanidad” y “genocidio”, y la del jerarca nazi Hans Frank. Construido como una investigación sistemática, entre el thriller y el estudio académico, el relato ofrece una pintura de personajes y de procesos históricos apasionantes que indaga incluso en las vidas de alguno de los descendientes de cierto dirigente nazi y que rescata a alguno de los héroes y heroínas que lucharon para paliar la tragedia. Son además interesantes las reflexiones y los debates que se plantean en torno a las virtudes y los problemas jurídicos y políticos que surgen al utilizar los dos conceptos que ahora solemos emplear para afrontar los crímenes masivos que se comenten en muchas partes del planeta. De Sands se acaba de publicar un segundo libro, Ruta de escape, en el que estudia la vida de un jerarca nazi tras el fin de la guerra.
* * *
Steve Keen, ¿Podemos evitar otra crisis financiera?, Capitán Swing, Madrid, 2021, 128 págs.
Keen es uno de los economistas poskeynesianos más relevantes. Su elaboración teórica le permitió predecir la posibilidad de una brutal crisis financiera antes de su estallido (como ocurre habitualmente con los críticos, la academia y los altos funcionarios económicos lo ignoraron). Ahora vuelve a la carga con un libro sucinto en el que, aparte de resumir algunos de los conceptos básicos presentados en su extenso La economía desenmascarada (también publicado por Capitán Swing), presenta argumentos para indicar que el problema de la deuda privada no está resuelto (más bien hay que esperar un repunte tras la crisis de la pandemia) y que está en la base de un estancamiento económico a la japonesa. El trabajo tiene tanto interés que bien merece una lectura por parte del público que esté dispuesto a esforzarse algo por entender una de las cuestiones clave de las economías capitalistas actuales: la interrelación entre deuda privada e inestabilidad económica. Hay que alertar de que Keen se limita a un análisis macroeconómico. En su visión no considera, por ejemplo, los problemas que puede generar la crisis del petróleo, ni cuestiona la visión que del crecimiento tiene la economía convencional. Tampoco es anticapitalista, sino que sus propuestas están orientadas a reducir algunos de sus impactos negativos. Aun así, su análisis nos ayuda a comprender alguno de los problemas a los que nos vamos a enfrentar próximamente y uno de los muchos elementos que conforman un sistema económico inadecuado.
A. R. A.
30/4/2021
En la pantalla
Comparecencia de Antonio Turiel en el Senado
Comparecencia del físico Antonio Turiel ante la Comisión de Transición Ecológica del Senado para informar sobre la crisis climática y el agotamiento de recursos.
30/4/2021
Campañas
Foro de Hombres por la Igualdad
Manifestación de Hombres Contra las Violencias Machistas
Sevilla, 21 de octubre de 2021
El Foro de Hombres por la Igualdad [FHXI] convoca una nueva manifestación de hombres contra las violencias machistas. Se vuelve a realizar un llamamiento público a hombres para mostrar nuestro rechazo a cualquier forma de #violenciaSmachistaS quince años después de la primera manifestación que se realizó en 2006.
La manifestación tendrá lugar en Sevilla el 21 de octubre de 2021.
Esta convocatoria forma parte de la Iniciativa #21oct21. Organizada por la Fundación Iniciativa Social con la colaboración de Ayuntamiento de Sevilla, Junta de Andalucía, Universidad de Sevilla, Universidad Pablo de Olavide, MenEngage Iberia y FHXI, la Iniciativa #21oct21 es una iniciativa abierta que incluye, además de la convocatoria de manifestación, la celebración de un Congreso Internacional sobre Hombres, Masculinidades y Justicia de Género y un Encuentro Global sobre la Agenda Feminista para Hombres.
Antecedentes
Hace 15 años, el 21 de octubre de 2006, se celebró en Sevilla la primera "Manifestación de Hombres Contra las Violencias Machistas"; la manifestación respondía a la invitación que José Saramago había hecho poco antes en medios de comunicación a que fuéramos precisamente los hombres quienes nos posicionáramos contra estas violencias, ya que se trata de "un problema de hombres que sufren las mujeres".
La «Agenda común de los hombres por la igualdad», elaborada en 2011 en el Congreso Iberoamericano de Masculinidades y Equidad (#CIME2011), propone concentrar y coordinar estrategias, campañas y acciones contra las violencias machistas en torno a la fecha del 21 de octubre que, desde la primera manifestación, ha servido para agrupar a los hombres contra esta violencia en todo el estado español, y movilizarlos a la participación en los actos del 25 de Noviembre, Día Internacional de la Erradicación de la Violencia contra las Mujeres.
Llamamiento
Desde el FHXI nos planteamos un doble objetivo:
- Visibilizar las acciones y el trabajo del movimiento de Hombres por la Igualdad en el estado es-pañol y de los muchos colectivos e individuos que lo conforman.
- Impulsar conjuntamente una mayor movilización, especialmente de los hombres, contra las violencias machistas.
Para ello os invitamos, especialmente a entidades y colectivos pero también a individuos implicados en la lucha por la igualdad y en el trabajo con hombres, a implicaros en los siguientes aspectos:
Convocatoria
- Sumarse a la lista de convocantes. La intención es que la manifestación, iniciada y coordinada por el FHXI, sea una convocatoria conjunta de todo el "movimiento de hombres por la igualdad".
- Impulsar la convocatoria en vuestros ámbitos de influencia [campañas de difusión, actos previos...].
- Acudir a la manifestación de Sevilla el 21 de octubre.
- Organizar actos públicos paralelos el mismo 21 de octubre para las personas que no puedan desplazarse a Sevilla, actos [concentraciones, ruedas de hombres, ruedas de prensa...] que puedan servir como eco y amplificación de la manifestación de Sevilla.
Manifiesto – Visibilidad del movimiento
- Inicialmente el FHXI presenta como ideario base el manifiesto bajo el que se convocó la primera mani-festación en 2006 [lo incluimos al final de este documento]. A partir de ahí, os invitamos a entidades e individuos convocantes a que aportéis vuestros propios discursos y prioridades. No se trata de que cada quien deba elaborar un manifiesto completo, ni de que debamos necesariamente discutir y aprobar un documento único consensuado por todos. Por el contrario, la intención es que cada cual pueda aportar las ideas, consignas, lemas o argumentos que considere propios o prioritarios de acuerdo con su propia idiosincrasia y sus propias líneas de trabajo. El FHXI publicará todas estas aportaciones, cada una vinculada con quien las genere, en su sitio web, en una página específica dedicada a la manifestación. El resultado debería ser un mosaico, no necesariamente estructurado ni jerarquizado, de aportaciones que ofrezcan una visión global, múltiple y diversa de los intereses actuales del movimiento en todo el estado.
- Para visibilizar todas las iniciativas que se vienen desarrollando en el estado en cuanto al trabajo de con-cienciación y movilización de hombres hacia la igualdad y la erradicación de las violencias machistas, os invitamos a las entidades o individuos convocantes a hacernos llegar también una breve ficha de presentación que explique quiénes sois, dónde trabajáis y qué trabajo lleváis a cabo. Esta ficha también se publicará en el sitio web del FHXI.
———
Confiamos en que, con vuestra ayuda, la manifestación del 21 de octubre sea un acontecimiento masivo de participación ciudadana, que tenga eco y repercusión en todo el estado. Os pedimos por tanto que consideréis esta propuesta, penséis de qué forma y en qué medida os queréis y podéis implicar, y nos hagáis llegar vuestras opiniones, ideas, sugerencias y aportaciones, en concreto:
- Vuestra adhesión como convocantes de la manifestación.
- Posibles acciones previas a la manifestación o acciones paralelas que podáis organizar.
- Aportaciones para el "manifiesto conjunto".
- Ficha de presentación de vuestra entidad.
Para ello os invitamos a rellenar el formulario que podéis encontrar aquí [el formulario está diseñado especialmente para entidades, pero podéis utilizarlo los individuos que lo creáis conveniente]. También podéis contactar con nosotros por correo electrónico [forohombresigualdad@gmail.com] Igualmente os rogamos que nos ayudéis en la difusión de esta convocatoria haciéndola llegar a todas las personas y entidades interesadas a las que tengáis acceso. Tenemos la intención de convocar en breve, a las entidades e individuos que os hayáis adherido, a una reunión virtual para cambiar impresiones y coordinar esfuerzos. Muchas gracias por vuestra implicación.
Foro de Hombres por la Igualdad
Sevilla, abril 2021
5/2021
...Y la lírica
Dominique De Groen
Zona de cajas
Encuentro mi cuerpo
al final de una cadena de suministro
que se vacía en mí sin parar.
Deja que todo fluya de mí otra vez.
Puedes sacarme de la zona de cajas
pero no puedes sacar la zona de cajas de mí.
El suelo de la tienda se pega en mi interior
lo absorbe todo.
Tan atiborrada que ya no necesito Internet
ya estoy en todo el mundo.
Me dejo explotar más rápido que mi sombra
y sueño un mundo
fuera de esta zona
donde podré ir
después de escanear un código de barras
o una huella digital.
Suelo de la tienda sin fin:
caldo primigenio, masa proteica o fluido seminal
el suelo de la tienda está mojado
y afuera brilla el sol.
Desenredo una prenda
hasta que no puedo más
y no hay capitalismo adentro
y cuando salga de este espacio no pararé
de relacionarme con estos objetos
que me tragué
para poder tocarme.
Mi cuerpo se convierte en un poema sobre el capital
y estoy atrapada en nubes pegajosas
de elastano
poliéster
poliestireno expandido.
La intimidad se filtra
fuera de mis caricias
fluye de nuevo
a través de vínculos hacia atrás.
De: Shop Girl (2017)
Traducción de Francisco Javier Mena
Supply Chain Management
Cada mañana
despertándome, enterrada viva
bajo $$$, moda rápida y polvo fluorescente
en un sótano bien iluminado:
una economía informal
una economía sumergida
un territorio de carroñeros.
El mánager de la cadena de suministro sabe
que la cadena de suministro es una máquina
llena de una masa gris
donde se agrega mano de obra
y se extrae dinero gris.
El mánager de la cadena de suministro sabe
que no puedes deletrear
planta de algodón
sin clientes
ni sin $$$.
El mánager de la cadena de suministro sabe
que en una cadena de suministro eficiente
el principio lleva en él el final
que la cadena de suministro
a los ojos de un ser de cuatro dimensiones
es un gusano semitransparente
transcontinental
con una planta de algodón en un extremo
y un cliente en el otro
que los tentáculos del gusano cubren de baba su camino –
del giro en S
por el cual filamentos de algodón
se entrelazan unos con otros
dependiendo el ángulo de la fuerza aplicada
del baño de hidróxido de sodio
que hace las fibras de algodón más elásticas
más suaves
más apretadas
más adecuadas para la penetración de tintes
de los granos de arena excavados
sin permiso del río Dhaleshwari
la potencia de explosión óptima
para una tela vaquera suave & desgastada
las nubes blancas de sílice
en Savar Upazila
de las malas hierbas en las costuras de la ciudad de Barisal
vomitando trabajadores en las fábricas Cut Make Trim de Dhaka
de la capa de sudor pegajoso
en mis dedos
con la que clasifico lencería
que fue probada y descartada
a mi zona íntima
sigue las líneas de plegado
del paso por caja
al flujo de la tarjeta de crédito
– un filamento acaba contra mi piel más íntima.
Puedo sentir la mirada del mánager de la cadena de suministro bajo mis trozos
de tela.
Los billetes del mánager de la cadena de suministro en mis bragas.
Shop girl: cuando la cadena de suministro ha inundado el piso de la tienda
y retrocede temporalmente
salgo a cazar en la estela de las luces de neón
quito piezas caídas de moda rápida de la orilla del río.
Shop girl: el piso de la tienda me sacó de mí misma
y estoy desnuda
bajo la luz blanca
en medio de un objeto
heterogéneo e invisible
pero sólido.
De: Shop Girl (2017)
Traducción de Rosa Ana Alija
[Ambas traducciones realizadas a partir de la versión original en neerlandés y la traducción al inglés de Jonathan William Beaton en https://www.poetryinternational.org/pi/poet/29417/Dominique-De-Groen/en/tile]
29/4/2021