
Número 199 de marzo de 2021
Notas del mes
Por Ruth M. Mestre i Mestre
Catalunya: seguimos en la noria
Por Albert Recio Andreu
Por José Manuel Barreal San Martín
Economía de la frustración: la necesidad de repensar lo económico
Por Albert Recio Andreu
Ensayo
Mujeres en lucha en el tardofranquismo
Soledad Bengoechea
Antonio Antón
El extremista discreto
El Lobito
El voyeur atónito
De otras fuentes
Juan-Ramón Capella
Cifras para el Gobierno: las trabajadoras del hogar y cuidados
Isabel Otxoa
Sarantis Thanapulos y Fabio Ciaramelli
Tres vectores y nueve frentes de la actual guerra híbrida contra China
Rafael Poch de Feliu
Ley trans: autodeterminación, felicidad y derechos
Blanca Rodríguez Ruiz y Ruth M. Mestre i Mestre
Agua y saneamiento, por derecho
Agustín Moreno, Marisa Delgado, Pedro Pablo Serrano
Ser mujer o cómo la pandemia ha aumentado la desigualdad de género
Lorena Palao Martínez
Manosear la democracia y sus instituciones
Javier de Lucas
Gregorio Morán
Aroa Moreno Durán
La Biblioteca de Babel
Los Benjamin. Una familia alemana
Uwe-Karsten Heye
En la pantalla
J.-R. C.
Campañas
Apoyo a Jornaleras de Huelva en Lucha
...Y la lírica
Joan Margarit
Recuperar feminismo
Ruth M. Mestre i Mestre
Parece que haya pasado un siglo desde el 8 de marzo de 2018, cuando 5 millones de huelguistas feministas paralizamos el país, reclamando una sociedad libre de opresiones, de explotación y violencias machistas. La huelga laboral, de cuidados, de consumo y estudiantil revitalizaba el 8 de marzo con una idea relativamente sencilla: que la alianza del heteropatriarcado racista con el capitalismo global era letal para las personas y el planeta. El movimiento feminista mostró (entonces y el siguiente año) una fuerza sin precedentes y la capacidad de movilizar e ilusionar a distintas generaciones en un proyecto social ambicioso, común y posible. Esta cuarta ola feminista iniciaba otra forma de hacer y concebir las huelgas, uniendo lo productivo a lo reproductivo, visibilizando el racismo, el capacitismo y la heteronormatividad. Poníamos en práctica la idea de que la huelga para ser general ha de abarcar diferentes ámbitos de la vida, expresando sin tapujos la intersección e interdependencia de distintos sistemas de dominio en su insoportable desprecio por la vida.
Ello nos permitió visibilizar que la esfera productiva y sus excesos está vinculada a la manera patriarcal de organizar la reproducción social; que lo productivo precisa bolsas de población sin derechos, feminizada, racializada, encargada de la reproducción. Con esta nueva dimensión de que lo personal es político, logramos construir un movimiento que creía firmemente en la necesidad de reconocer las complicidades e intersecciones entre ejes de desigualdad que distribuyen a las mujeres en distintas posiciones en la jerarquía social. Ello nos hizo más fuertes y nos puso en posición de construir juntas un futuro diferente. La pluralidad de feminismos, fruto de la pluralidad de experiencias y localizaciones, nos permitió identificar mejor las injusticias de la globalización neoliberal para repensar juntas los sujetos, relaciones, espacios, prácticas, fines y acuerdos para una sociedad más justa.
Parece que haya pasado un siglo, y no tres años, porque en lugar de avanzar por ese camino común que anticipamos, hemos desandado parte de lo avanzado. En 2019 el feminismo dejó de ser ese espacio común de lucha contra las opresiones, y dejó de ser un espacio seguro para las mujeres. Nos dimos de bruces con la disyuntiva de la que hablan Fraser, Battacharya y Arruzza (2018) entre dos feminismos: el hegemónico, que se preocupa por el techo de cristal; y el que se preocupa por quien lo limpia, del 99% restante. Si estamos dividas no es porque somos diferentes, diversas, heterogéneas y desigualmente situadas en la jerarquía social. Como demostramos en 2018, la diversidad puede ser fuente de solidaridad y enriquecimiento recíproco. Si estamos divididas es porque no se dan las condiciones para el diálogo entre algunos de esos feminismos diferentes. En estos tres años, el rico debate feminista ha sido sustituido por insultos, enfrentamientos, presiones, censura de actos y discursos, argumentarios y violencias hacia quienes muestran su desacuerdo con la parte del feminismo que ha conseguido ocupar las instituciones e imponer su agenda. Un feminismo esencialista, punitivista y excluyente que produce sufrimiento con sus prácticas, sus discursos, sus planteamientos y sus leyes. Un feminismo que está en las antípodas del movimiento que conjuró el cambio.
En breve hará un año desde que la pandemia de la covid-19 llevó al gobierno a decretar el confinamiento domiciliario. Aquella situación distópica hizo que muchas personas tomaran conciencia, de una forma extremadamente dolorosa, de la gravedad de las desigualdades que nuestra sociedad genera, aprovecha y explota. Se señalaron los trabajos esenciales, quiénes los ocupan y las condiciones de precariedad en que lo hacen; se señalaron los servicios públicos y el impacto que su desmantelamiento en años anteriores tenía sobre nuestra capacidad de hacer frente a la pandemia. El cierre de los centros escolares mostró la incompatibilidad del sistema económico con la crianza y la reproducción, confirmando y reforzando la brecha de género de los cuidados y los salarios; amenazando con abrir una brecha nueva, la digital, que con toda probabilidad se cruzará con el género y otras desigualdades y traerá nuevas discriminaciones. Vimos la situación de las residencias de ancianos y la cantidad de personas mayores solas y desatendidas; la situación de las familias con dependientes y la de personas que antes de la pandemia eran autónomas, pero que con el confinamiento pasaron a necesitar atención. La economía feminista llevaba tiempo diciéndonoslo: hemos subordinado la vida al capital y necesitamos poner la vida en el centro. Vimos y continuamos viendo la fragilidad de la salud mental y del equilibrio emocional, puestos a prueba por el distanciamiento social. Confirmamos nuestra interdependencia con los demás en lo físico y lo emocional, y sufrimos al tener lejos a nuestros seres queridos o por no podernos despedir de ellos. Tomamos conciencia de que muchas mujeres estaban encerradas en sus casas con sus agresores y de que la violencia machista tiene muchas caras. El encierro expuso a muchas personas a una violencia agravada: menores y mayores encerrados con sus agresores; trabajadoras encerradas en su lugar de trabajo; personas LGBT encerradas en el armario. Con desolación constatamos la situación habitacional precaria de muchas familias y de demasiadas personas: jóvenes, trabajadoras del sexo, migrantes, estudiantes y quienes sufrieron vivir en la calle en un país confinado.
Lejos de atender a estas situaciones de exclusión social con soluciones estructurales, las respuestas vinieron a reforzar jerarquías dentro de la precariedad: ayudas económicas destinadas principalmente a quienes disponían de trabajos formales “productivos”; una renta básica que no llega a quienes más la necesitan. La exposición al virus y su impacto en las condiciones de vida guarda una relación estrecha con la posición social que se ocupa en la jerarquía social. La pandemia sólo ha exacerbado las desigualdades existentes y la nueva normalidad se parece alarmantemente a la vieja. Abrimos al turismo los hoteles y los bares sin revisar las condiciones de trabajo de las kellys, del trabajo estival y hostelero precario; aprobamos unos presupuestos sociales y progresistas, olvidándonos de incluir a las trabajadoras domésticas en el régimen general de la seguridad social; cerramos la campaña agrícola sin revisar las condiciones de las temporeras; y hay hasta quien apresuradamente pidió el cierre de los burdeles (medida victoriana higienista), sin consultarlo con las afectadas ni proporcionar una alternativa económica y habitacional... Y una, dos y tres olas llevamos ya, en las que a la crisis, la incertidumbre, el miedo y la fatiga se suma el estupor de ver cómo se refuerzan entre sí dos lógicas que creíamos contradictorias: la reconstrucción de lo público y el autoritarismo del estado neoliberal securitario.
Con todo lo que nos ha pasado colectivamente este año; con todas las muestras de solidaridad y los atisbos de transformación; con todas las evidencias de que nuestro diagnóstico es correcto, y sabiendo que ha llegado el momento de impulsar y realizar ese proyecto feminista común llegamos al 8 de marzo más divididas que nunca. Divididas porque una parte del feminismo ha renunciado a la unión contra los patrones de exclusión del estado capitalista heteropatriarcal. Incluso los reproduce al presentar como universales sus propias exigencias y demandas, que no por casualidad encajan bastante bien en ese estado. Divididas por ese afán de algunas de imponer su propia normatividad, de decirnos a las demás qué sentir, querer, ser; cómo debemos comportarnos, expresarnos, amar o follar; qué priorizar, vindicar y hasta dónde exigir. Por ese afán de algunas de hacerse oír, utilizando sus plataformas institucionales para gritar más que nadie, sobreescenificando la división sin buscar el diálogo, coqueteando peligrosamente con los argumentos de la extrema derecha, alimentando un clima de pánico moral desde una posición de poder.
Yo quiero que reconstruyamos el feminismo que paró el mundo. Que las experiencias de estos últimos años nos hagan crecer hacia feminismos más democráticos, más inclusivos, más morados, más verdes, antirracistas, multicolor. Que encontremos las palabras, los espacios, las prácticas, los medios y la voz para que el feminismo vuelva a ser la casa de todas. Que nadie le ponga candados ni nos salve de nosotras mismas. La cuarta ola feminista es el único proyecto social, político y teórico capaz de construir un futuro seguro para todas y para el planeta. Pero para lograrlo necesitamos reconstruir un movimiento que nos permita a todas estar y luchar unidas en nuestra diversidad.
[Ruth M. Mestre i Mestre es miembro del Institut Universitari d’Estudis de les Dones de la Universitat de València]
26/2/2021
Catalunya: seguimos en la noria
Albert Recio Andreu
I
Los resultados electorales pueden leerse de muchas formas. A veces, las lecturas son tan sesgadas que ofenden a la realidad. Especialmente las de los líderes políticos obsesionados en justificar sus resultados ante sus bases. O las de algunos medios de comunicación, interesados en crear un determinado estado de opinión. En una situación tan polarizada como la catalana, predominan dos balances contradictorios: el de la victoria del PSC gracias al efecto Illa, por un lado, y el de la mayoría absoluta independista, por otro. Los dos son compatibles con los resultados, pero dejan fuera elementos esenciales.
Si nos concentramos en lo que ha hecho el conjunto del electorado, ha ganado la abstención. La mayor en mucho tiempo. A este hecho habría que sumar un aumento no despreciable del voto nulo (un 1,4%). Esta abstención debe interpretarse como la combinación de tres efectos complementarios: en primer lugar, el efecto covid —la gente que no ha ido a votar por miedo al contagio o por el hartazgo que genera la pandemia—. En segundo lugar, el efecto autonómicas —en Catalunya, tradicionalmente, una parte de la población no se siente llamada a participar, excepto en las convocatorias de 2015 y 2017, donde su carácter más o menos plebiscitario provocó una movilización inaudita en sectores que nunca antes votaban—. Finalmente, el efecto estructural que genera una baja participación en las capas más pobres de la población. Las repetidas victorias de los partidos nacionalistas catalanes se han sustentado tradicionalmente sobre los dos últimos efectos (además de la ley electoral que les concede un plus en el proceso de transformación de votos en escaños). Quedaba por ver si el efecto covid iba a cambiar las cosas, pero vistos los resultados se ha cumplido lo previsible: los nacionalistas están mejor organizados, tienen un electorado más fiel y movilizado y ello les ha permitido alcanzar la mayoría absoluta de escaños en el parlamento (sumando ERC, Junts per Catalunya y la CUP) y la de votos (si se tienen en cuenta los del PDCat y el PNC). Si la batalla en Junts se hubiera decantado de otra forma, sin romper con sus antiguos mentores, posiblemente hubiera sido, una vez más, la fuerza vencedora.
El PSC ha sido el claro vencedor de las elecciones; de hecho, ha sido el único partido que ha obtenido más votos que en 2017. Viendo cómo se han movido los porcentajes electorales, parece obvio que su mayor crecimiento ha tenido lugar a cuenta de Ciudadanos, un partido que creció con el calentón del referéndum pero que tenía poco que ofrecer a gran parte de un electorado que sigue prefiriendo políticas socialdemócratas (por rebajadas que estén) que aventuras ultraliberales. La tensión en Catalunya ha disminuido notablemente, tanto por el talante del Gobierno español como porque los independentistas saben que su estrategia no tiene salida (sobre todo por ausencia de apoyos internacionales) y ello ha dejado sin espacio a un partido cuyo único banderín de enganche era la confrontación. Es posible que Illa haya pescado algún voto de los Comuns, de votantes que siguen viendo a este partido demasiado cercano a los independentistas, pero vistos los resultados el corrimiento ha sido pequeño. Especialmente en unas elecciones donde una parte importante de los votantes indecisos, los que generan vuelcos electorales, han optado por la abstención. Los Comuns cuenta con una base fiel, bastante parecida a la de la fenecida ICV, que le ha permitido salir sin graves daños de estas elecciones en tiempos de pandemia.
En un análisis de bloques, queda claro que el bloque independentista se ha mantenido (y, de hecho, ha crecido si se suman los votos “perdidos” en términos de escaños del PDCat). El bloque de izquierdas ha crecido por el empuje del PSC. Y el bloque de la derecha españolista se ha descalabrado y se ha producido un deslizamiento en favor de su ala más radical. En términos de votos, el alza de Vox no resulta preocupante. Se trata de un porcentaje de voto reaccionario que siempre ha estado ahí, y que ya estaba presente en los discursos que estaban desarrollando, especialmente en los barrios obreros, PP y Ciudadanos (éstos con más fuerza) en los últimos años. Sí es preocupante, sin embargo, en términos de que este discurso pase a ser totalmente hegemónico en la derecha y pueda calar más allá de sus espacios habituales al calor de la crisis y el desconcierto de la situación. Que los mejores resultados de Vox se hayan producido en pueblos como Roses o Salou, paradigmas del turismo de masas, de la desigualdad y la pobreza en Catalunya, indica que ahí puede generarse un problema. Curiosamente, este discurso no ha calado en los barrios de Ciutat Vella de Barcelona, los más afectados por el desempleado generado por la crisis turística, porque allí predomina una mano de obra de origen foráneo que sabe la amenaza que para ellos representa Vox.
II
En teoría, hay dos posibilidades abiertas: la repetición de un gobierno independentista —pero con hegemonía de ERC— o la configuración de un nuevo tripartito de izquierdas. Pero esto se basa sólo en los números abstractos, no en las dinámicas reales. La segunda opción no parece factible en tanto ERC no opte por aplazar sine die la opción de la independencia. Y esta es una tarea casi imposible. ERC fue el partido que lanzó a finales de los 1990s la cuestión de la independencia, cuando el nacionalismo hegemónico era autonomista. Su base social es muy permeable respecto a las otras fuerzas de su espacio, y sabe que un giro incomprendido por sus bases le puede acarrear un grave problema electoral (ya le ocurrió cuando apoyó un gobierno de coalición —el tripartit— presidido por una persona nacida en Andalucía y representante del electorado “charnego”). Para ellos quizás sería más cómodo un Gobierno sólo con los Comuns y apoyo implícito del PSC. Pero esto no privaría a ERC de ser objeto de una brutal presión por parte del mundo independentista, y pondría en grave peligro a los Comuns, pues deberían afrontar a la vez la desafección de una parte de su gente y la de corresponsabilizarse de una gestión en la que ERC se ha caracterizado por una gran incompetencia.
La opción que tiene más visos de ocurrir finalmente es la renovación del pacto independentista bajo la presidencia de ERC. Es un desastre para el país. No sólo porque presupone la continuidad de la retórica independentista, sino por lo que presupone de continuidad en una gestión lamentable, socialmente reaccionaria (tras el escándalo de la subcontratación del rastreo de la covid a Ferrovial ahora llega el anuncio de una financiación extraordinaria a la escuela concertada), donde la retórica sustituye a la acción y donde los problemas nunca tienen un abordaje adecuado. Pero tampoco está claro que esa aventura vaya a ser estable. Para la vieja derecha catalana (la que ahora se parapeta en Junts) el país es “su” propiedad (aunque esto posiblemente no sea un tema exclusivamente local). Y no están dispuestos a ceder fácilmente la gran cantidad de poder y cargos que han detentado tan largo tiempo. Junts, además, hace cálculos y sabe que, en una repetición electoral, sin un PDCat que ha quedado fuera de juego, podría recuperar su posición hegemónica. Cuenta además con el apoyo inconsistente de la CUP. Un partido con una retórica izquierdista que atrae a gente joven, que desarrolla una gestión socialdemócrata en el mundo local y que al mismo tiempo prioriza lo nacional en cualquier situación compleja (incluso en la defensa de los procesos por corrupción a dirigentes nacionalistas) lo que le acaba convirtiendo en una especie de marca blanca de Junts para captar electorado radical.
En el discurso de los medios e intelectuales independentistas es recurrente la afirmación de que el independentismo ha virado a la izquierda. Esta afirmación se desmonta si se atiende a los resultados que Junts ha cosechado en los distritos burgueses de Barcelona. Sin embargo, esa retórica sirve de banderín de enganche para sectores de izquierdas desnortados, que siguen adheridos la hipótesis del carácter rupturista del independentismo. Junts y su constelación tienen aún un enorme poder real, y van a jugar todas sus bazas para conseguir que el nuevo Gobierno sea de su agrado. Y, entre ellas, puede estar la de impedir la formación de un nuevo Govern si el pacto no es de su agrado, y forzar así nuevas elecciones. Aunque ello le suponga arrostrar un peligro mayor, pues si esas nuevas elecciones llegaran a celebrarse en un nuevo escenario de la pandemia, la movilización electoral podría mayor y el hartazgo de su incompetencia podría definitivamente pasarles factura. Las empresas demoscópicas seguro que van a tener en Junts un buen cliente los próximos meses.
III
Estamos subidos a una noria de la que no podemos apearnos. La hegemonía política del nacionalismo catalán, al traducirse en una demanda de independencia o nada, genera un conflicto que no tiene solución. Eterniza una situación de bloqueo (en términos bélicos algo parecido a los frentes estáticos de la Primera Guerra Mundial). Tiene además la capacidad de impedir que se desarrollen alternativas como la propuesta de los Comuns de un Gobierno tripartito de izquierdas, que ya fue difícil de engendrar en otra coyuntura más favorable (y que pasó factura a ERC). La propuesta de Comuns es lógica, pero olvida el contexto y no cuenta con un viento social favorable. Tampoco es viable la demanda socialista de formar gobierno con los Comuns, pues requiere de unos apoyos que no va encontrar (además, los socialistas saben que un pacto con la derecha antes era peligroso, y con el ascenso de Vox es directamente inviable).
Una situación en la que se combina un Gobierno incompetente, ausente de un proyecto real (más allá de seguir esgrimiendo su lista de agravios y su etéreo proyecto republicano) con una grave crisis multidimensional corre todo el peligro de degradarse hasta niveles insoportables. Alguna de las cosas que se han visto esta última semana en las manifestaciones por el encarcelamiento de Pablo Hasél son un síntoma de lo que puede venir. El peligro de Vox no son sus 11 diputados, es el espacio que les puede abrir la crisis y el marasmo político.
Salir indemnes de esta situación va a ser complicado. La propuesta de un bloque de izquierdas que rompa la dinámica actual es justa pero poco viable. Sólo se sostiene durante el tiempo en que está pendiente la negociación del nuevo Gobierno, pero tiene poco recorrido. Aunque es cierto que en el Ayuntamiento de Barcelona funciona actualmente un pacto implícito entre el gobierno municipal Comuns-PSC y ERC que pacta con ellos muchas cosas, la Generalitat es otra cosa. Para el nacionalismo catalán tiene un papel simbólico que no tienen los gobiernos locales. Para cambiar la situación hace falta que haya movimientos más allá de los partidos. Que se genere un clima de opinión favorable al cambio que aunque sea modesto cambie los equilibrios de fuerzas. Y visto el reparto de espacios en Catalunya este equilibrio puede alterarse en dos sentidos: en conseguir que parte del electorado independentista apoye propuestas más sensatas y el de movilizar a una parte del electorado potencial de izquierdas que ahora opta por no participar.
Provocar este cambio no es tarea fácil. Ni puede asumirse solo desde una formación política. Exige una movilización social en la que participen muchos actores. Aunque en el campo político, el grupo de los Comuns debería ser un actor principal. Su propia composición interna y su ausencia de una elaboración política le ha impedido hacerlo. No fue capaz de hacer frente al “procés” y ofrecer un relato que se enfrentara al mismo y, al mismo tiempo, no cayera en la respuesta centralista, nacionalista española. Desmontar el” procés” exigía precisamente explicar a las propias bases del independentismo la falacia del proyecto. Y propugnar al mismo tiempo una reforma del Estado en clave federal. Ahora lo que hace falta es, además, canalizar esfuerzos sociales en hacer frente a la crisis social. En exigir un Govern que asuma una responsabilidad real y una acción eficiente. En abrir un debate social sobre las necesidades de cambio que exigen las diferentes crisis que nos afectan (y las que presumiblemente seguirán viniendo).
No es tarea fácil. Ni sobran los medios ni la gente activa. Ni las alternativas son sencillas. Los Comuns, además han minusvalorado o no han sabido articular una red de apoyos, diálogo y cooperación con una parte importante del tejido organizado que sostiene muchas movilizaciones y propuestas de cambio. Ni tiene una estructura orgánica adecuada. Pero si en este momento no son capaces de impulsar un mínimo cambio, seguiremos en la noria que rueda y rueda, condenados a ver como la situación se degrada a nuestro alrededor. Es un momento peligroso. Que exige que todas las personas, organizaciones que entendemos la necesidad de cambio estemos a la altura de la situación, sepamos buscar dinámicas transformadoras y dejemos de perdernos en las falsas pistas en las que tantas veces nos metemos la gente de izquierdas.
25/2/2021
Tele-Educación
José Manuel Barreal San Martín
El tiempo de pandemia que estamos viviendo lo trastoca todo. La educación es una más de las actividades que se encuentran bajo la bota del virus. De tal manera que su territorio, el aula del colegio o del instituto, está siendo sustituido por la habitación solitaria y el ordenador. La tele-educación, como supuesta panacea del proceso de enseñanza de niñas, niños y adolescentes, está imprimiendo un cambio en el ámbito educativo que, incluso por esperado, no se preveía tan intempestivo. Pero aquí está.
Decimos intempestivo no con la connotación ludita de demonizar o propender a la destrucción de las herramientas tecnológicas. Si su uso por el sistema educativo resulta ciertamente agresivo en este momento es por la falta de preparación previa; porque la disponibilidad de los recursos tecnológicos no está al alcance de todos los alumnos y alumnas; porque, aun teniéndola, tales recursos (aparatos, conectividad) no siempre son de calidad suficiente; por la intromisión que suponen en la intimidad del hogar; y también porque algunos segmentos del colectivo docente no estaban preparados para teletrabajar, para impartir las clases a distancia. El teletrabajo ha entrado por la puerta de atrás, sin avisar.
El teletrabajo educativo, al ser llevado desde el aula escolar a la habitación del hogar, elude el contacto directo del alumno-profesor y de los alumnos entre sí, y dificulta el trabajo en equipo del profesorado imprescindible para una buena enseñanza. En la interacción del alumnado con sus profesoras y profesores se pasa de una socialización colectiva y pública a una individualización privada, con el consiguiente riesgo —con acentos distintos según sea la etapa educativa afectada— de profundizar en el modelo neoliberal de privatización e individualización de la enseñanza.
De ahí que, en mi opinión, en la etapa que atravesamos se estén ofreciendo, o imponiendo, unos instrumentos favorecedores de la sumisión y sujeción del individuo cuyas consecuencias finales, aunque teorizadas, resultan imprevisibles. Sin embargo, algunas se están viendo ya, tanto en el mundo laboral como en el educativo al que me estoy refiriendo.
La irrupción de la enseñanza obligatoria en el domicilio del estudiante afecta a la esencia de la educación. Va directamente al corazón de la escuela, que es el campo genuino e imprescindible en la interacción social entre niños, niñas y adolescentes. Con la tele-educación queda cortocircuitada toda la metodología pedagógica capaz de poder activar un pensamiento crítico, dificultando la creatividad del alumnado, el trabajo en equipo, o la discrepancia con opiniones y comportamientos diversos. En su lugar, se impone una mecánica autoritaria que no favorece la democratización de la educación.
Las clases en el aula giran en torno a la presencia oral del profesor o de la profesora, permitiendo el diálogo. Un diálogo imprescindible para fijar la atención en las diferencias individuales que existen en un aula. Por el contrario, la educación mediante el computador personal favorece el individualismo en el trabajo escolar e ignora la solidaridad entre el propio alumnado y, por supuesto, entre los profesores y profesoras.
La desigualdad social existente entre familias influye necesariamente en el acceso a las tecnologías de la comunicación. Y la exclusión digital ha llegado para quedarse, al punto que la brecha digital ya es considerada una violación de los derechos humanos elementales.
La escuela, en un ámbito general educativo, es el centro neurálgico en el que los alumnos y alumnas se comunican entre sí y se relacionan con quienes tienen algo que enseñarles y mucho que aprender de ellos, empezando por la autocrítica.
Me temo, en suma, que la actual tele-enseñanza carece de esa sinergia entre alumnado y profesorado y, por tanto, que no hay motivos para celebrarla.
12/2/2021
Economía de la frustración: la necesidad de repensar lo económico
Cuaderno de augurios: 18
Albert Recio Andreu
Esta nota tiene su origen en los debates que tuvieron lugar en las XVII Jornadas de Economía Crítica, organizadas magníficamente nuestros colegas de la Universidad de Santiago pero que por desgacia tuvimos que desarrollar por red. Las Jornadas constituyeron un gratificante punto de encuentro entre personas de procedencias diversas y creo que con el tiempo se ha ido creando una mayor confluencia sobre problemas y alternativas. En todo caso, soy el único responsable de lo que aquí escribo y no estoy seguro de que mis compañeros y compañeras de debates lo compartan.
I
Vivimos en una sociedad en persistente frustración, agravada por la crisis pandémica. Afecta especialmente a los jóvenes, que perciben que el futuro nunca será tan prometedor como les habían contado. Que no sólo viven una experiencia de desempleo y precariedad en el presente, sino que para la mayoría el futuro no será especialmente mejor. Es cierto que en todo ello hay diferencias y grados. No es lo mismo el sufrimiento de residir en una vivienda compartida, encadenar desempleo, actividades informales y empleos precarios que tener un empleo no consolidado en una universidad o un hospital. Ni es lo mismo estar pendiente de un desahucio que vivir en el domicilio familiar. Pero, más allá de los grados, es cierto que una gran base social comparte una enorme inseguridad económica y un negro augurio sobre su futuro. Este es sin duda el núcleo duro de esta sociedad frustrada que puede acabar generando respuestas peligrosas que estos días se han hecho presentes: reforzamiento de la extrema derecha, o erupciones nihilistas como la que ha aflorado en las manifestaciones (y que tan habituales son en países como Francia).
La crispación se extiende más allá de este núcleo duro, y tiene otras manifestaciones. Todas las regulaciones que limitan las pautas de consumo generan un clima de frustración que se ha hecho evidente en la pandemia y que va a ir a más si se imponen medidas serias de regulación ambiental. Un terreno donde la izquierda queda expuesta, porque es percibida como una enemiga de la libertad. Y que va a crecer si se cumplen las peores perspectivas de la crisis ecológica en sus diferentes aspectos. Todo apunta a que las tecnologías que ahora se promueven para hacer frente al cambio climático, como el coche eléctrico o la digitalización, van a ser sólo para ricos: su coste es mayor que el de las técnicas tradicionales y no hay tanta disponibilidad de materiales para universalizar el modelo productivo. A menudo perdemos la perspectiva sobre el modelo actual de producción y consumo, que sigue excluyendo a una inmensa parte de la población mundial.
II
Una parte importante de presente y futuro sin esperanza es claramente el producto de las políticas neoliberales. Tanto de las públicas como de las privadas. De los recortes, externalizaciones y privatizaciones de los servicios públicos, del gasto público insuficiente para garantizar bienestar básico, de los paraísos fiscales y las desregulaciones. Y, también, de los cambios en la organización empresarial, que han aprovechado tanto las posibilidades de las políticas públicas como la innovación organizativa y tecnológica a su disposición para segmentar, fraccionar e individualizar las condiciones laborales, romper la acción colectiva y aprovecharse de las condiciones legales diferenciales que ofrece el tablero internacional. Y, por tanto, muchas de las propuestas presentes en las políticas de izquierdas y de muchas ONGs resultan adecuadas para revertir una parte no despreciable del deterioro social. Pero requiere una correlación de fuerzas que a menudo es difícil de conseguir, lo que obliga a que cualquier planteamiento de cambio incluya una estrategia orientada a conseguir su implantación. Algo que muchas veces olvidan los que formulan propuestas reivindicativas del tipo “nacionalizar” un servicio público.
Pero hay otra parte de problemas para los que no hay vuelta atrás sencilla, y que sólo pueden encararse formulando un marco de visión opuesto al convencional. Por marco convencional me refiero a lo que considero la gran historia de las sociedades industriales en general, y del capitalismo en particular. El núcleo central de la historia es que la sostenida aplicación del talento humano, el conocimiento científico y tecnológico posibilita un aumento sostenido de la productividad humana, del bienestar. En esta historia juega un papel esencial la educación como medio para aumentar la capacidad humana, y por tanto la productividad. Como toda buena historia, tiene sus componentes de verdad y también sus omisiones y puntos discutibles. Pero es una historia que ha tenido un gran éxito de público y sobre la que se ha construido no sólo la hegemonía capitalista sino también muchas de las propuestas de sus oponentes. Por poner ejemplos patentes: gran parte de la estrategia sindical se apoya en esta idea de compartir los frutos del progreso; la educación, su reforzamiento, el acceso universal a los niveles superiores de la educación forman parte de todos los programas de todas las izquierdas. Incluso propuestas más rupturistas como la de la reducción drástica de la jornada laboral o la renta básica universal se fundamentan explícita o implícitamente en el supuesto de vivir en una sociedad de alta y creciente productividad.
III
La principal debilidad de este planteamiento es que ignora gran parte de la base natural que está debajo de todo este progreso material. Ignora tanto la base natural como las condiciones de reproducción de la especie humana. En especial, no toma en consideración el papel que juega la energía en el aumento de la productividad. Si la base energética fuera inagotable y su uso no generara problemas, esta ignorancia seria marginal. Pero es que hoy sabemos que estamos atrapados en un doble dilema: el del previsible agotamiento de los combustibles fósiles, especialmente del petróleo, y el del impacto que tiene su uso masivo, el del calentamiento global que posiblemente ya es imparable y cuyos efectos pueden perdurar más allá del fin de la era del petróleo masivo (y que obligan a cuestionar también el uso del carbón, cuyas existencias planetarias son más abundantes). La respuesta del modelo es confiar en nuevas fuentes energéticas renovables, pero el planteamiento dominante pasa por alto tanto sus características (que las hacen menos adecuadas para ciertos usos) como el hecho que su producción depende de materiales estratégicos igualmente dados en cantidades limitadas. La especie humana ha crecido en número, así como en el uso de recursos “per capita”, y presiona al resto de especies y al conjunto del planeta. Al final, cabe esperar efectos boomerang que afecten a su propia existencia. Cuando se consideran estas cuestiones, muchas de las ideas básicas que sustentan el modelo dominante y el de parte de sus críticos aparecen mucho más discutibles, empezando por el propio concepto de productividad y la forma de medirla. En las próximas décadas, existe la posibilidad de que se abran procesos de colapso y degradación, que además de generar problemas materiales obvios puede derivar en procesos sociales inmanejables, sobre todo porque serán difíciles de entender desde el marco conceptual en el que se mueve la mayoría de la población. No hay que ser muy catastrofista para temer este peligro, basta analizar la dificultad actual para alcanzar un consenso social amplio sobre la covid y las respuestas frente a ella.
Igual que se olvida la base natural que condiciona todo el devenir de la especie, se ignora la complejidad de procesos de reproducción humana. Un campo donde el pensamiento feminista ha hecho una importante labor de deconstrucción y propuesta que en sus últimas formulaciones está generando una fértil confluencia con la ecología. Como considero que está bien desarrollado (por ejemplo en la colección de libros “Economía Inclusiva” que promueve la FUHEM Ecosocial) me centraré en otra cuestión relevante de la estructura social del capitalismo actual.
La actual estructura social está dominada por modelos de organización más o menos piramidales y por carreras competitivas de un solo, o unos pocos, ganadores. Pero mantiene la ficción, socialmente poderosa, de que el éxito está al alcance de todos, que cada cual puede elegir la carrera profesional (entendida a menudo como un completo proyecto vital) alcanzable con formación y esfuerzo. Sobre esta perspectiva se construyen muchas expectativas que la realidad tiende a desmentir. No sólo porque se trata, fundamentalmente, de una construcción ideológica, propagandística, para legitimar el sistema social, el individualismo y la competitividad. También porque ninguna sociedad puede garantizar que todos los proyectos individuales son realizables sin más, y mucho menos cuando estos se centran en alcanzar niveles altos en una jerarquía o alcanzar el éxito competitivo.
No sólo sabemos que únicamente unos pocos equipos están en condiciones de ganar la liga, sino que sólo uno será el ganador. Pongamos un ejemplo radical: imaginemos que tras la pandemia proliferan las vocaciones sanitarias entre los jóvenes. Que los estudiantes de bachillerato se esfuerzan para obtener buenas notas. Y que, vista la enorme demanda, las autoridades universitarias amplían las plazas formativas en estas especialidades. Seguramente, la ampliación será menor que el aumento de demanda, por lo que se producirá una primera criba. Aun así, es posible que al final haya tantos titulados médicos que el sistema sanitario sea incapaz de garantizarles empleo a todos ellos. La cosa aún se puede complicar más si, en lugar de una vocación genérica por la actividad sanitaria, a una parte desproporcionada del conjunto desea una particular especialidad, pongamos epidemiología, lo que aumenta la probabilidad que al final muchas personas acaben viendo frustrado su proyecto profesional. Es obvio que la actual precarización del empleo en la investigación no se explica por esta problemática, sino más bien por una política de recortes y desprecio por lo científico de nuestras élites. Pero también es cierto que este proceso de precarización se ha construido institucionalmente sobre la base de promover la excelencia, de premiar sólo a los campeones. Y que este discurso ha calado en gran parte de las víctimas, que se quejan de su situación pero son incapaces de desarrollar acciones colectivas y marcos mentales que ayuden a superar la postración actual.
IV
Construir un marco conceptual alternativo es cada vez más necesario debido a la urgencia de la crisis ecológica y social. No es tarea fácil; el peso de las ideas viejas, el arraigo de conceptos como desarrollo y crecimiento económico, su capacidad para soslayar conflictos, el optimista supuesto de que la ciencia y la técnica hacen posible lo imposible... Todo ello constituye un lastre ineludible. No sólo son elementos de propaganda en manos de los medios capitalistas, sino que se encuentran insertos en el conjunto de la sociedad. Pero la única forma de hacerles frente es construyendo una visión del mundo en el que la gente pueda situar las cosas y alcanzar desarrollar un marco en el que situar luchas, proyectos, transformaciones. No partimos de cero, toda la elaboración de científicos y movimientos sociales críticos han hecho buena parte del camino.
A título de sugerencia, me parece adecuado subrayar dos cuestiones que considero que deben formar parte de este replanteamiento. La primera tiene que ver con la cuestión de los recursos y los procesos naturales. Y vale la pena rescatar la diferencia entre lo que podemos considerar “bienes comunistas” y “bienes privados”. Los primeros son aquellos que, con una buena organización social, puede garantizarse su acceso a todo el mundo. Los segundos son aquellos que es imposible universalizar. En la práctica, la frontera entre ambos es difusa, pero no imposible de delimitar. Por ejemplo, es bastante claro que puede garantizarse un consumo alimentario básico de forma universal que garantice un aporte adecuado de calorías y nutrientes. Pero no puede garantizarse un determinado nivel de consumo cárnico. La única forma de construir una alternativa social viable pasa por clarificar qué es posible garantizar a todo el mundo y qué no lo es. Aunque a menudo ello requiere un complejo proceso de análisis y debate social. La lógica de una política alternativa pasa, como es obvio por conseguir que a todo el mundo lleguen los “bienes comunistas” y articular un tratamiento adecuado de los “bienes privados”. Que no sean universalizables no significa que deban desaparecer. No todos los bienes son iguales, ni tienen la misma utilidad social. Una política alternativa pasa precisamente por buscar cuáles son los mejores mecanismos de regulación en cada caso. El mercado es una forma de regular estos bienes privados, se asignan a quien tiene recursos monetarios para acceder a ellos (lo que significa que las desigualdades sociales, de renta, son las que determinan el acceso). El racionamiento es otra forma de asignación, en teoría más igualitaria, pero (como estamos comprobando con la aplicación de las vacunas) no está ajena a la interferencia de enchufismos y discriminaciones. Por eso, la idea básica es que hay que diseñar formas específicas de asignación de aquellos bienes no universalizables pero que tienen utilidad social que no generen nuevas vías de desigualdad. Y posiblemente haya soluciones distintas para diversos bienes.
La otra cuestión es la de los diseños organizativos. Cuanto más verticales y competitivas sean nuestras organizaciones, mayores posibilidades de que generen masas de fracasados, de marginados. Por eso la cuestión de las organizaciones en todos sus ámbitos debe constituir un elemento clave de las políticas alternativas. Y tampoco en esto hay una respuesta sencilla, general. Cada organización, incluyendo la empresa capitalista típica, actúa en un contexto diferente, al que debe adaptarse. Y por ello las respuestas simplistas a menudo son meras operaciones propagandísticas, o se convierten en sí mismas en fuentes de problemas. Que el objetivo sea diseñar una sociedad que no genere las mismas tensiones competitivas que el capitalismo actual, que ayude a la gente a desarrollar proyectos vitales ricos complejos y variados, que promueva el igualitarismo y la fraternidad, no exime de buscar modelos adecuados en cada campo basados en la propia experiencia y la reflexión teórica.
En suma, de lo que se trata es de construir un marco cultural que sea consciente de las restricciones que impone nuestra vida natural, que promueva un marco de relaciones sociales donde las personas sienten que la cooperación es una condición de libertad, y donde la búsqueda de soluciones adecuadas a cada problema es el principal objetivo de la acción social.
V
Para tratar de bajar a la tierra es útil analizar los sucesos cotidianos. Dos noticias de esta semana sirven para ilustrar alguna de las cuestiones que comento más arriba.
La primera es el apagón de Texas, provocado por una ola de frío y nieve que ha costado vidas humanas y grandes destrozos. Una más de la frecuente serie de sucesos a los que nos vamos habituando, y no necesariamente el más grave. Puerto Rico, Haití o Mozambique han padecido desastres muchos peores en tiempo reciente, pero ya sabemos que estos países casi no existen en el imaginario nacional. Lo que es significativo de la crisis tejana es la combinación de una situación climática inusual con una gestión neoliberal de la red eléctrica que la ha hecho especialmente vulnerable y quizás (no tengo todos los datos) un fuerte aumento del consumo provocado por la misma ola de frío. Esta es la combinación perfecta para que se reproduzcan las situaciones de crisis, la combinación de mala gestión económica y ecológica asociada a un nivel de consumo desaforado. Unas crisis que serán recurrentes y amplificadas si no se adopta un cambio tanto en el modelo de gestión, de consumo, de organización social.
El otro ejemplo es mucho más local y, en cierto sentido, poco novedoso. La multinacional Bosch anuncia el cierre de otra planta de componentes en Lliçà d’Amunt. Una planta de larga tradición. Y aquí se combinan también varias cosas: una tradicional operación empresarial, la deslocalización hacia Polonia, y un sector que entra en crisis por el doble desafío de la energía que hemos citado anteriormente (calentamiento y pico del petróleo), un sector que está replanteando su futuro en busca de un cambio tecnológico que lo haga viable y de un modelo de empresa (la gestión de la movilidad) que permita seguir obteniendo pingües beneficios.
Que van a producirse cierres de plantas es algo que se sabe con seguridad. Lo que resulta más complicado es saber dónde ocurrirá. Pero un país que no tiene estructuras propias, que se ha convertido en un espacio de aterrizaje de multinacionales que tradicionalmente han producido aquí sus vehículos de gama baja, tiene bastantes números para que se cierren plantas. La cuestión fundamental es que aquí todas las fuerzas vivas del país llevan años haciendo esfuerzos (salariales, fiscales, comerciales) para que las grandes empresas del motor mantengan sus plantas. Pero, en cambio, no ha habido ningún interés en explorar ni los límites del modelo ni las posibilidades de avanzarse en desarrollar un modelo productivo más adaptado a la crisis ecológica, capaz de anticiparse al cambio de modelo, y menos depredador. Cuando las multinacionales se van sólo queda el derecho al pataleo y negociar despidos. Y lo que vale para el automóvil lo vivimos también en el sector turístico. Encadenados a grupos de interés e ideas de las que solo puede esperarse que nos lleven de crisis en crisis. Es verdad que falta innovación, empezando por los enfoques de lo económico.
26/2/2021
Ensayo
Soledad Bengoechea
Mujeres en lucha en el tardofranquismo
Era el mes de abril. En Sama, Asturias, el frío aún cortaba la cara. Un buen día, Anita Sirgo, Constantina Pérez, y Celestina Marrón, mujeres de mineros, se levantaron pronto, casi al alba. Aún reinaba la oscuridad, había poca luz de luna. A las cinco de la mañana comenzaron a tocar los timbres de diferentes casas. ¡Había que despertar a las vecinas! ¡Ninguna podía hacerse la remolona! Era la Gran Huelga Minera de la Primavera de 1962, La Huelgona. El Partido Comunista de España (PCE), partido de referencia de la lucha antifranquista en la clandestinidad, había ordenado a los mineros que involucrasen a las mujeres en el conflicto. Un grupo de ellas, bien abrigadas con mantones negros, se armaron con palos, y con pimentón por si algún minero se hacía el «esquirol» poder soplárselo a la cara. ¡Dispuestas a todo! Al pasar, bebieron un poco de agua cristalina del arroyo y se fueron sin miedo a formar los piquetes frente a aquellos obreros que querían volver al trabajo. En la zona, había miedo, hambre, mucha miseria y mucha silicosis. La represión de la huelga fue brutal. Los maridos de Sirgo, Pérez y Marrón se escondieron. A ellas, al permanecer herméticamente calladas para no delatar donde estaba su escondrijo, las raparon al cero. ¡Y eso que era ya 1962! Carlos Arias Navarro, el hombre que en 1975 anunció por televisión con voz entrecortada que Franco había muerto, ostentaba en aquellos momentos el cargo de director general de Seguridad. ¿Tuvo en cuenta la sociedad del momento del sacrificio de estas mujeres? ¿No fueron también relegadas al olvido? Bien, aquí las hacemos visibles [1].
El papel de las mujeres en la protesta social ha sido fundamental, desde muy antiguo, a lo largo de la historia. Se remonta a los tiempos en que fueron ellas las iniciadoras de los levantamientos durante los motines de subsistencia, eso en siglos pasados, e incluso así sucedió hasta principios del siglo XX. Existe, por lo tanto, toda una experiencia histórica de mujeres combativas, revolucionarias y protagonistas de la transformación social. Sin embargo, su papel no se ha reconocido y su importancia se ha infravalorado dentro de los relatos históricos. Las mujeres trabajadoras han sido doblemente invisibilizadas, primero por su condición de clase obrera y después por su condición femenina. Es el caso de las obreras que combatieron al franquismo: ellas, las trabajadoras, especialmente las textiles, tuvieron un protagonismo destacado en las huelgas y protestas laborales. Estas contestaciones se llevaban a cabo en un contexto peligroso: en aquellos momentos las huelgas eran ilegales. Cualquier conflicto, aunque fuera estrictamente económico o laboral, derivaba con facilidad en un enfrentamiento político directo con el régimen franquista. Ello podía derivar a un infierno de torturas, de cárcel [2].
En esa época, hasta la muerte del dictador, la participación de los hombres y las mujeres en el sindicalismo era clandestina, solo podía realizarse legalmente a través del Sindicato Vertical creado por el franquismo. Pero al margen del sindicato «oficial» existían otros considerados ilegales. La Unión Sindical Obrera (USO) había surgido ya a finales de la década de 1950. Aproximadamente al mismo tiempo se había creado la Alianza Sindical, formada por la casi centenaria Unión General de Trabajadores (UGT), de ideología socialista, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), de tendencia anarcosindicalista, y la ELA-STV, de impronta nacionalista vasca. En 1962 se fundaron las Comisiones Obreras (CCOO), de tendencia comunista y quizás la más importante central sindical en aquellos momentos. Los líderes de Comisiones Obreras optaron por la práctica del «entrismo», es decir, infiltrarse en los Sindicatos Verticales. En agosto de 1971, estos grupos recibieron el impulso del Partido Comunista de España (PCE) y del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), ambos igualmente ilegales. También tuvieron el apoyo de movimientos cristianos obreros, como la Juventud Obrera Católica (JOC) o la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). Y de militantes del Partido Carlista, refundado en 1971 bajo el liderazgo de Carlos Hugo de Borbón-Parma, y de diferentes colectivos de izquierda (Front Obrer de Catalunya y Organización Comunista Bandera Roja en Cataluña), todos ellos desde la ilegalidad. Incluso había grupos nacionalistas, como el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Y en 1964 se fundaron la Unión do Povo Galego (UPG) y el Partido Socialista Galego (PSG), partidos nacionalistas de carácter comunista y socialista, respectivamente. Y desde el 1959 estaba la ETA. Significaba una alternativa ideológica a los postulados del Partido Nacionalista Vasco (PNV). Tenía cuatro pilares básicos: la defensa del euskera, el etnicismo (como fase superadora del racismo), el antiespañolismo y la independencia de los territorios que, según reivindican, pertenecían a Euskadi: Álava, Vizcaya, Guipúzcoa, Navarra (en España), Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa (en Francia). Algunos miembros de ETA pronto empezarían una lucha armada [3].
Un estudio sistemático de la represión de las mujeres bajo el franquismo es todavía una asignatura pendiente, señala la historiadora Carme Molinero [4]. Ello es cierto, pero existen diversas razones que explicarían porqué las mujeres no ocuparon un lugar tan destacado en la lucha sindical como política clandestina. Su presencia en el mundo del trabajo era limitada en comparación con la de los varones y su situación laboral, precaria y dispersa [5]. En 1975, de poco menos de 4 millones de mujeres activas, se dedicaban al sector servicios un 57 %; a la agricultura, el 38 % y a la industria, el 5 %. Se puede decir que la mujer pasó de los trabajos domésticos al sector servicios sin apenas tener incidencia en la industria, que era un sector masivamente ocupado por varones. A excepción del textil, claro. La rama de la industria textil-confección ocupaba un mayor número de mujeres, en torno al 90 %. La escasa presencia femenina en el resto de la industria explica el que la sindicación femenina fuera muy baja, tanto en los sindicatos oficiales (el Sindicato Vertical) como en las distintas organizaciones clandestinas. Precisamente, el sector secundario era el que mayor nivel sindical mantenía.
Las mujeres estaban poco sindicadas y, por tanto, muy poco representadas. El propio modelo sindical estaba construido desde la óptica de la masculinidad en esa sociedad patriarcal. La asunción de los roles tradicionales por los propios militantes varones, en la familia o en situaciones cotidianas, hacía que no reconocieran a sus parejas como compañeras de lucha, sino como simples «mujeres». Estas consideraciones aparecen constantemente en la reconstrucción que de su pasado hacen las mujeres, y nos advierten de uno de los mayores obstáculos que debían esquivar para adherirse a la lucha: la oposición de los maridos, incluso de aquellos cónyuges pertenecientes al partido comunista. Todo ello condujo a que numerosas militantes tuvieran dificultades para realizar acciones de movilización en empresas donde no había gran presencia femenina. Lo habitual era que los hombres no se vieran en absoluto representados por mujeres en los cargos de responsabilidad. Además, como la lucha obrera estaba asociada a la imperante visión masculina, la conflictividad laboral femenina llegó a verse como algo «anómalo» y sus reivindicaciones se tacharon de «específicas» (de género) [6]. A fuerza de oír repetir que la política no era cosa de mujeres, algunas de ellas se lo creyeron. Mucha tinta impresa ha aseverado esta conducta. En Asturias, por ejemplo, la atención de los dirigentes obreros siempre se dirigía a los sectores conflictivos claramente masculinizados del metal y la minería. Es normal, si tenemos en cuenta la posición central que tenía el «obrero masculino industrial» en el discurso del movimiento de los trabajadores. Esto explica que las protestas realmente importantes fueran las protagonizadas por ellos. Por el contrario, las manifestaciones de conflictividad femenina se silenciaban o se consideraban secundarias la mayor parte de las veces.
Allá por el año 1965, los sindicatos hicieron ya tres reivindicaciones básicas que las afectarían: la reducción del horario laboral, el aumento de las retribuciones y la igualdad laboral, que incluía la denuncia de la violencia específica contra las trabajadoras.
Dentro del panorama descrito, hubo mujeres que no tuvieron cortapisas para incorporarse a la lucha sindical. Mujeres que han hecho historia. Se hicieron visibles. Veamos el caso de una de estas luchadoras. Rosario Rodríguez Serrano, a la que probablemente sus compañeras le llamaban Charo. Había nacido en Hellín (Albacete) el año 1952. A la edad de cinco años se había instalado con su familia en Esplugues de Llobregat (Barcelona). Hacia los diecisiete años había comenzado a trabajar en la empresa MEVAT, dedicada a la transformación de materias plásticas y enseguida se afilió a CCOO y entraba en el Sindicato Vertical. De voz potente y carácter decidido, las compañeras la tenían considerada como una líder sindical. En la fábrica cuando se hacían conferencias y se discutían problemas ¡ella siempre estaba en primera línea! Entonces los trabajadores de la empresa realizaron un sinfín de huelgas: por la Semana Inglesa lucharon 2 o 3 años, por el injustificado despido de compañeros… Frente a los repetidos conflictos la empresa argumentaba que no se debía hacer huelga porque esto perjudicaba la producción, pero Rosario pensaba que ese era un asunto de los amos, no de los trabajadores, que estaban en todo su derecho de luchar y hacer huelga. Bajaba a la Gran Vía con sus compañeros a manifestarse y acababa corriendo delante de los “grises”. Así una y otra vez. ¡Incansable! En 1975, cuando Franco murió, las manifestaciones se hicieron más duras. El dilema que se planteaba a la izquierda era ¿Luchamos por la reforma o por la ruptura? ¿Qué hacer? Y los «grises» aún se empleaban más a fondo. En el año 1980 la empresa finalmente cerró. Rosario dejó de trabajar como obrera y se dedicó al cuidado de su hijo durante ocho años, y luego, pasado ese tiempo, acabó incorporándose a la limpieza de domicilios. Rosario fue sin duda un ejemplo más de mujer: fuerte y decidida. Siempre estuvo ahí [7].
Poco a poco aparecieron mujeres jóvenes con estudios universitarios, que se hicieron un hueco en el sector servicios. Algunas de estas mujeres ocuparon puestos de trabajo en los sindicatos clandestinos, como abogadas laboralistas; por tener una muestra, fue el caso de la madrileña Manuela Carmena o la catalana Ascensió Solé.
En los partidos políticos clandestinos las mujeres también militaron de manera muy activa. Por ejemplo, Anna Saenz Moratón, que había nacido en Barcelona el año 1932. Se había diplomado en Trabajo Social y trabajó en diversos oficios. Sus primeros contactos con el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), comunista, datan de 1962. Su casa sirvió de lugar de encuentro de muchos militantes. Allí, los Primeros de Mayo hacían folletos en las «vietnamitas» (pequeña imprenta manual) clandestinas que después lanzaban por las calles. Debido a esta militancia activa, hacia mitad de los años sesenta, Saenz Moratón fue detenida por orden del TOP (Tribunal de Orden Público). En el año 1972 la policía la volvió a detener cuando encontraron propaganda del PSUC al registrar su casa con la intención de averiguar si tenía vinculaciones con la activista de izquierdas y feminista Lidia Falcón. Fue detenida y sufrió torturas. Después estuvo un mes en la cárcel [8].
Como se mostraba anteriormente, en aquellos años, los hombres que pertenecían a la clase obrera eran, en general, muy machistas. Ni más ni menos como el resto de sus congéneres masculinos. También el Partido Comunista de España era un partido sexista y excluyente: si la mujer era la compañera de algún dirigente comunista no estaba bien visto que ella ocupase un cargo en el partido. Se ha descrito que, en las asambleas, celebradas en locales cerrados llenos de humo, las mujeres observaban que los hombres se incomodaban cuando ellas tomaban la palabra [9]. Las actividades femeninas en el partido consistían fundamentalmente en hacer pintadas reivindicativas, imprimir hojas volantes y enganchar pancartas. También se mostraban activas llevando a cabo acciones de solidaridad a favor de trabajadores despedidos o de los presos políticos. Y en las manifestaciones corrían delante de los grises, pero generalmente rodeadas de compañeros varones. Calzadas muchas de ellas con los resistentes zapatos de la casa Segarra, baratos y destinados a las clases trabajadoras, a menudo en medio de las carreras tenían que quitárselos porque no los aguantaban. ¡Y eso que previamente se habían colocado el esparadrapo en la parte trasera del pie!
Un trabajo de la historiadora Nadia Varo introduce a las lectoras en un tema importante: la diferenciación establecida por la policía y por el Tribunal de Orden Público (TOP) entre hombres y mujeres [10]. Varo señala que «tanto las fuerzas represivas como las organizaciones antifranquistas proyectaron una imagen diferente de las personas detenidas y procesadas en función de su sexo. Por un lado, las concepciones de la Policía y el TOP sobre la “peligrosidad” o “perversidad” de los hombres y las mujeres juzgados tuvieron repercusiones en las torturas y las sentencias aplicadas sobre esas personas».
Este panorama general (policía, instituciones, movimiento obrero) de relegar a las personas en función de su sexo generó una cierta adaptación en las receptoras de ese trato. Sobre todo en lo que refiere a su papel en los partidos políticos y sindicatos prohibidos. Y también luego, cuando estuvieron legalizados. Muchas veces las obreras no participaban en el movimiento obrero y en las movilizaciones directamente, sino a través de la relación con hombres determinados (en calidad de madres, esposas, hijas o hermanas). Cumplían a rajatabla una de sus muchas funciones, igualmente fundamental: el cuidado del hogar. En una pareja con criaturas pequeñas nadie dudaba de quién tenía que ir a las reuniones clandestinas. Por las noches, mientras los hombres acudían a la sede del partido o del sindicato, se hacían visibles. Ellas, en el silencio y anonimato de la casa, invisibles, eran las encargadas de bañar a los niños, hacer y darles la cena y ponerlos a dormir ¡Y colocarles el termómetro y vigilar la dichosa fiebre, si venía al caso! Solo las mujeres que habían tenido la posibilidad de convertirse en profesionales liberales y ganaban un buen salario tenían la elección de encomendar esos cuidados a niñeras. Pero allí donde estuvieran, celebrando asambleas, conspirando, no terminaban de estar tranquilas. ¿Se habrían dormido ya sus hijos? Quizás por ello no pocas de las mujeres que penetraron en la lucha ilegal pasaron posteriormente a militar, de manera paralela, en el movimiento feminista. ¡Allí no se sentían tan «extrañas»! Es revelador que un número importante de mujeres feministas, años después, en la transición política, tuvieran el antecedente de haber sido militantes clandestinas.
A finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, los comunistas españoles concibieron la idea de crear células femeninas. La mayoría de las mujeres ha señalado después que la militancia en estas células fue una actividad secundaria respecto a la que se creía la «única» militancia realmente urgente y eficaz en la pugna contra el régimen: la lucha obrera o la lucha en los barrios. Por eso el grueso de las militantes optó por trabajar en las células mixtas antes que en las células femeninas [11].
Las mujeres comenzaron a actuar pidiendo el derecho a reunirse y las mínimas garantías democráticas, en los mercados, en los colegios de enseñanza primaria o en los institutos. Se trataba de llegar al mayor número posible de camaradas y encontrar puntos en común para sumar fuerzas. Las acciones se llevaban a cabo a través del «boca a boca», en pequeños grupos que enseguida fueron creciendo y que ponían de manifiesto los problemas comunes y las aspiraciones últimas. Esta es una de las tareas fundamentales de las mujeres en estos años: concienciar a la población de la necesidad de un sistema democrático, convenciendo de ello a cualquier persona ajena a la militancia política o sindical. Todo ello se produjo en los últimos años del franquismo [12]. En este contexto se constituyeron en España las primeras asociaciones de vecinos, acogiéndose a la Ley de Asociaciones de Cabezas de Familia de 1964. Desempeñaron un papel político en los barrios cuando todavía estaban prohibidos los partidos. Durante los primeros años en que las asociaciones se fueron consolidando, las asociaciones de vecinos fueron un resguardo para los hombres y mujeres que combatían de alguna manera al régimen.
En el año 1969, Aida Fuentes Concheso, quizás sin proponérselo, adquirió fama de heroína. Fue en Barredos, localidad minera asturiana. Allí tuvo lugar la Manifestación de las Velas, donde Fuentes encabezó un contingente de unos 1.500 vecinos, pero sobre todo de vecinas. ¡Las mujeres, como en la República, volvían a tomar las calles! Se reivindicaba que el Ayuntamiento activase la electricidad en el barrio, que permanecía a oscuras por una disputa entre el consistorio y la compañía eléctrica. Con velas encendidas, el grupo se dirigió hacia el Ayuntamiento. A pesar de que la Guardia Civil interceptó la protesta e hirió a una manifestante, al final la movilización consiguió sus propósitos. ¡La policía tuvo que admitir que las mujeres también existían! Este hecho se inscribe indeleble en el movimiento reivindicativo de las asociaciones de vecinos [13].
Estas asociaciones incluían a gentes de diversas sensibilidades ideológicas, políticas o confesionales. En su origen se produjo una sintonía entre activistas —provenientes del Partido Comunista de España y de la izquierda— y sectores de cristianos de base. En los barrios obreros más marginales, a menudo llegaron los cristianos y las cristianas de base antes que las comunistas. Allí, llevaban a cabo todo tipo de actividades y no dudaban en poner manos a la obra atendiendo toda clase de menesteres.
Fue el caso de María Cruz. Educada en una familia católica, de muy joven, aún era adolescente, estuvo en organizaciones católicas y de apostolado. Desengañada, un buen día abandonó esta militancia. En la parroquia de su barrio le hablaron de los grupos de jóvenes formados por cristianos y cristianas de base que hacían visitas a las zonas depauperadas de Barcelona llevando consuelo y ayuda. Allí se sintió bien. De carácter generoso, con sus compañeros acudía a los barrios humildes de la ciudad. A menudo iba a Can Clos, barrio depauperado done lo hubiera. Las casas las habían edificado para dar cabida a las personas que habitaban las barracas de Montjuïc. María Cruz, morenita, pizpireta, allí hacía labores de estudio y de propaganda cristiana. Pero su labor se centraba más en cuidar a los niños o en echar una mano a las vecinas en los quehaceres de la casa cuando hicieran falta. A diferencia de otros compañeros, ella nunca participó en las asociaciones de vecinos. No porque se sintiera ajena a ellas. Simplemente porque llegó un día en que su vida transcurrió por otros derroteros. Con avances y retrocesos las mujeres se hacían un lugar en la historia [14].
Con el transcurso de los días, las asociaciones vecinales fueron incorporando extensas redes formadas por gente del barrio. De esta manera llegaron a obtener una amplia representatividad como organización importante de la actividad del distrito. Eran capaces de poner en relación distintas dimensiones ligadas a la calidad de vida: la salud, el urbanismo, la educación, la cultura, la vivienda y los problemas de la mujer y de los jóvenes. En estas asociaciones la participación femenina fue muy importante. Las vecinas demandaban mejoras en las condiciones en el barrio en el que habitaban, medidas que resolvieran sus necesidades específicas. Y es que ellas, las mujeres, eran las que sufrían de manera más intensa las deficiencias ambientales y de servicios. Por lo tanto, eran las más interesadas en la solución de los problemas. La lucha se hacía desde el hogar y para el hogar. Se trataba de reivindicar cosas básicas, si se quiere, pero fundamentales para el día a día: la subida de precios de los alimentos, la oposición a una fábrica contaminante de la barriada, que los autobuses subieran hasta el barrio si este estaba situado en un lugar periférico y/o el arreglo del pavimento de las calles. Y por otras cosas entonces poco valoradas e importantes que actualmente se estiman básicas. También había reivindicaciones para obtener unas viviendas dignas, para demandar más escuelas, guarderías e institutos para la infancia y también en demanda de escuelas de adultos. Cada vez, un mayor número de mujeres se interesaba en la educación escolar de sus hijos y formaban parte de las Asociaciones de Padres de Alumnos (APA). Las mujeres se hacían visibles en todos los ámbitos, pero siempre desde un papel relegado a un segundo plano. Los presidentes de las asociaciones eran hombres, aunque en general ellas eran tan activas o más que ellos.
A medida que las mujeres de los barrios iban consiguiendo resultados, ganaban confianza en ellas mismas y se involucraban en más actividades y luchas. En una segunda etapa, las mujeres comprendieron la importancia de su propia formación y muchas de ellas acudieron a las mismas escuelas que se habían construido con sus esfuerzos. En los vecindarios de trabajadores, muchas mujeres mayores eran casi analfabetas, pero gracias a las escuelas de adultos acabaron sabiendo leer y escribir. Ya no tenían que pedir ayuda a otras congéneres o a las dependientas de los comercios cuando querían saber el precio de algún producto o vestido. Ya podían leer cartas, las que sus hijos enviaban desde la mili o, si eran emigrantes, las que les llegaban del pueblo. En aquellas escuelas, a las más jóvenes les proporcionaban el diploma de estudios de graduado escolar, imprescindible si querían acceder a determinados puestos de trabajo. En fin, la labor de las mujeres en aquellas asociaciones de vecinos fue indispensable para que los barrios trabajadores resultaran mucho más confortables y socialmente justos. ¿Dónde están aquellas mujeres valientes, quién se acuerda de ellas?
Un ejemplo de luchadora femenina fue Pepita Monné Mola (sus seudónimos: Rosario y Ruth). Participó en el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), en las Comisiones Obreras y en las asociaciones de vecinos. Toda esta militancia la llevó a cabo en un mismo período de tiempo. Nacida en Aspa (Lleida) en 1945, de profesión enfermera, con 21 años comenzó a estar presente en las luchas de calle, tanto en manifestaciones por los conflictos de empresa como haciendo pintadas, enganchando carteles o repartiendo propaganda. Mientras trabajaba en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona se presentó a las elecciones sindicales de 1970-1971, en las que salió elegida, y a partir de entonces militó dentro del Sindicato Vertical [15].
Al llegar la década de los setenta, las mujeres representaban una capacidad de organización sin precedentes en la historia española. El movimiento asociativo (de vecinos y amas de casa) era tan enorme que se mostraba capaz de movilizar a la población española en unos niveles comparables a los de los años finales de la República. Nunca en la historia de España se habían movilizado las amas de casa como en esa época. De repente, para muchos ojos, entonces se hicieron visibles. Fue en este período cuando los partidos políticos no tuvieron más opción que reconocer esta capacidad organizativa asumiendo la lucha de las mujeres. Durante la transición democrática este potencial fue poco a poco perdiendo vigencia tras la política de pactos de la izquierda española, después de haber sido el soporte indiscutible de los cambios en la sociedad española responsable de la transición de una dictadura a un régimen democrático [16].
El régimen franquista no favoreció el cambio ni la evolución social y mucho menos se dio en el caso del universo femenino. Muy al contrario, costó mucho arrancarle cambios legislativos al franquismo. Sin embargo, en las últimas épocas del régimen, algunas mujeres sí lo consiguieron, como sucedió en un grupo con la extraordinaria María Telo Núñez a la cabeza. ¿Quién fue María Telo? Una luchadora en una dictadura, una mujer de convicciones. Telo era abogada y a base de tenacidad logró lo que parecía imposible: mejorar el estatus jurídico de las españolas en el franquismo, liberarlas de la obligación legal de obedecer al marido y de contar con su permiso formal para casi todo. Hasta mediados de 1975 las casadas ni siquiera podían abrir una cuenta corriente sin permiso del esposo. Telo, una mujer feminista, independiente y pamplonica logró cambiar el Código Civil. La democracia le concedió un reconocimiento puntual, pero no fue acreedora a ningún papel relevante dentro del sistema. Su candidatura al Tribunal Constitucional, en 1979, cayó en saco roto [17].
Para acabar debemos preguntarnos ¿por qué se rebelaron algunas mujeres? Es evidente que no todas vivieron las mismas circunstancias ni reaccionaron de la misma manera ante situaciones similares. De hecho, unas fueron más rompedoras que otras. Quizás el origen de las primeras rebeldías fue el propio ambiente familiar. O, por el contrario, las más conformistas quizás estaban influenciadas por la estricta educación recibida en los colegios de monjas. Pero aquellas mujeres que tuvieron que solucionar muchos problemas y hacer frente a excesivos retos suelen manifestar en sus entrevistas que la mayor dificultad que tuvieron que superar fue la falta de interlocutores masculinos válidos y a su altura, capaces de compartir su transformación dentro de la sociedad y de su vida.
Notas:
[1] Claudia Cabrero Blanco, «Asturias, las mujeres y las huelgas», en José Babiano (ed.), Del hogar a la huelga: trabajo, género y movimiento obrero durante el franquismo, Fundación 1.º de Mayo, Madrid, 2007, pp. 189-244.
[2] Nadia Varo Moral, «Mujeres en huelga. Barcelona Metropolitana durante el franquismo», en José Babiano (ed.), Del hogar a la huelga: trabajo, género y movimiento obrero durante el franquismo, Fundación 1º de Mayo, Madrid, 2007, pp. 139-188.
[3] Nadia Varo, «Treballadores, conflictivitat laboral i moviment obrer a l’àrea de Barcelona durant el franquisme. El cas de Comissions Obreres (1964-1975)», tesis doctoral, Universitat Autònoma de Barcelona, 2014.
[4] Carme Molinero, «Historia, mujeres, franquismo. Una posible agenda de investigación en el ámbito político», en Manuel Ortiz Heras, Memoria e Historia del franquismo, Actas del V Encuentro de Investigadores del Franquismo, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2005, pp. 171-192.
[5] Cristina Borderías, Mònica Borrell, Jordi Ybarz y Conchi Villar, «Los eslabones perdidos del sindicalismo democrático: la militancia femenina en la CCOO de Catalunya durante el franquismo», Historia Contemporánea, 2003, nº 26, pp. 171-172.
[6] Jaime Castán, «Mujeres rebeldes: las obreras que combatieron el franquismo», Izquierda Diario, 13/2/2018, https://www.izquierdadiario.es/Mujeres-rebeldes-las-obreras-que-combatieron-el-franquismo
[7] Entrevista oral realizada por la autora.
[8] Soledad Bengoechea, Les Dones del PSUC, Els arbres de Farenheit, Biblioteca virtual d’Espai Marx, http://www.elsarbresdefahrenheit.net/ca/index.php. Treball col·lectiu; El feminisme al PSUC. Els anys setenta i vuitanta del segle XX, Barcelona, 2009.
[9] Jaime Castán, Mujeres rebeldes: las obreras que combatieron el franquismo, Izquierda Diario, 13/2/2018, https://www.izquierdadiario.es/Mujeres-rebeldes-las-obreras-que-combatieron-el-franquismo
[10] Nadia Varo, «Mujeres y hombres, “la represión sexuada” de la militancia política», en Javier Tébar Hurtado ed., «Resistencia ordinaria». La militancia y el antifranquismo catalán ante el Tribunal de Orden Público (1963-1977), Universitat de València, 2012, pp. 86-103.
[11] Giaime Pala, «El partido y la ciudad. Modelos de organización y militancia del PSUC clandestino (1963-1975)», Historia contemporánea, n.º 50, 2015, pp. 195-222.
[12] Clara C. Parramón, «Feminizando espacios públicos: migraciones y movimientos vecinales del tardofranquismo y Transición política en Cataluña», en Jordi Mir García y Mercè Renom (eds.), Revoluciones en femenino, Icària, Barcelona, 2014, pp. 105-122.
[13] María Carmen Suárez Suárez, El feminismo asturiano en la oposición al Franquismo y en la Transición democrática. Vivencias, conciencia y acción polítics. Tesis doctoral,
[14] Entrevista oral realizada por la autora.
[15] Soledad Bengoechea, Les Dones del PSUC, Els arbres de Farenheit, Biblioteca virtual d’Espai Marx, http://www.elsarbresdefahrenheit.net/ca/index.php.
[16] Pilar Díaz, «La lucha de las mujeres en el tardofranquismo: los barrios y las fábricas», Gerónimo de Uzrariz, nº 21 znb, pp. 39-54 orr.
[17] Charo Negueira, «María Telo, la abogada de la igualdad», El País, 14 agosto 2014.
[Soledad Bengoechea es historiadora y miembro de la Associación Cultural Tot Història]
26/1/2021
Antonio Antón
Feminismos y derechos humanos
[Desarrollo de una intervención del autor en un debate, junto con Violeta Assiego, en Acción en Red el 29/01/2021]
En los últimos años, el principal proceso de movilización social progresista ha sido el feminista, dentro de un marco más amplio de cambio social y político-electoral. Se produce en un contexto de agravamiento de la situación de desigualdad y dominación de las mujeres y, específicamente, ante un crecimiento de la conciencia de su injusticia y un deterioro de las mentalidades machistas y conservadoras. Por otro lado, persiste el bloqueo institucional a las mejoras en ese campo, sobre todo por los Gobiernos anteriores del Partido Popular que han perdido legitimidad social. Tras quince años de limitada y contraproducente gestión institucional, centrada en la inacción trasformadora, preventiva y en recursos prácticos, el desvío punitivista y la reacción puritana, se ha percibido la impotencia institucional y la insuficiente protección pública para hacer frente a la nueva dimensión de las desventajas de las mujeres, en términos de desigualdad y de prepotencia machista.
La nueva ola feminista
Por tanto, se ha generado una triple dinámica. Primero, el agotamiento del feminismo institucional, socioliberal o elitista —sobre todo el vinculado al aparato socialista (aunque no solo ni todo él)—, derivado de los límites de la gestión institucional y normativa, sobre todo con su punitivismo, inacción y puritanismo, aunque con argumentaciones esencialistas o deterministas y excluyentes. Segundo, la emergencia de un nuevo feminismo transformador, con distintas influencias sociopolíticas y culturales, pero con un carácter popular, interseccional y crítico y una orientación igualitaria y emancipadora. Tercero, la involución de un reaccionarismo conservador, en los ámbitos mediático y político, representado por las derechas extremas y la Iglesia Católica.
En definitiva, frente a interpretaciones deterministas o idealistas y desde un enfoque social, realista y crítico, hay que destacar la combinación de tres dinámicas: a) una realidad de mayores desventajas socioeconómicas, vitales, relacionales y de estatus para capas populares, especialmente, las mujeres; b) una incapacidad institucional y normativa, desde el impulso inicial del primer Gobierno socialista de Zapatero hace ya tres lustros, cada vez más evidente de no ser suficiente para impedir ese retroceso y garantizar un avance igualitario-emancipador, y c) una mayor conciencia de su injusticia desde los valores de igualdad con varios niveles de identificación y articulación feministas. Todo ello ha reforzado la necesidad de la presión movilizadora feminista para promover un cambio sustantivo y real, y ha producido un desbordamiento del casi monopolio representativo, regulador y gestor de la acción institucional feminista junto con la emergencia de nuevas élites feministas.
La gran dimensión de la movilización igualitaria-emancipadora feminista ha demostrado una relevante capacidad relacional, solidaria y de cambio sociopolítico y cultural, particularmente en España. Es el marco en el que se produce la pugna entre tres dinámicas de fondo con objetivos contrapuestos: a) el intento de su neutralización, en el caso de las derechas y fuerzas conservadoras —como la jerarquía católica—, así como la hostilidad abierta de la ultraderecha; b) su reorientación sociopolítica moderadora y/o distorsionadora del sentido de esta nueva ola feminista por parte del anterior grupo hegemónico con un declinante liderazgo (vinculado al aparato socialista, aunque no solo), así como el cierre defensivo y sectario de éste para mantener sus privilegios representativos y de influencia política, mediática y de estatus; c) la reafirmación de un feminismo igualitario con la rearticulación de posiciones representativas y de influencia cultural y sociopolítica dentro de una gran fragmentación organizativa, en el contexto de diferentes dinámicas sociopolíticas y económicas y distintas corrientes culturales o ideológicas.
Por último, al hablar de feminismos hay que diferenciar tres niveles, procesos identificadores y dimensiones: primero, el activismo feminista más permanente (incluido el para-institucional e institucional), de varios centenares de miles de personas; segundo, la identificación colectiva feminista, con su participación en las grandes movilizaciones (y en la vida cotidiana) y su sentido de pertenencia a un actor colectivo sociopolítico y cultural, con unos tres millones y medio; tercero, el apoyo a medidas contra la discriminación y por igualdad para las mujeres, de cerca del 50% de la población, con cierta conciencia feminista, mayor entre la gente joven y superior a la mitad entre las mujeres y a un tercio entre los varones.
Carácter y ejes de los feminismos
El feminismo es un actor sociopolítico y cultural, con distintos niveles y procesos de identificación. En una acepción débil se puede considerar como SUJETO social.
Los tres ejes fundamentales expresados en la actual ola feminista son: por la igualdad social, económico-laboral y relacional o de estatus de las mujeres; contra la presión y las agresiones machistas; y por la emancipación y la capacidad de decisión sobre sus trayectorias y preferencias personales. En ese sentido comparto la definición de Judith Butler: “el feminismo es una lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, pero también es una investigación sobre el género en sí mismo, más allá de las categorías de hombre o mujer”.
El choque de expectativas, principalmente entre las jóvenes, desde una cultura democrática e igualitaria y con dinámicas reales desventajosas es evidente. Es la base del malestar, la indignación y la activación feminista.
Esta multidimensionalidad identitaria se forma en cada sujeto real con un nuevo, específico y cambiante equilibrio entre las distintas identidades parciales con variadas combinaciones según los contextos relacionales y junto con otras identidades o valores cívicos transversales.
El feminismo pretende cambiar una situación discriminatoria de las mujeres por unas relaciones sociales igualitarias. Persigue modificar sus condiciones de subordinación por una dinámica emancipadora. Es un movimiento social con un gran componente cultural. Su objetivo es una transformación relacional, vinculada con un cambio de mentalidades.
La acción feminista debiera ser más realista, crítica, social y transformadora que la restrictiva pugna cultural. Su tarea es mucho más amplia, práctica y teóricamente: cambiar las relaciones de desigualdad y subordinación, conformar una identidad y un sujeto transformador con una estrategia igualitaria-emancipadora y una teoría crítica.
La acción feminista no es solo ni principalmente una lucha de ideas (o de emociones). Los cambios de mentalidades y conciencia ideológico-política, con un talante progresista, son fundamentales. La tarea de la modificación de la subjetividad es muy importante. Pero, sobre todo, la tarea transformadora sustantiva es relacional, superar la desigualdad real y las situaciones de dominación. Y esa experiencia vivida, interpretada y soñada es clave para avanzar en los procesos liberadores y conformar las identificaciones feministas.
Considerar al movimiento feminista como exclusivamente cultural relega la prioridad por el cambio de las relaciones reales desventajosas u opresivas y dificulta una acción crítica, popular, realista y transformadora. Es, sobre todo, un movimiento social, aunque con un gran componente cultural. El cambio feminista, además de las subjetividades, debe transformar las relaciones sociales de desigualdad y dominación; debe ser relacional.
Las distintas corrientes feministas y sus fundamentos ideológicos
En primer lugar, hay que clarificar el criterio sociopolítico para clasificar las diferentes tendencias feministas. La clave del feminismo es conseguir la igualdad de género o entre los géneros, superar las desventajas relativas y la discriminación de las mujeres. El objetivo es que la diferenciación de géneros y su construcción sociohistórica no supongan desigualdad real y de derechos y, por tanto, no tengan un peso sustantivo en la distribución y el reconocimiento de estatus y poder.
La diferenciación principal en el seno del feminismo hay que plantearla en función de su actividad y capacidad transformadora de las relaciones de desigualdad y subordinación de las mujeres, es decir, por su papel de cambio sustantivo de su posición social desventajosa. Así, respecto del avance real en la igualdad y la emancipación, como he avanzado, existen dos grandes corrientes: el feminismo crítico, popular y transformador, y el feminismo socioliberal, retórico y formalista.
No entro a valorar otras clasificaciones similares, por ejemplo el feminismo del 99% frente al del 1%, o el anticapitalista (e interseccional) frente al progresista neoliberal, que hacen referencia a esas dos corrientes principales, pero con algunos elementos unilaterales tal como he detallado en la valoración de Nancy Fraser en el libro Identidades feministas y teoría crítica. Más adelante, comento las definiciones, también unilaterales, desde el ámbito posmoderno de las dos tendencias dominantes, calificadas de ilustradas o esencialistas frente a feminismo diverso.
Para completar su análisis es preciso explicar las influencias ideológicas, especialmente de las personas más representativas o influyentes. Así, aparte del pensamiento socioliberal (y el conservador), en ambas corrientes, la socioliberal y la transformadora, de forma diferenciada según qué aspectos y dimensiones y, específicamente, en sus distintas élites, influyen dos tendencias culturales: el estructuralismo (o determinismo o esencialismo) y el posestructuralismo (o culturalismo). Se entrecruzan dos posiciones sociopolíticas con dos discursos dominantes, desbordando y complejizando la distinción de los feminismos de la tercera ola, por la igualdad o por la diferencia.
De entrada diré que el estructuralismo, determinista o esencialista, y el posestructuralismo, voluntarista o subjetivista, dominantes y en conflicto en los grupos progresistas en estas décadas, no son una buena forma de enfocar los procesos de emancipación e igualdad de las mujeres y, en general, de las capas subalternas. Esto tiene más importancia para el feminismo transformador, menos imbricado con las élites y grupos de poder y más dependiente de su fuerza social, incluida su capacidad subjetiva y discursiva, así como organizativa y de liderazgo. Me centraré, sobre todo, en él.
El error determinista o esencialista es el mecanicismo que supone creer que la realidad de opresión genera automáticamente la conciencia y la acción alternativa, de ahí la prevalencia de la identidad ‘mujer’ objetiva; y el error voluntarista o culturalista es el que comete quien piensa que con una buena doctrina, programa o discurso se construye el movimiento popular.
Por tanto, hay que diferenciar las dos características: el papel social y cultural, más o menos transformador de las relaciones sociales y las mentalidades, y el carácter de las ideas respecto de su sentido igualitario-emancipador. La combinación entre ambos campos produce una gran diversidad de posicionamientos en ambas corrientes sociales pero, sobre todo, en el feminismo que he definido como transformador, popular o crítico. En este confluye, particularmente entre sus representaciones, una amalgama de posiciones posmodernas y estructuralistas con otras ideas más realistas, relacionales o sociohistóricas, mientras en la mayoría de las bases feministas se mantiene una óptica realista y unitaria, al mismo tiempo que algo ecléctica y en tensión con la pugna ideológica y de liderazgo.
Algunas definiciones sobre la clasificación de los feminismos
En distintos análisis esquemáticos sobre las sensibilidades internas en el feminismo se establecen dos corrientes en torno a la identidad ‘mujer’: una, llamada ilustrada (esencialista, elitista, homogénea y excluyente), y otra, llamada diversa (postmoderna e inclusiva). Explico las insuficiencias de esa caracterización.
En primer lugar, ese significante de ‘diversa’, válido como fórmula descriptiva (de distintos tipos de mujeres y personas subordinadas), se acuña con un sentido más ideológico por la versión posestructuralista. Así, se infravaloran los rasgos comunes de la realidad de su posición de subordinación para sobrevalorar el poder constructivo del discurso o el lenguaje. Además, bajo ese prisma, se tiende a englobar o integrar el conjunto de esa corriente que he definido como transformadora, popular, realista y crítica, más variada y multidimensional, cuando la variante posmoderna es solo una sensibilidad dentro de ella. En ese sentido, se produce una ‘resignificación’ de todo un proceso identificador y transformador bajo un esquema interpretativo sesgado.
En segundo lugar, a mi modo de ver, más allá de las etiquetas con su función para nombrar y conformar un proceso, hay una simplificación analítica. La realidad es más compleja pero, sobre todo, el enfoque es insatisfactorio: el eje central para definir el sujeto sociopolítico debe ser la identidad ‘feminista’, no la identidad mujer y su diversidad como identidad de género; en ese sentido cobra una mayor importancia un enfoque relacional y sociohistórico de los procesos participativos de identificación con la causa de la igualdad y la liberación de las mujeres.
Desde las posiciones más rígidas del enfoque determinista (estructuralista, biológico, de sexo o género), a veces utilizado por representantes del feminismo socioliberal, es decisivo fijar esa condición ‘objetiva’, porque esa realidad interpretada normalmente de forma homogénea, estable y esencialista determinaría su papel sociopolítico y cultural, o sea el sujeto al que hay que representar. La pugna por la definición y demarcación del ser ‘mujer’ se convierte para ellas en decisiva para apropiarse de su representación y gestión… con todos los privilegios que supone.
Desde el punto de vista de las ideas postmodernas más extremas (posestructuralistas, culturalistas o subjetivistas) no tiene importancia esa condición objetiva porque lo que ‘determina’, en este caso de forma idealista, la construcción del sujeto y su capacidad expresiva es el discurso… de una élite aspirante a representar y orientar a ese nuevo sujeto en formación… con todo el estatus y el reconocimiento público que requiere. Pero para esa disputa interpretativa y representativa se escoge el punto de partida contrario: presupone la fragmentación de la realidad de las mujeres, o bien, su falta de consistencia y su fluidez identitaria.
Se produce una convergencia, coincidiendo ambos tipos de élites socioliberales y posmodernas más radicales, en la infravaloración de la realidad desventajosa de las mujeres y la acción cívica transformadora de las relaciones sociales desiguales y dominadoras. Y aparece en primer plano la pugna discursiva entre ambas por acceder a posiciones sociales ventajosas, objetivo siempre oscurecido en el plano público.
Por tanto, la amplia tendencia realista, social, transformadora y crítica, aun con posiciones comunes en distintos aspectos con las otras tendencias, socioliberales, deterministas y posestructuralistas o discursivas, las supera a pesar de que suelen esconder su desconexión con las dinámicas mayoritarias del feminismo transformador y de base a través de un lenguaje radical.
La unidad y la pugna interna en el feminismo
El problema de fondo que subyace es el descontento popular feminista por la falta de igualdad sustantiva en las relaciones sociales, laborales e institucionales, interpelada, interpretada, representada y orientada desde esa trayectoria igualitaria y transformadora, hoy oscurecida en el ámbito mediático.
Los tres ejes temáticos constituyen la experiencia sustantiva de las actuales movilizaciones feministas ante la persistencia y gravedad de sus desventajas. Es el fundamento que sostiene su carácter transformador y unitario. Pero hay algunas élites, con distintas justificaciones, que priorizan su interés corporativo por ocupar posiciones de privilegio o situar su marco interpretativo particular como el dominante.
La formación de la representación de la dinámica transformadora feminista conlleva procesos colectivos de articulación y liderazgo, según el sentido de su orientación, los intereses grupales y las características culturales o ideológicas. Su reto es la formación de representaciones democráticas, plurales y unitarias, aspecto que he desarrollado en “Por un feminismo fuerte, igualitario y crítico”.
Un tipo de pugna sectaria y oportunista por sacar ventaja elitista (o de estatus y poder) refleja una debilidad en la construcción unitaria y plural del conglomerado asociativo feminista que lo debilita en su función transformadora igualitaria y emancipadora frente al auténtico adversario común: el machismo como orden social institucionalizado e imbricado con los grupos de poder.
Identidades y formación de actores y sujetos colectivos
Las identidades se construyen social e históricamente; son diversas, variables y contingentes. La identidad, como pertenencia colectiva y reconocimiento público, tiene un anclaje en una realidad material, institucional y sociocultural, en su contexto histórico; encarna una dinámica sustantiva de las relaciones sociales.
Los procesos identificadores se configuran a través de la acumulación de prácticas sociales continuadas, en un marco estructural y sociocultural determinado, que permiten la formación de un sentido de pertenencia colectiva a un grupo social diferenciado con unos objetivos compartidos. Como expresión de los rasgos comunes de un grupo social las identificaciones pueden ser más o menos densas, abiertas, inclusivas y múltiples respecto de otras identidades y condiciones, así como de los valores más universales como los derechos humanos o la ciudadanía. Su carácter sociopolítico, regresivo o progresivo, igualitario o reaccionario, y su sentido ético, bueno o malo, positivo o negativo, dependen de su papel sociohistórico y relacional en un contexto específico respecto de los grandes valores de igualdad, libertad y solidaridad.
La identidad feminista, que no femenina, como reconocimiento propio e identificación colectiva, está anclada en una realidad doble: subordinación considerada injusta, y experiencia relacional igualitaria-emancipadora. Supera, por un lado, las dinámicas individualistas y, por otro lado, las pretensiones cosmopolitas, esencialistas e indiferenciadas.
En la medida que se mantenga la desigualdad y la discriminación de las mujeres, sus causas estructurales, la conciencia de su carácter injusto y la persistencia de los obstáculos para su transformación, seguirá vigente la necesidad del feminismo, como pensamiento y acción específicos. Y su refuerzo asociativo e identitario, inclusivo y abierto, será imprescindible para fortalecer el sujeto sociopolítico y cultural llamado movimiento feminista y su capacidad expresiva, articuladora y transformadora.
No es tiempo de postfeminismo, en el sentido de considerar secundario o superado el feminismo, sino de un amplio feminismo crítico, popular y transformador frente a la pasividad o la neutralidad en este conflicto liberador y por la igualdad. Eso sí, con una perspectiva integradora y multidimensional que le haga converger con los demás procesos emancipatorios. En la dinámica de formación de unos sujetos globales, en procesos más generales y demandas más integradoras o múltiples, es cuando se puede hablar de postfeminismo o transfeminismo, sin que se sustituya o anule la especificidad feminista como componente fundamental de la transformación social, los valores universales o el avance en los derechos humanos.
En la formación de los sujetos colectivos lo relevante es la práctica relacional común y acumulada ante una situación discriminatoria y con una finalidad igualitaria-emancipadora. No es una simple unidad propositiva o de demandas de derechos. Exige compartir problemáticas similares y experiencias reivindicativas y de apoyo mutuo comunes y prolongadas, vividas e interpretadas.
El componente social de la interacción humana es el principal para forjar el reconocimiento y las pertenencias grupales e individuales y dar soporte a la acción colectiva. En ese sentido, hay varones feministas, es decir, solidarios con la causa feminista, que al igual que otras personas participan en ese sujeto feminista.
El feminismo, con sus distintos niveles de identificación y pertenencia colectiva y su pluralidad de ideas y prioridades, es un movimiento social, una corriente cultural, un actor fundamental que, en una acepción débil, se puede considerar un sujeto sociopolítico en formación, inserto en una renovada corriente popular más amplia que califico de nuevo progresismo de izquierdas, con fuertes componentes ecologistas y feministas.
La formación de un sujeto unitario superador de los sujetos o actores parciales va más allá de un liderazgo común (simbólico y legítimo), un objetivo genérico compartido (la democracia y la igualdad) o un enemigo similar (el poder establecido patriarcal-capitalista). Es un proceso sociohistórico y relacional complejo que necesita una prolongada experiencia compartida y una identificación múltiple que debe superar las tensiones derivadas de los intereses corporativos y sectarios producidos en cada élite respectiva.
El elemento sustantivo que configura ese proceso identificador feminista es la acción práctica, los vínculos sociales, la experiencia relacional por oponerse a esa subordinación y avanzar en la igualdad y la emancipación de las mujeres. La identificación feminista deriva del proceso de superación de la desigualdad basada en la conformación de géneros jerarquizados.
Para formar el sujeto sociopolítico, el llamado movimiento social y cultural feminista, es relativa la condición de la pertenencia a un sexo, un género o una opción sexual determinada, aunque haya diferencias entre ellas. Lo importante, en este caso, no es la situación ‘objetiva’ estática y rígida, sino la experiencia vivida y percibida como injusta de una situación discriminatoria y la actitud solidaria y de cambio frente a ella.
La pertenencia al feminismo
Desde la sociología crítica la pertenencia e identificación colectivas se van formando a través de las relaciones sociales, sobre la base de una práctica social prolongada, una interacción relacional solidaria tras esos objetivos de libertad e igualdad. Es decir, el hacerse e identificarse feminista es una conformación social, procesual e interactiva: supone comportamientos duraderos igualitarios-emancipadores y solidarios, interrelacionados con esa subjetividad. Es la experiencia vital, convenientemente interpretada, la participación en la pugna social y cultural en sentido amplio (incluyendo hábitos, estereotipos y costumbres además de subjetividad) frente a la desigualdad y la discriminación, la que va formando la identidad feminista, o cualquier otra de capas subalternas.
Explico algunos matices con la posición de la influyente feminista J. Butler, desarrollada en "Judith Butler y la pertenencia al feminismo". Su criterio de pertenencia al feminismo es inclusivo al considerar partícipes a todas las personas, incluido hombres, que se ‘aferran a las proposiciones básicas de libertad e igualdad’. Así se supera la interpretación biologicista y excluyente de que solo pueden ser feministas las mujeres. No obstante, es insuficiente por tener un sesgo idealista al poner el énfasis en lo discursivo, o sea, en las ideas o propuestas, con su sobrevaloración de su influencia en la formación de la identidad y el sujeto, posición típicamente posmoderna. Es una idea significativa que explica profusamente en sus libros. Es el marco conceptual común con la corriente posestructuralista que ella misma admite.
Veamos algunos enfoques implicados en esta controversia.
En primer lugar, sobre el concepto de sujeto ‘feminista’. Sujeto colectivo es un concepto fuerte, hegeliano y conectado a la identidad; está ligado a una posición activa, una participación colectiva e individual, una relación social o una práctica común, en este caso de capas populares subalternas, de carácter igualitario emancipador, frente a un grupo opresor. Supone una trayectoria duradera, no ocasional o solo discursiva, de reconocimiento público de vínculos comunes, diferenciación grupal e interacción social frente a la discriminación.
En ese sentido, estar vinculado o sentirse perteneciente al movimiento feminista o en general al feminismo, en sus distintos niveles, es un indicador identitario o de pertenencia relacional, sociocultural y procesual: está conformándose ese sujeto colectivo que, en sus comienzos, es un simple actor, agente o movimiento.
En ese proceso influye la subjetividad, es decir, su conciencia, ideas, discursos y emociones. Pero el aspecto definitorio que destaco es el relacional: la oposición práctica a la dominación y la desigualdad de las mujeres y, en todo caso, el compromiso, privado y público, y la solidaridad activa de otras personas. La experiencia vital reclamada no es la vivencia de ser mujer (o varón o no binario), cuestión relevante en la identidad de género, sino la participación en el proceso de superación de la subordinación que supone, aunque sea solo por solidaridad y con un papel secundario en el caso de los varones. Esa participación en una trayectoria relacional igualitaria-emancipadora de las mujeres es lo específico de la pertenencia al feminismo. En el sujeto de cambio feminista el protagonismo principal es de las propias mujeres, como las personas más afectadas, interpeladas y dispuestas.
Sin embargo, en segundo lugar, ‘mujer’ no es un sujeto en el sentido sociopolítico: al igual que el individuo obrero o la persona de color no se hacen mecánicamente revolucionarios anticapitalistas o antirracistas, la mujer (habría que hablar en plural, las mujeres) por el hecho de serlo y padecer discriminación no necesariamente se hacen feministas. Otra cosa es la conformación como género femenino (y masculino o no binario) o su identidad de género en pugna y condicionado por las estructuras sociales y de poder.
Diferenciar identidad de género de identidad feminista
Para definir la identidad feminista hay que considerar la dinámica relacional y las mediaciones sociopolítico-culturales-institucionales, ya que se produce una polarización de intereses y de poder específicos: feminismo frente a machismo (o patriarcalismo). En ese sentido hay una dicotomía más marcada o antagónica que en otros planos, como el del género y la opción sexual, porque expresa una actitud desigual, liberadora o dominadora, entre los dos polos.
Por tanto, desde criterios igualitarios-emancipadores el feminismo tiene una valoración ética y sociopolítica superior respecto del machismo. Representa no solo unos intereses de parte sino que conlleva una actitud transformadora universalista, basada en los derechos humanos, para hacer personas iguales y libres. Aunque ambas son identidades, la feminista y la machista, son cualitativamente distintas, la primera por su sentido igualitario-emancipador y la segunda por su carácter opresivo-dominador. La primera es beneficiosa para el conjunto, tiene valores universales por la igualdad y la libertad. La segunda, perjudica a la gran mayoría e intenta reforzar las ventajas injustas de una parte y legitimar la desigualdad y la discriminación.
Se forma, mejor que se construye, la identificación feminista asociada a la superación relacional, no solo discursiva, de conciencia o de ideas, de la discriminación de las mujeres, de su estatus subalterno y desigual. No de todos los grupos oprimidos, eso sería un bloque popular transformador de conjunto, el llamado ‘pueblo’, unitario, convergente, múltiple, interseccional o superador (trans) de cada sector y movimiento específico. Estamos hablando de la especificidad del feminismo en cuanto a actor social o sujeto sociopolítico, aparte de corriente cultural.
El sujeto mujer, por sus rasgos biológicos o estructurales, es la versión esencialista o determinista que critico. Cierta élite tradicional (una parte socialista y alguna comunista), junto con algún sector radical o de la diferencia, quiere seguir monopolizando su representación institucional y académica y patrimonializar la capacidad sociopolítica de la nueva movilización feminista que la desborda. Es el trasfondo del debate sobre quién es el sujeto feminista: legitimar su representación y estatus de privilegio institucional y mediático, impugnado por la movilización feminista de estos años y sus nuevas y heterogéneas élites asociativas y culturales que desafían su estatus.
El sujeto feminista lo conforman las personas que acumulan una experiencia prolongada, o sea, un comportamiento duradero en favor de la igualdad y la libertad de las mujeres. Es un significado más restrictivo, por su mayor identificación y actividad personal y colectiva, que el de actor o el tener solo cierta conciencia feminista.
El carácter relacional del feminismo
El feminismo tiene un carácter social o relacional, no solo cultural. Por tanto, pertenecen a él las personas que no solo proponen, piensan o sienten, sino que, sobre todo, interactúan por la libertad y la igualdad de las mujeres… y, en general, las personas que cuestionan los géneros como estructuras o categorías que ordenan y justifican la desigualdad y la dominación.
Por otra parte, para identificarse o pertenecer al feminismo es insuficiente hablar en general de personas que solo proclaman la igualdad y la libertad de cualquier grupo social subordinado, sean de clase social, antirracista o LGTBI, etc. El conjunto de su interacción por objetivos compartidos daría lugar a un movimiento global, llámese unidad popular, pueblo, ciudadanía, o sujeto transversal, anticapitalista o transfeminista. Puede existir un proceso complejo de interacción más o menos interseccional con otros grupos y movimientos sociales y con la esfera política e institucional. Pero estamos hablando específicamente de feminismo, es decir, de una experiencia relacional vinculada a la acción contra la discriminación, dominación y desigualdad… de las mujeres en cuanto grupo social discriminado o subordinado.
A partir de esa diferenciación, de acuerdo con Butler, se pueden considerar aliados a los dos movimientos, el feminista y el LGTBI, donde se incluyen los grupos trans, con muchos objetivos comunes. Pero el feminismo tiene sus fundamentos propios y específicos. Su pertenencia o sus procesos y niveles identificadores derivan de la dimensión, duración y profundidad de esa experiencia relacional en cambiar las relaciones de dominación y desigualdad de las mujeres, junto con la correspondiente subjetividad igualitaria-emancipadora.
El enfoque posmoderno, muy diverso y contradictorio, tiene un hilo conductor: el idealismo discursivo. Es el efecto péndulo a los excesos estructuralistas, ya sea de determinismos económicos, institucionales o biológicos. Es más realista, multidimensional e interactiva la tradición crítica, sociohistórica, relacional y social que pretendo defender.
En definitiva, la identidad y el sujeto feministas no derivan automáticamente de los determinismos biológicos, el sexo mujer, o estructurales, la respuesta mecanicista a su posición subalterna y discriminatoria. Tampoco se construyen discursivamente. Los dos aspectos, realidad material y subjetividad, son significativos pero insuficientes; falta la mediación interactiva: la práctica social. Los procesos identificadores progresistas se van formando a través de la experiencia relacional por la igualdad y la emancipación de los grupos y clases subordinadas frente a los grupos poderosos y dominadores.
Pelea por la orientación feminista
Con ocasión de la propuesta del Ministerio de Igualdad de la ley para desarrollar los derechos de las personas trans se ha reactivado la polémica, protagonizada por algunas mujeres socialistas, como la propia vicepresidenta Carmen Calvo, que se oponen con argumentos alarmistas y excluyentes. Su reacción, ante el desbordamiento estos años de la amplia movilización feminista, tiene la función de intentar hegemonizar la representación, institucional y mediática, del llamado sujeto mujer, con la descalificación del feminismo de base, interseccional e inclusivo reforzado en este periodo, al que acusan de un supuesto borrado de las mujeres, o sea, de no ser feministas.
No abundo en los argumentos a favor de la libre determinación de género reconocidos en el ámbito internacional y de una decena de CC.AA., incluso con el apoyo del propio PSOE, y ya avanzada por el Gobierno de Rodríguez Zapatero en la ley de 2007. Me sumo a la posición clarificadora y argumentada de personas como Violeta Assiego (diario.es, 9/02/2021) y José A. Pérez Tapias (CTXT, 10/02/2021). Por mi parte lo trato desde una mirada sociológica sobre el impacto y los reequilibrios representativos en el feminismo y los colectivos LGTBI y, en particular, sobre la necesidad de su refuerzo precisando la debilidad de algunos argumentos que diluyen su importancia en aras de un difuso sujeto postfeminista.
La pugna por la hegemonía feminista tiene una expresión simbólica y discursiva pero tiene un fondo de carácter sociopolítico entre dos tipos de feminismos: El primero que defino como elitista, retórico y socioliberal, y el segundo que denomino transformador, popular y crítico. La capacidad social y transformadora de esta nueva ola feminista es inmensa. La mitad de la población (casi dos tercios de mujeres y más de un tercio de los varones, con mayoría entre la gente joven) apoya la igualdad de las mujeres y más de tres millones de personas han participado estos años en las grandes movilizaciones feministas por la igualdad, contra la violencia machista y por la libertad para decidir las propias trayectorias vitales. La pelea no afecta solo a las élites o al plano mediático e institucional. Tiene un sentido de fondo para definir el carácter de la amplia activación feminista y articular una dinámica de cambio real de las relaciones discriminatorias y de desigualdad.
Aparte de frenar el reaccionarismo conservador de las derechas, lo que se ventila entre las dos corrientes es el fortalecimiento o no de un feminismo transformador. Por una parte, la primera tendencia persigue la reorientación o neutralización de ese proceso igualitario-emancipador, intentando mantener su anterior posición de privilegio representativo e institucional e imponer su feminismo elitista, con componentes punitivistas y puritanos. Por otra parte, la segunda corriente, más heterogénea, pretende consolidar el impulso igualitario, participativo e integrador por un cambio real y sustantivo de las desventajas que afectan a las mujeres y los colectivos LGTBI (en el que se incluyen las personas trans).
El feminismo ha demostrado una gran capacidad social, con efectos de cambio en las relaciones interpersonales, las mentalidades e, incluso, en las normativas, las instituciones y el ámbito político electoral. Todo ello en cuanto sujeto sociopolítico y cultural crítico y de progreso, autónomo, popular y que debe consolidarse.
Aquí señalo algunos discursos contraproducentes para la defensa de un feminismo transformador que dejan un flanco débil frente a las críticas de esas élites retóricas que pretenden apropiarse de la legitimidad del conjunto del feminismo. Me refiero a algunas ideas irrealistas que infravaloran la situación desventajosa de las mujeres y la conveniencia de una amplia e integradora activación e identidad feminista.
El análisis lo hago desde la sociología crítica de los movimientos sociales y la sociología del género. Parto, al igual que Judith Butler, de la distinción entre esos dos movimientos, feminista y LGTBI, con sus dinámicas específicas, al mismo tiempo que de la necesidad de su alianza por objetivos compartidos. En ese sentido, más allá de la posición común con esa feminista posmoderna de reforzar el feminismo (y el movimiento LGTBI), en ciertas élites posestructuralistas existen posiciones más rígidas e idealistas, con unos discursos abstractos sobre un posible sujeto postfeminista, que hacen un flaco favor a su desarrollo y la colaboración entre ambos. Además, existe una pluralidad analítica y teórica sobre lo queer, tal como explico en «¿Una teoría “queer” anticapitalista?». Así, el debate sobre la supuesta superación del feminismo y la emergencia de una nueva etapa transfeminista hay que plantearlo en términos relacionales y sociohistóricos.
Movimientos sociales y movimientos globales (post o trans)
Hay diversas experiencias históricas de la superación de una dinámica prioritariamente parcial o sectorial, incluso desde los movimientos sociales, ampliando su carácter interseccional y convergente. Así el ecologista, el antirracista, el pacifista, el sindical o el mismo movimiento feminista en los que han incorporado temáticas y dinámicas interseccionales o unitarias con otros movimientos, al menos en determinadas campañas o iniciativas. Por ejemplo, en el caso del ecofeminismo con el movimiento ecologista y la sostenibilidad medioambiental. O vinculado a las reivindicaciones económico-laborales y más en general a las reproductivas y de cuidados con el movimiento sindical. O relacionado con la sexualidad y el cuestionamiento del género jerarquizado, el interés común de la libertad sexual y de género con los colectivos LGTBI; es el caso actual de la defensa compartida de los derechos de las personas transexuales.
También podemos citar su interrelación con procesos étnico-nacionales, incluidos en las dinámicas plurinacionales y decoloniales, en los que se insertan ideas y trayectorias específicas. Incluso se han conformado procesos populares con un papel sociopolítico más marcado y conectado con cambios sociales e institucionales más generales, como el movimiento antifranquista en la transición política. Igualmente, con el más reciente, base de la dinámica actual, del amplio proceso de protesta cívica entre los años 2010/2014 contra los planes de austeridad y la prepotencia institucional y por la justicia social y la democratización, uno de cuyos componentes más expresivos fue el movimiento 15-M, así como su posterior conformación en un campo político electoral alternativo y diferenciado de la tradicional socialdemocracia por un cambio global de progreso.
Esos procesos de articulación complejos e interseccionales van más allá del inicial protagonismo de un movimiento social particular y un enfoque rígido de clase, pueblo o nación. En ese sentido, se pueden denominar procesos trans o post respecto de las dinámicas particulares de los viejos y los nuevos movimientos sociales. Pero todavía no hay que olvidar el peso de las injusticias concretas como fruto de malestar, indignación y articulación de demandas inmediatas y específicas, así como su vinculación compleja con dinámicas y proyectos más amplios, en un marco de experiencias compartidas y pugnas por la hegemonía política y cultural.
En el plano político electoral y doctrinal también existe un vivo debate con conceptos como unidad popular o de las izquierdas y bloque progresista o antifascista, así como la formación de pueblo, clase y nación, como procesos de confrontación frente a los grupos de poder y con una cultura más o menos universalista. Es decir, superadora de las subculturas particularistas de cada sector sociopolítico. En ese sentido, los valores republicanos de igualdad, libertad, solidaridad y laicidad, así como la cultura de los derechos humanos o un perfil anticapitalista global, ya muy tradicionales como grandes relatos, se pueden considerar post o trans en relación con los discursos parciales, dominantes para el pensamiento postmoderno fragmentado.
Pero una teoría social y crítica y una estrategia transformadora y global no expresan dinámicas abstractas ni son meros instrumentos discursivos desde los que construir el sujeto, sino que representan y articulan procesos concretos de una realidad diversa en una trayectoria común, que puede configurar una nueva etapa superadora aunque con muchos elementos anteriores.
Por último, el realismo crítico es el mejor enfoque teórico frente a las dos grandes corrientes progresistas, además del socioliberalismo que se ha mezclado con ellas: el estructuralismo (más o menos marxista-economicista, biologicista, institucionalista o étnico) y el posestructuralismo (más o menos voluntarista, culturalista e idealista). Ambas han sido hegemónicas en ciertas élites de los movimientos sociales y los grupos progresistas y de izquierda desde los años sesenta y setenta. Y hoy día, ante la nueva relevancia sociopolítica y cultural del feminismo, han entrado en aguda confrontación por hegemonizar su interpretación y representación. Ambas tendencias ideológicas, estructuralista y posmoderna, junto con el liberalismo (y componentes conservadores) se entrecruzan en el interior de las dos corrientes sociopolíticas feministas, transformadora (popular o de base) y socioliberal (elitista).
Esta tradición crítica, intermedia o superadora de las tres tendencias culturales dominantes, prioriza el papel transformador real del feminismo y pone el acento en la acción colectiva igualitario-emancipadora, sociohistórica y relacional. Se reinicia, en entreguerras, a partir de A. Gramsci y la Escuela de Frankfurt, y se desarrolla con pensadores relevantes sobre los movimientos sociales y el cambio sociopolítico, como E. P. Thompson y Ch. Tilly, sobre la teoría política, como Bob Jessop, o sobre el feminismo, como Simone de Beauvoir. Sigue teniendo unas bases teóricas y sociopolíticas más realistas y adecuadas a la nueva etapa de la protesta social y el cambio sociocultural e institucional, en particular con la conformación de las identidades y la configuración de los sujetos colectivos de las capas subalternas, especialmente el feminismo.
La reafirmación feminista
El movimiento feminista y sus procesos identificadores tienen motivos estructurales y sociohistóricos para afirmarse. En la configuración de un movimiento popular o un amplio sujeto transformador, la articulación de los diversos movimientos, corrientes, proyectos y temas es compleja. Está unida a una identificación múltiple con una dinámica mestiza e intercultural y un proyecto de conjunto o universal. Está acompañada por la experiencia histórica de no estar sometido a los intereses y demandas grupales e identitarios más relevantes (étnico-nacionales, de clase, de género, ecologistas…) junto con elementos más universales (derechos humanos, ciudadanía…) o representaciones unitarias, sociales y políticas.
El feminismo, como comportamiento y cultura igualitario-emancipadores contra la opresión femenina, tiene unas bases estructurales y sociohistóricas duraderas y específicas; y más allá de la convergencia en procesos democrático-populares, sujetos globales e identidades múltiples va a tener una fuerte autonomía e identificación propia, aunque sea un feminismo interseccional.
No se puede diluir en un proyecto difuso de exigencia de derechos indiferenciados. No se puede difuminar bajo un discurso posfeminista sin arraigo popular. El no-sujeto colectivo, el individualismo radical e irrealista, sea liberal o postmoderno, no tiene futuro. El gran sujeto esencialista, tampoco. La activación feminista, en el marco de una amplia corriente social de progreso, tiene unas bases sólidas.
El discurso postfeminista es ambiguo y tiene un carácter doble. Puede ser compatible con el feminismo si lo fortalece y añade un componente interseccional y unitario con otros procesos igualitario-emancipadores, en particular los movimientos LGTBI. Pero es contraproducente para el feminismo una interpretación que, en defensa de un supuesto sujeto superador, lo diluya, infravalorando su papel sociopolítico y cultural contra la desigualdad de género. Es el pretexto utilizado de forma sesgada por la corriente socioliberal y excluyente que pretende apropiarse del feminismo para neutralizar su capacidad transformadora e igualitaria y aislar a la tendencia popular y crítica, impulsora principal de la nueva ola feminista.
En definitiva, el feminismo ha demostrado una gran capacidad expresiva, democrática y solidaria. La tarea progresista es su refuerzo como sujeto autónomo, en convergencia con otros procesos igualitario-emancipadores, sin dejarse arrebatar la bandera simbólica y la acción transformadora por la igualdad y la libertad de las mujeres en cuanto grupo social subordinado.
[Antonio Antón es Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Comité de Investigación de Sociología del género (FES). Autor del libro Identidades feministas y teoría crítica]
16/2/2021
El extremista discreto
El Lobito
Discutiendo con mi tío Feroz
Fui a ver a mi tío y le encontré enfrascado en la lectura. Había escrito algo y lo leía y releía. Quiso saber mi opinión. La verdad es que yo no quería opinar porque siempre te pide que seas crítico con él pero si le contradices se pone hecho una furia. Y sí: no pude evitar leer lo que titulaba "Deterioro simbólico-político".
— Deterioro no pega. Nadie dice deteriorar.
— ¿Qué quieres que diga? ¿Jodimenta? Anda, lee.
Y he aquí lo que leí allí mismo (transcrito al pie de la letra, que luego me lo envió por mail):
Los símbolos políticos son tan importantes que por eso los de los países figuran en las constituciones o en leyes básicas. Tanto el anarquismo como la III Internacional se dotaron de símbolos —la Varsoviana, la Internacional— que aún hoy suscitan adhesión, lo que muestra que los símbolos políticos no son sólo una necesidad de los estados, sino también de los movimientos de la sociedad civil. A través de un símbolo como la hoz y el martillo, por ejemplo, o el yugo y las flechas, o la cruz gamada nazi, se suscitan afectos y odios contrapuestos. Clubs de fútbol como el Real Madrid y el F.C. Barcelona tienen himnos propios. Las personas estamos vinculadas a los símbolos por lazos de emotividad, lo que incluye tanto el afecto como el rechazo activo.
[Están claras dos cosas: que mi tío no sabe ir al grano y que tiene cierta confusión, pues los himnos del Madrid y del Barça no son políticos. Cuando se lo dije en seguida se subió por las paredes: "¡Pues claro que son políticos, animal, que no entiendes nada!”]
Los símbolos más destacables de un país son el llamado "himno nacional" y la bandera, a lo que se suele añadir la Corona en las monarquías parlamentarias. Esos símbolos pueden no solo ser aceptados, sino aparecer en cierto modo como intocables para los ciudadanos. Basta observar las celebraciones británicas de 2012 en homenaje a su reina (puede verse en internet) para comprender hasta qué punto ese símbolo del país, la Corona de Inglaterra, es, pese a críticas puntuales, no sólo respetada sino aclamada por grandes mayorías cívicas. Los presidentes de repúblicas pueden ser también un símbolo si carecen de poder ejecutivo, aunque son símbolos menores.
Otros símbolos, como la Marsellesa (cuyo inicio procede por cierto, igual que el Oriamendi, de un tema de Mozart), entusiasman no sólo a los franceses, pues es un himno de libertad. Los símbolos surgen de momentos de verdadera unidad social, de experiencias o referencias compartidas.
[Al preguntarle yo de dónde había sacado lo de la Marsellesa y el Oriamendi (que ni sé lo que es) me dijo que escuchara el principio del Concierto nº 20 para piano de Mozart y su sonata para teclado nº 18. He oído lo primero, y podría ser.]
— ¿De veras no te sabes el Oriamendi?
— Ni flowers
— Pues hubo tres o cuatro guerras civiles con él. Sigue leyendo.
— Espera un poco. Te he dejado pasar lo de la Internacional y la Varsoviana: fueron importantes, pero ya no hay izquierda que las coree: queda medio-izquierda, izquierda más o menos, pseudoizquierda, grupusculines, y Unidas Podemos, que es alguna de las cosas anteriores...
— ¿QUIERES HACER EL FAVOR DE SEGUIR LEYENDO?
— ¿Todo eso para hablar disimuladamente de la monarquía?
— ¿Te doy un capón? Lee.
Leo:
¿Qué ocurre con los principales símbolos políticos públicos españoles? Pues la verdad: hay que decir que parecen bastante averiados. La Corona, por los procederes de Juan Carlos y de su abuelo; la bandera, por haber sido utilizada por el franquismo; la II República la modificó y el modo en que fueron pisoteadas las libertades que simbolizaba le creó afectos incluso más acá del franquismo, y restó aceptación —o sea, legitimidad— a la bandera tradicional de Carlos III. Que ahora porte un escudo no franquista no ha arreglado las cosas: casi mejor dejarla, al menos, sólo en sus colores. ¿Qué otra bandera lleva un escudito? En el siglo XXI los escuditos son para la ropa de marca
Del himno casi no vale la pena hablar. La Marcha de Granaderos para pífanos y tambores —habría que volver a eso para no avergonzarnos más— [los pifanos, según mi tío, son flautas agudas] quedó desnaturalizada por orquestaciones espantosas. Además se le quiso adjudicar unos textos que nunca cuajaron —tampoco en el caso del Himno de Riego—, de modo que hoy es música "militar" con el añadido perfectamente hispánico del "Oe, oe, oe" de creación popular.
— Déjate de rollos y dí lo que piensas de esta monarquía.
— ¿No puedes esperar? ¡LEE!
— Espera un poco. ¿A ti te gusta esa bandera?
— ¿Cómo me va a gustar?
— No; no digo políticamente, sino estéticamente.
— Estéticamente también es espantosa: sangre y bilis. ¡Puaf! Pero ¿quieres leer? Tu opinión me importa.
Mi tío cree que soy tonto y me trago sus halagos. Lo único que quiere Don Feroz Inseguro es que le tranquilice diciéndole que lo que ha escrito está bien. Leo:
A estas alturas quizá sea ocioso preguntarse si un país necesita símbolos. El "Oe, oe, oe", a su manera, parece decir que sí. Pero no creo que valga al margen del fútbol. La sociedad se ha atomizado y privatizado tanto que se vive en un individualismo incluso emocional. La solidaridad real y efectiva, como muestran las oleadas sucesivas de la epidemia de coronavirus, está por los suelos. Es claramente insuficiente. Los símbolos expresan justamente unidad e inducen a ella. Unidad de la ciudadanía, agregación de los habitantes de un país. No es de extrañar que los símbolos pierdan su poder —que lo tienen— con la polarización completa de la sociedad. Y, al mismo tiempo, es lamentable que dejen de ser útiles para cohesionar una sociedad, que sean más bien símbolos de su división, como ocurre cuando se queman banderas o efigies.
— Me parece un pelín retórico —osé observar.
— ¿Por qué retórico?
— Por "atomizado y privatizado", "real y efectiva", "oleadas sucesivas" (todas lo son), "lamentable", "justamente", "claramente"...
— No todas las oleadas se repiten. Puliré el párrafo. ¿Estás de acuerdo en lo de quemar banderas?
— Yo ni me molestaría... Bueno; podría quemar la norteamericana
Si una sociedad polarizada tiene dos banderas, ¿por qué no reconocerlas públicamente a las dos? Si un himno llamado nacional no es tal himno, sino una marcha, ¿por qué no reconocerla como marcha sin ponerle bisoñés orquestales?
He señalado dos "reparaciones" de los símbolos públicos: volver a los pífanos y tambores de la Marcha de Granaderos, eliminar el escudo o pluralizar la bandera. ¿La corona? La reparación simbólica de la corona es más difícil. Si se pretende que sea un símbolo político democrático aceptado creo que no le queda otra que solicitar el escrutinio popular.
— ¿Tanto ir y venir para llegar a esta obviedad?
— No tan obvio. Está aguantando por el ejército, no por lo que dicen los políticos del sistema... y tal.
— Los de tu edad le tenéis miedo al ejército.
— Y los de la tuya deberíais. Ni tú ni los indepes sabéis qué es eso, cómo piensan, qué poderes tienen en este jodido país...
— ¿Y lo de las dos banderas? ¿Tú andas bien del coco?
Ahí me llegó el capón. Disimuló, dándome otro flojito, de tío cariñoso a sobrino preferido. "Bueno; ahora leeré yo", dijo. Y así:
Un elemento simbólico son también las ceremonias. Pero ¿cuáles son las principales ceremonias públicas? En España están bastante limitadas. Las generales se reducen a los rituales de toma de posesión de cargos ministeriales, a los funerales de Estado...
— Demasiado pocos, me atreví a interrumpir.
— ...funerales de estado, a las paradas militares
— Desfiles, hay que decir.
— ...a entregas de premios de varia naturaleza (desde medallas militares y cívicas a premios artísticos, literarios y científicos), a ceremonias de recepción de miembros de las academias. Cierto que hay también ceremonias no generales, propias de instituciones determinadas (las universidades, p.ej., con sus doctorados honoris causa). Pero la verdad es que al ser esas ceremonias de poca solemnidad, ritos no muy atrayentes y, salvo el caso de los desfiles militares y funerales de estado, sin participación siquiera pasiva de la gente, el valor afectivo de esos ceremoniales es muy pequeño [yo le dejaba seguir; estaba cansado del juego] ...no inducen a la unidad y a la solidaridad. Sin duda necesitan revisión: ser más cuidados, solemnes y explicativos a un tiempo; las ceremonias han de ser bellas. El modelo ceremonial de los Juegos Olímpicos de Barcelona, con la flecha ardiente para encender el pebetero de la llama olímpica, es inolvidable para los barceloneses. Y tiene un valor simbólico, de cultura compartida, el regalo de un libro y una rosa el día de san Jorge —pues conmemora la muerte de Cervantes— que algunos politizan estúpidamente y lo envilecen al añadirle a la rosa un símbolo político.
Cabe concluir provisionalmente que no hay símbolo social valioso si no es hecho suyo por las personas. A buen entendedor...
Lo del pebetero me había despertado. Aquel lejano día mi tío, que no quería saber nada de los juegos olímpicos, se fue al cine, con las calles completamente vacías, sin un alma, compró una entrada y al rato le echaron, pues por un espectador no iban a pasar la película.
— ¿Qué opinas? —preguntó mi tío.
— Quita lo de "Cabe concluir". Demasiado largo para publicarlo. ¿Adónde lo vas a enviar?
— Los de mientras tanto me lo permiten casi todo —contestó un poco apurado.
— No te preocupes; yo me ocupo.
[© ElLobitoFeroz, febrero 2021]
15/2/2021
El voyeur atónito
Haseltianas
Los jueces son imparciales. Pero muchos padecen estrabismo. Solo ven delitos de opinión cuando miran a la izquierda.
Pablo Hasél confunde la metáfora por el insulto. Típico de pijos incultos.
Hacer un mártir de un acosador demuestra que las instituciones están oxidadas.
Defender la libertad es defender la de quienes no piensan como nosotros. Palabra de Rosa Luxemburgo. No lo aplican ni jueces de derechas ni radicales presuntamente alternativos.
Me pregunto qué diríamos si el condenado fuera un rapero neonazi y el pollo lo estuvieran montando los de Vox.
Vivimos en una democracia plena. Con instituciones bloqueadas por intereses de corruptos, con leyes mordaza, con leyes laborales que desprotegen, con leyes de vivienda que desahucian, con desigualdades insoportables. Si esto es la democracia plena debemos inventar algo mejor.
A algún líder político de la izquierda hay que darle un curso de comunicación. A algún otro jubilarle y agradecerle los servicios prestados.
Quien llama a la movilización tiene que asumir responsabilidades. Saber cómo organizarlas y modularlas.
Quien dirige la policía debe controlarla. Donde predomina una concepción securitaria y represiva proliferan las situaciones incontrolables. Ante manifestantes descerebrados, la policía tiende a responder con una fuerza desproporcionada. El caos está servido.
Nos falta mucho para aprender a gestionar conflictos sin violencia. La pérdida de ojos es un daño colateral de esta carencia.
La rabia va por barrios. Como los votos, las desigualdades, la pandemia. Si seguimos así, los que ayer asaltaban una tienda de Nike acabarán asaltando los súpers de barrio.
Sobran discursos inflamados y faltan reformas.
25/2/2021
De otras fuentes
Juan-Ramón Capella
Lo de menos es el pretexto
En este frío febrero de 2021 se han sucedido en Barcelona, pero también en otras muchas ciudades, manifestaciones que han concluido con grupos violentos no pequeños entregados a atacar a la policía, a destrozar y quemar mobiliario urbano, a romper escaparates de comercios y en algún caso a saquearlos. ¿Por qué esta violencia? Lo de menos es el pretexto.
En Barcelona, hace 50 años, la manifestación mas violenta en que participé, y anduve desviando contra las cristaleras de los bancos la furia de la gente, fue en diciembre de 1970, contra las condenas a muerte dictadas por un Tribunal Militar contra miembros de ETA. Los manifestantes, repelidos desde las Ramblas hacia la Ronda de San Antonio por la policía, gritaron primero y luego concentraron casualmente masa crítica suficiente para que a lo largo de esa calle y del Paralelo, hasta el puerto, rompieran todos los cristales de los bancos que encontraron a su paso, volcaran coches Dodge, pusieran en fuga a un coche de la policía y, de nuevo en las Ramblas, volcaran un jeep policial con los guardias dentro. Escaparates y mobiliario urbano quedaron intactos. Los bancos apoyaban al franquismo; los Dodge eran coches-símbolo del franquismo. Los manifestantes éramos gentes en general contrarias a ETA, pero también contrarias a las condenas a muerte y a la pena de muerte.
Ningún parecido de aquella manifestación (ilegal, prohibida) con la violencia de estos días. Los estallidos juveniles, en sociedades que reconocen la libertad de expresión, de reunión y —en nuestro caso— de manifestación son en cambio similares a los que se han producido reiteradamente en Francia, pero también en Holanda y en Estados Unidos, entre otros lugares. Esta semejanza obliga a reflexionar, y me parece más interesante y fecunda esta reflexión que la relativa a la configuración de los delitos de odio en el código penal, que es la reflexión del sistema y de los políticos profesionales del sistema.
Estallidos de violencia que se agotan en destruir por destruir, en enfrentarse al orden establecido hiriendo a policías, en arruinar bienes públicos y privados, en unos estragos anormales y muy superiores al "mal" real o supuesto que se pretende combatir. Ésta es la realidad. Y de ahí se derivan dos preguntas fundamentales: ¿de dónde procede la energía psíquica desplegada por los manifestantes violentos?; ¿cómo se ha acumulado? Y ¿por qué esas acciones son tan estériles, no están orientadas más que a destruir, no evidencian o amagan proyecto alguno de futuro?
En una reflexión de urgencia sólo se pueden dar las respuestas más generales, que merecen mayor concreción. La energía psíquica desplegada en la violencia no es algo meramente individual, sino común, se ejerce junto con otros. Es compartida. Es puramente de rechazo de un sistema social y político que condena a muchos como no-personas: jóvenes que perciben claramente que no tienen futuro tras la inacabada para ellos crisis del año 2008 y que la pandemia agravará; gentes condenadas por ese capitalismo neoliberal paroxístico y su globalización, al que no saben o no se atreven a poner en vereda ni los gobiernos nacionales ni la Unión Europea, y que al tiempo que les condena e ignora les propone el consumismo.
Estamos todos encerrados en la jaula de hierro construida por la Unión Europea ultraliberal y su prohibición fundamental de que los estados miembros intervengan en la economía. Keynes prohibido, lo único que podría poner en pie políticas económicas paliativas o resolutivas. Estados incapaces siquiera de implantar en serio la tasa Tobin, de prohibir las múltiples intervenciones bursátiles intradía, de luchar contra los paraísos fiscales, de volver a regular tantos sectores (finanzas, seguros, etc.) en vez de desregularlos. Y pseudointelectuales de gran espalda curvada de adorar al capital a través de su san Milton Friedman. ¿Es raro que los hijos nacidos en esta jaula de hierro se arrojen violentamente contra lo que tienen alrededor en el espacio común? Estos estallidos de violencia se repetirán. Lo de menos es el pretexto. En esta civilización que ya ha entrado en la barbarie no es difícil encontrar pretextos.
¿Por qué los que muestran más energía no tienen proyecto? Eso tiene que ver con la desaparición práctica de la izquierda político-social. Tiene que ver con la burocratización de los sindicatos y la insensatez de los que fueron partidos políticos de la izquierda, reducido hoy el que fue el mayor de todos a cola de ratón de un ratón. La izquierda ha estado desnortada y desunida. El comunismo democrático español, una realidad grande y generosa pésimamente dirigida, no supo autoeducarse para percibir que en una sociedad democrática no tenía otra perspectiva que activar reformas de calado, en profundidad, y que para ello tenía que aliarse con el Partido Socialista. Cierto que éste estaba dirigido por neoliberales cómplices del capital, pero había que haber ayudado con paciencia a separar el grano de este partido de aquella paja inmunda. El PCE debía, sobre todo, decirle la verdad a la gente: que la transición fue una reforma pactada con la derecha, con indeseables cabos sueltos; que los Pactos de la Moncloa fueron una derrota y no una victoria; que los de abajo no podían parar de luchar al enterarse de que la Revolución no iba a tener lugar; y, antes, tenían que haberles dicho la verdad sobre la Urss, lograr que los activistas aceptaran lo que no querían aceptar.
El Psoe también tiene su parte importante de culpa: aceptó unos dirigentes impresentables, aceptó el chantaje de la dimisión-farol de F. González, y tragó con la Otan. Solo hoy empezamos a enterarnos de cuál era de verdad la trama no militar del 23F; aún perdura la falsa versión oficial de ese ya lejano episodio. El Psoe tiene demasiada cultura funcionarial, hoy, y no ha resuelto del todo su regreso a la tradición de lucha socialista.
Las rupturas generacionales han hecho el resto. Hoy la izquierda no tiene proyecto, aunque sabe muy bien que el ecologismo, el antipatriarcalismo y la lucha contra las desigualdades son su tarea. En realidad es un ejército sin capitanes, si aún tiene validez la metáfora militar de Antonio Gramsci. Quousque tandem..?
[Fuente: infoLibre]
28/2/2021
Isabel Otxoa
Cifras para el Gobierno: las trabajadoras del hogar y cuidados
¿Cuáles son los datos que maneja el gobierno sobre el trabajo doméstico y de cuidados asalariado, personas que lo ejercen, necesidades que cubren, valor económico de lo que aportan, de lo que ahorran en servicios al presupuesto público? La EPA del INE dice que en el tercer trimestre de 2020 hay 529.100 personas en el empleo de hogar. ¿Es ese dato igual de fiable que el que dice (apdo. 3.108) que el 99% de todas ellas no realiza horas extras o que en 2019 (Anuario del Ministerio de Trabajo) solo 2.182 tuvieron un accidente durante la jornada laboral? ¿Sobre qué base se está decidiendo dar largas a cuestiones sobre la equiparación en la Seguridad Social, el control de la jornada laboral o la regularización de quienes llevan años supliendo las carencias del estado del bienestar?
Después de haberse fotografiado en junio de 2018 con las trabajadoras que protestaban ante el Congreso de Madrid por la Enmienda 6777 del PP a los Presupuestos de 2018, la coalición PSOE-Podemos parece haber comprendido la posición de la derecha con las chicas de servicio, que la corrección política exige denominar trabajadoras de hogar. Lógicamente, saber recitar de corrido lo de cuidar a las cuidadoras, el cuidado en el centro y el no dejar a nadie atrás, no computan como mérito.
El recién aprobado Real Decreto 35/2020, titulado de medidas urgentes de apoyo al sector turístico, la hostelería y el comercio y en materia tributaria (BOE del 23, entrada en vigor el 24 de diciembre), materializa un importante recorte en el sector del empleo de hogar: atrasa la cotización por salarios reales y la cobertura de vacíos en el cálculo de las pensiones hasta el año 2023. La Ley de Seguridad Social establecía la equiparación en esos dos aspectos a partir del 1/1/2021, así que el cambio era una noticia importante, pero el resumen de Moncloa sobre el Consejo de Ministros no mencionó la reforma ni de pasada. Sí se habló extensamente sobre las disposiciones del RD en materia laboral y de seguridad social para el resto de sectores que el título nombra. Así que al retroceso en derechos se le une la indignidad de su ocultación.
El asunto viene de hace un par de años. El PSOE y Podemos firman en octubre de 2018 un Pacto de Presupuestos para 2019, que en su punto 1.3 establece que la plena incorporación del Sistema de Seguridad Social de Hogar en el Régimen General no podía dilatarse más allá de 2021. Plena incorporación significa tenerlo todo, también el desempleo. El contenido del pacto (salvo el desempleo) se introduce en la Ley de Seguridad Social en diciembre de 2018, fijando que empezaría a aplicarse a partir del 1 de enero de 2021. Pero el siguiente pacto, que fue el Acuerdo de Gobierno PSOE-Podemos, de noviembre de 2019, introdujo un retroceso: ahora, según el punto 1.11, la plena incorporación se produciría “a lo largo de la legislatura”, sin comprometerse a más. Finalmente, la fecha se ha establecido en el Real Decreto 35/2020: deroga la del 1/1/21 y establece la de 1/1/2023, si no hay retrasos. Un añazo de diferencia con lo que impuso el PP y propició aquellas fotos de junio de 2018.
No contamos con ningún estudio riguroso sobre la cantidad de trabajadoras sin papeles que hacen su aportación a la economía de los servicios de cuidado, y durante cuántos años en cada caso. De acuerdo con la estadística de 2020 de la ATH-ELE, el 31% de las internas que atendían a domicilio a personas con alguna dependencia no estaban regularizadas. Tampoco está investigado el volumen de empleo en servicios al hogar que circula con la tapadera de agencias de colocación que dirigen la relación laboral desde su oficina, evitando la aplicación del Estatuto de los Trabajadores con la pantalla de la firma de un contrato de hogar entre las partes.
Según el INE, en el segundo trimestre de 2020 la pandemia supuso una reducción parcial o total de la jornada para 103.000 trabajadoras de hogar; la casi totalidad de las afectadas debieron ser externas dedicadas a tareas domésticas o a la atención de criaturas, porque las que cuidaban a mayores con algún grado de dependencia generalmente no redujeron su jornada, en todo caso quedaron en paro por fallecimiento de sus empleadores.
En el trabajo interno, la coincidencia de vivienda y centro de trabajo produjo situaciones de especial dureza: el problema de quienes enfermaban y no tenían otro lugar en el que aislarse; los despidos motivados por la enfermedad de la trabajadora o de la persona atendida; la situación de las que, en unos meses en los que pasear o mantener contactos sociales en la calle estaba prohibido, no tenían otro domicilio de referencia para disfrutar sus horas libres. Por otro lado, con el fin de evitar contagios, a bastantes se les forzó a optar entre no salir nunca o perder el empleo. La compra y provisión de alimentos se realizaba por familiares.
Según información de finales de diciembre pasado, solamente 56.348 trabajadoras pidieron el subsidio extraordinario por reducción o pérdida de empleo durante la pandemia, lo que da un escaso 55% de solicitantes de una cobertura que sólo se pudo empezar a pedir el 4 de mayo y se comenzó a abonar con cuentagotas en el mes de julio. Aún hay gente que no ha cobrado y sigue preguntándose dónde ha ido a parar su solicitud. La explicación que se ha dado a la tardanza es que las trabajadoras no existían para el SEPE, lo que complicó la gestión. Si no existían es que no se estaba cumpliendo la norma de 2012 que dice que la Tesorería de la Seguridad Social tiene que comunicar al SEPE los contratos de las trabajadoras de hogar cuando son dadas de alta.
El teletrabajo durante la pandemia hubiese permitido a la Tesorería de la Seguridad Social acometer la regularización de las cotizaciones del Sistema de Hogar. La ATH-ELE había descubierto el problema gracias a la tenacidad de Pilar (nombre auténtico, imposible dar el apellido de la ciudadana). Era el 8 de marzo de 2019 (fecha auténtica), cuando sus empleadores le dieron de alta con un salario de 900€ al mes, sin incrementar la cantidad con las pagas extras, no por mala voluntad sino porque los empleadores no saben ni tienen porqué saber de cotización. Esto provocó que un sistema informático que lo tragaba todo decidiese que si ganaba 900€ no estaba a tiempo completo, a pesar de que el contrato lo pusiese claramente, sino a un 86,60% de la jornada. Pilar vino a la asesoría protestando por este detalle, y hay que reconocer que la primera vez le preguntamos ¿pero bueno, te pagan bien?. Con una tenacidad por la que luego nos dieron ganas de abrazarla, volvió al siguiente día diciendo que, definitivamente, no era normal que en la vida laboral de alguien con un contrato de 40 horas apareciese que estaba a tiempo parcial. Lo que sigue es que ella fue despedida por quisquillosa y nosotras comenzamos nuestra campaña. Un millón de gracias, Pilar.
En 2020, seguimos enviando a la Defensoría del Pueblo casos de trabajadoras a tiempo completo que seguían cotizando por bases que se correspondían con el salario mínimo del año en el que habían entrado a trabajar. De tal manera que había gente interna cotizando por 743€ y 877€ al mes cuando debían hacerlo por 1.097€ como mínimo, eso suponiendo que solo estuviesen trabajando 40 horas, lo que nunca sucede.
El día 28 de enero, en la página web de la Seguridad Social se ha publicado una advertencia a los empleadores que tengan contratadas trabajadoras de hogar y cuidados a tiempo completo y declarados salarios inferiores al mínimo interprofesional actual: tienen de plazo hasta el 31 de marzo para comunicar los salarios actualizados, que no pueden ser inferiores al legal. La información de la página web incluye (pero no lo explica con suficiente claridad) que también hay que comunicar los de años pasados si no se ajustasen al mínimo legal, y también los salarios que exceden del smi.
Hemos ganado solo relativamente. Habrá que controlar cómo se cumple el plan, y no descartamos que una parte de los casos se resuelva de mala manera, por las múltiples vías de fuga de este asunto. No sabemos qué hará la Inspección respecto a las que ya no están trabajando en el mismo domicilio pero han estado mal cotizadas los últimos años, o qué harán cuando la parte empleadora alegue que se bajaron las horas...
En todo caso, el asunto de las cotizaciones ha sido muy revelador. Cuando la coalición PSOE-Podemos llega al gobierno se encuentra con una situación complicadísima en la atención a las personas. Una población envejecida, falta de servicios de cuidado, una fórmula de atención mediante empleo de hogar que se desarrolla en condiciones inaceptables porque lleva en sí misma el problema: el contrato directo y privado para la atención individual a domicilio malamente puede garantizar derechos laborales. Aceptemos que los milagros no existen, transformar la organización social de los cuidados no es algo que se haga de la noche a la mañana.
Pero lo único que estábamos exigiendo era que el responsable de la Seguridad Social actuase frente a una ilegalidad clara, antigua, conocida, un incumplimiento que no requería otra gestión que consultar una base de datos, detectar salarios inferiores al mínimo legal y poner en marcha sus sistemas de advertencia y coacción. La medida no era compleja, exigía solo una toma de partido: incomodar a la parte empleadora o seguir permitiendo la burla de derechos de las trabajadoras.
Lo han tenido todo menos la voluntad política, y no hay más vueltas que darle. Ha sido una experiencia muy formativa: cuando entre marzo y junio de 2019 descubrimos que el fraude era generalizado y obedecía a la omisión por parte de la Tesorería de sus obligaciones, tuvimos la cándida ocurrencia de que habíamos descubierto algo importantísimo y que, al denunciarlo, el estado de derecho no iba a tener más remedio que reaccionar. Craso error. Nos faltó considerar que no todas las leyes tienen la misma efectividad y que la diligencia en su aplicación suele depender de a quién deban beneficiar. Que alguien demuestre que la anterior frase es un panfleto. Estábamos preparando ya una denuncia por prevaricación (por no dictar una resolución a la que estaba legalmente obligado) contra el ministro responsable de la Seguridad Social, pero francamente a quién vamos a engañar… era solo un intento de seguir haciendo ruido.
Isabel Otxoa es profesora de Derecho del Trabajo y activista de la Asociación de Trabajadoras del Hogar-Etxeko Langileen Elkartea (ATH-ELE)
[Fuente: Viento Sur]
2/2/2021
Sarantis Thanapulos y Fabio Ciaramelli
Educar, cuidar, gobernar
Un diálogo
Fabio Ciaramelli:
Acaba de salir el último número de Paideutika, dedicado enteramente a "Cornelius Castoriadis y la educación", con un texto inédito del propio Castoriadis sobre "Psicoanálisis, sociedad y política". Como es sabido, Freud había hecho suyo el viejo adagio según el cual "educar, cuidar y gobernar son tres profesiones imposibles". Esta imposibilidad, según Castoriadis, reside en que su objetivo común es la auto-transformación de los seres humanos, pero para alcanzarlo cada una de las tres está obligada a basarse en algo que no existe aún, esto es, en su autonomía. Desde el punto de vista lógico se trata de una tarea en rigor imposible. Pero precisamente en esto reside lo específico de la paideia, entendida como socialización democrática, capaz de transmitir el deseo de autonomía y de cambio, esto es, de suscitar las ganas de convertirse en sujetos activos de su propia transformación, tanto en el plano individual como en el plano colectivo.
Sarantis Thanopulos:
Educar, cuidar y gobernar son, las tres, funciones fundamentales que deciden la vida de la sociedad. Que las tres sufren de un modo atroz es evidente hoy, cuando su necesidad se siente más que nunca. La educación está en manos de la simplificación, del tecnicismo, del plagio, de la demagogia, de la manipulación. El cuidar de uno mismo y de las propias relaciones queda confiado, cuando va bien, a la corrección cosmética de la forma y a la asistencia material a quien sufre (con lo que se silencia la inquietud propia). La gestión del "bien común" nos ha sido confiscada por los predadores globales que, siendo excelentes en especular sobre nuestras desgracias y en impedir que sean superadas, pretenden convencernos de que gobernar es aprender a convivir con ellas. Yo creo que lo que queda "vivo" en nosotros y en la sociedad, en el trabajo, en la ciencia, en el saber "humanístico", en la cura psíquica, en el arte, en la literatura, es más fuerte que la podredumbre que se finge vida, pero sería necesario darles representación política, porque el nogobierno, lo apolítico, es dominante hoy.
No comparto en absoluto la opinión difusa (y peligrosa) de que los políticos son todos unos corruptos o unos incompetentes. Han sido derrotados como todos nosotros por un proceso salvaje de globalización. Un auténtico proyecto político promueve en los sujetos representados en él un trabajo de auto-transformación. Este trabajo implica el deseo, que está en la base de toda actividad creadora, de abandonar la sensación de seguridad basada en la repetición de lo existente y en los valores consolidados, cuando éstos, más que indicar la persistencia de las condiciones necesarias para el desarrollo de nuestras potencialidades, se convierten en prescripciones en el presente que hipotecan el futuro. La disponibilidad para la auto-transformación es una cualidad erótica por excelencia. Al final, lo que une entre sí a educar, cuidar y gobernar es la "educación sentimental".
Fabio Ciaramelli:
Llevas razón, Sarantis, al sacar a la luz la centralidad de la dimensión erótica, que todo el discurso de Castoriadis sobre la autonomía presupone e invita a profundizar. En realidad, solo la sacudida con éxito del eros, como estimulante capacidad de auto-alteración, puede interrumpir el estancamiento de la vida individual y social, su cansina y monótona repetición. Solo el contagio de las pasiones puede hacer que nazca y crezca el deseo de cambio. Sin el deseo de iniciar algo nuevo por iniciativa propia no solo no es posible ocuparnos también de un cambio social o político sino que tampoco lo es mantenerse verdaderamente en vida, dando a esta última un sentido propiamente humano, o sea, abierto a la alteridad del futuro y a su imprevisibilidad. Por eso autonomía no quiere decir auto-referencialidad. Educar, cuidar y gobernar son las tres dimensiones complementarias de una práctica de vida vuelta humana por el deseo de auto-transformación.
[Fuente: Il manifesto, 20.02.2021. Trad.: J.R.C.]
20/2/2021
Rafael Poch de Feliu
Tres vectores y nueve frentes de la actual guerra híbrida contra China
El algo confuso concepto de “guerra híbrida” suele utilizarse para describir toda la panoplia de presiones y acciones militares, diplomáticas, de servicios secretos, desinformación, propaganda y ataques digitales utilizada contra una potencia adversaria. No describe una realidad nueva —la tradicional guerra fría del mundo bipolar ya contenía casi todo eso— pero incorpora las nuevas posibilidades no convencionales de sabotaje y desinformación abiertas por las nuevas tecnologías, en particular las digitales. Esas posibilidades son hoy recurso generalizado de todas las grandes potencias.
En la relación de Estados Unidos y sus aliados militares contra China la “guerra híbrida” tiene tres grandes vectores: la presión militar y política desde países vecinos, la “política de derechos humanos”, es decir la utilización propagandística y selectiva de las fechorías del adversario vía campañas de medios de comunicación con especial concentración en el fomento del separatismo, y la presión económica comercial y tecnológica. Dentro de estos tres vectores generales, en la actualidad podemos distinguir nueve frentes de acción abiertos [1].
1- Cerco militar. Desde su fundación, la República Popular China ha estado rodeada de un cerco militar de bases y recursos estacionados en todo su perímetro. Actualmente ese perímetro abarca desde la península coreana hasta Afganistán, pasando por Japón, los estrechos de Malaca, Australia y el Océano Índico, con decenas de miles de soldados estacionados permanentemente. El cuarteto de seguridad Quad es una alianza militar formada en 2007 por Estados Unidos, Japón, Australia e India con el objetivo de contener la influencia china en la región Indico/Pacífico. En 2008, Australia se retiró del club a iniciativa de su entonces primer ministro, Kevin Ruud, pero regresó en 2017. Desde entonces esta alianza se ha revitalizado.
2- Incursiones y patrullas aeronavales periódicas de Estados Unidos en el Mar de China Meridional. Es una práctica que viene de muy lejos pero que se ha incrementado desde 2009 y particularmente desde el anuncio del Presidente Obama, en 2012, de trasladar a Asia el grueso de su potencial militar aeronaval, el Pivot to Asia. China reivindica la soberanía del Mar de China Meridional, que no por casualidad lleva su nombre y que durante siglos ha sido vía de salida de la zona comercial más bulliciosa del mundo. China dispone de una zona marítima exclusiva de 900.000 millas, al lado de las 9,6 millones de millas de Estados Unidos en el Pacífico, 6,9 millones de Francia y 3,5 millones de Australia. Esa realidad encajonada es consecuencia histórica de un ordenamiento jurídico resultado de la época colonial. Desde el punto de vista de la milenaria historia china, esa época es un breve paréntesis. Las actuales incursiones han dado lugar a fricciones y son una peligrosa fuente de posibles accidentes y conflictos militares en el futuro.
3- Intensa actividad de espionaje de la CIA en China. Es un ámbito lógicamente opaco del que suele únicamente conocerse aquello que las propias agencias implicadas desean que se conozca, vía sus filtraciones a medios de comunicación. Como ejemplo el informe del New York Times de mayo de 2017 en el que se daba cuenta de la detención y/o ejecución de “más de una docena” de informantes de la CIA entre 2010 y 2012. El espionaje en China es “una de las principales prioridades” de la agencia, señalaba el informe, según el cual la operación de los chinos paralizó las actividades de la CIA en el país durante años [2].
4- Hackeo generalizado de la CIA de industrias y agencias chinas. En marzo de 2020, la empresa de seguridad china Qihoo 360 anunció el descubrimiento de una acción generalizada de piratería informática iniciada en 2008 por la CIA contra empresas energéticas, de aviación e Internet, así como instituciones científicas y agencias gubernamentales. El informe señalaba que esa acción pudo haber captado la información comercial china más reservada, incluidos aspectos como el seguimiento en tiempo real del tráfico aéreo personalizado de pasajeros y mercancías de los aviones de las compañías chinas [3].
5- Campañas mediáticas. La creación y fomento de un estado de opinión desfavorable a China, enfatizando los aspectos más negativos y marginando los positivos, ha creado en los últimos años toda una escuela que recuerda a la creada contra la URSS en medios de comunicación, universidades y laboratorios de ideas durante la guerra fría. La crítica sectaria y propagandística a China y su sistema, frecuentemente repitiendo puntos de vista de las agencias de seguridad o del Departamento de Estado de Estados Unidos, es un factor de éxito profesional para periodistas e investigadores. Defender posiciones neutrales o favorables a China es una promesa de marginación profesional.
6- Apoyo y fomento del separatismo en Hong Kong y Taiwán. Crear inestabilidad en el antiguo enclave colonial británico es fundamental no solo en sí mismo, sino, sobre todo, para complicar cualquier horizonte de reunificación nacional con Taiwán, el único territorio chino desgajado por el colonialismo y aún no incorporado a la RPCH. En Taiwán ha nacido una identidad y personalidad diferenciada de China continental, por lo que cualquier escenario de reunificación pasa por un acuerdo que incluya una marcada autonomía para la isla. Desde ese punto de vista, Hong Kong, que es territorio autónomo de la RPCH, puede considerarse un espejo para Taiwán. La desestabilización del territorio tiene, por tanto, consecuencias inmediatas para los taiwaneses. Pese a que reconoce el principio de “una sola China” que en Pekín se considera sagrado por razones históricas (cerrar las herencias del colonialismo y de la guerra civil), Estados Unidos apadrina, militar y políticamente, la independencia de Taiwán. Desde 2014, Estados Unidos ha apoyado las protestas civiles en Hong Kong que fueron extremadamente violentas en 2019, vía la Ong de la CIA, National Endowment for Democracy (NED) [4].
7- Desestabilización en Xinjiang. Desde 2018 está en marcha una intensa campaña propagandística para desestabilizar la región nor-occidental de China, el Xinjiang, hogar de la mayor minoría nacional del país, los uigures. El foco consiste en denunciar el internamiento de “más de un millón” de uigures en “campos de concentración” [5], operación calificada de “genocidio” por el ex secretario de Estado Mike Pompeo en 2019 y comparada con la persecución nazi de los judíos en la prensa de Estados Unidos. Hasta 2017 Xinjiang y otras partes de China fueron escenario de atentados integristas islámicos uigures. Activistas uigures combatieron en las filas de Al Qaeda y el Estado Islámico en Afganistán y Siria. El gobierno chino lleva a cabo una dura campaña de desradicalización en “centros” que presenta como de “educación”, con manifiesta violación y abuso de derechos básicos. La región es puerta de salida hacia Asia Central de la Nueva Ruta de la Seda (B&RI), la gran estrategia de proyección euroasiática de China. Desestabilizar Xinjiang obstaculizaría, por tanto, un vector importante de esa proyección. La oposición uigur está amparada y patrocinada por el NED, la ONG de la CIA. En Munich se encuentra la sede de los separatistas uigures de Xinjiang, cuya ideología oscila entre un supremacismo racista túrquico y el tradicionalismo integrismo islámico.
8- Guerra tecnológica. China mantiene una aguda dependencia de Occidente en alta tecnología. Sin embargo está progresando con grandes inversiones en ese ámbito y algunas de sus empresas han alcanzado posiciones internacionales significativas. Cortar la comunicación entre esas empresas y el resto del mundo es vital para detener el avance de China. En 2018 las leyes de seguridad nacional de Estados Unidos (NDAA) establecieron restricciones comerciales contra cinco de las mayores empresas de telecomunicaciones chinas. En 2018 se prohibió la compra de equipos a Huawei, líder en tecnología 5G, y ZTE en Estados Unidos. En una acción sin precedentes, ese mismo año la directiva de Huawei, Meng Wanzhou [7], fue detenida en Canadá a petición de Estados Unidos, lo que ha creado un considerable escándalo en Canadá. En 2020 la compañía ZTE fue declarada “amenaza para la seguridad nacional”. Washington presiona a la Unión Europea para que renuncie a la tecnología 5-G de Huawei.
9- Guerra comercial. A partir de 2028, el Presidente Trump estableció una cascada de tarifas y barreras comerciales a China denunciando sus “prácticas comerciales abusivas”. China ha replicado con contramedidas. La mayoría de las quejas de Estados Unidos apuntan a debilitar el sector público chino, así como el control estatal de la economía, uno de los pilares del éxito económico de China en las últimas décadas.
Notas
[1] La enumeración de frentes en Izak Novak, The War on China.
https://izaknovak.wordpress.com/2020/04/17/62/
[2] Sobre la actividad de la CIA en China: https://www.nytimes.com/2017/05/20/world/asia/china-cia-spies-espionage.html
[3] Hackeo de la CIA en China: https://blogs.360.cn/post/APT-C-39_CIA_EN.html
Diario del pueblo sobre el papel de Estados Unidos en las revueltas de Hong Kong: http://en.people.cn/n/2014/1011/c98649-8793283.html
Ley americana sobre Hong Kong: https://en.wikipedia.org/wiki/Hong_Kong_Human_Rights_and_Democracy_Act
[5] Global Times sobre los “campos de concentración” en Xinjiang: https://www.globaltimes.cn/content/1208288.shtml
[6] Caso Meng Wanzhou:
https://en.wikipedia.org/wiki/Meng_Wanzhou
[Fuente: Ctxt]
23/2/2021
Blanca Rodríguez Ruiz y Ruth M. Mestre i Mestre
Ley trans: autodeterminación, felicidad y derechos
Cuando nace una criatura (e incluso antes), una serie de indicios llevan al equipo médico a asignarle uno de los dos sexos que nuestro código socio-sexual binario establece: es niño o es niña. Pero puede que los indicios no sean claros. O puede que, pareciendo claros, otros menos visibles vengan a poner en cuestión la asignación inicial. Lo que entendemos como sexo biológico es fruto de una combinación de factores cromosómicos, hormonales, gonadales y genitales, no siempre perceptibles a simple vista. Con frecuencia no apuntan en un mismo sentido: según la ONU, un 1,7% de la población mundial presenta rasgos intersexuales. Puede que, por encima de consideraciones biológicas, el personal médico se equivoque y asigne a una persona un sexo al que ella no siente que pertenece. Esta posibilidad existe desde que el sexo biológico se vincula a roles de género, desde que sexo y género se construyen como una única realidad indisociable.
Así, son diversas las razones por las que algunas personas dicen que su sexo no es el que otros dijeron, sino el que ellas saben que es. En esto consiste el derecho a la autodeterminación de la identidad sexual y expresión de género: en poder afirmar quién eres, con independencia de cómo te vio y construyó la sociedad cuando naciste, sin preguntarte. Ello incluye la posibilidad de no identificarse como hombre ni como mujer, sino como un tercer género no binario (posibilidad reconocida jurídicamente cada vez en más países de nuestro entorno: Alemania, Austria, Países Bajos, Bégica, Islandia, entre otros).
Hace años que el derecho a la autodeterminación de la identidad sexual está reconocido por el derecho internacional de los derechos humanos (principios de Yogyakarta 2007; Yogyakarta 2017). El Tribunal Europeo de Derechos Humanos lo estableció así hace ya más de una década, como parte del contenido protegido por los artículos 8 y 14 del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Este tribunal ha señalado recientemente que no se puede exigir a nadie que se someta a esterilización o tratamientos de reasignación para acceder al cambio registral de su nombre y sexo, pues eso colocaría a la persona ante el dilema de elegir entre dos derechos: la preservación de su integridad física y la autodeterminación de su identidad sexual y de género.
Este derecho incluye la despatologización. Los colectivos trans llevan décadas requiriéndola: ser trans no es una enfermedad ni una patología; como tampoco lo es ser intersexual o intergénero. Así lo reconoció la OMS en 2018, cuando hizo pública la despatologización de la transexualidad, avalando que quien autodetermina su identidad transitando hacia un sexo-género distinto del asignado no precise del visto bueno de un "experto" externo. En el estado español, 12 comunidades autónomas ya lo reconocen así en el marco de sus competencias, mediante leyes autonómicas impulsadas en la mayoría de los casos por el PSOE, la primera de las cuales se aprobó en 2014 en Andalucía.
El borrador de ley trans estatal que ha dado a conocer el Ministerio de Igualdad recoge estos avances en materia de igualdad y no discriminación de las personas trans para modificar la ley 3/2007, que exige para el cambio del nombre y el sexo registral el aval "externo médico" y años de tratamiento. Por eso esta ley es una buenísima noticia y su aprobación es más que necesaria.
Y llama la atención la oposición que está causando en algunos sectores del feminismo, que afirman que pone en peligro a las mujeres cis; que nos priva de espacios físicos y jurídicos seguros. También sorprende que tales afirmaciones se profieran sin el respaldo de datos, sin más fundamento que el recelo que producen los cambios en las reglas del juego social derivados de integrar en él a colectivos social y jurídicamente postergados.
Sobre la afirmación de que la futura ley pone en peligro la seguridad física en los lavabos, no se sabe de ninguna mujer trans que haya agredido en uno a otra mujer, pero sí sabemos de mujeres trans que son agredidas tanto cuando utilizan un lavabo de chicas como cuando se les obliga a utilizar un lavabo de chicos. Lo mismo cabe decir sobre la afirmación de que el borrador de ley trans amenaza con incrementar la violencia de género: lo que nos consta es que las mujeres trans también la sufren, y no es ni menos violencia ni menos machista.
Sobre la dificultad de mantener las estadísticas, no se alcanza a ver el problema de requerir mayor elaboración para integrar a colectivos (intersexuales, intergénero) hasta ahora invisibilizados. Una realidad social compleja precisa que los datos que la explican también lo sean. Tampoco se alcanza a ver el problema de que un porcentaje pequeño de mujeres y de hombres trans sean contados como hombres o mujeres, respectivamente, ni qué alteración fundamental puede suponer que su tránsito al sexo-género sentido se haya producido sin patologización previa.
En el fondo de estos argumentos subyace la frívola afirmación de que, sin esa previa patologización, el tránsito a un sexo-género distinto del asignado se producirá por razones estratégicas, con el fin de copar espacios de poder. Es la idea que alimenta la afirmación de que los varones se declararán mujeres para integrar listas cremallera. A ello sólo cabe responder con dos afirmaciones que deberían ser obvias.
La primera es que resulta increible que desde sectores que se llaman feministas se afirme que ser mujer es en esta sociedad fuente de privilegios; que el deseo de acceder a medidas de acción afirmativa que intentan reducir los desequilibrios de poder a favor de los varones pueda mover a éstos a dejar de serlo; que pueda moverlos a asumir las dificultades añadidas de ser mujer trans. Además, las mujeres trans no nos usurparían ningún lugar ni ningún derecho a las mujeres, precisamente porque son mujeres.
La segunda es que, como sabe cualquiera que haya tenido la suerte de conocer de cerca a una persona trans, el tránsito al sexo-género sentido no es un proceso inocuo. Es doloroso y costoso, está lleno de obstáculos, dificultades y de un sufrimiento que esta sociedad intensifica estigmatizando a quienes no se "ajustan" al binarismo heteronormativo.
A lo que esta ley aspira es a facilitar que el tránsito pueda ser también un proceso feliz de autoafirmación. Como sociedad tenemos la obligación de eliminar el sufrimiento añadido, innecesario, que los actuales procesos imponen. Tenemos la obligación de hacerlo porque (duele tener que recordarlo) las personas trans tienen, como las cis, el derecho constitucional e internacionalmente reconocido a no sufrir trato desigual y discriminatorio. Más allá de que el actual borrador precise ser perfilado y mejorado en algunos aspectos, su apuesta por la autodeterminación de la identidad sexual y expresión de género es motivo de celebración. Con ella no se empeora la situación de nadie, más bien se introduce una mejora notable en la situación de muchas personas.
[Fuente: eldiario.es]
8/2/2021
Agustín Moreno, Marisa Delgado, Pedro Pablo Serrano
Agua y saneamiento, por derecho
Varias epidemias de cólera asolaron grandes ciudades de Inglaterra, como Londres y Manchester, a mediados del siglo XIX. Friedrich Engels escribió, en 1845, «La situación de la clase obrera en Inglaterra», donde establecía una relación causal entre condiciones de vida y de trabajo y la salud de la población. A la burguesía no le preocupaban las epidemias, mientras no les afectasen a ellos; el problema se planteaba cuando también llegaban a los barrios ricos. Ese miedo llevó a la creación de comisiones de higiene y hubo médicos, como John Snow, que descubrieron que las epidemias estaban vinculadas al agua infectada y a la falta de higiene. Fue el comienzo de la epidemiología y de la revolución sanitaria. Se demostró que un suministro seguro de agua potable y un sistema de alcantarillado eficaz mejoraban la higiene y la salubridad y aumentaba la esperanza de vida de forma espectacular.
El agua es vital para la supervivencia y la salud de las personas. Por ello, medio siglo después de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció, el 28 de julio de 2010, que el derecho al agua potable y el saneamiento es un derecho humano esencial para el pleno disfrute de la vida y de todos los demás derechos humanos. Forma parte del derecho internacional y es legalmente vinculante para España, como Estado firmante del Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Compromete a los poderes públicos a proveerlos -no pueden injerirse directa o indirectamente en su ejercicio-, a protegerlos -evitar que agentes privados obstaculicen el acceso a los mismos-, y cumplirlos, en el sentido de garantizarlos, facilitarlos y promoverlos.
La definición de los derechos al agua potable y al saneamiento se sustenta en los principios de universalidad, igualdad y no discriminación, acceso a la información, participación ciudadana, transparencia, rendición de cuentas y sostenibilidad social, económica y medioambiental. También se apoya en los criterios normativos de accesibilidad, disponibilidad, calidad, aceptabilidad y asequibilidad.
Desde hace tiempo, el agua se ha convertido en un objeto de deseo para las grandes corporaciones por su valor estratégico. Esa pulsión privatizadora sobre el agua se ha recrudecido y aumentará por la perspectiva de crisis climática y reducción de recursos hídricos. El último capítulo ha sido su salida al mercado de futuros de materias primas, de Wall Street, lo que abre la puerta a la especulación con el agua. De ahí que se trate de proteger estos derechos humanos al agua potable y al saneamiento, y que se reconozcan y garanticen en nuestra sociedad.
Hasta ahora, la exigencia del derecho humano al agua se ha centrado especialmente en el ámbito de los hogares y en la lucha contra la pobreza hídrica (prohibición de cortes, mínimo vital). En menor medida, en los espacios comunes públicos, como centros de salud, escuelas, universidades, instalaciones deportivas, lugares de trabajo, etc.; o para aquellas personas que residen en los espacios comunes debido a la falta de vivienda, que viven en la pobreza, que carecen de acceso al agua y al saneamiento en sus hogares o cerca de ellos, y personas que trabajan en espacios públicos de zonas urbanas.
La crisis sanitaria producida por la covid-19 ha ocasionado el aumento de la vulnerabilidad y de la pobreza en España. Los datos son contundentes: la mitad de los hogares vulnerables de España no pueden hacer frente al pago de la hipoteca o el alquiler de la vivienda (49,2%) y no disponen de dinero suficiente para pagar los gastos de suministros (51,2%), y son más de 40.000 las personas que actualmente viven en la calle (Cáritas). La pandemia podría suponer que aumente, en más de un millón, el número de personas pobres en España, lo que supondría el 23% de la población (Oxfam). La Comunidad de Madrid encabezaba ya, en 2019, la desigualdad en España, con el 16,2% de la población en condiciones de exclusión social (Informe Foessa 2019).
En el ámbito de los hogares, el escudo social que se configuró en los Reales Decretos Leyes 8 y 11, de marzo de 2020, garantizaba los servicios básicos de agua, luz y gas, y prohibía los cortes de suministro. Una medida positiva hasta que caducó el 30 de septiembre de 2020, pero que se ha vuelto a prorrogar, tras las presiones sociales (RDL 37/2020, de 23 de diciembre), hasta que finalice el estado de alarma en mayo de 2021. También, en la Asamblea de Madrid, se aprobó por unanimidad una proposición no de ley destinada a prohibir los cortes de agua al Canal de Isabel II.
Ahora se trata de pasar de las medidas paliativas a regular los derechos a través de la Campaña Agua y Saneamiento, derechos humanos básicos para la vida, en la que participan más de una veintena de organizaciones, basada en un Manifiesto que promueve los siguientes objetivos en el ámbito de la Comunidad de Madrid:
1º. Reconocimiento de los derechos humanos al agua potable y al saneamiento a través de una Ley que garantice la disponibilidad de un mínimo vital de agua y la prohibición de cortes de suministro para hogares en condiciones de vulnerabilidad económica y social.
2º. Asegurar las necesidades personales y domésticas. Los ayuntamientos garantizarán el mínimo vital a través de la formalización de protocolos con el Canal de Isabel II que establezcan la intervención previa de los servicios sociales municipales en caso de cortes de suministro. Se elaborará un nuevo Reglamento del abastecimiento y saneamiento del Canal de Isabel II que sea consecuente con los principios definitorios de estos derechos humanos. Cumplimiento y renovación de la moratoria aprobada en la Asamblea de Madrid sobre los cortes de suministro hasta que finalice la pandemia.
3º. Garantizar los derechos en los espacios públicos y comunes. Planificación de instalaciones que permitan el acceso al agua, asegurando que sean accesibles en todo momento, seguras, asequibles, equitativas y que cumplan con requisitos de aceptabilidad, privacidad y dignidad para las personas que las usen. En concreto: una red de fuentes de agua en el ámbito urbano, centros de salud, escuelas, universidades, instalaciones deportivas, lugares de trabajo, estaciones, etc.; redes de aseos públicos que cubran el ámbito urbano de los municipios; casas de baños para la higiene personal. Promocionar el uso del agua de grifo y evitar la generación de residuos plásticos.
Un objetivo fundamental de las sociedades modernas es aumentar la calidad de vida de las personas y ello pasa por la satisfacción de las necesidades humanas. El agua es una necesidad vinculada a la vida cotidiana y una necesidad universal. Por eso, esta es una campaña importante, en la que se deben desarrollar procesos de concienciación, información y participación ciudadana. Cada vez más, el grado de civilización de una sociedad se debe medir por criterios como el cumplimiento de los derechos humanos, el lugar que tiene reservado a la infancia y a sus mayores, y a la defensa del bien común.
[Fuente: Cuarto poder. Marisa Delgado (Marea Azul), Pedro Pablo Serrano (Red Agua Pública de Madrid) y Agustín Moreno (Ecologistas en Acción), son miembros de organizaciones que apoyan la Campaña Agua y Saneamiento, derechos humanos básicos para la vida.]
25/2/2021
Lorena Palao Martínez
Ser mujer o cómo la pandemia ha aumentado la desigualdad de género
En una sociedad movida por el dinero y el trabajo, haber parado las actividades no esenciales y disminuido la producción ha supuesto una coyuntura nunca vista hasta la fecha. El confinamiento y el distanciamiento social han colocado el ámbito doméstico en un primer plano. Ese escenario, casi siempre venido a menos y dominado tradicionalmente por mujeres, ha cobrado un nuevo grado de importancia. Y ha dejado patente aquello que muchos ya sabían: la desigualdad de género sigue siendo una realidad que impregna nuestra cotidianeidad.
Las mujeres se encargan de la mayor parte del trabajo doméstico y del cuidado de personas dependientes. La crisis provocada por el coronavirus ha demostrado que el tradicional rol de cuidadoras sigue estando presente en gran parte de los núcleos familiares. Además, muchas se han visto obligadas a abandonar sus puestos de trabajo debido al cierre de los centros escolares y la excesiva carga de las tareas del hogar. Para aquellas que continúan trabajando de manera formal, la modalidad de teletrabajo ha supuesto una falta de conciliación entre la vida laboral y la familiar y un aumento del estrés.
A pesar de que las consecuencias económicas y sociales están siendo devastadoras en todos los ámbitos, observamos una “feminización” de esas consecuencias, pues su magnitud aumenta cuando hablamos de mujeres. De acuerdo con un informe sobre el Impacto de Género de la covid-19 publicado por el Instituto de la Mujer, las mujeres representan el 70% del personal sanitario a nivel mundial, el sector más golpeado por la pandemia, debido principalmente a la falta de personal, el incremento de la carga laboral y horaria, la sobreexposición al virus y la escasez de material. El Instituto de la Mujer indica que "la crisis generada por el coronavirus ha situado a los cuidados en el centro y a las mujeres en la primera respuesta a la enfermedad".
La OIT señala que el comercio, el turismo y la hostelería, que cuentan con una importante presencia de mujeres, serán los sectores que más sufrirán la crisis económica a medio y largo plazo. Esto supondrá un aumento de las cifras del paro, mayor precariedad y pobreza laboral. Otro de los colectivos más afectados ha sido el de trabajadoras del hogar, compuesto principalmente por mujeres, ya que no son beneficiarias de la prestación por desempleo y no terminan de estar insertadas en el régimen general de la Seguridad Social. Muchas de ellas se encuentran dentro de la economía informal, todavía más precarizada.
A nivel global, las cifras son mucho peores. La Unesco estimó que 11 millones de niñas dejarían la escuela en 2020 debido a la pandemia. Además de suponer un incremento del trabajo infantil y una disminución de la alfabetización, esto repercute en el riesgo que corren las niñas de contraer matrimonios forzados a temprana edad y embarazos no deseados. ONU Mujeres señala que una de cada tres mujeres en el mundo sufre violencia sexual o física, en su mayoría por parte de su pareja. Estos datos, ya de por sí alarmantes, han aumentado considerablemente a raíz de los confinamientos domiciliarios en gran parte del mundo. Desde que comenzó la pandemia, se han disparado las llamadas a las líneas de atención de violencia en el hogar. En España en concreto, se incrementaron las llamadas al 016 un 48%. En algunos países, el dinero destinado a combatir la violencia de género se ha empleado en dar una respuesta urgente a la pandemia, dejando a las mujeres atrás.
La covid-19 ha supuesto consecuencias en ámbitos muy diversos. Se trata de una crisis sanitaria, pero también económica y social. Así, resulta fundamental abordar las respuestas desde diferentes enfoques, incluyendo la perspectiva de género.
En un estudio elaborado por Luba Kassova a petición de la Fundación Bill y Melinda Gates, se analiza la falta de perspectiva femenina en las noticias e información ofrecida sobre la covid-19. De acuerdo con este estudio, las mujeres representan solo el 19% de expertos consultados, cifra que descendía al 13% cuando esos expertos eran políticos. Ignorar la voz de las mujeres en esta crisis, así como ignorar el impacto de género, agravará las desigualdades existentes, creando una brecha insalvable. Las medidas de recuperación y respuesta a la covid-19 deben incluir esfuerzos para reconstruir la economía de forma más equitativa, situando los cuidados en el centro y dando al trabajo doméstico la importancia que merece. Es necesario, además, establecer mecanismos de corresponsabilidad y aumentar los esfuerzos en la lucha contra la violencia de género.
[Fuente: cuartopoder]
9/2/2021
Javier de Lucas
Manosear la democracia y sus instituciones
Para un primer balance de daños de la administración Trump
El debate en torno a la huella que haya dejado la presidencia de Donald Trump en la política de los EEUU y también en las relaciones internacionales no ha hecho más que empezar, y probablemente convenga tener en cuenta —sin exagerar, eso sí— la perspectiva que se atribuye al líder chino que consideraba prematuro o precipitado opinar sobre las consecuencias de la revolución francesa de 1789. Por mucho que vivamos una aceleración del tiempo histórico, una cosa son los juicios que exige el ritmo periodístico presidido por el criterio de actualidad (ni que decir tiene, el de las redes,que es casi el de la instantaneidad) y otra la labor de los historiadores. Dicho esto, y en un alarde de respeto al principio de contradicción, me propongo presentar al lector algunas pistas acerca del significado del paso de Trump por la presidencia. Concretamente, sobre algo que me parece particularmente relevante: el daño que ha causado no solo a la sociedad civil, pues ha contribuido poderosamente a agravar la división y a acrecentar la desigualdad en el seno de la nación americana, sino también a las bases mismas de la democracia más antigua del mundo y, por extensión, a las del futuro de la democracia.
Por supuesto, no hablo de Trump como el autor intelectual —algunos dirán que eso es una contradicción en los términos— de lo que el lugar común señala como el punto de inflexión decisivo en el declive de la democracia norteamericana, por parafrasear eltítulo de la primera de la estupenda trilogía fílmica de Denis Arcand (1986), compuesta también por Las invasiones bárbaras (2003) y La edad de la ignorancia (2007). Son muchos los sesudos análisis que se aplican a desentrañar los problemas que amenazan y ensombrecen el futuro del experimento democrático, tal y como se diseñó en 1776, como el impactante título de Levitsky y Zyblatt (La muerte de las democracias), o el de Przeworski (Crises of Democracy), a mi juicio más acertado. Pero en este punto creo que es más pertinente el ensayo sobre el capitalismo de vigilancia, de la ensayista y exprofesora de la Harvard Business School, Soshana Zuboff, porque pone el acento en un asunto central de la colisión entre democracia y mercado, tal y como supo adelantarlo Ferguson en 1767. Pero me refiero a que Trump ha contribuido de modo muy notable al desarrollo de algunos elementos que suponen un riesgo para que podamos seguir hablando de democracia, en los EEUU y en cualquier lugar en el que arraigue el modelo de ejercicio del poder —otros dirán, de reducción de la política— que significa el trumpismo.
Uno de ellos, sin duda, es el del arrumbamiento del respeto a cierta idea de verdad en la comunicación política. No voy a ser tan ingenuo como para proponer que eso que llamamos fake news —un rasgo básico del modelo trumpista— es en sí un fenómeno novedoso. Hay bibliotecas enteras que testimonian la constante histórica del recurso al engaño, a la mentira. Pero es cierto que el salto cualitativo tecnológico ha propiciado un nivel de eficacia de la manipulación propagandística hasta un grado que no pudo soñar Goebbels. Aunque sería una considerable muestra de ingenuidad reducir el desarrollo de ese rasgo al discurso político institucional, es decir, el modelo trumpista de comunicación política desde la Casa Blanca, en el que tanto peso han tenido lostweets, según caricaturizaba una inteligente campaña en Internet que pedía echar con el voto a Trump. La gravedad del fenómeno, en términos del daño a la democracia, consiste en buena medida en cómo se han plegado a esa perversión muchos de los instrumentos clave que constituyen el alma de la opinión pública, entendiendo por tal la herramienta clave de la constitución del moderno espacio público democrático que analizó en su famoso trabajo de habilitación el filósofo Jürgen Habermas sobre la noción de Öffentlichkeit, esto es la dimensión de publicidad, de pública discusión, sin la que no hay democracia. Lo que quiero decir es que para que exista esa dimensión es imprescindible el papel de los medios de comunicación y hoy eso significa también el papel de las redes, que pudimos concebir inicialmente como un agente democratizador y universalista, tal y como apuntaba en no poca medida el primer análisis propuesto por Castells y que han devenido en agentes de ese capitalismo de vigilancia.
El asalto al Capitolio
Pero no menos importante, a mi juicio, es un segundo rasgo del trumpismo. Es lo que me permitiré calificar como "manoseo" o "menosprecio" de las instituciones y reglas elementales de la democracia, del respeto a la división de poderes, al imperio de la ley que desarrolló la democracia norteamericana a partir del rule of law, que culmina en lo que bien podríamos llamar imperio de la Constitución. La culminación más grosera de la voluntad de poner su sucias manos sobre la democracia, por utilizar otra conocida paráfrasis (esta de un estupendo artículo de M.Vicent en Triunfo en 1980, que utilizó brillantemente el iusfilósofo Ernesto Garzón en un ensayo de 1992 para analizar los límites de la tolerancia), ha sido el vergonzoso episodio del día de reyes de 2021, y no me refiero solo a la esperpéntica y trágica toma al asalto del Capitolio por unos centenares de supremacistas.
El asalto al Capitolio fue descrito muy adecuadamente, a mi juicio, en la portada de Time: "Democracy under Attack" y para conocerlo bien sugiero la lectura del espléndido reportaje de Luke Mogelson, "Among the Insurrectionists", publicado el 25 de enero en The New Yorker. Ese asalto (con muertes incluidas y una inexplicable actuación de una parte del cuerpo de policía, ahora sometida a investigación, como también la deficiente protección externa, en contraste con la que se adoptó ante las marchas de Black Lives Matter), fue un hecho de extraordinaria gravedad, pero noaislado. No se entiende sin la desmedida arenga con la que Trump incitó a sus miles de seguidores, participantes en la Save America March, a dirigirse hacia el Congreso, a la que luego me referiré. Pero, en realidad, esta arenga es solo el último eslabón con el que culmina una muy prolongada campaña de ataque a los principios de la democracia, que Trump viene impulsando casi desde el comienzo de su presidencia.
Hay una considerable polémica sobre la calificación jurídica y política de lo sucedido en el Capitolio como golpe de Estado. Me parece que pude encontrarse una excelente síntesis —con la que estoy básicamente de acuerdo— en el artículo de Fabien Escalona, de Mediapart, publicado en infoLibre. A mi juicio, como casi siempre, se impone la doctrina Donés: depende. Depende de cómo definamos golpe de Estado. Los que siguenanclados en el XIX y XX y exigen un putsch militar y uso de la fuerza, dirán (como lo han hecho no pocos e ilustres colegas) que no es para tanto. Que esto no fue un golpe de Estado. Son los mismos que creen aún hoy, en el siglo XXI, que los golpes de Estado son fenómenos militares, tercermundistas, propios de países subdesarrollados.
Yo no comparto esa tesis. Me apoyo entre otros en un viejo y clarividente ensayo de Gabriel Naudé (Considerations politiques sur les coups d’Etat, 1723) que tantos modernos politólogos y sedicentes filósofos de la política jamás han leído y que adelanta qué es esencial en el golpe de Estado y qué es coyuntural. Para Naudé (sobre el que he escrito alguna cosa hace bastantes años), un golpe de Estado es una acciónpolítica osada, extraordinaria, que se produce en circunstancias tan difíciles como desesperadas, de excepción; que transgrede leyes y reglas del derecho, sin salvar las apariencias de justicia, para salvar el Estado. "Y que es llevado a cabo en muchas ocasiones por el propio príncipe".
No sé cómo hay quien aún no cae en la cuenta de que, para preparar y perpetrar un golpe de Estado hoy, no se necesita, al menos en un primer momento, a los militares. Basta con tener dinero y capacidad de impacto en los medios para manipular mediante mensajes simplistas. Desde luego, con la inestimable ayuda de la maleabilidad de las redes. La clave, para mí, no es tanto (que es gravísimo, por la falta de respeto al legislativo y a un acto de trascendencia constitucional) el acto de insurrección (como localificó Biden), la invasión del Congreso por unos centenares de alienados, sino cómo y por qué se llega a poner en jaque lo esencial de la Constitución: el relevo en el poder tras elecciones sometidas a control escrupuloso (como así ha sido), el respeto a las reglas del Estado de Derecho, a la división de poderes (aquí se ha afrentado a los poderes electorales, al legislativo y a los tribunales).
Quienes asaltaron el Congreso, en su inmensa mayoría, no son golpistas, pero contribuyeron a la nueva técnica del golpe de Estado, por parafrasear al manoseado Curzio Malaparte. Es Trump el golpista: es él quien ha venido poniendo en cuestión desde hace años y de modo brutal desde hace meses su juramento constitucional, por la vía de erigirse en defensor de la Constitución contra todo el que piense de modo diferente y reclamando —paradoja conocida— ser el representante de la ley y el orden, como les dijo a sus seguidores. Trump se cree propietario de la Constitución, de América, del pueblo americano. Por eso ha ido incubando el golpe de Estado en los términos de Naudé. Lo preocupante no es tanto la carne de cañón predominante entre los asaltantes sino los grupos extremistas (Proud boys, Q’anon) que expresan la vieja ideología supremacista, racista, a quienes Trump, continuamente, mimó en su presidencia. Son los que permiten hablar de un terrorismo doméstico directamente implicado en la preparación del golpe, incluso con propósitos homicidas, como han revelado las escuchas de sus chats. Y no nos dejemos engañar por apariencias esperpénticas. Estudios rigurosos, como el de la ensayista Nicole Hemmer, Messengersof the Right. Conservative Media and the Transformation of american politics (2016) o el de la historiadora Kathleen Belew, Bring the War Home. The White Power Movementand Paramilitary America (2018), demuestran la profundidad y gravedad de esa trama. En realidad, es una demostración de que una parte de la nación tiene una mentalidad de situación de emergencia, de riesgo de su supervivencia (que identifican con la de toda la nación) que propiciaría incluso la justificación de un enfrentamiento civil.
Las sucias manos sobre la democracia
Pero no menos grave fue lo que le precedió, esto es, el discurso de Trump en el Mall deWashington, en el que incitó a sus seguidores a convertirse en tal turba y protagonizó así lo que la Cámara de Representantes ha considerado motivo para un segundo impeachement, por "incitación a la insurrección", acusación que se llevó ante el Senado este pasado lunes y que será juzgada a partir del 8 de febrero, con un resultado que, salvo sorpresa, será el mismo que el del primero.
Aunque importante, el resultado de este segundo proceso no es, a mi juicio, lo fundamental. Tampoco creo que lo más importante sea el análisis de las bases sociológicas del votante trumpista, aunque es cierto que esa realidad va a tener una influencia muy relevante en el futuro del partido republicano. Estoy convencido de que, por imprescindible que sea ese análisis, no debemos dejar de lado lo primordial y es que hemos asistido en estos cuatro años a un proceso que llevaba hacia el "hundimiento de la democracia", como escribía Escalona: un ataque en toda regla a la democracia. La punta de iceberg fue esa tremenda storm (en los dos sentidos de tormenta y ese asalto al poder) del 6 de enero. Pero esto fue un episodio más de lo que Biden acertó en llamar "the Battle for the Soul of America". La paradoja es que esa batalla, como ha señalado con acierto David Rhode en su artículo en The NewYorker "Biden’s vital but fraught Battle against domestic Terrorism", en realidad dificulta seriamente el reiterado propósito de unidad, leit motiv de su discurso presidencial. Es verdad: es una guerra inevitable, que incluye una batalla necesaria —por ejemplarizante, además de para vetar un segundo intento de Trump—: la del segundo impeachement. Pero, más que probablemente, es una batalla perdida, en buena medida precisamente por el argumento de los republicanos que muestra la contradicción de Biden. Sin duda, dividirá a la nación. Pero con todo, eso no es tan grave, porque creo que Biden se equivoca al asegurar que "América no es así". Y que su presidencia puede lograr recuperar la unidad. No es cierto, porque la triste realidad es que el parto mismo del experimento norteamericano dio a luz una nación profundamente dividida que, doscientos cincuenta años después, no deja de mostrarse como tal. He tratado de explicarlo en un libro reciente y también en estas mismas páginas, siguiendo los análisis de, entre otros, Mandelstam, Blight, Kreitner o Ibram XKendi.
Volvamos al ataque a la democracia en que ha consistido la presidencia de Trump. Lo que hace relevante el rechazo a la derrota que caracteriza la estrategia de Trump es que, como explicaba Judith Butler en un notable artículo publicado en The Guardian, "WhyDonald Trump will never admit Defeat", se trata solo de un corolario de una ideología supremacista y machista, que Trump ha llevado al extremo. Trump ha exacerbado una característica común a esas dos concepciones tan presentes en una parte importante del alma americana: el desprecio por las vidas que no importan, las de las mujeres, las de los negros, las de los latinos… Es un mensaje letal para el futuro mismo de la democracia porque niega la dimensión de igualdad e inclusión que está en el motor, en la vocación misma, del proyecto democrático: dar igual voz, iguales derechos, a todos. Algo que, desgraciadamente, aún está por lograr, como reiteradamente advierte Rancière al denunciar el miedo al pueblo que lastra buena parte del proyecto democrático, y que es constitutivo de esa seudodemocracia propia del capitalismo vigilante en cuyo umbral nos encontramos. Por eso, como acaba de denunciar el mismo Ranciére en su artículo "Les fous et les sages. Réflexions surla fin de la présidence Trump", subraya cómo el negacionismo y el discurso de odio no solo son el motor que inspira a esos supremacistas justamente denunciados por Biden como "terrorismo doméstico", sino que llevan anidando en el seno de las propias instituciones casi desde su fundación, bajo la forma de la "pasión por el privilegio", por la desigualdad, que niega que puedan ser parte del pueblo —de la nación— aquellos que no responden a un patrón ideológico, identificado en el caso del supremacismo norteamericano —pero también en los nacionalismos de aquí— con el viejo sciboleth, el marcador de identidad etnocultural.
Quienes proclaman así el monopolio de patriotas, o de constitucionalistas, están poniendo sus sucias manos sobre la patria, sobre la Constitución, deformándolas ensu propio beneficio hasta el punto de hacerlas irreconocibles. Los EEUU han resistido lo más grave de ese ataque. Pero la victoria no está asegurada, porque la democracia, como sostenía Ihering para explicar la razón de ser del derecho —algo que muchos de nosotros aplicamos a los derechos—, nunca está adquirida definitivamente. Esa es la tarea de los ciudadanos: luchar por ella. Son lecciones que deberíamos tener en cuenta también aquí, en España. Esa es la lección que más me interesa y que, con todas las distancias, considero aplicable en Europa, en España. Manosear la democracia ysus instituciones no sale gratis.
[Fuente: InfoLibre]
29/1/2021
Gregorio Morán
El derecho a la fiesta
Ha aparecido un nuevo derecho supuestamente constitucional y a no tardar irán saliendo ilustres juristas y flamantes políticos de la última hornada que harán de él motivo de campaña. Habrá que incluir entre las reivindicaciones el derecho inalienable a la fiesta, no taurina, en libertad, sin ninguna norma que limite la libertad personal de hacer con su cuerpo y el de sus amigos aquello que ha sido hasta ayer costumbre: reunirse en grupo, beber en grupo y bailar en grupo. Efecto rebaño. Aunque no hay estadísticas que lo refrenden, en eso está un tercio de la población, especialmente jóvenes. Esto sí que es un cambio de paradigma. Nada que ver con verbenas y romerías pueblerinas.
Se podrá sancionar con multitas, aliviar con intervención policial, estigmatizarlo en los mismos medios que viven de alimentarlos con alfalfa cultural, pero eso no hay quien lo pare. Podemos ponernos serios y abrir secciones de vídeos borrosos bajo la denominación genérica de “Los Irresponsables”, pero eso va a seguir y no será un epifenómeno para gente con posibles, como lo fue antaño saltarse la ley seca, que era una invención de connotaciones pietistas. Esto es otra cosa; interclasista y sale casi gratis.
No tiene en apariencia rasgos políticos y lo único que se percibe son unos policías desbordados ante lo insólito de decir a sus hijos y a los amigos de sus hijos que deben quedarse en casa. ¡En casa! Llevamos décadas diciéndoles que son libres, que se busquen la vida por más que no se olviden de venir a comer en familia, que el futuro será suyo, aunque no acabe de llegar nunca, y sobre todo que la vida en manada es un estado ideal, detectable en el fútbol; no creen en los partidos políticos, por corruptos, y lo entiendo, pero tienen una fe ciega en su equipo de fútbol que es un nido de corrupción mafiosa con preferencia por el blanqueo de capitales. Desde que salir a un escenario pasó de ser una “actuación” a denominarse “un concierto” la apreciación de la música bajó mucho. No abundan los concertistas, pero hay sobredosis de conciertos. Las palabras se deterioran con el uso.
No es que la pandemia esté cambiando el mundo que conocimos: es que no conocíamos el fondo del mundo en el que vivíamos, y ahora se nos aparece en su faz más hirsuta.
He vuelto a escuchar palabras que no oía pronunciar desde los tiempos del cólera. “A mí, la política me importa un carajo… todo son mentiras”. Entonces era el recurso del temor ante la represión de una dictadura; sin embargo, ahora es una letanía de gente en su mayoría en el precariado, con menos futuro que los pasteles de los niños, y además jóvenes. Convivimos con una generación, conformada como una tribu, que afirma sólo creer en ellos y en sus derechos, que nadie, empezando por ellos mismos, saben cuáles son y ni siquiera cómo los consiguieron. Quizá, como escribió el pomposo poeta, les llegaron por derecho de nacer.
Sociedades como la holandesa, donde parecía que te concedían el privilegio de contemplarles tan seguros, tan respetuosos de lo suyo, tan piadosos de sus creencias inmutables, tan ejemplares, un mal día saltan por los aires demostrando que los hábitos racistas y usureros de antaño han sobrevivido hasta hoy, extorsionando a los nuevos emigrantes con un rigor digno de usureros de la estafa, y al tiempo esos jóvenes de la sensatez y la gloria no quieren dejar la fiesta y arrasan las tiendas. ¡Robar en los emporios de la propiedad holandesa que parecía indestructible, en las tiendas, en el país donde la seguridad de los negocios es un principio más arraigado que la monarquía! No es que la pandemia esté cambiando el mundo que conocimos: es que no conocíamos el fondo del mundo en el que vivíamos, y ahora se nos aparece en su faz más hirsuta, la que se escapaba tras las hazañas de los hooligans, de los mercados no regulados y las agresiones puntuales de los xenófobos. Hasta que Donald Trump no se nos apareció como un mafioso el día de su derrota muchos no quisieron admitir que lo había sido siempre. Se busca en su biografía y no se encuentra más que odio y basura, pero fue necesario el final para iluminarnos. ¿Acaso no sucedió algo parecido con otros líderes aclamados por las masas?
Estamos metidos en un pozo al que llamamos pandemia y estamos obligados a escuchar las letanías de un payaso científico, dicen, que nos asegura que hoy vamos mejor que ayer pero menos que mañana. Un presidente que se jactaba de “la mejor sanidad pública del mundo”, que había vencido al virus y que ya podíamos seguir con él felices y seguros. Entiendo que la gente esté harta de tantas mentiras, pero sacar como conclusión que debemos emborracharnos y bailar montando un botellón para olvidar es un recurso de pedestre literatura, y promovido además por gente que no lee.
Las palabras, esas son las medicinas con las que se trata de conjurar el miedo. Algo que se practica con las devociones a santos, vírgenes y religiones varias, pero como nuestra sociedad es laica por más que se incline al paganismo, debemos contemplar esta realidad alucinante con cara de memos. Oiga, ¿lo de AstraZeneca y las vacunas no tiene ese aire de capitalismo buitre que habíamos barnizado de neoliberalismo? No se trata sólo de una multinacional que juega fuerte con su negocio. Es todo lo que la rodea. La Unión Europea dio miles de millones a fondo perdido para la investigación y firmó contratos secretos. ¿Secretos? O sea que la máxima instancia de la democracia europea, el modelo de transparencia, firma contratos secretos. Tan secretos que aún se chalanea con publicarlos, si bien tras tachar párrafos enteros. Las palabras. Ahora se llama “pobreza severa” a la miseria (16 euros al día), y “pobreza”, a secas, a “disponer de menos de 24”. Todo pesado y medido, como corresponde al rigor científico. Nosotros tenemos más de un tercio de la población en ese estado. En fin, una especie de compensatorio de otro tercio que exige el derecho constitucional a la fiesta. Quedaría, pues, otro tercio de ciudadanos angustiados ante lo evidente, que se niegan a leer las noticias. Nada se construye con mentiras, salvo los gobiernos, que son efímeros, mientras la ciudadanía no diga lo contrario.
Bueno, bueno, bueno… dejémonos de demagogias y seamos objetivos. La curva se va aplanando. No es que ceda, pero se nota un cierto descenso que empezará a ser significativo en los próximos meses, aunque cabe pensar que el próximo mes de marzo será el peor de la pandemia. Para entonces llegarán las vacunas. Aún no sabemos cuántas. Pero llegarán, no sea pesimista.
[Fuente: blog del autor, 1 febrero 2021]
1/2/2021
Aroa Moreno Durán
La traición de Carmen Laforet
Escribe Ramón J. Sender desde su exilio en California a Carmen Laforet: 'Es la primera mujer que escribe sin tratar de imitarnos ni de disfrazarse de “gran hombre”'. Para Sender, sea lo que sea lo que eso signifique, Nada, publicada veinte años antes de esa carta, es la primera gran obra maestra “realmente femenina” de nuestras letras. Ella le responde: 'Las pobres escritoras no hemos contado nunca la verdad, aunque queramos. La literatura la inventó el varón y seguimos empleando su mismo enfoque para las cosas. Yo quisiera inventar una traición para dar algo de ese secreto.' Y sigue: 'Para que poco a poco vaya dejando de existir esa fuerza de dominio, y hombres y mujeres nos entendamos mejor, sin sometimientos ni aparentes ni reales de unos a otros… tiene que llover mucho para eso.' Era el año 1966. ¿De qué traición habla? ¿De qué verdad?
En la primera carta de Sender, donde el autor de Réquiem por un campesino español toma contacto para hacerle llegar su felicitación por el premio Nadal, le escribe que espera que haya subordinado todo a la escritura. Ella tardará en responder veinte años. Primero, porque no sabe quién es su remitente, no conoce a Sender. Segundo, porque en ese momento nada estaba subordinado en su vida a la escritura. En esa época, ya había tenido a su primera hija y aún existía el racionamiento en España. Buena parte de esta correspondencia ahonda en las propuestas de viajes, ofertas académicas o conferencias que le hace Sender y las dificultades de Laforet para acudir a esa vida literaria e intelectual. Es Laforet excusándose por no llegar a tiempo o por no dedicarle la suficiente atención a su obra. Es Laforet explicando que acepta encargos periodísticos para poder pagar unas vacaciones familiares. En la biografía Una mujer en fuga, Israel Rolón-Barada y Anna Caballé escriben: 'No queriendo ser escritora porque no estaba en condición de asumir las exigencias que comporta, lo fue de una forma indiscutible.'
Carmen Laforet tuvo cinco hijos muy joven. Se levantaba a las cinco de la madrugada para intentar escribir antes de que la maquinaria de la rutina se la llevase por delante, o huía de Madrid a Cercedilla para encontrar la paz necesaria. Sin embargo, la construcción de esta familia numerosa y convencional en la que quiso dar a los hijos el afecto que ella no tuvo de niña y en la que la autora se volcó, se sumó a otras barreras más íntimas para tener una carrera similar a otros compañeros de generación como Camilo José Cela o Miguel Delibes (quien tuvo siete hijos, pero cuyo cuidado organizaba la mujer de rojo sobre fondo gris).
El marido de Laforet fue el periodista Agustín Cerezales, del que no se separó hasta 1970, rompiendo esa rutina doméstica alargada que construyó: 'tengo el cerebro triturado desde hace años,' confiesa. Se marchó ella, sin la posibilidad de abrir una cuenta corriente, comprar una casa o viajar al extranjero sin el consentimiento de su marido. A cambio de esa libertad, Cerezales le hizo firmar un documento por el que se comprometía a no escribir nada acerca de su vida conyugal, según escriben Caballé y Rolón Barada. En algún momento de la correspondencia con Sender explica que ha estado siempre tan acompañada que necesita soledad: 'Yo quiero, profundamente, sin equívocos, con felicidad de querer, a algunas personas de las que, sin embargo, he creído conveniente separarme.' Y: 'De todas estas cosas he tenido que huir para poder inventar mi intrascendente novela', escribe ella. '¿Es que no va a haber nada de veras idílico en el mundo?', le escribe él cuando sabe de la ruptura del matrimonio.
Puede que Laforet, viviendo en su laberinto, secreto sobre secreto, no se engañara a sí misma cuando no conseguía escribir, que no fuera un éxito temprano lo que la sobrepasó. Puede que, cuando ignoramos las diversas angustias que pudo padecer de parte de esa misma España gris que la encadenaba como mujer pero que la elevó como autora, los que le somos desleales seamos nosotros. Ella tampoco se dejó comprender, son muchos los flancos de esa luminosa oscuridad. No es la única mujer que, enfrentada en un largo combate entre la vida y la literatura, Carmen o Nada, se lleva por delante a la segunda. En una carta a Elena Fortún le explica que escribir le sirve de huida de sus malos fondos revueltos y ya está, que por eso escribe, aunque le angustie.
Este año 2021, se cumplen cien de su nacimiento. El talento de Laforet nunca fue nuestro, era únicamente suyo. En esa literatura sumergida que nunca leeremos, porque no llegó a existir, puede residir esa traición de la que escribía la autora: haber dejado de convertir la verdad de la vida de una mujer del siglo XX en literatura para, sin más, vivir a salvo en la madriguera de un deseo para siempre insatisfecho.
[Fuente: InfoLibre]
10/1/2021
La Biblioteca de Babel
Uwe-Karsten Heye
Los Benjamin. Una familia alemana
Trotta, 2020, 289págs.2020
Este libro es algo más que la biografía de una destacadísima familia alemana: es también una reflexión sobre dos Alemanias, y su manifestación en la RFA y la DDR.
El lector encontrará ahí datos relevantes sobre el más conocido miembro de la familia en el mundo occidental, Walter Benjamin, probablemente el más interesante pensador germano del siglo XX, en el que no hubo pocos. Pero también acerca de su hermano Georg, médico, comunista militante, naturalmente judío, que sufrió la persecución de los nazis y la muerte le atrapó en la valla electrificada de un campo de concentración. También de su esposa, cuñada de Walter, Hilde Benjamin (de soltera Lange), que fue una importante fiscal primero y ministra de justicia después en el gobierno de Ulbricht, con el que acabó enfrentada, en la RDA.
Mientras que en la RFA, Alemania occidental, la desnazificación fue puramente epitelial, pues jueces y policías siguieron siendo en su inmensa mayoría los mismos nazis que habían torturado y enviado a la muerte a tantas gentes, judíos, comunistas, gitanos y demás, en la RDA, en cambio, la desnazificación fue una línea política central del Estado y tuvo en Hilde Benjamin a su protagonista principal en la persecución de los antiguos nazis. Contra ella se dirigía el furor de éstos en la prensa de la supuestamente democrática Alemania de Adenauer.
Las cosas solo empezaron a cambiar en el oeste con la llegada de Willy Brandt a la cancillería de la RFA. Al silencio sobre el pasado nazi, la guerra y la destrucción, ya denunciado por Sebald, le siguió un tiempo en que los hijos y los nietos pudieron hablar de sus padres y abuelos. Fue un fiscal de la RDA quien, al tener noticia del paradero de Eichmann, lo comunicó al Mossad israelí y no a la autoridad judicial alemana, pues sabía perfectamente que de otro modo el criminal de guerra sería alertado y escaparía.
Desde ahí el libro prosigue con la vida de otros Benjamin: la del hijo de Georg, Michael, primero, que llegó a vivir la caída del muro y la reunificación alemana realizada de un modo que perjudicó a los ciudadanos de la RDA, celoso cuidador del legado de su familia; y finalmente, el sobrino-nieto de Walter Benjamin, vivo al día de hoy. El libro se ocupa también de otras personas de la familia, como la esposa de Walter, Dora, que le ayudó amistosamente cuanto pudo aunque la pareja se había disuelto.
Un libro que por una vía indirecta nos sumerge en la verdadera y poco grata historia de la Europa del siglo XX, en nada mejor a la de los siglos anteriores.
Editado con la pulcritud acostumbrada en Trotta, ha sido traducido por Jordi Maiso.
J.-R. C
25/2/2021
En la pantalla
J.-R. C.
Luciano Canfora en YouTube
La Biblioteca de Babel se amplía esta vez con una relación de filmaciones de naturaleza pedagógica disponibles en YouTube —clicando los títulos que aparecen más abajo—. He aquí algunos videos del profesor Luciano Canfora, interesantísimo historiador de la Antigüedad y analista político muy penetrante del mundo contemporáneo. Canfora se expresa en un italiano clarísimo, cristalino, asequible casi enteramente incluso para quienes no hayan estudiado esta lengua. Advertimos al lector que muchos de esos trabajos no tienen desperdicio. Los dos primeros títulos versan sobre el oficio de historiador. Sigue luego una serie de exposiciones de especialista, siempre interesantes, sobre la Antigüedad grecolatina clásica, y por último análisis muy finos sobre cuestiones del presente o que han llevado al desgraciado presente.
Luciano Canfora: "La eterna lotta tra vero e falso"
Luciano Canfora- Il mestiere dello storico
*
Luce sull'Archeologia - Gli spazi del sacro: Culti antichi e nuovi –
L'Antichità. Un interlocutore permanente
L. Canfora: Tucidide e la storia
Luciano Canfora: la democrazia ateniense
La guerra civile Ateniese - di Luciano Canfora [A8DS]
Luci sulla Archeologia - Gli spazi del Sacro
Lezioni di storia - Le opere dell'uomo: Luciano Canfora: il Partenone
Luciano Canfora - Se davvero la Reppublica di Platone intende essere una una proposta utopica
Luciano Canfora e la crisi politica ateniese
Canfora Luciano e Filoni Marco - Gli oligarchi - nella storia
Modelli famigliari nella Grecia classica (Luciano Canfora e Simonetta Fiori)
Luciano Canfora - Vita di Cesare, dittatore democratico
Incontro con Luciano Canfora - La presa del potere
Luciano Canfora: Lucrezio e la reppublica imperiale romana
*
L. Canfora: Lo scambio. Come Gramsci non fu liberato
Fascismo e rifascismo. Repubbica delle idee
Festival della Mente 2015 - Luciano Canfora
Parole di Giustizia 2015, la lezione di Luciano Canfora
Libertà e Schiavitù / EMD 2015
XXIX Congresso SOIPA Parassiti. Teorie e pratica
Luciano Canfora e Sergio Romano: che cosa resta del comunismo
Luciano Canfora - Capo carismatico 26/05/12
L. Canfora - A. Burgio: Critica della retorica democratica
Da che cosa siamo schiavi oggi
Lectio di Luciano Canfora Futura Festival 2015
Presentazione del libro di Luciano Canfora, La scopa di don Abbondio
Luciano Canfora - Capo carismatico, 26/05/2012
Luciano Canfora: Oriente ed occidente
23/2/2021
Campañas
Apoyo a Jornaleras de Huelva en Lucha
Jornaleras de Huelva en Lucha es un grupo autoorganizado de mujeres trabajadoras del campo y del manipulado en la provincia de Huelva que luchan por sus derechos, para lograr unas condiciones de vida y trabajo dignas para la clase jornalera, y trabajan desde los feminismos, el ecologismo y el antirracismo, decididas a terminar con décadas de precariedad y opresión.
Para recabar recursos económicos que les permitan llevar a cabo esta tarea, tienen abierta una campaña de crowdfunding en la web de la organización, donde se pueden hacer donaciones.
Además, la pianista Clara Peya, junto con Alba Flores y Ana Tijoux, han lanzado la canción "Mujer Frontera" para recaudar fondos en apoyo de su lucha, y que se puede comprar en https://vidarecords.bandcamp.com/album/clara-peya-ft-alba-flores-ana-tijoux-mujer-frontera .
28/2/2021
...Y la lírica
Joan Margarit
Libertad
Es la razón de nuestra vida,
dijimos, estudiantes soñadores.
La razón de los viejos, matizamos ahora,
su única y escéptica esperanza.
La libertad es un extraño viaje.
Son las plazas de toros con las sillas
sobre la arena en las primeras elecciones.
Es el peligro que, de madrugada,
nos acecha en el metro,
son los periódicos al fin de la jornada.
La libertad es hacer el amor en los parques.
Es el alba de un día de huelga general.
Es morir libre. Son las guerras médicas.
Las palabras República y Civil.
Un rey saliendo en tren hacia el exilio.
La libertad es una librería.
Ir indocumentado.
Las canciones prohibidas.
Una forma de amor, la libertad.
16/2/2021