
Número 181 de julio de 2019
Notas del mes
Por Albert Recio Andreu
Por Antonio Madrid Pérez
Por Miguel Muñiz
Por Albert Recio Andreu
Por Pere Ortega
Sin futuro para nuestro alumnado
Por Joan M. Girona
Ensayo
Antonio Antón
El extremista discreto
El Coyote
El Timbaler
De otras fuentes
Rafael Poch de Feliu
Transnational Institute
Madrid Central y los vendedores de humo
Agustín Moreno
Rafael Poch de Feliu
Medidas de emergencia en una crisis petrolera
Antonio Turiel
Marisa del Campo Larramendi
La Biblioteca de Babel
¿Qué hacer en caso de incendio?
Héctor Tejero y Emilio Santiago
El catalanismo, del éxito al éxtasis
Martín Alonso
Armas de destrucción matemática
Cathy O´Neil
Enrique Martínez Miura
Tres propuestas de lectura veraniega
En la pantalla
Fukushima, una historia nuclear
Matteo Gagliardi
Varados en ninguna parte
Albert Recio Andreu
I
En todos los países, el neoliberalismo y sus crisis han trastocado el panorama político. Pero en cada uno de ellos a su manera. En España parecemos vivir abocados a una interminable repetición de elecciones. Una situación provocada por el casi imposible encaje de los tres bloques políticos fundamentales (izquierda, derecha y nacionalistas periféricos), por las tácticas de cada fuerza política y por las interferencias de los poderes reales.
En gran medida estos bloques están presentes a lo largo de toda la historia democrática del país. Su persistencia en el tiempo indica la existencia de un factor estructural o, cuando menos, de la enorme capacidad de persistencia de las culturas políticas entre la población.
Lo comenté en una nota anterior. Los resultados electorales muestran una notable persistencia en el tiempo, con oscilaciones dependientes de la coyuntura. El bloque de la derecha es minoritario, sólo consigue ganar cuando se produce la desmovilización de los votantes de izquierdas, algo posible porque está bien contrastado que la movilización es siempre más alta entre la gente de altos ingresos y cultura conservadora. Ha tenido además a su favor tanto el diseño del sistema electoral (ley d’Hondt y reparto de escaños por provincias) como la existencia, durante largo tiempo, de un único partido ocupando este espacio. El bloque de la izquierda sólo gana con una elevada participación, lo que se produce en momentos en que se plantea una coyuntura activadora de sus bases (éste es también un componente estructural de la situación presente). Es lo que ocurrió en las elecciones de abril: la gente fue a votar en masa para impedir el acceso del tripartito derechista. O lo que ocurrió hace cuatro años con los ayuntamientos del cambio, que con su llamada a la utopía consiguieron que votara mucha gente desencantada. En mayo, esta movilización no se produjo y los resultados cambiaron (por esto la izquierda ha vuelto a perder Madrid y los Comunes no ganaron en Barcelona, aunque en este caso fuera una derrota dulce). Por su parte, el nacionalismo, en sus distintas variantes, muestra una notable persistencia que obedece a percepciones sociales, de sociedad organizada, muy consolidadas en Catalunya y Euskadi.
Esto es siempre una mala noticia para afrontar los cambios políticos y sociales necesarios. Al hecho de que las fuerzas de la reacción y el inmovilismo estén muy consolidadas, se suma el que todos los avances dependan de una movilización social y electoral que se muestra variable, sin persistencia.
II
Sobre este tejido de fondo, la coyuntura actual genera nuevos interrogantes.
El bloque de la derecha ha resistido mejor. Que aquí no se haya producido el “cordón sanitario” en torno a Vox resulta lógico si se atiene a la composición y la historia del país, en relación a Europa. En Alemania o Francia la derecha política se reconstruyó tras la derrota del nazismo. Estaba obligada a refundarse como una derecha democrática para hacer olvidar su enorme responsabilidad en el holocausto y los crímenes nazis. Y esta refundación ha tenido una persistencia política a través del tiempo, a lo que sin duda hay que sumar que el proyecto antieuropeista de los ultras se contradice con la orientación liberal de las élites económicas. En España, las cosas son distintas por el simple hecho que la derecha política no tuvo el mismo tipo de derrota y pudo refundarse en la transición sin tener que incorporar una ruptura tan radical con el pasado. Las acciones de ETA constituyeron una contribución impagable a esta recomposición sin ruptura, puesto que esa derecha pudo presentarse a sí misma como víctima de una violencia asesina. En un país donde no se ha producido un juicio general contra el franquismo, los puntos de conexión entre los diferentes sectores de la derecha son mucho más fluidos que en otras partes (de hecho, Vox ha sido una mera fracción del PP hasta hace unos meses).
Ciudadanos a su vez es un partido que ya nació lastrado por una cuestión fundamental: su casi única línea de delimitación fue el anticatalanismo activo y la defensa de un Estado unitario. Y sobre este punto ha descansado buena parte de su crecimiento electoral. Un posicionamiento que le conduce a poder interactuar con el PP y con Vox con bastante naturalidad. Vista la experiencia, no es descartable una reunificación de esta derecha a medio plazo, una vez se haya dilucidado el liderazgo. El PP cuenta con su consolidado arraigo territorial, pero puede verse afectado por la sucesión de procesos judiciales en los que sigue inmerso. Rivera tiene en esto su mejor baza, pero su apuesta puede verse afectada por muchas vías de agua: votantes que encuentren su propuesta demasiado radical, grupos económicos descontentos por su radicalización frente al PSOE, etc. Lo que no hay que confiar es en que se mantenga la actual situación de “fraccionamiento” de la derecha. Los espacios entre ellos son fluidos y su cultura del poder les puede ayudar a replantear su marco político.
También el campo nacionalista está fuertemente consolidado. Basta analizar los resultados de las elecciones municipales para observar que, fuera de las áreas metropolitanas, el espacio electoral está básicamente dominado por la derecha y la izquierda nacionales (PNV-Bildu en Euskadi, Junts per Catalunya-ERC en Catalunya). Un espacio en el que, como ocurre en el derecha, hay a menudo más puntos de contacto que de ruptura. Lo que cambia es el contexto y el tipo de respuestas que se están dando en uno y otro lugar. Da la sensación que el nacionalismo vasco es consciente de que ha debido reformularse tras la derrota de ETA (y en menor medida del plan Ibarretxe) y muestra un talante más abierto que el nacionalismo catalán, que aún está sumido en la ficción de la República.
La sociedad catalana, al menos la parte de ella partidaria de la independencia, experimentó un largo proceso de movilización-iniciación que ha consolidado en mucha gente esquemas mentales bastante impermeables (del tipo de los analizados por Albert Hirschman en Salida, voz y lealtad por lo que se refiere a la “lealtad”). El proceso y encarcelamiento de una parte de sus líderes, el inmenso aparato propagandístico puesto a su servicio y el colosal tejido organizativo del nacionalismo catalán contribuyen a impedir que sus bases tomen conciencia de los límites claros de su estrategia y reconozcan que la misma ha sido derrotada en primera instancia. Tampoco es tan difícil de entender viendo lo que le ha costado a una parte de la sociedad vasca entender lo inadecuado e inaceptable de la política de ETA. En Catalunya, mucha gente sigue pensando que su demanda es genuinamente democrática, que la represión viene de fuera y que el derecho internacional está totalmente a su favor. Aunque empiezan a aparecer síntomas inquietantes, como lo que se vivió en la proclamación de alcaldías el pasado 15 de Junio, especialmente en Barcelona, donde hubo algo más que insultos a Ada Colau y sus socios y a mucha de la gente que los apoyábamos en la plaza. Y lo peor no fue la gente encolerizada con gestos de odio (por desgracia estos también existen en otros muchos espacios), sino que al día siguiente Ernest Maragall los legitimara al afirmar “que de haber sido otro el resultado esta tensión no se habría producido”: una verdadera legitimación del discurso del amigo-enemigo y una amenaza de maccartismo a la catalana. Esto es lo que ya está promoviendo al ANC con la estrategia de “tomar las instituciones”, ya apoyado desde la Cambra de Comerç o en las elecciones sindicales en la función pública (Generalitat, Educación, Universidades), donde la Intersindical-CSC ha obtenido victorias movilizando a gente poco afín al sindicalismo y que a menudo no vota pero partidaria de colocar la reivindicación independista en todas partes. Una vía para conseguir extender la parálisis política al conjunto del país.
III
Mientras tanto, el campo de la izquierda está dominado por su particular “juego de la gallina”. Con un PSOE poco o nada predispuesto a un gobierno de coalición por razones muy diversas: su propia cultura de poder, poco propicia al compromiso, las presiones de los poderes fácticos temerosos de concesiones “excesivas” a la izquierda, el temor a depender de fuerzas independentistas cuya fiabilidad como socios es más que dudosa y cuyas demandas pueden ser insoportables. Y con un Unidas Podemos, donde Pablo Iglesias parece seguir obsesionado en tocar cartera ministerial a corto plazo.
Hay muchas razones para que la izquierda alternativa recele del PSOE, de sus conexiones con los poderes capitalistas, de su particular “sentido de estado” (en temas como la monarquía, la memoria histórica etc.) y quiera traducir en forma institucionalizada los acuerdos. Pero tras el último envite electoral, especialmente el de mayo, sus fuerzas han quedado mermadas (en parte gracias a los numerosos desatinos de muchos de sus líderes) y debe saber jugar con lo que hay. Algo que sí se ha hecho en Barcelona al aceptarse el voto de la gente de Valls para alcanzar la alcaldía. En política siempre hay que saber jugar con las limitaciones que determina el contexto. Siempre hay posibilidad de equivocarse, pero esto forma parte de la vida misma. Y siempre hay que pensar en un proyecto transformador a largo plazo.
Para ser más concreto: La negativa del PSOE para formar un gobierno de coalición con Unidas Podemos me parece impresentable. Muestra la existencia de líneas rojas por la izquierda, y poca justificación democrática. Pero empeñarse en esta situación de principio y bloquear cualquier salida por parte de UP puede deteriorar aún más la posición de la izquierda alternativa. Conduce no sólo al peligro de las elecciones anticipadas sino sobre todo a aparecer como los culpables de impedir un gobierno relativamente progresista frente a la amenaza del tripartito derechista. Unidas Podemos debe tener perspectiva a largo plazo, reconocer sus propias debilidades y pensar una estrategia. Ésta exige sin duda ampliar su base social, su presencia capilar en la sociedad, su capacidad para que sus propuestas sociales alcancen mayor audiencia social. Y esto no depende de estar en el gobierno, sino de un trabajo por abajo hasta ahora poco y mal realizado. Sus propuestas cuentan con el apoyo explícito de los sindicatos mayoritarios (como ocurrió en el pasado cuando CCOO y UGT apoyaron un Gobierno PSOE-IU tras la huelga del 12-D de 1988 y el posterior ciclo electoral, y el fracaso de este proyecto fue un factor de peso en el posterior giro conservador de los propios sindicatos). Pero (también como en el pasado) se trata más de un deseo que de una estrategia consolidada, resultando improbable utilizar este apoyo como elemento desatascador de la negociación.
En los próximos años seguiremos enfrentados a graves tensiones en campos muy diversos: desigualdades, crisis ecológica, altibajos económicos, problemas relacionados con las migraciones, autoritarismo institucional, la cuestión catalana… Sólo con un enorme trabajo en diferentes niveles (el institucional y el de la presencia social) podremos evitar que deriven en tragedias. Y más que un juego de la gallina, lo que nos hace falta es consolidar un espacio social que neutralice los impactos negativos y ofrezca perspectivas sociales diferentes. A tal fin, no sólo hace falta contar con ministerios y altos cargos: se precisa un tejido social diverso y, al mismo, tiempo bien articulado que lo favorezca. Como plantea la fábula de Moby Dick, obsesionarse con un solo objetivo conduce a la tragedia.
IV
La sociedad española está sujeta a unas líneas de tensión que puede acabar generando un verdadero desastre social, en términos de condiciones de vida y en términos de calidad democrática. En ambos espacios el desastre ya muestra la patita: bolsas de pobreza insoportables, deterioro ambiental, crecimiento de la extrema derecha y de su complementario, un nacionalismo periférico excluyente. Para hacerles frente, se requiere tanto de un buen gobierno como de una estrategia socio-política a largo plazo.
El juego político entre los tres bloques, y las contradicciones internas en cada uno, especialmente en el de la izquierda, lo que están provocando es un auténtico agravamiento de la situación (aunque tampoco somos tan originales: Italia puede volver a ser un referente en este sentido, como antes lo había sido para la izquierda). Algunos de los generales muestran comportamientos patológicos. Para la derecha esto no es un gran problema, el deterioro les puede llevar de nuevo al poder, su ignorancia sobre muchos problemas es insensata y su falta de empatía social psicopática. Pero para el resto es un desastre. Y por ello es momento de exigir a nuestros líderes, a nuestras organizaciones políticas y sociales, capacidad de visión y propuesta de largo alcance. Y a la gente común, dado lo que está en juego, una implicación social importante.
30/6/2019
Utopía y emancipación social
Antonio Madrid Pérez
Hace unos 20 años usaba en clase la expresión ‘justicia social’ y se me entendía. Eso creo. Lo mismo estoy equivocado y en realidad las personas jóvenes a las que me dirigía nunca supieron a qué me refería cuando les hablaba de ‘justicia social’. Hablábamos de la lucha por los derechos, de acceso a la justicia, de las propuestas transformadoras que empujaban los movimientos sociales, de las injusticias sociales. Hoy, cuando hablo de ‘justicia social’ en clase noto que ha desaparecido el terreno mental común que favorecía ese compartir ideas y análisis en clase. Es posible que esta apreciación sea incorrecta y que, en realidad, lo que digo ponga de manifiesto que el tiempo no pasa en balde. Lo acepto. Es evidente que es así. Sin embargo, pese a los evidentes efectos que tiene el paso del tiempo, durante los últimos años se ha dado cada vez más importancia a la pregunta: ¿qué idealidad queremos y podemos proponer para conseguir ‘un mundo mejor? Al decir ‘un mundo mejor’ apelo al lema que marcó el principio del siglo XXI y que la crisis de 2008 parece haber barrido del mapa. Por ‘un mundo mejor’ entiendo la voluntad democrática de defensa de derechos y libertades que permitan sociedades igualitarias sostenibles.
Paco Fernández Buey defendió el contenido transformador que puede tener la idealidad utópica, en tanto que idealidad vinculada a las acciones transformadoras: “Algunos filósofos amigos míos han llegado últimamente a la conclusión de que el tiempo de las utopías pasó. No estoy de acuerdo. […] ese tiempo no pasó para los que aún tienen un mundo que ganar y una esperanza. En relación con esto, y en polémica con los dadores de palmaditas en el hombro derecho del otro, sugiero que hay al menos dos cosas que no se pueden dejar en manos de los de arriba si uno, estando a favor de los pobres, desheredados, oprimidos y excluidos de la tierra, mujeres y varones, quiere que sus actos concuerden con sus dichos y pretende hacer, por tanto, algo serio y práctico en favor de un mundo más justo, más igualitario y más habitable” (Utopías e ilusiones naturales, El Viejo Topo, 2007, p. 15). Estas dos cosas que no se podían dejar en manos de los de arriba eran: la definición de las palabras (que no sean los de arriba quienes digan qué es utopía y si es realizable o no) y que la ciencia no esté en manos de los de arriba “contraponiendo ésta a la utopía”.
Hace unos días, el presidente ruso dijo en una entrevista publicada en The Financial Times que el liberalismo se había vuelto obsoleto, que entraba en conflicto con los intereses de la abrumadora mayoría de la población. Esta declaración se enmarcó en la reunión del G20 de finales de junio. Diferentes líderes europeos reaccionaron pronto frente a esta provocación. El presidente del Consejo de Europa, Donald Tusk, dijo que estaba profundamente en desacuerdo con Putin, y que lo que estaba obsoleto era el autoritarismo, el culto a la persona y el gobierno de los oligarcas (https://es.euronews.com/2019/06/28/putin-el-liberalismo-esta-obsoleto).
Putin tiraba contra la democracia liberal, los derechos de las minorías, el multiculturalismo, las garantías penales. Resumía lo que lleva años proponiendo y aplicando, como hacen otros hasta donde pueden. Timothy Snyder lo ha explicado con detalle en El camino hacia la No libertad (Galaxia Gutenberg, 2018).
En los últimos años se ha recuperado, y se va a recuperar más, la preocupación sobre el eje indisoluble entre las prácticas-proyectos emancipatorios y las idealidades utópicas insertas en esas prácticas-proyectos emancipatorios.
Manuel Sacristán [“De la idealidad en el Derecho” (1963), en Papeles de Filosofía: panfletos y materiales II, Icaria, 1984] explicó cómo al fundamentar el derecho, el pensamiento iusnaturalista y el pensamiento iuspositivista coincidían paradójicamente: el iusnaturalismo actuaba como un instrumento ideológico al servicio de la defensa “del viejo orden, entre nostalgia arcaizante y ambición imperialista, contra la constitución del socialismo”, mientras que “el soberano desprecio positivista por la ‘utopía’ acaba por situar al positivismo jurídico, formalista o no, en paradójica coincidencia final con la apología iusnaturalista del orden burgués” (p. 314).
El ‘soberano desprecio positivista por la utopía’ ayuda a reproducir el ‘orden burgués’ ya que imposibilita la apertura de nuevos horizontes políticos, sociales y culturales. Es en este sentido que la emancipación social precisa de la apertura que contiene la posibilidad utópica. Pero esta apertura también se necesita para tomar conciencia del peso que las idealidades utópicas han tenido en la conquista de bienestar social, de igualdad, de libertades. Si no cuidamos las miradas que nos permiten ser conscientes de las luchas por las ideas sociales, emancipadoras, de libertad y democráticas que han protagonizado otras personas antes que nosotros, ¿cómo vamos a poder imaginar un futuro mejor? La posibilidad de la apertura que contiene la utopía, o que da la introducción de la dimensión ideal en nuestra concepción socio-política, es esencial tanto para situarnos en la importancia de la fuerza de las ideas como para reconocer aquellas prácticas sociales que ya son en sí mismas emancipatorias y que muchas veces pasan desapercibidas.
Pongo un ejemplo, un pequeño ejemplo real que en sí mismo encierra lo que en términos laicos podríamos llamar un milagro. Hace unos días me encontré con una amiga en el parque infantil. Cuidaba de un niño de dos años. No era su hijo, ni familiar suyo. Me explicó que cuidaba por las tardes a este niño porque la madre del niño necesitaba apoyo. La madre no lo podía cuidar esos días porque se encontraba en una mala situación personal. A la tarde siguiente vi al mismo niño con otra mujer. Esta lo llevaba a la biblioteca. Esta segunda mujer me explicó que compartía con la primera mujer el cuidado de ese niño y que había pensado que le gustaría ir a la biblioteca a mirar cuentos. La primera mujer trabaja como limpiadora en la escuela a la que acude el niño. La segunda mujer es la directora del centro. Ninguna de las dos mujeres cobró por esta ayuda ni utilizó su jornada laboral para hacerlo. Lo hicieron porque su vivencia del apoyo, de la solidaridad, del compromiso, porque su moral o porque sus convicciones religiosas, políticas o filosóficas, las llevaron a hacerlo. No les pregunté por sus razones para hacer lo que hacían. En todo caso, ese acto contenía una apertura, contenía una idealidad que apostaba por el cuidado de un niño, por su presente y futuro, más allá de sus obligaciones profesionales, y sin que existieran obligaciones parentales o legales. Este pequeño acto encierra esperanza y es real al mismo tiempo. En ocasiones, el milagro, lo excepcional, no está en el hecho en sí, sino en la mirada de quienes lo practican y reconocen como tal. También está en los efectos que provoca.
Erik Olin Wright, en Construyendo utopías reales (Akal, 2014), hizo un considerable esfuerzo por explicar la importancia de las utopías reales y realizables. Esfuerzo que pasa por mostrar las bases empíricas y teóricas de esas utopías: “la finalidad fundamental de la tarea de imaginar utopías reales y pensar acerca de la relación entre las reformas institucionales y los ideales emancipadores es mejorar las posibilidades de realizar ciertos valores […]. El movimiento hacia los ideales igualitarios democráticos radicales de la justicia social y política no se dará simplemente como un producto colateral del cambio social no querido. Si esto ha de ser así, en nuestro futuro se producirá mediante las acciones conscientes de la gente que actúe colectivamente para conseguirlo” (p. 377).
Acción consciente que puede incorporar la reacción frente a situaciones de desesperación, de colapso (ver por ejemplo, Joaquim Sempere, Las cenizas de Prometeo. Transición energética y socialismo, Pasado & Presente, 2018) o de sufrimiento social. Pero, a no ser que nos hallemos en una situación agónica en la que la única salida posible puede acabar siendo saltar del edifico en llamas, las ideas y prácticas emancipatorias incorporan e incorporarán necesariamente la apertura inserta en la idealidad utópica.
Esta misma línea de reflexión ha sido trabajada por Michael Löwy desde un pensamiento que analiza las prácticas revolucionarias impulsadas desde la teología de la liberación (Cristianismo de liberación. Perspectivas marxistas y ecosocialistas, El Viejo Topo, 2019). Este libro recoge diversos textos de Löwy en los que desarrolla líneas de pensamiento que ya impulsaron Marx, Gramsci, Benjamin o Mariátegui, y que a partir de los años 60 del siglo pasado se hicieron presentes en las obras de teólogos activistas de lo que Löwy llama ‘cristianismo de liberación’: Camara, Assmann, Gutiérrez, Ellacuria, Boff, Betto y otros y otras. El cristianismo de liberación, en tanto que movimiento social latinoamericano, aunó reflexión religiosa y espiritual con prácticas revolucionarias. Si Benjamin veía en la teología un activador espiritual del materialismo histórico, Löwy utiliza este eje de reflexión para señalar que en América latina fue el marxismo el que vivificó la teología: “la asociación entre teología y marxismo con que soñaba el intelectual judío se reveló, a la luz de la experiencia histórica, no solo posible y fructífera, sino portadora de cambios revolucionarios” (p. 99). (Puede leerse una entrevista a Löwy en la revista Éxodo, n. 148, abril 2019).
No por casualidad Reyes Mate y José Antonio Zamora han añadido textos de Benjamin a la reedición ampliada de escritos de Marx sobre la religión (Karl Marx, Sobre la religión. De la alienación religiosa al fetichismo de la mercancía, Trotta, 2018). ¿Qué sentido tiene reeditar hoy los textos de Marx sobre la religión? ¿Y acompañarlos con otros textos de Benjamin? Creo que el centro de interés está no tanto en el análisis de la confesionalidad religiosa como en la presencia de espiritualidades religiosas, tanto las existentes como las buscadas, que siguen desempeñando un importante papel en la configuración de las sociedades contemporáneas y, al mismo tiempo, desempeñan un lugar central en la capacidad propositiva y la práctica emancipatoria.
Reyes Mate y José Antonio Zamora señalan que el análisis crítico de la religión sigue siendo necesario para comprender las sociedades contemporáneas, y, en este sentido, la crítica marxiana sigue siendo útil. Y lo es, no solo para reflexionar sobre los creyentes, sino también para profundizar y, en su caso, llevar a la práctica emancipatoria las idealidades utópicas que en común elijamos y construyamos.
30/6/2019
«Chernobyl»
Miguel Muñiz
Un ejemplo. Hasta hoy empleamos los viejos términos: «lejos-cerca», «nuestros-extraños»… Pero ¿qué quiere decir «lejos» o «cerca» después de Chernóbil, cuando ya al cuarto día sus nubes sobrevolaban África y China? La Tierra ha resultado ser tan pequeña. Ya no es la Tierra que conoció Colón. Es limitada. Ahora se nos ha formado una nueva sensación de espacio. Vivimos en un espacio arruinado.
Más aún. En los últimos años, el hombre vive cada vez más, pero, de todos modos, la vida humana sigue siendo minúscula e insignificante comparada con la de los radionúclidos instalados en nuestra Tierra. Muchos de ellos vivirán milenios. ¡Imposible asomarnos a esa lejanía! Ante este fenómeno experimentas una nueva sensación del tiempo. Y todo esto es Chernóbil. Sus huellas. Lo mismo ocurre con nuestra relación con el pasado, con la ciencia ficción, con nuestros conocimientos… El pasado se ha visto impotente ante Chernóbil; lo único que se ha salvado de nuestro saber es la sabiduría de que no sabemos. Se está produciendo una perestroika, una reestructuración de los sentimientos.
Svetlana Alexievich, Voces de Chernóbil. Crónica del futuro
Para P. Massachs que me ayudó a verlo claro.
Chernóbil: una palabra en el origen del activismo ecologista de parte de mi generación, el nombre de una catástrofe iniciada en el pasado y con mucho futuro por delante.
Este artículo no va sobre Chernobyl, la serie de la cadena de pago HBO mejor valorada de la historia (dicen), sino sobre el fenómeno informativo y mediático generado en torno a ella: titulares, reflexiones y (supuestos) debates.
No he visto la serie, y no tengo interés en verla, esperaré como mínimo hasta que se haya publicado este artículo para visualizarla. La razón de mi desinterés es fácil de explicar: el seguimiento de la catástrofe durante años me ha permitido comprender que los llamados hechos son algo muy relativo, dado el espeso telón de desinformación y secretos con el que la industria nuclear oculta, aún hoy, todo lo sucedido. A estas alturas, 33 años más tarde, los hechos que provocaron la catástrofe son casi lo de menos, lo más importante son las causas profundas y las consecuencias interminables. Justo de lo que no se debate.
El motivo de mi decisión de demorar el visionado también es fácil de entender: verla podía conducir a que este artículo tratase sobre el contraste entre la ficción y los datos que se conocen. Un falso contraste entre lo representado, medido y racionalizado en términos de cálculo de audiencia, y lo que no podremos nunca llegar a saber, ni a comprender. La trampa, un conjunto de banalidades sobre adecuación de la ropa de los protagonistas y el valor de los personajes de ficción (según he podido leer) para ocultar las preguntas obligadas: ¿cuáles son los límites que se deben respetar cuando se hace ficción sobre acontecimientos reales?, ¿hasta dónde es lícito llevar la ficción para evitar que dicha ficción sustituya el conocimiento de los hechos?
La mayor parte del tratamiento informativo de la serie son artículos redactados sin molestarse en contrastar documentación, ni sobre sobre los acontecimientos ni sobre los personajes: los calificativos elogiosos y el sensacionalismo abundan en una especulación que conduce a substituir la investigación por la narrativa de la ficción televisiva.
Parte de lo publicado son especulaciones sobre el contraste entre la narrativa y los sucesos al nivel más nimio, sobre la “verdad”, o algo que se le parezca, silenciando la mezcla de secretos, mentiras y complicidades, que rodea los hechos; la misma combinación que marca el desarrollo de una catástrofe que continua hoy, 33 años después.
Existe otra parte aún peor: la especulativa, la que toma la serie como pretexto para ejercicios intelectuales o de geopolítica cultural, o para alguna chusca reivindicación política.
Y la parte más desagradable de todas. Las referencias al libro Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexievich, que aparecen en varios artículos que ensalzan las virtudes de la serie. Desagradable porque la crudeza y el horror que refleja y documenta esa obra desborda cualquier tratamiento audiovisual, y porque la mayor parte del libro son voces interiores, reflexiones y pensamientos, algo que casa mal con el entretenimiento.
Incluso donde debería predominar el pensamiento crítico hacia la serie, éste se ha eludido, o su mención se ha utilizado como pretexto para difundir una actividad a la que no se da publicidad directa, o se ha analizado el contenido sin entrar en la crítica.
En este panorama general hay unas pocas excepciones que conviene destacar. Me centro en las tres que abordan temas silenciados: el artículo de Pascual Serrano, que plantea una interesante reflexión sobre la serie como ejemplo de selección y tratamiento sesgado de determinados acontecimientos históricos para vender espectáculo; el artículo de Rafael Poch de Feliu, que destaca la omisión, nada inocente, del carácter global de la catástrofe, porque una de las pautas de debate impuestas desde la industria nuclear (y aceptada sumisamente por el ecologismo institucional) es que un accidente nuclear es como cualquier accidente industrial; y la reflexión de María Santana Fernández, sobre la serie como ejemplo de la querencia de la industria de entretenimiento de los EE.UU. por las catástrofes, las implicaciones ideológicas, el embrutecimiento de la sensibilidad que todo ello conlleva, y los posibles motivos de este espectáculo continuado de distopías de ficción o, como en este caso, de realidades distópicas teatralizadas. Tres muestras destacadas de opinión crítica. En conjunto, muy poca cosa.
Mención aparte merecen los escasos artículos que han aprovechado el tirón de la serie para poner en evidencia aspectos políticamente incorrectos y, por tanto, silenciados, porque en el ansia de beneficios que produce el espectáculo de una catástrofe real tratada como entretenimiento de ficción, no tienen cabida cosas tan poco rentables y tan poco espectaculares como la solidaridad anónima o el trabajo callado.
Cuando el pasado abril redacté el artículo correspondiente al 33 aniversario del inicio de Chernóbil mencioné que, dentro de la indiferencia y la rutina informativa que rodea cada 26 de abril, existían siete colectivos que tenían bien presente la fecha. Los lugares 2, 3 y 4 de dichos colectivos correspondían a los que la aprovechaban como negocio. En segundo lugar, figuraba la industria turística, en el tercero la industria del entretenimiento y en el cuarto los videojuegos. Las sinergias entre estos tres ámbitos de negocio entre las clases acomodadas son de sobra conocidas: un fenómeno televisivo o cinematográfico actúa como “arrastre” de la industria turística (basta recordar todo el fenómeno de recorridos turísticos en Suecia al calor de la serie novelística de “Milenium”) cosa que, según la prensa, ya se está produciendo con Chernobyl; sólo cabe esperar un tiempo para comprobar si la industria del video juego también sacará partido de ese éxito.
Para finalizar vayamos a Chernóbil, no a Chernobyl, y hagamos el siempre incómodo y desagradable ejercicio de recordar: empecemos por las dimensiones, los protagonistas silenciados, con todas sus contradicciones, la responsabilidad de los países con centrales nucleares en las causas y las consecuencias y, sobre todo, en lo poco que se sabe de las víctimas, las de entonces y las de ahora. Un ejercicio que implica demasiado esfuerzo intelectual si lo comparamos con lo fácil que es sentarse ante la pantalla y gozar de un espectáculo que, como todos los espectáculos, como todos los productos de la industria del entretenimiento, también tiene fecha de caducidad fijada, pero, seamos realistas, pueden suponer una sensación agradable mientras se consumen.
Casi todo lo escrito sobre Chernobyl repite el mantra de su carácter de peor accidente nuclear, pero se trata de una doble mentira: no es un accidente, y Fukushima es mucho peor. E impera un silencio clamoroso sobre una cuestión: ¿Ha supervisado la Agencia Internacional de Energía Atómica este producto televisivo?
[Miguel Muñiz Gutiérrez mantiene la página de divulgación energética www.sirenovablesnuclearno.org]
26/6/2019
¿Viene otra crisis?
Cuaderno de postcrisis: 19
Albert Recio Andreu
I
En el verano del 2018, cuando abrí este cuaderno —es un hábito pueril, cada dos cursos trato de agrupar mis notas mensuales bajo un título común— me pareció adecuado un título que correspondiera a la visión dominante del momento sobre la coyuntura económica. Es una cuestión de nombres que tiene cierta relevancia. Para mucha gente de izquierdas seguimos instalados en la crisis porque persisten muchos de sus efectos: bajos salarios, desempleo alto, deterioro de los servicios sociales, problemas de vivienda… Pero el análisis convencional atiende sólo a las variaciones del PIB y a algunos indicadores básicos.
Por otra parte, aunque la crisis de 2008 significó un verdadero terremoto, muchos de sus peores efectos ya eran visibles en el período anterior de pretendido auge. El debate sobre la precariedad se gestó en la década de los ochenta, justo cuando se impusieron las políticas de flexibilidad laboral orientadas a erosionar los derechos laborales. Los problemas del desempleo, las deslocalizaciones, nos acompañan desde hace casi cinco décadas. Tampoco la externalización de servicios públicos y los recortes fueron un resultado automático de la crisis. Ya estaban presentes en las políticas introducidas, por ejemplo, por los conservadores británicos. Y en nuestro país éste ha sido un tema presente a lo largo de todo el período democrático. Incluso tendemos a pasar por alto —la memoria es débil— que los problemas de vivienda ya eran acuciantes cuando se construían edificios residenciales en cantidades ingentes (no por casualidad la PAH estuvo promovida por la misma gente que antes había creado “V de Vivienda” para protestar contra las dificultades de acceso de los jóvenes a una vivienda digna). Lo que hizo la crisis fue dar una oportunidad a las élites para imponer un nuevo ritmo a su programa neoliberal y agravar una tendencia estructural que venía de lejos. Por eso es compatible considerar que la crisis ha acabado y al mismo tiempo que sus efectos persisten en el tiempo.
En esto último también hay una importante cuestión de perspectiva teórica. Para muchos economistas la evolución de la economía es una mera oscilación en torno a un equilibrio (aunque éste sea dinámico e incorpore el crecimiento a largo plazo): tras una caída la economía recupera su situación anterior y todo vuelve a ser igual que antes. En esto reside el manido eslogan de que “hay que salir de la crisis”, equivalente a salir de un valle y recuperar cota en cualquier travesía. Es lo que yo llamo un pensamiento de “economía de pizarra”, porque en la pizarra todo se puede borrar y reescribir. Pero el mundo real no funciona así y después de una crisis profunda las cosas no son necesariamente iguales: la crisis ha contribuido a cambiar la estructura productiva, ha generado víctimas no siempre recuperables, ha afectado a las políticas económicas y sociales, ha recompuesto los equilibrios de poder entre grupos capitalistas y entre éstos y la sociedad. De ahí que la salida de la crisis nunca sea una vuelta al pasado, sino sólo la recuperación de la dinámica capitalista en un nuevo contexto.
II
La pregunta que varías personas me han planteado es si se da la posibilidad de que en unos pocos meses volvamos a estar en crisis. (Curiosamente quienes me lo han planteado con mayor frecuencia son personas que tienen una cierta actividad de inversión en bolsa, más preocupadas que la media por “su” dinero y más seguidoras de los medios de comunicación económicos). Hay muchos indicios preocupantes desde una óptica convencional (muchos más desde la otra, aunque se sitúan en otro terreno) y el estancamiento de algunas economías europeas, así como las guerras comerciales impredecibles (sobre todo gracias a Trump) son lo que más preocupan a los analistas que llenan los debates mediáticos. Algunos ejercen de agoreros profesionales en el reparto de papeles que suelen practicar las tertulias de expertos.
Creo que la única respuesta posible es seguir la línea argumental que desarrolló Lester Thurow en El futuro del capitalismo, publicado en 1996. En su análisis destacaba que las sociedades capitalistas descansaban sobre “fallas tectónicas” cuyo movimiento podían generar terremotos económicos. Vivir sobre una falla tectónica no supone estar en un terremoto continuo, pero sí que sus habitantes perciben con relativa frecuencia esta posibilidad (como bien saben japoneses, mexicanos y californianos) y que en algunos casos la magnitud de escala provoca verdaderos desastres, como el de Fukushima (también con efectos irreversibles). No hay forma de predecir con precisión cuándo las placas se pondrán en movimiento, pero sí de establecer la probabilidad de que un territorio lo padezca.
Hay numerosas fallas tectónicas en nuestro subsuelo económico, correspondientes a las diferentes explicaciones de las teorías sobre las crisis económicas. Algunas escuelas de pensamiento rivalizan en considerar que su particular hipótesis es la esencial (por ejemplo, muchos académicos marxistas insisten en la tendencia decreciente de la tasa de ganancia). Mi punto de vista en este campo es ecléctico: la economía capitalista real descansa sobre tal cúmulo de contradicciones que cualquiera de ellas puede generar la crisis.
A título de ejemplos:
- La especialización productiva entre territorios se traduce en fuertes desigualdades en la balanza exterior de los países, de modo que los hay con excedentes y los hay con déficits persistentes. Éstos pueden provocar desequilibrios financieros que están en la base de crisis.
- Esa misma especialización hace a algunos países muy dependientes de la exportación de unos determinados productos. Lo que ocurra en estos mercados particulares (aumentos o subidas de precios, alteraciones en la demanda) puede desestabilizar economías enteras y afectar al conjunto.
- Gran parte de la economía mundial se basa en mantener bajo el costo de determinados inputs, especialmente la energía. Si por ejemplo ésta experimenta un brusco incremento (como ya ocurrió en los setenta o como la que predicen los defensores del pico del petróleo), sectores enteros de actividad pueden quedar afectados.
- El cambio climático puede afectar a la producción de alimentos y otras materias primas con efectos parecidos a lo anterior (y como sabemos ya, con movimientos de población de evidente impacto social).
- Los cambios en la distribución de la renta afectan a la cantidad del gasto en consumo y a la estructura del mismo, y tienen impacto potencial en el volumen y composición del empleo y la producción. Nunca hay un ajuste fino y los impactos de un sector pueden extenderse a otros.
- En las economías capitalistas, los directivos empresariales toman un gran número de decisiones en función de la rentabilidad esperada y de la demanda. Son decisiones individuales basadas casi siempre en creencias, información imperfecta, etc. Un fallo en las previsiones o la inadecuación de las mimas pueden conducir también a una crisis. La tasa de ganancia obtenida y los problemas de demanda son dos de las cuestiones recurrentes en el análisis de las crisis.
- En las economías capitalistas reales el sector financiero juega un papel crucial. De hecho, la economía actual está basada en el endeudamiento: de empresas, particulares y estados. El sector financiero tiene una gran tendencia a la inestabilidad y a la generación de burbujas especulativas. Juega un papel central en los procesos de especulación urbana. Y ha sido, desde siempre, una fuente de generación de problemas.
- El sector público tiene un papel crucial en el funcionamiento de la mayoría de economías reales. Habitualmente es un factor de estabilización y regulación para evitar que los desmanes del mercado afecten al edificio entero. Pero esto no está siempre garantizado, y decisiones políticas de los grandes estados pueden precipitar crisis. El impacto de las políticas de ajuste impuestas por la Unión Europea en 2010 por presión de Alemania y sus aliados son una buena prueba de ello.
En suma, la economía capitalista mundial tiene los mismos problemas que los sofisticados sistemas eléctricos que ayudan a organizar nuestras vidas. Son enormemente complejos y sofisticados. Pero, al mismo tiempo, vulnerables. Y de vez en cuando colapsan, como ha ocurrido hace pocos días en Argentina, Uruguay y Paraguay. Una economía más manejable y socialmente responsable exige otra lógica organitzativa y social.
III
Es imposible saber si alguna de las fuerzas que he detallado, u otras omitidas, están creando las condiciones para una crisis inmediata. Pero tenemos bastantes números para que lo de 2010 pueda repetirse bajo otra forma y otros detonantes. La salida actual de la crisis se ha basado en una práctica desregulación monetaria que ha facilitado crédito ilimitado a financieros y grandes deudores. El Estado español, por ejemplo, ha visto aumentar el endeudamiento desde un 64% en que lo dejó el gobierno de Rodríguez Zapatero hasta cerca del 100% con que se encontró el nuevo gobierno de Pedro Sánchez. Este aumento hubiera sido muy difícil de soportar si no se hubiera producido una fuerte reducción de los intereses a pagar.
Hoy el endeudamiento masivo es mucho mayor, pero su coste se ha abaratado. Los bancos centrales (BCE, Fed) han generado grandes masas de dinero barato y lo que no está claro es qué podrían hacer en caso de una nueva recesión. Además de tener un sistema frágil, es posible que también estemos inmersos en una dinámica que nadie sabe como revertir. Y que nos puede conducir a nuevos desastres económicos, sociales y ambientales.
Por ello, más que preocuparnos por si viene o no la crisis (si ésta viniera y solo afectara a los rentistas, hasta podría ser una buena ayuda para cercenar los impulsos especulativos de la sociedad, aunque no es esto lo que suele suceder y los grandes “paganos” suelen ser los más pobres), lo que de verdad nos debería tener desvelados es pensar qué tenemos que hacer para afrontar los grandes problemas que ya teníamos y que la crisis acrecentó.
Buen verano y pensad en ello. La rentrée será complicada.
30/6/2019
Seguridad y espacio público
Pere Ortega
La izquierda situada a la izquierda del PSOE, en este país, nunca ha tenido un programa político bien definido sobre cómo abordar la cuestión de la seguridad ciudadana y siempre ha dejado en manos del resto de partidos tan delicada cuestión. Y, aunque en algunas ocasiones ha dirigido la seguridad y sus programas han abordado esta cuestión, éstos siempre han sido indefinidos, poco claros respecto a cuestiones clave, empezando por la de una definición de qué se entiende por seguridad. Ciertamente la seguridad es un concepto abstracto pero que, sin concreción, no permite abordar cuestiones como la seguridad en el espacio público en las ciudades u otras de mayor enjundia: las diversas violencias que afectan a las ciudades, singularmente la delincuencia común y el crimen organizado.
Aquí se ofrece una aproximación desde un punto de vista de construcción de paz en las ciudades, a partir del concepto de seguridad humana abordado en Naciones Unidas en 1996.
* * *
La seguridad en el espacio público tiene un enfoque muy diferente según el lugar donde están enclavadas las ciudades. Pues, aunque en todos los casos se tendrá que regular y gestionar el espacio público, no tienen los mismos problemas de seguridad las ciudades de los países empobrecidos de Latinoamérica, subsaharianos o del sur asiático que las del mundo occidental enriquecido. En ese mundo, antes denominado tercero, hoy mesurado por su desarrollo humano (PNUD), existen ciudades donde se dan casos muy generalizados de violencia estructural con barrios muy marginales presos del crimen organizado como medio de subsistencia. Mientras que, en las ciudades occidentales, a pesar de que también existe marginalidad y crimen organizado, éste no tiene el mismo peso. Aun así, el escenario y las causas son comunes, porque la responsabilidad de la situación recae sobre el fenómeno denominado como globalización neoliberal. Algunos de sus actores, como las grandes corporaciones que la gobiernan, han expulsado de los servicios comunitarios a mucha población mediante prácticas mercantiles muy agresivas, con la consiguiente degradación de la calidad de la vida urbana y de los derechos de ciudadanía.
Esto obliga a analizar la causalidad de las diferentes violencias y, en ese sentido, a diferenciar entre clases de violencia, pues el origen de éstas determina que se hayan de arbitrar soluciones y normativas diferentes.
La violencia directa es la única que en general se percibe. Se identifica con la agresión física o psicológica contra las personas, ya sea a través del mal trato, golpe, robo, asesinato, tortura, violación, insulto, intimidación, asedio o menosprecio.
Pero además están las violencias que son la causa directa de la existencia de violencias personales. Una es la violencia estructural, que se expresa en las diferencias de renta o en la esperanza de vida entre la población que habita en barrios ricos, provistos de toda clase de equipamientos y servicios, frente a las de los barrios donde las clases populares viven de manera precaria o muy precaria, con pocos servicios (o ninguno), lo que determina la marginación de personas y de barrios enteros.
Otra violencia es la cultural, precisamente la que legitima la estructural y la personal. Está conformada por ideologías, estereotipos y universos simbólicos presentes en el lenguaje, las creencias y las religiones. Es aquella violencia que considera a determinados estratos de personas seres superiores por cuestiones relacionadas con la etnia, la lengua, la religión, la ideología o el género; e inferiores a los diferentes, ya sea por el color de la piel, por pertenecer a otra cultura o por practicar una religión distinta. Aquella que impide a las mujeres disfrutar de los mismos derechos que los hombres; a los colectivos LGTBI y a otras minorías a desarrollar sus identidades. Es una violencia que de manera subliminal se puede encontrar en el lenguaje despectivo utilizado por la etnia dominante en los medios de comunicación, la publicidad, canciones y cine, y que justifica la exclusión y la marginación de las minorías.
Unas y otras violencias comportan que la ciudadanía entre en disputa por el espacio público y son las que requieren políticas urbanas que proporcionen seguridad.
Pero se debe ser cuidadoso con el concepto de seguridad, porque es un concepto de doble dimensión: no la entiende de igual forma el estado que la ciudadanía y, por tanto, de acuerdo cómo la seguridad sea interpretada, se puede convertir en una falacia. En el mundo enriquecido, blanco, patriarcal y masculino occidental, el concepto de seguridad se ha construido como defensivo frente a los otros, los diferentes convertidos en contrarios. Una seguridad que los estados asocian a defensa, y la conciben siempre desde el ámbito policial y militar para disuadir, prevenir o intervenir ante amenazas externas o internas.
Así, pues, la seguridad es un concepto polisémico, mucho más amplio, que engloba todos los ámbitos de la vida de las personas. De ahí las voces críticas (Henry Lefevre, David Harwey y Saskia Sassen) que se alejan de la idea de seguridad en su concepción tradicional de los estados, para añadir la existencia de otras fuentes de inseguridad como las económicas o las medioambientales.
Hay factores que han llevado a criminalizar el espacio urbano en función de sus usos y habitantes, como ocurre con ciertos barrios o espacios estigmatizados como lugares de delincuencia y violencia. Se trata de un fenómeno que se da en muchas ciudades, en especial en países con altas desigualdades sociales (como los latinoamericanos) donde la seguridad policial es tratada con técnicas militares.
Es el caso de México, donde la lucha contra el crimen organizado llevada a cabo a partir de 2006 por el presidente Felipe Calderón —quien declaró la “guerra” a las bandas del narcotráfico— comportó que, durante su mandato, hasta 2012, el número de muertes alcanzara la increíble cifra de 121.600 personas. Más recientemente, el nuevo presidente Andrés Manuel López Obrador ha dispuesto crear un nuevo cuerpo policial, la Guardia Nacional, provista de 50.000 efectivos para hacer frente al crimen organizado, dado que los cuerpos policiales estaban “contaminados” (penetrados) por las bandas que controlan el narcotráfico. Un nuevo cuerpo que sin duda utilizará técnicas y estrategias de cariz militar y cuyo desarrollo habrá que seguir para poder medir su efectividad, ya que puede comportar una nueva escalada de muertes.
Otro ejemplo es el del Brasil, donde el nuevo presidente Jair Bolsonaro, excapitán del ejército, está preparando un proyecto para que las fuerzas armadas amplíen su actuación al ámbito civil y se dediquen a garantizar la seguridad pública actuando contra el crimen organizado.
La misma tendencia se está dando en algunos países occidentales. En la ciudad de Nueva York, barrios enteros han sido estigmatizados y criminalizados por la excesiva presión policial en el control y vigilancia de los habitantes que allí residen, al punto de introducirse chekpoints de control de entrada y salida en determinados espacios, hecho que ha comportado a que se hable de “militarismo urbano”. En este sentido, la respuesta que algunos gobiernos dan a las inseguridades urbanas ha llevado a considerar ciertos conflictos como “guerras urbanas” (Ruiz, 2018; Kaufman, 2016; Graham, 2012).
Esta criminalización de algunos espacios urbanos y de barrios enteros lleva a querer realizar el “sueño” securitario en los centros urbanos de las ciudades, a través de una presencia policial fuerte. Cuando lo que se debería llevar a cabo es una planificación del conjunto urbano de la ciudad que reduzca las desigualdades debidas a la densificación poblacional y la falta de servicios. Para ello, lo adecuado es la construcción de múltiples centralidades y órdenes diferentes que permitan una toma de decisiones acorde a la realidad de cada espacio y barrio.
La seguridad en el espacio público
Las situaciones descritas requieren de una reflexión más profunda que permita ir a las raíces de las violencias. Así, las denominadas “ciudades globales” se han convertido en espacios estratégicos para el liberalismo hoy imperante en un mundo donde se practican operaciones mercantiles muy agresivas hacia la ciudadanía residente, al extremo de convertirla en prescindible. Una población que no es necesaria ni como asalariada, ni como consumidora. Ello ha llevado a que se hable de “ciudades fallidas”, “selvas urbanas”, “urbicidio”, “ecofascismo” o “ciudades en guerra”. Lugares donde los habitantes se convierten en “residentes” pero retrocede su derecho a la ciudadanía. Se trata de un reto para que la población tome en consideración la exigencia del derecho a la ciudad, al abrigo de la aspiración a recuperar el sentido genuino de la “política” que surge precisamente vinculado a la participación de la población en la polis.
En este sentido, es muy importante la planificación urbana de la ciudad y sus barrios, donde no debería haber barreras que creen “fronteras” productoras de rupturas territoriales y de una separación y exclusión que afecta especialmente a las capas sociales con menos ingresos y divide a la población por orden generacional (barrios con mucha gente mayor o joven), étnicamente (barrios con alta densidad de migrantes), o por división social (barrios obreros). De este modo, una gran parte de la población, para disponer de viviendas asequibles de acuerdo con sus bajos salarios, se ve obligada a desplazarse a barrios-dormitorio con escasos servicios, donde la vivienda es más barata.
Unos barrios donde las clases populares sí hacen uso del espacio público, convirtiéndolo en lugar de encuentro social y de convivencia. Mientras las clases altas viven encerradas en sus domicilios dentro de barrios cada vez más privativos, con acceso a toda clase de servicios mercantiles privados y un hiperconsumismo que alcanza todas las esferas: comida, ocio, cine o sexo.
Para romper esta dinámica de división clasista, el espacio público tiene que convertirse en un elemento básico en la constitución de una nueva forma de inclusión social y territorial. Porque sin espacios públicos de calidad no hay convivencia posible ni estructura urbana satisfactoria y, por tanto, tampoco seguridad humana. Por ello, el ordenamiento y construcción del espacio público no es en absoluto una tarea policial ni por tanto securitaria. El espacio público tiene que ser el lugar donde se dirima la disputa por la libertad, la integración, la visibilidad, la representación, y no un lugar de control social en cualquiera de sus formas.
En suma, el espacio público es un lugar donde se dirimen conflictos que, en algunas ocasiones, pueden generar violencia. Ésta debe ser afrontada y obliga a regular la ocupación del espacio público por parte de los gobiernos municipales. Pero esta regulación tiene que tener como objetivo conseguir cohesión social entre la población e impedir el desarraigo y la marginación, a la vez que desarrollar políticas urbanísticas que descentralicen las grandes urbes en barrios que contengan sus propios centros. Lugares donde se facilite la convivencia de acuerdo con las peculiaridades culturales de su población y en los que sea ineludible la participación de la propia ciudadanía y sus organizaciones.
Estas políticas municipales de regulación del espacio público tendrían que tener en cuenta la seguridad humana en el sentido amplio que se ha descrito, y no la securitaria entendida como persecución del delito. Es decir, una seguridad destinada a proporcionar cuidado y dar satisfacción a las necesidades básicas que permitan el pleno desarrollo de las personas para vivir una vida digna de ser vivida.
Bibliografía
Graham, Stepfhen (2010), Cities Under Siege: The new Military Urbanism, London, Verso.
Harvey, David (2013), El derecho a la ciudad, New Left Review (edición española) n.º 54.
Kaufman, E. (2016), Policing mobilities through bio-spatial proliging in New York City, Political Geography. Elsevier Ltd.
Lefebvre, Henry (2013), La producción del espacio, Madrid, Capitán Swing.
Lefebvre, Henry (1975), El derecho a la ciudad, Madrid, Península.
Nájar, Alberto (2019), "La Guardia Nacional de México: quién es Lucia Riojas, la única legisladora que se opuso al controvertido cuerpo de seguridad", BBC News Mundo, 2 de marzo de 2019.
Ruiz, Ainhoa (2018), Desmilitarización del espacio urbano, en Políticas de Seguridad para la Paz, Barcelona, Icària.
Sassen, Saskia (1999), La Ciudad global, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires.
UNDP, Human Developement Report 1996 http://hdr.undp.org/sites/default/files/reports/257/hdr_1996_en_complete_nostats.pdf
[Este artículo forma parte de un trabajo más amplio con el título “Violencia, seguridad y construcción de paz en las ciudades”, de próxima publicación en el Centre Delàs d’Estudis per la Pau]
20/6/2019
Sin futuro para nuestro alumnado
El cambio climático, el calentamiento global
Joan M. Girona
Las clases sociales más desfavorecidas, las personas sin trabajo y sin posibilidades de encontrarlo, las mujeres sometidas, las minorías culturales, los grupos familiares sin hogar fijo, desahuciados y acogidos... todo cabe dentro el saco del futuro de la Tierra.
Hace unos meses saltó la noticia: Alumnado joven que defiende la naturaleza. Unos cuantos estudiantes de secundaria y universidad de varios países de Europa hacen un llamamiento para luchar en contra del cambio climático o calentamiento de nuestro planeta. Dicen que lo hacen porque forman parte de la naturaleza y nos defienden a todas las personas. ¿Por qué no lo tenemos en cuenta? Quizás es el problema actual más grave a nivel mundial. ¿Cómo vivirán las generaciones futuras? Si no tienen futuro ¿qué interés en prepararse para algo que no llegará? Solidaridad intergeneracional bien entendida en dirección inversa: si la juventud puede transmitir conocimiento tecnológico a la generación adulta también pueden impulsarnos a cambiar a los que tenemos unos cuantos años. Desgraciadamente, y como síntoma muy clarificador, hemos constatado que en las campañas electorales que hemos vivido en nuestro país se ha hablado muy poco del calentamiento global: es un tema lejano en el que los políticos no quieren entrar, no fuera caso que salieran escaldados.
Lo pudimos constatar cuando el incendio de Notre Dame a París. Ya está a punto su reconstrucción, con suficiente dinero recogido en pocos días. Pero se queman millones de hectáreas en la Amazonia y la noticia tiene muy poco eco. Y evidentemente no se plantea la replantación de los árboles quemados. No es fácil cambiar la manera de vivir para hacer frente al calentamiento; hay demasiados intereses implicados.
Nos podemos replantear lo que a menudo pensamos de los adolescentes, uno de los prejuicios de muchas personas adultas. ¿Qué les interesa? ¿Estudiar? Es interesante que se planteen aspectos de lucha y transformación. No tienen miedo, se organizan haciendo de adolescentes.
En las escuelas e institutos nos toca de lleno hablar y reflexionar sobre todo aquello que nos rodea, sobre todo aquello que afecta a la vida y al crecimiento del alumnado. Tenemos que evitar que se cumpla la afirmación de Paul Nizan, “el estado laico quiere que el maestro haga en la sociedad burguesa el papel del cura en la época feudal: apoyar al sistema de explotación” [1]. Tenemos que ser consecuentes: hay que impulsar el pensamiento crítico de nuestro alumnado y, a la vez, el nuestro también.
Los chicos y las chicas ven seriamente amenazado su futuro vital. No saben si podrán vivir de aquí unos cuántos años. ¿Vale la pena esforzarse, estudiar, trabajar, prever qué quiero hacer si el mundo se acaba? Hemos visto manifestaciones y huelgas de estudiantes que culminaron el 15 de marzo pasado con actos en varios países de todo el mundo. Y constatamos que continúan las acciones de lucha en nuestro país.
Es posible que el cambio climático, un nombre más suave que el de calentamiento global —más adecuado atendiendo a lo que está pasando—, sea el problema más grave que enfrenta la humanidad hoy en día. Ahora bien, a la hora de reflexionar con el alumnado, hay que tener en cuenta otros aspectos relacionados. La carrera armamentística nuclear que ha vuelto a crecer para impulsar las ganancias de la economía capitalista que sufre un cierto estancamiento, o las guerras que se están llevando a cabo por los mismos motivos, por ejemplo, están influyendo muy directamente en el calentamiento del planeta. Por otro ladao, el aumento de temperaturas afectará más a los países del sur, a los países más pobres, que a los ricos del norte. De ahí que debamos repensar los comportamientos racistas que no son exclusivos de la población de a pie, por así decirlo, aquellos practicados por las administraciones de manera directa o indirecta. La crisis que estamos sufriendo y que continúa aumentando las desigualdades implica que unas personas sufrirán más las consecuencias que otros: las que pueden hacer frente a las necesidades energéticas y las que no.
Si no se reduce el gasto de energía, aunque sea de fuentes renovables, el futuro del planeta estará en cuestión. ¡Más elementos a tener en cuenta!
Merece la pena remarcar la importancia de actividades de aprendizaje y servicio para concienciar y actuar sobre la deriva mundial que impulsa el sistema económico imperante. Es bueno conocer qué está pasando en otros lugares. Hay luchas por mejorar en países del llamado tercer mundo, aunque a menudo las olvidamos. Deberíamos ser conscientes de que no somos el ombligo del mundo, como nos hace pensar a veces nuestra visión eurocéntrica, uno de los peligros de nuestras reflexiones poco pensadas.
También tenemos que evitar el falso sentimiento de culpa. Nosotros podemos disminuir las agresiones al medio ambiente, pero son las grandes industrias, los grandes monopolios los que realmente están estropeando el futuro de nuestros hijos y nietos. Es como un terrorismo intergeneracional: están condenando a las generaciones futuras.
Aunque dedicáramos mucho tiempo,el papel de la escuela no es suficiente, pero sí imprescindible. Hay que hablar, trabajar. Ahí, muchos aspectos de aquellos que nombramos como valores se pueden hacer patentes: antirracismo, pacifismo, consumismo responsable, lucha contra las desigualdades sociales y económicas... El calentamiento global, el futuro del planeta, pone en cuestión las relaciones de igualdad entre todas las personas. Las etnias, las clases sociales y los géneros quedan afectados de manera diferente. Sin ir más lejos tenemos que pensar seriamente por qué educadores y educadoras dedicamos más tiempo a los niños que a las niñas. De manera quizás inconsciente colaboramos en la desigualdad por motivos de género.
Las clases sociales más desfavorecidas, las personas sin trabajo y sin posibilidades de encontrarlo, las mujeres sometidas, las minorías culturales, los grupos familiares sin hogar fijo, desahuciados y acogidos... todo cabe dentro del saco del futuro de la Tierra, el único planeta que tenemos para vivir. La Tierra resistirá la subida de las temperaturas y parte de la naturaleza también; la especie humana quizás no. ¿Quedará herencia para los próximos años?
Todo lo escrito tiene relación directa con el titular: el futuro de la humanidad está en peligro, el futuro de la enseñanza también. Los gritos de alerta de jóvenes y adolescentes nos tienen que hacer replantear un montón de aspectos; tenemos que llevar a cabo entre todos y todas una sacudida que afecte la manera como vivimos, la manera como enfrentamos los retos vitales individuales y colectivos que tenemos delante. La escuela, como hemos dicho, no podrá hacerlo a solas, pero es una parte importante. No cambiaremos el mundo pero ayudaremos a cambiar a personas que sí podrán cambiar el mundo.
Notas:
[1] Paul Nizan, citado por J. Fontana (2005), La historia de los hombres.
[Joan M Girona es maestro y psicopedagogo. Texto publicado en catalán en el diari de l’educació, 23.05.2019]
12/6/2019
Ensayo
Antonio Antón
Hacia un Gobierno compartido
Tras las pasadas elecciones generales, con la victoria relativa del Partido Socialista, reafirmada en las recientes elecciones municipales, regionales y europeas, se refuerza el cambio hacia un nuevo ciclo político en España, cuyos perfiles y equilibrios están por definir. Sus inicios se produjeron hace un año con el desalojo del Partido Popular del Gobierno y el triunfo de la moción de censura progresista que hizo a Pedro Sánchez presidente del Ejecutivo. Este último año ha constituido una fase transitoria.
Para clarificar el nuevo proceso, en particular la gobernabilidad y su sentido político, hay que precisar, en primer lugar, el carácter y las limitaciones del ‘sanchismo’, su especificidad en el actual contexto y su pugna por la hegemonía en las izquierdas y frente a las derechas, así como sus equilibrios con Unidas Podemos por situarlo en una posición subordinada mientras necesita su colaboración de forma instrumental para gobernar. Así mismo, en segundo lugar, se realiza una valoración de los acuerdos estratégicos, los errores y los límites en el espacio del cambio. Ambos elementos complementarios constituyen el marco para, en tercer lugar, definir la orientación y la composición del llamado gobierno de cooperación, todavía impreciso, y el alcance y contenido de las negociaciones, quizá, hasta la segunda investidura en septiembre.
Limitaciones del ‘sanchismo’
Hace seis meses publiqué un artículo titulado “Una oportunidad para el sanchismo”). Hay que constatar que esa oportunidad la ha aprovechado al máximo Pedro Sánchez, que ha reforzado su capacidad de iniciativa y liderazgo. Por un lado, partía del fracaso político y de credibilidad del Gobierno de Rajoy, con su gestión regresiva y autoritaria de la crisis social, económica y territorial, plagada de corrupción y fuente de desigualdad. Por otro lado, tuvo que superar, con determinación y resistencia, la incapacidad y el autoritarismo interno de la dirección socialista anterior, hegemonizada por el susanismo y los principales barones territoriales; consiguió el aval mayoritario de los afiliados socialistas para avanzar en un proyecto autónomo y no subordinado a las derechas que pretendían justificar su continuidad como representación exclusiva de los poderes establecidos o del interés de España y su ciudadanía y sin cuestionamiento.
Nacía el ‘sanchismo’ como proyecto diferenciado del de las derechas y superador del lastre de desconfianza ciudadana a la última gestión gubernamental del Partido Socialista, su seguidismo continuista de la normalización política y económica impuesta por las derechas y su impotencia posterior para salir de su crisis de credibilidad social y desafección electoral. Tras el fracaso del primer Pedro Sánchez, con su pacto continuista con Ciudadanos, y dada su debilidad parlamentaria, solo le cabía aproximarse a la otra opción: el acuerdo con Unidas Podemos junto con la colaboración nacionalista. La moción de censura y su investidura estaban hechas. Los suficientes números representativos en el Parlamento, existentes desde 2016, la demanda democrática de la mayoría social, junto con la firmeza de las fuerzas del cambio y los objetivos progresistas compartidos con una nueva voluntad política, redescubiertos por la dirección socialista tras la felonía del Partido Popular, abrieron el camino a la nueva etapa institucional.
El sentido político y la conjunción de fuerzas sociopolíticas que impulsaron este nuevo proceso estaban claras. Por una parte, conllevaba tres tareas fundamentales, mayoritarias en la sociedad española: abordar la fuerte desigualdad desde criterios de justicia social; dejar atrás la corrupción política e impulsar la regeneración democrática de las instituciones, y encauzar el conflicto territorial a través de formas dialogadas. Por otra parte, ante el bloqueo de las derechas (PP y CS), necesitaba unos acuerdos regeneradores y de progreso, aun limitados, para asentarse en el poder. Debía contar con el apoyo de Unidas Podemos, con quien formalizó un pacto político y presupuestario con un significativo contenido social, y los grupos nacionalistas. Imperaba el realismo y el pragmatismo político y la prioridad por los intereses comunes de dejar atrás el ciclo derechista. El acuerdo era frágil pero suficiente para el objetivo transitorio e instrumental de ampliar su base electoral e incrementar su capacidad de liderazgo y la determinación del nuevo proyecto para España, con mayor posición de ventaja.
Su balance, con los resultados electorales y el nuevo mapa político, es positivo. Se ha frenado el empuje de las tres derechas y el riesgo de involución social, política, territorial y democrática. El plan socialista ha aprovechado la coyuntura favorable, derivada de la debilidad del PP y la inconsistencia y división de los demás actores. Ha sido suficiente para conseguir unos objetivos mínimos: romper la hegemonía institucional de las derechas y reforzar su capacidad y centralidad política respecto de los otros dos bloques, socios iniciales, el espacio del cambio y los sectores nacionalistas. Pero su representatividad de 122 diputados es insuficiente. Vale para liderar el Gobierno, dada la ausencia de otras mayorías parlamentarias alternativas y su distancia relativa respecto del resto; pero no es suficiente para garantizar en solitario o sin un compromiso claro y duradero la implementación de su proyecto y la estabilidad gubernamental y parlamentaria.
Ahora no se trata de un plan provisional y poco sólido, aspectos que quedan más visibles como insuficiencias para armar un proyecto fiable y estable para la nueva legislatura. El marco político, este último año, combinaba el avance de esos objetivos progresistas y democráticos compartidos, con la dependencia de una estrategia partidista en el plano electoral que buscaba ensanchar su electorado ante las inminentes elecciones generales, sin necesidad de una auténtica apuesta transformadora y firme en las políticas y alianzas de progreso que es lo que exige la nueva etapa.
El problema principal se sitúa en el proyecto político que engloba, pero va más allá, con dos componentes fundamentales: lo que, de forma a veces simplificada, se menciona del ‘programa’ gubernamental y, por supuesto, la importancia decisiva de la composición gubernamental y ejecutiva, así como los mecanismos que garantizan su cumplimiento. Por tanto, hay que clarificar cuál es el proyecto de conjunto para el país (de países), la estrategia general del cambio de progreso en España, con los apoyos sociales correspondientes, del que dependen la articulación de las políticas concretas, las alianzas parlamentarias y los equipos gestores.
Una necesidad mutua
El Partido Socialista presume de sus fortalezas comparativas en el plano europeo, en particular su ascenso electoral, respecto de la socialdemocracia en crisis en países significativos (Francia, Alemania, Italia, Grecia). Se olvida de sus debilidades estructurales e históricas, de las causas profundas que también ha compartido en el pasado: su gestión regresiva y prepotente de la crisis social, económica y política. En España la desafección electoral por su gestión gubernamental de la crisis ya le trajo una reducción de más de cuatro millones de votantes en el año 2011 (respecto del año 2008), incrementados por la disminución de otros dos millones hasta 2016 por su incapacidad para dar una respuesta de progreso.
El ‘sanchismo’, despegado de esa herencia y con un nuevo perfil reformador y democrático, ha demostrado que hay vasos comunicantes entre las bases sociales de ambos campos. Ha recuperado dos millones de votantes desafectos inicialmente, luego intermedios y situados entre los dos espacios y finalmente decantados a su favor. Ahora aspira a continuar con un mayor trasvase, con una perspectiva neo-bipartidista (o de bloques reaccionario/progresista) en el que subsumir el espacio alternativo.
Es decir, se trataría de su proyecto normalizador latente y también querido por los poderes establecidos: Cerrar la oportunidad histórica, abierta hace una década con un peso social e institucional significativo, para implementar un cambio de progreso, real y sostenido, con un reequilibrio de la representación política y la consolidación del espacio del cambio.
Por tanto, el proyecto estratégico asumido por la dirección socialista incluye la estabilización del modelo económico-social dominante y la normalización político-institucional. Tiene una consecuencia directa: la neutralización de esa ‘anomalía’ política e histórica de una dinámica sociopolítica relevante y alternativa, de carácter transformador democrático-igualitario. Su hegemonismo, con su nostalgia del poder, se lo impide. Su reacción al vértigo ante su profundo debilitamiento representativo y el temido sorpasso, a veces utilizado de forma despreciativa, incluso por las derechas, tuvo que ser dura, resistente y ambiciosa, pero a veces, prepotente y sectaria. El reto democrático no superado es su débil respeto a la nueva realidad plural, a otro equilibrio institucional, a un estatus político más complejo y diverso.
Pero liderar un proyecto de progreso pasa por transformar la dinámica política, al menos con dos objetivos de fondo que subyacen en la tensión estructural y la reforma del poder: más justicia social e igualdad (incluida la de género) y más democratización y solidaridad (incluido ante el conflicto nacional, la convivencia intercultural, la sostenibilidad medioambiental y la integración europea). Es el modelo de sociedad y el proyecto político que, con otros antecedentes, se ha ido configurando esta década de dificultades sistémicas y activación cívica. Fundamenta esa corriente popular alternativa, todavía amplia, y demanda una representación política democrática y social, que todavía no puede representar la socialdemocracia existente.
En el plano teórico y discursivo, todavía sin desarrollar por el ‘sanchismo’, es todavía distante del relato y la última gestión socialista, que en esta encrucijada mantiene una ambigüedad retórica y sustantiva. No ha habido reflexión autocrítica. Su prioridad inmediata: ampliar su centralidad y su margen de maniobra política frente a las derechas y a los campos alternativo y nacionalista. Cabría decir que es un objetivo legítimo en el marco democrático y el juego político pluralista; solo que conlleva también una pulsión prepotente, con ventajas ilícitas y desproporcionadas derivadas de la influencia o connivencia de diversos poderes fácticos. Es decir, no hay competencia en condiciones de igualdad, hay una ausencia de suficiente calidad democrática de las instituciones fundamentales, con un sesgo antipluralista, una cultura autoritaria y una ética instrumental basada en el cinismo y la hipocresía. Las desventajas son (casi) siempre del mismo lado: la mayoría social, más vulnerable, la gente crítica y la propia democracia.
En definitiva, el objetivo de los poderes establecidos es cerrar el periodo de relativa inestabilidad político-institucional de las élites dominantes por la articulación de un significativo espacio político-electoral de progreso en un país relevante del sur de Europa. La dirección socialista, cuando menos, mira hacia otra parte.
El carácter del ‘sanchismo’
El ‘sanchismo’ o nuevo PSOE, a veces nombrado con una configuración ampliada nueva izquierda o nueva socialdemocracia, tiene un carácter específico en esta coyuntura española y europea. Tiene componentes comunes de sus tradiciones, pero es distinta de la vieja socialdemocracia y la tercera vía, particularmente la que ha gestionado la crisis desde la austeridad y el neoliberalismo. Y es diferente a la de los dos periodos anteriores: el segundo gobierno de Zapatero de la involución social, que perdió más de cuatro millones de votos, y el del bloqueo, impotencia y continuismo de Rubalcaba y el primer Sánchez, que perdieron otros dos. Desde luego, junto con elementos parciales como el Partido Socialista portugués o el Partido Laborista británico, constituye una esperanza de renovación y remontada para la decaída y desconcertada socialdemocracia europea.
De momento, no hay discurso, relato y, menos, teoría que expliquen un horizonte creíble y motivador, más allá de un ligero reformismo social y cierto europeísmo genérico. Su receta básica para su liderazgo social es su Manual de resistencia; constituye su credibilidad para representar a sus siete millones de votantes, después de haberse atraído a dos de ellos del espacio del cambio. No obstante, está constreñido por las fuerzas dominantes liberal-conservadoras y no tiene voluntad decidida de implementar un giro hacia la izquierda, afianzar un bloque de progreso con una alianza firme con Unidas Podemos y responder a tan amplios déficits democráticos, profundas desigualdades sociales, incluidas las de género, y múltiples dificultades de integración social y convivencia intercultural y nacional.
Su indefinición estratégica, su continuada mirada hacia un acuerdo con Ciudadanos y su incomodidad por la dependencia institucional de Unidas Podemos y, sobre todo, de ERC, para mantener una mínima estabilidad parlamentaria, fijan las constricciones políticas que valoran y condicionan su falta de determinación hacia un auténtico giro social y democrático de progreso. Si a eso le sumamos la ofensiva política y mediática de las derechas, a pesar de su división, y la presión de los grupos de poder, incluido el consenso europeo de Merkel-Macron, comprobamos los fundamentos de su autolimitación reformadora.
El proyecto sanchista es la combinación de un continuismo de fondo en lo económico y territorial, con una leve actitud y retórica progresista. A ello se ha añadido el arrastre de seguridad en el que se ha refugiado una parte de la gente asustada para frenar la involución derechista y sus rasgos más conservadores y segregadores, el antifeminismo recalcitrante y las tendencias autoritarias y centralizadoras de Vox, aunque mirando para otra parte respecto del nacionalismo españolista reaccionario. Ha sido una dinámica en que el espacio del cambio ha estado desbordado y que también ha pagado caro.
No obstante, las expectativas reformadoras en lo social y la credibilidad de la resistencia sanchista a las derechas, más ante la búsqueda de refugio por el temor popular involucionista, le han servido para la recuperación de más de dos millones de votos que habían perdido desde 2015 a manos de Unidas Podemos y sus alianzas. Ello, paralelamente a la menor credibilidad y el debilitamiento de las fuerzas del cambio, derivado de sus tensiones internas, sus errores y sus dificultades políticas y organizativas.
Por tanto, se ha consolidado el ‘sanchismo’ como opción socialista diferenciada de las derechas, con su claro liderazgo interno y un perfil de ligero reformismo social e intento de diálogo, en parte fallido, ante la cuestión catalana.
Se mantiene el relativo empate de las grandes tendencias político-ideológicas, llámense izquierdas-derechas o progresistas-reaccionarias. Actualmente hay una ligera mayoría de progreso, aparte de la polarización nacionalista. Ya he comentado la importancia del reconocimiento de la pluralidad en el llamado campo progresista y la diferenciación entre Partido Socialista y espacio del cambio. Es difícil la articulación de una tendencia intermedia entre ellos (o más radical), por mucho que sea una referencia para algunos grupos vinculados hasta ahora a Podemos, Izquierda Unida o distintas confluencias, más adaptativos respecto del Partido Socialista. El cómo se articule ese empeño puede añadir disgregación, sectarismo y pasividad participativa y lastrar la recomposición de Unidas Podemos que tiene una ardua tarea por delante para renovar, integrar y fortalecer el espacio del cambio.
No obstante, frente a los vaticinios de su descomposición, acariciada desde los más diversos ámbitos, es probable y deseable su persistencia como espacio autónomo de la socialdemocracia, siempre condicionada por su ambivalencia: por un lado, llevarse bien con el poder y gestionar las políticas dominantes en un marco neoliberal, y, por otro lado, presentar un perfil algo reformador y progresista diferenciado respecto de las fuerzas liberal-conservadoras. Cuando han entrado en contradicción abierta, como en esta última década, la socialdemocracia ha sido incapaz de salir de la encrucijada con una opción de progreso.
Además, es dudoso que el ‘sanchismo’ deseche la posibilidad de la política y las alianzas de ‘gran centro’ (con un Ciudadanos reequilibrado, aunque sea a media legislatura y en otros ámbitos), que le asegure una clara hegemonía y estabilidad de la nueva élite gobernante socialista, con una derecha (y ultraderecha) con una cuarta parte del electorado y el arrinconamiento institucional y representativo del espacio del cambio a un diez por ciento (con el síndrome de una segunda IU residual, como vaticinan algunos analistas), así como la contención (no resolución) del conflicto territorial.
Por tanto, camuflado en la responsabilidad y los consensos de Estado, no hay un claro proyecto transformador, social y democrático, comprometido con el achicamiento de las dinámicas derechistas y reaccionarias y un ensanchamiento global de las tendencias democráticas alternativas y de izquierdas, compatible con la ampliación de ambas corrientes progresistas y con un nuevo equilibrio plurinacional.
Parece que el Gobierno socialista es consciente de que no puede reeditar, aunque algunos quisieran, un pacto continuista con Ciudadanos o las derechas, por mucho que propongan ejes ambiguos (modernización, Europa, innovación tecnológica) o acuerdos de Estado. Estos, aparte de los clásicos de Exteriores-Unión Europea, Defensa, Justicia, Interior, Economía, a veces incluyen cuestiones como los pactos educativos, la igualdad de las mujeres, del sistema de pensiones, la transición energética o medioambiental, la reforma fiscal, el mercado de trabajo y la reforma laboral…
Según su plan inicial, el grueso de sus políticas vendría a consensuarse con las derechas y, eso sí, con un Gobierno colegiado y el compromiso de lealtad de sus miembros y distintos escalones. Apenas quedaría espacio para las llamadas políticas ‘sectoriales’ que son las que, supuestamente, tendrían un perfil de izquierdas y negociables con Unidas Podemos a las que se concedería su gestión de segundo nivel. Además, está la importante gestión comunicativa dependiente del objetivo socialista de ensanchar su espacio electoral y achicar el espacio del cambio y no tanto de reducir el conjunto de las tendencias de derecha y ampliar el campo progresista plural.
En definitiva, desde el nuevo mapa representativo salido de las elecciones generales, ratificado con algunas variables en las elecciones recientes, llevamos dos meses mareando la perdiz sobre el carácter y la orientación del nuevo Gobierno; la dirección socialista va avanzando propuestas y condiciones, aunque no termina de clarificar su proyecto. Estamos con emplazamientos, globos sonda, forcejeos, amenazas; o sea, buscando ventajas propias y desventajas para el contrario ante la opinión pública para sacar el máximo partido (poder inmediato y legitimidad ciudadana). Hay que interpretar su trasfondo, en medio de opiniones y debates más o menos interesados y parciales. La realidad se impone: el Partido Socialista se ha reforzado, pero solo no puede garantizar la gobernabilidad, menos ante unas derechas que apuestan por la confrontación abierta; Unidas Podemos y sus aliados están debilitados, pero tienen la representatividad institucional y la fuerza social suficiente para condicionar el proyecto y su implementación. Solo cabe un acuerdo razonable y beneficioso para ambas partes y, sobre todo, para la gente, con un nuevo horizonte de progreso.
Aciertos estratégicos, errores y límites en el espacio del cambio
La experiencia popular de exigencia democrática y de justicia social, con una crítica a la anterior clase política, ha sido la base de la conformación de un electorado indignado y diferenciado de ‘esa’ socialdemocracia o ‘esa’ izquierda no despegada entonces de la tercera vía socioliberal y las políticas neoliberales de austeridad. Su perfil de desconfianza a esa clase gobernante y su ideario estaban definidos desde el comienzo del proceso de indignación progresista: más justicia social y más democracia; otra representación política alternativa. Ha constituido la base social y electoral de las fuerzas del cambio. Es el nuevo espacio político configurado en torno a Podemos, Izquierda Unida y su convergencias, aliados y candidaturas municipalistas que tocó techo en los años 2015/16.
Frente a algunas ilusiones, una parte de ese electorado de progreso estaba sin consolidar en su compromiso por la nueva política y representación institucional, que ha estado sometida durante estos cuatro años a un fuerte desgaste político y mediático. Sus aciertos estratégicos, incluida la conformación de una nueva representación política e institucional, fueron insuficientes para hacer frente a las dificultades externas. Sus errores políticos, discursivos y organizativos, con la amplificación mediática, aumentaron su impacto destructivo. Los límites de la inmadurez política, en particular para la construcción y unidad de todo el conglomerado sociopolítico con suficiente arraigo social, en unas condiciones extremadamente adversas, han desbordado las capacidades colectivas de esta nueva élite política representativa del espacio del cambio. No se han arbitrado mecanismos convincentes para su superación, mientras se mantenía la creencia de poseer credenciales propias suficientes y se pronosticaba erróneamente la incapacidad renovadora del Partido Socialista.
No valen algunos análisis simplistas y los discursos que le acompañan. Arrogarse la representación de los de abajo, de la gente, frente a los de arriba no es suficiente. Se ha complicado, al menos, desde el año 2015, en que hubo que realizar algunos acuerdos con el PSOE en Ayuntamientos del cambio y Comunidades Autónomas. ¿Dónde está la dirección socialista, con los de arriba o con los de abajo? Todavía se complica más la respuesta tras el acuerdo de la moción de censura, el apoyo a la investidura de Sánchez y el acuerdo político y presupuestario posterior.
Pues bien, la respuesta es que está en los dos sitios a la vez y según qué circunstancia y momento tiene mayor relevancia una vinculación u otra y, por tanto, la actitud normativa a adoptar. Hoy parece que hay un consenso amplio en que, al menos, el Gobierno socialista cuenta con una amplia representatividad de los de abajo, defiende un planteamiento reformador progresista (limitado y en algunos ámbitos) y hay margen para establecer una colaboración política y gubernamental.
Pero, entonces, es más obligado clarificar el carácter de ese proyecto y esa nueva-vieja estrategia y evaluar el perfil y el discurso específicos de las fuerzas del cambio. Hay que empezar por la constatación no de un bloque progresista homogéneo y conjunto que tiende a absorber a la fuerza minoritaria sino de dos fuerzas con puntos comunes, un relativo estatus quo diferenciado y capaces de acordar un proyecto de cambio.
Por ejemplo, está clara, a nivel popular y mediático, que sin la presencia y la presión de Unidas Podemos y el conjunto de grupos y movimientos sociales, el Partido Socialista solo y sin ese condicionamiento no implementaría tantas medidas favorables para la gente ni utilizaría tanta retórica progresista, feminista o ecologista. Hay una pugna sociocultural y política por ampliar, reconducir o apropiarse aspiraciones legítimas de significativos sectores sociales. La cuestión evidente es que esa experiencia de exigencia reivindicativa, por un lado, y gestión gubernamental reformadora, por otro lado, ha sido insuficiente para frenar el desplazamiento de dos millones de votos de Unidas Podemos hacia el Partido Socialista. Pero, lo que también está claro es que es una experiencia que ha contribuido a mantener a cerca de cuatro millones afines a ese espacio.
Por otro lado, considero que fue un acierto estratégico la controvertida posición mayoritaria de la dirección y las bases de Podemos e Izquierda Unida contra la subordinación al pacto gubernamental del PSOE-Cs con un proyecto continuista y neoliberal en lo socioeconómico y lo territorial. Representaba una dinámica de normalización política con el aislamiento de la tendencia de cambio sustantivo. El coste de semejante actitud de no doblegarse ante un continuismo estructural, con un simple recambio parcial de la representación política y algunas reformas secundarias y abundante retórica, ha sido enorme.
Las ofensivas políticas y mediáticas de los poderes establecidos, incluido las más siniestras cloacas del estado, fueron sistemáticas para conseguir su destrucción como fuerza institucional operativa. Pero haberlo aceptado, con una adaptación a ese marco hegemónico, hubiera causado un desconcierto, subordinación y fragmentación de todo el campo sociopolítico que apostaba por un cambio real de progreso.
Ese acierto en mantener abierta la presión por el cambio sustantivo es la causa de tanta animadversión de los poderes establecidos y los partidos políticos dominantes hacia Unidas Podemos y sus confluencias. Suponía una situación defensiva que ha persistido durante tres años de aislamiento institucional, mediático y político. No obstante, hay que recordar que, precisamente, junto con la resistencia del segundo Sánchez y la mayoría de la militancia socialista y la configuración del ‘sanchismo’ como opción diferenciada frente a las derechas y el susanismo, ha permitido abrir el ámbito institucional hacia un cambio progresista en España (incluido Cataluña).
En este espacio se han cometido muchos errores políticos. El principal por su relevancia para el momento actual quizá sea la infravaloración de esa estrategia socialista de acorralamiento y la cobertura del conjunto del poder, ya perfilada en diciembre de 2015, junto con la respuesta, en forma de emplazamiento público, a través de una propuesta supuestamente a la ofensiva de un Gobierno paritario, pero irreal respecto del equilibrio de fuerzas y las formas, los recursos y la falta de disponibilidad socialista. Suponía cierto subjetivismo analítico y una inclinación institucionalista y voluntarista respecto del poder real y los efectos comunicativos del discurso, fácilmente catalogados de pretenciosos o prepotentes.
Se ha ganado en realismo y menor arrogancia, pero esa experiencia de la mayor trascendencia estratégica, aparte de la crítica externa sistemática y el acoso mediático, ha sido fuente de la división interna, en particular con el errejonismo, y de incomprensión entre algunos sectores. No se debatió de forma serena y unitaria en el proceso de Vistalegre II, demuestra falta de cohesión política y estratégica y es una demostración de incapacidad para afrontar el análisis de las causas del debilitamiento del espacio del cambio y articular la renovación correspondiente.
En el fondo se ha producido una polarización entre las estrategias de adaptación a una dinámica dominante normalizadora (vestida de flexibilidad política, talante amable o de pretendido ensanchamiento a la influencia de las mayorías sociales) o, bien, de reafirmación política y firmeza por un cambio real de progreso, con un campo sociopolítico significativo, aunque con algunas tendencias sectarias.
Estamos en otra etapa. Ese marco estratégico ha cambiado con la nueva situación, precisamente por el éxito de las dos dinámicas resistentes y alternativas a la vez, la del ‘sanchismo’ y la de la mayoría de Unidas Podemos y sus confluencias. Ahora existe relativo consenso en la colaboración con el Partido Socialista, justificada por un contexto diferente, la necesidad mutua y un proyecto de cambio más definido y compartido. Pero la reflexión estratégica todavía es pertinente, condiciona los argumentos y la posición final ante el Gobierno de cooperación y, especialmente, debe clarificar las tareas políticas a medio plazo.
El Gobierno de cooperación
La propuesta del llamado Gobierno de cooperación sin coalición ni presencia expresa de los dirigentes de Unidas Podemos, en las condiciones actuales, genera la lógica desconfianza sobre un aspecto central que planea continuamente: sacar ventaja partidista por el control desproporcionado de recursos, poder y legitimidad pública. Afecta también al riesgo de un programa de reformas sociales y democráticas más diluido, sin las prioridades adecuadas, así como de una menor capacidad para su implementación y seguimiento.
El reconocimiento de la legitimidad y la necesidad de un Gobierno compartido, con el liderazgo de Pedro Sánchez y la participación directa y expresa de la representación de Unidas Podemos, mostraría el acuerdo programático conjunto de mejoras sustantivas para la gente y el beneficio común en la consolidación y reproducción ampliada de ambas fuerzas políticas.
La exigencia de Unidas Podemos de su participación en el Consejo de Ministros, además de un acuerdo programático razonable y una corresponsabilidad institucional equilibrada, no respondería a intereses personalistas de sus líderes, en particular de Pablo Iglesias, siempre en el punto de mira por su supuesto hiperliderazgo. Obedecería a la exigencia colectiva de garantías de un proyecto que se desea compartido, beneficioso en términos sociales y democráticos y que permita, legítimamente, la consolidación de ambos espacios, también el de las fuerzas del cambio.
El empecinamiento de la dirección socialista para oponerse tendría que ver con su no aceptación de estos dos puntos clave: garantía de un giro democrático y social y compromiso solidario por el fortalecimiento de ambas fuerzas políticas y sus liderazgos respectivos. Así, la última propuesta socialista (gobierno de cooperación, socio preferente de UP, programa social intermedio, colaboración institucional y parlamentaria y responsabilidades ejecutivas de segundo nivel) va siendo más razonable, pero es insuficiente respecto de ese núcleo indefinido y sospechoso del proyecto gubernamental.
Para Unidas Podemos, en una situación más frágil, su participación expresa es vital; no puede renunciar, ni puede quedar en una posición subordinada, real, simbólica y mediáticamente, que perjudicaría su sentido político, su implantación y su liderazgo. Para el Partido Socialista, sería un ejercicio de reconocimiento positivo de su debilidad relativa para su exclusiva gobernabilidad sin la colaboración de Unidas Podemos -y otros partidos como el PNV-, y sin posibilidad a medio plazo de acuerdo con Ciudadanos; e, igualmente, significaría su renuncia a sacar ventaja desproporcionada en su pugna competitiva por la hegemonía institucional y electoral en detrimento de Unidas Podemos. O sea, serían cualidades democráticas básicas frente al interés corporativo inmediatista. Además, tiene poca credibilidad su amenaza de repetir elecciones sin garantía de incrementar su prevalencia gubernativa frente a unas derechas más unidas y envalentonadas, y aunque extreme su chantaje y su culpabilización a UP y CS y aumentase su ventaja relativa respecto de ellos.
En definitiva, la dirección socialista necesita a Unidas Podemos para asentar su gobernabilidad, y éstos necesitan el acuerdo con el PSOE para hacer valer su representatividad e influencia institucional y reforzar la legitimidad interna y externa de su liderazgo. Están condenados a entenderse, pero los intereses y la relación son asimétricos. La participación en el Consejo de ministros de los representantes de Unidas Podemos es mucho más imperiosa para ellos, en comparación con su exclusión para la dirección socialista (aun con la presencia de independientes afines y sus contradictorios efectos de asimilación o instrumentalización).
Efectivamente, esa última y decisiva condición es una incomodidad para la dirección socialista, como demuestra su resistencia a esa última concesión; pero sus motivos son partidistas e inconfesables: incrementar su prepotencia institucional y mediática, limitar el alcance operativo de sus acuerdos programáticos, explorar los pactos con las derechas y los poderosos, debilitar a su socio preferente sacando ventajas comparativas.
Así, dados los proyectos estratégicos dispares, va a primar el interés instrumental e inmediato de cada parte y el juego político y mediático por reforzar la legitimidad pública respecto del conjunto de actores y el reequilibrio entre ellos. Si estoy en lo cierto, todo indica un camino difícil, controvertido y lento hacia un acuerdo definitivo para la segunda investidura, en septiembre, con un programa de mínimos y una composición gubernamental compartida, ambos aspectos algo rebajados respecto de las exigencias iniciales de Unidas Podemos, pero con su presencia directa en el Consejo de ministros.
Es decir, quién pierde menos con esa condición, arriesga más con el no acuerdo y gana más con un acuerdo razonable y satisfactorio es el Partido Socialista. Si ambas partes juegan bien sus cartas, cosa no asegurada, habrá final feliz. Es posible un incremento de la confianza mutua, una experiencia de colaboración leal y un reparto equitativo de la gestión pública y, sobre ello, una profundización democrática y de progreso (que las derechas y el poder establecido no van a dejar pasar sin una fuerte oposición).
No obstante, y compatible con lo anterior, aventuro cierta inestabilidad al estar sometido este acuerdo forzado y de conveniencia a la disparidad de intereses partidistas, con la probable aparición de distintas grietas: el desequilibrio o el choque en la gestión comunicativa y la legitimidad social respectiva, las distintas presiones corporativas… Pero, sobre todo, a los embates de la legislatura y las nuevas circunstancias políticas y del poder: el giro de Ciudadanos para hacer de bisagra con el PSOE, que le haría más factible a éste el cambio de alianzas y políticas, la gestión dura ante la prolongación de la crisis social y económica, condicionada por los poderosos, incluido las instituciones europeas, el continuismo en materias de ‘Estado’ o el inmovilismo ante el conflicto catalán...
Y otra asimetría, el Partido Socialista debe persuadir a los poderes fácticos, económicos, institucionales y europeos, de la bondad de esta dinámica. Pero Unidas Podemos y sus aliados deben conectar con los sectores populares y activar la participación cívica. Para ellos un buen acuerdo gubernamental es solo el principio o una pata para iniciar en mejores condiciones la imprescindible tarea de refundación unitaria del conjunto del espacio del cambio, en los dos planos de estrategia política y gestión institucional y de vertebración orgánica y arraigo social; y ello, bajo el liderazgo compartido de Pablo Iglesias, Alberto Garzón y Ada Colau y otros dirigentes relevantes, en un nuevo clima renovador e integrador.
El desafío alternativo a medio plazo, su proyecto para esta legislatura es consolidar una dinámica real de cambio de progreso. Los grandes objetivos debieran estar claros; el problema deviene en la aplicación del conjunto de políticas concretas, momento en el que se articulan a través de los intereses de los grandes poderes económicos e institucionales y se corre el riesgo de relegar las demandas y necesidades de las mayorías sociales. Una corresponsabilidad con la inercia o inacción que consolide los graves problemas de la ciudadanía sería una fuente de pasividad y desafección de capas populares a esas fuerzas del cambio.
Por tanto, la dificultad principal está en el carácter del proyecto político y de reforma social e institucional, a veces relleno de retórica vacía. Por ello es importante bajar al detalle de las medidas concretas de los dos ejes fundamentales, el social y el democrático: combatir la precariedad y la desigualdad social, con reversión de los recortes sociales y de derechos y abordaje sistemático de las consecuencias de la crisis socioeconómica y ambiental; modernizar y democratizar la economía y las instituciones, incluida la reforma fiscal y la constitucional y federal del Estado. El resultado: ampliar el espacio progresista compartido en perjuicio comparativo respecto de las fuerzas de la derecha, respetar su pluralidad (incluida la nacional) y afianzar una senda democrática y de progreso a largo plazo.
[Antonio Antón es profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid]
24/6/2019
El extremista discreto
El Coyote
Pujol y la Alcaldesa
Parece que en un listado más o menos oficial del independentismo acerca de los iconos de Cataluña, al lado de los monasterios de Poblet y Montserrat, de los castellers, del Barça, etc., y de Maciá y Companys, faltaría más, se incluye a Jordi Pujol.
Nada más demostrativo que la ceguera ante la realidad —si no se trata de ensalzamiento de cierta realidad catalanísima, l’avara povertà— que la inclusión como icono de Cataluña del capo de una familia de delincuentes por fas o por nefas. No importa lo que hagas si eres de los nuestros: eso es lo que quiere decir esta curiosa iconología.
Mis esperanzas de que bastaría un largo período en que los catalanes sensatos hicieran ver a los independentistas su error político y sobre todo social se han desvanecido por completo. Llevan demasiado tiempo obteniendo resultados favorables con su raca-raca para que volver a la razón y a la lógica sea algo que contemple su imaginación. Van a tratar de seguir con la misma música. Ho tornarem a fer, decía desafiante ante sus jueces uno de esos “dirigentes” que han llevado a sus propias gentes al abismo.
De modo que están profundamente equivocados, además de ser institucionalmente estúpidos, gestos como el de esa alcaldesa de Barcelona que cuelga el lacito amarillo de un balcón del Ayuntamiento de la ciudad y que permite propaganda política del independentismo en bienes de propiedad municipal. Ignora a la mitad de los barceloneses que piensan —pensamos— que la prisión preventiva para unos políticos golfos que engañaron a sus seguidores haciéndoles creer que la independencia catalana estaba al alcance de la mano, que además han enfrentado socialmente a la mitad de los catalanes con la otra mitad, y que de rebote han suscitado el renacimiento del nacionalismo fascista españolista —cosas, las tres, que no están tipificadas en el código penal— bien merecen de por sí una prolongada estancia en la cangrí, pues por fortuna han pasado los tiempos en que por menos de eso se fusilaba o se guillotinaba. Que además hayan cometido delitos contra la seguridad del estado es civilmente menos importante que lo anterior. Hay que dar las gracias, pues, a los magistrados del Tribunal Supremo, por anticiparles una larga temporada de reflexión. De momento, la descuentan.
Volviendo a la alcaldesa barcelonesa, la estulticia del lacito y la propaganda no hace más que prolongar una cadena de estupideces. ¿Recuerdan cómo inició su mandato, queriendo eliminar la nomenclatura monárquica de la ciudad? En vez de memoria histórica, borrar la historia. Sólo ha conseguido retirar, algo es algo, la estatua de Antonio López, el negrero. La de Cambó, financiador de los bombardeos italofranquistas sobre Barcelona, sigue en la misma calle y ella tan pancha.
Y no digamos nada de las ocurrencias de la alcaldesa: rompe con el Psc y ahora tiene que irle con sonrisas a Collboni. A Valls ni le agradece los votos que la han hecho institución. Tampoco ha sido cortés con el Jefe del Estado —eso parece muy progre (en el sentido que tiene ahora la palabra progre), pero es tirar piedras sobre el propio tejado—. Seguramente ha recibido una educación mediocre y por eso no distingue entre su posición personal como vecina (nada se opone a que cuelgue lacitos amarillos en el balcón de su casa) y su posición como alcaldesa. Su dotación política, atesorada cuando se contraponía de verdad a los desahucios, no dará para un tercer mandato. Para eso ella y quienes la apoyan tendrían que ponerse las pilas, esto es, ponerse al servicio de los vecinos sin distinción, ayudando a los más necesitados, sí, pero también levantando la moral de los barceloneses en el plano simbólico, hecha unos zorros por el empecinamiento independentista de esos convecinos que no van a ninguna parte. Lo malo es que ni saben por donde empezar, y tratarán de distraer a los barceloneses con el dichoso tranvía por la Diagonal (¿no sería más práctico por el puerto y la estación de Sants?).
Lo que no tiene nombre es que la alcaldesa, a pesar de su apoyo a la petición de libertad para los famosos procesados, haya tenido que soportar los insultos soeces, sexistas, cargados de mala fe, de los independentistas congregados ante el Ayuntamiento. Eso les ha retratado. Que la alcaldesa electa se haya visto en semejante trance no es en absoluto de recibo. En esto tiene todo el apoyo de quienes en otros planos no estamos de acuerdo con ella. ¡Vergüenza para ERC!
27/6/2019
El Timbaler
Entre tontos y bobos
De patio de escuela.
Nada destacable, si no fuera porque quienes decidieron expresarse de esta forma tan refinada lo hicieron en el parque natural de la montaña de Montserrat (Cataluña central).
Alguien pintó la bandera en medio del camino y alguien decidió completar el mural. Unos y otros poco pensaron en que estaban en un parque natural, en medio de un paraje excepcional. No pensaron que pisaban un entorno natural que no les pertenece, por el que han transitado históricamente miles de personas con ideas y querellas políticas de lo más variado, que han visto banderas de aquí y de allá.
Poco pensaron los banderistas en que Montserrat es para buena parte de los catalanes y catalanas más que una montaña. Durante siglos ha sido un núcleo de vida espiritual, vivencial y cultural. Allí murieron personas luchando contra los fuegos que asolaron la montaña. Si algo no necesita Montserrat es que le pinten banderas. Es en sí misma un símbolo más poderoso, más profundo, más enraizado que cualquier bandera.
Poco pensaron los comentaristas a la bandera que participaban de la misma torpeza infantil. Les faltó anotar: caca, culo, pedo, pis. Unos y otros se comportaron como tontos y bobos. ¿En qué estarían pensando? Seguro que no en sus líderes políticos…
Hay que decir que con todo, esto es poco grave. Hay cosas más preocupantes. Estas pintadas solo tardarán unos años en desaparecer. Ayudará la lluvia, el viento, las mismas piedras que se desprenden, las cabras y jabalís que pasan por ahí, y las personas que caminamos por allí que pensaremos: ¡mira que hay que ser tonto y bobo!
29/6/2019
De otras fuentes
Rafael Poch de Feliu
UE, ¿hay alguien ahí?
Mientras Estados Unidos coquetea con una nueva guerra en el Golfo, la Unión Europea ni está, ni se le espera
* * *
No sabemos si la guerra de Bolton contra Irán prosperará, pero lo que sí sabemos es que la UE “no sabe, no contesta”. Cada crisis internacional nos recuerda la inoperancia del club europeo: la UE no está ni se le espera, y cuando está casi es peor porque, por activa o pasiva, se pone del lado de quienes lanzan las bombas y están empeñados en incendiar nuestro sobrecalentado planeta en una traca final.
La semana pasada, y según su propia versión, Donald Trump ordenó un ataque para castigar a los iraníes por haber derribado uno de sus drones, pero luego dio marcha atrás en el último minuto. Estuvimos, y estamos, coqueteando con una nueva guerra, pero la UE no se da por aludida. Menos mal que celebró el viernes una cumbre en la que se decidió poner la “política exterior” entre los platos fuertes de su “agenda estratégica”…
La Canciller Merkel dijo que durante la cumbre del viernes los “consejeros de política exterior” siguieron atentamente el tema de Irán, pero ellos, los jefes de estado y de gobierno, apenas fueron más allá de balbucear unas palabras sobre la necesidad de una “solución política”. Cuando le preguntaron al Presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, si habría una declaración al respecto, respondió diciendo que no había motivo para emitir un comunicado… Quién se acuerda de que la UE e Irán aún están unidos por un acuerdo firmado en 2015 sobre el que todo el mundo, incluida Theresa May, decía que estaba tan bien y que los iraníes estaban cumpliendo escrupulosamente lo pactado.
Como recordarán, la crisis comenzó cuando gente como John Bolton, que en Estados Unidos lleva una generación intentando agredir militarmente a Irán, consiguieron la retirada unilateral de Estados Unidos de aquel estupendo acuerdo. Pero Estados Unidos no solo se retiró, sino que incrementó sus sanciones contra Irán —que está con el agua al cuello y actualmente exporta cuatro veces menos petróleo que en 2017— y estableció la extraterritorialidad de su legislación amenazando a todas las empresas que se atrevieran a hacer negocios con aquel país. La UE, o mejor dicho sus tres principales potencias (Francia, Alemania y Gran Bretaña), se tomaron su tiempo pero al final acordaron la creación de un “Instrumento de Apoyo a los Intercambios Comerciales” (INSTEX) con miras a eludir las sanciones americanas a través del control de Washington del sistema financiero y bancario internacional. Esa era la manera de defender el “legítimo comercio europeo con Irán”, pero las propias empresas europeas no se fiaron demasiado de tan gallardo gesto, lo identificaron enseguida como un tigre de papel y salieron en estampida del jugoso mercado iraní.
En mayo el presidente iraní Hassan Ruhani estableció un plazo de 60 días para que los demás firmantes del acuerdo abandonado por Estados Unidos (los europeos más China y Rusia) establecieran medidas efectivas para torear el chantaje de la extraterritorialidad del matón de Washington en materia de exportación de petróleo y actividades bancarias. Ese plazo expira la semana que viene.
Por el lado de INSTEX el asunto no parece ir muy en serio: aunque ha entrado en vigor, sigue sin funcionar y parece que cuando lo haga solo se aplicará al comercio de alimentos y medicinas, pues si fuera a más y afectara a lo que de veras importa, la UE se situaría en conflicto abierto con Estados Unidos, algo impensable.
No sólo no va a ocurrir, sino que, por ejemplo Gran Bretaña va a enviar un grupo militar al Golfo Pérsico para reforzar su pequeña armada, subalterna a la Imperial, allá destacada. El ministerio de exteriores británico ha sido el primero en suscribir la versión americana de que fueron los iraníes quienes atacaron el 13 de junio un petrolero en aguas del Golfo. “Apelamos urgentemente a Irán a cesar toda actividad desestabilizadora”, declaró el ministro de exteriores, Jeremy Hunt. Cuando el líder laborista Jeremy Corbyn se atrevió a poner en duda el asunto y acusó a los americanos de iniciar la escalada de tensiones, los medios de comunicación se le echaron a la yugular.
Las cosas no están mejor en Berlín, donde en la última conferencia de prensa del gobierno parecía entenderse que los iraníes son los responsables de la tensión creada en la región. Mientras tanto, es desde Alemania, desde la base de Ramstein, donde se dirigen los ataques de drones de Estados Unidos que vienen matando gente en medio mundo. Por ese motivo, el sábado habrá una manifestación de protesta en Ramstein.
Los motivos de guerra de Washington siguen pareciendo grotescamente oscuros, tanto en lo relativo a los ataques a los petroleros como en el asunto del dron abatido. El armador japonés de uno de los petroleros insiste en que su barco fue atacado por un “objeto volante”, quizás un dron, y no mediante la colocación de minas en los cascos como afirma la versión americana. Respecto al aparato abatido, Irán dice que fue sobre su territorio, mientras que la administración americana afirma que fue destruido fuera del espacio aéreo. La cuestión cambia poco, pues la práctica internacional establece que cualquier aparato que se acerque al espacio aéreo de un país debe identificarse y si no lo hace puede ser abatido. En Estados Unidos esa “zona de identificación” es de 200 millas (322 kilómetros), con lo que en cualquier caso no parece que los iraníes hicieran algo extraordinario.
Sea como sea, en los propios Estados Unidos la guerra no es particularmente popular. Una encuesta recién divulgada por Hill-HarrisX del pasado fin de semana muestra un 58% de partidarios de evitar un choque militar, de los que el 48% pide “acción diplomática”. Solo un 5% de los americanos se declara a favor de la guerra, con otro 19% partidario de “ataques restringidos”. No será la UE quien complique esta nueva locura, si de verdad llega a armarse.
[Fuente: Ctxt]
27/6/2019
Transnational Institute
Estado del poder 2019
Finanzas
A pesar de haber causado la peor crisis financiera de las últimas décadas, el sector financiero ha salido de ella aún con mayor fuerza. En la octava edición de Estado del poder, publicada en español por el Transnational Institute, Fuhem Ecosocial y Attac España, analizamos, a través de artículos e infografías, las diversas dimensiones y dinámicas del poder financiero, y cómo los movimientos populares podrían recuperar el control sobre el dinero y las finanzas.
El informe completo está publicado en inglés. De momento, ofrecemos una selección de artículos en español, que iremos ampliando durante los próximos días.
Infografías
En nuestro sitio web dedicado a los artículos de fondo, encontrarás seis didácticas infografías con todas las claves del poder financiero. ¿Quién controla los bancos? ¿Y los fondos de inversión? ¿Dónde se encuentra su sede? ¿Y cómo se concentra el poder? ¿Cómo influyen los bancos en las políticas públicas? ¿Por qué las instituciones financieras gozan de impunidad? Y sobre todo: ¿de qué alternativas disponemos?
Artículos
El poder latente de la ciudadanía y la creación de aval público (en inglés, próximamente en español)
Ann Pettifor
A pesar de la retórica de banqueros y políticos, las finanzas privadas dependen mucho más del sector público de lo que creemos. Los contribuyentes de los países más ricos garantizan un aval público del que dependen casi todas las actividades financieras. Es hora de usar ese poder para pedir cuentas a las instituciones financieras privadas e invertir en el Nuevo Pacto Verde. Leer en línea
La lucha contra la banca: Miradas sobre el poder financiero desde los movimientos sociales
Entrevista con Simona Levi, Joel Benjamin y Alvin Mosioma
Tres activistas ―de España, el Reino Unido y Kenia― que han logrado importantes victorias contra el poder financiero comparten sus experiencias y las lecciones e ideas que podemos extraer de sus luchas. Leer en línea
Finanzas offshore: Cómo el capital gobierna el mundo
Rodrigo Fernandez y Reijer Hendrikse
El auge de las finanzas offshore no se debe únicamente a la transferencia de capital hacia bancos en islas exóticas, sino también a la creación de un sistema global de dos niveles, en que los ciudadanos de a pie están sujetos a leyes, impuestos y un Gobierno cada vez más autoritario, mientras que los residentes en el extranjero viven vidas libres de impuestos gracias a unas fortunas impulsadas por una política monetaria expansiva. Leer en línea
Altas finanzas: un sector extractivo
Entrevista con Saskia Sassen
Saskia Sassen analiza el carácter extractivista de las finanzas y su impacto en las ciudades, así como las posibles fracturas en el poder financiero que permitirían que los movimientos urbanos planten cara a las finanzas y las sometan a control público. Leer en línea
El poder del público frente a la banca: Lecciones del Instituto de Finanzas Internacionales
Jasper Blom
Aunque se trata de una entidad poco conocida, el Instituto de Finanzas Internacionales es seguramente el motivo más importante por el que la reforma del sector financiero tras la crisis económica ha sido tan limitada. Pero su poder no solo radica en la forma en que representa y coordina a sus integrantes, sino al hecho de que quienes toman las decisiones le han otorgado un papel sin precedentes como interlocutor en cuestiones financieras. Leer en línea
Finanzas globales: poder e inestabilidad
Walden Bello
Hacer frente al poder financiero no solo exige analizar el poder de determinadas instituciones, como los bancos demasiado grandes para quebrar, sino también el papel que desempeña la financierización dentro de la economía mundial en el contexto de la tendencia del capitalismo hacia la sobreproducción y una oferta que supera la demanda debido a una gran desigualdad. Leer en línea
Aude Launay
Las finanzas siempre han creado la realidad a partir de creencias e historias, y han transformado las valoraciones en números y los pensamientos en fluctuaciones de los mercados de valores. Se trata de un mundo que los artistas entienden bien e intentan cuestionar recurriendo a sus propios medios. Leer en línea
La gentrificación de los pagos: La propagación de la red financiera digital
Brett Scott
The merging of finance and technology —and especially the heavy promotion of digital payment systems— is gentrifying finance, advancing an agenda of corporate control and surveillance at the expense of informality and the exclusion of the most marginalised. Leer en línea
Finanzas, combustibles fósiles y cambio climático
Mark Hudson y Katelyn Friesen
En este ensayo se explica cómo las finanzas y las empresas de combustibles en Canadá tienen intereses que se superponen y obstaculizan que se emprenda una transición verde. Leer en línea
La próxima revolución del accionariado
Owen Davis
Para los radicales, empezando por Marx, las acciones corporativas proporcionaban un modelo tanto para la socialización de la propiedad como para la redistribución de la renta. ¿Podría una convergencia de activistas éticos, fondos de pensiones y políticos socialistas anunciar una nueva revolución de accionistas? Leer en línea
El poder de las finanzas públicas para el futuro que deseamos
Lavinia Steinfort
Las finanzas y los bancos públicos son una realidad mucho más habitual de lo que se suele creer; hay muchos ejemplos del sector público que pueden animarnos a orientar las finanzas en una dirección que aborde los desafíos sociales y ambientales. Leer en línea
Lecturas recomendadas
Andrés Arauz
The international bank transfer system, SWIFT, is a form of contemporary digital colonialism and surveillance capitalism as it is run by US firms and provides data to US government agencies. Drives by governments and philanthropists to increase use of digital money will only strengthen it further.
Rome Decides: Financial Power Against a City of Solidarity (en inglés)
Biagio Quattrocchi, Vanessa Bilancetti, Francesco Silvi
A case study that explores how Rome became indebted, how it was used to impose austerity and privatisation, and how citizens organised a debt audit to expose and challenge financialisation.
Cocaine on Wall Street, The War on Drugs, and Peace in Colombia (en inglés)
Jorge Andrés Forero-González, Miranda D. Mosis, Diana María Peña-García
This essay connects cocaine, the financial system and global economies through the experience of the war on drugs and peace process in Colombia.
Ilustraciones
The beautiful illustrations were designed by Orijit Sen and the infographics by Evan Clayburg
Orijit Sen talks about why he chose the themes and mood of his illustrations for State of Power.
[Fuente: Transnational Institute]
15/2/2019
Agustín Moreno
Madrid Central y los vendedores de humo
Motivos para movilizarse en favor de Madrid Central
Madrid es una bella ciudad vista de cerca. Si nos alejamos un poco para coger perspectiva, la boina de smog es pavorosa durante muchos días del año. La Agencia Europea de Medio Ambiente, en su informe sobre la calidad del aire en Europa, estimaba que en España fallecen 38.600 personas cada año a causa de partículas, del dióxido de nitrógeno y del ozono. Según la Organización Mundial de la Salud, hay 8.900 muertes prematuras anuales en España que se deben específicamente al NO2, siendo Madrid una de las mayores concentraciones de este gas. Mariano Sánchez Bayle, presidente de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública, cifra en más de 5.000 muertes anuales en Madrid.
Las emisiones de gases tóxicos para la salud y de gases de efecto invernadero y los requerimientos de las autoridades europeas hicieron que el gobierno municipal de Ahora Madrid y su alcaldesa Manuela Carmena pusieran en marcha una zona de tráfico restringido. Pongamos que hablo de Madrid Central, que era y es una medida de salud pública vistos los datos anteriores. Se acababa así con la práctica de otros gobiernos de esconder los medidores de polución en zonas menos afectadas y se abordaba con seriedad el grave problema reduciendo la circulación en el cogollo de la ciudad. La ciudadanía madrileña empezó a sentir que, aunque con alguna molestia, estaba más segura su salud con este ayuntamiento que con ningún otro.
En los primeros meses de funcionamiento se han dejado sentir sus efectos benéficos. Hasta el punto de que ha sido valorada muy positivamente y se considera a Madrid Central el área urbana con mayor éxito en Europa en el control de la contaminación. No hay otra ciudad que haya visto reducciones similares en la concentración de NO2 después de la introducción de una zona de aire limpio, según una investigación de la Agencia del Medio Ambiente de Francia.
Los datos no dejan lugar a dudas. Según Ecologistas en Acción, “en el mes de abril la única estación de medición de la contaminación ubicada en el interior de Madrid Central, Plaza del Carmen, registró el nivel mensual más bajo de su historia para el dióxido de nitrógeno. En mayo, la media de todas las estaciones de la ciudad fue también la más baja para este contaminante desde que existe la actual red de medición. Tampoco se ha producido el llamado efecto frontera. Al contrario: Madrid Central ha reducido la contaminación en un 48 % en la zona centro y un 16 % en los alrededores. Todo esto se traduce, además, en un menor ruido, en una circulación más fluida de los autobuses en superficie, lo que mejora los tiempos de desplazamiento de muchos miles de personas y, también, menos emisiones de CO2, y por tanto menos contribución al cambio climático”. En junio los datos han sido de nuevo espectacularmente buenos.
Sin embargo, en la última campaña electoral hemos podido escuchar disparates a algunos candidatos revindicando el placer de los atascos. El nuevo alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, ha anunciado que piensa suprimir el proyecto de Madrid Central. Y lo va a hacer de inmediato, por una vía torticera: eliminando las multas a partir del 1 de julio o lo que es lo mismo proclamando la barra libre a la circulación por el centro de la ciudad, a los atascos y a los humos. Es como si los dirigentes del Partido Popular pudieran exclamar irresponsablemente: ¡Ya estamos en el caos, ya somos felices!
Es probable que la derecha no consiga liquidar Madrid Central por varios motivos. Que la Unión Europea nos fría a multas ya que estamos bajo su lupa: gracias a Madrid Central evitamos una multa de 500 millones de euros. Que los tribunales resuelvan en su contra las impugnaciones que partidos políticos y grupos ecologistas van a interponer ante los tribunales españoles y europeos. O que algún día prospere la demanda de enfermos de EPOC o de cáncer de pulmón contra el alcalde y el equipo de gobierno del ayuntamiento por un delito contra la salud pública y por prevaricación. Pero estas vías no serían la mejor de las soluciones. Dicen que lo peor no es la maldad de los malos o de los incompetentes, sino el silencio o la pasividad de los buenos. Lo mismo podríamos decir ante las agresiones al bien común: lo peor no son los ataques de las élites y de los sectarios, sino la pasividad de la mayoría social. Lo mejor sería que el sentido común se impusiera con la movilización ciudadana.
Las primeras acciones en contra de la liquidación de Madrid Central las han protagonizadolas las niñas y los niños de los colegios públicos de Centro y Arganzuela, convocados por las Ampas el 19 de junio. Algo que tiene un fuerte carácter simbólico y que conecta con los Fridays For Future donde la juventud combate el cambio climático ante la pasividad de la clase política. La tarde de aquel mismo día, se reunieron decenas de organizaciones para constituir una Plataforma en Defensa de Madrid Central. A ella se han sumado ya un millar largo de organizaciones entre las que se encuentran grupos ecologistas, asociaciones de vecinos, AMPAS, plataformas en defensa de la Sanidad y de la Escuela Pública, sociedades de neumólogos, de ciclistas, etc. Y cuenta con el apoyo de sindicatos y partidos progresistas.
En el manifiesto fundacional, se insiste mucho en que es una cuestión de salud y no de ideología. Efectivamente, la exposición de la población a estos gases tóxicos aumenta las alergias, las enfermedades oclusivas crónicas, el asma y los problemas cardiovasculares. La primera acción que ha convocado es una manifestación para el 29 de Junio de Callao a Cibeles a las 19 horas. La reacción ha sido muy rápida y hay que congratularse de ello que algunos ya planteábamos desde el momento en que se conocieron los resultados electorales del 26 de mayo (“Tranquilizaría saber, por ejemplo, que se puede organizar desde una amplia plataforma vecinal una inmensa cadena humana que rodee Madrid Central y otras acciones para su defensa. Resistiremos solo si nos movilizamos”).
También porque indica capacidad de reacción de la ciudadanía, porque es un objetivo que se puede ganar y porque la movilización conjura los miedos y permite ejercer derechos constitucionales. Esta es la vía si queremos una ciudad más saludable, con menos contaminación, que combata el cambio climático y que la haga más habitable para su ciudadanía. También si queremos estar en onda con la tendencia en toda Europa donde dos centenares de ciudades tienen Zonas de Bajas Emisiones. Por eso no se debe cejar en una lucha donde tanto está en juego por la irresponsabilidad y el revanchismo de la derecha. Porque la salud de la población no es una cuestión de ideología, es una prioridad.
[Fuente: Cuarto Poder]
28/6/2019
Rafael Poch de Feliu
La guerra de Bolton
El demente belicista que dirige el Consejo de Seguridad Nacional en Washington siempre ha batallado por cargarse todos los acuerdos importantes de nuestro nuclearizado mundo
* * *
¿Se acuerdan de Sheldon Adelson? El multimillonario de los casinos y padrino de Netanyahu quería abrir en 2012 el “Eurovegas” en Barcelona. Tras la explosión de la burbuja inmobiliaria, Artur Mas se entrevistó con él en la ciudad condal en un intento de apuntalar la economía política convergente posterior al 3% y con ella lo que llamaba el “eje Massachusetts-Barcelona-Tel Aviv”. Aquella genial jugada queda para la patética historia del “procés”, pero de lo que hoy se trata es de algo serio: de los “Altos de Trump”.
El Informed Comment de Juan Cole dice que Adelson, quinta fortuna de Estados Unidos, fue quien presionó a Donald Trump para colocar en un alto cargo al criminal demente John Bolton. Se trata de empujar a Estados Unidos a una guerra con Irán que cubra el flanco oriental de la expansión israelí proclamada por Netanyahu: anexionarse Cisjordania. “Irán es el único país que continua oponiéndose activamente a la lenta limpieza étnica de los territorios palestinos ocupados, y Adelson y su cachorro Netanyahu buscaban un gran matón para romperle las piernas a Irán”, dice el portal de Cole. Ese matón es Trump, y Netanyahu ya le ha honrado estos días bautizando como “Ramat Trump” (Altos de Trump) uno de los 33 asentamientos judíos de los altos del Golán arrebatados a Siria en 1967, oficialmente anexionados por Israel en 1981 y que Trump reconoció como israelíes, contra todo derecho internacional, el pasado 25 de mayo.
Decir que Bolton es un criminal demente no es un capricho retórico. El hombre que el millonario Adelson colocó al frente del Consejo de Seguridad Nacional, es un loco belicista empeñado en cargarse todos los acuerdos de nuestro mundo nuclear. Comenzó con el acuerdo antimisiles balísticos (ABM, en inglés) alcanzado en 1972 por Nixon y Brezhnev. Batalló con éxito contra el acuerdo entre Clinton y los norcoreanos, y ha sido puntal de la retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán de 2015 firmado por Obama. Últimamente se ha cargado el acuerdo sobre fuerzas nucleares intermedias (tácticas) INF firmado por Reagan y Gorbachov, lo que incrementa el riesgo de una guerra nuclear en Europa, y ayudado por su colega Mike Pompeo apunta claramente contra el acuerdo sobre armas nucleares estratégicas (START) que debería ser renovado con Rusia en 2021. Bolton es el tipo que el pasado abril proclamó en Florida, “para que todos lo oigan”, que “la doctrina Monroe está viva y en forma”. Corrigiendo así la afirmación de 2013 del presidente Obama ante la Organización de Estados Americanos de que “la era de la doctrina Monroe ha pasado”. Pues bien, este personaje junto con Pompeo es quien está pilotando lo que la web israelí Maariv Online anuncia como “asalto táctico” contra Irán, es decir una guerra.
Este asalto ya tuvo su ruptura diplomática con la retirada unilateral del acuerdo nuclear de 2015 que estaba bien encarrilado, según la ONU y todos los demás firmantes, y está lanzando estos días los habituales pretextos de guerra en forma de sabotajes en puertos del golfo Pérsico (14 de mayo) y extraños ataques a petroleros como el del 13 de junio, que coincidieron con la visita del primer ministro japonés Shinzo Abe a Teherán, de la misma forma en que aquel atentado químico de Siria coincidió con la llegada a Damasco de una delegación de la ONU para supervisar la destrucción del arsenal químico de Bashar el-Assad. Todo con un gran perfume a incidente del golfo de Tonkín.
Según Nathalie Tocci, la consejera jefa de la desválida representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, el pilotaje de Bolton de la extrema presión ejercida sobre Irán indica que Trump no controla la situación. “Quizás debería cambiar a su consejero de seguridad nacional”, que le empuja hacia un insensato cambio de régimen en Irán que se sume a los desastres de la guerra interminable iniciada por Washington tras el 11-S y que en 18 años ha producido varios millones de muertos, de refugiados y un sinfín de problemas.
Que los militares toreen a los presidentes en Estados Unidos es algo que ya vimos en Siria, cuando bombardearon instalaciones rusas para reventar acuerdos de cooperación militar alcanzados por John Kerry con Moscú, tal como explicó el propio secretario de Estado al abandonar el cargo. ¿Si sucedió con Obama, por qué no con Trump?
La denuncia de Bolton de que Irán ha incrementado su presión militar en Irak y Siria, ha sido desmentida por el jefe militar británico en Irak, Chris Ghika: “No ha habido un aumento en la amenaza proveniente de las fuerzas apoyadas por Irán en Siria e Irak”, dijo para desesperación de los americanos. Paralelamente, 76 generales y embajadores retirados publicaron una carta a Trump en la que se dice que, “la guerra con Irán ya sea consciente o por error de cálculo, tendrá repercusiones dramáticas en un Oriente Medio ya desestabilizado y arrastrará a Estados Unidos a otro conflicto armado con un inmenso coste financiero, humano y geopolítico”.
Sea como sea, la voluntad de los halcones de la Casa Blanca por cambiar el régimen en Irán, no es una línea del gusto de muchos jefes militares de Estados Unidos, que, cómo los generales y embajadores retirados, auguran más caos como resultado. Su argumento es que los verdaderos adversarios no son países como Irán, cuya capacidad militar es escasa, sino Rusia y China, países que aprovecharon el caos de estos 18 años para modernizar sus fuerzas, con miras a “erosionar de forma significativa la ventaja americana en tecnología moderna”, en palabras del entonces secretario de Defensa, Jim Mattis, partidario de reorientar el esfuerzo hacia la competición entre grandes potencias en lugar de concentrarse en el llamado “terrorismo”.
Según el analista Michael T. Klare, actualmente hay en Estados Unidos dos proyectos de guerra, el de Bolton y el de la Marina y los 750.000 millones de dólares del presupuesto previsto para el año que viene están comprometidos con el segundo proyecto. El Pentágono se inclina más hacia la doctrina enunciada en marzo por el actual secretario de defensa interino Patrick Shanahan. “Disuadir o derrotar la agresión de una gran potencia es un desafío fundamentalmente diferente que los conflictos regionales implicando a estados gamberros y organizaciones extremistas violentas que hemos afrontado en los últimos 25 años”, dice Shanahan. De todo esto, Klare, deduce que habrá fuertes reticencias del Pentágono a la “guerra de Bolton”, por considerar que distrae el esfuerzo del principal escenario: un pulso en el Mar de China Meridional, donde las tensiones ya revisten carácter semanal, el proyecto de la Marina.
El objetivo militar chino es convencer a los militares americanos que en un conflicto regional y limitado allá, las fuerzas aeronavales de Estados Unidos saldrían perdiendo y que por tanto es preferible no intentarlo. El de los americanos es destruir la capacidad china en los sistemas de armas conocidos como A2/AD (Anti Access/Area Denial), la versión moderna de una muralla china de misiles y recursos electrónicos y espaciales para cegar al adversario, hundir sus barcos, derribar sus aviones e impedir su agresión.
Quizá sea esta división de opiniones y proyectos dentro del establishment de la desgraciada guerra eterna de Estados Unidos, el único dato positivo de esta dramática hora cuando los tambores de guerra redoblan alrededor de Irán.
[Fuente: blog del autor]
20/6/2019
Antonio Turiel
Medidas de emergencia en una crisis petrolera
Hace años que anticipamos desde este blog el desafío que supone la llegada de la crisis energética más grave que tendrá que afrontar la Humanidad seguramente en su Historia. Hace años que intentamos explicar que esta crisis comenzará con el descenso de la producción de petróleo, porque de todas las materias primas energéticas es ésta la más comprometida, aunque el resto de materias primas energéticas no renovables (carbón, gas natural y uranio) le seguirán en un plazo de pocos años. En todos estos años hubo momentos (como el período de 2011 a 2014, cuando el precio medio del petróleo fue el más alto de su historia) en los que había mayor receptividad a los problemas que aquí se explican. Pero los últimos años de relativa y pasajera bonanza han hecho olvidar cuán grave es la situación de base, y justo ahora, cuando estamos a las puertas de un descenso energético que será muy rápido por culpa de nuestra falta de anticipación, es cuando menos preparados estamos para hacer frente a lo que viene.
¿Y cuál es la situación de base? Básicamente la que ilustra la Agencia Internacional de la Energía en su último informe anual.
La AIE está estimando que en los próximos 6 años la producción de hidrocarburos líquidos (a veces denominados "todos los líquidos del petróleo", porque incluye todas las sustancias más o menos asimilables a petróleo) va a descender de manera muy acusada, de manera que si bien ahora mismo estamos en una producción media de unos 93 millones de barriles diarios (Mb/d), hacia el año 2025 la producción estará en torno a los 66 Mb/d, cuando la demanda que se espera para tal fecha es de 100 Mb/d. Es decir, que la producción prevista sería un 34% inferior a la demanda esperada.
Por supuesto esta previsión se basa en determinadas hipótesis y tiene ciertas componentes especulativas. La propia AIE se encarga de matizar su propia previsión haciendo notar que si EE.UU. hiciera el milagro de multiplicar por 3 su producción de petróleo de fracking y además se hicieran otros progresos hoy día impensables en otros países, entonces el déficit en 2025 sería de "solo" del 14% (lo cual aún sería bastante terrible, desde el punto de vista económico). En todo caso, la previsión de la AIE no es una mera charada sin sentido: su proyección se basa en el hecho constatado de la fuerte desinversión de las compañías petroleras durante los últimos años y cómo se va a reflejar en la producción que podrá entrar en línea en los años más inmediatos. Y por desgracia ninguna de las hipótesis de base han cambiado durante los últimos meses: la AIE ha advertido repetidamente en las últimas semanas de que vamos a una situación de mucha tensión en el mercado petrolero, con diversos picos de precio en sucesión.
Cabe recordar que la AIE es una agencia de la OCDE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, organismo que reúne a los países más desarrollados del mundo, y que la función de la AIE es la de asesorar en materia de energía a los gobiernos de los países miembros. No solo eso: en los órganos directivos y los grupos de trabajo de la AIE participan representantes de las principales instituciones y empresas de los países de la OCDE. Por ejemplo, en el último informe anual figuran como revisores personas de todos los países de la OCDE, representantes de ministerios, de la Comisión Europea, del Banco Mundial, del Departamento de Energía de los EE.UU. y de muchísimas grandes empresas; y concretamente de España encontramos a Carlos Guascó, Francisco Laverón (ambos de Iberdrola), Pedro Antonio Merino (Repsol), Eduardo Roquero (Siemens Gamesa), María Sicilia (Enagás) y Luiz Augusto (Universidad Pontificia de Comillas). En definitiva: no solo no se deben tomar a la ligera las advertencias de la AIE, sino que en realidad sus observaciones y recomendaciones son la referencia en las que se basa (o debe basar) la política energética de nuestro país y nuestras empresas. Una cosa es que no se quiera hablar en voz alta de las malas previsiones para los próximos años y otra muy diferente es que estas previsiones no sean conocidas: lo primero es evidente, lo segundo es necesariamente falso, teniendo en cuenta quién participa en la elaboración de estos informes.
Pero a pesar de ello, aparentemente nuestros representantes políticos no se hacen una idea clara de cuál es nuestra situación real y qué se debe hacer. En parte por la estrategia de silencio que imponen los grandes poderes económicos por miedo a que la difusión de estas malas noticias deprima la economía; en parte porque aún se espera que sobrevenga un milagro que resuelva el día. Aún no se acepta en los altos cenáculos que nos rigen que esta vez hay que hacer una reforma de la sociedad y del sistema productivo que vaya mucho más allá de lo estético. Justo en el momento más crítico, en el que nos tendríamos que estar preparando para lo no ya inevitable sino inminente, simplemente no tenemos nada. Nada oficialmente, y probablemente tampoco nada o poca cosa extraoficialmente.
Con la intención de como mínimo comenzar la discusión sobre estos temas, en este post haré el ejercicio de describir cómo hacer frente a una situación de eventual crisis petrolera permanente. Comentaré las medidas que yo creo que se deberían de tomar y las compararé con las que creo que se van a tomar.
Este ejercicio tiene muchas limitaciones. La primera es la imprecisión temporal. Es difícil saber en qué momento comenzarán a manifestarse los problemas de los que voy a hablar porque es bastante evidente que la carestía petrolera no se va a distribuir por igual según los países. Yo voy a pensar en el caso concreto de España, que probablemente llegará más tarde a los problemas que describiré justamente por formar parte de la aún bastante poderosa Unión Europea. No solo los problemas causados por la escasez de petróleo se retrasarán unos años en el caso de España, sino que probablemente su evolución será algo más lenta aquí que en otros lugares menos protegidos, lo cual dará un poco más de margen para tomar las medidas de adaptación.
Otra limitación importante de este ejercicio es que es imposible de saber cómo van a reaccionar exactamente los diferentes sectores económicos y sociales delante de esta escasez, así que hay una cierta componente de especulación (más o menos razonable, pero especulación) en lo que diré. Añádase que, como es lógico, yo tengo un conocimiento limitado (tanto en datos como en conceptos) de los mecanismos que gobiernan nuestro sistema económico y social, con lo que como mucho puedo dar recomendaciones generales, sin entrar en los detalles, y no siempre estarán correctamente orientadas, por lo que todo lo que se comente tiene que ser revisado críticamente si quisiera implementarse. Por último, hay una cierta componente inverificable en estas medidas: dado que probablemente muchas de las cosas no se van a hacer, ni aquí ni en ningún lado, no vamos a poder comprobar si hubieran sido más eficaces que las cosas que realmente vamos a hacer.
Hechas todas estas salvedades, comencemos por diseñar nuestro escenario.
Como sabemos, en los próximos 6 años se va a producir una cierta caída de la oferta de petróleo. La AIE dice que puede ser de hasta 27 Mb/d respecto a la producción actual, cifra que rebaja a 7 Mb/d si se producen una serie de mejoras. Mejoras portentosas que son poco verosímiles; pero tampoco es mucho más creíble a caída de 27 Mb/d, que solo tiene sentido si no se toma ninguna medida correctora, cosa poco verosímil. En particular durante el último año se ha observado un ligero repunte de la inversión en exploración y desarrollo; insuficiente, sí, pero como mínimo algo remonta. Por tanto, como escenario de referencia, voy a tomar un valor intermedio de una caída de 15 Mb/d de aquí a 2025, es decir, pasaríamos de los 93 Mb/d actuales a 78 Mb/d. Estoy por supuesto descartando que haya una guerra importante en Oriente Medio o algún otro evento disruptivo de escala global, aunque admito que haya problemas graves a escalas más locales.
Una caída de 15 Mb/d representa un descenso de la producción de petróleo del 16% con respecto a los niveles actuales, disminución que se tendría que dar entre ahora y 2025. Pensemos que, a pesar del papel que tuvo la llegada del peak oil del petróleo crudo convencional en 2005 sobre la crisis de 2008, hasta ahora la producción de petróleo (todos los líquidos) ha crecido siempre. Como comenta el profesor James Hamilton, en la Gran Depresión de 2008 y en la Gran Recesión de 2011 el petróleo tuvo un gran papel, pero en esos dos casos no fue porque su producción de todos los líquidos bajara, ni siquiera que se estancara: es que no creció lo suficientemente deprisa. Imagínense por tanto el impacto que va a tener una caída del 16% en 6 años.
Dada la magnitud de la caída, y de su gran impacto global, es de suponer que el consumo de petróleo en España va a caer drásticamente. Durante la crisis de 2008 el consumo de petróleo de España cayó más de un 25%, y aún hoy está lejos de recuperar los niveles de antes de la crisis.
Por tanto, en una situación de caída de disponibilidad del petróleo a escala global del 16% en los próximos 6 años no sería de extrañar ver una contracción del consumo de petróleo en España aún más fuerte que el que empezó en 2008. Sin embargo, es cierto que de 2008 a 2014 el consumo de petróleo que se ha perdido es el más crematístico, el que aportaba menos valor añadido a la economía. También es cierto que la tensión que va a originar la caída global de esos 15 Mb/d (unas 12 veces el consumo de España) puede a forzar a nuestro país a bajar aún más su consumo. ¿Cuánta será, pues, la caída del consumo en España de aquí a 2025? Difícil de saber. En lo que sigue considero que será muy importante y que tendrá un impacto económico profundo en nuestro país.
Y después de todas estas consideraciones iniciales, esbocemos por fin nuestro escenario. Lo que describo no tiene porqué tener lugar en 5 años; bien podrían ser 10 o 20, pero probablemente es lo que acabará pasando si no reaccionamos adecuadamente.
Fase 1: Primer shock de precios
Síntomas:
El precio del petróleo comienza a subir aceleradamente, y en cuestión de meses supera los 120 $/barril. La actividad económica se ralentiza a escala global, y particularmente en España. Se disparan las cifras de paro.
Reacción estándar:
Se considera que es una crisis económica más, reconociendo, eso sí, que los altos precios del petróleo son un ingrediente importante en ella, pero solamente uno más. Se toman nuevas medidas para estimular la transición a la "economía post carbono", pero en la práctica las necesidades presupuestarias y el día a día hacen que no se haga nada realmente efectivo a ese respecto.
El Gobierno toma medidas clásicas para estimular la actividad económica: rebajas de impuestos a las empresas, incentivos a la contratación, líneas de crédito públicas... Como consecuencia del incremento de gasto que suponen estas medidas y de la caída de ingresos se reducen las prestaciones sociales. Se vuelve al discurso de "vivíamos por encima de nuestras posibilidades" y de la austeridad.
A pesar de todo cierran muchas fábricas y bajan las exportaciones. El paro sube al 20%, y el PIB cae un 10%.
La crisis dura entre un año y dos años. Tras la crisis, los ingresos fiscales no se recuperan y eso hace que no se retiren la mayoría de medidas de austeridad.
Reacción más apropiada:
Se reconoce públicamente que la crisis energética es la mayor componente de esta crisis, y que durante los próximos años se sucederán más crisis como ésta. Se discute abiertamente la situación entre todos los partidos, hasta que se consigue un consenso político sobre la gravedad de la situación y la necesidad de una reacción concertada delante de la crisis energética.
Se introducen cambios legislativos para reconocer un nuevo estado de emergencia nacional, en el que las condiciones de necesidad son permanentemente graves y requieren ajustes y sacrificios por la parte de todos. Se declara el estado de emergencia nacional por la crisis energética.
Se crea una mesa de diálogo con las empresas, para que comprendan la gravedad de la situación y lo drástico de las medidas que se tienen que tomar por su propio interés a medio y largo plazo.
Se toman medidas taxativas para reducir el consumo de petróleo. Se limita la velocidad de los coches en ciudad a 30 km/h y en carretera a los 80 km/h. Eso incluye las autopistas; los concesionarios no reciben compensación debido a la emergencia nacional.
Se crean diversas tablas sectoriales para la adopción de medidas urgentes para el ahorro energético. Por ejemplo, se propone reducir el volumen de mercancías transportadas por carretera a un 25% del actual y el de los barcos a un 10%, en un plazo de 10 años. Se fomenta la relocalización de actividades. Se toman medidas estratégicas para garantizar el suministro de recursos básicos y estratégicos. Se toman medidas para incrementar la soberanía alimentaria. Se obliga a la disminución y reutilización de envases. Se plantean planes para la reconversión industrial de muchos sectores que verán su demanda bajar drásticamente en los siguientes años, comenzando por el turismo.
A pesar de todas las precauciones tomadas y todos los consensos conseguidos, las medidas despiertan un gran rechazo y oposición entre la ciudadanía y muchas de las empresas, así que se requiere muchísima pedagogía y repetir numerosas veces el trasfondo del mensaje: o hacemos esto juntos o nos vamos al garete juntos.
A consecuencia de todas estas medidas, el PIB se contrae un 20%. Hay bastante descontento pero al final del período de crisis (que dura entre un año y dos) se relajan ligeramente algunas de las restricciones. La gente comienza a acostumbrarse a vivir de otra manera y modifica expectativas.
Fase 2: Segundo shock de precios
Síntomas:
Tras uno o dos años de relativa tranquilidad (precio del barril relativamente alto pero asequible) el precio del petróleo se vuelve a disparar. Esta vez supera los 150$/barril en muy poco tiempo, y encima se mantiene en esos niveles durante meses (esto es debido a que no se destruye demanda tan rápidamente porque ya no quedan tantos sectores de bajo valor añadido).
Reacción estándar:
El Gobierno comienza una reacción al estilo de la anterior, pero pronto se ve que esta crisis es más grave que la anterior y que hay que tomar medidas más drásticas. Después de muchos nervios y rumores sobre la caída del Gobierno, al final se aprueba un paquete de medidas urgentes para la contención del gasto en petróleo y el impulso de la energía renovable. Se limita la circulación de vehículos (por ejemplo, por el número de matrícula) y se penaliza a los coches en los que viaja solo el conductor. Se mejoran ostensiblemente la bonificaciones a la producción renovable; desde el sector eléctrico se avisa que están saturados de producción y que esa nueva producción agravará los problemas existentes sin resolver ningún problema, pero el Gobierno los ignora.
El turismo entra en una recesión muy profunda, porque la crisis es global y los turistas no vienen. Las playas están vacías y, lo que es peor, también lo están bares y restaurantes. El paro en el sector de la hostelería se dispara.
La crisis económica se hace muy intensa. El paro supera el 25% y se acerca peligrosamente al 30%. Hay manifestaciones continuamente en las calles y menudean los robos y los hurtos. El Gobierno implanta nuevas medidas de orden público, con el incremento de la plantilla de policías; a pesar de la reducción de salarios de los funcionarios públicos, es una salida profesional para mucha gente.
Al final de este período se empiezan a aplicar medidas de choque muy drásticas, con recortes sociales y de libertades individuales. Se restringe el derecho a la manifestación, se penalizan gravemente las convocatorias no autorizadas. Se empiezan a poner en marcha las primeras plantas de creación de combustibles líquidos a partir de carbón, con el objetivo de aprovechar el carbón nacional. España amenaza varias veces a Argelia por su falta de compromiso en el suministro de gas natural, y crea una comisión conjunta con Francia para seguir la crisis argelina.
La crisis dura tres largos años, con una contracción del PIB desde los niveles pre-crisis del 20%. Al final de la crisis se ve un ligero repunte de actividad y el Gobierno se felicita por la eficacia de sus buenas medidas. Acto seguido, cae el Gobierno, pero el Gobierno entrante no cambia en nada el rumbo marcado por el anterior.
Reacción más apropiada:
Se reconoce públicamente que la nueva crisis de precios es un síntoma del declive inevitable de la producción de petróleo. Se propone profundizar en las medidas tomadas en el período anterior.
Se cambian los planes de estudios y de capacitación profesional, de manera que se aprendan nuevas técnicas que tengan en cuenta la necesidad de reparar, reutilizar y reciclar. Se introducen asignaturas obligatorias de horticultura desde la primaria. Se fomenta la extensión de huertos urbanos y de proximidad; todos los municipios deben destinar un área mínima a huertos, y se cambian las leyes para incentivar el paso de terrenos urbanos a rústicos. Se dan incentivos para la producción alimentaria nacional, y se carga con grandes aranceles la importación de alimentos del exterior, y con fuertes tasas la exportación de alimentos de los que España no es excedentaria.
Se modifica la red eléctrica para hacerla más local y operar con menos pérdidas, y que pueda integrar pequeños sistemas locales. Se desincentiva la actividad industrial de alto consumo energético. Se crean planes para la recuperación de materiales útiles en vertederos. Se cierran todas las centrales nucleares, reconociendo que el coste de gestionar los residuos nucleares es muy oneroso y que no conviene hacerlo crecer. La red eléctrica está perfectamente cubierta con el resto de sistemas, y más ahora que el consumo eléctrico es mucho menor.
Se fomenta la creación de economías lo más locales posible.
Se establece un plan para el abandono total del coche y la disminución drástica del transporte de carretera. Los vehículos desechados se aprovechan por piezas para la reparación y mantenimiento vehículos de emergencia y maquinaria indispensable Se establecen unas cuotas para la producción de biocombustibles, que están reservadas para el uso exclusivo de los vehículos y maquinaria que se mantienen.
Son años de ajustes duros, y el PIB está ya por debajo del 50% de los años pre-crisis, pero de acuerdo con la percepción social general la crisis es menos profunda de lo que se esperaba. La sensación de crisis en España dura menos de dos años y aunque el mundo en su conjunto sigue en crisis un año más, en ese último año las cosas van mejor en España: de hecho, el paro disminuye y se queda por debajo del 10%. Se abandona la medición del PIB.
Francia presiona para formar un grupo de trabajo para abordar el problema argelino, pero España descarta inmiscuirse en problemas de otros países. El consumo de gas natural ha descendido con la reconversión industrial y se comienza a producir gas natural nacional en biodigestores y pequeños yacimientos.
Fase 3: Tercer shock de precios
Síntomas:
La tranquilidad dura menos de un año; el precio del petróleo empieza a dispararse de nuevo, pero esta vez muestra un comportamiento salvajemente errático: algunas semanas toca los 200$ por barril, para después caer hasta los 80$. Empieza a haber conflictos internacionales de envergadura y eso hace que las líneas de suministro dejen de ser fiables y que se origine escasez: no hay suficiente petróleo, es igual el precio que se quiera pagar.
La contestación interna es muy fuerte. La contracción económica es brutal. El paro supera el 30% y avanza peligrosamente hacia el 40%. El PIB está alrededor del 40% de lo que era en los años pre-crisis. Los debates al Parlamento son muy broncos. En medio de una intensa presión al Gobierno para que reaccione a la crisis de suministro, España decide formar una fuerza aliada con Francia e Italia, e invade Argelia con la intención de "pacificar el país" (envuelto en una cruenta guerra civil entre dos facciones del ejército) y "llevar la democracia".
La guerra en Argelia es un desastre, porque es un país fuertemente armado y la invasión está lejos de ser un paseo militar. España restablece la recluta obligatoria y comienza a enviar soldados no profesionales a Argelia. En algunas ciudades, como Barcelona, la marcha de los quintos degenera en graves disturbios; hay combates con fuego real por las calles. El Gobierno tiene que destinar parte de las tropas para apaciguar el país.
Empieza a haber problemas de abastecimiento de alimentos en las ciudades, lo que origina tumultos y asaltos a comercios. La población comienza a abandonar las ciudades. El Gobierno cae y le suceden otros de manera muy caótica. En algunas zonas no se pueden celebrar elecciones dado el grado de la revuelta. Cataluña se proclama independiente y el Gobierno de turno envía el ejército a sofocar la rebelión, cosa que consigue pero a un alto precio: falto de efectivos, el ejercito español en Argelia es aniquilado. Cae el Gobierno. El País Vasco amenaza con declararse independiente, pero el Gobierno no es capaz de enviar tropas y se ve forzado a aceptar ciertas imposiciones. En Cataluña, somatenes populares hostigan permanentemente al ejército.
Tras meses de arduas negociaciones, sin saber quién tiene el poder realmente, acaba habiendo un acuerdo mutilateral en el que se hacen muchas concesiones al País Vasco y a Cataluña. Se comienzan a distribuir a gran escala combustible derivado de carbón, pero se limita por ley su uso; de hecho, se prohíbe el coche privado. Se estable un servicio agrario obligatorio para toda la población, para garantizar la producción de alimentos nacionales. Se nacionalizan muchas empresas y se hacen requisas de recursos indispensables. España se convierte en una humeante autarquía muy autoritaria, con pequeños oasis de libertad relativa, sobre todo en el País Vasco y Cataluña.
Esta crisis se hace permanente. Nadie vuelve a mirar el precio del petróleo, ni confía en que se pueda restablecer su mercado.
Reacción más apropiada:
Se reconoce que estamos llegando a una fase terminal de la crisis del petróleo, y que el mercado internacional no puede garantizar ni siquiera el abastecimiento de lo que se produce.
Se implementa un plan de abandono total del petróleo, y de reducción drástica del carbón y gas natural (el uranio ya no se consume desde la crisis anterior).
Se profundizan las medidas de las fases anteriores. A pesar de la gravedad de la crisis internacional, España evoluciona de una manera suave porque tiene una muy baja, y decreciente, dependencia exterior. La producción se estabiliza en una valor adecuado para satisfacer las necesidades de la población. Al cabo de pocos años, para sorpresa del caótico entorno internacional, España logra prácticamente el pleno empleo.
España no está interesada en los suministros energéticos exteriores y su comercio exterior se basa en el intercambio de productos no indispensables. España rechaza implicarse en ninguna aventura militar exterior, y de hecho reduce su industria armamentística.
España ha logrado un economía de estado estacionario y la paz social interna. Su gran reto de futuro es hacer frente a las amenazas exteriores.
* * *
Éste es el resumen de las medidas, las que probablemente se tomarán y las que se tendrían que tomar. ¿Cuáles cree Vd., querido lectores, que se adoptarán al final? En realidad, eso depende de todos nosotros.
[Fuente: The Oil Crash]
7/6/2019
Marisa del Campo Larramendi
«Quo vadis», Podemos
I
Resulta evidente que a Podemos, Unidas Podemos y a sus líderes no se les trata igual que al resto de organizaciones y dirigentes. Declaraciones, errores, malentendidos, meteduras de pata y entrada en jardines que en Abascal, Casado, Rivera o Sánchez son criticados con una dureza que podríamos calificar de institucional —o por el contrario directamente pasados por alto— en el caso de los morados y sus mandatarios son objeto de verdadera persecución mediática e hipérbole crítica. En plata, no se les pasa ni una y si no hay ninguna se inventa.
Esto es un dato objetivo y no cabe rasgarse las vestiduras, ni gimotear por las esquinas por su existencia. Lo que hay que hacer es preguntarse por qué se produce.
Podemos barajar varias respuestas a este hecho:
1ª. Unidos Podemos es una organización a destruir por los que realmente mandan, pues a pesar de todo sigue siendo el único obstáculo, como organización política, que perturba el “normal” restablecimiento del juego bipartidista que asegura el dominio político de los de arriba. Todo valdría para los que realmente mandan en orden a acabar con ella.
2ª. Por las ideas políticas que dice defender, Unidas Podemos llama sobre sí un grado de crítica mucho mayor. Al tener por bandera la nueva política, la ética, la “gente” cualquier hecho o sombra de sospecha que pueda caer sobre estos aspectos resalta –y es resaltada– de inmediato. Una mosca se nota más en un pastel de nata que en uno de chocolate.
3ª. Por los objetivos que persigue, Unidas Podemos necesita movilizar a la gente, hacerla partícipe de la vida política diaria. Debe pues tener una tensión autocrítica mucho mayor que otras organizaciones, pues los errores en su caso penalizan más al menoscabar su mayor activo, la base de su fuerza política y el garante de su posible éxito: la ilusión y el empeño de la gente.
Pero no es nuestro interés detenernos en estas razones, sino más bien darlas por supuestas y fijar nuestra atención en un cuarto punto origen del fenómeno más arriba aludido: los muchos errores y extravíos cometidos por Podemos, Unidas Podemos y sus líderes.
Errores y extravíos que merecen una crítica sin paliativos, pues solo exponiéndolos, analizándolos y reconociéndolos será posible intentar subsanarlos. Veamos algunos:
1º. Errores estratégicos. La dirección de Podemos se ha caracterizado por un optimismo analítico exagerado. Primero fueron los tiempos de vino y rosas cuando se creía en el asalto a los cielos, la operación relámpago de ganar la Moncloa y el tic-tac; luego se pasó al sorpaso al PSOE y la pretensión de hegemonizar el bloque de la izquierda; más tarde, se pretendió entrar en un gobierno con los socialistas; hace nada, se conformaban con “influir” en el gobierno Sánchez a través de unos presupuesto “progresistas”; después de las últimas elecciones se vuelve a demandar entrar en el gobierno pero con tal debilidad que casi suena a petición desesperada de quien se sabe a punto de ser preterido...
Toda esta progresiva reducción de expectativas y sus cambios estratégicos subsiguientes se ha realizado sin ningún tipo de autocrítica, por lo que, en el fondo, siguen subsistiendo los mismos problemas analíticos: voluntarismo, indefinición, subjetivismo, en definitiva, primar el elemento discursivo sobre las “condiciones objetivas”…
2ª. La propia idea estratégica dominante en Podemos —basada en Laclau vía Errejón— conllevaba como consecuencia inevitable y necesaria un determinado modelo organizativo. La “operación relámpago” de asalto a la Moncloa exigía un partido más parecido a un comité electoral que a otra cosa.
La centralización y jerarquización de Podemos no fue fruto de “la maldad de los hombres”, sino producto de su propia estrategia política. El partido movimiento de los inicios que decía querer tener su base en los círculos pronto se convirtió en un partido vertical, jerarquizado, en manos de unos pocos, plebiscitario en sus procesos de legitimación interna donde las diferentes familias y —todo hay que decirlo— un buen número de arribistas batallaban por cuotas de poder.
Esta organización realmente existente aisló a Podemos del humus que le daba alimento y sentido: la “gente”. Lisa y llanamente; se destruyeron los círculos y cuando se pretendió revitalizarlos se descubrió que ya no había personas para trazarlos.
3ª. El tactismo político. El reiterado fracaso de las propuestas estratégicas de Podemos, llevó a la organización a continuos giros tácticos en busca de reconectar con el movimiento de base y el sentir de los de abajo. Las ocurrencias –algunas buenas– se sucedían pero no lograban su objetivo. El entusiasmo de muchos de los de abajo por Podemos se fue marchitando y el envejecimiento de la organización y el ser percibida ya como un partido más se tornaron aparentemente imparables.
4ª. Problemas de comunicación que van desde el manido tema del chalet a los súbitos exabruptos que de vez en cuando sueltan sus dirigentes.
5ª. El rápido crecimiento de Podemos y su súbita llegada a las instituciones le convirtió en un partido aluvión donde entraron gente de variados pelajes, desde jóvenes entusiastas a viejos militantes, desde activistas con largo pasado a recién llegados a la práctica política, desde espíritus solidarios a —y aquí está el problema— medradores que buscaron en la vida política que les ofrecía la plataforma organizativa de Podemos la solución a su falta de salidas profesionales, sus ambiciones personales o su necesidad de reconocimiento.
II
Pongámonos estupendas antes de entrar en las arenas movedizas.
Decía Kant que con su filosofía trataba de responder a tres preguntas: ¿Qué puedo saber? ¿qué debo hacer? y ¿qué me cabe esperar?, a lo que añadía que estas tres cuestiones se resumían en una: ¿Qué es el hombre?
De forma paralela y en el tema que nos preocupa nos podríamos hacer tres preguntas: ¿suma o no la alianza de Izquierda Unida y Podemos? ¿Debe dimitir Pablo Iglesias? ¿Es reformable Podemos/IU? Estas tres cuestiones se podrían condensar en una: ¿Qué hacer?
Por supuesto, se podrían buscar otro tipo de interrogantes pero creo que estos nos acercan al meollo de la cuestión… o quizás más que aproximarnos nos dan de bruces, porque responder a estos interrogantes no es tan fácil, primero, porque cualquier respuesta levantará pasiones y revelará enconos, filias y fobias; y segundo, porque toda contestación que se pergeñe tendrá un carácter tentativo y sometido a un alto grado de posibilidad de error pues no solo se sitúa en el análisis del pasado, sino en el intento de prever y modelar el futuro. Pero esto es política.
Mas dejemos de marear la perdiz, liémonos la manta a la cabeza, aceptemos los improperios que nos vendrán encima y tratemos de coger el toro por los cuernos,
1º. ¿Suma o no la alianza de IU y Podemos?
Si uno hace caso a los datos electorales se diría que no. Pero no nos adelantemos y veamos la situación: si se comparan los resultados de las últimas elecciones que han ido juntos y las últimas que han ido por separado se constata que la suma de votos por separado ha sido mayor que la suma de votos juntos. Aquí imperaría, pues, esa frase tan manida y aparentemente brillante de que “En política dos más dos no son cuatro”
Tratemos ahora de analizar el dato acabado de exponer. Veamos:
Uno. Parece claro que existe un porcentaje de votantes de IU que no votan a la coalición de su partido con Podemos o la votan con profundo recelo. Cabe imaginar que el contrario también sea cierto: votantes de Podemos que no votan a Unidas Podemos. Este fenómeno podría extenderse incluso a las campañas, donde elementos de una y otra organización no participan o lo hacen a regañadientes en los “actos” de propaganda “comunes”.
Dos. Este recelo mutuo sin duda tiene sus causas. A los ojos de ciertos militantes de IU, Podemos es un partido de “profesores” universitarios que casaría mal con su tradición “obrerista”. Por otro lado, entre ellos pervive un cierto resentimiento por la forma “prepotente” en que en el pasado fueron tratados por el primer Podemos, época en que estuvieron al borde de la desaparición, cuando creían que, ¡por fin!, había llegado su oportunidad.
Tres. Del lado de Podemos existe entre parte de sus votantes la percepción de que IU es un partido de la vieja política, anclado en tics del pasado, incapaz de comprender las enseñanzas del 15M, deseoso en el fondo de mantener sus estructuras anquilosadas y pervivir aunque sea como partido minoritario e ineficaz políticamente. En el extremo esta percepción hablaría de un tenebroso PCE en la sombra y manipulador cercano a Rasputín.
Cuatro. Sin embargo, y a pesar de creer que en efecto existen estos dos tipos de percepciones entre sectores minoritarios de ambos partidos, pensamos que este fenómeno no explica el retroceso electoral de Unidas Podemos, ni eleva el principio de dos más dos no son cuatro en política a algoritmo aplicable en este caso. Es más pensamos que de haber ido por separado los resultados electorales hubiesen sido aún peores.
Cinco. Creemos que las razones de dicho retroceso había que buscarlas en dos campos de causas:
Primero, campo de causas objetivas: se está produciendo un reflujo evidente en la marea de carácter progresista que se inauguró en España a raíz de la crisis económica. Este reflujo va acompañado de una ola de conservadurismo entre las clases medias, deseosas de “estabilidad”. Ambos fenómenos suponen una debilitación/disminución del bloque de cambio en España.
Segundo, campo de causas subjetivas. Las formas en que se han construido las alianzas entre IU y Podemos han sido manifiestamente mejorables. En vez de procesos unitarios desde abajo se han primado los acuerdos desde las cúpulas, a veces hasta llegar a algo más parecido a una sopa de siglas que a una verdadera coalición. Esto es percibido por la gente como componenda, reparto de cargos, alianza poco segura que en cualquier momento puede saltar.
Sexto. En definitiva:
Creemos que si la alianza IU/Podemos no ha servido para sumar o al menos para detener la ola de conservadurismo en España no ha sido por la propia existencia de la alianza, sino porque esta se ha hecho mal y sin todas sus consecuencias.
Pensamos que no hay un espacio político a la izquierda del PSOE que se pretenda instrumento de emancipación de los de abajo donde quepan dos o más organizaciones autónomas.
Por el contrario defendemos la necesidad en el medio plazo de constituir una organización unitaria que englobe en su seno, con absoluto respeto a las inevitables diferencias, las diversas sensibilidades de la izquierda emancipadora.
La unión hace la fuerza, pero solo sí esa unión es verdadera, asumida, trabajada, pensada, aceptada y querida.
Las uniones por arriba acaban siempre favoreciendo el enquistamiento de las diferencias, el encono de las facciones, las luchas cainitas, el mantenimiento de los burócratas y la proliferación de los oportunistas y medradores.
En el próximo apartado continuaremos con la segunda pregunta: ¿debe dimitir Pablo Iglesias?
III
La cultura política española tiene sus peculiaridades. Una de ellas es compaginar, sin al parecer muchos problemas, la negativa a dimitir con la búsqueda de chivos expiatorios. De esta manera, ante un fracaso político, los dirigentes no ponen su cargo a disposición de sus dirigidos, sino que prefieren buscar los responsables en el primer subordinado que pase por ahí… o, en variante también muy socorrida, entonar aquello de “que yo no fui, que fue Tantín, que fue mi hermano el chiquitín”.
Dimisiones y análisis políticos que incorporen reconocimiento de errores y propósitos de enmienda son pues más raros en el panorama político español que los perros verdes o las jirafas de cuello amarillo.
Establecido este principio general y castizo, encaremos nuestra segunda pregunta: ¿debe dimitir Pablo Iglesias?
Si nuestro anterior interrogante podía suscitar polémica este levanta tempestades, al extremo de que parece imposible acercarse a él desde un punto de vista sosegado y racional. Las filias y fobias que provoca el secretario morado son muy fuertes, y van desde cultos semejantes al Cristo de los gitanos a rechazos comparables al que se siente por la mismísima Parca, pasando por toda una escala de alabanzas e insultos, adhesiones y abominaciones.
Sin embargo, estimamos que los resultados de las últimas elecciones hacen inevitable la pregunta sobre la continuidad en su cargo de Pablo Iglesias.
Ahora bien, la pregunta no solo es complicada por la carga emocional que le rodea, sino también —y en lo que a nosotros incumbe sobre todo— por la dificultad de su respuesta. Veamos:
En nuestra opinión, para Podemos —y en consecuencia para Unidas Podemos— Pablo Iglesias es un nudo en el que se enlazan tensiones contrarias.
Por un lado creemos que —al menos en el corto plazo— Pablo Iglesias es el activo más importante de Podemos. De hecho si en las pasadas legislativas no se dio un resultado semejante sino mejor al que un mes después se produciría en las elecciones europeas, autonómicas y municipales fue sin duda gracias a la presencia de Pablo Iglesias en las primeras y a su buen hacer en la campaña y en los debates televisados.
Este papel esencial de Pablo Iglesias dentro de la organización hace pensar que si dimitiera, Podemos no solo bajaría en el terreno electoral y se vería mermado políticamente, sino que lisa y llanamente implosionaría, al permitir la ausencia de Iglesias la salida completa del armario de cabecillas, camarillas, capillas y demás tribus que pululan en Podemos y que, parece, solo mantiene unidas el "carisma" del líder.
Por otro lado, Pablo Iglesias se puede constituir –en el medio plazo– como el principal obstáculo para una renovación/refundación de Podemos. No podemos olvidar que, de la mano de Errejón, Pablo Iglesias es el principal responsable de haber construido una organización que de partido movimiento que pretendía representar la “nueva política” pasó a ser un partido muy centralizado y jerarquizado, con resortes de legitimación interna plebiscitarios y bastante semejante en su funcionamiento a los demás partidos.
El “bonapartismo” de Iglesias, el culto a la personalidad y al líder que su presencia fomenta son rémoras para un proyecto emancipador que a la corta o a la larga acabarán mostrando —si no lo han mostrado ya— su importancia negativa.
Nos encontramos, pues, ante una situación paradójica: la dimisión de Pablo Iglesias puede significar la implosión de Podemos, pero su continuidad puede suponer que no se produzca su imprescindible renovación/refundación.
Lamentablemente carecemos de la espada de Alejandro para resolver de un tajo el nudo gordiano que se nos presenta, por lo que habrá que buscar soluciones menos “cortantes”.
Cierto es que Pablo Iglesias ya ha dicho que no va a dimitir, decisión que en buena medida menoscaba la utilidad de la pregunta que nos ocupa. Pero también es cierto que de la respuesta que demos —al menos hipotéticamente— a la cuestión derivarán diferentes posiciones y futuras actitudes dentro y fuera de Podemos.
En nuestra opinión, y buscando un precario equilibrio entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, entre los principios y el pragmatismo, entre lo posible y lo necesario, solo cabría un camino: apoyar la continuidad de Pablo Iglesias a la vez que exigir la apertura de un proceso de reflexión que lleve a la refundación de Podemos en un sentido que le acerque de nuevo a sus orígenes.
Alguien podrá decir que estamos proponiendo la cuadratura del círculo. Puede ser, pero esto nos llevaría a la tercera pregunta:
¿Es reformable Podemos?
IV
Toda pregunta parte de unas afirmaciones previas implícitas que la fundamentan y hacen posible. La pregunta: “¿es reformable Podemos?”, no es excepción y presupone unas aseveraciones anteriores, ya calladas, ya insinuadas, ya dadas por supuestas. Por ejemplo:
1ª. Podemos es aún un instrumento útil para los de abajo.
2ª. Podemos necesita ser reformado.
3ª. Este es un buen momento para su reforma.
4ª. Se tiene una idea del sentido en que debe ser reformado.
Observemos que no todo el mundo aceptará estos presupuestos y así habrá gente que dará a Podemos por perdido y amortizado, otros negarán la mayor y no creerán que necesite ningún tipo de reforma, unos terceros podrán pensar que la actual coyuntura política no es la adecuada para embarcarse en transformaciones político-organizativas y unos cuartos argüirán que todo depende de la naturaleza y el para qué de esa supuesta reforma.
Pero aún habría otra creencia implícita en nuestra pregunta: la sospecha de que existirían serias resistencias dentro de la organización a cualquier cambio de su status quo o, dicho sin ambages, de su actual modelo organizativo, línea política, correlación de fuerzas interna y cúpula en el poder.
Las declaraciones de la gran mayoría de la actual dirección de Podemos sobre las causas y repercusiones de la debacle electoral de las pasadas elecciones parecen ir en la dirección acabada de reseñar. Todo indica que la cúpula de Podemos no quiere para nada propiciar un debate interno sobre la situación de Podemos que vaya o pueda derivar en un camino hacia un Vistalegre 3.
Las razones las podemos dividir entre decibles e indecibles.
Entre las primeras estarían la necesidad de dejarse de mirar el ombligo y la convicción de que la batalla realmente importante y en la que hay que entrar con todas las energías es la de qué gobierno se va a formar en las próximas e inmediatas fechas.
Entre las indecibles encontraríamos la necesidad por parte del núcleo dirigente de tapar el fracaso electoral con un triunfo político o, al menos, con una demostración de firmeza exigiendo la entrada en el gobierno y, en otro orden de cosas, el miedo que suscita en la cúpula de Podemos la más que posible inminente aparición de un nuevo sujeto político a la izquierda del PSOE: el chiringuito de Errejón.
Vemos, pues, que la pregunta de “¿es reformable Podemos?” se encuentra en medio de un turbión de presupuestos y cuestiones que puede hundirnos en un “proceloso mar” de equívocos, malentendidos y enconos.
Sentado lo anterior, afirmaremos que en nuestra opinión el actual Podemos necesita de una urgente reforma pues en su presente configuración no es el instrumento adecuado para ayudar a construir/reconstruir el bloque de cambio necesario para transformar nuestra democracia demediada en un sentido más libre, igualitario y solidario en lo económico, en lo político y en lo social. Tres son sus principales males:
1º. En lo organizativo. De partido movimiento protagonista y abanderado de la "nueva política”, Podemos ha devenido en un partido centralista, jerarquizado y con una dirección con una clara tendencia bonapartista. Una de las más graves rémoras de esta situación es la práctica desaparición de los círculos y las interminables luchas cainitas de facciones.
2º. En lo político. Con inopinados cambios estratégicos y bandazos tácticos sin justificación crítica. Por ejemplo, se ha pasado de una concepción lauclaniana de conquista de la hegemonía a una vía que podíamos llamar neo eurocomunista pasando por un escarceo socialdemócrata clásico sin una reflexión seria que avalara la necesidad de dichos cambios.
3º. En la praxis. La práctica totalidad de las energías de la organización —cuando las peleas internas dejaban tiempo y espacio— se ha volcado en la vía institucional y se ha abandonado en buena parte la política cotidiana, de calle y trabajo, en los movimientos sociales. Esto es mortal de necesidad para una organización que necesita de la savia del contacto con los de abajo para existir y tener fuerza.
Individualizados a vuelapluma los principales problemas de Podemos —y, antes de contestar a nuestra pregunta: ¿es posible revertir esta situación?— quizás fuese conveniente destacar los obstáculos a dicha reforma:
1º. La estructura organizativa interna de Podemos ya consolidada que no verá con buenos ojos ningún movimiento que pueda suponer su puesta en cuestión.
2º. La ristra de “cadáveres”, heridos, resentidos, damnificados y escépticos que las sucesivas luchas internas de Podemos ha ido dejando por el camino en su no muy dilatada pero convulsa historia.
3º. La presión de la coyuntura política que “aconseja” centrarse en ella y no “perderse” en debates internos.
4º. La pocas “ganas” mostradas por la cúpula de iniciar una verdadera reflexión sobre el irresistible descenso electoral y de presencia institucional y en la calle de Podemos.
5º. El reflujo de la contestación social que sume en la melancolía a los militantes y deja sin motor interno a las aspiraciones de cambio y mejora.
V
La respuesta positiva o negativa a la cuestión de si es reformable Podemos muestra su importancia si valoramos las consecuencias. En caso negativo habría que dejar languidecer a la formación morada e iniciar un proceso de construcción de una nueva organización; en caso afirmativo se debería fijar con claridad el qué cambiar y el cómo hacerlo. Quede claro que tanto una como otra opción coincidirían en el para qué: la formación de un bloque de cambio —el carácter y la profundidad de ese cambio dejémoslo por ahora en una cierta imprecisión—.
Hemos de reconocer que ante esta alternativa una se siente como el asno de Buridán y no sabe si comer de la hierba de sí o de la hierba del no. Pero si no queremos morir de hambre como el famoso asno más nos valdrá que tomemos alguna decisión. Y la nuestra es levantar los ojos de los dos montones de heno y mirar el panorama de la granja entero. Esto es, enfrentarnos al cuarto remedo de los interrogantes kantianos: ¿qué hacer?
Pero para decidir qué hacer, primero es necesario aclarar y aclararnos sobre la situación en que nos encontramos, es decir, preguntarnos ¿qué hay?: el famoso análisis concreto de la situación concreta.
1º. Las dificultades del proceso de acumulación del capital continúan y la hipertrofia del capital financiero prosigue. La amenaza de una nueva crisis está ahí y de producirse introduciría un cambio substancial en cualquiera de nuestros análisis. Cambio que nos tememos no iría en un sentido de aumento de las fuerzas progresistas sino de las más decididamente reaccionarias.
2º. El cambio de ciclo político en España se ha producido. La crisis de legitimidad que sufrió la democracia demediada realmente existente en nuestro país se está cerrando de forma favorable a los de arriba. La batalla política abierta con la crisis económica, que tuvo su expresión social en el estallido del 15M, su oportunidad política en el crecimiento de Podemos y el largo periodo electoral que hemos pasado tiene un claro vencedor: los que realmente mandan, que no solo han logrado mantener sus posiciones sino que han conseguido reforzar su poder, sobre todo en el ámbito económico —valga la reforma laboral como botón de muestra—.
3º. Las fuerzas progresistas se han desfondado y la masa crítica emancipadora reducido substancialmente. En la actualidad el bloque de cambio no tiene la capacidad suficiente para forzar, impulsar o imponer medidas reformistas que afecten realmente al poder económico y que supongan un avance de la democracia política, social y económica en nuestro sociedad. España no es un país de izquierdas.
4º. La hegemonía política y económica de los de arriba también es ideológica. Las ideas neo liberales y conformistas han triunfado en nuestra sociedad: se cree más en las salidas individuales que en los proyectos colectivos, se aspira más a participar de la sociedad de consumo que a cambiarla por una sociedad más justa y sostenible, la convicción de que todos los políticos son iguales es completa, la creencia en la inamovilidad de lo que existe y en la imposibilidad de avanzar hacia otra economía que no sea la capitalista, absoluta.
5º. Es dentro de este contexto donde debemos situar el tan cacareado gobierno progresista que se supone saldrá de las últimas elecciones. Estamos en la hora de Sánchez y pronto veremos cuánto había de verdad en sus postulados “socialdemócratas” y de “izquierdas”.
6º. Sea cual sea la fórmula —gobierno monocolor, de coalición, mediopensionista o todo lo contrario— que el PSOE escoja para darnos gato por liebre parece evidente que con la actual correlación de fuerzas, el bloque de cambio no puede forzar medidas de cambio substanciales contra el poder económico, todo lo más puede implementar reformas que palíen las situaciones más sangrantes que ha provocado la ofensiva liberticida y anti social a la que hemos y estamos asistiendo.
7º. Las demandas de entrar en el gobierno por parte de Unidas Podemos no dejan de ser un brindis al sol, pues la coalición de izquierdas tendrá que aceptar el gobierno que Sánchez decida ya que votar en su contra llevaría a una repetición de elecciones que resultaría catastrófica para la coalición.
8º. La estrategia del poder sigue siendo la destrucción de Unidas Podemos. En esta estrategia participa el PSOE que busca –ya mediante el abrazo del oso, ya a través de marginarla, ya atrayendo a su redil a líderes significativos– la jibarización definitiva de Unidas Podemos, como único camino para volver a ser un partido de gobierno sin necesidad de pacto y componendas con otras formaciones: la soñada vuelta al paraíso de las mayorías absolutas y del bipartidismo borbónico.
Por todo lo anterior es necesaria:
1ª. Una revisión de la estrategia política de Unidas Podemos que todavía está pensada para el ciclo anterior, caracterizado por una situación ascendente del bloque de cambio. En el actual ciclo, claramente de reflujo, nos vemos abocados sin embargo a una estrategia defensiva y más de recuperación que de acumulación de fuerzas.
2ª. Esta nueva situación y esta nueva estrategia exigen cambios profundos en la estructura organizativa de Podemos. Será imprescindible hacer de la necesidad virtud, y aprovechar la drástica reducción de la presencia institucional para volver a la calle, a los movimientos, a la gente, a los problemas de los humillados y ofendidos en su aquí y ahora. Revitalizar los círculos, el contacto molecular con los de abajo, recuperar a la gente válida que se perdió en tanta lucha cainita, en una palabra, refundar Podemos
3ª. Dar una importancia primordial a la lucha ideológica, enfocada a combatir los principios neo liberales y conformistas que han conquistado nuestras conciencias. En definitiva persuadir a la gente de que no solo otro mundo es posible, sino que es necesario si queremos que siga existiendo un mundo habitable.
Concluyamos con una quinta e hipotética pregunta kantiana:
¿Es posible refundar la estructura realmente existen de Podemos —y por extensión de Unidas Podemos— para crear un nuevo movimiento/organización que sepa hacer política desde la gente, por la gente y con la gente?
Si contestamos con el pesimismo de la inteligencia probablemente no.
Si respondemos con el optimismo de la voluntad: hay que intentarlo... o empezar a pensar en otra cosa.
De nuevo Sísifo subiendo la roca a la montaña.
[Fuente: Rebelión]
18/6/2019
La Biblioteca de Babel
Héctor Tejero y Emilio Santiago
¿Qué hacer en caso de incendio?
Manifiesto por el Green New Deal
Capitán Swing, 2019, 256págs.2019
Esta señal de alarma aparece como título de un libro que se define como “Manifiesto por el New Green Deal”. Sus autores, Héctor Tejero y Emilio Santiago, son treintañeros, lo cual da al libro el valor añadido de testificar en nombre de la generación más joven que hoy tiene ya una presencia política en España. Se trata de una obra imprescindible, que describe con gran eficacia el estado actual de la crisis ecológica y la alarma climática y se pregunta a continuación cómo abordar la situación desde posiciones democráticas e igualitarias.
La imagen que dibujan es tributaria de una fecunda lectura cruzada de la literatura anticapitalista y la ecologista, que confiere al resultado una amplitud de perspectiva y una riqueza informativa notables. A eso hay que añadir un estimulante abordaje de las posibles salidas emancipatorias, con mucho conocimiento de la historia pasada de las luchas por la libertad y a la vez mucha imaginación para proyectar propuestas de acción atractivas y dignas de consideración. No en balde uno de los autores ha sido militante y activista político y concejal de Móstoles, de modo que habla también desde la reflexión sobre prácticas políticas y sociales concretas ―un “pragmatismo utópico”, según sus propias palabras― que corrige las tendencias a la especulación libresca que abundan en este tipo de literatura.
Aunque el libro es una buena descripción de la crisis ecológica, su aportación específica es la política de Green New Deal, que arranca de las propuestas ya bastante maduras de la izquierda norteamericana (Alexandria Ocasio-Cortez, Bernie Sanders), y de algunos países europeos, tendientes a asumir como tarea inmediata la lucha ecologista contra el cambio climático y especialmente a favor de la transición energética a las renovables y una transición ecológica. Se desgranan propuestas concretas orientadas a reconstruir un metabolismo sostenible como tarea urgente para evitar los peores efectos de la crisis ecológica en curso y para poner las bases de una alternativa. Estas propuestas configuran un programa ecosocialista muy interesante. En lo que atañe al tema del “sujeto histórico”, no se atribuye protagonismo exclusivo y dominante a ninguna categoría particular de la sociedad (como lo fue el proletariado para los marxismos), sino el reconocimiento de que la crisis afecta a una población mayoritaria que incluye a trabajadores de muchas tipologías, mujeres y hombres, pueblos indígenas víctimas del extractivismo, campesinado, población precarizada en el trabajo y en el acceso a la alimentación, a la vivienda y a otros bienes esenciales para la vida, etc. El capitalismo depredador amenaza y maltrata a amplias multitudes que forman ―en el contexto del cambio climático― lo que los autores llaman “pueblo del clima”, una expresión tal vez no óptima pero que supone un tanteo en busca de una etiqueta de amplia aceptación.
Los contenidos concretos de este New Deal se inspiran en Robert Pollin (Greening the Global Economy, 2015), que da prioridad en el tiempo a la transición energética. Esta transición sería “una meta volante” para abrir, en un plazo de un par de décadas, la vía a cambios más profundos de transición ecológica, que incluiría cambios agroecológicos y el paso a una “economía circular” (o más precisamente “en espiral”) en la industria, incluyendo una reorganización territorial de las actividades humanas destinada a reducir la necesidad de transporte, hoy consumidora de la mitad de la energía en el mundo. La idea de plazos permite imaginar una primera etapa de “capitalismo verde”, en que las fuerzas transformadoras colaborarían con los sectores empresariales dispuestos a invertir en renovables y a ecologizar la economía, y una etapa posterior en que la dinámica capitalista de crecimiento indefinido toparía con dificultades crecientes para mantener tasas elevadas de ganancia. Esta dualidad de etapas creo que está bien vista. Yo mismo la he defendido en mi libro Las cenizas de Prometeo. Ahora mismo se perciben en todas partes confluencias muy amplias en torno a las renovables; el gran capital comprende perfectamente ―como otros muchos sectores del empresariado— que ahí hay un inmenso nicho de negocio que no se puede desaprovechar; y las fuerzas populares deberían ver ahí una oportunidad única para imprimir a la economía un viraje ecologista sin precedentes. Nadie sabe si el ímpetu que inevitablemente se abre con la energía tendrá continuidad más allá, hacia otros horizontes de sostenibilidad ecológica de mayor calado. Los autores aciertan, creo, al vincular ambas etapas y al plantear la necesidad de prolongar la transición energética hacia una transición ecológica más amplia. Y aciertan al exponer los objetivos de esta segunda transición, que se dibuja en las páginas del libro como un ambicioso proyecto de sociedad y de cambio civilizatorio. En este sentido, el libro es un auténtico manual sobre “¿qué hacer?” en caso de incendio, como reza su título: una referencia ineludible para imaginar un futuro liberado tanto de las injusticias sociales como de las hipotecas metabólicas que nos atan tras doscientos años de capitalismo fosilista.
Pero los obstáculos son enormes. La sociedad de la (para algunos) abundancia fosilista impone un permanente “chantaje estructural” que induce a cientos de millones de personas a consumir de maneras ecológicamente insostenibles. El neoliberalismo, además, “pulveriza la vida colectiva” atomizando las vidas individuales. Los autores proponen la consabida dualidad de lucha en la calle y en las instituciones, pero subrayan sin prejuicios libertarios el potencial insubstituible de la acción estatal: “El Estado es una entidad muy bien organizada, mucho mejor que los movimientos sociales, que concentra recursos humanos, un gran conocimiento administrativo y una enorme capacidad logística para estructurar y definir la vida cotidiana” (p. 152). Por eso ―como muy acertadamente subrayó Podemos cuando surgió en la escena política española con la idea de ocupar el poder del Estado y no limitarse a ser un correctivo de la política hecha por otros— es fundamental la política que aspira al poder institucional. Es limitada ―dicen los autores— la capacidad de los movimientos sociales para hacerse cargo de los asuntos públicos comparada con la que tiene el Estado. En cambio, estos movimientos son insubstituibles en su capacidad de construir alternativas: “Los espacios de contrapoder son laboratorios extremadamente valiosos donde nacen y se prueban prototipos experimentales de las mutaciones antropológicas y socioeconómicas que quizá dentro de veinte años pueden convertirse en la nueva hegemonía de sociedades sostenibles […] se parecen más a pequeños grupos de pioneros que exploran las tierras incógnitas de lo social que a una gran inundación en la que las masas populares desbordan los cauces de lo establecido” (pp. 153-154). El papel complementario de la calle y las instituciones, de los movimientos y el Estado, queda ahí descrito de manera muy clara.
Los autores abordan con valentía “la obsolescencia de la izquierda” y proponen revisiones profundas. Las fuerzas productivas no empujan a formas de vida mejores, al menos más allá de ciertos umbrales. La tarea cultural es insubstituible: hace falta desarrollar un nuevo sentido común. El “sentido común” dominante convencional frena la evolución a la sostenibilidad fraterna que se trata de establecer. Y en este camino, “la clave última de la sostenibilidad ecosocial son los deseos culturalmente construidos y el tipo de demandas que generan sobre los ecosistemas” (pp. 205-206); se trata de “un proyecto en el que la autocontención del consumo de mercancías se puede compatibilizar con una expansión del disfrute del placer de vivir” (p. 230), un hedonismo de la suficiencia que Epicuro reconocería como propio. Uno de los méritos no menores de este libro es su calidad literaria, la creación poética de un lenguaje expresivo y fresco ajustado a una visión nada milenarista de una futura vida buena. Así, por ejemplo, cuando se propone desarrollar un “sentimiento de naturaleza”, se apela al “arraigo enamorado a un sitio concreto al que siempre querer volver”, a experiencias que permitan “rozar la plenitud casi sin darse cuenta” (p. 208). ¡Qué distinto de los paraísos sobre la Tierra que se nos han estado prometiendo hasta hace poco!
No obstante, algunos abordajes del texto me suscitan una cierta incomodidad. Uno es que no queda claro cómo se puede pasar de un capitalismo verde (aliado o no con fuerzas ecosocialistas) al Green New Deal. Otro es que el mundo real no está hecho sólo de chantajes estructurales y de deseos heteroinducidos que bloquean el cambio a mejor: detrás hay grupos sociales con una enorme capacidad económica, política, mediática y militar que vigilan, y que están dispuestos a intervenir sin contemplaciones. Creo que todo proyecto de justicia social y sostenibilidad ecológica debe avisar de esas amenazas, tratando de que dichos avisos no sean paralizantes, sino que permitan prepararse para hacerles frente. Pienso que las inercias y resistencias al cambio serán vencidas más por experiencias de catástrofes que por la asunción en frío, consciente y deliberada, de la racionalidad ecosocial. Y que por eso mismo conviene haber desarrollado, para cuando lleguen las experiencias traumáticas, una actitud de resiliencia colectiva y unas articulaciones sociales que permitan traducir esa actitud en acción constructiva. Hay que acoger con matices la idea de que “la amenaza de crisis ecológica se parece más a una enfermedad degenerativa que a un ataque al corazón” (p. 95). También las cardiopatías avisan con señales, a las que hay que estar alerta para reaccionar, y en esas reacciones fragmentarias ir construyendo conquistas parciales que nos pongan en mejores condiciones para aprovechar mejor las crisis subsiguientes. De hecho, los propios autores apuntan a eso cuando proponen trabajar “sobre lo social tratando de eliminar tensiones y liberando nuevas formas de vida en común y nuevas posibilidades de articulación política imprevistas de antemano” (p. 229).
Esto guarda relación con las dudas que les suscita la idea de revolución: “los cambios culturales de onda larga son más bien el fruto de un masaje político indirecto y paciente que obras de un cirujano revolucionario frenético y políticamente explícito, siempre tan cerca de deslizarse al Estado totalitario” (p. 229). En su contribución a un libro anterior (“Los frutos podridos de la economía política. Notas para un posmarxismo ecológicamente fundamentado”, en Ecosocialismo descalzo, coord. por Jorge Riechmann, 2018, pp. 215-310), Emilio Santiago anticipaba, en un tono más efervescente y ambicioso, muchas de las ideas teóricas del libro aquí comentado. Quiero sólo rescatar una de ellas: la idea de que “las revoluciones, entendidas como procesos de transformación social muy acelerados, son estrategias inherentemente fallidas”. Y a la experiencia histórica se remite. Las revoluciones, dice, aunque de modo indirecto puedan triunfar moldeando “la topografía de lo social más allá de su espacio de acción política inmediato”, en cambio “fracasan, al menos de modo directo, porque lo ambicioso de su propuesta y lo violento de su irrupción despierta una beligerancia tan intensa de los intereses creados que sólo puede ser efectivamente contrarrestada con un incremento de la represión política sobre la espontaneidad social” (p. 300). Sería precipitado descartar estas ideas como reformismo claudicante; yo veo en ellas algo distinto: una reflexión sinceramente angustiada ante un dilema mayor de la acción transformadora derivada de las experiencias trágicas del siglo XX y de otras anteriores. El mismo Emilio Santiago se revuelve incómodamente ante el asunto; cuando habla de Cuba en el período especial (en otro libro suyo, Opción Cero), reconoce la ventaja, para hacer frente a la falta de petróleo, de contar con un Estado liberado del poder capitalista y dotado de algunos instrumentos clave para una respuesta solidaria. Un Estado no capitalista tiene, pues, ventajas; pero ¿cómo se consigue un Estado no capitalista sin revolución? ¿No ocurre, además, que a veces la contrarrevolución se anticipa a la revolución, como en el Chile de Allende? Emilio Santiago tiene el mérito de plantear abiertamente los dilemas morales de la acción política sin inhibiciones paralizantes del pensamiento crítico. Después del estalinismo y el maoísmo no se puede despachar este tema sin un debate a fondo y sin buscar maneras de gestionar la necesaria coerción sobre las fuerzas del mal minimizando y manteniendo bajo control la arbitrariedad violenta. No hay aquí espacio para entrar a fondo en este tema (tema, por cierto, de tanto calado que merece una atención muy particular a la que invito al lector/lectora). En todo caso, nos sugiere que el objetivo de minimizar la violencia y la crueldad es un objetivo inexcusable para evitar que el cambio revolucionario genere monstruos en lugar de libertad y vida buena. Y que tal vez la enormidad antropológica de los retos ecosociales del presente acaben resultando una buena ocasión para ensayar pautas de conducta social menos destructivas. La reflexión merece la pena. La apuesta por ello también.
Esta reseña no hace justicia a una obra de una riqueza conceptual y una elegancia en el lenguaje notables. Insisto en la recomendación de leerla. Y quiero terminar con una observación del texto que, pese a todo, invita al optimismo: “La extensión de ideas morales igualitarias en los últimos siglos, que ya se ha traducido en importantes avances jurídicos y políticos, se ha combinado con un factor de la evolución social favorable: […] las relaciones colaborativas y, por tanto, igualitarias, han ido descubriéndose más eficaces que las relaciones depredatorias” (p. 230). Por eso, también, hay razones para la esperanza.
Joaquim Sempere
26/6/2019
Martín Alonso
El catalanismo, del éxito al éxtasis
Volúmenes I, II y III (2014, 2015, 2016)
Estamos en un buen momento, porque el ruido mediático en torno al juicio casi ha cesado; se abre un tiempo sin comparecencias propagandísticas y crónicas sobre acusados, fiscalías, defensas y juez llenas de pasión; un buen momento para buscar sentido a todo, para valorar las implicaciones, las consecuencias sociales y políticas de la sentencia en Cataluña y en el resto de España. Parece ser que faltan casi cuatro meses (aunque voces expertas lo reducen a uno sólo) antes de que el Tribunal Supremo se pronuncie. Tiempo para leer alguno de los títulos de esta trilogía (o todos). Tiempo de profundizar.
Una previa, tan inevitable como inútil, dado el nivel emocional que los nacionalismos han impuesto en Cataluña: aunque centrados en el procés, el contenido de los tres libros es aplicable a cualquier nacionalismo vigente (español incluido). Mis reservas hacia cualquier patriotismo me han permitido extraer de su lectura analogías entre catalanismo, españolismo, vasquismo, francofilia, anglofilia, etc. Pero no se pueden extrapolar valoraciones; de ahí esta inevitable e inútil previa, fruto de la exaltación que los nacionalismos en danza imponen.
Entre la numerosa bibliografía en castellano sobre el procés publicada entre 2012 y 2017 (los “años gloriosos” del secesionismo), este trabajo del profesor Martín Alonso destaca como uno de los más completos y minuciosos, y como fuente de claves interpretativas. Revela la conexión entre hechos conocidos y estrategias de fondo, dando sentido a los primeros, y ofreciendo la necesaria perspectiva de conjunto para entender las segundas. Un referente para evaluar las limitaciones y potencialidades que tendrá la futura sentencia, sea cuál sea su contenido; yendo más allá de tópicos banales sobre su valor de elemento de desbloqueo o de instrumento de venganza.
Porque, aunque los hechos se refieren a un pasado muy reciente, del que hay abundante documentación en las hemerotecas, determinados aspectos, más allá de lo que ha sido expuesto en el juicio, son objeto de un silencio selectivo desde dos posiciones que disponen de potentes medios de información y ocultación. De una parte, desde los acusados y su entorno, se ejerce una censura selectiva sobre aspectos, especialmente políticos, que puedan agravar la consideración penal de lo sucedido; y de otra parte, desde sectores políticos que se podrían denominar de “izquierdas”, también se ejercita la amnesia selectiva, o se banalizan cuestiones conflictivas, considerando que si se resta importancia a lo sucedido, se facilitará la solución de un conflicto en que, por acción u omisión, tomaron partido a favor de los acusados.
El primer volumen (La génesis de un problema social) detalla la ingeniería que articula el secesionismo, combinando perspectiva amplia y síntesis concreta; porque los acontecimientos de sobras conocidos que se sucedieron durante los “años gloriosos”; desde manifestaciones multitudinarias a rebeliones de una parte de la bien pagada clase política y las instituciones afines, resultan inexplicables (excepto que se recurra al simplismo de un movimiento social original de carácter espontáneo) sin ahondar en las políticas desarrolladas desde el nacionalismo catalán durante los 22 años anteriores ―si la referencia es el documento sobre políticas de infiltración catalanista social, administrativa y económica, desvelado en 1990―, o los 32 anteriores, si nos remontamos al primer gobierno de Jordi Pujol.
Aquí Martín Alonso afronta la difícil tarea de explicar en origen cada una de las mentiras, medias verdades y manipulaciones historicistas que fueron, y son aún hoy, consignas repetidas hasta la náusea; desde el conocido “España nos roba”, hasta el “todo comenzó con la sentencia del Constitucional”, pasando por la “derrota de Cataluña en 1714” (o 1939). Aquí el autor sabe contrastar en cada caso el discurso (o “relato”) desplegado entre 2010 y 2012 con el que emitían unos pocos meses antes las mismas personas; o pone en evidencia la distancia entre auténtico conocimiento histórico e historicismo, ese uso instrumental de la historia que hacen todos los nacionalismos.
Si el primer volumen trata sobre el conflicto social, el segundo (La intelectualidad del ‘proceso’) profundiza en las actividades de la denominada industria identitaria: el conjunto de ONG, instituciones y fundaciones, regadas con abundantes recursos públicos y privados, y las personas que las dirigen y gestionan; esa infraestructura que cimenta las actividades políticas puestas en evidencia en el primer volumen.
Se analiza el entramado sobre el que se sostiene la apelación continua a la voluntad de ser, concepto éste también de profunda raigambre en todos los nacionalismos. Y Martín Alonso tiene la valentía de escribir poniendo nombres y apellidos a las personas y organismos (que también los tienen) que forman dicha industria, lo que da más valor al análisis.
Por su extensión, el tercer volumen (Impostura, impunidad y desistimiento) casi podría considerarse una obra de consulta. Justificación de dicha extensión en palabras del autor: es mucho más difícil (y requiere mucho más espacio) refutar mentiras, o medias verdades, que difundirlas; aunque siempre es más sencillo replicar ambas con otras mentiras o medias verdades de signo nacional opuesto, ejercicio de triste actualidad en Cataluña en que el autor nunca cae.
El mérito de Martín Alonso se acrecienta si se considera que dichas mentiras y medias verdades cuentan con potentes aparatos mediáticos que las repiten infatigablemente, y que, además, la industria identitaria difusora de semejante género mantiene una voluntad tozuda de seguir apelando al sentimentalismo y al todo vale para imponerse. Y, además, el volumen documenta en detalle el estado permanente de impostura e impunidad con los que los nacionalismos actúan, y señala a los responsables, por acción u omisión, de este estado de cosas (el desistimiento). Las 796 páginas de contenido (sin bibliografía ni índices) son casi un mínimo.
Dos apuntes para cerrar una reseña que podría ser inacabable.
El primero es positivo: va sobre la abundancia, riqueza, calidad y variedad de citas culturales, políticas e históricas que ilustran el inicio de cada capítulo en cada libro; citas que son un homenaje a la resistencia intelectual y al pensamiento crítico, que han actuado como contrapeso al despliegue de irracionalidades nacionalistas desde sus inicios en el siglo XIX. También es de agradecer el rigor que lleva a incluir una bibliografía y un índice analítico y onomástico en cada volumen.
El segundo corresponde al que considero el principal aspecto negativo de toda la obra: el predominio de un lenguaje rico, pero excesivamente cargado de metáforas que, aunque aportan amenidad en momentos difíciles, puede constituir una barrera para lectoras o lectores potenciales poco acostumbrados a textos de ciencias sociales.
Y un deseo, o una consideración, final.
Sería deseable que la mayor parte de las personas que se encuadran en lo que se podría llamar “las izquierdas”, desde luego en Cataluña, pero sobre todo en el conjunto de España, leyesen, como mínimo, el primer volumen de la trilogía (aunque mejor sería que los leyesen todos), porque, al margen del acuerdo o desacuerdo que se pueda manifestar con su contenido, se trata de un sano ejercicio de pensamiento crítico que relativiza la función continuada y omnipresente de unos medios informativos, cuyas vinculaciones con los poderes políticos que agitan banderas nacionales de todos los colores resulta clamorosa a poco que se reflexione.
Miguel Muñiz
26/6/2019
Cathy O´Neil
Armas de destrucción matemática
Cómo el big data aumenta la desigualdad y amenaza la democracia
Capitán Swing, 2017, 269págs.2017
Por lo general, los libros más fiables sobre una determinada cuestión no estrictamente académica son aquellos escritos por quienes no sólo la han estudiado teóricamente, sino que la han visto desenvolverse en la realidad cotidiana. Este es el caso de la autora del libro que se reseña en las siguientes líneas, Cathy O'Neil, matemática de formación que ha trabajado en el mundo de las finanzas y del voluntariado. O'Neil pretende con su obra mostrarnos críticamente el funcionamiento de la tecnología de big data en tanto que instrumento de toma de decisiones en los ámbitos más variados de la vida social, en especial, en el ámbito de las inversiones financieras, en el de la justicia penal, en el educativo, en el de la selección de personal, en el de la organización de los horarios de trabajo, en el de la concesión de créditos, en el de los seguros, en el de la publicidad y en el del marketing político-electoral. Desgraciadamente, la investigación de O'Neil se limita a los Estados Unidos. Pero también es cierto que ese es el país donde la tecnología de big data se halla más desarrollada.
La tecnología del big data en dichos ámbitos sociales consiste, en lo fundamental, en la elaboración de fórmulas matemáticas —llamadas algoritmos— a partir del análisis informatizado de cantidades ingentes de datos de individuos o grupos de individuos. Fórmulas que, a su vez, permiten el análisis de millones de datos personales con el objeto de hacer previsiones sobre el comportamiento o las vicisitudes futuras de individuos concretos o grupos de individuos y, en función de esas previsiones, o predicciones, tomar decisiones acerca de esas personas. El fondo científico-técnico de esta tecnología no tiene nada de novedoso, pues se trata de simples cálculos estadísticos y de probabilidades; lo que sí es novedoso es la capacidad que las nuevas herramientas informáticas, a las que se está añadiendo la inteligencia artificial, proporcionan a las sociedades humanas para hacer cálculos de esa naturaleza de manera automática, en muy poco tiempo y manejando cantidades de datos con los que los matemáticos de la era analógica no podían ni siquiera soñar. O, al menos, esto es lo que el autor de la presente reseña ha inferido de la lectura del ensayo de O'Neil.
Una vez definida la tecnología de los big data en tanto que tecnología social, podemos detallar los principales efectos sociales dimanantes de su uso actual, que son los que nos ayudarán a caracterizarla mejor, y, a través de esa caracterización, resumir las principales ideas expuestas en el ensayo de O'Neil. Estos efectos pueden ser enumerados en los siguientes términos:
▪ Efecto de naturalización del orden social existente. Este es el más profundo de todos y se deriva del modo en que la tecnología de los big data se configura y se utiliza en unas sociedades específicas, nuestras sociedades de economía de mercado capitalistas. Los fundamentos de dicha tecnología y sus resultados se presentan como científicos o neutrales, pero, obviamente, no lo son. Lo único científico o neutral son las matemáticas empleadas en esa tecnología, pero todo lo demás no tiene nada de científico o neutral. Los criterios que se utilizan para seleccionar y ponderar la importancia de los datos, esto es, para cuantificarlos en función del peso que se da a cada tipo de dato, y los objetivos que se persiguen con la utilización de los algoritmos para tomar decisiones no son, como es lógico, valorativa, moral o políticamente neutros, sino que responden a determinados juicios de valor, prejuicios, concepciones político-sociales e intereses y, en último término, responden a los particulares fines de las organizaciones sociales, básicamente estados y empresas, que los emplean. Este hecho es ocultado, a veces intencionadamente y otras no, por las personas y organizaciones que recurren a la tecnología de big data como instrumento de ingeniería social, esto es, de control y gestión de grupos de personas y de individuos, las cuales suelen proteger celosamente el secreto de sus algoritmos con mecanismos técnicos y legales (como la propiedad intelectual/industrial) [1]. Más aún, la circunstancia misma de que la realidad social a la cual se aplica la tecnología de los big data se conciba y sea tratada por sus expertos como equivalente a la realidad física sobre cuya base se elaboran los modelos predictivos de las ciencias naturales (por ejemplo, los meteorológicos o los astrofísicos) supone ya una naturalización de un orden social determinado por falta de cuestionamiento ético-político del mismo.
Se puede decir que los demás efectos de la tecnología de los big data aplicada a la toma de decisiones sociales son producto de este primer y básico efecto de naturalización que se acaba de exponer.
▪ Efecto de retroalimentación perversa. Ya se ha señalado que en la sociedad actual los concretos criterios que orientan el manejo social de la tecnología de los big data responden a valores, prejuicios, intereses y fines sociales no menos concretos que quedan ocultos tras la apariencia de cientificidad y neutralidad que se desprende de la ꞌmatematicidadꞌ y el uso de programas informáticos inherentes a dicha tecnología y a la falta de cuestionamiento del orden social existente que la misma presupone hoy en día. Puesto que la justicia de ese orden social, de la realidad social de la que se extraen los datos, no se pone en duda a), los valores ético-políticos que inspiran la selección y ponderación de datos son los dominantes b) y los intereses a cuya satisfacción se orientan las decisiones que supuestamente se fundamentan en los algoritmos son los propios de la elite socioeconómica y las organizaciones más estrechamente vinculadas a dicha elite —sobre todo las empresas y la denominada “mano derecha” del estado [2]— c), es inevitable que aparezca un efecto de retroalimentación perversa asociado a la tecnología de los big data consistente en la reproducción constante, más aún, en el refuerzo o intensificación, de las injusticias y jerarquías sociales, en especial, las relativas a la desigualdad socioeconómica (en suma, a la clase social). En el texto de O'Neil se pueden encontrar numerosos y detallados ejemplos de cómo opera la tecnología de los big data a la hora de reforzar la desigualdad e, incluso, de potenciar el actual capitalismo de “acumulación por desposesión” (Harvey), centrado en la reducción de costes laborales y sociales mediante su externalización sobre los hombros de las clases populares por parte de las empresas como principal fuente de generación de beneficios (una verdadera economía de saqueo que, en sus modalidades más extremas, poco tiene que envidiar al ꞌcomercio triangularꞌ esclavista colonial de los siglos XVI a XVIII).
▪ Efecto de homogeneización social. También cabe hablar de un efecto homogeneizador, uniformizador o normalizador, de la tecnología de big data, unido a los efectos de naturalización y de retroalimentación perversa. Dado que esta tecnología se fundamenta en la conjunción de matemáticas, informática y una serie de valores e intereses que son los dominantes o los propios de las elites y organizaciones sociales más poderosas, valores e intereses que son el aspecto sustantivo de los big data, mientras que las matemáticas y la informática son su aspecto formal o técnico, y puesto que es ese aspecto sustantivo el que en último término determina la selección de los datos y criterios operativos relevantes sin cuestionar en ningún momento el orden social existente, las decisiones basadas en la tecnología de big data tienden a inducir a los afectados por esas decisiones a adoptar los valores y patrones de conducta dominantes o juzgados deseables en una determinada sociedad, en la medida en que intuyen o llegan a conocer cuáles son los comportamientos y opiniones más adecuados para que los algoritmos arrojen unas decisiones más favorables para el curso de sus vidas. Cuanto menos se ajusten ciertas opiniones, intereses y patrones de conducta a los considerados relevantes —configurados y priorizados por las fórmulas a que han llegado los expertos (que, no se olvide nunca, no trabajan en el vacío, sino dentro de organizaciones sociales)— más quedaran estigmatizados por los modelos de previsión elaborados mediante la tecnología de big data y menos dispuesta estará la gente a asumirlos o verlos con buenos ojos.
▪ Efecto de exclusión social. Aunque no es más que una forma extrema del efecto de retroalimentación perversa de la tecnología de big data, parece conveniente hacer una indicación expresa del mismo por su dramatismo y radicales consecuencias para la vida de las personas. En una época de creciente mercantilización, obsolescencia sociolaboral, darwinismo social y obsesión por la seguridad, la retroalimentación perversa producida por decisiones sesgadas con ayuda de la tecnología de big data puede llevar a la marginación y exclusión sociales de crecientes cohortes de desfavorecidos por el sistema. A fin de cuentas, esta tecnología se usa para poder tomar decisiones en un tiempo récord con el menor coste posible en personal administrativo y decisor a escala industrial, esto es, masivamente, sobre todo tipo de asuntos que son vitales para millones de seres humanos. La tecnología genera un ranking de categorías de personas en función de una serie de datos juzgados relevantes en relación con una determinada cuestión (acceso a bienes y servicios, contratación laboral, acceso a la educación superior, evaluación del rendimiento laboral, acceso y primas de seguro, tratamiento penal, asistencia médica, peso político electoral…) y puntúa a cada individuo —cuantifica su ꞌvalorꞌ— colocándolo en una determinada posición en ese ranking. Una vez que se sabe la posición del individuo evaluado en el ranking, se toma una decisión sobre el individuo. La tecnología permite la evaluación de y la decisión sobre la situación de millones de individuos a una gran velocidad y con el mínimo coste, así que millones de individuos resultarán afectados por ella. A medida que el uso de esta tecnología vaya modulando cada vez más el acceso de las personas a bienes y servicios y su tratamiento en los diferentes ámbitos sociales y cada ranking y cada puntuación interactúe con los demás al incluirse como criterio o dato relevante en algún algoritmo, las personas socialmente peor situadas se hundirán cada vez más en el abismo social hasta quedar socialmente excluidas—-si nadie pone remedio, claro—. No puede ser de otro modo, si pensamos en el hecho de que la actual tecnología de big data no ha sido pensada para incidir en el desigual punto de partida de los miembros de una sociedad, sino para reproducirlo y amplificarlo.
A pesar de los efectos acabados de mencionar, la autora no considera la tecnología de big data aplicada a asuntos sociales prácticos (es decir, más allá del uso de la tecnología como herramienta de conocimiento al servicio de las ciencias sociales) como intrínsecamente mala. Entiende que los defectos de los modelos de predicción de ella resultantes descritos en su libro pueden ser corregidos y pueden crearse nuevos modelos con presupuestos valorativos y con fines ético-políticos diferentes a los hoy en día hegemónicos, hasta el punto de que la tecnología de big data puede ser un precioso factor de cambio social civilizador. Sin duda alguna, ello es cierto, pero el libro adolece de una falta de reflexión sobre el enorme poder de control y manipulación sociales generado por la tecnología de big data como instrumento de ingeniería social en sí misma considerada, aunque se corrijan los defectos de su actual configuración o se ꞌreprogramenꞌ sus presupuestos ético-políticos. En efecto, una aproximación más filosófica, más especulativa, sobre el potencial totalitario inherente a la tecnología de big data brilla por su ausencia en el libro de O'Neil.
Notas:
[1] Véase al respecto: Ramos Toledano, J., Propiedad digital. La cultura en Internet como objeto de intercambio, Trotta, Madrid, 2018.
[2] Terminología del sociólogo Pierre Bourdieu para referirse al aparato policial-judicial, en su vertiente penal y de mantenimiento del orden público primario.
Ramón Campderrich Bravo
27/6/2019
Enrique Martínez Miura
Darwinismo y psicoanálisis
Amarante, 2018, 240págs.2018
De Darwin y Freud a Luria y Lacan: una exploración de las fronteras de la ciencia moderna
Este libro ha de ser de gran interés para psicólogos, antropólogos, biólogos, psiquiatras y cualquiera que esté interesado en la historia de la ciencia en general. En poco más de doscientas páginas de formato grande y letra pequeña, el autor pasa revista a diversos aspectos e interacciones entre el darwinismo y el psicoanálisis, dos corrientes intelectuales que tuvieron una enorme influencia en el desarrollo de diversas disciplinas científicas y sectores de la cultura durante el siglo XX. Las aportaciones de Darwin, transmutadas en neodarwinismo mediante su fusión con la genética, dieron cuerpo a la principal teoría científica explicativa de la diversidad de las especies y su cambio a lo largo del tiempo, el neodarwinismo, hoy en competencia tan solo con ideas creacionistas que atacan a la teoría de la evolución desde fuera de la ciencia. Contrariamente, el psicoanálisis freudiano, quizá la corriente dominante en la psicología y la psiquiatría de las primeras décadas del siglo XX y con enorme influencia en la antropología y la crítica artística y literaria, se vio cada vez más relegado y convertido en una referencia intelectual progresivamente subvalorada por la comunidad científica, tanto en su manifestación original en los escritos de Freud como en las distintas escuelas que surgidas de ese tronco derivaron hacia rumbos diversos.
Según Martínez Miura, Freud intentó aplicar las ideas científicas más avanzadas de su tiempo a sus indagaciones sobre la mente humana. El darwinismo estaba en plena emergencia como explicación de la diversidad de las especies y el origen del hombre en la década final del siglo XIX, cuando Freud comenzó a desarrollar su teoría psicoanalítica, que asume plenamente la idea darwiniana de que el hombre está entroncado con el resto de la naturaleza, como un animal más. En esa línea de pensamiento, Freud consideró que la arquitectura de la mente humana debería ser también la arquitectura psíquica de los animales superiores, idea que tuvo a su vez cierta influencia en zoólogos y etólogos de su tiempo. Sin embargo, dice Martínez Miura, a pesar de partir de algunas premisas darwinistas e intentar un estudio científico de los mecanismos psicológicos, Freud instaló en el centro de lo que se considera característicamente humano, el pensamiento, un concepto misterioso, el inconsciente, “el enigma por antonomasia” (p. 42) al que el psicoanálisis concedió una importancia que sería difícil de exagerar.
La influencia de las ideas evolucionistas en Freud no venía solo de Darwin, sino del biólogo francés Jean-Baptiste Lamarck y el zoólogo alemán Ernst Haeckel, ambos proponentes de la herencia de los caracteres adquiridos. Esa herencia de los caracteres adquiridos, que según Martínez Miura fue en alguna medida aceptada también por Darwin, al menos como hipótesis digna de consideración, se convirtió con el paso del tiempo y el descubrimiento de las bases celulares y bioquímicas de la herencia en el aspecto más débil de la tradición darwinista y de la teoría de la evolución. Ganó sin embargo un peso cada vez mayor en el psicoanálisis, no tanto en Freud como en algunos de sus discípulos. En la consideración del complejo de Edipo como aspecto clave de la psique de todos los seres humanos juega un papel fundamental la herencia lamarckiana, ya que según explica Martínez Miura, en Tótem y tabú Freud fundamentó ese complejo en un asesinato primordial de un padre tiránico, asesinato cuyas consecuencias psíquicas habrían sido luego transmitidas al conjunto de la humanidad. Martínez Miura arguye que esas ideas, pronto rechazadas por la antropología, son algunas de las especulaciones más inadmisibles que Sigmund Freud se permitió. Pero algunos de sus continuadores las llevaron a extremos cada vez más dantescos. Por ejemplo, el húngaro Sándor Ferenczi llegó a argüir con pretensiones inusitadas, según explica elocuentemente Martínez Miura, que es legítimo y justificado interpretar la teoría de la evolución a la luz de “lo aprendido” en la interpretación psicoanalítica de las neurosis.
Una idea fundamental de Ernst Haeckel era el recapitulacionismo o ley biogenética, según la cual la ontogenia recapitula la filogenia. Es decir, el desarrollo desde el huevo fecundado al embrión y el animal adulto (ontogenia) pasaría por varios estadios que asemejarían sucesivas formas adultas de animales evolutivamente precursores (filogenia). La teoría recapitulacionista, en tiempos asumida en gran parte por la biología y la medicina (yo creo haberla estudiado cuando hacia mediados de la década de 1970 cursé embriología en la licenciatura de medicina), fue progresivamente desacreditada y hoy prácticamente no tiene seguidores en la comunidad científica. Pero en su tiempo Freud aceptó el recapitulacionismo aplicado al “aparato psíquico” y así explicó las neurosis como retenciones anómalas en la madurez de fases sexuales apropiadas para la infancia que, además, serían expresión de atavismos, de tendencias ancestrales. Martínez Miura afirma que la expresión más acabada del núcleo recapitulacionista del psicoanálisis se encuentra en la reformulación del aparato psíquico. Freud había explicado inicialmente este aparato como una estructura interactiva en la que el inconsciente tiene un rol fundamental, en interacción con un estrato preconsciente y otro consciente. Pero más tarde reformuló ese aparato como constituido por el ello, en el que sería identificable el cerebro ancestral reptiliano, el superego, un estrato de cerebración paleomamífera, y el yo, equivalente al cerebro neomamífero. Desafortunadamente, y para desesperación de analistas y comentadores, Freud se abstuvo de indicar si esta nueva estructura debía sustituir a la anterior, la clásica de inconsciente, preconsciente y consciente, o ambas podían coexistir de alguna forma que quedó por explicar (p. 127).
Un aspecto clave en el estudio del pensamiento, del psiquismo humano, es el de la controversia entre monismo y dualismo. La mente, o lo que sería lo mismo, el alma, el espíritu del ser humano, puede entenderse en la concepción monista como un conjunto de funciones o productos del funcionamiento del sistema nervioso, totalmente vinculados a lo material de este sistema, un software que no puede funcionar sin el hardware correspondiente. La alternativa dualista es suponer la mente, el espíritu, como lo han supuesto la mayor parte de las religiones a lo largo de la historia: como un ente distinto, un alma poco o nada vinculada a la función cerebral, capaz de existencia autónoma. Si esa existencia autónoma es real, sería posible la vida espiritual después de la desaparición del cerebro, las almas vagarían por el espacio y el tiempo y la aparición de espíritus y los mensajes de la güija no serían milagros inexplicables a la luz de la razón o manifestaciones de prestidigitación e ilusionismo, sino expresiones de lo espiritual real, de la misma manera que el electroencefalograma es manifestación de la actividad del sistema nervioso. Según Martínez Miura, Freud se mantuvo firme en su idea monista y, por ejemplo, en El porvenir de una ilusión —a mi juicio uno de los escritos freudianos más notables y defendibles— rechazó las nociones basadas en el dualismo que llevaban al espiritismo. Sin embargo, varios de sus discípulos más notables, por ejemplo, Carl Gustav Jung, se metieron de lleno en ese terreno fangoso, en el que también chapoteaban algunos discípulos de Darwin. Jung, que repetidamente asistió a sesiones de espiritismo, después de proponer durante años explicaciones psicológicas para lo que ocurre en tales sesiones, comenzó a admitir la hipótesis de que en esas ocasiones realmente se estaban manifestando espíritus. La “sincronicidad” propuesta por Jung, que se manifestaría en “coincidencias significativas” sin relación causal pero con una relación en cuanto a significados, abre de par en par las puertas a admitir como reales fenómenos que la ciencia no ha podido probar —por ejemplo, la telepatía—, pero que Jung aceptaba. En la atracción de Jung hacia la física cuántica sería fundamental el principio de indeterminación o incertidumbre de Heisenberg, que niega el determinismo causal en los procesos de escala subatómica. Martínez Miura afirma que, de alguna forma, Jung habría pretendido sin éxito “trasladar esa ruptura del determinismo a escala subatómica a los sucesos del mundo material en el que vive el ser humano” (p. 190). La afirmación quizá no es muy afortunada, porque el ser humano vive tanto en el mundo material macroscópico de los alfileres, las sillas y las locomotoras como en el mundo subatómico de los electrones, los protones y las ondas electromagnéticas que explican los potenciales de acción sinápticos de nuestro cerebro, la secreción de ácido en nuestro estómago y la transmisión a distancia de esas imágenes y sonidos que en el mundo del siglo XXI casi vemos de continuo.
En Darwinismo y psicoanálisis las críticas a las elucubraciones de Jung, Ferenczi y Lacan y a las especulaciones inadmisibles de Freud son demoledoras, pero Martínez Miura deja clara su simpatía comparativa hacia el fundador del psicoanálisis, que habría sido bastante más juicioso que sus seguidores húngaros, suizos y franceses, que a menudo abandonaron con armas y bagajes el terreno de la ciencia para meterse de lleno en la especulación y la elucubración oscurantista. A Lacan, “el analista preboste que se expresaba en enigmas para sus incondicionales” (p. 202), dedica Martínez Miura algunas de las líneas más acerbas que, como en otras partes del libro están constituidas sobre todo por citas de algunas “joyas” producidas por los autores correspondientes. En el caso del Lacan, se cita por ejemplo su comentario sobre la mujer “como síntoma del hombre”.
Alan Sokal es el físico estadounidense que en 1996 provocó gran controversia (y alguna carcajada) con su ensayo “Transgressing the Boundaries: Toward a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity”, publicado en la revista Social Text, en el que Sokal se burló de las especulaciones seudocientíficas tan habituales en algunas disciplinas. Martínez Miura cita un libro notable, Imposturas intelectuales, en el que Sokal y su colega francés Jean Bricmont comentaron la deriva hacia la oscuridad conceptual de Lacan; cita también con cierta sorna a otro oscurantista notable, Louis Althusser, quien no por casualidad afirmó contra toda evidencia que la lectura lacaniana de Freud buscaba imprimirle una mayor cientificidad a los escritos del fundador del psicoanálisis.
El autor de Darwinismo y psicoanálisis es sin duda un intelectual poco corriente, de formación autodidacta. Su actividad profesional principal ha sido la crítica musical, con varios libros de tema musicológico en su haber. Pero esa actividad no impidió a Martínez Miura publicar en el mejor estilo renacentista sobre los temas más variados, incluida la pintura (ganó un premio de ensayo por su monografía sobre el pintor Valdés Leal), el ajedrez y la astronomía. Que el autor de este libro, que no es ni biólogo ni psicólogo ni psiquiatra, habla con conocimiento de causa de los temas que trata queda evidenciado por la profundidad de lo que dice, que revela su familiaridad con la literatura pertinente. Las 1.097 notas al pie que incluye el libro son en su mayor parte referencias, muchas de ellas comentadas. Con ellas el autor da respaldo a sus afirmaciones, citando —con un detallismo bibliográfico que llega a ser fastidioso— una profusa literatura en castellano, inglés, francés y alemán que recogida en un apéndice bibliográfico ocupa 24 páginas del libro. Las referencias no solo incluyen las obras principales de Darwin, Freud y los principales autores de la tradición psicoanalítica sino una multitud de artículos en revistas de filosofía, historia de la ciencia, biología, psicología, antropología, psiquiatría... Fruto quizá de las lecturas en idioma extranjero es cierta contaminación lingüística que parece adivinarse. El texto del libro antepone los adjetivos a los sustantivos quizá demasiado a menudo y, por ejemplo, habla de las “asunciones” de los modelos, cuando en castellano es mucho mejor hablar de los supuestos de las teorías y modelos científicos. El estilo del autor a veces hace difícil la lectura, por los circunloquios (el médico francés, el psiquiatra alemán, el biólogo inglés) y las frases largas. Y si una frase de cuatro, cinco o seis líneas tiene intercaladas dos, tres o cuatro notas al pie, cada una a su vez con dos, tres o cuatro líneas, seguir el texto se hace difícil. Claro que esto solo ocurre a veces y en muchas páginas del libro el texto se lee con facilidad. De hecho, quienes estén familiarizados con la prosa críptica que tan a menudo producen los seguidores de la tradición psicoanalítica podrían considerar este libro como un prodigio de lectura fácil. Pero más de mil notas al pie para doscientas páginas de texto es una proporción extrema. El libro hubiera ganado si muchos de los comentarios de las notas se hubieran integrado en el texto principal o se hubieran eliminado en casos en los que son perfectamente prescindibles.
La audiencia a la que el autor se dirige no está bien definida. Hay pocas concesiones al lector que implícitamente se supone, con muy poco fundamento, conocedor de los temas que se tratan. Lo cual, dada la diversidad de campos del saber de los que se ocupa el libro, será cierto en casos contados con los dedos de una mano. Muy poca gente tiene una cultura renacentista y monumental como la de Martínez Miura, que usa sin explicar conceptos biológicos como herencia epigenética; o filosóficos, como petición de principio; o antropológicos, como sociedad avunculocal. Muy raro será que una misma persona culta conozca todas esas expresiones.
Que el texto tenga estos problemas parece reflejar una orientación editorial escasa o nula y quizá también es un problema editorial que la notable bibliografía al final del libro tenga un formato estrafalario en el que los autores, a pesar de estar alfabetizados por el apellido, constan con el nombre antepuesto, lo que dificulta mucho la búsqueda de referencias concretas en esa lista. Erratas hay pocas, pero hay algunas. No es Cesare “Lambroso” sino “Lombroso” el criminólogo italiano (por llamarle de alguna manera) que además de elucubrar sobre estúpidas relaciones entre la conducta, la moralidad y la forma de las orejas, se interesó en el espiritismo, como algunos seguidores de Darwin y no pocos discípulos de Freud, según nos cuenta este interesante libro en el que otro boquete editorial es la falta de un índice de materias y autores.
Algunas ausencias en Darwinismo y psicoanálisis son sorprendentes. Pese a ser uno de los autores de la escuela psicoanalítica con más influencia internacional, Eric Fromm no se cita ni una vez en el libro. Y siendo como es español el autor, sorprende que el libro no mencione a Carlos Castilla del Pino, el psiquiatra andaluz autor de Psicoanálisis y marxismo y Locura y cordura en Cervantes, un digno representante de la escuela freudiana que tuvo una importante influencia en España y probablemente en otros países, ya que, por ejemplo, fue traducido al italiano y al portugués. Anna Freud, sin duda uno de los autores más defendibles de la tradición psicoanalítica, se menciona solo de pasada. También sorprende que el libro, que entra en materia dando un amplio contexto intelectual, tras hablar brevemente en su último capítulo de las relaciones entre psicoanálisis y etología, acaba abruptamente, sin recapitular más allá de una frase lo mucho que se ha dicho o se ha sugerido en las doscientas páginas anteriores. Unos párrafos o un capítulo de conclusiones o resumen general hubieran venido muy bien.
Freud tuvo el mérito enorme de abrir una puerta a lo desconocido y empezar a hablar de temas que hasta entonces habían sido tabú. Lástima que los fantasmas se escaparan de la casa encantada y tras vagar por ahí unas décadas asustando a la gente, todo haya vuelto a la normalidad. A pesar de que hay pruebas abrumadoras de que el sexo es una clave en la vida anímica y física de los seres humanos (por si hicieran falta más “pruebas circunstanciales” ahí están los “eventos sexuales” que han afectado por ejemplo a la Iglesia católica, el Fondo Monetario Internacional, el Ejército de EE.UU. y las industrias cinematográfica y del espectáculo en años recientes) sabemos poquísimo acerca de casi todo lo implicado por la vida sexual que, en gran medida, sigue escondida “dentro del armario”. ¿Por qué? Porque no se investiga. En la fisiología, la psicología, la psiquiatría y la epidemiología de las últimas tres o cuatro décadas, el sexo ha vuelto a las catacumbas a la vez que Sigmund Freud ha pasado en casi todos los países al olvido.
Este libro es un ensayo que a pesar de su tamaño compendia una sustancial cantidad de información intelectualmente muy valiosa y difícil de obtener de forma agregada. Su contenido será enormemente estimulante, informativo y útil para quienes tengan interés en alguno de los varios campos que cubre el libro. Quienes sean seguidores de alguna de las escuelas en las que el psicoanálisis ha mutado probablemente sufrirán leyendo este libro, quizá sea un sufrimiento provechoso. Como decía Freud, para aprender es primordial superar la herida narcisista: reconocer que no se sabe. Yo aprendí muchas cosas leyendo este libro.
[José A. Tapia Granados es profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Drexel, Filadelfia (Estados Unidos). Correo electrónico: jat368@drexel.edu]
José A. Tapia Granados
20/6/2019
Tres propuestas de lectura veraniega
Leer literatura siempre es un placer y una fuente de información. Las tres obras que recomiendo me han conmocionado por cuestiones diversas. Aunque son de autores bien distintos y explican sociedades diferentes, las tres tienen para mí una muy buena escritura y una aproximación a la gente corriente.
Éric Vuillard, 14 de Julio (Tusquets, 2019)
De nuevo un capítulo de gran historia condensado en pocas páginas. Del momento inaugural de nuestra historia moderna. Basado en analizar el comportamiento de la gente corriente que al destruir la Bastilla empezó el derrocamiento del Ancien Régime. Una gente corriente que aquí toma cuerpo individual, hombres y mujeres que con su sufrimiento, su implicación y su arrojo ayudaron a acelerar el ritmo de la historia. Gente que no sale en los homenajes pero que ha tenido un papel crucial para que lo que debía ocurrir sucediera.
Henning Mankell, El hombre de la dinamita [1973] (Tusquets, 2018)
Fue la primera novela del conocido autor de novela negra, y curiosamente la última traducida. Con una escritura concisa y zigzagueante, realiza un preciso cuadro de la vida de un obrero socialista sueco del siglo pasado. De sus condiciones de vida, de sus relaciones sociales. Un libro lleno de dignidad y donde se muestra la riqueza de fondo de la gente a la que casi nunca se la tiene en cuenta. La que ha luchado para mejorar la vida de todos. Estos días, tras leer uno de los pasajes más emotivos del libro (donde la esposa del protagonista le sigue por la noche para comprobar que no va a cometer una estupidez) tuve ocasión de irritarme oyendo a un alto directivo justificar la automatización porque el valor que aportaban los obreros era cero. Mankell nos cuenta, sin edulcorarlo ni crear una falsa postal de obreros perfectos, una visión honesta y realista de la condición obrera.
Antonio Soler, Sur (Galaxia Gutemberg, 2018)
Novela coral que retrata el devenir cotidiano de un día en una de las grandes ciudades españolas con menos visibilidad social: Málaga. Siempre escondida tras el escaparate —entre glamuroso y cutre— de la Costa del Sol. Lo que nos cuenta Soler es una representación a pequeña escala de la sociedad local. Desde sus élites depredadoras hasta sus capas lumpen. No es una novela de buenos y malos, sino un retrato bastante preciso de los dilemas, de la cultura y de los condicionantes que mueven a cada cual. Es una novela triste pero al mismo tiempo una acaba con la esperanza de que alguno de los personajes será capaz de encontrar alternativas, de salir del estrecho cajón en el que se le ha metido. O sea, con lo que siempre andamos soñando algunos.
Si no os gustan, seguro que en vuestra librería o bibloteca encontraréis buenas alternativas. Espero que las compartáis.
Albert Recio Andreu
30/6/2019
En la pantalla
Matteo Gagliardi
Fukushima, una historia nuclear
El periodista Pio d'Emilia nos guía en un viaje por la historia y las consecuencias del desastre nuclear de la central de Fukushima, provocado por el terremoto y posterior tsunami que azotó a la costa noreste de Japón el 11 de marzo de 2011. No fue hasta 2013 cuando las autoridades japonesas permitieron la entrada a la zona cero del primer grupo de periodistas extranjeros, D'Emilia entre ellos. En ese tiempo, el periodista ha trazado un mapa con impactantes imágenes y testimonios desde Tokio hasta Fukushima y ha hablado, entre otros, con el ex primer ministro Naoto Kan, que explica cómo la capital del país, y probablemente todo Japón, se salvaron casi por casualidad de una catástrofe aún mayor.
30/6/2019