
Número 156 de abril de 2017
Notas del mes
Trumpxit, Brexit: el soberanismo neoliberal
Por Albert Recio Andreu
Fukushima 2017 y nucleares en primer plano. Crónica de marzo
Por Miguel Muñiz
Anticapitalismo y nueva izquierda
Por Albert Recio Andreu
Por Antonio Antón
Por José Ángel Lozoya Gómez
Por Joan M. Girona
Por Juan-Ramón Capella
El extremista discreto
El Lobo Feroz
De otras fuentes
Crónicas del país de Anna Frank
Gabriel Inzaurralde
Gonçal Évole
Cómo De Gaulle se crece con el tiempo
Rafael Poch
Javier Pérez Andújar
Catalunya esconde la ley de ruptura para evitar el recurso de Rajoy
Pere Ríos
Restauración: la trama mandó parar
Manolo Monereo
Alfons Duràn-Pich
Jesús Páez Narváez
La igualdad empieza en nosotras
Agustín Moreno
¿Es el choque de trenes una fatalidad?
Martín Alonso y otros autores*
Documentos
Ecología y revolución. Una carta a Nicholas Georgescu-Roegen (31 de julio de 1974)
Paul M. Sweezy
...Y la lírica
Miguel Hernández - Paco Ibáñez
La Biblioteca de Babel
Memoria del antifranquismo en el País Vasco
Pedro Ibarra
Moshe Lewin
Terry Eagleton
Foro de webs
Antonio Giménez Merino
Trumpxit, Brexit: el soberanismo neoliberal
Cuaderno de incertidumbre: 19
Albert Recio Andreu
I
Estados Unidos y Reino Unido (sus gobiernos de derechas) acaban de realizar un verdadero ejercicio de soberanía nacional. El primero, decretando el abandono unilateral de los compromisos de reducción de emisiones y las normas de cesión de datos entre empresas. El segundo, pidiendo oficialmente la salida de la Unión Europea. Se trata, en ambos casos, de decisiones que tienen un impacto evidente —y fundamentalmente negativo— para el funcionamiento de la economía mundial y, sobre todo, para el bienestar de millones de personas.
Si lo hacen es porque tienen poder en la esfera nacional y confían que los costes, al menos a corto plazo, recaerán sobre el resto del planeta. Porque —y esto es lo que me parece más relevante— confían en que, más allá del ruido mediático y algunas críticas mordaces (especialmente de políticos europeos), gran parte de las sanciones quedarán en poca cosa. En el caso de Estados Unidos esto parece obvio; las reglas que se salta no afectan al núcleo de las regulaciones económicas, ni existe mecanismo formal delimitado para castigarle por sus maldades. En el caso británico la cosa es más compleja, y seguramente el papel fundamental lo tendrá la City y su red de aliados en el sistema financiero internacional, que pueden actuar como lobby para que al final el Brexit se acabe convirtiendo en un acuerdo de libre comercio que deja fuera del control europeo cuestiones clave para la derecha británica (al fin y al cabo, Reino Unido ya gozaba de prerrogativas específicas en el seno de la UE, y había eludido la integración en el euro para proteger a su macrocéfalo sector financiero).
Es un ejercicio de soberanía sólo al alcance de naciones poderosas en el contexto internacional. Otra cosa es que sus decisiones pueden generar efectos imprevistos por sus autores y les puedan estallar en los morros. Pero, en todo caso, las posibilidades de implementar decisiones unilaterales están directamente correlacionadas con el poder de cada país en la esfera mundial.
II
La cuestión crucial es, a mí entender, la autonomía de los tratados económicos respecto a los aspectos sociales y ambientales de la propia actividad económica. El fundamento de este desacople, o la ideología que lo sustenta, se encuentra en la teoría clásica del comercio internacional que establece que la producción mundial se maximiza si se establece plena libertad de comercio entre territorios y cada país se especializa en aquella actividad en la que es, en términos relativos, más eficiente. Es cierto que la teoría se ha refinado y se pueden encontrar muchas versiones críticas, pero el sustrato de ideas de la vieja teoría sigue conformando las convicciones de la mayoría de economistas relevantes (los críticos hace años que han sido condenados al ostracismo o, como mucho, a jugar en una liga académica paralela).
El modelo de base funciona con supuestos realmente increíbles, como el de la competencia perfecta o la idea de que la especialización nacional está asociada a la existencia de dotaciones diferentes de factores productivos. Lo primero es simplemente una entelequia. Como mucho, un recurso heurístico para el trabajo teórico, que a pesar de su inadecuación para entender las economías reales sigue gozando de un enorme prestigio en la profesión. Sorprende, por ejemplo, que autores como Stiglitz —tras realizar críticas detalladas de aspectos concretos del funcionamiento de los mercados reales— acabe introduciendo coletillas en favor de restablecer la competencia perfecta. Lo segundo — que la especialización nacional está asociada a la existencia de dotaciones diferentes de factores productivos— podía justificarse en los albores del capitalismo, pero no en una era en la que la movilidad de personas y capitales permite alterar con relativa facilidad las “dotaciones” de los diferentes territorios.
La creencia en la bondad de la competencia perfecta y el terror por la intromisión que pueden realizar los agentes e instituciones extra-mercantiles (Estado, sindicatos o cualquier otro tipo de organización social) actúa como un cinturón de seguridad que aísla la esfera del intercambio comercial respecto a las políticas sociales y ambientales. O, en todo caso, actúa como gran mecanismo de legitimación de los intereses de los lobbys empresariales interesados en que nada interfiera en sus intereses crematísticos.
Hace años que los movimientos sociales desarrollan una lucha desigual en contra de esta política comercial y en favor de introducir otro tipo de controles a los movimientos económicos internacionales. No sólo en los tratados comerciales, sino en forma de otros muchos mecanismos reguladores. Esto es lo que precisamente tratan de atajar tratados como el TTIP o el CETA: pretenden garantizar la total autonomía de los intereses empresariales en la organización de la actividad económica. Y es evidente que sólo con una regulación a escala planetaria pueden abordarse adecuadamente cuestiones como la del cambio climático, la garantía de derechos sociales universales o la eliminación de los paraísos fiscales.
Pero, aunque no existiera tal regulación universal, se podría al menos esperar que los países afectados por decisiones de otros estados —como ocurre con la decisión de Trump de eliminar los controles de las emisiones— aplicaran medidas comerciales o de otro tipo frente a los países que rompen acuerdos y generan costes sociales al resto. Pero precisamente esto es lo que queda fuera del campo de posibilidades del marco económico actual, y facilita la impunidad de los países poderosos. Estadounidenses (y en menor medida británicos) han practicado un acto de soberanía porque saben que cuentan con una posición de poder y un marco institucional que puede minimizar, al menos a corto plazo, el coste de su acción. Es el tipo de soberanismo que permite un marco general neoliberal, un marco organizado a partir de dos jerarquías de poder, la del gran capital sobre el conjunto de la sociedad y el de las naciones poderosas sobre el resto.
III
En teoría, cualquier estado soberano puede aplicar las medidas que quiera. Esta es la convicción de las gentes de izquierda que claman por romper la Unión Europea. Creo que pierden de vista dos cuestiones básicas. O, al menos, las minimizan. La primera es que la capacidad de soberanía real no es lo mismo que su definición formal. La capacidad real depende de la posición de poder del propio país con respecto al entorno, de su posición, de cómo está configurado este entorno.
Las posibilidades para que un país salga relativamente ileso de una declaración de quiebra (es decir, de impago de la deuda), por ejemplo, dependen crucialmente de su capacidad de supervivencia autónoma frente a los acreedores, y no sólo del mayor arrojo de su gobierno. Y esto vale para cualquier cosa. Defender la economía nacional es por tanto un ejercicio que debe combinar tanto el fortalecimiento de la propia estructura como un ejercicio de navegación compleja en el contexto de las relaciones internacionales. Sobre todo, cuando lo que se plantea es la posibilidad de autonomía real que pueden tener estados pequeños o medianos para definir su propia política exterior.
La segunda cuestión básica es más importante, a mi entender. Una buena parte de los principales problemas que nos afectan tienen una escala planetaria. Exigen cambios profundos en las regulaciones a nivel internacional y nacional. Dado la desigualdad de poderes a escala internacional, estos cambios serán difíciles de conseguir si no se fuerzan ciertas modificaciones en las naciones más poderosas. Y la única forma de conseguirlo es generando movimientos a escala planetaria que avancen en esta dirección.
No se trata del viejo internacionalismo de respeto a las políticas nacionales de partidos amigos, sino de generar una verdadera red internacional de lucha por cambiar las lógicas y los contenidos de las regulaciones supranacionales. Algo que, de hecho, ya están realizando muchos movimientos sociales, pero que se debe plantear también en el plano de la acción política. Y en este sentido es en el que me parece que el soberanismo democrático corre el peligro de ser más un freno que un acicate al cambio en la correlación de fuerzas a escala planetaria. Al Trumpxit habría que responderle con el boicot, no con el sálvese quien pueda.
31/3/2017
Fukushima 2017 y nucleares en primer plano. Crónica de marzo
Miguel Muñiz
Marzo, el mes de Fukushima desde 2011. Este año, en que se cumplen seis del comienzo de una catástrofe sin final previsible, hemos sabido de que en Fukushima “mueren” robots.
Los robots en Fukushima están muriendo ha sido un titular muy repetido a lo largo del mes; afortunados japoneses, podríamos pensar, que gozan de buena salud en contraste con la mortalidad entre los pobres robots. No son los 10.600 kilómetros que separan España de Japón, ni la dificultad del idioma, lo que impide saber lo que pasa; es la censura disfrazada con diversos eufemismos.
Hay que recurrir al trabajo de personas voluntarias, que cubren los silencios de los medios profesionales, para conocer la situación de las personas (de los robots ya hay información); así podemos enterarnos, por ejemplo, de las decenas de trabajadores afectados; de que los casos de cáncer de tiroides han aumentado en 2016; de que el gobierno ha suspendido, a finales de este mes de marzo, las ayudas a alquileres de viviendas para personas desplazadas (es necesario forzar el regreso a las zonas contaminadas para dar imagen de normalidad); de que las mediciones de radiactividad se hacen a más de un metro del suelo, evitando así resultados inapropiados; de que la tierra y restos radiactivos, contenidos en millones de bolsas negras de plástico que decoran la geografía de Japón, serán utilizados como materiales de construcción; de que una gran parte del Pacífico está contaminada; de que Reporteros Sin Fronteras sitúa a los medios japoneses en el puesto 72 en la escala de libertad de prensa (en 2010 estaba en el 12), etc., podríamos seguir [1].
De todo lo publicado en este aniversario destaca Fukushima seis años después. Seis observaciones y una reflexión hacia dentro de Salvador López Arnal y Eduard Rodríguez Farrè, una de las mejores síntesis informativas.
Este año Fukushima ha sido recordada en la Península Ibérica con 11 actos simbólicos, conferencias o acciones, la mayoría de ellas organizadas desde el Movimiento Ibérico Antinuclear (MIA). Pero analicemos lo cercano.
Tras un febrero de informaciones agitadas, marzo ha traído la calma. Siguen pasando cosas, por supuesto, pero el flujo de noticias se ha modulado, no vaya a ser que un exceso de detalles pueda provocar una reacción social excesiva. Garoña, gran protagonista de titulares durante febrero, ha sido silenciada hasta el punto de que una manifestación de miles de personas por las calles de Vitoria, el 18 de marzo, no tuvo proyección más allá de los medios comarcales. Sigue existiendo un elevado consenso para su clausura definitiva, tanto en el Congreso como en el País Vasco; incluso sindicatos que en cuestiones atómicas saben callar, mirar para otro lado, o declarar sin tapujos su fe pro-nuclear, se añadieron a la convocatoria de Vitoria. Ese consenso es globalmente positivo, aunque tiene una cara negativa que ya se ha tratado en otras crónicas.
¿La última marcha antigaroña?, titular del diario Deia sobre la manifestación de Vitoria; una muestra, acaso involuntaria, de ironía. Visto de cerca, el fuerte consenso social contrasta con la indefinición empresarial y política. A tener en cuenta las contradicciones del 25 de marzo: el representante de NUCLENOR (ENEL-ENDESA e IBERDROLA, no olvidemos) manifestaba en el Congreso que Garoña era la central más fiable en cuanto a seguridad, dado el gran número de revisiones que ha tenido; el mismo día, El Diario Vasco informaba que poner Garoña a punto era inviable económicamente citando también fuentes de NUCLENOR. Nada fuera de lo normal, dadas las declaraciones contradictorias de los presidentes de las eléctricas propietarias en abril de 2016.
La importancia del artículo de El Diario Vasco no acaba ahí, ya que aparece una de las dos menciones a estrategia del gobierno PP y la industria nuclear que se han dado este mes: que el gobierno se mantiene abierto a una negociación grupal por los siete reactores (la reivindicación de la industria en tiempos del ministro Soria), pero que no descarta abrir debates central por central, como opción preferente. Estrategia de confusión que enmascara decisiones ya tomadas que se van filtrando en un escenario de discreción dictado por los que mandan. También una manera de dejar claro, una vez más, que Garoña como moneda de cambio conserva su valor.
La otra mención estratégica aparece el 23 de marzo en La Vanguardia, El Día y Finanzas.com, informando sobre la reunión del organismo nuclear secreto por excelencia (eufemismo utilizado: a puerta cerrada), la Ponencia Parlamentaria encargada de las Relaciones con el Consejo de Seguridad Nuclear. En la sesión comparecieron los directores de energía nuclear de ENEL-ENDESA e IBERDROLA, y el director de Garoña, los cuales informaron a diputadas y diputados de que están seguros del alargamiento del funcionamiento de las nucleares “hasta “al menos” los 60 años”. Significativa la declaración de la portavoz de energía del PSOE, Pilar Lucio, eludiendo pronunciarse en contra cuando la interrogó la agencia de noticias. También fue llamativo que el organismo oficialmente protagonista de la Ponencia, el CSN, ni aparezca mencionado en las informaciones. Todo apunta a que el marco fue elegido, precisamente por su carácter secreto, para poner a los diputados al corriente de lo que hay. La información no tiene desperdicio.
El contrapunto a este avance implacable lo puso el acuerdo del 21 de marzo del PSPV, Compromís y Podemos para plantear en las Corts valencianas una Proposición No de Ley pidiendo el cierre de Cofrentes en 2021, la noticia tiene doble valor: primero, que una institución formalmente “sin competencias” se pronuncie de manera contundente dando prioridad a las personas a las que representa y, segundo, que ese pronunciamiento arrastre inicialmente a Ciudadanos (un partido que sabe callar en el tema nuclear). Si esa iniciativa fuese seguida por otros parlamentos autonómicos, se daría un elemento de presión más sobre la industria nuclear y el PP. Esperemos.
También hubo novedades sobre el Almacén Temporal Centralizado (ATC). El 2 de marzo el CSN decidió ampliar el plazo concedido a ENRESA para cumplimentar estudios de impacto, otro caso de chapuza a beneficio de la industria. Basta leer el voto particular de la consejera Cristina Narbona, en el Acta de pleno 1407, para comprobar que se está repitiendo la misma política de hechos consumados del caso Garoña: avance, forzando etapas, en la tramitación de un proceso que ignora los informes contrarios, la falta de partes de la documentación prescriptiva, y de algunos estudios técnicos. Adelante, al precio que sea.
Al margen de ello poco más que informar, pues desde que el Tribunal Superior de Justicia de Castilla – La Mancha dio prioridad al negocio de los residuos radiactivos sobre el estado deficiente y la protección legal del espacio en que se instalará el hipotético ATC, el tema vuelve a la inacabable batalla legal. El cúmulo de despropósitos en la elección del emplazamiento, y el despilfarro de dinero en los inútiles “estudios”, apuntan la esperanza de que las obras se hagan eternas, naufragando en su propia irracionalidad y contando con la resistencia de la Plataforma Contra el Cementerio Nuclear de Cuenca.
Otro ámbito en que la agitación informativa de febrero ha dado paso a la calma ha sido el Consejo de Seguridad Nuclear. El 6 de marzo, se supo con efecto demora que el señor Presidente dedicó una parte de la sesión del Pleno del 15 de febrero, el posterior a la espectacular rueda de prensa justificando el permiso a Garoña, a la reprobación de la Consejera díscola; muy recomendable la lectura del Acta 1405 por varios motivos; porque el tema se aborda directamente sin que figure en el Orden del Día (¿para coger desprevenida a la persona implicada?, cabe preguntarse), por el carácter inquisitorial de la intervención del Presidente, por el tono intimidatorio y el encarnizamiento en un hecho secundario (unas declaraciones mal recogidas por un medio, e inmediatamente rectificadas por el propio medio) que sirve como pretexto para realizar un ataque contra el derecho a discrepar de la Consejera Narbona porque, según el Presidente, contribuye “a confundir y a generar desconfianza en la sociedad hacia esta institución”, sino contra cualquier persona o colectivo que cuestione la actividad del CSN. Que ello lo haga el señor Martí Scharfhausen, precisamente la persona que por su trayectoria, su historial y sus actitudes es la principal fuente de desconfianza hacia la institución, resulta revelador. Como reveladora resulta la lectura del Acta por las inquietantes resonancias históricas que evoca.
En todo caso cabe apuntar una debilidad: no se ha dado al Acta carácter secreto, como el que han tenido durante 8 años las 38 actas correspondientes a 2008, cuando el escape masivo de radiación de Ascó. Actas que han sido hechas públicas en algún momento entre el tercer trimestre del 2016 y el primer trimestre del 2017, suponemos que a raíz de la denuncia de algunos diputados de Unidos Podemos en la comparecencia del Presidente del CSN el 19 de octubre de 2016 en la Comisión del Congreso.
El desenlace de la campaña del “Impuesto radiotóxico” desplegado por el gobierno PDECAT – ERC en su Ley de presupuestos ha sido la demostración de que, como escribió Manuel Sacristán, hay batallas que deben ser llevadas hasta el final aunque se tenga la certeza de la derrota. Sobre la irracionalidad del tal “impuesto” y su carácter lucrativo a costa de la salud de la población ya se dio información en la crónica de febrero. El MIA en Cataluña (MIA Cat) planteó una campaña de rechazo que no tuvo eco en ninguna de las fuerzas políticas del Parlament, ni tan solo en las que se declaran opuestas a la energía atómica; pero la insistencia en continuarla, cuando algunas voces aconsejaban abandonarla por falta de eco en los políticos, llevó a resultados inesperados.
El más importante es que se consiguieron 1.040 apoyos al Manifiesto que reclamaba la retirada del “impuesto”, desde personas anónimas a otras con renombre científico y médico, y también entidades. Una de las reivindicaciones del MIA Cat era realizar un debate público sobre el “impuesto”, debate que no solo no se hizo, sino que se dieron episodios de ocultación informativa del Manifiesto que fueron casos bochornosos de auténtica censura. En tales circunstancias, conseguir esa cifra de apoyos se puede considerar un éxito.
Como consecuencia del apoyo, y de la falta de argumentos para defender el “impuesto”, se produjeron dos respuestas políticas. Catalunya Sí Que Es Pot (CSQEP) decidió votar contra el capítulo de los presupuestos en la sesión parlamentaria, dejando claro, eso sí, que su voto contrario no tenía relación con los contenidos del Manifiesto; decisión muy respetable que, por supuesto, fue valorada como muy positiva por el MIA Cat. Por su parte, las Candidatures d'Unitat Popular – Crida Constituent (CUP-CC) presentaron, el 28 de febrero, una Propuesta de Resolución (PR) en la Comisión de Salud del Parlament para la creación de un grupo de estudio de alto nivel que investigase los impactos de salud de las radiaciones. La falta de lógica que supone aprobar un “impuesto” sobre los impactos de salud de las radiaciones, y pedir que se estudien cuáles son los tales impactos no es tal; porque hay una “lógica” electoral que puede justificar cosas como esa. Esa misma “lógica” en que se inscribe otra iniciativa de la CUP-CC, la presentación, el mismo día, de otra PR pidiendo que en el plazo de un año se convoque una consulta popular (al amparo de la Ley de Consultas de la Generalitat) sobre “el uso o no de la energía nuclear como fuente de producción eléctrica”.
Al margen de que esas ambigüedades sean obligatorias en la CUP-CC a la hora de abordar el tema nuclear, la PR silencia que a partir del 26 de julio de este año ENEL-ENDESA e IBERDROLA ya pueden solicitar la renovación del permiso de Vandellós 2, y que a partir del 2 de octubre de 2018 pueden hacerlo para los dos reactores de Ascó, y que el gobierno del PP puede concederlas cuando quiera, sin esperar al 2020 y el 2021.
Que dichas renovaciones puedan ser hasta los 60 años, que intentar cerrar los reactores cuando las tengan concedidas puede suponer el negocio del siglo XXI para ENEL-ENDESA e IBERDROLA (como la “moratoria nuclear” lo fue en el siglo XX), vía demandas legales por lucro cesante, que no se cuente con minucias como contaminación radiactiva e impactos sobre la salud, nada de eso importa. Son mezquindades terrenales ajenas a la grandeza discursiva de la CUP-CC.
En todo caso el “impuesto” salió aprobado, pese al voto contrario de CSQEP, y la campaña del MIA en Cataluña terminó con una enseñanza: que el interlocutor preferente del MIA Cat debe ser la mayoría social de Cataluña opuesta a la energía atómica, sin menoscabo del legítimo papel de las fuerzas políticas.
Esa campaña finalizó, pero la resistencia a la minería de uranio de Retortillo, en Salamanca, ha entrado en fase aguda. A primeros de marzo, la empresa australiana Berkekey Resources decidió revalorizar su inversión y, en una maniobra perfectamente coordinada, comenzó una tala masiva de encinas centenarias en la zona de Retortillo para “realizar prospecciones”, así como la excavación de una balsa; casi al mismo tiempo, el día 13, el PP declaraba, vía ministro Alvaro Nadal, que todas las obras cumplían la declaración de impacto y sacaba a relucir al CSN; el día 21, se informaba desde la Agencia Europea de Energía Atómica (EURATOM) que su Agencia de Abastecimiento había aprobado el acuerdo de venta de la producción inicial del uranio de la mina, previsto para 2018; todo ello en medio de declaraciones de los portavoces de Berkeley sobre una lluvia de “puestos de trabajo”, “inversiones”, “energía de base fiable y limpia”, “seguridad de abastecimiento europeo”, y otros tópicos habituales en estos casos.
Por suerte la Plataforma STOP URANIO intervino denunciando la situación, y la Guardia Civil y la Fiscalía de Medio Ambiente intervinieron por denuncia de WWF; también se descubrieron irregularidades en el permiso; todo hace prever que se podrá detener el nuevo destrozo, pero la campaña ha comenzado.
La inversión de Berkeley es especulativa. Su página web y el Informe de 2016, no registran minas en operación y sólo se habla de Salamanca; lo que reduce el discurso de sus directivos sobre “puestos de trabajo” e “inversiones” a meras relaciones públicas sin base real.
No puede cerrarse la crónica de marzo sin Portugal. Comprobado que la tan cacareada “visita de inspección” de la delegación portuguesa a Almaraz y a las obras del Almacén Temporal Individual (ATI) no pasaba de mera cortesía sin contenidos tangibles, se ha reactivado el debate crítico en diversos medios del país vecino sobre el papel de su gobierno y las implicaciones europeas. De las 12 noticias recogidas en la hemeroteca sobre el conflicto en marzo, 10 corresponden a medios de Portugal aunque hablen de España, lo que da una idea del silencio informativo imperante aquí. A destacar que un eurodiputado socialista portugués, Carlos Zorrinho, ha dado pasos en las instituciones europeas para plantear la cuestión en clave de cierre nuclear global, lo que podría marcar el comienzo de un cambio.
El conflicto también tuvo aspectos esperpénticos: la ministra de Medio Ambiente del PP comparó el ATI con una “piscina seca” (fue el 28 de febrero, coincidiendo con la visita de la delegación); el 17 de marzo, la Presidenta de la Asamblea de Extremadura se negó a recibir a una delegación del parlamento portugués parece ser que porque “no tenía competencias” (¿internacionales?); el día 19, el Congreso de los Diputados vetó la vista al Parlamento portugués de una delegación de la Comisión de Energía, Industria y Agenda Digital del propio Congreso, ya que iba a analizar la situación del ATI. Como puede comprobarse, una vez obtenido el aval del “gran padrino” europeo, no se está por frivolidades.
Nota única:
[1] para facilitar la lectura del artículo se han trasladado todas las referencias que respaldan los datos que contiene a la HEMEROTECA DE MARZO, que se halla indexada por apartados que corresponden a los contenidos. Basta clicar en la palabra para acceder a las informaciones.
[ Miguel Muñiz Gutiérrez es miembro del Moviment Ibèric Antinuclear a Catalunya, de Tanquem Les Nuclears - 100% RENOVABLES y mantiene la página de divulgación energética http://sirenovablesnuclearno.org/, contacto: sirenovablesnuclearno@pangea.org ]
29/3/2017
Anticapitalismo y nueva izquierda
Albert Recio Andreu
I
¿Existe una propuesta clara de transformación social en las propuestas de la nueva izquierda? Una respuesta obvia es que en cualquier programa existen propuestas de cambio. Y es cierto que en los últimos tiempos abundan las propuestas concretas en muchos aspectos de la vida social. La cuestión a mi entender es otra: ¿hacia qué modelo de sociedad se orientan?, ¿tienen un proyecto más o menos perfilado? El debate se ha vuelto a suscitar con la propuesta de programa de la nueva formación de la izquierda catalana, tal como ya comentamos en estas mismas páginas. De forma sucinta diría que no existe un proyecto claro de transformación social ni en este programa ni en la mayoría de otras propuestas alternativas, pero como un juicio tan drástico es inútil me parece necesario plantearse las razones de esta carencia.
II
Hasta la segunda mitad del siglo pasado la izquierda alternativa parecía contar con un programa alternativo al capitalismo basado en la propiedad colectiva de los medios de producción y la planificación centralizada. Un programa que, para poder realizarse, exigía un paso previo de expropiación de la propiedad. Durante los primeros años, los defensores del modelo soviético podían esgrimir las elevadas tasas de crecimiento de esas economías y el mucho más igualitario sistema social (de hecho algunos países de ese bloque aún mantienen un mayor grado de igualitarismo social). Frente a esta propuesta, la socialdemocracia ofrecía una gradualista de economía mixta, con un sector público potente y orientado tanto a la provisión de servicios colectivos como a promover una redistribución de la renta en favor de las clases trabajadoras. Todo ello parece ahora fuera de lugar, tras el fracaso de la experiencia soviética (el sistema se desmanteló con pasmosa facilidad sin resistencia social) y el triunfo del neoliberalismo en occidente.
Ante ese cambio se podían adoptar diversas respuestas. Preguntarse por las razones que condujeron al colapso de un modelo, o al éxito del otro. Analizar qué cosas funcionaron y que cosas no para formular un nuevo modelo alternativo. Sobre todo tras constatar que la deriva neoliberal genera un perpetuo desastre social en muchos terrenos (aumento de la desigualdad, pobreza, economía de rentista, degradación ambiental, inestabilidad, etc.). Creo que se ha hecho poco en este terreno. Hemos avanzado mucho en la crítica al neoliberalismo (el capitalismo real) y poco en analizar los modelos alternativos y en explorar otras visiones. En gran medida la nueva izquierda se mueve entre la elusión de un planteamiento frontal al marco actual (y esto es lo que uno encuentra en el programa dels comuns) y un anticapitalismo vacuo (como por ejemplo el formulado por la cup). Son respuestas lógicas en medio del marasmo cuando no tenemos una perspectiva clara de hacia dónde hay que ir, pues somos conscientes de lo injusto e inadecuado del sistema actual.
III
De las dos propuestas básicas de la izquierda transformadora tradicional etás bastante claro que la planificación central de toda la actividad económica resulta harto cuestionable en economías tan complejas como las actuales. No se trata sin embargo de tirar el niño con el agua de lavar. Hay un amplio espacio a la planificación acotada a aspectos concretos y centrales de la actividad económica. De hecho, la planificación no sólo está presente en el ámbito de la gestión pública sino también en el funcionamiento de las grandes empresas privadas (como se ha comentado más de una vez, tenía más influencia sobre la economía mundial algún directivo de una gran multinacional que el ministro de planificación de algún pequeño estado socialista). Planificar aspectos concretos de la actividad (por ejemplo el sistema de transporte o el modelo energético) no sólo es más manejable en términos de gestión sino que además ofrece más oportunidades a la participación democrática, puesto que es más sencillo debatir en un proceso participativo sobre un tema específico que hacerlo considerando el conjunto de procesos productivos de una sociedad. Lo que no se planifica puede dejarse al mercado, a actividades impulsadas por individuos, empresas, etc,. o a procesos de cooperación directa. En este sentido hay que destacar que en los debates actuales suele haber una confusión permanente entre mercado y capitalismo, y, como han señalado diversos autores del ámbito autogestionario (por ejemplo Schweickart o Albert), es posible modelar el mercado con modelos de empresa no capitalista. En este campo lo crucial es el modelo de regulación que se imponga, algo que una vez más es posible decidirlo por medios democráticos.
La segunda pata, la del cambio del modelo de propiedad, me parece más complicada. Su desaparición del debate social es en gran parte producto de la derrota en la que estamos sumidos y de las dificultades de encontrar eco en sociedades donde la propiedad ha crecido con el consumismo y la financiarización (vivienda, segundas residencias, coches, participaciones en planes de pensiones y fondos de inversión, etc., son compartidos por sectores amplios de la sociedad en los países más ricos). Pero es un debate al que hay que volver en una sociedad donde resulta evidente que el aumento de la desigualdad está directamente relacionado con las rentas de la propiedad (algo evidente en los trabajos de Pickety, James Galbraith, Atkinson). Y que aparece en todas las propuestas de economías autogestionadas de autores como los citados anteriormente.
La apelación a “lo común” en las nuevas izquierdas es en parte una forma de eludir la cuestión. Vale para superar la vieja trampa de confundir lo público con el poder autocrático de las castas políticas (para mí el principal problema del fracaso soviético). Para configurar espacios de autogestión colectiva y situar la importancia de los procesos de gestión por encima de la propiedad. Pero elude una cuestión crucial: que en la práctica el espacio de lo común solo puede desarrollarse allí donde no opera la propiedad privada, allí donde el sector público de alguna forma avala o consiente la participación social. El capital privado no solo cuenta con demasiados espacios de autonomía sino que utiliza esta enorme concentración de poder económico para minar y boicotear los intentos de ampliar los espacios de lo común. Sin un cambio radical en la estructura de poder sobre la propiedad es difícil que lo común pueda prosperar más allá de un límite. Y superar ese límite no es solo necesario para reducir las desigualdades y mejorar el bienestar colectivo; es también crucial para poder avanzar hacia una gestión económica que internalice los problemas ambientales, gestión que es incompatible con las pulsiones al crecimiento de la empresa capitalista (por ello Schweickart introduce en su propuesta un modelo de propiedad pública que permite minimizar los costos del cambio de actividad).
Hay razones que explican por qué esta cuestión se ha esfumado de gran parte de los debates sociales. Tácticas, porque choca con las percepciones sociales de mucha gente. Pero también porque la expropiación (o en sentido más débil, un cambio radical en el derecho a la propiedad) sólo es posible con un elevado nivel de coerción social que hoy nadie se atreve a plantear. En parte por la buena razón de no querer repetir las atroces experiencias de violencia de tiempos pasados, y sus nefastos resultados para la democracia y la dignidad humana. Pero renunciar a la transición violenta no puede llevarnos a ignorar que aquí hay un problema fundamental y que toda alternativa debe pasar por erosionar, transformar, democratizar el derecho a la propiedad tal como se configura en el momento presente. Y tal como tratan de congelar (o incluso reforzar) los diferentes tratados e instituciones emanadas en el período de capitalismo neoliberal.
IV
Tener un buen diseño de hacia qué sociedad queremos ir no garantiza el éxito. Pero no tener ninguno y limitarse a la crítica de lo real garantiza estar cómodamente instalados en el mismo sitio durante tiempo. Los programas, los proyectos, no sólo sirven para orientar el trabajo político, sino que ayudan muchas veces a implantar transformaciones sociales que mejoran el bienestar general.
En este caso me he limitado a discutir una parte del tema (una de las que me parece menos claras del nuevo proyecto), pero existen otras muchas cuestiones que merecen reflexión: cómo generar modelos sociales verdaderamente igualitarios, cómo gestionar la transición a una economía ecológicamente sostenible, cómo mejorar la calidad democrática… Apuntar a regulaciones y espacios comunes va en la buena dirección. Pero eludir temas como el del modelo de propiedad o las formas de gestión económica puede hacer perder la orientación del proceso. Y a la izquierda, en todas sus expresiones, le hace falta tener algún mapa hacia el que orientar su propuesta, aunque sea tan precario como el que usaban los exploradores europeos para internarse en territorios ignotos.
31/3/2017
La normalización fracasa
Antonio Antón
Existe una dura y persistente pugna sociopolítica y cultural en torno a dos polos: la dinámica de ‘normalización’, como legitimación del actual orden institucional y económico hegemonizado por la derecha, y la tendencia de cambio social y político. La primera, promovida por el entramado de poder político-económico y mediático que representa el Gobierno del PP. La segunda, representada políticamente por las llamadas “fuerzas del cambio”: Podemos y sus aliados de Izquierda Unida, convergencias —catalana, gallega, valenciana…— y candidaturas municipalistas, así como otros grupos menores. El PSOE juega un papel ambivalente: mientras la mayoría de su actual dirección participa en la primera, priorizando la gobernabilidad de las derechas y el continuismo estratégico, el grueso de su militancia y su electorado desea diferenciarse del PP y tender puentes con la segunda, apostando por una opción de progreso.
El debate afecta al análisis de la profundidad y la trayectoria de la crisis socioeconómica e institucional y el alcance de la legitimidad de las distintas estrategias; es decir, a las posibilidades y el tipo de cambio y a las políticas adecuadas. El diagnóstico sobre el carácter del poder establecido, sobre la ‘trama’, es fundamental, sobre todo, sus procesos de legitimación social. Más importante todavía, para establecer el carácter del conflicto político y su evolución, es conocer las actitudes de la gente, sus demandas y prácticas sociales y electorales, así como su capacidad de articulación sociopolítica. Se trata de la pugna por qué hegemonía se construye y da soporte al cambio institucional.
El diagnóstico conlleva cierta prescripción. Hay que ser objetivo y realista en la interpretación de los hechos, al mismo tiempo que explicar el sentido de cada opción política o tendencia social. La tesis aquí defendida es que todavía persisten graves problemas sociales, políticos y económicos que afectan a la mayoría de la población y que, a pesar de la colaboración actual del aparato socialista que le procura la estabilidad del dominio institucional de las derechas, la gobernabilidad no se asienta en un consenso ciudadano mayoritario y la normalización no está asegurada y menos en el medio plazo. Persisten dinámicas favorables al cambio.
Por tanto, el aspecto principal a explicar son las dinámicas de fondo en la sociedad española, aun contando con ese desfavorable contexto económico e institucional, así como del marco europeo. El dilema a responder es: ¿existen suficientes tendencias en las mayorías sociales que indican un proceso adaptativo a la gestión continuista de las derechas y una renuncia a un cambio sustantivo?; ¿se ha iniciado una etapa de ‘post-malestar’, una fase de resignación, con un agotamiento o minoración de las energías transformadoras, reducidas a sectores minoritarios? Adelanto mi respuesta: NO.
El consentimiento al continuismo no es mayoritario
En los aparatos mediáticos dominantes, las opciones centrales bajo las que enmarcan las actitudes de la población, la realidad social y cultural, son dos: O bien, el consentimiento mayoritario a la estabilidad del Gobierno de la derecha y sus principales políticas (económicas, institucionales y territoriales), con leves retoques promovidos por el Partido Socialista; o bien, la simple protesta social minoritaria y radical, con la inoperancia trasformadora, política e institucional. O posibilismo adaptativo, o idealismo estéril.
Al menos desde el año 2010, junto con las graves consecuencias de la crisis, se han implementado de forma autoritaria las políticas regresivas y antisociales del poder liberal conservador europeo. Existe la responsabilidad en su gestión de gobiernos socialdemócratas, que han entrado en crisis, y de forma más cruda de las derechas. Paralelamente, se ha generado un amplio espacio popular progresista y democrático, especialmente en España, y una nueva política alternativa de progreso y cambio institucional, realista y de amplia base ciudadana. Pues bien, los poderosos siguen sin reconocer estos hechos centrales de la experiencia popular y la conciencia ciudadana. Pero, toman nota y buscan la normalización y neutralizar la dinámica de cambio social y político.
Es verdad que, entre algunos actores existen objetivos a medio y largo plazo que plantean la ‘ruptura (o revolución) democrática’ o apuntan a superar el capitalismo. Pero, ni siquiera en ellos, son planes inmediatos. Pueden cumplir una función ideológica, orientativa o retórica, pero hay que distinguirlas de las propuestas concretas de cambio que son susceptibles de apoyo popular a corto y medio plazo.
El nivel de representatividad o confianza ciudadana es clave para determinar los desafíos estratégicos. Los objetivos inmediatos, aparte de su función cultural, deben ser coherentes con los medios disponibles y las capacidades transformadoras. La pugna por la hegemonía supone el cuestionamiento de la idea de que solo es posible el plan del poder establecido.
En ese sentido, los programas de Unidos Podemos y sus aliados están conectados con la mejor experiencia popular y democrática. Reflejan aspiraciones de la mayoría ciudadana y expresan un doble cambio político, a corto y medio plazo, basado en la justicia social y la democratización. Por una parte, una democracia económica y social, la consolidación de los derechos sociales y laborales, un Estado de bienestar más protector y redistributivo, un plan de emergencia social o rescate ciudadano... Por otra parte, la regeneración democrática y la lucha contra la corrupción, así como la solución democrática a la cuestión territorial.
Es un plan de reformas sustantivas con un perfil social y democrático, para la mejora inmediata de la situación de la mayoría popular que, evidentemente, choca con los planes de austeridad y la gestión regresiva y prepotente de la crisis sistémica del poder liberal conservador de España y la UE. Ese poder es muy fuerte; el cambio propuesto, incluso negociado con un hipotético Partido Socialista (o parte de él) renovado, es difícil. Su dificultad no viene porque sea profundo y radical, deriva simplemente porque, frente al inmovilismo restaurador de las élites dominantes, conlleva algo de cambio sustantivo y real, aspira a reforzar esa dinámica transformadora y los adversarios del establishment son muy poderosos. No se contenta con un simple maquillaje combinado con el refuerzo del continuismo y la resignación cívica. Su punto fuerte es la legitimidad popular en que se apoya, que se quiere neutralizar o esconder. Es el campo en disputa, la conformación de una predisposición de sectores significativos de la ciudadanía a porfiar tras un cambio real, articular esas demandas populares y reforzar su representación política e institucional.
En ese marco interpretativo dominante en los grandes medios, las fuerzas continuistas del PP, PSOE y C’s se supone que ocupan la centralidad del tablero político y la completa hegemonía en la sociedad: es lo sensato, lo seguro o ‘su’ sentido común. No habría alternativa a ese poder establecido y sus políticas; su orientación, especialmente en el ámbito europeo, es una democracia débil y mayor subordinación popular. El cambio real o sustantivo, aunque sea pequeño y lento, no sería posible. Es la vuelta al argumentario oficial, iniciado ya en el año 2010, de la clase gobernante y los grandes medios para justificar la inevitabilidad de los planes de austeridad y neutralizar la indignación cívica y las opciones de cambio de progreso.
Al mismo tiempo, la oposición sociopolítica o la impugnación a esa dinámica sería extremista, minoritaria e irreal, o simplemente estética o simbólica; siempre sin apoyo social ni influencia transformadora, es decir, ‘perdedora’. Es el enfoque falso y sesgado desde el que se intenta marginar y descalificar a Unidos Podemos y sus aliados adjudicándoles esa posición extrema, encerrada en sí misma y sin arraigo popular. Es también cómo se ha querido interpretar la pugna interna en el proceso de Vistalegre 2 y, particularmente, condenar a la nueva dirección de Podemos a la irrelevancia política.
Pero ese marco interpretativo es falso, oculta las bases sociales para el cambio y tiene la intencionalidad política de normalizar la gestión liberal conservadora. El consentimiento ciudadano al continuismo de las políticas socioeconómicas y la gestión autoritaria es minoritario. El malestar cívico por la deriva económica y política es mayoritario, especialmente entre la juventud. Dadas las valoraciones sobre las trayectorias y las expectativas en los últimos dos años se consolidan dos dinámicas: por una parte, se refuerza una minoría significativa, acomodada y conservadora, que considera aceptable la evolución económica y política, aunque no llega a un tercio de la sociedad; por otra parte, permanece una mayoría social descontenta y favorable a los cambios, aun con distinta intensidad.
Y existe una fractura generacional: por un lado, una fuerte composición juvenil que apoya a Unidos Podemos y convergencias y desea cambios profundos; por otro lado, PP y PSOE se refugian en unas bases electorales envejecidas, sobre todo, entre los mayores de 55 años; en el medio con posiciones más paritarias los sectores de edad intermedia, decisivos. No obstante, se puede decir que el futuro favorece al cambio y que el conservadurismo es el pasado.
En conclusión, no hay normalización política, hay bases sociales y culturales para seguir promoviendo el cambio político. Y toda la campaña de propaganda del poder establecido y los principales medios no ha podido torcer esa voluntad popular mayoritaria. El problema no está en la realidad social, sino en el reflejo de los equilibrios institucionales al haber renunciado la dirección socialista a un pacto de progreso por un cambio sustantivo, entrando en conflicto con gran parte de su base social.
La estabilización es frágil
Tras la etapa de indignación cívica y protesta social contra la gestión regresiva y autoritaria de la crisis sistémica, socioeconómica, institucional y territorial (2010-2014), y el prolongado ciclo electoral de más de dos años (2014-2016), se ha iniciado una nueva etapa política. El resultado de ese proceso y nuevo punto de partida ha sido un nuevo equilibrio institucional, derivado del desgaste del bipartidismo y la consolidación de una nueva representación política alternativa, con suficientes bases sociales e institucionales para porfiar en el cambio. Frente a ello se ha configurado una estrategia de normalización política y cultural que dé estabilidad al continuismo económico, institucional y territorial, aislando la dinámica y las fuerzas del cambio.
Mientras, en la UE, el poder liberal conservador dominante (con gran parte de las direcciones socialdemócratas) mantiene el rumbo de la austeridad y se desencadenan procesos disgregadores y xenófobos de la mano del populismo autoritario de extrema derecha; todo ello con las dificultades de las fuerzas progresistas y de izquierda para avanzar hacia una Europa más justa y democrática.
Son ciertos algunos factores que tienden a la estabilización política. Principalmente, son dos. Primero, la persistencia de una base electoral conservadora, acomodada y envejecida, en torno a un tercio de la población, con ventajas comparativas por la evolución económica y laboral. Segundo, la colaboración de la mayoría de la dirección socialista y su garantía de gobernabilidad del pacto de las derechas (PP y C’s), continuación de su determinación de frustrar la posibilidad de un Gobierno de progreso.
Sin embargo, ninguno de los dos aspectos es determinante. Hay un bloqueo institucional pero una disputa por la legitimidad social del cambio. La situación presenta algunas mejorías macroeconómicas pero sin revertir derechos perdidos, sociales y laborales, y con prolongadas, segmentadas y diversas consecuencias para la mayoría social. Me centro principalmente en los aspectos sociales y políticos, dejando al margen el factor desestabilizador del proceso independentista en Cataluña y el inmovilismo gubernamental ante las mayoritarias demandas democráticas de mayor capacidad decisoria y autogobierno.
La base social acomodaticia que ampara la representatividad de la derecha es significativa, pero sigue siendo minoritaria entre la población, aun contando con una parte de votantes de Ciudadanos, cuyo compromiso era con el ‘cambio sensato’ y cierta regeneración democrática. Y el aparato socialista cuenta con escasa legitimidad entre su militancia y su electorado para su aval a la gobernabilidad del Gobierno del PP, está muy alejado de su compromiso de ‘cambio seguro’ e incluso de una oposición verdaderamente útil para la mayoría ciudadana. Aunque ahora en las primarias necesita un distanciamiento relativo para evitar un desplazamiento militante hacia Sánchez.
Para taponar esas grietas, el bloque de poder liberal-conservador debe apostar por una fuerte presión política hacia la dirección del Partido Socialista, un gran despliegue mediático para persuadir o neutralizar a la gente descontenta y, sobre todo, un aislamiento de las fuerzas del cambio como componente transformador basado en la justicia social y la democratización. Hasta ahora han tenido un relativo éxito en el objetivo central de impedir la formación de un Gobierno de progreso, compartido y negociado con Unidos Podemos y sus aliados. No solo se ha confirmado la negativa de la dirección socialista, desde el principio tras el 20-D, a iniciar un proceso de transformación real y de colaboración con las fuerzas del cambio, sino que, a pesar de los apoyos recibidos en ayuntamientos y Comunidades Autónomas para desalojar al PP, ha acentuado su sectarismo contra Unidos Podemos y sus aliados, confirmando su actual aval a la estabilidad del Ejecutivo de Rajoy.
Todavía persiste la disputa sobre el relato de las causas y responsabilidades por el fracaso de un Gobierno de progreso en España y la conformación de cierta frustración en parte del electorado de ambos. El propio Pedro Sánchez, en su entrevista con Évole, periodista de la Sexta, tras su defenestración a primeros de octubre como Secretario General del PSOE, se encargó de dar verosimilitud a la versión de Unidos Podemos y convergencias: los poderosos de dentro y de fuera del PSOE lo vetaron. No se debía a la supuesta intransigencia o sectarismo de la dirección de Podemos, versión machacona de la dirección socialista y los principales medios, sino a la determinación estratégica del núcleo dirigente socialista, con el acuerdo de Ciudadanos, de garantizar el continuismo económico y territorial, neutralizar un cambio real de políticas, aunque fuese limitado, y marginar a Unidos Podemos y sus aliados.
Por tanto, la campaña sectaria desatada contra la dirección de Podemos, especialmente contra su Secretario General, Pablo Iglesias, no estaba justificada y solo tenía un significado destructivo para las fuerzas del cambio, que hizo cierta mella en una pequeña parte de su electorado que se abstuvo en el 26-J.
Tampoco es justa la versión intermedia, supuestamente equilibrada, del reparto por igual de responsabilidades a los dirigentes de ambas formaciones. Sánchez fue honesto en ello al señalar al entramado económico-político y la dependencia del aparato socialista como culpable de ese veto a un Gobierno compartido de progreso. Y habría que añadir la responsabilidad de la propia dirección socialista por su aceptación e impotencia para plegarse a esa estrategia de impedir el cambio político en España y profundizar la división de las fuerzas de progreso, con toda su repercusión para el futuro de España y la Unión Europea.
Es difícil que el Partido Socialista pueda ya desempeñar un papel dirigente en un cambio político e institucional de progreso. Los poderosos y su propio aparato pueden imponer su repliegue representativo y la subordinación a las derechas, en aras de defender los intereses continuistas de los poderes fácticos. Ello aplazaría el desalojo de las derechas y sería fuente de mayor frustración y desafección entre su base social.
Esa posible dinámica supone una responsabilidad especial para las fuerzas del cambio que, de momento, están lejos de conseguir, por sí mismas, los apoyos sociales suficientes para asegurarlo. Para desalojar a las derechas de las grandes instituciones públicas e iniciar un auténtico cambio, sigue siendo imperiosa la colaboración con otras fuerzas políticas de progreso, en especial un renovado Partido Socialista (o parte de él) con el que converger.
En definitiva, aparte de la colaboración socialista para la continuidad del Gobierno de Rajoy, en algunos segmentos de la ciudadanía, cuantificados en un tercio, se consolida su consentimiento a esta inercia de estabilidad institucional. Pero la tendencia cívica dominante sigue siendo la del descontento popular por los efectos de la crisis socioeconómica y las políticas de austeridad, la reafirmación en los valores democráticos y de justicia social y el apoyo a una opción de progreso. Por tanto, hay bases sociales suficientes susceptibles de seguir apoyando un proyecto de cambio sustantivo.
La pugna ideológica y cultural es generalizada y continuada y tiene implicaciones políticas. A pesar de la presión política y mediática por la normalización, la persistencia mayoritaria de esa mentalidad crítica y progresiva impide la hegemonía de la dinámica restauradora del entramado de poder económico-político. Su pretensión es el cierre al cambio institucional de progreso, la incorporación plena del Partido Socialista al continuismo estratégico y la neutralización de la dinámica y las fuerzas del cambio. Pero ese plan normalizador no tiene la hegemonía sociopolítica y cultural entre la ciudadanía. La normalización no tiene suficiente consenso social y la tendencia de cambio no se ha consolidado en el ámbito institucional. La pugna continúa.
[Antonio Antón es Profesor Honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. @antonioantonUAM]
27/3/2017
La desigualdad es violencia
José Ángel Lozoya Gómez
Tanto se ha centrado la lucha contra las violencias machistas en aquellas que provocan alarma social, que la mayoría de los hombres no se sienten interpelados; no encuentran motivos ni para involucrarse en su erradicación ni para modificar sus hábitos. Para colmo, el Pacto de Estado que se discute en la actualidad sigue olvidando a los hombres, con lo que se le condena a tener un alcance muy limitado.
En un taller para inmigrantes árabes, latinos y subsaharianos invité a los participantes a identificar privilegios masculinos en la familia, el mercado de trabajo, la sexualidad y la sociedad, y me sorprendieron dos reacciones. Por un lado el colectivo subsahariano los identificaba con facilidad; por otro lado, el grupo latino interrumpió la puesta en común para quejarse, educadamente, de que se les había invitado a participar en un taller sobre el machismo pero se veían debatiendo sobre las desigualdades entre los sexos. Para ellos, el machismo tenía más que ver con las agresiones físicas, los abusos sexuales y los asesinatos, que con las desigualdades cotidianas en sus relaciones con las mujeres. Pese a la resistencia que manifestaban, me alegró advertir que ese grupo hubiera visto que los privilegios son desigualdades, porque es difícil ver que todo privilegio naturaliza una desigualdad, y mucho más difícil ver que las desigualdades, al quedar invisibilizadas, aseguran su reproducción.
Por eso no me costó mucho que aceptaran que la cultura es el caldo de cultivo en el que germinan y se desarrollan las raíces de todas las violencias, y que la cultura es machista. Ni que vieran, en una pirámide con forma de escalera, que a medida que asciende la gravedad de las violencias hay cada vez menos hombres involucrados, porque los micromachismos no llevan inevitablemente a mayores niveles de violencia. Solo los que confunden tradición con derechos incuestionables llegan a creerse tan por encima de las mujeres como para estar dispuestos a defender a través de la violencia sus privilegios frente a aquellas que los cuestionan.
Lo que ellos estaban diciendo es que se habían socializado como hombres para aprender a desenvolverse en un mundo estructurado a base de privilegios, desigualdades y violencias, y que como hombres habían sido capaces de vivir en esta sociedad sin violar las leyes; por eso les costaba ver la importancia que yo daba a las pequeñas violencias sobre las que tratábamos, sobre todo teniendo en cuenta que ellos se implicaban mucho más que sus padres en lo doméstico y en los cuidados de sus hijos y de sus familiares dependientes, y vivían con mujeres que trabajaban y traían un jornal a casa.
Admitían que era la cultura la que estaba en la base de tanto maltrato y tanto asesinato, y que era necesario combatirla, cada cual en la medida de sus responsabilidades. A partir de ahí no me costó que vieran que no habría tenido sentido invitarlos a un curso para hablar de ese machismo que ellos ya condenan: lo interesante era incrementar su sentido crítico ante el machismo que les costaba ver, ante esos privilegios tan injustos como peligrosos —porque reproducen una conciencia de derecho a la desigualdad— con objeto de que dejaran de aprovecharse de ellos y evitaran contribuir a su reproducción.
Sus resistencias tenían que ver con su falta de perspectiva de género, pero son un ejemplo de las dificultades que tienen la mayoría de los hombres para ver las violencias machistas cotidianas en las que, por acción u omisión, incurrimos todos. Nos recuerdan que para erradicar las violencias machistas es preciso vencer las dificultades y las resistencias de los hombres a verse interpelados. Hace falta que entiendan que la masculinidad es machista y el machismo es violencia; que disfrutan de privilegios por ser hombres, y que estos privilegios suponen desigualdades que padecen las mujeres; que para reconocerse como hombres han tenido que superar un proceso de socialización violentamente machista y han construido una identidad masculina muy difícil de deconstruir, pero es preciso intentarlo.
Los recursos dedicados a erradicar las violencias machistas, desde el asesinato de Ana Orantes y la posterior aprobación por unanimidad de la Ley integral contra la violencia de género, han tenido poquísimo impacto en el número de denuncias y asesinatos de mujeres, lo que nos llevó a los hombres por la igualdad a convocar en Sevilla, el pasado 21 de octubre, la manifestación de hombres más numerosa celebrada hasta la fecha, con el lema “El machismo es violencia”. Para nosotros era prioritario poner el foco en la necesidad de combatir el machismo en cualquiera de sus manifestaciones.
Nadie discute la necesidad de incrementar la protección a las víctimas, pero debemos recordar que “la violencia contra las mujeres es un problema de los hombres que padecen las mujeres”. Puede ser una simplificación, pero nos recuerda que no podemos acabar con las violencias machistas sin que cambien los hombres, y que los hombres no van a cambiar por el Código Penal. El cambio de los hombres exige tiempo y recursos que no aparecen en el borrador de Pacto de Estado que está en discusión, y ya sabemos que en política lo que no cuenta con presupuestos no se tiene en cuenta, y lo que no se nombra ni siquiera existe.
Mientras miramos para otro lado seguimos olvidándonos de los niños cuando aún están en peligro, siendo socializados en el machismo, y solo empezamos a preocuparnos de los jóvenes cuando ya son un peligro. Mientras nos resistimos a combatir el machismo, la masculinidad se va convirtiendo en el referente de la igualdad entre los sexos y eso tiene mucho de suicidio colectivo.
Sevilla, marzo de 2017
[José Ángel Lozoya Gómez es miembro del Foro y de la Red de Hombres por la igualdad]
14/3/2017
Educar no es una tarea fácil
¿Profesorado versus alumnado o personas adultas versus chicos y chicas adolescentes?
Joan M. Girona
Trabajar en el mundo de la enseñanza significa trabajar con personas. Es un trabajo que implica los aspectos emocionales y de relación humana: el aprendizaje es un proceso cognitivo pero basado en las emociones. Enseñar y educar exige una dedicación completa si se quiere hacerlo correctamente. Antes se llamaba vocación, ahora esta palabra ha quedado en desuso pero sigue siendo necesario querer hacer de maestro o maestra. No es una profesión más de las muchas que existen actualmente: produce más desgaste emocional que cansancio físico. Pero infantes y adolescentes y sus familias se merecen unos profesionales que entiendan el trabajo que hacen y cómo lo hacen. Las administraciones no están a la altura en este aspecto (como en tantos otros desgraciadamente).
A lo largo de los cuarenta años que he trabajado de maestro y de profesor he desobedecido conscientemente más de una vez, y he hecho frente a las consecuencias [1]. He pensado que las normas deben estar al servicio de las personas y no al revés. Una normativa escolar que no esté al servicio del alumnado no es legítima: hay que desobedecerla y asumir las consecuencias (a mí me ha costado la destitución de cargos directivos). Como no puede ser de otro modo, en el ámbito escolar algunos niños o niñas desobedecen para reafirmarse, para que se les tenga en cuenta, porque piensan que no se les hace caso, para llamar la atención, para reclamar la presencia de la persona adulta de referencia, para aumentar su autoestima... Por eso es importante desobedecer algunas veces. Y además, la persona que intenta educar puede poner límites a la desobediencia explicando cariñosamente porqué aquello no se debe hacer.
En los institutos debemos pensar que todo adolescente necesita rebelarse para ir afianzando su personalidad, para crecer y madurar como persona. Es tarea del profesorado contener esta rebelión; una rebelión contra el mundo adulto que les pone (y les debe poner) límites. Si entendemos que las actitudes del alumnado no van contra nosotros sino contra lo que representamos (el poder del mundo adulto), nuestras reacciones serán más tranquilas, no nos sentiremos atacados: las actitudes contestatarias se reducirán y los conflictos disminuirán. El papel del adulto ante el adolescente debería ser como una pared de frontón acolchada que devuelve la pelota pero con menos fuerza, que atempera los impulsos de los jóvenes. Y debería preocuparnos ese chico o chica que a lo largo de toda la ESO no ha desobedecido jamás, que no se ha rebelado. Sin desobedecer alguna vez no se hará adulto. Porque desobedeciendo, transgrediendo una norma, está haciendo un aprendizaje de la libertad y la responsabilidad.
En esta línea, ¿cómo acertar a escoger las personas más adecuadas para la tarea docente? Un retrato robot nos diría que el profesorado de secundaria, de la etapa obligatoria, conoce bien su materia a nivel teórico, todas las personas son licenciadas o doctoras en la asignatura que deben impartir. Saben cómo enseñarla. Pero quizá no es suficiente: quizá es necesario un plus de motivación, de interés para que el alumnado adolescente se disponga a aprender. Debería conocer cómo son los chicos y las chicas en la adolescencia. Hará falta una cierta dosis de empatía para relacionarse con un grupo de treinta (o más) con las hormonas a punto de explotar.
El proceso para llegar a enseñar debería valorar si los candidatos saben tratar un grupo de adolescentes, saben resolver los conflictos de relación que se darán en las aulas. Debería valorar el equilibrio psíquico de la persona que quiere hacer este trabajo.
Las personas que se dedican a enseñar en los institutos tienen el poder que les otorga su cargo, pero la autoridad ante su alumnado se la deben ganar cada día con una actuación adulta, imparcial y equilibrada. Imponiendo los límites que los adolescentes necesitan con la adecuada flexibilidad; que sientan que reciben estimación y que se les da confianza. No es una tarea sencilla, es una tarea necesaria si se quiere enseñar educando, que es el trabajo que se debe hacer en los centros escolares.
Otro aspecto a considerar es que debemos tener en cuenta que no es lo mismo la legalidad que la legitimidad. Las leyes cambian a menudo, la legitimidad tiene que ver con la ética personal, social o comunitaria y no cambia tan fácilmente. Recientemente ha habido manifestaciones pidiendo que se acojan refugiados: un hecho que está prohibido en varios estados de Europa. Ayudar a una persona refugiada puede ser ilegal pero es totalmente legítimo. Una ley que deberíamos desobedecer abiertamente. En una escuela o instituto se pueden dar conflictos entre legalidad y legitimidad. Normas sobre la apariencia externa, sobre la tenencia de aparatos, deberes excesivos, silencio total en las aulas... Las normas, necesarias para la convivencia, deben ser pocas, consensuadas y favorecedoras de la educación. Las personas que nos dedicamos a enseñar y educar debemos ser conscientes de nuestro papel, siendo exigentes y dialogantes a la vez, imparciales, consecuentes, sin ridiculizar nunca, manifestando afecto. Sabiendo que los chicos y chicas no son iguales, que habrá que tratarlos respetando sus diferencias para acercarnos a la utópica, pero necesaria, igualdad. Teniendo en cuenta que viven inmersos en grupos, algo de suma importancia para ellos y ellas.
El error ayuda al aprendizaje, desobedecer ayuda a crecer.
Notas:
[1] Estas reflexiones ampliadas se pueden consultar en Joan M Girona (2015) Vaig començar a anar a escola als sis anys. Edicions de Rosa Sensat.
[Joan M. Girona es maestro y psicopedagogo]
3/2017
Juicios poco ejemplares
Esa desigual legalidad
Juan-Ramón Capella
Hubo un tiempo en que los sistemas políticos afectos al capitalismo presumían de igualdad jurídica. "La ley es igual para todos", decían, y dicen aún —como si que la misma ley valga para los palacios y para los que duermen al sereno posibilitara una igualdad más allá de la de ser comprador o vendedor en el mercado—.
Pero esos tiempos son tiempos ya pasados. En los de ahora se hace cada vez más desfachatadamente visible la falta de igualdad ante la ley. Daré algunos ejemplos.
Un tribunal de la Audiencia Nacional, al dejar en libertad a los condenados Rato y Blesa por el caso de las tarjetas black, argumentó esa libertad en la conducta intachable y cabal [sic] de las personas que acababa de condenar, sin que los magistrados pudieran ignorar que esos mismos condenados suyos tienen pendientes procedimientos penales de mayor calado que el que acababan de sentenciar.
¿Conducta intachable y cabal? El fraude a la Hacienda pública no es precisamente eso. Lo que los magistrados de la Audiencia delataban con tal expresión es que Rato y Blesa eran condenados especiales, en cierto sentido como ellos: pertenecientes a la misma clase social.
Muy diferentemente (aunque en el fondo igual) había actuado, pocos días antes, en febrero, cierto magistrado instructor que procesó a dos titiriteros por estimar, sin el menor sentido del humor (ni del ridículo), que sus títeres hacían una apología del terrorismo. El magistrado no solamente procesoles sino que envioles a la cárcel. Si nos preguntamos el por qué de esto último, salta la evidencia: el magistrado no reconoció a los dos titiriteros como miembros de su misma clase social. No tenían, como él, un sueldazo del Estado de nivel veintimuchos. Eran de los de abajo, "chusma" para los exquisitos; socio-ontológicamente, sospechosos.
Poco importa que los titiriteros recurrieran en apelación y obtuvieran la libertad y el sobreseimiento de la causa. Eso sólo significa que los procedimientos sirven para algo, pero no borra la existencia, brutal y manifiesta, de las diferencias de clase ante los tribunales. Cuando hay conflicto la "ley igual" sólo funciona a través de éstos, y así van las cosas.
Otro ejemplo:
El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ha condenado a un ex-presidente de la Generalitat, por desobediencia al Tribunal Constitucional, a dos años de inhabilitación para desempeñar cargos públicos. Tampoco aquí, examinando de veras el caso, funciona el derecho igual. Es evidente que la condena es benévola si se toma en consideración el fondo del asunto —como se verá en seguida—, y que la benevolencia se debe a la voluntad del Tribunal, acorde con el deseo del gobierno del Estado, de no encabronar aun más los ánimos de los secesionistas.
[Un curiosum: el ex-presidente condenado se ha quejado "de la injusticia" de la condena: ¡qué lejos queda eso de aquel Companys indignado y ofendido porque el fiscal del juicio por su rebelión de 1934 no había pedido para él la pena de muerte! ¡Lo que va de ayer a hoy!, podríamos decir.]
Pero el fondo del asunto de ahora es que el ex-presidente, tan benévolamente tratado ahora como "desobediente", hizo algo más y algo bastante peor que desobedecer: trató de impulsar un referendum sin garantías para quienes no fueran de su opinión. El ex-presidente actuó en contra de los derechos de los ciudadanos que no fueran de su cuerda política. Trató —y al parecer sigue tratando— de nulificarlos políticamente, de quitarles sus derechos de ciudadanos y las garantías correspondientes. Para esta subversión suya —que es la cuestión de fondo, más allá de si obedecía o desobedecía— el derecho tiene o debería tener instrumentos penales contundentes. Mal vamos si la protección de los ciudadanos se subordina a criterios de oportunidad.
El Tribunal, la fiscalía, etc., han mirado más para arriba que para abajo. Arriba la desobediencia al TC. Abajo estamos los ciudadanos; arriba está Palacio.
Tercer ejemplo:
El Tribunal Supremo ha legitimado el esquirolismo indirecto al considerar legal que compañías clientes de una empresa cuyos trabajadores están en huelga puedan contratar con otras empresas para realizar los trabajos que debían haber realizado los trabajadores en huelga.
Hasta ahora, el derecho de huelga era un derecho fundamental de los trabajadores. Pero la sentencia del Tribunal Supremo (Sala de lo Social) lo deja semivacío de contenido. Cierto, la empresa objeto de la huelga, en el supuesto comentado, sigue teniendo en huelga a sus trabajadores y pierde unos clientes. Pero la fuerza del derecho de huelga ha quedado reducida ante el sistema de las empresas, sistema que ahora tiene protegida por el derecho la facultad de convertir forzadamente a los trabajadores en esquiroles unos de otros.
Ley no es igual para todos: protege a las empresas y desampara a los trabajadores. No se puede consentir.
Y está además, ¡ay!, la "justicia europea":
El Tribunal de Luxemburgo ha dictaminado que prohibir a las mujeres llevar velo en el trabajo "no constituye una discriminación directa por motivos de religión o convicciones". Eso no significa aún prohibir el uso del velo en las empresas, pero abre la puerta jurídica a tal prohibición por parte de éstas.
Aparte del manifiesto dislate de extender la capacidad de mando empresarial sobre los trabajadores —por si no fuera ya excesiva—, este dictamen europeo tiene que ser visto como un ataque a la libertad de expresión. Aparte que el propio Tribunal se traiciona al precisar que lo del velo no es una discriminación directa. Con eso admite que hay discriminación aunque indirecta. Discriminación con distingos jurídicos.
La gente —y los tribunales con la gente— se está volviendo un poco loca con eso del velo islámico. Que no es principalmente una cuestión religiosa, sino una cuestión cultural. Ciertamente, hay manifestaciones culturales de los inmigrantes de países islámicos que no parecen tolerables en Europa: la ablación clitórica, el uso del burka u ocultamiento total de las mujeres, y los matrimonios amañados. No parece que ante estas prácticas nuestra cultura, heredera de la Ilustración, y el derecho correspondiente, hayan de ceder. Pero tampoco parece que haya razón alguna para prohibir el uso del velo, de un pañuelo en la cabeza. Memoria cercana hay entre nosotros del uso de tocas —algunas mucho más alambicadas y buñuelescas que un simple pañuelo— por parte de las monjas dedicadas a tareas de la sanidad y de la enseñanza, y más que memoria también de las tocas y mantillas que muchas mujeres llevan aún en ciertas ceremonias de las iglesias católicas y públicamente en sus procesiones. ¿Alguien las objetaría en las procesiones de la Semana Santa sevillana? Y, por otra parte, es preciso recordar la obligación jurídica de usar algún tipo de gorro impuesta a trabajadores de la industria alimentaria y en ciertos casos de la sanidad, etc.
Así las cosas, la prohibición del llamado velo —en realidad un tocado— a las mujeres, una vez desenmascarada, se resuelve en pura fobia cultural a las costumbres de unos inmigrantes que afortunadamente —y esto tenemos que entenderlo— cultivan ciertos rasgos tradicionales de sus culturas, por muy aculturados que los quieran el capital, los xenófobos de turno y un feminismo pésimamente entendido.
Ese dictamen europeo del Tribunal de Luxemburgo hay que verlo como lo que es: un recorte de derechos infligido a los de más abajo de los de abajo, mujeres por demás. Una afrenta adicional a las más débiles, quitándoles en beneficio de las empresas el derecho a mostrarse como sus tradiciones les sugieren.
La igualdad ante la ley, de verdad y hasta el final, no existe ni en España ni en la Unión Europea. Ha de ser exigida y construida. Desde estas páginas se ha sugerido en varias ocasiones la necesidad de un poder judicial independiente de los poderes ejecutivo y legislativo: independencia verdadera para que los tribunales pudieran ser realmente neutrales. Sin embargo la neutralidad de jueces y tribunales no queda asegurada sólo por la independencia: exige además que jueces y tribunales sean reeducados para la igualdad de un modo general —aunque ya haya magistrados que no lo necesiten—; y no estaría de más inventar alguna institución popular nueva, una especie de gran jurado permanente, que velara por sancionar y corregir las desviaciones de la neutralidad judicial que se producen por razones de la cultura patriarcalista o clasista de ciertos magistrados.
15/3/2017
El extremista discreto
El Lobo Feroz
Opción choque de trenes
El otro día me lo explicó Tom, un pastor alemán que estuvo al servicio de la CIA durante más de dos años, hasta que logró fugarse. Para ello enamoró, a base de mover el rabo y otras monerías, a una viuda rica empeñada en viajar a Europa en trasatlántico, y naturalmente, llevarle con ella. "Me sentí como un gigolo —decía Tom— al seducir a aquella buena señora; pero si me hubieran pillado los de la CIA me habrían convertido literalmente en hot dogs. Tenía que poner tierra por medio a toda costa". No hace falta decir que desembarcado en España mi amigo dejó plantada a la buena señora: le trataba muy bien, pero a fin de cuentas ella volvería a los Estados Unidos, país cuyo sistema penal horroriza a Tom. Tom se conoce ahora media docena de residencias caninas (lo dice así, "residencias caninas"; su dignidad le impide llamarlas 'perreras'), de las que se fugó una tras otra hasta ser adoptado en Barcelona por un caballero completamente entregado a la causa secesionista, lo que le deja a Tom, que se las sabe todas, muchas e incontroladas horas de libertad.
Tom vino a verme a mi tugurio completamente abatido. "Han optado por el choque de trenes", dijo.
¿Quiénes? ¿Qué trenes? quise saber. Me miró como si yo fuera idiota. "Los secesionistas", dijo tras un largo suspiro.
Le pedí que se explicara. Su servicio en la CIA le permitió no sólo enterarse de muchas cosas sino que también le enseñó análisis político, realización de cochinadas políticas y culturales varias y, en suma, le dotó de un olfato político fino que nunca he dejado de apreciar. Si le vierais, un perrazo grande y gordo, señorial y un poco lento de andares, no diríais nunca que su cabezota alberga una máquina de análisis político de extraordinaria lucidez.
"Oigo hablar a mi humano por teléfono —me cuenta—, e infiero cosas" ¿Qué cosas? —le pregunto. "Están asustados. Empiezan a detectar reacciones entre la masa de los no secesionistas. Por ejemplo: parece que los Mossos han descubierto —no me preguntes por qué medio— la existencia de un grupo de trabajo en Cornellà que prepara un Plan B para el caso de que ganaran los secesionistas." "Eso es muy improbable", le objeto. "Claro, pero de todos modos ese grupo proyecta exigir el derecho a decidir para convertir el Barcelonés, el área metropolitana, en comunidad autónoma federada a España". Me echo a reir: "¿No te creerás esas tonterías?". "No son tonterías —me dice—; tienen el modelo escocés contra el Brexit, y podrían constituir un movimiento político poderoso, sobre todo si, a diferencia de los secesionistas, ponen en el primer plano la lucha de clases. ¿No te has enterado de lo que pasa con el empleo, los salarios, la sanidad, la vivienda, la educación? ¿Crees que siempre será posible torear con la estelada a los jóvenes parados del Barcelonés?. Además está la Vall d'Aran, con su lengua occitana, que también". Me deja pensativo; vale que a los araneses no les hagan gracia las fronteras, pero no me acabo de creer que el Barcelonés pudiera reclamar la independencia, y menos reclamársela a éstos; no obstante, Tom tiene el olfato político que tiene.
Tom aprovecha mi silencio para remachar: "Se han dado cuenta de que no tienen salida, y no saben cómo dar marcha atrás. De modo que su única esperanza la ponen en provocar el choque de trenes y en procurar que parezca que ese choque es culpa del Estado central. De paso tratan de poner en un brete a su enemigo de clase, al mundo del Unidos Podemos catalán". Pienso yo que eso es razonable: los de Unidos Podemos a veces se hacen la picha un lío. Y por otra parte la idea de martirio está bien arraigada en el transcerebro histórico catalán: a 1714 me remito, o a Companys. Puigdemont y Junqueras serían los nuevos mártires.
"Pero ¿has pensado en serio que Junqueras podría aguantar con el rancho de la cárcel?".
Ambos nos echamos a reir.
"No, en serio —insiste Tom—. Si gana Susana Díaz en el Psoe, se aliará con el PP y ya puedes olvidarte de una reforma constitucional. Rajoy juega a eso y el Ibex también.
"Han empezado una campaña de imagen para culpar al Estado de lo que les pase a ellos. Hablan de judicialización de la política, y el hecho de andar todo el día transgrediendo la ley y que tengan que atenerse a las consecuencias parece darles la razón. Y no solamente eso: dan conferencias, lloran, viajan, escriben en la prensa". O sea, pensé yo, que tratan de eternizar la división social para el día de mañana. "Pero roban —dije. Hacen de todo con el dinero del contribuyente". "Como el PP —cierra Tom—. Ya verás como eso, entre el emocionalismo independentista y el nacionalismo de la España Negra, no le pasa factura a nadie".
"Todo eso lo has aprendido en la CIA" —le pregunto tras unos momentos de silencio. "¡Qué va! —responde—; ¡lo he aprendido aquí!".
23/3/2017
De otras fuentes
Gabriel Inzaurralde
Crónicas del país de Anna Frank
3 de marzo de 2017: San Ilario
Es altamente probable que dentro de unos días el país de Anna Frank estrene su primer gobierno de ultraderecha. Me pregunto por el estatuto de estos días, de estos pocos días antes del 15 de marzo. Hace poco me enteré por un folleto de que había una calle en la holandesa ciudad de Maastricht, a la orilla del Mosa, que ningún vecino había pisado jamás. Se llama la calle de Ilarius o de San Ilarius. Fuimos inmediatamente para allá y la encontramos entre la niebla de febrero. Es un lindo callejón estrechito y aparentemente no lleva a ningún lado, (¿o sí?). Quise caminarlo, pero enseguida sentí cierta angustia inexplicable como la de los personajes de El Ángel exterminador que no podían pasar el límite de un salón sin sentir un pánico desconocido. Siempre hay una calle por la que nunca pasamos. Me pregunto si no habrá llegado la hora de atravesarla.
4 de marzo de 2017: La huelga de febrero de 1942
Anna Frank nunca pudo llegar a ser holandesa porque las autoridades le negaron la nacionalidad. Pero aquí, como refugiada, fue a la escuela e hizo amigas, y cuando llegaron los alemanes, tuvo que esconderse con su familia en un desván secreto y allí escribió su diario. Y fue en Holanda donde la delataron y desde donde partió como tantos otros a los campos de destrucción. Holanda (después de Polonia) fue el país que más judíos aportó a la maquinaria de aniquilamiento. La policía colaboró notablemente con el ocupante. Hay que decir también que fue el único país que conoció una revuelta obrera contra los transportes de judíos y en plena ocupación: la huelga de febrero de 1942. Cuatro mil huelguistas de Ámsterdam pretendieron impedir que los trenes siniestros salieran. La mayoría de estos ferroviarios y albañiles murieron fusilados. Se acaba de descubrir la carta de uno de ellos dirigida a su mujer poco antes de la ejecución: “Nuestra hijita no puede entenderlo ahora, pero le explicarás un día que su padre no traicionó, y que cae por sus ideales esperando que esto no sea en vano”. En aquel tiempo remoto los obreros solían ser comunistas.
5 de marzo de 2017: El bebé de Rosemary
Puede que dentro de unos días el país de Anna Frank estrene su primer gobierno de ultraderecha. Me pregunto por el estatuto de estos días, de estos pocos días antes del 15 de marzo. Cómo los recordaremos en el futuro. Ser contemporáneo, decía Giorgio Agamben en un texto célebre, no es ser actual, sino ser ligeramente anacrónico. Hoy, en Holanda, la mejor manera de ser contemporáneo es aprovechar la fascinante experiencia de releer los años 30 en las mismísimas calles donde todo ocurrió. La judía de izquierda Hannah Arendt solía contar que una de las cosas más impresionantes fue percibir que la mayoría de las personas a tu alrededor empezaban a compartir el sentido común del nazismo, o el nazismo vuelto sentido común. Según Arendt, en la Alemania de 1933, la consigna entre muchos intelectuales fue “adaptarse”.
Hoy en Holanda es una palabra con mucha fortuna, y refiere a la necesaria asimilación del extranjero a “la cultura del país”, aunque nadie sabe exactamente cuál es. Holanda no es una dictadura, ni siquiera es un estado autoritario. Holanda sigue siendo un estado de derecho y sus méritos, en este sentido, superan de lejos a los de nuestros países. Sigue siendo en esencia oficialmente tolerante, aunque todos los días se realizan recortes a esta tolerancia. Hoy la palabra raza se sustituye por la palabra cultura. Hoy la derecha no defiende una raza y su pureza sino una identidad nacional amenazada. Hoy no es el judío la amenaza interna, sino el árabe. Este nuevo sentido común, este tejido de falacias y medias verdades, lo sostienen hoy los periodistas, los profesores y los políticos de casi todos los partidos.
Los vecinos, por ejemplo, hablan de seres espectrales que les han robado no se sabe bien qué, si no es la felicidad, es la seguridad, y si no es la seguridad es “su libertad de expresión”. A ellos se alude con frases vagas y movimientos de cabeza, pero siempre suponen que uno sabe de quienes se habla. Te hablan de gente que acosa a las hijas del país, quiere islamizar Holanda e imponer la sharia, poner bombas y ensuciarte la galería.
Mis vecinos sufren el estrés de la modernidad neoliberal, pero todos piensan que la culpa la tienen los extranjeros y la izquierda que los amparó. La condición de la tolerancia es la posibilidad de suprimirla. Quien te tolera se reserva el derecho a perder la paciencia. La antigua corrección política se fundaba en la palabra tolerancia, la nueva política no hizo más que desplegar las consecuencias del moralismo de izquierda y afirma que esa paciencia (que es la tolerancia) se ha terminado. Curiosamente, los amigos te aclaran que no es con vos la cosa. La cosa es con los otros, los indefinibles otros. Ser o no ser ese otro: esa es la cuestión. Se ha vuelto incluso un tabú comparar a Wilders con el nazismo o llamarle racista a él, que es un “defensor de Israel”. Hoy el racismo no es racismo, esa cosa que suena mal, es la normalidad, la nueva corrección. Hace tiempo que el aire de Holanda está enrarecido y lo peor es que nos hemos acostumbrado. Hasta que uno se despierte en la casa del bebé de Rosemary.
7 de marzo de 2017: "En casa se te enseña a respetar a la policía"
Puede que dentro de unos días el país de Anna Frank tenga, por primera vez en su historia, un gobierno de ultraderecha votado democráticamente. El partido que los sondeos señalan como el más votado defiende un programa de pocas palabras y grandes consecuencias. Se trata de defender la identidad nacional, la cultura propia frente a los peligros de la islamización de Holanda. Se trata de una derecha autoproclamada defensora de la mujer y del gay, pro-judía y anti-árabe, se trata justamente de defender a Occidente de nuevas hordas destructivas “que amenazan nuestro estilo de vida”. El segundo partido más votado, siempre según los sondeos, es el de los liberales de derecha, hoy gobernante y que también promete severidad con los extranjeros, los ilegales, los refugiados y la defensa de nuestro estilo de vida. El primero quiere salir de la unión europea, el segundo no. El primer candidato preferido se llama Geert Wilders, que es el involuntariamente histriónico y siniestro representante local de lo que se ha dado en llamar la pos-verdad. El segundo es el alegre y optimista neoliberal Mark Rutte. Todo apunta a que las elecciones serán entre una derecha y la otra. Es significativo que ambos partidos se reclamen defensores de la libertad. El de ultraderecha se llama Partido por la libertad (PVV) y el liberal de derecha se llama Partido por la libertad y la democracia (VVD). Ambos tienen su raíz en el antiguo liberalismo.
Ya me decía mi padre que cuando viera juntarse a muchos defensores de la libertad, saliera corriendo. Pero la campaña del VVD no tiene como eje la libertad precisamente sino la normalidad. Sus afiches electorales muestran un multiple choice que ofrece frases como la siguiente: “En casa me enseñaron a respetar a la policía”. “¿Muy normal o anormal?” Se rellena el circulito donde dice "Muy normal". Resulta notable que cada vez que aparece la gente muy normal y partidaria de la libertad, llega siempre con la policía. Hoy todo lo que suene a represión, a persecución, a vigilancia y a control, atrae votos. Lo que demuestra que cuando el capitalismo se queda sin adversarios, la normalidad adquiere una tonalidad policial y delatora. Y hoy todos quieren ser normales. Excepto yo, que cada vez estoy más raro.
9 de marzo de 2017: El pánico vacuno
Dentro de unos días el país de Anna Frank estrenará su primer gobierno de ultraderecha votado por la gente. Nadie parece alarmarse por eso. Los muy pocos que se han manifestado contra este peligro resultan patéticos o paranoicos o excéntricos o anacrónicos. El miedo, si lo hay, viene de otro lado y es por otras cosas que trae la noche. Cosas más indeterminadas. Hace dos semanas leí en el diario que un extraño mal está afectando a las vacas de Groningen, en el norte del Reino. Parece que las vacas sufren de repente un ataque de pánico y empiezan a correr en manada y desaforadamente, una noche sí y otra también. Nadie sabe qué les pasa. ¿Saben ellas algo que nosotros todavía no sabemos?
11 de marzo de 2017: Los olvidados prodigios
Entre tanto yo, holandés errante, sigo viajando por el interior de este país. Es mi modesta, solitaria y excéntrica campaña electoral. Allí donde me inviten a hablar de literatura, hablo del aluvión inmigratorio. No el de ahora sino el del Río de la Plata. Aprovecho que el holandés promedial ignora esas cosas. Es como si la memoria colectiva europea empezara con el Plan Marshall.
En Rotterdam, Eindhoven, Leiden, Amersfort, Arnhem, Deventer, hablo de inmigración. Si hay que hablar de Arlt hablo de la inmigración, si de Onetti, lo mismo, si de Quiroga o si de Borges, no importa: busco la manera de conectar el tema con la inmigración. Y entonces muestro fotos de europeos hacinados en barcos o inundando el puerto de Buenos Aires, muchedumbres de desesperados en las aduanas. Muestro controles, hoteles de inmigrantes, bártulos, vacunaciones, conventillos y miríadas de niños en la calle con el aspecto del pibe de Chaplin. Muestro primeros de mayo en Montevideo, celebrados en cuatro idiomas. Muestro obreros de gorra y mujeres con velos o pañuelos en la cabeza y cubiertas de ropas frondosas y remendadas.
Hago una pausa de segundos y observo a mi audiencia: todos esos ojos asombrados, todos esos ceños fruncidos, todas esas bocas entreabiertas, todas esas cabezas obligadas de repente a comparar a sus propios abuelos o tatarabuelos con el sirio Ahmed, sentado en el suelo con sus bolsas de plástico y su colchón enrollado. Espero con paciencia las primeras manos levantadas y la pregunta de rigor, la que ya me sé de memoria ¿Pero entonces…era igual que ahora…? ¿era como ahora que los inmigrantes llegan en masa a Holanda? “No”, respondo, con displicencia calculada, "como ahora no: aquéllos eran más ".
Muestro cuadros estadísticos, mapas y trayectorias atlánticas. Afirmo: “Entre 1880 y 1950, Europa entera, la Rusia zarista y el imperio otomano exportaron millones de inmigrantes a la América del Sur”. “Huían de la persecución política, del progrom, del hambre y de la guerra” (más murmullos). Una señora muy mayor levanta la mano y pregunta: ¿Pero todos esos emigrantes, quizás analfabetos, se adaptaron a la cultura de ustedes? Respondo lo de siempre: “no tanto… Eran mayoría. Nos cambiaron la manera de comer y de bailar” (risas).
¿Y esos inmigrantes…aprendieron correctamente el idioma español? “No”, les digo, “Inventaron otro, un español con acento que no era ni peninsular ni criollo; un español raro y nuevo, que suena a italiano y tiene giros y mezclas del gallego, del vasco y hasta del yiddish. Es la lengua que hablo yo”.
(Los miro, los cuento, hago un pronóstico cauteloso ¿Estaré arrebatándole algún alma al consenso paranoico?, ¿o estaré perdiendo la mía? ¿creen ellos en las invasiones bárbaras? ¿Puede la historia robarle votos a la derecha?)
“En cualquier caso, les digo, esos inmigrantes nos trajeron de Europa su invento más prodigioso, algo que nos cambió la vida”.
De repente todos quieren adivinar: ¿La disciplina? ¿La biblia protestante? ¿La ginebra Bols? ¿El bandoneón? ¿el concepto del ahorro?
“No”, respondo yo, “la huelga general”.
12 de marzo de 2017: El narrador tecnocrático
La pobreza en relatos es pobreza en experiencias. La humanidad sin relatos es humanidad desorientada, sin consejo. El centrismo político que gobierna este país desde hace décadas, convirtió la política en administración y la razón en tecnocracia. Es el famoso modelo del pólder: un eterno consenso de funcionarios y expertos “sin ideología”, es decir, sin ideas y sin verdades. La izquierda sólo supo adornarlo con su sentido moral o moralista, pero no generó contra-relatos o contra-ficciones. Tampoco imágenes nuevas. El estado es un mal narrador o un narrador perverso. Ahora este centro mudo y opaco se enfrenta a su propia protuberancia: una derecha retóricamente feroz que ha refundado el conflicto y distribuye amigos y enemigos. Gane quien gane, la derecha ya impuso su estética oscura y su sentido de la vida. En el fondo, el payaso mediático y el tecnócrata comparten un mismo horizonte sensible, la misma narración mediocre. Entre ellos se complementan. Juntos acaban de inventar un conflicto con Turquía, para demostrar "coraje" frente al "islam" (y su siniestro payaso turco). Pero más allá de la astucia electoralista, el incidente educa a la gente en el resentimiento al extranjero y en la falsa contradicción. Nos falta la lengua que articule las formas de una nueva y antigua infelicidad y el estado es un productor de estrés, una máquina de desconcertar. El ideologema nacionalista de las invasiones islámicas sorprende por su precariedad, su infantilismo, su simpleza, y a la vez por su éxito arrollador. Opera en una sociedad despolitizada, menesterosa de relatos. Y este es el único que hay.
15 de marzo de 2017: Acabo de votar en el país de Anna Frank
Considerando que el sistema de participación basado en la consulta electoral es, si no irrelevante, por lo menos esencialmente fraudulento, he dudado si votar o no. El buen sentido aconseja votar en blanco o no votar. Pero el buen tiempo y la necesidad que tenía de hacer compras estratégicas me llevaron al buzón electoral del barrio. Dije compras estratégicas, no “voto estratégico”. Nunca voté a un idiota para detener a otro. Si las elecciones tuvieran algún sentido, ese debería ser la fugaz visibilidad de los principios.
Me tocó votar exactamente en el mismo momento en que lo hacía mi vecina, la mujer del perrito y del papagayo y con la que me llevo muy bien desde hace años. Somos viejos habitantes de este barrio de Crooswijk de remota tradición obrera y luchadora. Es el barrio más pobre de Holanda, al menos según un estudio de 2015. La vi inclinada rellenando muy decidida su círculo blanco con el lápiz rojo mientras yo me demoraba examinando el cuantioso menú. Sé que ella vota a la extrema derecha por razones que yo podría compartir. Desconfía de las élites, los managers, la tecnocracia, pero sobre todo desconfía de los extranjeros contra los que, en sí, no tiene nada, como me dice siempre, pero prefiere que se vayan. No es nada personal.
Yo, finalmente, no voté en blanco. Me decidí por un partido nuevo e insignificante, cuyo único tema es la defensa del artículo 1 de la constitución holandesa, que declara solemnemente la igualdad de todos los que habitan este exiguo territorio y prohíbe todo tipo de discriminación. Suprimirlo es una aspiración explícita de la ultraderecha. Sentí que mi voto era un voto oscuro, casi invisible, tipo mensaje en una botella. Voté con vocación de extranjería.
Los extranjeros no representamos ninguna identidad amenazada, porque no la tenemos. Ni siquiera podríamos entendernos entre nosotros. Los extranjeros no son sujetos sino objetos de las políticas del Estado. No constituyen un factor político sino una figura espectral, el objetivo de la paciencia o de la impaciencia del nativo, una figura útil para sus miedos, su indulgencia o su caridad. El extranjero es el resto desubicado que sobra en todas partes. Representan un límite impreciso, un exceso de la comunidad, sin identidad ni representación, silencioso y trashumante; consecuencia de muchas cosas y causa de nada. El extranjero es el producto de una infracción ontológica al axioma de igualdad. Si representa algo es la H de humanidad sin aditivos identitarios. La posibilidad de una isla. Eso pensé mientras ponía mi papeleta inútil en la urna de Crooswijk, mi barrio obrero.
¿Qué tal vecina? ¿Cómo anda el papagayo? ¿y el gran can? Bueno, ¡que la pase bien! A disfrutar de este solecito. ¿Sabe una cosa vecina? Algún día nos encontraremos, y este barrio nuestro volverá a temblar.
[Fuente: Brecha]
19/3/2017
Gonçal Évole
Paseo sentimental en rojo
Estoy convencido que Paco González Ledesma sabría disculparme el haberme apropiado de parte del título de su premiada novela, pese al cambio del concepto “crónica” por “paseo” pensando que a su desengañado y escéptico inspector Méndez le pasaría lo mismo si volviese ahora a deambular por un Poble Sec que se ha olvidado de su proletariado ancestral para convertirse en lo que hoy es, un barrio dedicado al ocio low cost renunciando a sus señas de identidad revolucionarias. Se da la circunstancia que desde que asistí al estreno del documental El cinturón rojo, no he dejado de darle vueltas a intentar describir lo que queda de aquel mítico “cinturón” hoy desteñido y que no llega ni a la palidez del fucsia. Nuevos vientos de una pretendida modernidad se cuelan por este Baix Llobregat que fue un referente de aquel movimiento obrero sin parangón alguno cuya simiente se engendró y fructificó en la década de los setenta del siglo pasado.
Me decido a iniciar mi paseo nostálgico en una de estas tardes en que el invierno ya se ha citado con la primavera para intercambiar papeles y lo hago sorteando la rotonda del Trambaix justo a la entrada del túnel en que se sitúa el “intercanviador” de líneas de tranvía y metro, para adentrarme en el que siempre conocimos como “Polígono Siemens” y darme de bruces con lo que había sido la sede de la empresa “Plásmica”- que la gente siempre denominó como la “de los cables”, substituida en la actualidad por un edificio austero en el que en su parte superior se puede leer el rótulo “Confederació d’Empresaris” y, como no podía ser menos, ya que el papel de “empresario” está absolutamente devaluado, también acusa la crisis y el indicador de su destinatario está semi-tapado por una pancarta que anuncia la inminente construcción de pisos de “alto standing”, vaya usted a saber lo que es. Entro en el polígono por una calle asfaltada y con aceras delimitadas a la que con un sarcasmo increíble han puesto el nombre de “Primer de Maig” y habría que hacer un esfuerzo para explicar a las nuevas generaciones el significado de la en tiempos emblemática fecha, ya que ahora en lo primero que se piensa es “si cae en puente”.
La calle citada, corta en su trazado, enlaza con la de Lluís Muntadas donde se alza la imponente silueta de lo que queda de Siemens, según me informan dedicada a la investigación y logística ya que no hay el mínimo vestigio ni movimiento que allí se fabrique ningún motor y menos todavía algún electrodoméstico. En terrenos que fueron de esta empresa se ha montado un enorme centro comercial de la cadena LIDL que, para firmar licencias de instalaciones consumistas, algún preboste de nuestro excelentísimo Ayuntamiento debe tener la mano rota. En esta comarca nos faltarían dedos de ambas manos para contar las “grandes superficies” que se han instalado. Malas lenguas aseguran que podrías estar un día entero saltando de una escalera mecánica a otra sin moverte del perímetro de estos colosos comerciales.
Sigo en mi anárquico caminar y, de golpe, se me hace un nudo en la boca del estómago. Justo al lado de Siemens se extiende un inmenso solar, un páramo en el que crecen a su libre albedrío hierbajos y guijarros y no queda la más mínima señal de un pasado esplendor industrial ya que aquí tenía su asiento la empresa vidriera ELSA , con su verja herrumbrosa cerrada a cal y canto con cadena y candado que dan al recinto un aspecto solitario, fantasmagórico.
Me da por pensar que entre las tres empresas citadas acogían casi 6.000 obreros ya que sólo la plantilla de Siemens se acercaba a los 4.000 y en esta tarde de invierno, todo se me antoja desasosiego soledad y silencio porque aquí se fraguó, pese a la explotación, ese ficticio “estado del bienestar” que tuvo su asentamiento en la década final del siglo XX conseguido con la lucha, la solidaridad y el esfuerzo de aquellos desheredados que llegaron desde sus lugares de origen huyendo de la miseria y la humillación a los que les tenía condenados el caciquismo y la más despiadada autarquía. En las telarañas de mi memoria, se me hacen presentes los cambios de turno y la carretera de Esplugues, llena de vida convertida en una riada de granotas y monos azules.
Dejo atrás la desolación y recorro mi barrio de la Gavarra, recordando mis madrugadas en que atravesaba los viejos puentes de la vía de Renfe para bajar hasta la carretera en busca de los autobuses azules de la empresa Oliveras o el carrilet acortando distancias por los caminos del Quitllet y Quintana Millars que da nombre al polígono y encontrarme con las fogatas que habían encendido los trabajadores de Tornillería Mata, que habían iniciado una huelga indefinida, montando “guardias” para que los amos no se llevaran la maquinaria. Hoy de esta empresa sólo quedan las ventanas con sus cristales rotos y la emblemática escalera metálica de emergencia, cubierta de herrumbre.
Recuerdo que tenía acceso por los dos caminos citados y ahora se da la paradoja que en el camino Quitllet se ha instalado una zona de ocio vallada con sus pistas de tenis y pádel que tienen adosado un restaurante de diseño por todo lo alto y los exteriores alfombrados con césped artificial y los fines de semana aquello es una imitación del “village” que puedes imaginarte existen en los Clubs de Polo o Tenis de Pedralbes por donde deambulan personajes que parecen escapados de la película de “Las verdes praderas” con sus inmaculados pantalones cortos, sus polos de marca, dándose golpecitos en las wambas con la raqueta o trazando con las zapatillas una imaginaria raya imitando la parafernalia de Rafa Nadal, y los niños con unas mochilas más grandes que ellos en las que deben transportar todo el material y las “auxiliares de pista” con sus blusas rojas y su mini-falda negra, desaparecida ya la “clase obrera” que ahora se empeña en soñar con un mundo inalcanzable, aunque en sus “lunes al sol” tenga que pensar en el plazo de una hipoteca a la que a duras penas podrán hacer frente. ¿Quién se acuerda, que no hace tantos años, al otro lado del camino sus padres encendían fogatas para calentarse en los turnos de vigilancia la espera de los “grises” que los disolvían sin contemplaciones?
Llegado a la carretera, se me hacen presentes aquellos “bares-restaurantes” de comidas económicas y me vienen a la memoria los nombres del “Bar-restaurante El Loro” o “Cal Boina”, con su menús de 15 pesetas escritos con tiza en una pizarra a base de lentejas, garbanzos, patatas estofadas, muslo de pollo o costillas al horno, envuelto en la humareda del tabaco y el insoportable olor a fritanga y que al mediodía se ponían que no cabía un alfiler con el bullicio correspondiente. Otro mundo desaparecido definitivamente.
Al otro lado de la carretera el almacén de la logística del Forn del Vidre, una nave desoladoramente vacía que oculta otra de las grandes fábricas, la Guix, dedicada a la fabricación de material de caucho, también abandonada. He llegado al antiguo polígono industrial de Almeda. No se oye el ruido de ningún motor, ya no hay maquinaria en funcionamiento y el silencio en este atardecer, se transforma en un grito nostálgico, desgarrador. Siguiendo por la calle Sant Ferrán, en su confluencia con la Avenida del Maresme ya no encontramos la mítica Laforsa, también desaparecida. Hoy ocupa su lugar un almacén logístico de Mecalux. Se me ocurre pensar que tal vez el capitalismo que la engendró, se ha tomado una cruel venganza y han borrado hasta las huellas de aquel Cornellà plagado de industrias que fue el ombligo indiscutible de iniciativas de lucha y solidaridad. Prácticamente nada queda de aquel mítico Cinturón rojo”. Se ha ido destiñendo, convertido en un fucsia mustio, sin un hálito de vida. Toda aquella revolución industrial, generadora de trabajo y riqueza, ha quedado obsoleta y su historia, como la canción de Bob Dylan, tal vez la encontremos escrita en el viento.
Días atrás, mientras cavilaba el enfoque de este escrito, escuché a una personalidad pre-eminente de la ciudad, decir que Cornellà había dejado de ser un conglomerado industrial y se había convertido en una ciudad “de servicios”. Así nos luce el palmito.
[Fuente: la lamentable]
30/3/2017
Rafael Poch
Cómo De Gaulle se crece con el tiempo
En la Francia sumida en una campaña electoral bien accidentada por los escándalos de dinero de políticos caraduras, aparece una frase que a todos da que pensar: “¿Se imaginan al General de Gaulle investigado por la justicia?”. La dijo François Fillon, candidato de la derecha antes de que le acusaran de haber ingresado alrededor de un millón de euros durante una década con los empleos, que se creen ficticios, de su esposa e hijos.
Efectivamente, el General está en las antípodas del actual espectáculo que ofrecen el Penélopegate, las sombras sobre la declaración del patrimonio del niño bonito de la escena, Emmanuel Macron, también muy opaco en la financiación de su campaña, o en los crónicos fraudes de Marine Le Pen. De Gaulle vivía como un espartano en el Elíseo. Todo lo que no era estricta representación, lo pagaba de su bolsillo: las facturas de gas y electricidad de sus aposentos privados, incluidas. Su mujer, Yvonne, compró una vajilla corriente para no utilizar las del Elíseo en el comedor privado de la pareja. Y cuando se iban de fin de semana a Colombey-les-deux-Eglises, el General pagaba la gasolina de su bolsillo, explicaba hace veinte años su amigo Michel Jobert. De Gaulle rechazó conceder a su hijo el título de Compagnon de la Libération, pese a que respondía sobradamente a los criterios. Eludía cualquier posibilidad de nepotismo.
Jacques Vendroux, sobrino-nieto del General, recuerda las llamadas que De Gaulle hizo para que sus hijos y sobrinos no pudieran eludir el servicio militar, explica Thomas Snégaroff en un reportaje difundido esta semana por FranceInfo. A Vedroux que le tenía que haber tocado la mili en París, lo mandaron a la Guayana. Integridad hasta el extremo de una discriminación positiva.
Cuando murió, De Gaulle dejó escrito en su testamento lo siguiente: “No quiero funerales nacionales, ni presidente, ni ministro, ni secretariado de la Asamblea Nacional ni representación corporativa. No se pronunciarán discursos ni en la iglesia, ni fuera. Nada de oración fúnebre en el parlamento. Ningún puesto reservado durante la ceremonia a excepción de mi familia, de mis compañeros de la Orden de la Liberacion y del consejo municipal de Colombey. Declaro por anticipado rechazar toda distinción, promoción, dignidad, cita, condecoración, sea francesa o extranjera”. Y punto.
“Quiso ser enterrado como la gente del pueblo, por eso propuse que fueran los jóvenes del pueblo quienes llevaran el ataúd, fabricado por el carpintero local como el de cualquier otro vecino”, explicaba hace unos años Jean Raulet, alcalde de Colombay-les-Deux-Eglises, en el mencionado reportaje.
Todo esto se explica estos días en París, a propósito del mencionado cargado ambiente electoral, pero la invocación nostálgica a De Gaulle va mucho más allá, por la simple razón de que la figura del General se crece con el tiempo. Mitterrand, que no le llegaba ni al tobillo, dijo de De Gaulle que fue, “el último de los grandes hombres del siglo XIX”. Hoy se tiende a pensar, siguiendo al filósofo Régis Debray que en realidad De Gaulle fue más bien, “el primer gran hombre del Siglo XXI”.
Es muy significativo que esto lo diga un tipo de izquierdas como Debray, si se recuerda la mala prensa y la estúpida incomprensión que el General recibió en vida en el campo de la izquierda. La figura de De Gaulle crece, va a más, tanto a izquierda y derecha, no solo al ser comparada con los gestores de la rutina y las relaciones públicas determinadas por los sondeos de opinión, que son los actuales políticos, sino también por haber sido un hombre de Estado, es decir “alguien capaz de asumir riesgos”, según la propia definición del concepto que ofreció él mismo.
En el actual gallinero político global (un espacio dominado por mediocres gallinas al servicio de las finanzas) ¿Quién destaca por asumir riesgos? De Gaulle era un político con sus propios criterios, que pasaba de los periodistas en lugar de ser un esclavo de los medios. Claro, el Estado aún estaba entonces por encima de las finanzas, otro motivo de nostalgia.
Con De Gaulle había política exterior. Francia no era una potencia seguidista más entre otras, y en el mundo se la respetaba por ello. Fue el primero en reconocer a la China de Mao, trataba directamente con Moscú, tenía una visión propia de Europa de Lisboa a Vladivostok, echó a los militares americanos de Francia… Todo eso vino a cuenta la semana pasada, en un acto dedicado a la política exterior francesa organizado en la facultad de ciencias políticas de París, con asistencia de tres ex ministros de exteriores considerados “gaullistas”; Hubert Vedrine, Alain Juppé y Dominique de Villepin. Sus intervenciones, ante un público de estudiantes, reflejaron el actual nivel: “la Unión Europea está amenazada de dislocación” (Juppé) “¿Qué hemos hecho para que Rusia se lance en los brazos de China y para que Turquía se entienda con Moscú?” (de Villepin) “Los occidentales han perdido el monopolio del poder en el mundo y eso les resulta insoportable” (Vedrine): un catálogo de preguntas sin respuesta y afirmaciones banales sin continuidad ni solución. ¡Que pobreza! No hay visión, ni concepción ni dignidad: “todo el mundo espía a todo el mundo, la cuestión es que no te pesquen”, respondió Juppé, desentendiéndose de la afilada pregunta de un estudiante sobre la vergüenza que supone la complicidad europea en el sistemático y masivo espionaje de la NSA y la CIA en Europa, documentada por los héroes de nuestro tiempo Snowden y Assange.
Y eso que la calidad política de Francia sigue estando por encima de la media europea. ¡Pobre Europa! ¿Alguien se imagina al General de Gaulle sometido a la disciplina alemana del 3% en déficit público?
[Fuente: La Vanguardia]
20/3/2017
Javier Pérez Andújar
El revés de la trama
El calendario ha empezado a correr a todo meter como un podemista en busca de 'wifi'. Va tan aprisa que cuando el defensor de uno de los directivos de Ferrovial encausados ha querido desmontar la declaración del testigo, ha enarbolado como prueba una agenda del Palau, pero resulta que se ha pasado de largo 27 días. Los que van del 2 al 29 de mayo. Las cosas ocurrieron como contaba el testigo, era el abogado quien había mirado muy rápido y se equivocaba de día.
¿Quién es ese testigo que pone tan nervioso al personal a la par que cultiva clementinas en su tierra valenciana, y que se ha presentado acompañado por dirigentes vecinales, y el exdiputado David Fernàndez, la exconcejal Itziar González y Simona Levi, cofundadora de Xnet? Pues Joan Llinares, el hombre puesto al frente del Palau cuando fue destituido Millet y que nada más llegar denunció la destrucción de documentos, la existencia de facturas falsas, de turbias operaciones inmobiliarias, vio emerger la terrosa raíz del 3% y todo eso lo llevó a conocimiento de la fiscalía. Duró 18 meses en el cargo.
Durante su comparecencia, Llinares ha dicho que no es lo mismo un Palau víctima que un Palau encubridor. A Gemma Montull, que le hacía llegar una nota a su abogado cada vez que Llinares la nombraba, la ha evidenciado en su aparente ingenuidad y ha asegurado que ejercía plenamente como directora financiera del Palau y que era ella quien mandaba en su planta. También ha detallado cómo en una ocasión fue llamado al despacho de Mariona Carulla, entonces flamante presidenta del Palau, y allí le esperaba reunida con Daniel Osàcar, entonces todavía tesorero de CDC.
Tampoco ha faltado el misterio en su declaración: un día, en el despacho que había sido de Jordi Montull empezó a oírse el timbre de un teléfono. Llinares descolgó el que había sobre la mesa, pero seguía sonando el timbre. Buscó un móvil, no vio nada; buscó por todas partes, y al final dio con un aparato dentro de un cajón. Lo descolgó: “¡Diga!”. Al otro lado, alguien que se identificó como Felip Puig le explicaba que ya estaba solucionada la entrega del dinero del Palau a la fundación de CDC. En general, se dibujó con las palabras de Llinares un Palau lleno de rincones oscuros, cajas fuertes siniestras y sobres que iban y venían para sobornar con dinero en metálico al personal, compuesto en buena parte por ancianos. Es decir, el auténtico Palau de Millet.
De vuelta de un receso de 20 minutos durante el que se ha suspendido la vista por razones humanitarias (cafetería, lavabos, teléfonos), un abogado de la defensa sostenía que estas testificaciones se hacen solo para que las vea la prensa. Por ejemplo, una de las cosas que solo ha podido ver la prensa, y no el tribunal, es cómo el testigo Juan Segura, asesor jurídico de empresas particulares de Millet y Montull, y exsecretario de la fundación del Palau (desde donde se contrataba servicios a tales empresas), le guiñaba el ojo a Millet en señal de misión cumplida tras acabar de declarar y darse media vuelta para salir de la sala abrochándose la americana con una mano.
“El señor Millet era muy creativo. Ahora, que también se dedicase a otras cosas..., eso ya no lo sé. Pero con él el Palau iba muy bien”, dijo. A esto, Graham Greene lo llamaba el revés de la trama; pero el novelista inglés era profundo y se refería en realidad al fondo de la cuestión, al fin último de las cosas. En común con el Palau, el poblado colonial africano en que transcurre 'El revés de la trama' tiene el ser un lugar de lluvias torrenciales donde todo es corrupción y rechinar de dientes. Pero acaso del fin último de las cosas alcanzaremos aquí a conocer apenas un 3%, pues todo lo que fue Convergència anda ahora convertida al arrianismo, aquella herejía que sostenía la ruptura radical entre el Padre y el Hijo.
[Fuente: El periódico ]
28/3/2017
Pere Ríos
Catalunya esconde la ley de ruptura para evitar el recurso de Rajoy
Solo una docena de personas conoce los artículos de la ley de ruptura
La denominación oficial es Ley de Transitoriedad Jurídica, se la conoce como ley de ruptura, servirá para dar los pasos legislativos con el objetivo de romper con el resto de España y constituye el secreto mejor guardado de Cataluña. Su contenido es conocido por los cuatro diputados que han participado en su redacción y unas cuantas personas más; en total, una decena. Ningún borrador del texto ni anteproyecto de debate previo ha circulado. No se trata formalmente de una Constitución catalana, pero es más eso que otra cosa. La razón de tanto secretismo es evitar a toda costa el inmediato recurso del Gobierno de Mariano Rajoy.
Con toda probabilidad, el Ejecutivo del PP recurrirá al Tribunal Constitucional para suspender y paralizar la ley en cuanto se hagan públicos sus artículos. Para que prospere la impugnación se requiere una premisa ahora inexistente gracias a este juego del escondite: que los folios ahora guardados con celo obsesivo salten —en modo de borrador, de anteproyecto o de pacto— a una publicación oficial del Parlamento catalán. Y eso es precisamente lo que pretenden evitar Junts pel Sí y la CUP, partidos que han redactado la ley, hasta que llegue la hora H del día D, esto es, el momento elegido en el que, según los independentistas, no haya una marcha atrás jurídica.
Así se explica que durante los siete meses de negociaciones de la redacción del texto los dos grupos independentistas, que suman mayoría en el Parlament, hayan actuado con un sigilo impropio de una Cámara legislativa.
El pacto —el texto— se cerró hace poco más de 30 días sin que ninguna de las partes lo hiciera público. Es una redacción aún susceptible de retoques, pero con el grueso de los artículos ya acordado. En su redactado han intervenido por parte de Junts pel Sí Lluís Maria Corominas (Convergència, ahora llamado PDECat) y Jordi Orobitg (ERC), mientras que Benet Salellas y Gabriela Serra han representado a la CUP. Les une su decisión de lograr la independencia de Cataluña; y a tres de ellos, en su condición de abogados, el conocimiento de la legalidad que ahora se pretende sortear. Además de los cuatro diputados, se da por hecho que conocen la ley de ruptura el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, además de su vicepresidente y líder de ERC, Oriol Junqueras, y el jurista Carles Viver Pi-Sunyer.
Trabajo a tres bandas para la desconexión
La ley de ruptura es una de las tres patas sobre las que se levantan los trabajos en los que está enfrascado el Gobierno catalán dentro de su plan independentista. Y la única que va más allá de la Generalitat, confiada a los partidos políticos. El resto cuelgan directamente del presidente y del vicepresidente del Ejecutivo catalán.
Del equipo de Carles Puigdemont pende la preparación de las denominadas estructuras de Estado, tarea cedida a Carles Viver Pi-Sunyer, quien también es el encargado de trasponer, por si llegara el caso, en torno a 3.500 tratados, protocolos y convenios firmados por España con otros países. De Puigdemont, a través del Centro de Telecomunicaciones y Tecnologías de la Información de la Generalitat, también depende la elaboración del censo que se utilizaría en el referéndum de secesión.
Sobre Junqueras recae la responsabilidad de la organi<CJ4>zación de ese hipotético referéndum, que comparte con el consejero de Asuntos Internacionales, Raül Romeva.
Corominas es perro viejo. Fue durante 12 años alcalde de Castellar de Vallès (Barcelona), el pueblo donde nació en 1963, y diputado en el Parlament desde 2003, donde es vicepresidente primero. Conoce todos los recovecos del parlamentarismo y el reglamento. Dejó de ejercer la abogacía hace unos años, cuando fue ascendiendo en el partido que después ha mutado en el PDECat.
Al contrario de Corominas, Orobitg sigue compaginando el escaño con la abogacía y con la práctica del remo en banco fijo, su gran pasión. No en vano fue campeón de Cataluña en diversas modalidades. Nacido en 1966, su carrera política se inició en Lloret de Mar (Girona) en 2010. Dio el salto al Parlament en las últimas elecciones de 2015. Lo mismo le ocurrió a Salellas, de 40 años, jurista de cabecera de la CUP, que viste toga hace ya un tiempo en defensa de activistas de diversos movimientos sociales. Salellas defendió a la alcaldesa de Berga (Barcelona), Montserrat Venturós, investigada y posteriormente exculpada de un presunto delito electoral al negarse a descolgar la bandera estelada (independentista) del Ayuntamiento en dos convocatorias electorales. De Salellas es la célebre frase para referirse a la renuncia de Artur Mas a seguir en la presidencia de la Generalitat, forzada por la CUP: “Le hemos enviado a la papelera de la historia”.
Gabriela Serra, de 65 años, es la más veterana del grupo. Maestra de profesión, inició su activismo nada más morir Francisco Franco. Fue candidata del Movimiento Comunista de Cataluña en Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) en las primeras municipales de la democracia, en 1979, y se curtió como activista, desde la campaña contra la OTAN a la Federación Catalana de ONG.
La web del Parlament relata al detalle las funciones que desempeñan estos diputados y su actividad, pero de ninguno de ellos se dice que haya redactado la ley cuyo artículo primero —el único conocido— reza así: “Cataluña se constituye en una república de derecho, democrática y social”. Eso es lo que anunciaron Junts pel Sí y la CUP el pasado 29 de diciembre, en plenas fiestas navideñas, en un comunicado de prensa idéntico remitido de forma separada a las 13.24.
Ese es el único texto que da algún detalle de una ley que aún no se sabe si servirá o no para convocar el referéndum de independencia que el presidente Carles Puigdemont se ha comprometido a celebrar antes del fin de septiembre. Lo que se da por hecho es que contendrá una disposición final en la que condicionará su entrada en vigor a la victoria del sí en esa hipotética consulta. Lo contrario sería como colocar el carro delante de los bueyes.
El paraguas legal con el que los independentistas quieren amparar el referéndum es el aspecto más sujeto a variación, explican fuentes de ambos grupos parlamentarios, y su aplicación final dependerá de hasta dónde quiera tensar la cuerda la CUP.
A Carles Viver Pi-Sunyer, exvicepresidente del Tribunal Constitucional reconvertido en jurista áulico del independentismo desde 2012, sus colegas le atribuyen la redacción del texto. “Con todo el respeto para los diputados, solo Pi-Sunyer es capaz de entrar al detalle en tantas cuestiones”, afirma un constitucionalista que pide anonimato. Pi-Sunyer coordinó durante dos años el llamado Libro Blanco de la Transición Nacional, las 1.300 páginas que detallan el tránsito para crear un Estado catalán. Al lado de esto, la ley de ruptura es poco menos que un trámite para este jurista. Al resto de dirigentes independentistas les puede sonar la música de la ley pero confiesan abiertamente desconocer la letra. “Tampoco nos preocupa”, dice uno de ellos.
Al secretismo de la ley de ruptura han contribuido los grupos no independentistas del Parlament con su negativa a participar en la redacción, lo que abrió las puertas a los secesionistas para prescindir del trámite habitual. Así, se descartó crear una ponencia y no se publicitó ninguna de las reuniones que han mantenido los cuatro diputados que han participado en su elaboración, al contrario de lo que sucede con cualquier actividad parlamentaria. Al final corrió la consigna y se impuso un hermetismo total hasta que llegue el momento de esgrimir el texto, cuando convenga a la estrategia independentista en función “del calendario”, esto es, después de las sentencias por los dos juicios por la consulta de 9-N y el proceso penal contra la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, y otros cuatro miembros de la Mesa de la Cámara.
Mientras, y para allanar el camino de la aprobación parlamentaria, se ha activado una reforma del reglamento para que la ley no la conozcan los diputados hasta poco antes de votarla por el procedimiento de urgencia y alterando sobre la marcha el orden del día de un pleno ordinario. Porque no será el Gobierno catalán quien presentará a la Cámara el decisivo proyecto de ley, sino un grupo parlamentario, con lo que se pretende esquivar también una posible inhabilitación que se da por hecho que llegará en algún momento si se cumple la promesa de convocar el referéndum.
[Fuente: El País]
12/3/2017
Manolo Monereo
Restauración: la trama mandó parar
El malestar social crece y la sensación de impunidad se expande en una sociedad atónita ante lo que pasa. Las recientes sentencias y los nombramientos en el aparato judicial, destacadamente el del Fiscal General del Estado, son parte de una estrategia política que está ahí, delante de nuestros ojos y que pocos se atreven a desvelar, ni siquiera nombrar. Se trata, sobre todo, de una señal que expresa el intento de ir cerrando la crisis de régimen, de poner fin a la Transición y consolidar una restauración en marcha. La clave, la de siempre: garantizar la impunidad de los poderosos.
Ciudadanos empieza a entender de qué se trata. Sus dimes y diretes con el PP, la queja permanente de ninguneos y desprecios del gobierno de Mariano Rajoy nos dice hasta qué punto, para la derecha española, son unos aliados circunstanciales y nada preferentes. Cuando el PP pacta de verdad, pacta con el PSOE y siempre acaba dejando a un lado a Ciudadanos. Se puede decir que Ciudadanos ha cumplido ya su función y que no se le quiere ni como bisagra. Ciudadanos sirvió para lo que sirvió, encerrar por la derecha a Podemos y ser masa de maniobra unas veces para el PSOE y otras para el PP. Están dejando de ser útiles, sobre todo porque, tarde o temprano, habrá un acuerdo con la derecha catalana y en esa foto no cabe Albert Rivera.
La clave del bipartidismo siempre estuvo en la izquierda y cualquier renovación del mismo requiere sostener y poner en pié al PSOE. La tarea no es fácil. Por primera vez –es lo que realmente se decidió el 26 de junio pasado– el PP tiene que ser y comportarse como el partido del régimen: debe ser derecha y, a la vez, propiciar la recuperación del PSOE para que el poder de los que mandan y no se presentan a las elecciones se perpetúe. En el centro y clave de bóveda, la monarquía. El PP, en muchos sentidos, no está preparado para la labor y le cuesta mucho trabajo realizar esta función; por eso, el protagonismo se desplaza al gobierno en un sentido amplio, al poder ejecutivo en su conjunto. Es paradójico cómo, de nuevo, el aparato del Estado, su estructura e instituciones se convierten en el eje de una restauración política que requiere, más que nunca, definiciones institucionales y decisiones políticas claras.
En el otro lado, el PSOE y su futuro. Aunque el PP y los medios llevan al PSOE entre algodones, las contradicciones en su seno siguen siendo muy duras y la posibilidad de una ruptura aparece en el horizonte. Pedro Sánchez es causa y efecto de esa crisis. Siempre pensó que la clave para vencer a Podemos era polarizarse con la derecha del PP. Su pacto con Ciudadanos reflejaba esa tensión, ser partido del régimen y, a la vez, aparecer como oposición a la derecha en un momento en que dicho régimen estaba en crisis. Sánchez sabe, mejor que nadie, cómo terminó el asunto: fue “dimitido” por una alianza entre una parte consistente de los barones de su partido y los poderes fácticos encarnados en el grupo Prisa. El error de Sánchez fue el mismo que hoy comete Ciudadanos, no tomar nota de que la restauración del régimen tendrá como protagonista al gobierno de Rajoy y a las instituciones que él organiza y da sentido.
La aparición del libro El IBEX 35 de Rubén Juste, editado por Capitán Swing, da muchas pistas de eso que algunos hemos venido llamando la trama y que tiene que ver con lo que está pasando hoy en día. Demuestra, entre otras cosas, las enormes conexiones que el PSOE tiene con el poder en general y con los poderes económicos en particular. De una u otra forma, ellos han sido parte de dichos poderes y mantienen un tipo de relaciones que los atan de pies y manos, sobre todo cuando cuestionan las directrices que vienen de arriba. Este poder del PSOE ha sido clave para perpetuar el bipartidismo y al propio régimen. Ha sido, algunos lo hemos repetido hasta la saciedad, un modo de organizar nuestra débil democracia para que los que mandan realmente nunca sean cuestionados. La clave siempre ha sido la misma, impedir que a su izquierda surja una fuerza lo suficientemente significativa que le obligue a negociar con ella y le fuerce a cambiar de política. Pues bien, este PSOE, lo que podríamos llamar el PSOE histórico, es lo que hoy está en crisis. Lo es porque existe Podemos y también porque una parte de la militancia que queda se ha sentido agredida ante la ferocidad y el descaro de unos poderes económicos y mediáticos que han obligado a dimitir a su secretario general. Lo que viene ahora no está nada claro. La disyuntiva es o renovar el PSOE histórico de Felipe González o refundar un nuevo Partido Socialista más a la izquierda y con posibilidades de aliarse con Podemos. La incógnita, no es poca cosa, es si cabe un Corbyn en este PSOE.
Las declaraciones del Fiscal General de Estado y el conjunto de los nuevos nombramientos decididos por él, nos dicen con mucha claridad que hay un punto y aparte en lo relativo a las relaciones del aparato judicial con la corrupción política en general y con la Casa Real en particular. Se puede decir que se está gestando, en la practica, una ley de punto final y que a partir de ahora la corrupción política no nos despertará cada mañana a golpe de titular de prensa. No hace falta razonar demasiado. El partido que tiene que pilotar la recomposición del régimen es una maquinaria para delinquir y la corrupción es sistémica; en último termino, expresa el poder de una trama que relaciona grupos económicos dominantes con los grandes medios de comunicación y con una parte significativa de la clase política. No será posible organizar una nueva restauración si no se pone fin a la continua aparición de casos de corrupción política y se consigue que los medios, de una u otra forma, contribuyan a la omertá que la trama impone y obliga. Esta es la partida que se está jugando ahora y es la señal que para el poder se da por cerrada una etapa de cuestionamiento, de exigencia de derechos y poderes y, sobre todo, de regeneración democrática.
Si algo nos dice la historia, la nuestra, es que no siempre sale aquello que los poderosos maquinan y ordenan. El dato más significativo, desde este punto de vista, es que Podemos ha salido vivo de su primera gran crisis. Más allá o más acá de los debates internos habidos, estaba claro que lo decisivo erademoler a Pablo Iglesias y romper a la formación morada. Sorprende que los costes electorales no hayan sido más grandes y que todavía haya un gran caudal de esperanza y de ilusión en torno a Podemos y a su política. Ahora comienza la “fase b” de la crisis del régimen. Se está creando “el partido unificado de la restauración”. La próxima batalla se dará en el PSOE y, más allá, todo dependerá de la capacidad de un movimiento popular que sigue vivo y que sigue estando ahí para organizar, de nuevo, una ofensiva sostenida contra la corrupción, por la renovación democrática del país y por la defensa de los derechos sociales de las clases trabajadoras, de las mayorías sociales. Quieren cerrar cueste lo que cueste, pero la partida aún no ha terminado y el sujeto democrático-plebeyo no ha sido derrotado, entre otras cosas, porque no han conseguido cooptar a Podemos para la operación restauradora.
[Fuente: Cuarto Poder]
6/3/2017
Alfons Duràn-Pich
Grecia en el olvido
Una de las más acusadas características de nuestra sociedad –globalizada y frivolizada– es su capacidad para dejar sin resolver la mayoría de los contenciosos públicos. Y lo hace a través de un proceso automático por el que sustituye un contencioso por otro, en base a la más reciente actualidad noticiable. Este mecanismo de sustitución cuenta con la inestimable ayuda de los grandes medios de información, que han perdido su sentido crítico y se dedican a la manipulación y al entretenimiento.
Un buen ejemplo lo tenemos en el caso griego, al que prensa, radio y televisión dedicaron mucho tiempo hace apenas un par de años, y al que ahora no prestan la mínima atención. Y es que ya no “interesa”, no mejora el “share”.
Por desgracia, el periodismo que se practica hoy en el mundo es de muy bajo nivel, con contadas, contadísimas excepciones.
Pues Grecia sigue ahí, aunque poco importe.
Grecia, un país en quiebra que los portavoces oficiales de la Troika consideran que “está haciendo los deberes” y cumpliendo con sus obligaciones financieras, que le permitirá equilibrar sus cuentas y pagar sus deudas. Para ello se basan en el incremento del PIB (el Estado Español ha puesto de moda utilizar este macroindicador como coartada) y en las proyecciones a medio plazo.
Hace ya tiempo dejé escrito al respecto mi posición sobre esta forma de vendernos la moto: “La macroeconomía (inflación, crecimiento del PIB, déficit público, deuda, paridad monetaria) es como un cuadro impresionista. De lejos resulta bello, pero cuanto más te acercas más ves el brochazo en su descarnada desnudez”.
Grecia va bien, con un desempleo del 23% y de un 44% entre los más jóvenes. Grecia va bien, con un Estado en bancarrota, que debe 320.000 millones de euros, cuando su PIB sólo suma 181.000 millones. Grecia va bien, con un 15% de la población considerada de“extrema pobreza”. Grecia va bien, cuando las pensiones han sufrido un recorte del 40%. Grecia va bien, con un IVA disparado (el 24% en alimentación, que es la base de las rentas bajas). Grecia va bien, con un impuesto sobre la propiedad – que tenía que ser transitorio – y que se ha oficializado para quedarse, impuesto que supone una media de 650 euros para los cuatro millones de propietarios (cualquiera que sea la propiedad).
Y como va bien, se sigue privatizando entre “amigos y conocidos”. Ahora se ha cerrado el caso Fraport, la empresa alemana con sede en Frankfurt que se ha quedado la explotación de los 14 aeropuertos más rentables de Grecia. Por ello pagará 1.234 millones de euros y una cuota anual de 22,9 millones. La concesión es de cuarenta años. Fraport espera obtener un retorno por su inversión de 180 millones de euros anuales, aunque lo más importante es que tiene absoluta libertad para gestionar los “contenidos” de cada aeropuerto (que es donde está el negocio), lo que significa contratación de restaurantes, cafeterías, tiendas, publicidad, etc. Los actuales (incluidos los empleados) no tendrán derecho a ninguna reclamación, en el caso de que pierdan su posición actual. Si hay pasivos de cualquier naturaleza, serán asumidos por el Estado. Fraport estará exento del pago de impuestos municipales.
Para ver la dureza de los procedimientos, hay que tener en cuenta que el plan original de la autoridad griega responsable de las privatizaciones era hacer un paquete con aeropuertos rentables y no rentables, plan que fue desestimado. Los más rentables se los queda Fraport y el resto (23), la mayoría con pérdidas de explotación, se los queda el Estado. Hay que tener en cuenta que la geografía griega obliga a disponer de aeropuertos en islas remotas.
Fraport no ha hecho esto solo, sino en colaboración con el grupo Copelouzos, conglomerado griego propiedad del oligarca Dimitris Copelouzos, con quien también comparte la explotación del aeropuerto de San Petersburgo.
Si tenemos en cuenta que el único sector económico que funciona en el país es el turismo y que dos tercios de los turistas llegan por avión, comprenderemos mejor la importancia de esta operación.
Y cuando lleguen a Atenas y se dirijan a sus hoteles de lujo o paseen por sus calles, tendrán que sortear a los diez mil ciudadanos sin techo que acampan por la ciudad, el 70% de los cuales –según el Ayuntamiento– se han abocado a la mendicidad en los últimos cinco años. Ni que decir que los servicios de droga y prostitución han aumentado paralelamente.
Grecia existe. Como recogía el Financial Times en unas recientes declaraciones de un pequeño empresario: “La democracia se basaba en algunos hombres trabajando y otros pensando. En la Antigua Grecia, por cada 1000 pensadores había 4000 que trabajaban. Hoy, muchos trabajan pero hay demasiados que simplemente están sentados y piensan”.
[Fuente: La Lamentable]
26/3/2017
Jesús Páez Narváez
La tita Christine y su ‘FMI'
Nos ha escrito la tita Cristina. Sí, la tita francesa. La que trabaja, para nuestro bien, como Directora Gerente en el Fondo Monetario Internacional (FMI). Ella, siempre tan obsequiosa, tan pendiente de cómo nos va la vida, no deja de darnos buenos y provechosos consejos. Es verdad que, como sus dos antecesores en el cargo, Rodrigo de Rato y Figaredo y Dominique Strauss-Kahn, ha tenido sus cosillas con la justicia.
Es curioso, pones en el buscador Dominique Strauss-Kahn o Rodrigo Rato y te sale información para hacer varias películas clase B y más de una telenovela, sean de sexo, de corrupción, de paraísos fiscales, de política. O de matrimonio. Sólo Dominique, con la actual, ha tenido cuatro esposas aparte de camareras y tal. Unas vidas intensísimas. Ella, la tita Christine, también ha tenido y tiene una vida intensa pero se mantiene muy bien. Se cuida. Es vegetariana, jamás toma alcohol y tiene unos hobbies muy relajantes como yoga, buceo, natación y jardinería. Atesora una carrera profesional fulgurante. Empezó como pasante de abogada nada menos que en el Capitolio de los EE.UU. Se integró posteriormente en Baker&Mckenzie. En esta firma internacional de abogados llegó a ser presidenta de la compañía en 1999. Sólo 18 años después de su ingreso en la misma. Brillantísimo currículo que le llevó a la política en la que llegó a ocupar en 2005 el Ministerio de Comercio de Francia. Luego, en mayo de 2007, pasó a ser Ministra de Agricultura y un mes después dirigió el Ministerio de Economía, Industria y Empleo. De ahí pasó a ser la primera mujer en dirigir el FMI.
Una vez estalló la llamada crisis, en 2009, y antes de llegar la tita Christine, el Fondo Monetario Internacional (FMI) —componente de la Troika europea junto al Banco Central Europeo (BCE) y la Comisión Europa (CE)— reprochaba al Gobierno de Zapatero su “decepcionante” actuación en el mercado laboral; en 2010 este dilecto organismo urgía al Gobierno español a reformar el llamado mercado laboral y el sistema bancario; en sus “recomendaciones” de 2011 el FMI consideraba muy débiles las medidas adoptadas contra la crisis. Pedía más valentía. Y urgía a reducir los costes del despido y a flexibilizar la negociación colectiva.
En 2012, ya con la tita Christine Lagarde recién nombrada capitana del FMI y con un Gobierno del PP presidido por Mario Rajoy, desde dicho organismo, se insiste en la subida del IVA y en la bajada de salario a funcionarios. Pero su obsesión por los derechos y condiciones laborales es enfermiza. De ahí que, en 2013, como el FMI encuentra la cifra de desempleo en España, “inaceptablemente alta”, recomienda dos medidas milagro: abaratar el despido y bajar los salarios. El Informe de 2014 no le presta mucha atención a otra de sus obsesiones, los “recortes” y sigue insistiendo en la bajada de salario. Aunque, la verdad sea dicha, los recortes los cambian por el incremento de impuestos indirectos: subir el IVA, los impuestos especiales y los medioambientales. Y, de paso, introduce una ayudita más (por si fuesen pocas) a las empresas “aconsejando” bajar el impuesto de sociedades.
En 2015 la “preocupación” del FMI es afianzar la “recuperación” de la economía, claro. No de las personas. Y, para ello, qué otra opción que subir de nuevo el IVA, abaratar y facilitar el despido y profundizar en los copagos en sanidad y educación. Como es fácilmente observable se trata de seguir bajando salarios de forma indirecta para aquellos que aún no estén despedidos. En su último informe de diciembre de 2016, curiosamente hecho público cuando ya el Psoe le había “facilitado” el gobierno al PP y la presidencia al Sr. Rajoy, el FMI insiste con más descaro en los “consejos” del 2015.
Que se suban impuestos: IVA, impuestos especiales y medioambientales; que se siga con los recortes en sanidad y educación y fija un ajuste de 5.500 millones; y, parece una broma, pide una reforma laboral contra la temporalidad del empleo. (Ver recuadro)
La publicación en diciembre del último informe ha coincidido con la sentencia de la Corte de Justicia de la República (CJR). La justicia francesa ha declarado a la tita Christine culpable de negligencia en un caso de desvío de dinero público. Aunque, como una ganadora que es, ha tenido la suerte de que la justicia republicana francesa se parezca mucho a las justicias monárquicas o de índole bananera y ha liberado a la tita Christine de pena alguna. No porque no fuese culpable, que sí, si no porque tiene una “estatura política internacional” de la hostia y, además, los hechos ocurrieron en plena crisis mundial. Y en una crisis de tal magnitud cómo iba a estar ella, la tita Lagarde, pendiente de que se “desvíen” 400 millones de euros del erario público. Cuatrocientos o los que sean. De modo que su enorme estatura política internacional la ha salvado de hacer las maletas. Ya se sabe: perro no come perro. Lástima que la llegada de la primera mujer a la dirección de ese poderoso organismo sólo haya significado más de lo mismo. En lo de la justicia y en las políticas que sigue el FMI.
Con la tita Christine en el FMI y Mariano Rajoy Brey en la Moncloa —gracias a la Gestora madrileña de Susana Díaz— hemos de ser conscientes de que nos queda mucho y feo por delante. Sólo hay que mirar a nuestros vecinos los griegos.
Para consolidar el altruista trabajo del FMI —junto a otros organismos internacionales— ahora los burócratas y jefes políticos de la Unión Europea ya hablan sin tapujos de la Europa de las dos velocidades —o las tres, o las cuatro—. Esto del café con leche para todos cuesta mucho dinero y el capital, ahora que tiene viento fuerte a favor, no va a desaprovechar la ocasión para, además de engrosar sus cajas fuertes, consolidar, asentar, ad calendas grecas, estas condiciones tan favorables con las que la “crisis” le ha obsequiado. Así que en la desunión Europea volvemos a lo de siempre: para unos pocos café-café y para los muchos, achicoria.
PD 1. Vargas Llosa: “Podemos es la mayor amenaza para los periodistas desde la Transición, “salvo quizá ETA”. Otro ejemplo relevante de que ser buen escritor, no es una vacuna contra la gilipollez.
PD 2. Un libro de la ESO asegura que los planes de pensiones son “ingresos necesarios durante la jubilación”. No sé si explica —seguro que no— a cuánto ha de ascender el salario mensual para poder ingresar algo en dicho plan y durante cuántos años has de estar ingresando. Y seguro que el libro tampoco explica si el Sr. Alierta ha seguido ese método para tener un Plan de pensiones de 54 millones de euros y, además, una asignación especial fija anual de 500.000. Adicional a la que le corresponda como consejero que ahora es de 120.000 euros. Y eso habiendo trabajado en dos empresas que eran públicas (Telefónica y Tabacalera) y que privatizó, junto a otras muchas, el Presidente Aznar (1996-2004).
Al poco de que Aznar lo pusiese al frente de Tabacalera el Sr. Alierta se embolsó 1,86 millones de euros con la compraventa de acciones de la propia Tabacalera. La Audiencia Provincial de Madrid “según la sentencia dictada el 17 de julio de 2009, consideró probado que el delito de uso de información privilegiada fue cometido y que entre Alierta y su sobrino Plácer “existió” un “concierto común” para sacar un “provecho económico” mediante “el acopio de un considerable número de acciones de Tabacalera”. ¿Y qué pasó niños que leéis el libro? Pues que cuando la Audiencia sentenció el delito estaba prescrito.
Luego Aznar, viendo que Alierta se manejaba bien con el dinero, lo hizo jefe de Telefónica y de ahí a su Plan de pensiones de 54 kilos. Y el Sr. Alierta sigue a lo suyo y colorín colorado el libro se ha acabado.
Resumen de las principales recomendaciones recogidas en los Informes del FMI 2009-2016 (Elaboración propia)
Años | Fiscalidad | Mercado Laboral | Gasto público | Finanzas |
2016 | *Subir IVA, impuestos especiales y medioambientales | *Reforma laboral contra la temporalidad | *Revisar gasto en educación y sanidad.
*Ajuste de 5.500 millones |
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2015 | Subir IVA | *Abaratar y facilitar despido (Contrato Único) | *Copago en educación y sanidad |
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2014 | *Subir el IVA, impuestos especiales y medioambientales.
*Bajar impuesto de sociedades | *Bajar salarios |
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2013 | *Más supervisión del sector financiero | *Bajada de salarios
*Abaratar el despido *Descuelgue de convenios de las empresas
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2012 |
*Subir el IVA con urgencia *Subir impuestos especiales *Suprimir deducción fiscal por vivienda *No más amnistías fiscales
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*Bajada del sueldo de los funcionarios
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2011 |
| *Reforma laboral “más valiente”
*Desvincular salarios de IPC *Flexibilizar la negociación colectiva *Abaratar el despido | *Reforma de las pensiones
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2010 |
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*Abaratar el despido *Desvincular salarios de IPC *Descuelgue de convenios de las empresas
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| *Reformas en el sistema bancario para contener los efectos de la burbuja inmobiliaria
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2009 |
| *Moderación salarial
*Abaratar el despido *Desvincular salarios de IPC *Adhesión opcional de las empresas a convenios
| Reforma de las pensiones |
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Jesús Páez Narváez es Licenciado en Ciencias de la empresa
[Fuente: la lamentable]
14/3/2017
Agustín Moreno
La igualdad empieza en nosotras
El 8 de Marzo de 2017 pasará seguramente a la historia por la dimensión internacional que tuvo y, sobre todo, por las masivas movilizaciones por la igualdad y contra la violencia de género. Por primera vez se convocaba un paro a nivel mundial el 8 de marzo por mujeres de cuarenta países. Su movilización y protagonismo está creciendo desde que las argentinas se echaron a la calle en 2015 con su “¡Ni una menos!”; después han seguido en otros países como México, Perú y Brasil contra el feminicidio y las violaciones. También en la India o en Turquía, en Polonia contra el ataque al derecho al aborto, en Francia defendiendo la igualdad salarial frente a los recortes del gobierno. O en Estados Unidos nada más ser elegido Trump por su actitud reaccionaria, machista y racista.
Con el paro del 8-M se intentaba visibilizar la importancia social de las mujeres en la reproducción, la producción y los cuidados, y plantear sus demandas de igualdad, de rechazo de la sobreexplotación y de todo tipo de violencias. Las mujeres han decidido que no van pagar la crisis económica y no van a permitir que se recorten sus derechos y los avances conseguidos tras mucha lucha por la oleada neoconservadora que vive el mundo.
No hay datos agregados del paro y es difícil de medir su dimensión porque afectaba a todo tipo de actividades, pero a tenor de la asistencia a las manifestaciones, la jornada fue un éxito. El periódicoEl País titulaba en primera página –eso sí, debajo de la remontada del Barça- que habían participado cientos de miles de personas en el mundo. Sólo en Madrid hubo cientos de miles de personas, en la manifestación más grande en mucho tiempo, que recordaba las grandes marchas contra la guerra de Irak. Ya en 2016 fue impresionante la manifestación de Madrid, cuando las organizaciones convocantes decidieron pasar de la estrecha calle Atocha, donde tradicionalmente se realizaban, a desfilar por las grandes avenidas, el Paseo del Prado el año pasado, en 2017 en la calle Alcalá y Gran Vía. El País devaluaba la manifestación, pero al menos decía algo, y es que ha sido una vergüenza el apagón informativo de una manifestación que algunos han llegado a cifrar en un millón de personas. Gracias a algunos medios digitales como cuartopoder.es, se ha aportado objetividad a lo sucedido.
Nada pasa por casualidad. La gran afluencia a la manifestación la explica el gran trabajo que se viene haciendo desde hace años. También había circunstancias especiales en esta ocasión. En dos meses de 2017 asesinaron a una veintena de mujeres, según uno de los observatorios más objetivo sobre el tema. Por eso un grupo de mujeres mantuvo una huelga de hambre de 27 días hasta las vísperas del 8 de Marzo. Se desconvocó ante el compromiso de los partidos políticos de crear una subcomisión parlamentaria y abordar la negociación de un Pacto de Estado contra la Violencia de Género. Hay una gran ofensiva de un patriarcado porque cuando se siente acorralado en sus privilegios, reacciona violentamente. Los avances en la liberación y en la mayor igualdad de las mujeres tienen que ver con este repunte de la violencia extrema y la agresividad en las redes sociales contra el feminismo.
Desgraciadamente la violencia no cesa. A algunos les resulta cansino que se hable de ello, pero lo que realmente colma el vaso es que sigan asesinándolas A modo de ejemplo, veo dos noticias cuando escribo estas líneas que son espeluznantes: Detienen a un violento individuo cuando pretendía agredir a su expareja armado con un machete en Calasparra y Detenido un hombre en Tetuán por dar 10 martillazos en la cabeza a su pareja. Pasa todos los días. A veces hay suerte y la intervención policial o de los vecinos impide la desgracia, pero no siempre.
Es importante un Pacto de Estado, las medidas judiciales y policiales, las ayudas económicas, laborales y psicológicas a las víctimas. Pero el tema es más de fondo y hay que dudar sobre si habrá recursos suficientes para evitar lo que se debe calificar como terrorismo machista. La cuestión es, como decía Iñaqui Gabilondo, ¿qué telarañas tenemos los hombres en la cabeza? Cambiar la mentalidad machista coloca a la educación en primer plano.
Nuestra experiencia en el instituto Villa de Vallecas es muy interesante. Llevamos años trabajando el tema de la igualdad, cada vez con un enfoque diferente: el trabajo y la igualdad, la violencia de género, desmontando mitos del amor romántico, los micromachismos, etc. Elaboramos un dossier anual, se organizan talleres, se empapela el centro y se montan instalaciones, videoarte, lectura de poemas, etc. Los platos fuertes son las charlas de una hora que dan grupos de alumnas y alumnos mayores a todas las clases de 1º y 2º de la ESO. Es una concienciación de ellas y ellos mismos en cascada. Un aprendizaje entre iguales que ya está dando sus frutos. En la mesa redonda de cierre del día este año participaron mujeres del grupo “Ve la Luz”, que apoyó la huelga de hambre de Sol, y una feminista histórica. El debate posterior fue muy rico e intenso. En un centro con esta sensibilización, no es extraño que trescientos alumnos de los cursos superiores participasen en el paro simbólico convocado a nivel mundial. No nos engañamos, sabemos que nos queda mucho trabajo por hacer, pero estamos orgullosos del alumnado y del trabajo en valores que se realiza en la enseñanza pública. Es nuestra pequeña aportación para avanzar, poco a poco, en la formación de una ciudadanía con la conciencia clara de que la igualdad empieza en nosotras, las mujeres, y todas las personas de bien.
[Fuente: Cuarto poder]
18/3/2017
Martín Alonso y otros autores*
¿Es el choque de trenes una fatalidad?
Este escrito está motivado por una preocupación creciente por el modo en que se está gestionando la cuestión de las relaciones de Cataluña con el resto de España, o dicho de otra manera, lo relativo al desarrollo del proceso secesionista catalán iniciado hace unos años. Estas preocupaciones pueden resumirse en unos cuantos puntos:
1. Inconsciencia. Hay una frase que se repite después de las catástrofes provocadas por actores humanos: “¿Cómo ha podido ocurrirnos?”. Hace tiempo que la cuestión de las relaciones de Cataluña con el resto de España se formula en términos inequívocos sobre su potencialidad letal: choque de trenes, precipicio o rumbo de colisión, son una muestra.
2. Desentendimiento. Sin embargo, no solo no se presta atención a los riesgos que implican esas percepciones, sino que parece que en cierta medida el lenguaje del desencaje y la desconexión ha producido ya su efecto; de modo que una parte notable de la población española que no vive en Cataluña parece considerar que es un asunto que no la concierne.
3. Fatalismo. Contrasta la clarividencia en la percepción de los riesgos con la falta de iniciativa para adoptar medidas que tiendan a prevenirlos o, al menos, a reducir su impacto. Parece que los ciudadanos no enrolados contemplamos pasivamente esta espera de un encontronazo anunciado como espectadores resignados y pasivos.
4. Incomunicación. Hay muchos indicadores que muestran el efecto separador que ya está produciendo este clima en las relaciones entre Cataluña y el resto de España. De hecho, se han constituido en muchos casos audiencias segmentadas que no son ideológicas, sino territoriales. Se han debilitado los intercambios académicos en áreas sensibles –ciencias sociales–, lo mismo entre buena parte de los movimientos sociales, para citar dos casos. Ha desaparecido prácticamente el debate intelectual a la vez que este ha sido monopolizado por el tema nacional entendido según parámetros etnoidentitarios. Seguramente el ejemplo más poderoso de esta incomunicación es la propia falta de acuerdo a la hora de determinar si se había producido o no un encuentro entre los presidentes de gobierno central y autonómico a principios de año. Es un síntoma de la degradación del funcionamiento de la vida política y se encuentra en los antípodas de esa premisa básica de la comunicación que es el principio cooperativo.
5. Lenguaje inflamado. La segmentación de las audiencias se refuerza con la utilización de un lenguaje caracterizado por las dicotomías y polaridades maniqueas, por un lado, y la exaltación maximalista, por otro. Abundan expresiones disyuntivas o aporéticas propias de una gramática de lo perentorio, de lo decisivo, de la excepcionalidad, del ahora o nunca, del todo o nada. “¡Esto no lo para ni Dios!, titula una de sus columnas un intelectual con cargo público; “O referéndum o referéndum; o democracia o democracia”, “No nos conformaremos con nada que no sea la victoria”, completa un destacado miembro del gobierno catalán, para citar algunos ejemplos. Parece que cuenta más la testosterona, que lleva a preferencias de suma cero, que la reflexión. El calor de las proclamas y la invocación de la democracia hacen recordar aquella frase del valenciano Luis Vives hace casi cinco siglos: “Los propios teólogos debaten entre sí sobre temas divinos con espíritu de gladiadores, y con odios muy fuertes acerca de la caridad”.
6. Coaliciones cruzadas, enemigos complementarios. Es una constante histórica que las ideologías sectarias no pueden vivir sin enemigos. Para una parte nada marginal del nacionalismo catalán, España se ha convertido en el enemigo que sustenta su discurso, como hace 80 años la Antiespaña y los separatismos fueron los enemigos del nacionalismo español. Es una constante histórica que cuando se producen estas coaliciones cruzadas el pluralismo se debilita en beneficio de posiciones polares que destruyen los espacios propicios para las soluciones negociadas de los contenciosos. Por eso se habla de enemigos complementarios. Y es otra constante, menos visible, que aunque las estrategias identitarias apuntan explícitamente al enemigo exterior, acaban fracturando los estructuras elementales de la vida colectiva, desde la familia a los amigos. Su coste social es abrumador. Y las ondas de choque tienen un alcance imprevisible.
7. Salidas desesperadas. La puja dialéctica, el sobrecalentamiento y la extremosidad de los discursos tiende –lo muestra también la experiencia histórica– a traducirse en prácticas correlativas: sobreactuación, desatención a las consecuencias, metas volantes cada vez más extremas, escalada de decisiones irreversibles, etc. A menudo los líderes se vuelven esclavos de su propia lógica, de su propio papel y se ven condenados a una fuga hacia delante susceptible de desembocar en alguna variante del complejo de Sansón. Los desgastes internos de la puja identitaria pueden llevar a alguno de los actores a pensar que, como no tienen nada –o no mucho– que perder, les sale a cuenta tensar la cuerda. Es sumamente preocupante, por lo que tiene de profecía autocumplible, la declaración de un expresidente de la Generalitat vaticinando “un alto grado de tensión”.
La memoria de fenómenos desgarradores de la experiencia histórica y ante los derroteros que presenta el actual proceso identitario –utilizado en ocasiones como distractor– en Cataluña, con el previsible enconamiento en los meses que vienen; derroteros que permiten anticipar decisiones que presumiblemente pueden escapar al control de los propios actores o convocar a participar a otros actores recurriendo a medios no conformes con el Estado de derecho, conviene reivindicar el espacio cada vez más reducido de la prevención recordando la inutilidad de las lamentaciones retrospectivas.
Podemos preguntarles a los habitantes de la antigua Yugoslavia que, recordemos, no fue el polvorín balcánico hasta que se explotaron los odios étnicos. Y podemos evocar aquellas palabras tremendas de David Rousset: “los hombres normales no saben que todo es posible”. Podríamos decir que los oasis de ayer pueden devenir desiertos o infiernos. Queda tiempo para rectificar el rumbo y prevenir la colisión, pero para ello es necesario actuar contra la inconsciencia y contra la resignación. Esa respuesta tiene forzosamente que ver con los síntomas preocupantes enunciados arriba. Por ello, desde una óptica cívica y sustentada en el criterio procedimental de la deliberación y el respeto:
1. Expresamos un total desacuerdo con aquellas posiciones que dan por hecho que formamos parte de colectivos separados; rechazamos que se asuma la dicotomización como un hecho consumado, porque supondría ya una victoria anticipada de la lógica sectaria. Por el contrario, nos sentimos coimplicados en los problemas a la vez que reforzados por la experiencia de esfuerzos compartidos en tantos aspectos a lo largo de muchos años, especialmente en la resistencia contra el fascismo y el combate por la democracia. No podemos aceptar que haya un “nosotros” contra “ellos” en ninguno de los supuestos que se utilizan en la arena política.
2. Reclamamos a los actores políticos y a los medios de comunicación de ambos lados del Ebro que adopten un tono templado en sus mensajes, proscribiendo aquellas formas que pueden resultar irrespetuosas, desafiantes o inciviles. Deben evitarse las afirmaciones categóricas y aporéticas; los dilemas y dicotomías perentorias. Es preciso enfriar la temperatura del debate para lograr un clima de sosiego. En casos de tensiones étnicas los especialistas recomiendan un consenso entre las élites sobre las normas del discurso así como la observación de la deontología profesional en los medios de comunicación.
3. Las organizaciones de la sociedad civil y especialmente aquellas vinculadas a los movimientos sociales, que se inspiran en los derechos humanos, en los principios de cooperación y que en tantas ocasiones han trabajado conjuntamente por la paz en otros lugares del planeta, tienen una responsabilidad especial en contribuir a este clima de sosiego.
4. En cuanto a lo propositivo, hacemos un llamamiento a los actores principales:
- Al gobierno catalán, para que acepte una moratoria y deje en suspenso los planes para la desconexión, incluida la convocatoria de un referéndum. Este supuesto se apoya también en una cuestión de política comparada: para este tipo de procesos políticos una espera así dista de ser una anomalía. Más bien lo es la celeridad con la que se están estableciendo las etapas, especialmente aquellas que comportan consecuencias irreversibles. Experiencias recientes –Colombia, Reino Unido, Escocia o Italia– obligan igualmente a tener en cuenta los efectos indeseables de las opciones plebiscitarias en contextos de alta temperatura emocional.
- Que el gobierno español propicie, en los términos propuestos por el Catedrático de Derecho Administrativo, Santiago Muñoz Machado, “la tramitación simultánea, y naturalmente paccionada, de la norma que ponga al día el autogobierno de Cataluña y su integración en el Estado, y la reforma constitucional, si fuera precisa, que dé cabida a ese proyecto […] Por tanto, podría simultanearse el referéndum estatutario y el concerniente a la reforma de la Constitución”.
5. Mientras tanto, la tarea de reconstruir un clima que propicie la aproximación y el entendimiento debe aprovechar los resultados que las ciencias sociales suministran para abordar de una manera constructiva la gestión de los conflictos. Entre ellos: la desagregación (evitar las formulaciones “todo o nada”); preferir la gramática de los conflictos de intereses a los de identidad y los divisibles a los indivisibles; eliminar la lógica polarizadora del discurso identitario, en la medida en que tanto dentro de cada espacio como entre ellos hay diferentes sensibilidades y preferencias que no se dejan subsumir en la geometría dual y homogeneizadora del nosotros/ellos. En definitiva, la tarea prioritaria sería aprovechar las luces largas de la teoría social para salir de la visión de túnel en que nos encierran las lógicas identitarias excluyentes y sobreactivadas.
6. En las condiciones presentes no aspiramos a los máximos de la fraternidad; sabemos que la vida política responde más a menudo a negociaciones, a contrapesos, a toma y daca. Pero no nos resignamos a convalidar una travesía que vaticina un desenlace fatal. Un programa de mínimos tiene ahora el cometido de rebajar la tensión, de enfriar la temperatura y facilitar los mecanismos para un debate sereno sobre las opciones y las preferencias en juego.
Mantiene toda su vigencia la apreciación de que “los frentes son peligrosos para la democracia y no sirven para aumentar el bienestar de la gente…, que la beligerancia es un error y no una forma de gobernar” (Carod-Rovira, La Vanguardia, 21/05/2000). Por eso, confiamos en que quienes, con independencia de cuáles sean sus posiciones, ven como una prioridad establecer un clima que evite el choque anunciado, se sumen a este sentir y contribuyan a difundirlo.
*Martín Alonso, Ignacio Alonso, Mercedes Boix Rovira, Marcos Gutiérrez Sebastián, Carlos Jiménez Villarejo, Salvador López Arnal, Francisco Javier Merino, Jesús María Puente, Luis Roca Jusmet, Yolanda Rouiller, Teresa Soler y Josu Ugarte Gastaminza
[Fuente: eldiario.es]
25/3/2017
Documentos
Paul M. Sweezy
Ecología y revolución. Una carta a Nicholas Georgescu-Roegen (31 de julio de 1974)
A principios de los años setenta, los editores de Monthly Review Harry Magdoff y Paul Sweezy introdujeron cada vez con más frecuencia temas ecológicos en la revista y empezaron a cuestionar la viabilidad de un crecimiento exponencial económico ilimitado en una biosfera limitada. Sweezy, en particular, estaba profundamente interesado por los problemas ecológicos, un tema sobre el que empezó a escribir en este periodo, en ensayos como “Coches y ciudades” (MR, abril de 1973), y al que volvió en varias ocasiones hasta el final de su vida. Más allá de la tradición marxista misma, las tres figuras que más influenciaron su pensamiento a este respecto fueron el biólogo socialista Barry Commoner, con el que parece que Sweezy no tuvo conexión directa; Gerard Piel, editor durante mucho tiempo de Scientific American y un amigo cercano; y un amigo de los tiempos de Sweezy en Harvard en los años treinta, Nicholas Georgescu-Roegen, quien en trabajos como La ley de la entropía y el proceso económico (Harvard University Press, 1971) y Energía y mitos económicos (Pergamon, 1976) fundó el campo moderno de la economía ecológica. En 1974, Georgescu-Roegen envió a Sweezy dos o más separatas de sus obras, incluido su ensayo de 1972 “Energía y mitos económicos”, del que se tomaría más tarde el título en el volumen de Pergamon, y su artículo de 1974 “Bloqueo por inflación estructural y crecimiento equilibrado”, que también sería incluido en la recopilación de 1976.
Sweezy, como muestra esta carta, estaba entusiasmado con “Energía y mitos económicos”, reconociendo la importancia crucial de la crítica de Georgescu-Roegen tanto de la economía dominante neoclásica como la marxiana de estilo soviético por su incapacidad para incorporar la ley de la entropía y los factores ecológicos en sus análisis. Apoyaba especialmente las ocho famosas conclusiones al final del ensayo, en las que Georgescu-Roegen cuestiona, aunque de una manera en cierta forma abstracta, a partir de bases ecológicas, muchas de las bases del capitalismo, el militarismo y el imperialismo. Sweezy todavía no había leído la obra de Georgescu-Roegen sobre la ley de la entropía. Pero aparentemente lo hizo poco después de escribir esta carta, puesto que su copia de La ley de la entropía, que contiene varios pasajes subrayados, se conservó en una estantería cerca de su mesa de despacho y Sweezy decía a menudo en conversaciones privadas que “Georgescu tenía razón”. En una ocasión, recuerdo que entregó fotocopias del ensayo “Energía y mitos económicos” a cada uno de los miembros del consejo editorial de MR en una reunión en Nueva York. Estaba profundamente interesado por el desarrollo de un modo de pensamiento marxiano que pudiese incorporar la ley de la entropía −una tarea que no se cumpliría completamente hasta la publicación de la obra pionera de Paul Burkett El marxismo y la economía ecológica (Haymarket, 2009).
En su carta, Sweezy estaba interesado principalmente en las implicaciones revolucionarias de la ecología y la ruptura que estas necesitaban respecto al puro “economicismo” −una ruptura que solo un socialismo verdaderamente revolucionario podía aportar−. Su crítica principal a “Energía y mitos económicos” era que “se abstrae tanto a la economía como a la ecología de su contexto social”. Para Sweezy, el economicismo y el desestimar los límites ecológicos se traducían en un desastre tanto bajo el capitalismo como bajo el “socialismo realmente existente” del modelo soviético. Sin embargo, su artículo con Harry Magdoff “Veinticinco años azarosos” del número de junio de 1974 de MR, que incluía con su carta, señalaba un “renacimiento del marxismo” mundial que se estaba produciendo en ese momento. Este resurgimiento, sugería, se podía ver tanto en la crítica económica del capitalismo monopolista como en los nuevos desarrollos en la teoría y la práctica marxiana (incluidas las perspectivas ecológicas) surgidas de las revoluciones del Tercer Mundo, especialmente en China. El artículo “Elogio del socialismo” de Samir Amin, publicado el siguiente septiembre, que Sweezy recomendaba a Georgescu-Roegen, era una manifestación directa de este resurgimiento.
Hoy aún menos podemos permitirnos abstraer la ecología de sus condiciones sociales. Más de cuatro décadas después de que Sweezy escribiese estas palabras, la necesidad de una transformación ecológica y social del capitalismo es aún más urgente.
John Bellamy Foster
***
Prof. Nicholas Georgescu-Roegen
Economics
Vanderbilt University
Nashville, Tenn.
Querido Nicholas,
¡Tengo que hacerte responsable de haber arruinado mi plan de trabajo del día! La separata que amablemente me enviaste me llegó en el correo de la mañana y no pude evitar sumergirme en “Energía y mitos económicos” (Iré al “Bloqueo por inflación estructural” más tarde). Compré hace dos veranos la Entropía [La ley de la entropía y el proceso económico] en Havard Coop, esperando leerla en el entonces cercano futuro. Pero lo he estado posponiendo bajo la presión de otras tentaciones y compromisos, y gradualmente se fueron desvaneciendo mis buenas intenciones. Me alegré mucho, por tanto, cuando vi la conferencia de Yale, esperando que me diera en un breve resumen el quid de tu pensamiento sobre estos problemas. Espero que lo haga, pero sea así o no, puedo decir al menos que lo encuentro tanto fascinante como provechoso.
Estoy completamente de acuerdo con tus argumentos principales y creo que están expresados de la manera más afortunada. Donde difiero, por supuesto, es en que hayas abstraído tanto la economía como la ecología de su contexto social −y también en su mayor parte, aunque no enteramente, de su trasfondo histórico−. Las dos páginas y media finales del ensayo son admirables, pero ¿qué suponen sino una profunda revolución social? No, secundariamente (o no tan secundariamente), una revolución que simplemente derroque el viejo orden (como es el caso de Rusia y el este de Europa) sino una que vea este derrocamiento como una oportunidad única para crear un nuevo orden −uno que contenga en buena manera los valores y perspectivas [con respecto a la ecología] que tu señalas. Y eso parece ser precisamente lo que están intentando hacer los chinos (no digo por supuesto que “lo han hecho”) y al intentarlo están desencadenando un resurgimiento del marxismo, especialmente en el Tercer Mundo, que deja muy atrás el marxismo “economicista” del periodo de la Segunda y Tercera Internacionales. Me tomo la libertad de enviarte una copia del número de junio de Monthly Review, llamando tu atención sobre el editorial “Veinticinco años azarosos”. También te recomiendo un artículo que aparecerá en el número de septiembre, “Elogio del socialismo” de Samir Amin (un marxista egipcio que es director del Instituto Africano de Desarrollo y Planificación Económica en Dakar patrocinado por la ONU), con el que creo que estarás ampliamente de acuerdo. El marxismo del tipo del de los economistas marxianos que tu citas en tus notas es (creo) tan moribundo e inútil (si no peor) que el de la economía neoclásica.
Yo también tengo buenos recuerdos de aquellos lejanos días en Cambridge y “Energía y mitos económicos” me hace arrepentirme de no haber seguido tu trabajo con más atención en los años transcurridos. Espero que nuestros caminos se crucen uno de estos días.
Como siempre,
Paul
[Este texto, traducido del inglés por Carlos Valmaseda, ha sido publicado en el número de febrero de 2017 de Monthly Review: https://monthlyreview.org/2017/02/01/ecology-and-revolution/]
4/2017
...Y la lírica
Miguel Hernández - Paco Ibáñez
Andaluces de Jaén
Andaluces de Jaén, de Miguel Hernández. Versión cantada por Paco Ibáñez.
31/3/2017
La Biblioteca de Babel
Pedro Ibarra
Memoria del antifranquismo en el País Vasco
Por qué lo hicimos (1966-1976)
Pamiela (2a ed.), 2017, 192págs.2017
¡Que por qué lo hicieron!
Había una vez una zona residencial llamada Neguri, allá por la margen derecha de Bilbao, que era muy rica, muy privada y muy elitista. Los habitantes de Neguri alardeaban de nosotros. Además de nosotros, huelga decirlo, había también otros, que eran los que trabajaban en sus fábricas. También había otros (bien armados pero mal pagados) que se encargaban de vigilar a los demás otros: fuerzas represivas, les llamaban. Los de Neguri eran un centenar de familias, y en una de ellas nació don Pedro Ibarra (en adelante, Perico), que tuvo una infancia feliz, una adolescencia más feliz si cabe y una juventud esplendorosa. Se licenció en derecho en la universidad de Deusto, y casó con Carmen (de la familia Oriol).
Nosotros y los otros tenían dos mundos separados pero una cosa en común. A saber: iban todos los domingos a misa (y las fiestas de guardar, claro); aunque no eran los mismos curas. Católicos, apostólicos, romanos y del Opus Dei, para los nosotros; curas obreros y, encima, curas rojos (y muy rojos) para los otros. Carmen y Perico iban a misa, por supuesto: faltaría más; pero eran cristianos curiosos y además leídos, y les dio por frecuentar a los curas de la margen izquierda. ¡Para qué os voy a contar! Saltaron chispas. Ellos animados por el a ver qué hacen y el dar testimonio, y los curas inmisericordes: qué testimonio ni qué leches, los obreros necesitan ayuda en su lucha cotidiana contra la patronal, joder. Esto ―y las lecturas, fundamentales― fueron un trauma horroroso. Tal y como lo oyes: horroroso. Vamos: que les dejaron mal cuerpo.
Total, que decidieron que había que hacer algo. Esto es lo que Perico denomina dar el salto. No es fácil, la verdad. Decir adiós a todo esto les llevó más de dos años (1966-1967). Lo primero fue ir a vivir fuera del nido bien acolchado: se fueron a vivir en los pisos de la urbanización Ciudad Terrenal (¡no iba a ser celestial, digo yo!) con toda su cuadrilla y allegados. No contentos de tener su cuasi-comuna, se metieron en el movimiento vecinal, en la Asociación de Vecinos de Leioa.
En 1967, en unos ejercicios espirituales, entraron en la editorial ZYX, perteneciente a católicos de izquierdas. ZYX se caracterizaba por hacer evangelización vendiendo por los barrios libros de izquierdas. Carmen cumplió; Perico no (¡qué vergüenza!). A mí siempre me sorprendió lo pequeños que eran los libritos de ZYZ, pero Perico lo desvela todo en este libro: la burguesía odiaba la cultura; y los obreros, pues también. O séase: libros de bolsillo y pocas páginas. En fin, libros que no parecían libros: ya me entendéis, ¿no?
En 1968 crearon Perico y su cuadrilla otra editorial, Zero, que, por la novedad, la censura les dejó hacer. ¿Qué por qué? Pues está muy claro: eran todos hijos de Neguri, es decir, de la más alta alcurnia de la clase dominante. Los censores tardaron dos años en reparar que los libros que publicaban eran asaz subversivos. A partir de 1970, les dejaron publicar alguno… pero con cuentagotas.
En 1969, puestos a dar testimonio y a ganarse (mal) la vida, no se les ocurre nada mejor que montar el primer despacho laboralista de Bilbao: con Francisco Letamendía (¡otro que tal!). E incluso se les ocurre un título fastuoso para el asunto que acababan de crear: Instrumento al Servicio de las Organizaciones de Masas (ISOM). Perico adjetiva: impresionante. ¿Impresionante? ¡Terrorífico! Por suerte, no lo intentaron legalizar, pues de lo contrario aquí se termina el libro, con Perico fusilado o en la cárcel a perpetuidad.
La verdad es que Perico no se preparaba mucho los juicios, porque el resultado estaba bastante cantado por los jueces de la dictadura (y al que lo habían despedido, despedido estaba). Perico emprendió el camino de Barcelona para consultar a August Gil Matamala, laboralista de pro, al cual no le satisfizo la argumentación moral del vasco y le soltó a bocajarro: mira, niño, hay que apoyar a la clase obrera porque los obreros, como clase, tienen la razón. ¡La razón histórica, ¿te enteras? Y punto. Perico, acoquinado, volvió con coche (no con tablillas) a Bilbao y predicó en adelante la palabra del catalán a quien tuviera oídos para entender.
En 1970 ampliaron clientela: Josean Etchebarrieta les propone actuar de defensores de los encausados en el Proceso de Burgos, y va Perico y acepta. Ustedes dirán: claro, los nacionalistas… No, no. Para nada. Al contrario: el nosotros de Neguri había ocultado por completo qué era eso del nacionalismo, o sea que lo de Burgos le sirvió a Perico para hacerse su abecedario de eso que llaman la cuestión nacional.
Más aún: en 1972 no se le ocurre a Perico nada mejor que montar una organización —que no partido— apellidada Liberación (de matiz libertario): era una organización para la organización, ¡toma ya: áteme esta mosca por el rabo!
Comunidad de escalera, asociación de vecinos, editoriales, juicios a magistratura, procesos ante el Tribunal de Orden Público, las tareas de Liberación… parecería que en seis años el gran salto adelante (¡perdón!) había concluido favorablemente. ¿Sí? Pues no. Lo siento, pero no.
A Perico le reconcomía el maldito incordio: ¿es nuestra escalera la comunidad perfecta?, ¿estaré vampirizado por la comunidad tal cual es? (Ay, empezamos bien.) ¿La laicización del impulso religioso no nos estará llevando a un dogmatismo civil? (Ay, ya estamos.) ¿Cómo puedo ayudar al movimiento obrero si no soy obrero? (¡Tierra, trágame!) Pues sí. Cuando no era una cosa, era otra: pero el incordio seguía. Y seguía. (¡Pobre Carmen! ¡Lo que debe de haber sufrido esta mujer con el incordioso éste! ¡Ay, Carmen, lo que debes de haber sufrido!).
Después, en 1973, Carrero Blanco ganó el record mundial de salto de altura y, con ello, empezó la lucha final: o Franco o los otros, es decir nosotros: los condenados de la tierra, vamos. El nosotros de Neguri perdió hegemonía; el nosotros obrero y combativo empezaba a ganar la batalla.
El incordio no cesó, pero adquirió tintes históricos; es decir, monumentales. Porque Perico, arrimando día a día el codo para desplazar al franquismo, seguía pensando: ¿qué demonios será lo que estamos construyendo?
Y a eso dedica las páginas finales del libro, unas cuarenta o por ahí. Páginas que amenas no son, vamos: ni mucho menos. Que hay que leerlas línea a línea, para no dejar escapar un maldito matiz, ¡y mira que los hay!
Perico —a quien ya le sospechábamos la vocación de vate (y si no, a los anexos del libro me remito)— emprende la entonación de una Oda Popular a la movilización de masas, porque dios le dio a entender que en 1976 apareció, ni más ni menos, que un pueblo vasco en lucha. Pero no un pueblo vasco nacionalista. No jodamos, no. Se trata de un pueblo vasco unido que, suponemos, jamás será vencido. O sea, que todos los movimientos confluyen en la lucha común cuya seña de identidad es ser un pueblo con un único objetivo, también común: acabar con el maldito franquismo. O como dijo Manolo Vázquez Montalbán: que contra Franco luchábamos mejor, vaya.
[¿Puedo hacer una pregunta? ¿En 1976 los vascos rompieron con la fatalidad histórica y se pusieron a leer o no? Porque me temo que no: ¡hasta entre los extranjeros hace furor lo de tomarse unos potes! ¡Pero si hasta Lenin que, como es sabido —como dice Perico en la página 33 (alabado sea Perico)—, era muy listo, rectificó su menosprecio por la cultura y dijo aquello de ¡estudiad, estudiad, estudiad!]
A lo que íbamos. Al cambiar de capítulo, cambiamos de perspectiva. Y me diréis: ¿pero esto qué es? Pues lo que os acabo de decir: donde dije digo, digo Diego. Y donde todo estaba diáfano (como en 1976), se vuelve mucho más claroscuro (como después de 1976).
A saber: ¿y si el pueblo vasco unido no estaba destinado a no ser vencido? Y zas: ¡el incordio vuelve una vez más! Bueno: a lo mejor en 1976 agotamos todas las existencias contra el franquismo. En 1977 empezó la subida salarial más bestial del siglo, y el movimiento obrero estuvo entretenido (mientras se consolidaba políticamente un nuevo régimen de ciudadanos siervos). Lo del sectarismo, Torte, déjalo correr o vas a liarla parda: ¡que, entre otros, se refiere a TU partido, joder!
Lo que tiene mayor enjundia —hay que reconocérselo a Perico, que se lo ha currado— es todo eso de la necesidad y de la virtud. Que el movimiento hizo de la necesidad virtud. Que si hubo comisiones obreras con delegados elegidos en asambleas fue por necesidad… pero no por virtud (pues no existían sindicatos legales, salvo la Central Nacional Sindicalista: el vertical, vamos). Fue ingenuidad histórica no darnos cuenta de que esto podía estar pasando. ¿Cómo? ¿Nosotros, darnos cuenta? Qué va: a la lucha compañeros, ¡es la victoria final! …y al cabo de cuatro años estábamos más solos que la una.
Perico ha titulado su libro memoria. ¡Mentira, mentira! ¡Que no es memoria! Memoria es cuando uno, llegado a una edad provecta, intenta ofrecer un resumen de lo actuado (o no actuado, pero que se lo atribuye).
¿Resumen aquí? ¿Cómo va a ser un resumen si a cada capítulo se le añade una fanega de incordio fastuoso y de dudas existenciales? No sé cómo titularlo —¿secretos de un matrimonio?, ¿hablamos esta noche?— pero no es una memoria al uso, ¡pardiez! Tampoco son las notas de un psiquiatra amigo: no habría aguantado tanto, os lo juro. Más bien son un revoltijo indescriptible de recuerdos, incordios, análisis históricos y condimentos varios. ¿Qué se puede comer? Sí, claro. Por supuesto. Se puede comer, se puede digerir y hasta tiene buen sabor.
Y, por supuestísimo, lo de por qué lo hicimos será broma, digo yo. Porque con la patronal, la dictadura y los antidisturbios que había por aquel entonces si querías un jornal digno, compañero, había que hacerlo: no tenías otra solución.
Y, ahora, el fervorín final.
Quizá los jovencitos —que no leen— harían bien en tragarse este comistrajo delicioso, para aprender cómo fue el pasado. Que además es un libro no nacionalista, lo que es muy de agradecer.
Hala, Perico: ¿y qué pasó luego? Cuenta, cuenta, que estamos ansiosos.
Torte
21/3/2017
Moshe Lewin
El siglo soviético
¿Qué sucedió realmente en la Unión Soviética?
Crítica, 2017, 510págs.2017
El socialismo supone que la propiedad de los medios de producción es de la sociedad, no de una burocracia. Siempre se ha pensado en el socialismo como una etapa más de la democracia política, no como su rechazo. Por ello, seguir hablando de 'socialismo soviético' es presentar una auténtica comedia de los errores. Asumir que el socialismo es factible supondría la socialización de la economía y la democratización de la política. Lo que sucedió en la Unión Soviética no fue sino el dominio de la economía por parte del Estado y una burocratización de la economía y de la política. Si, ante un hipopótamo, alguien insistiera en afirmar que se trata de una jirafa, ¿se le otorgaría una cátedra de zoología? ¿Acaso las ciencias sociales son menos exactas que la zoología? [*]
M. Lewin, El siglo soviético, p. 471.
Aprovechando el primer centenario de la Revolución Rusa, la editorial Crítica ha tenido la acertada idea de volver a editar la traducción española de la obra maestra del ya fallecido historiador ruso afincado en Estados Unidos Moshe Lewin [1]. El ensayo de Lewin se propone proporcionar una respuesta racional y solvente a la pregunta '¿qué fue la Unión Soviética?', esto es, ꞌ¿en qué consistió el sistema sociopolítico existente en aquel país durante más de setenta años?ꞌ.
La poca disposición a analizar con racionalidad y precisión el sistema político y la sociedad soviéticos ha sido por mucho tiempo la actitud predominante entre los académicos occidentales. Con demasiada frecuencia, la invocación de etiquetas ideológicas o propagandísticas tales como comunismo, socialismo o totalitarismo, unas utilizadas con manifiesta incorrección, otras creadas en sus mismos orígenes con fines de manipulación propagandística [2], ha sustituido el estudio científico de la realidad soviética. El abuso indiscriminado de dichas etiquetas ha comportado repetidas veces un entendimiento defectuoso de la naturaleza del sistema soviético y ha reducido toda su complejidad a un catálogo de los crímenes indudablemente cometidos por muchos de sus líderes. En agudo contraste con los prejuicios subyacentes a la mayoría de los estudios occidentales sobre la historia soviética, Lewin está convencido de que esa historia puede ser científicamente estudiada al margen de tales prejuicios. Según el académico ruso, su ensayo sería la prueba viviente de dicha posibilidad.
El libro de Lewin es más un ensayo de investigación que una monografía histórica tradicional, por lo que predomina en él la perspectiva analítica y temática por encima de la cronológica. Dos son las tesis clave acerca del sistema soviético sostenidas en El siglo soviético: 1) este sistema apenas guarda alguna similitud con un modelo de sociedad socialista, pues, en realidad, fue una estrafalaria mezcla de autocracia zarista renovada y dictadura modernizadora no capitalista; y 2) resulta por completo inapropiado definir como 'estalinista' toda la experiencia soviética postrevolucionaria porque el estalinismo acabó hacia mediados de los años cincuenta y desde entonces se desarrolló una sociedad y un estado postestalinistas, muy distintos a aquellos conocidos en la época de Stalin, hasta que las reformas de Gorbachov condujeron a la disolución de la URSS.
1) Respecto a la primera de las tesis mencionadas, Lewin describe, haciendo gala de un impresionante conocimiento de los archivos rusos desclasificados hasta el momento de la publicación de su libro, cómo evolucionó la sociedad y el estado-partido soviéticos en su papel de autocracia modernizadora entre los años veinte y los años ochenta del siglo XX. La Gran Guerra, la Revolución Rusa y la subsiguiente guerra civil destruyeron buena parte de las estructuras sociales y políticas heredadas del pasado. El partido bolchevique, una organización política socialista urbana antes de la Revolución de Octubre, conquistó el poder prevaliéndose del vacío de autoridad existente entonces a causa de la incapacidad de cualquier otra fuerza u organización para ganarse el apoyo de la población o de movilizarla con el objeto de construir un régimen estable y popular. En un contexto de devastación total tras años de guerra [3], el liderazgo bolchevique se encontró en la nada envidiable posición de tener que reconstruir la sociedad y el estado por medio de un partido diezmado y excesivamente centralizado cuyos miembros políticamente más valiosos y mejor formados habían muerto en la guerra. Por si ello no fuera suficiente quebradero de cabeza, Lenin y sus colegas, líderes, recuérdese, de un partido obrero urbano, se hallaban inmersos en un mundo abrumadoramente rural –a principios de los veinte, el campesinado todavía constituía más de las tres cuartas partes de la población del antiguo imperio ruso− y aislados del resto de Europa, por no decir acosados por los gobiernos europeos. A esas alturas, no existían ya organizaciones o movimientos políticamente relevantes fuera del partido bolchevique y el componente democrático de la Revolución Rusa, los soviets, no pasaba de ser una sombra de lo que fue, perdida su autonomía debido a las exigencias de la guerra civil o liquidados sin más en el transcurso de la misma en los territorios controlados por los rusos blancos [4]. En resumidas cuentas, la Rusia de la postguerra civil estaba a merced de una minúscula élite con poder absoluto para llevar a cabo una misión primaria y urgente [5], si se quería que el país sobreviviese a su ruina: reconstruir el estado y la sociedad, como ya se ha apuntado.
Una vez desaparecido del horizonte inmediato el ilusorio sueño de una revolución socialista mundial o europea –visto las cosas retrospectivamente, claro está−, la élite a que se ha hecho referencia en el párrafo anterior sólo podía hallar alguna inspiración realista para cumplir su misión en el capitalismo occidental y, sobre todo, en la Rusia prerrevolucionaria (ya que el haber de la Rusia revolucionaria se limitaba a la guerra, el caos y la férrea dictadura que representó el 'comunismo de guerra', si dejamos de lado el corto experimento de los soviets y la decepcionante NEP). Y ¿cuál era el único modelo que ofrecía la Rusia prerrevolucionaria a los apparatchik bolcheviques? Pues ni más ni menos que la recién derrocada autocracia zarista misma, consistente, básicamente, en una todopoderosa burocracia estatal encargada de tratar todos los asuntos concernientes al imperio ruso en nombre de un déspota sacrosanto. Esa fue en buena medida la clase de régimen que surgió finalmente en la década de los veinte y de los treinta: una autocracia bajo el liderazgo de un déspota, Josif Stalin, en la cual un gigantesco aparato burocrático se ocupaba de cada detalle y administraba cada aspecto de la sociedad. Pero mientras la autocracia zarista era en lo fundamental conservadora, estaba consagrada a la preservación de un orden semifeudal y agrario, la autocracia burocrática soviética obedecía a un espíritu modernizador, es decir, funcionaba como un despotismo cuyo fin era transformar Rusia en una potencia industrial urbana de primer orden, con ciudades modernas, tecnología moderna, armas modernas, una población técnicamente instruida... Naturalmente, la modernización soviética seguía los patrones de modernidad de la época, que no eran otros que los propios de la primera mitad del siglo XX.
Para alcanzar lo antes posible esta meta modernizadora, el autócrata, Stalin, y la burocracia del estado-partido a su servicio estaban dispuestos a imponer todo tipo de sacrificios a la población soviética en aras de unos mal concebidos ideales de progreso y grandeza patriótica. Las brutalidades de la 'colectivización' forzosa del campo, de la industrialización acelerada, del GULAG [6] y de la reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial se justificaron como sacrificios inevitables para crear de la nada una Gran Patria Rusa moderna. Brutalidades que supusieron millones de víctimas, a las que habría que sumar las purgas políticas preventivas de miembros del partido y del ejército considerados potenciales enemigos del proyecto nacionalista de modernización 'relámpago' de la URSS (o, también, de quienes eran vistos como unos inadaptados a la nueva realidad). Además de responder a una política preventiva de eliminación de hipotéticos obstáculos a ese proyecto, las purgas políticas (y administrativas) servían al propósito de señalar chivos expiatorios a los cuales responsabilizar de los fracasos o contratiempos en su implementación, así como del sufrimiento que generaba a la población.
2) En cuanto a la segunda tesis de Lewin, la necesaria diferenciación entre la URSS estalinista y la postestalinista, el autor ruso advierte del error científico o la trampa propagandística que supone equiparar dos fases de la historia soviética tan heterogéneas entre sí. Para Lewin, la principal diferencia estructural entre estalinismo y postestalinismo reside en que durante el primero la maquinaria burocrática modernizadora se hallaba sometida a un liderazgo y control específicamente políticos, si bien de carácter criminal, aterrador y arbitrario, encarnado en la persona de Stalin, mientras que en el postestalinismo no: los estratos superiores y medios de la burocracia del estado-partido se liberaron de cualquier clase de liderazgo y control efectivos y se hicieron dueños indiscutibles de la situación. Ante la falta de una dirección política, democrática o tiránica, de la burocracia, sus capas superiores no tuvieron otra preocupación (ni otra aptitud) que conservar y disfrutar sin los sobresaltos del estalinismo sus privilegios económicos y sociales a cambio de una mejora sustancial, aunque modesta en comparación con la experimentada en las sociedades occidentales, de las condiciones de vida de la población.
Los resultados del postestalinismo, que se extiende desde la condena de los excesos de Stalin por Jrushchov en el XX Congreso del partido (1956) hasta los años ochenta, fueron ambiguos. Por un lado, el grueso de los ciudadanos soviéticos gozaron de un nivel de vida y una seguridad jurídica nunca antes visto en los territorios de la URSS (ni tampoco después): las condiciones de vivienda, alimentación, instrucción y trabajo mejoraron drásticamente; se creó un incipiente 'estado de bienestar'; el terror masivo y los campos de concentración desaparecieron; el respeto a la legalidad en el ámbito penal y policial se tomó en serio y la severidad de las penas se suavizó. Pero, por otro lado, el dinamismo del sistema a todos los niveles, dependiente en el pasado de las sacudidas provocadas por las periódicas descargas de la terrorífica e inhumana furia estalinista, quedó reducido a la mínima expresión. A pesar de contar con información fidedigna tanto de la situación de la URSS como de sus rivales occidentales, la élite soviética, incapaz de reaccionar e innovar, continuó pensando en términos de la primera mitad del siglo XX en cuanto al modelo tecnológico-productivo [7] y en términos de autocracia sin autócrata en el plano político. El postestalismo terminó el mismo día en que los burócratas de las altas esferas se cansaron de ser meros gestores oficiales de los activos estatales y, aprovechando las oportunidades y la inestabilidad creada por las reformas de Gorbachov, decidieron apropiárselos con todas las de la ley. El origen de la clase dirigente y del capitalismo mafioso rusos de los noventa se halla en este paso, o conversión de los gestores o managers del estado-partido soviético en propietarios legales de sus activos privatizados [8].
No deseo acabar esta reseña sin plantear críticamente una cuestión a mi juicio fundamental y que el autor no formula en su ensayo. Se trata del problema de la probable conexión causal entre determinados aspectos de la organización, doctrina y práctica del movimiento bolchevique con anterioridad a su toma del poder en otoño de 1917 y el desarrollo posterior de los acontecimientos que llevaron a la génesis de ese espantoso engendro que fue el estalinismo. Las afirmaciones al uso en cierto sector de los estudios sobre la URSS del estilo 'Lenin y los revolucionarios bolcheviques de 1917 nada tuvieron que ver con lo que pasó después en la URSS' o 'la degeneración del sistema soviético fue obra exclusiva de Stalin' no parecen convincentes ni razonables. En este punto, si en verdad queremos comprender por qué fracasó el experimento soviético en el antiguo imperio zarista, se debería valorar cuidadosamente las aportaciones sobre el tema de autores contemporáneos que, si bien han hecho de la tarea de denigrar la revolución bolchevique una especie de compromiso personal, son, a pesar de ello, historiadores competentes, como Orlando Figes o Robert Service.
Notas
[*] El original en inglés matiza el contenido de la última pregunta retórica: “Are the social sciencies really that much less exact tan zoology?”.
[1] La primera edición en español de El siglo soviético data de 2006.
[2] Este es el caso del término 'totalitarismo'. Proviene de la expresión 'stato totalitario', acuñada en los años veinte por el fascismo italiano para referirse a sí mismo.
[3] No es una exageración. Un ejemplo muy significativo: la producción rusa de acero y hierro de 1921 representaba tan sólo el 4% de la de 1913 (Lewin, M., El siglo soviético, pág. 370).
[4] Como es sabido, un soviet es una asamblea o consejo de soldados, obreros urbanos o campesinos. A lo largo de 1917, la mayoría de los soldados y los trabajadores urbanos y muchos campesinos formaron de manera más o menos espontánea soviets en las unidades militares, las fábricas y las comunidades rurales, los cuales tomaron progresivamente el control de ejércitos, talleres y aldeas. El movimiento de los soviets forzó en la práctica la abdicación de Nicolás II e impuso a los empresarios y terratenientes sistemas de cogestión en las fábricas y las propiedades rurales. En el momento de tomar el poder, el partido bolchevique era la fuerza dominante únicamente en los soviets de Moscú y Petrogrado.
[5] Mucho se ha hablado de la viveza de las discusiones internas y de los procedimientos de toma de decisiones colectivas en el seno del partido bolchevique hasta la consolidación del poder personalísimo de Stalin. Ello es cierto, pero no se olvide que estas discusiones y procedimientos sólo se daban en la cúpula del partido y no suponían ningún cuestionamiento de su monopolio del poder ni de su fuerte centralización jerárquica interna.
[6] Acrónimo de Glavnoe Upravlenie Lagerei (Directorio General de Campos), el organismo al frente del sistema de campos de concentración soviético.
[7] Excepción hecha de los sectores armamentístico y espacial, un mundo aparte en el estado soviético.
[8] El fenómeno de progresiva suplantación de facto de los titulares formales de las organizaciones por sus gestores no es exclusivo de los regímenes de 'tipo soviético'. Al contrario, ha estado muy presente en la evolución de las sociedades capitalistas del siglo XX, y no sólo en el ámbito público, sino también, y sobre todo, en el privado. Así, por ejemplo, ha sido habitual que las empresas hayan estado bajo el dominio de sus consejos de administración, integrados por los ejecutivos o managers de máximo nivel de la empresa, en lugar de estarlo bajo el de sus órganos de decisión 'soberanos' –las juntas generales de accionistas−. La burocratización privada o público-privada se complica aún más en nuestros tiempos, en los cuales el capital de las empresas suele estar controlado por inversores institucionales.
Ramón Campderrich Bravo
19/3/2017
Terry Eagleton
Cultura
Taurus, 2016, 196págs.2016
A propósito de Cultura
El libro Cultura, de Terry Eagleton, es bastante recomendable, a pesar de su carácter asistemático. El índice del libro es bastante equívoco; diseminado por lo que parecen artículos sin demasiada relación entre sí, van aflorando los temas que configuran el debate cultural actual.
Terry Eagleton fue discípulo de Raymond Williams, y la definición que da de cultura es la que Williams dio en Palabras clave:
[Cultura] puede designar 1) un proceso de obras intelectuales y artísticas; 2) un proceso de desarrollo espiritual e intelectual; 3) los valores, las costumbres y prácticas simbólicas en virtud de las cuales viven hombres y mujeres; o 4) una forma de vida en su conjunto (página 13).
No hay que ser muy espabilado para observar que esta definición es contradictoria.
La cultura en el sentido artístico y e intelectual del término puede muy bien entrañar innovación, mientras que la cultura como forma de vida generalmente es una cuestión de hábito. […] En este aspecto, la cultura es lo que hemos hecho antes –incluso lo que, quizá, nuestros antepasados hicieron millones de veces. […] Como la cultura entendida como arte puede ser de vanguardia, mientras que la cultura como forma de vida es sobre todo una cuestión de costumbre. Como la cultura artística con frecuencia es minoritaria –pues incluye obras a las que no resulta fácil acceder— es diferente en este sentido de la cultura como proceso de desarrollo, que se podría considerar más igualitaria (página 14).
Con buen tino, habrá que considerar que toda concepción de cultura en su conjunto es abierta y que no es posible hablar de una sola de sus acepciones olvidando todas las demás. Además,
La cultura es al mismo tiempo la forma más sutil de conocimiento y aquello que sabemos pero no hace falta que sepamos que sabemos (página 103).
Lo que quiere decir que
no está claro hasta qué punto es la cultura un fenómeno consciente o inconsciente (página 40).
Esto plantea dudas acerca de motivaciones básicas. A saber:
¿cómo podemos saber lo que deseamos hasta que le damos expresión? Incluso entonces no es evidente que siempre hayamos sabido lo que queríamos. Al no ser transparentes para nosotros mismos, como tienden a suponer los libertarios románticos, podemos engañarnos fácilmente sobre ello. Hay falsos deseos y formas falaces de libertad (página 137).
Esto afecta seriamente capas más o menos profundas de nuestro subconsciente. Lo que hace que cotidianamente la gente exprese contradictoriamente entre unos deseos pero viva conforme a otros no expresados, provocando que lo no expresado lleve ventaja sobre lo expresado: pensemos simplemente en el consumo donde ésta contradicción se vive día a día. Por eso
la cultura se refiere menos a lo que hacemos que a cómo lo hacemos (página 17).
Esta mezcla de consciencia e inconsciencia –o esta atención a las formas no pensadas de actuación— es lo que Eagleton denomina inconsciente cultural.
Este inconsciente social es una de las cosas a las que nos referimos con cultura. Resulta irónico, puesto que la cultura entendida como las artes y el trabajo intelectual está entre las actividades humanas que son más sutilmente conscientes (página 64).
El inconsciente social es particularmente relevante en el carácter incompleto de cualquier formación cultural. En esto, Eagleton sigue de nuevo a Williams.
Williams vincula el inconsciente social al hecho de que una cultura siempre está formándose. Si es imposible desenterrarlo y sacarlo a la superficie de la conciencia, en parte es porque nunca está completa. Así, el inconsciente de una cultura es, entre otras cosas, resultado de su historicidad. Es el futuro lo que no podemos conocer, no simplemente el subtexto oculto de nuestro pensamiento y nuestro comportamiento actuales, y por esta razón nunca podemos saber con seguridad qué tendencias culturales del presente serán fructíferas y cuáles serán callejones sin salida […] Por tanto, la historicidad es una de las razones por las que, de acuerdo con Williams, una cultura nunca puede totalizarse (página 109).
Pero advierte que
Las formas de vida son dadas en el sentido de que no tienen una justificación racional (página 58).
Eagleton cita a Williams de nuevo
Mientras es vivida, una cultura siempre es en parte desconocida, en parte no realizada. La formación de una comunidad siempre es una exploración, pues la consciencia no puede preceder a la creación, y no existe ninguna fórmula para la experiencia desconocida. Debido a esto, una buena comunidad, una cultura viva, no solo acogerá sino que apoyará activamente a todos y cada uno de los que pueden contribuir a ese avance en la conciencia que constituye una necesidad colectiva […]. Hemos de considerar cada afecto, cada valor, con toda atención: porque desconocemos el futuro, quizá nunca estaremos seguros de lo que puede enriquecerlo (página 108, 56).
Esto plantea una contradicción abierta en el concepto de cultura –y en el uso político del mismo—, la duda acerca de qué opción cultural tomar, pues el futuro no está escrito. Williams abordó en Cultura y sociedad el problema desde la planificación cultural.
Tenemos que planificar lo que pueda planificarse, de acuerdo con nuestra decisión colectiva. Pero la idea de cultura nos recuerda correctamente que la cultura es esencialmente implanificable. Hemos de garantizar los medios para la vida, y los medios para la comunidad. Pero no podemos saber ni decidir qué se va vivir con esos medios (página 110).
Otra de las novedades que aporta el análisis de la sociedad actual es el tener en cuenta la diversidad cultural, que con la emigración pasa a ser una cuestión al orden del día, vinculada al racismo y a la xenofobia que se oponen a ella.
La idea de que las culturas humanas pueden solaparse, o de que es posible participar en una variedad de ellas de manera simultánea, no es nueva. A lo largo de la historia hay incontables ejemplos de esas formas de vida híbridas. Lo que es nuevo es el hecho de que a partir de ahora la existencia social contará normalmente con un alto grado de diversidad cultural (página 146-147).
***
En su libro, Terry Eagleton traza una historia del concepto de cultura, que es, en lo fundamental, lo que Raymond Williams trató en Cultura y Sociedad (1740-1950).
Es la civilización industrial lo que contribuye a generar la idea de cultura. La palabra «cultura» empezó a utilizarse de forma generalizada en el siglo XIX. Cuando más mecánica y empobrecida parece la experiencia cotidiana, más se promueve un ideal de cultura por contraste. Cuando más burdamente materialista se vuelve la civilización, más exaltada y sublime parece la cultura (página 23).
Por el camino, los dos conceptos –civilización y cultura— fueron alejándose mutuamente.
La civilización está en guerra con la cultura: la división del trabajo, un aumento del conocimiento del conocimiento empírico, la compleja maquinaria del Estado moderno y una distinción más rigurosa entre las clases se han conjugado para escindir la naturaleza íntima de la humanidad. […] El industrialismo, la tecnología, la competitividad, la búsqueda del beneficio y la división del trabajo han dado como resultado facultades atrofiadas y fuerzas discordantes (página 128).
Aunque Williams apostilla que en esto –como en casi todo—, conviene ir con cuidado. Como dice en Cultura y sociedad (citado por Eagleton):
¿Nos referimos a una democracia basada en el sufragio universal, o a una cultura cimentada en la educación universal, o a un público lector surgido de la alfabetización universal? Si los productos de la civilización de masas nos parecen tan repugnantes, ¿hemos de identificar el sufragio, la educación o la alfabetización como agentes de la decadencia? (página 163).
Mientras tanto, la cultura fue conquistando su lugar en una política de izquierdas.
La cultura en el sentido de ciertos valores preciados se diseminaría a través de la cultura en el sentido de una forma de vida compartida. Era una forma innovadora y ambiciosa de política cultural, y además extremadamente eficaz (página 131).
Entender la cultura como una forma de vida compartida rompió los esquemas que tendían a valorar sólo y exclusivamente la alta cultura, basada en los artes y las letras más exquisitas. Decir que la cultura era algo ordinario –como el título de un célebre artículo de Williams— permitió hablar de qué se hacía y cómo se hacía. Permitió hablar de la clase obrera, que no se expresaba tanto por escrito como mediante la creación de los sindicatos en el siglo XIX.
Karl Marx y William Morris, por ejemplo, eligieron algunos aspectos culturales para cimentar la crítica a la división social del trabajo y diseñar el futuro de la sociedad sin clase. Pero ninguno de ellos olvidaba que, en último extremo, la producción cultural, bajo el capitalismo, era mercancía como las demás.
La mercancía se entrega, en el espíritu de un burdel, a todo aquel que tenga dinero comprarla (página 174).
Sin embargo, la cuestión de la mercantilización y producción cultural –«una cultura consumida por las masas, no producida por ellas» (página 138)— ha adquirido históricamente mayor relevancia.
Hacía mucho que la cultura estaba ligada al comercio y la tecnología, pero ahora, con el advenimiento del cine, la radio, la televisión, la música grabada, la publicidad, la prensa de masas y la literatura popular, se estaba convirtiendo rápidamente en una gran industria por derecho propio (página 158).
Las industrias culturales –como las llamaron Theodor Adorno y Max Horkheimer— son hoy un factor económico importante de nuestra sociedad. La nueva industria ha originado una serie de gestores culturales a todos los niveles y de todos los matices políticos y, por tanto, con intereses culturales y políticos muy diversos.
El rasgo cultural más llamativo de la política seguida hasta ahora ha sido la tendencia a la centralización y al gigantismo de los actos culturales públicos, en detrimento de los actos de difusión cultural realizados por los barrios o las asociaciones cívicas. Hay que poner freno a la centralización y a las políticas de pagar por asistir, que están en la base del programa cultural neoliberal. Al mismo tiempo es necesario preservar la pluralidad cultural y artística, impidiendo que determinadas corrientes financieras impongan ciertas corrientes y condene a otras a la marginalidad y el ostracismo.
Hoy los grandes eventos culturales están estrechamente ligados a la poderosa industria del turismo. Determinados conciertos de música moderna o de ópera están determinados por un conjunto de empresas que, aparentemente, no tienen nada que ver con la producción cultural.
La mercantilización de la cultura es muy evidente en los medios de comunicación.
Los medios de comunicación, como organizaciones socioeconómicas dedicadas a fabricar formas de conciencia, revelan una relación particularmente estrecha entre estos dos ámbitos. Aunque son fenómenos «objetivos», también dan lugar a modos «subjetivos» de experiencia (página 160).
Esta mezcla de modos objetivos y subjetivos –de organizaciones socioeconómicas y de fabricación de formas de consciencia— remite de nueve al inconsciente social, pero con el agravante de que lo que puede influir en el público, ha sido pensado antes por alguien deliberadamente. No es casual que el cine de terror, que carece de explicación lógica, sea el favorito de millones de adolescentes. Ni que después la causación lógica de cualquier fenómeno les parezca ya irrelevante.
Así, como solía decir Marx, toda cosa está preñada de su contrario. Como dice Eagleton:
Es una curiosa ironía que cuanto mayor es la presencia de la cultura, más parece un fenómeno por derecho propio, pero cada vez es menos un ámbito autónomo. Además, cuanto más influyente es esta cultura, más refuerza un sistema global cuyos fines son en su mayor parte adversos a la cultural en el sentido normativo del término (página 167).
***
Los dos mejores marxistas británicos del siglo XX –Edward P. Thompson y Raymond Williams— estaban de acuerdo en lo esencial, contra qué combatir, pero discrepaban en casi todo lo demás. También en la definición de cultura. En la reseña de La larga revolución de Raymond Williams (New Left Review, nº 9, 1961, pág. 33), Thompson escribió:
La cultura es una forma de lucha.
Disentía de la definición de cultura como algo ordinario, y apuntaba a una concepción más directamente política de la cultura. Era la conciencia que permitió a muchos activistas –contra el franquismo, por ejemplo— poner en marcha lo que se denominó los frentes culturales, es decir, la virtualidad de las actividades culturales para animar la consciencia de que era posible otro régimen político y social. En este sentido, «la cultura podría ser tanto una forma de imponer el poder como un modo de oponerse a él» (página 143).
Antonio Gramsci había escrito en sus Cuadernos de la cárcel (Einaudi, Torino, 2001, vol. II, p. 1375-1376):
Crear una nueva cultura no significa sólo hacer individualmente descubrimientos «originales»; significa también, y especialmente difundir críticamente verdades ya descubiertas, «socializarlas», por así decir, y especialmente convertirlas en base de acciones vitales, en elemento de coordinación y de orden intelectual y moral.
Una de las acepciones de cultura que caracterizó esta socialización del saber fue la cultura política, que cimentaba –a través del trabajo político— las acciones vitales de la población. En la práctica de muchos hombres y mujeres la difusión cultural fue un trabajo activista constante (y nunca pagado) que se expresaba en los cine clubs, los teatros amateurs, las conferencias y charlas, los seminarios en la universidad, etcétera. Todos ellos fueron lugares donde se desarrolló la actividad de estos frentes culturales (cualquiera que fuera el nombre que se le daba). Por utilizar una frase de Eagleton, fue «una forma oblicua de radicalismo político» que animaba a todos los que querían conseguir la hegemonía y forzar el cambio en la correlación de fuerzas políticas y sociales.
Aunque la difusión cultural, en el sentido que le dio Gramsci, no fue nunca privativa de una opción política de izquierdas. Muchos colectivos que querían dar a conocer una idea recurrieron a estos mismos medios, y proclamaron la cultura es patrimonio de todos y ha de estar al alcance de todos.
La idea de difusión cultural parte del supuesto de que quienes mantienen viva la cultura son los hombres y mujeres que, como ciudadanos, promueven los actos públicos, basándose en el asociacionismo existente o creando nuevas entidades con el objetivo de debatir, convencer y proponer nuevas líneas para el bien común. Durante décadas, ésta fue la principal forma de activismo cultural, y fue la base de cualquier cultura política.
La cultura cambia a medida que evoluciona la sociedad. Williams partía de que en cada formación la cultura dominante es una mezcla de culturas residuales y culturas emergentes. Así, pues, la cultura dominante es el resultado de aquella oposición en cada momento. Pueden convergir así, por caminos diferentes, la concepción de Williams y la de Thompson.
***
¿Por qué hablar ahora de cultura?
Quizás porque en ella anida uno de los problemas más profundos del presente. El problema de volver a tejer unos vínculos solidarios en el seno de una sociedad desgarrada.
En el presente, una de las mayores necesidades culturales es crear en los ciudadanos conciencia de pertenencia a un grupo, de retejer las redes de solidaridad antes existentes, de volver a crear puntos de encuentro de permitan la vida el común. Es vital si queremos ganar al capitalismo.
No es tarea fácil: para nada, porque es ir en la contra de todos los discursos de los medios de comunicación. Pero si no nos lo planteamos, si no hacemos aflorar todo lo que está implícito en ese permanecer sumergido, difícilmente podremos crear una fuerza que busque el bien común de los desposeídos.
Decir que estamos contra la mercantilización de la cultura y su instrumentalización por el poder es una de las formas de poner en el centro la cultura –sin duda—, pero no la única. Ni tan siquiera es la más importante. Porque esto se puede decir incluso desde arriba, pero la tarea cultural más urgente sólo se puede emprender desde abajo. Dónde empiezan las angustias y el no saber por donde empezar.
Josep Torrell
24/3/2017
Foro de webs
Antonio Giménez Merino
Fight for the Future
https://www.fightforthefuture.org
Fight for the Future es una organización estadounidense sin animo de lucro fundada en 2011 y compuesta por profesores, activistas y expertos en informática cuyo objetivo es luchar por la preservación de las condiciones que han hecho posible la libertad de expresión y la creatividad en internet, frente a la cada vez más consistente amenaza que supone el espionaje y la censura de los contenidos y las comunicaciones en la red.
Fight for the Future organiza campañas importantes en los ámbitos mencionados, algunas muy sonadas, como la que rechazaba las normas conocidas como SOPA (Stop Online Piracy Act o ley de cese a la piratería en línea) y PIPA (PROTECT IP Act, para restringir el acceso a aquellos sitios web dedicados a infringir o falsificar bienes, en especial aquellos registrados fuera del territorio de los EE.UU.). Los proyectos en curso pueden verse aquí.
Antonio Giménez Merino
3/2017