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José Antonio Sánchez Román

Los museos y nuestro pasado colonial

Los defensores del statu quo museístico tiran de simplificaciones y mitologías para oponerse a cualquier revisión o discusión sobre las colecciones de arte y su posible origen en algún proceso de expolio.

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Supongo que los defensores de la preservación del statu quo en los museos, es decir, de que no se discuta o revisen las colecciones teniendo en cuenta su origen en algún proceso de expolio colonial podrán ofrecer argumentos de tipo museístico, filosóficos o de otra clase que justifiquen su postura. Pero si pretenden convencer a los que en principio somos partidarios de la revisión en los museos deberán aportar argumentos más sofisticados que la serie de simplificaciones y mitologías que el profesor Manuel Lucena despliega en su artículo “La descolonización no puede ser, y además es imposible” (ABC, 13-11-2022).

La primera idea del artículo es que no se pueden descolonizar los museos porque España nunca tuvo colonias, sino “reinos, provincias, y señoríos”. Aquí se cae en un nominalismo absurdo. En muchas sociedades y durante mucho tiempo no existió la palabra esclavo. Sin embargo, esto no significa que no existiera la esclavitud. Igualmente, otros imperios europeos, incluido el británico, no siempre usaron la palabra colonia para definir sus posesiones, y parece que esos casos según el autor del artículo sí que eran efectivamente colonialistas. (Por cierto, que la India fue gobernada a partir de un determinado momento por un Virrey, lo que debiera sonarle familiar a Lucena).

La pieza sigue argumentando, para demostrar que los territorios españoles en América no eran colonias, que en realidad “la metrópoli fueron ellos: Manila, La Habana, México, Bogotá, Nueva Orleans y Buenos Aires”. Esta caracterización burda encierra, no obstante, una parte de verdad. Una historiografía reciente muy sofisticada sobre los imperios (en el plano internacional se podría mencionar a Frederick Cooper y en España a Josep Maria Fradera) ha puesto de relieve cómo los imperios no se constituían sobre la base de una mera relación unidireccional en la que una metrópoli le imponía las decisiones a una periferia. En el siglo XIX, la política colonial española se decidía en Madrid, pero también en La Habana o Manila. Igualmente, por poner otro ejemplo, la estrategia británica durante la Primera Guerra Mundial se decidió en Londres, pero también tuvo que tomarse en cuenta lo que se discutía en Egipto, la India o Australia. En la política británica sobre el sur de África, la Unión Sudafricana tenía probablemente más peso que Inglaterra. Pero ninguno de estos historiadores llegaría a la absurda conclusión de que, dado que la toma de decisiones era compleja e incluso policéntrica, no existían colonias ni relación colonial. Como lo definieron Jürgen Osterhammel y Jan Jansen, “el colonialismo es una relación de dominio entre colectivos, en la que las decisiones fundamentales sobre la forma de vida de los colonizados son tomadas y hechas cumplir por una minoría cultural diferente y poco dispuesta a la conciliación…”, y esto podemos aplicarlo a la India británica, la Argelia francesa o la América española. En última instancia, los imperios se parecían bastante más que lo que sus apologetas nacionalistas están dispuestos a conceder.

Un último argumento resulta sorprendente. Según Lucena las colecciones “depositadas” en nuestros museos son el resultado de una “política científica multisecular”. La Corona española protegió, desde Felipe II en 1558 hasta la regente María Cristina en 1898, la difusión científica y el desarrollo tecnológico en la España europea y en las “Españas ultramarinas”. Más allá de la absurda idea de algo parecido a una política científica imperial española constante entre los siglos XVI y XIX, hoy en día conocemos bien, gracias a una muy abundante historiografía, las vinculaciones entre colonialismo y estudios y misiones científicas, no sólo obviamente para el caso español. Que las relaciones entre ciencia y colonialismo pudieran ser complejas y cambiantes no lo dudo, pero la afirmación de Lucena es otro brochazo que oscila entre la ingenuidad y el panegírico.

Los defensores del statu quo en los museos, si no quieren conformarse con una narración mítica, deberían buscarse otro paladín.

[Fuente: Ctxt. José Antonio Sánchez Román es profesor de Historia Contemporánea de la UNED]

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2022

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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