Vulnerabilidades, pactos, empresarios y reformas
Cuaderno de augurios: 11
Albert Recio Andreu
I
La pandemia ha traído consigo una crisis económica. Cabía la posibilidad de que esto ocurriera sin el coronavirus, pero este la ha hecho inevitable. España figura entre los países con un porvenir más negro, también algo previsible. Los problemas estructurales específicos que se detectaron en la crisis anterior (y que también situaron al país entre los más afectados) seguían ahí. No se hicieron las reformas que realmente hubieran podido mejorar la salud de nuestra economía y, como ha ocurrido con la salud, la covid ha castigado más a los más débiles. Tampoco esto ha sido una sorpresa, pues había bastante gente que lo preveía (uno de los cortes publicitarios que emitía la SER a diario era un comentario de Milagros Pérez Oliva alertando del tema. No es una especialista, pero sí una buena periodista con buenas antenas y sensibilidad). Quizá la crisis no fuera inevitable, pero estaba claro que, de estallar, volvíamos a tener todos los números para ganar el premio gordo. La economía española lleva muchos años instalada en una montaña rusa. Lo malo es que no se trata de una atracción, sino de una realidad con un coste social brutal en cada caída y una recuperación insuficiente en la fase de subida.
La economía y la sociedad españolas presentan unas vulnerabilidades básicas que conviene tener en consideración.
Una especialización productiva que la vuelve muy frágil ante cualquier cambio. La globalización ha generado una mayor especialización de la actividad económica, algo que en España se ha traducido en un continuo proceso de desindustrialización y en un predominio del binomio turismo-construcción como eje de la actividad económica. La construcción fue el gran factor de impulso en la anterior fase de crecimiento, pero quedó tocada tanto por la enorme sobreoferta de vivienda turística como por la política de recortes del gasto público, que hundieron una buena parte del lucrativo mercado de la obra pública. En la fase de crecimiento que arrancó hacia 2014 el turismo fue el factor crucial de especialización.
Hay que matizar, sin embargo, la afirmación sobre la desindustrialización. Aunque el peso global de la industria ha caído, algunos sectores tienen un peso notable en nuestra economía. Uno de ellos es el agroalimentario, basado tanto en la exportación de frutas y hortalizas como en una potente industria cárnica, y otro es el del automóvil, basado en plantas de multinacionales instaladas en España. Aunque mucha de la industria que subsiste se caracteriza por un importante impacto ambiental, en términos de vulnerabilidad económica lo más importante es, por una parte, la especialización excesiva, que hace depender una buena parte de la economía de lo que ocurra en unos pocos sectores, y por otra el control que ejercen ciertas multinacionales en sectores productivos básicos.
Ahora hemos entrado en una “tormenta perfecta”. La covid ha golpeado directamente a la actividad principal, cuyo peso no puede reducirse al volumen de empleo en la hostelería y la restauración, ya que afecta a otros muchos sectores (comercio, construcción, transportes, suministros hoteleros, actividades recreativas...). Y ello no sólo por el confinamiento, sino también por la propia crisis económica general (el gasto en vacaciones es el primero que la gente ajusta) y por la propia incertidumbre y el miedo que genera viajar en tiempos de pandemia. Por todo esto el sector apunta a una recuperación lenta y dilatada en el tiempo. Al mismo tiempo, se anuncian ajustes en la industria automotriz debido a un exceso de capacidad mundial y un cambio en los modelos de transporte impulsado por el cambio climático, el pico del petróleo y los problemas de contaminación y congestión de las áreas urbanas. La industria española es al fin y al cabo una sucursal que depende de decisiones ajenas. La crisis de Nissan, relevante de por sí, puede ser sólo el primer episodio.
En segundo lugar, un sector público insuficiente en cuanto a tamaño, modelo y músculo financiero. El presupuesto público español siempre ha sido de los más bajos en cuanto a volumen entre los de los países comunitarios. Aunque la instauración de un sistema fiscal moderno generó un importante crecimiento de lo público en la década de los ochenta, este impulso siempre ha estado condicionado por una persistente hostilidad hacia el aumento de los impuestos. Tras la crisis de 2010 llegaron los duros planes de ajuste que se cebaron en los servicios públicos (sanidad, educación, dependencia y bienestar, políticas de empleo, investigación) y en las transferencias. Además, la política de externalización y privatización de actividades aumentó este drenaje de fondos públicos y dio lugar a toda una red empresarial dedicada a parasitar lo público. En algunos aspectos, el modelo autonómico vigente ha acelerado estas tendencias, pues a las comunidades con posicionamientos políticos más neoliberales y proempresariales les ha permitido desarrollar una competencia en clave de miniparaíso fiscal (en la que Madrid es líder) y practicar las políticas más audaces de privatización y externalización en favor de grupos privados.
Que Madrid y Catalunya hayan sido las comunidades más golpeadas por la pandemia quizá tenga relación con el papel de urbes globales de sus capitales, pero es indudable que el caos sanitario que han padecido está relacionado con su historial de recortes del gasto y debilitamiento de la sanidad pública. La debilidad del sector público tiene su máxima expresión en la inexistencia de un sistema bien diseñado y dotado de atención a la gente necesitada de cuidados, una actividad que sigue dependiendo en gran parte del trabajo doméstico, fundamentalmente femenino, y en la que el incremento de las necesidades ha dado lugar tanto al crecimiento de la economía informal en los hogares como al desarrollo de un lucrativo negocio privado. El drama de las residencias es una manifestación clara de esta dejación de lo público y del tinglado comercial construido en torno a ellas. El coronavirus ha puesto al descubierto todas las insuficiencias de un sector público mal dotado, penetrado por los negocios privados y mal organizado (no sólo en la sanidad y la dependencia: el sistema educativo ha quedado igualmente tocado).
En tercer lugar, el elevado nivel de desigualdades, de precariedad laboral y de pobreza. En gran medida es el resultado de las dos cuestiones anteriores, del modelo productivo y de la ausencia de un sector público adecuado. Esto influye en muchos aspectos; por ejemplo, el modelo de especialización productiva conlleva que muchas actividades presenten un elevado grado de estacionalidad (o incluso de ciclos temporales más cortos), lo que “justifica” en parte la existencia de volúmenes elevados de empleo temporal. Parte de la externalización de servicios públicos, que genera precariedad y salarios bajos, se explica por las limitaciones financieras y legales que afectan especialmente al sector público local.
Las limitaciones de los presupuestos y las políticas públicas impiden todo papel redistributivo relevante y en muchos casos dan lugar a políticas que favorecen más a las rentas altas (por ejemplo, en las distorsiones del sistema sanitario y del sistema educativo por la coexistencia de sistemas públicos y privados).
Hay también otros factores adicionales que contribuyen a reforzar estas desigualdades. Por un lado, las empresas desarrollan políticas organizativas, tecnológicas y contractuales diseñadas para discriminar, dividir, abaratar los costes laborales y minimizar el poder de los trabajadores, y en esta labor cuentan con una legislación laboral (y un sistema de control) que facilita estas acciones y que ha sido potenciada tras la implantación de la reforma laboral de 2012. Por otro, las políticas migratorias diseñadas para el control de los flujos tienen un efecto directo sobre la creación de una enorme masa de población en una situación de extrema precariedad política, susceptible de ser explotada en los niveles más bajos del sistema económico.
Asimismo, las políticas de bienestar diseñadas para controlar el gasto excluyen a mucha gente necesitada de ayudas económicas. En conjunto, es la organización de la actividad económica y laboral, del sistema fiscal y regulatorio, la que favorece las insoportables desigualdades del país. Y un país con muchas desigualdades es también un territorio donde abundan los problemas, donde suele faltar la cohesión que se requiere para afrontar problemas clave, donde proliferan las políticas que ignoran las necesidades de la mayoría de la población y donde abundan también el recelo y la poca implicación de los de abajo.
Y en cuarto lugar, pero igual de importante, la enorme exposición del país a la crisis ecológica. El modelo de desarrollo español agudiza todos los aspectos de la crisis ambiental: es altamente depredador de los recursos naturales, la biodiversidad y los espacios naturales, y es altamente dependiente del consumo de energías fósiles no sólo para consumo interno, sino también porque de ello depende el turismo. Además, España está en una posición geográfica particularmente sensible a los estragos del cambio climático. Todos los efectos graves que plantean los estudios de economía ecológica afectan directamente al núcleo de la economía española, ya sea una caída de la extracción de petróleo o un cambio climático profundo. Y hay problemas adicionales que no deben perderse de vista, como el del cambio demográfico, que incide en muchos de los temas discutidos. Pero de momento lo dejo aquí.
Se trata por tanto de una economía sujeta a muchas vulnerabilidades, que en parte explican su comportamiento ciclotímico en los últimos cincuenta años, sobre todo la recurrencia de grandes crisis y la extensión de la pobreza asociada al paro y la precariedad. Refleja en parte la realidad de un país que a lo largo de la historia del capitalismo ha ocupado un puesto de segunda fila. Llegó tarde a la revolución industrial, con un imperio en declive en la fase del colonialismo, con una derecha cerril que coartó muchos de los procesos de modernización y con una internacionalización tardía que entró en crisis al comienzo de la frase de globalización neoliberal. Esta posición de segundón, especialmente en la Unión Europea, explica algunos de los problemas, pero estos no se pueden reducir a una cuestión de mera dependencia exterior. Una gran parte de la crisis industrial de la Transición se hubiera producido de todas formas sin la Unión Europea, pues afectaba a sectores sobredimensionados y poco eficientes. Y aunque dicha crisis condicionó las políticas, sobre todo a partir de los ajustes de 2010, estos fueron especialmente aplaudidos por las élites económicas locales, que consiguieron colocarse con éxito en el nuevo contexto, en algunos casos como empresas globales (de construcción y contratas públicas, energéticas, de distribución, etc.). En otros casos, la desindustrialización resultó ser un negocio rentable para muchos empresarios, ahora reconvertidos en inversores inmobiliarios y rentistas financieros. Y las reformas de 2010 significaron un ahorro de costes salariales que en gran parte fue a parar a los beneficios empresariales y a nuevas oportunidades de negocio allí donde el sector público retrocedía.
Tampoco puede pasarse por alto que hemos llegado hasta aquí por las decisiones tomadas por las élites políticas (y sus asesores en ministerios, organismos públicos y fundaciones). Tras la crisis de 2008, cuando se hizo patente la necesidad de un cambio de orientación, prácticamente se renunció a una política industrial y se recortó drásticamente el gasto en innovación. Las únicas políticas que he conseguido detectar han sido precisamente las orientadas a reavivar la burbuja inmobiliaria (la creación de socimis, el recorte de la ley de costas, la reforma de los desahucios, los derechos de residencia a inversores...) y a promover el automóvil a través de los sucesivos planes Renove.
Estamos donde estamos porque la Unión Europea ha condicionado muchas políticas, porque las castas empresariales han impuesto sus demandas y porque la orientación ideológica de políticos y técnicos ha propiciado unas respuestas concretas. Es decir, porque el bloque de poder en sus diferentes niveles prefiere una economía vulnerable pero muy rentable para sus intereses antes que otra más justa y sostenible.
II
Cualquier programa racional de reconstrucción debería tratar de subsanar estas vulnerabilidades. De su análisis se desprende un mínimo programa reformista que debería incluir:
- Una política destinada a diversificar la actividad económica, centrándose en aquellos sectores que la orienten hacia un modelo más social y sostenible. Parte de esta reorientación podría pasar por fomentar la inversión y la investigación en líneas productivas encaminadas a tal fin, así como las inversiones en equipamientos y el desarrollo urbano sostenible.
- Una reforma fiscal progresiva que permita financiar adecuadamente los servicios y una reforma de estos mismos servicios reduciendo las disfunciones y las fugas de dinero hacia sumideros privados. La política fiscal debe ser también un instrumento de reducción de las desigualdades, de redistribución. Y cualquier mejora de los servicios pasa también por democratizar su control, aumentando la participación de la población en su gestión.
- La reducción de las desigualdades y de la precariedad debe estar apoyada en una nueva regulación de las relaciones laborales que disminuya el excesivo poder del capital y promueva una organización cooperativa del trabajo que podría incluir mecanismos de participación de los trabajadores en la gestión de la actividad. Una regulación inclusiva en un contexto productivo tan complejo exige tanto reformas en muchos campos como la organización de procesos de negociación y análisis permanente.
- Aplicar medidas orientadas a paliar la crisis ecológica, lo que requiere cambios profundos en casi toda la actividad económica: energía, transporte, alimentación, etc.
Cualquier gobierno responsable debería adoptar este tipo de medidas, aunque hay sin duda muchas incertidumbres sobre cuáles son las más eficaces, cuáles generan menor coste social y a qué ritmo pueden ser puestas en práctica. El problema del ritmo es muy relevante en dos aspectos, el político y el de la gestión. El primero tiene que ver con que cualquier política de cambio genera reacciones por parte de los grupos que ven amenazados sus intereses, de modo que ningún proyecto político serio debe olvidar la naturaleza y la fuerza de las posibles resistencias para tratar de neutralizarlas, reorientarlas y poder mantener el programa reformista. El de la gestión tiene que ver con la capacidad de ejecutar realmente el programa. Esto implica resolver problemas organizativos, como con qué recursos se cuenta y qué capacidad de implementar las propuestas se tiene. No hace falta ir muy lejos para entender la cuestión. La aplicación de ERTEs durante el confinamiento ha sido una buena medida para garantizar ingresos a mucha gente, pero el colapso del sistema de gestión ha hecho que una parte de los afectados hayan tardado mucho tiempo en recibir las prestaciones. Es algo que puede ser bastante peor en el caso del ingreso mínimo vital, que para tener cierta efectividad social exigiría que la gente que tuviera derecho a percibirlo lo cobrara al poco tiempo de reclamarlo.
Un programa es de entrada un documento, pero su eficacia depende de su cumplimiento, y este a su vez es el resultado de elementos materiales, técnicos, organizativos y políticos. Son campos demasiado a menudo olvidados cuando se opta por la política de las grandes palabras, pero en los que suelen fracasar muchos intentos de cambio. En todo caso, el diagnóstico básico acerca de las vulnerabilidades, las necesidades, las demandas y las propuestas es relativamente claro... siempre que pensemos que el terreno de la política es mero voluntarismo.
III
En la actual correlación de fuerzas, tanto a escala europea como estatal, un programa de reformas requiere algún tipo de negociación global. La proposición del pacto de reconstrucción por parte del Gobierno tiene sentido, pero exige que haya un acuerdo sobre cómo se valora la situación. Y ha sido en este punto donde toda la propuesta ha saltado por los aires, porque la patronal ha dejado claro desde el principio que sus líneas rojas son inalterables y que en ellas se incluye la negativa a reformar las leyes laborales, a cualquier reforma fiscal. De hecho, todas sus demandas se basan en un más de lo mismo en materia fiscal y laboral, en una exigencia general de ayudas estatales a todos los sectores afectados (o sea, rebajas de impuestos, de cuotas sociales y ayudas directas) y una apelación insistente a rehacer la colaboración público-privada, que hay que entender como que el sector público genere nuevas oportunidades de negocio a un sector privado que ha visto esfumarse una parte de su demanda.
Después se entra en matices. Hay sectores que ven oportunidades en algunas de las propuestas a favor de un Green New Deal, especialmente en el cambio de modelo energético o en una “racionalización” basada en la extensión de la digitalización (hay que realizar un buen cálculo de cuánto de ecológico tiene la extensión de actividades que requieren consumo eléctrico y el uso de materiales raros). Otros menos sutiles, como el sector turístico, simplemente reclaman ayudas y promoción, e incluso algunos exigen eliminar la poca racionalización que se ha intentado introducir en el modelo de movilidad (por parte no sólo del sector automovilístico, sino también de una parte del comercio de lujo). Sin embargo, en conjunto se rechaza cualquier reforma que afecte a sus intereses y su forma de actuar. No deja de ser paradójico que una de las palabras de orden vuelva a ser “flexibilidad”, precisamente cuando si alguien es rígido con sus demandas es el sector empresarial. Hay un ejemplo que resulta esclarecedor: en la demanda de muchos autónomos y pymes, especialmente en el comercio pero también en otros sectores, surge la cuestión de los alquileres, de la dificultad de pagarlos cuando la actividad está bajo mínimos; un planteamiento flexible conduciría fácilmente a renegociar estos alquileres para evitar cierres innecesarios. Pues esto, que es una queja bastante generalizada, queda totalmente descartado porque ya se sabe que lo negociado en el mercado es sagrado (excepto si se trata de salarios y condiciones de trabajo).
Si alguien se muestra incapaz de entender la naturaleza de los problemas a los que se enfrenta la economía y de adaptarse al cambio son precisamente los que exigen el derecho a dirigirla. Estos días es interesante leer lo que dicen los representantes empresariales (yo he tenido la oportunidad de oírlos en directo en el ámbito local), y su discurso muestra en proporciones variables una ausencia de visión global, un desprecio casi absoluto por la gente corriente y los movimientos y entidades que la representan, una incapacidad para pensar más allá de los problemas concretos de su empresa o sector y una demanda rígida de que todo vuelva a ser como antes.
No están solos. Cuentan con una impresionante base de apoyo política (no sólo derivada de las numerosas puertas giratorias, sino también de complicidades y formas de pensar tejidas a lo largo de muchos años), de organismos nacionales e internacionales, de medios de comunicación, de fundaciones y think tanks que elaboran argumentos justificativos... y con el apoyo pasivo de una población adiestrada en dejar la economía en manos ajenas.
La intervención del gobernador del Banco de España en el Congreso es significativa del discurso que hoy se lanza desde los centros de poder: ahora toca reanimar la economía a toda costa, es tiempo de gastar y que el sector público se endeude (o sea, que haga un esfuerzo para alimentar a estos sectores empresariales que se han quedado sin demanda). Después vendrá el tiempo de “consolidar”, una palabra más sofisticada que camufla lo que todo el mundo sabe que significa, más recortes y ajustes. No es tan diferente de lo que se planteó en la crisis de 2008. Suena bien en una economía con el paro disparado, pero contiene muchas trampas y bastantes errores. Tendría algún sentido si hubiera alguna certeza de que se trata de una situación coyuntural y existen perspectivas firmes de que las cosas se reanimarán en breve, pero es algo que no está nada claro porque ni hay constancia de que la crisis pandémica haya concluido ni seguridad de que los hábitos, por ejemplo los turísticos, se mantendrán intactos y en poco tiempo habrá una recuperación. Visto con una perspectiva más amplia, resulta preocupante que quien presume de alto conocimiento económico sea incapaz de detectar vulnerabilidades tan evidentes como las citadas y no vea la necesidad de introducir reformas en profundidad. Más bien, lo insensato es destinar mucho dinero al automóvil o a la industria turística, que puede acabar evaporándose, y no dedicarlo a actividades que den mayor solidez y sostenibilidad a nuestras actividades. El discurso también es preocupante porque, de aplicarse la receta del gobernador, tendremos sin duda déficit y endeudamiento público, y sin reformas profundas de tipo fiscal la respuesta dentro de un tiempo será la de volver a las políticas de 2010. Esto es precisamente lo que pretenden las élites empresariales: recibir una ayuda que después pagará el conjunto de la sociedad y mantener intactos sus rentas y sus privilegios. El Partido Popular no es antipatriota, que también, sino que es sobre todo el defensor a ultranza de unos intereses de clase bien definidos.
IV
En estas condiciones no parece que exista una posibilidad real de llegar a un pacto amplio que sirva para reorientar de verdad la economía y reducir las enormes fragilidades de nuestro sistema social. A lo sumo se podrá llegar a algún tipo de acuerdo en el que predominen las buenas palabras, se pospongan las reformas y se apliquen las mismas políticas. La aprobación del plan de apoyo al automóvil, mucho más tímido que el propio plan alemán, es un primer indicio. Y la formación del comité de expertos España 2050 va en la misma línea, ya que, según la lista que se ha hecho pública, la mayoría de sus miembros están relacionados con Fedea, el think tank financiado por las grandes empresas que lleva años marcando líneas en clave liberal.
Quizá a corto plazo haya bastante de inevitable, sobre todo si en el otro lado, el de las organizaciones sociales, no se es capaz de crear proyectos que consoliden pensamiento alternativo, que evalúen la bondad de las propuestas de flexibilidad y de gestión público-privada (el de las residencias y la sanidad es un buen campo que investigar). Y corremos el riesgo de que Unidas Podemos quede preso de su presencia institucional y sea incapaz de desarrollar a su alrededor un espacio de discurso y acción que rompa el cerrado espacio en el que las élites económicas tratan de acotar el debate económico.
La crisis de 2008 fue una oportunidad perdida. No podemos dejar de intentar que la de 2020 no sea una repetición, porque el desastre social a que nos expone tanta vulnerabilidad es inconmensurable.
26/6/2020
Sobre colapsos, ecosocialismos y coronavirus (y II)
Miguel Muñiz Gutiérrez
En 1988, a instancias de los compañeros “europeístas”, viajé a Estrasburgo para conocer mejor la realidad europea. Querían los compañeros que el presidente de nuestro grupo parlamentario, denominado Comunistas y Asimilados, Gianni Cervetti, me ilustrara sobre la nueva idea que redimiría a Europa. En una cena ad hoc aquel hombre me habló de “la Europa de la igualdad, la de la convergencia social, la Europa de la paz que iba a interponerse entre Estados Unidos y otras potencias”. Una cosa preciosa, rotunda, perfecta. Cuando terminó su exposición le hice la pregunta más elemental: “Todo esto, ¿con quién va a ser posible hacerlo? ¿Con los obreros, con los intelectuales, con los militares… con qué capas sociales?”. Y aquel hombre genial me contestó: “Ah, eso no lo hemos pensado”. Gianni Cervetti estaba vendiendo humo.
Julio Anguita, entrevistado por Julio Flor en Contra la ceguera
En la primera parte de este artículo se abordaron las consecuencias de la pandemia del coronavirus (como manifestación del colapso) en colectivos que actúan en conflictos sociales y ecológicos en clave sectorial. En esta segunda parte se analizan en colectivos con perspectiva global.
Cinco aportaciones de la pandemia al conocimiento del colapso
• Su naturaleza. La pandemia ha permitido conocer diferentes niveles de gravedad y respuesta según territorios, clases sociales, sistemas políticos, áreas geográficas... Todas comparten características: devastación y muertes focalizadas, personas débiles y/o ya damnificadas entre la mayoría de las víctimas, ausencia de respuestas globales y graves carencias en mecanismos de información e intervención.
• El factor sorpresa. La pandemia ha demostrado que un solo elemento, del amplio catálogo de catástrofes activas o potenciales, puede desencadenar una cascada de consecuencias imprevisibles, afectando a la economía, las finanzas, la producción y el consumo de petróleo, los alimentos, los materiales sanitarios básicos, etc. La pandemia no ha sido la única manifestación del colapso durante estos meses; coincidiendo con la pandemia, y hasta el momento de redactar este artículo, una gigantesca plaga de langostas está destruyendo parte de las cosechas de regiones de diez países de nordeste de África y dos del sudoeste de Asia; el incremento de la intensidad y frecuencia de estas plagas tiene relación con las alteraciones del régimen de lluvias causadas por el cambio climático. Y varios millones de personas podrían morir de hambre en esas zonas en los próximos meses. Para quienes abordábamos el análisis del colapso desde la visión más mediática (el cambio climático y sus secuelas físicas) o la más oculta (la escasez de energía y sus implicaciones), el factor sorpresa agrega nuevas incertidumbres.
• El factor respuesta. Oficialmente, en Europa y parte del mundo estamos ya en la etapa post-pandemia. Estamos en el umbral de otra muestra de sumisión de las instituciones políticas a los intereses de las élites. El dilema personas frente a economías es la manifestación de un conflicto múltiple y más profundo. Cuando los portavoces de las clases dominantes proclaman que la vida es secundaria frente a la economía, invocan sin tapujos la realidad que impera en la periferia del sistema y plantean la exigencia de que las clases acomodadas de los países ricos la asuman completamente; se preparan para el futuro. Mientras, mantienen el discurso oficial del todas y todos.
• El factor tiempo. Dos variables, 1) tiempo para que se haga patente la destrucción en curso y 2) tiempo de reacción social ante la devastación. Pregunta derivada de 1): ¿hay tiempo para mitigar el colapso? Respuesta: no.
Dos ejemplos de ese “no”: el conflicto sobre la velocidad del cambio climático; entre los informes globales y consensuados del IPCC y los informes de centros de investigación locales hay diferencias sobre la aceleración del proceso. La aceleración está reconocida por la ONU, pero los datos sobre liberación de gases retenidos en el permafrost indican que incluso los modelos más alarmantes se quedan cortos. El factor tiempo también se aplica al coronavirus: existe consenso en que no es la primera pandemia del siglo XXI, en que todas surgen de la destrucción de hábitats (algo intrínseco a la lógica del sistema), pero existen conflictos en cuanto a la duración, la evolución o el tiempo que pasará hasta que aparezca la siguiente.
Pregunta derivada de 2): ¿hay tiempo para la reacción social adaptativa al colapso? Respuesta: depende. Las clases dominantes disponen de tiempo y recursos (llevan años preparándose y tienen todo lo necesario, como se ha podido comprobar); las clases acomodadas tienen un cierto margen (según el nivel de recursos), y para las clases subalternas sin recursos casi no hay tiempo. Si se traslada esta cuestión a las llamadas regiones ganadoras o perdedoras por el cambio climático, o a las gradaciones de áreas vulnerables, encontramos la misma respuesta en clave territorial: depende.
• El principio de precaución. De lo anterior se deduce que a mayor convicción de que aún se dispone de tiempo para mitigar el colapso, menor posibilidad hay de que se haga algo eficaz. O, a la inversa, que la condición para un trabajo eficaz de resiliencia ante el colapso es asumir que está sucediendo ya y olvidarse de plazos. Concretemos todo esto desde los enfoques globales.
Respuestas globales
En 1991 se produjo la primera reacción a un colapso global, el ecosocialismo [1], que planteó las implicaciones de la ciencia ecológica en la política y la economía. Más adelante, a mediados de los 2000, mientras la evidencia del cambio climático se abría paso entre los sectores más conscientes de las clases acomodadas, surgieron los decrecimientos [2]. El ecosocialismo y el decrecimiento siguen siendo, aún hoy, social y políticamente minoritarios, aunque están asumidos por la gran mayoría de las numerosas minorías que impugnan el actual sistema.
A partir de 2012, la abrumadora evidencia de la degradación ambiental y el sucesivo vencimiento de los supuestos plazos para frenarla sin obtener resultados tangibles (exceptuando la publicación de una cantidad ingente de documentos, artículos y libros) provocaron que el ecosocialismo y el decrecimiento generasen dos líneas de análisis que comparten diagnóstico: ya no hay tiempo. La adaptación profunda proviene del decrecimiento y el colapsismo marxista, del ecosocialismo. Ambas parten de la necesidad de afrontar la peor hipótesis, es decir, la única razonable.
Consideremos el siguiente texto:
La Revolución ha muerto. El Socialismo moderno ha fracasado y el comienzo de una era post-moderna de colapso civilizatorio y derrumbe social planetario es inevitable. Tal como en el caso de una enfermedad mortal imposible de detener, nada puede impedir este pronto desenlace. Ni la globalización económica, ni la tecnología o la planificación socialista de la economía pueden ya evitar lo que, si se tiene en cuenta la real gravedad que poseen las actuales crisis ecológica y energética, se presenta hoy como ineludible: el pronto colapso de la sociedad contemporánea.
“¡Patrañas! —responderá ante esta afirmación el defensor de la libre competencia—. ¡Solamente necesitamos invertir en nuevas tecnologías!” “¡Derrotismo! —increpará desde la otra vereda el militante marxista—. ¡Esto lo solucionamos con la conquista del poder por los trabajadores!” “¡Determinismo! ¡Un ecosuicidio planetario es ciertamente posible —dirá el ecosocialista—, pero asumir su inevitabilidad es puro pesimismo!” ¡Falta de enfoque! —replicará a su vez el defensor del ‘decrecimiento’—. ¡Un colapso no tiene por qué ser algo negativo, sino que aquel puede ser ‘administrado’ en pos de un modelo alternativo de sociedad, constituyendo entonces una ‘oportunidad’!”
¿Pero es cierto que el peligro de un colapso civilizatorio inminente […] efecto de la combinación catastrófica de las contradicciones […] del sistema capitalista actual y el avance (ya imparable) de la crisis ecológica, energética y los futuros escenarios de sobrepoblación mundial y escasez planetaria de recursos, puede ser conjurado, esto ya sea mediante el desarrollo tecnológico, la implementación de un sistema económico planificado, el ecosocialismo o el impulso de “modelos alternativos” de sociedad basados en el “decrecimiento”?
Parte de este debate tiene lugar entre los grupos políticos de América Latina, escenario de los únicos intentos de corregir desigualdades profundas en este siglo XXI. El texto anterior corresponde a un artículo de marzo de 2019 del historiador y antropólogo marxista chileno Miguel Fuentes [3], el más conocido divulgador del marxismo colapsista. A pesar del esquematismo y ausencia de matices, tiene el mérito de la síntesis.
Para captar los matices que faltan es útil seguir el debate entre Michael Löwy, Antonio Turiel y Miguel Fuentes, desarrollado entre el 14 y el 26 de junio de 2019 (cuya primera y segunda partes se pueden encontrar aquí y aquí). Es ilustrativo el contraste entre las intervenciones breves y evasivas del ecosocialista Löwy, las extensas, agresivas y detalladas respuestas del marxista colapsista Fuentes, y los documentados apuntes del decrecentista Turiel (apoyando con matices a Fuentes). La otra respuesta rupturista, la adaptación profunda, proviene de algunas cátedras universitarias del Norte geopolítico, como veremos más adelante.
Ahora bien, ninguna de las cuatro líneas (ecosocialismo, marxismo colapsista, decrecentismo y adaptación profunda) integra los conflictos derivados de las desigualdades sociales. Su discurso tiene como destinatario al todas y todos. Es la conocida falacia del somos el 99%, que elude el análisis de las clases acomodadas y de unas clases subalternas definidas por la falta de cobertura de las necesidades materiales básicas.
Fatalidad no significa parálisis o impotencia
Variables de la clásica pregunta “¿qué hacer?”. El artículo más difundido de Michael Löwy en los últimos meses (“XIII tesis sobre la catástrofe ecológica y cómo evitarla”) se ciñe al modelo dominante: marco global, recomendaciones genéricas, sin destinatario concreto ni propuestas detalladas; lo mismo sucede, en otro campo, con los cinco principios para la recuperación de nuestra economía y la creación de una sociedad justa del Degrowth New Roots Collective. Como contraste, encontramos la deriva práctica sin reflexión de fondo de Antonio Turiel, en sus apuntes a raíz del coronavirus (“¿Qué puedo hacer yo? II” y su “Hoja de ruta IV”), y las visiones apocalípticas del post-colapso de Miguel Fuentes y sus compañeras y compañeros de web. Ahora bien, para los poderes que mandan sin haber sido elegidos todos esos discursos son humo. Y para quien valore la importancia de las desigualdades sociales también lo son, pero por diferente motivo.
Acotemos algunas variables del “¿qué hacer?” siguiendo la conversación entre Jorge Riechmann, Emilio Santiago Muiño y Jaime Vindel recogida en “Debate ecologista desde la desesperación”; la conversación continúa el 3 y 4 de mayo, cuando Santiago Muiño plantea la inevitable concreción práctica de lo debatido hasta entonces [4]. Ello provoca un apunte de respuesta en el blog de Jorge Riechmann, el 6 de mayo, en el que desarrolla una postura ética. Veamos:
Cuando nos percatamos de que ya no hay tiempo, y no obstante no renunciamos a intentar actuar para evitar lo peor de lo peor, ¿qué hacer? Dos grandes opciones:
a) Hacer como si hubiese tiempo, razonando a partir de la incertidumbre: no tenemos bola de cristal, puede haber más margen de acción del que percibimos, etc. (En mi opinión, por aquí se llega rápidamente a la ilusión de solución).
b) Actuar fuera del tiempo, lo que en la práctica quiere decir: dejar de pensar (al menos parcialmente) en términos de eficacia y hacer lo que se debe porque debemos hacerlo, no porque confiemos en que se logrará el éxito.
[…]
Actuar “fuera del tiempo” tiene además, allende la dimensión moral, una enorme ventaja: permite conectar directamente con las ecoespiritualidades, así tengan base religiosa confesional u otras más laicas. Y esto es importantísimo en un tiempo tan sombrío, tan inductor de desesperanza, como el que vamos a vivir. No me cansaré de recomendar Esperanza activa, el libro de la teórica de sistemas y practicante budista Joanna Macy (junto con Chris Johnstone).
Pero todo no se puede reducir a la disyuntiva entre un a) y un b) con consuelo espiritual para clases acomodadas. Aquí incide la reflexión de Jem Bendell que, a partir del decrecimiento, introduce su agenda de Adaptación Profunda. He aquí un párrafo:
En mi trabajo con estudiantes adultos, he encontrado que invitarles a considerar el colapso como algo inevitable, la catástrofe como algo probable y la extinción como algo posible, no ha llevado a la apatía ni a la depresión. En cambio, en un entorno propicio, en el que hemos disfrutado de la comunidad entre nosotros, hemos honrado a ancestros y disfrutado de la naturaleza antes de pasar a ver esta información y sus posibles planteamientos, sucede algo positivo. He sido testigo de una pérdida de la preocupación por ajustarse al statu quo, y de una nueva creatividad sobre la que centrarse para seguir adelante. A pesar de eso, se produce cierto desconcierto que permanece a lo largo del tiempo, a medida que se intenta encontrar un camino para avanzar en una sociedad donde estas perspectivas son poco comunes. Es importante el intercambio continuo sobre las implicaciones a medida que hacemos la transición en nuestro trabajo y nuestras vidas (p. 20).
Jem Bendell es catedrático de la Universidad de Cumbria (Reino Unido) y el fundador del Instituto de Liderazgo y Sostenibilidad (IFLAS) de esa universidad. Tras varios años participando en eventos de alto nivel para afrontar la crisis ecológica ha acabado siendo crítico sobre su utilidad.
En resumen, la experiencia aportada por la pandemia apoya una actitud de escepticismo frente a los absolutos; la conciencia de un colapso irreversible, presente, cercano e inmediato, no implica escapismo o parálisis, ni abandono de la búsqueda de una respuesta eficaz con la mirada puesta en el tiempo.
Conclusiones
1. Reducir factores de incertidumbre
Una vez asumida la realidad del colapso, la pregunta es: ¿cómo se materializará? Descartando una catástrofe global tipo guerra nuclear (general o limitada) entre potencias (EE.UU., Rusia, China, India, Pakistán, etc.) cuyas consecuencias son casi imposibles de imaginar, la realidad puesta en evidencia por la pandemia es que las clases dominantes aprovechan el colapso para apuntalar sus intereses geopolíticos. Así pues, afrontar el colapso desde las clases subalternas implica delimitar, concretar y cuantificar impactos territoriales, sectoriales y sociales, que recaen sobre ellas. En el caso más documentado, el del cambio climático, se impone un trabajo de contabilidad de los recursos necesarios para cubrir necesidades básicas [5]. Es el mismo trabajo que se impone en el ámbito de la energía, las materias primas, la reutilización de materiales, etc.; un trabajo en que cada análisis y cada medida se ha de considerar englobando factores como la Tasa de Retorno Energético, las implicaciones de la paradoja de Jevons y el equilibrio producción-destrucción en todo ciclo de materiales, entre otros.
Reducir incertidumbres supone no dar por asegurada la cobertura futura de ninguna de las necesidades básicas actuales, situarse en lo concreto y cuantificable y considerar posibles carencias futuras.
2. El papel vital del Estado
El trabajo que hay que abordar es, lógicamente, colectivo, y una de las urgencias consiste en mejorar y preservar la función del Estado, como garantía básica de que las necesidades de las clases subalternas podrán ser atendidas. Porque al margen de vuelos imaginativos, más o menos bucólicos, sobre la bondad intrínseca de comunidades de base adaptadas y autosostenibles, o de rancios tópicos neoliberales sobre las rigideces del Estado, las enseñanzas que brindan los casos de Vietnam y Kerala durante la pandemia ilustran lo importante que es disponer de un Estado que garantice y canalice unos mínimos de supervivencia (sin que ello suponga establecer analogías que están fuera de lugar). Y no hay que olvidar el caso del papel clave jugado por el Estado en el colapso provocado por el período especial en Cuba.
Si no existe un Estado plenamente operativo, se llega a lo que desde el discurso dominante llama Estado fallido, es decir, aquel en el que las clases subalternas sufren la violencia arbitraria de grupos armados (mafias o señores de la guerra) mientras las clases dominantes aseguran sus privilegios mediante violencia privada.
3. El papel vital de la geopolítica
Dejando a un lado la hipótesis bélica global, se impone afrontar el papel de la geopolítica en un doble sentido: como análisis de los recursos de los que debe disponer el Estado para cubrir las necesidades materiales básicas y como análisis de las estrategias de otros estados en la misma línea. Conocer estudios realizados hasta el momento, manteniendo siempre un punto de vista crítico sobre su contenido [6], permite una visión más realista y de conjunto que la que ofrecen los clásicos documentos sobre alternativas sectoriales.
4. Líneas de incidencia
No vender humo, según el acertado diagnóstico de Julio Anguita que encabeza este artículo, requiere una implicación de todas las partes conscientes del colapso global más allá de los discursos. El nivel de ignorancia sobre el colapso es enorme (basta revisar lo que aún se desconoce del y sobre el coronavirus), y las clases subalternas lo afrontan desde una situación que supera las clásicas —y estériles— discusiones entre las izquierdas sobre la denominada línea correcta. El diagnóstico de Miguel Fuentes, aunque esquemático, contiene un gran fondo de verdad.
Y es que la ausencia de certezas impide discernir un curso de acción correcto que invalide a los otros; la única opción es una reflexión que marque criterios. Desde ese enfoque, tanto el ecosocialismo como el marxismo colapsista, el decrecimiento o la adaptación profunda ofrecen posibilidades de incidencia real, si superan lo que han venido haciendo hasta ahora.
Así que no limitarse a vender humo exige: a) difundir documentos de elaboración y compromiso colectivo, no un agregado de brillantes artículos de opinión o respuestas individuales con adhesiones entre personas afines que lo apoyan, y que ahí quedan; b) ir más allá del nosotras/nosotros y el para todas y todos, definiendo un vosotras/vosotros y un ellas/ellos; c) detallar las denuncias más allá de cómodas generalizaciones, es decir, interpelar con nombres y apellidos a personas responsables y grupos implicados; d) plantear propuestas concretas de adaptación y contención, señalando responsabilidades de personas u organismos para su puesta en práctica, y yendo más allá de la política profesional aunque sin excluirla; e) no limitarse a redactar y publicar manifiestos que ahí quedan, sino hacer que el manifiesto sea el punto de partida de una campaña de seguimiento concreto, tenaz, reiterativa, perseverante en las denuncias y propuestas, evitando denunciar o proponer para retirarse luego, con toda dignidad, a un confortable “ya os lo dije” o al “llevo años explicándolo”; f) plantear todo lo anterior en el marco de los intereses materiales comunes de personas de las clases subalternas, no en un agregado de diversidades fragmentadas; g) incorporar y dar participación, en este proceso de preparación, desarrollo y seguimiento, a personas de dichas clases subalternas, considerando las contradicciones a corto y medio plazo que ello implica.
Incidir es no situarse al margen de la política partidista o institucional y de las y los profesionales que viven de ella, pero no dejarse arrastrar por todo ello. Superar la dualidad entre izquierdas progresistas y derechas reaccionarias, huir de patriotismos o banderas. Significa interpelar desde lo concreto y lo social.
5. Concreciones y amenazas
Intervenir política y socialmente, tanto si se hace desde los países del centro del sistema como si se hace desde los de la periferia, significa tener presente siempre la reacción hostil de las clases dominantes a todos los niveles. Por tanto, limitarse sólo a reivindicar medidas que deben ser aplicadas por gobiernos y administraciones, sin disponer de sólidos mecanismos de participación e intervención arraigados en las clases subalternas, no tiene recorrido: los casos de Bernie Sanders y su estructura de apoyo y de Jeremy Corbyn y el sabotaje de su estrategia; el aprovechamiento de las desviaciones del gobierno de Bolivia para dar cobertura a nuevos modelos de golpe de Estado; el uso de interpretaciones de la “democracia” y del poder político para blindarse apartando a quienes no apoyan el modelo, los neogolpes de Estado usando a conveniencia interpretaciones de las leyes, etc., son ejemplos de que en el colapso juegan intereses que van mucho más allá de pedagogías inocentes o llamamientos sentimentales a “salvar el planeta”.
Intervenciones
Se trata de superar desconciertos, resistir la presión de las políticas inmediatas que imponen los miles de personas que viven de ella, superar apelaciones al pluralismo o la complejidad como justificación de estrategias para no moverse más allá del confort de las certezas compartidas, y afrontar conflictos que no se limitan al enunciado genérico de vías [7].
Las implicaciones prácticas de la oposición a todo esto son fáciles de imaginar: resistencia a los cambios y discurso de distracción (como se ha comprobado también durante la pandemia), un discurso que se adapta a cada contexto político y social, que no permite traslaciones de experiencias de un país o región a otro.
Desde el ecosocialismo, intervenir significa ir más allá de los manifiestos genéricos y entrar en lo enunciado en el punto 4 de este texto dentro del marco jurídico que corresponda. Desde el colapsismo marxista, intervenir es vincularse a las clases subalternas desarrollando actividades concretas para prevenir o mitigar los impactos del colapso y medios de cubrir variables de supervivencia básica (agua potable, alimento, cobijo, calor, frío, luz, movilidad, información y servicios sanitarios). Desde el decrecimiento, la intervención significa ir más allá de los éxitos, analizar también límites, insuficiencias y errores..., difundirlos y abrirse al debate sobre ellos. Desde la adaptación profunda, intervenir es no limitarse al aspecto espiritual, sino llevarla a la realidad material, mucho más dolorosa y desagradable.
Y, en cada uno de los cuatro ámbitos globales, intervenir significa no cerrarse a los otros tres, debatir abiertamente entre todos, buscar un lenguaje común y entender que, ante el colapso global, no hay certezas, sino sólo aciertos parciales.
Conclusión
La especie humana no va a desaparecer a causa del colapso, pero millones de personas sufren y mueren todos los días en condiciones atroces, y muchas más sufrirán y morirán en tiempos inmediatos. La vida no se va a extinguir a causa del colapso, pero millones de especies y seres vivos serán destruidos. Las condiciones de vida en la Tierra cambiarán a causa del colapso, pero el planeta no se convertirá en inhabitable. Ante esta situación, intervenir significa una cosa diferente para cada persona o colectivo consciente de lo mucho que hay en juego. Para el autor de este texto significa, ante todo, dejar de publicar y pasar a actuar.
Notas
[1] Ecosocialismo: véanse “El ‘manifiesto ecosocialista’ treinta años después”, de Joaquim Sempere (referido al documento original de 1990) y Joel Kovel y Michael Löwy, “Manifiesto ecosocialista” (2001).
[2] Decrecimiento: tras unas primeras formulaciones pintorescas y provocativas durante los años noventa, por parte de Serge Latouche, se concreta el movimiento internacional Degrowth y es objeto de un tratamiento sistemático y riguroso por parte del economista Tim Jackson en Prosperidad sin crecimiento (Icaria, 2009).
[3] Miguel Fuentes, 9/3/2019. Para una lectura más cómoda (sin inserciones de publicidad), recogido en
http://www.sirenovablesnuclearno.org/zportada/marxcolap/marxcolappresdebat2.html, pero publicado originalmente en
https://www.eldesconcierto.cl/2019/03/09/marxismo-y-colapso-la-ultima-frontera-teorica-y-politica-de-la-revolucion/. Para la deriva catastrofista de brocha gruesa, véase la serie de pinturas Pesadillas, de Zdzisław Beksiński, o The Fall of Rome, de Thomas Coleque, que ilustran algunos de sus textos.
[4] Véase la nota a pie de página n.º 70 del artículo “La crisis del coronavirus como momento del colapso ecosocial”, de Jorge Riechmann.
[5] En el caso del cambio climático la contabilidad implica analizar la documentación existente a nivel de regiones y conectarla con los datos económicos y sociales sobre cobertura de necesidades básicas. Los informes del IPCC y de otras entidades (AEMET, RIE, MITECO, etc.).
[6] En clave interna se puede comenzar por https://lastrescrisis.blogspot.com/ o https://transecos.files.wordpress.com/2014/04/pedro-garcia-bilbao-geopolc3adtica-peak-oil-colapso-global.pdf, o por “Los españoles ante el cambio climático” (24/9/2019). En tendencias globales, por “Panorama de tendencias geopolíticas horizonte 2040”.
[7] Véanse Carmen Molina Cañadas, “Política agroalimentaria para un mundo saqueado” (2/5/2020), Álvaro García Linera, “Pánico global y horizonte aleatorio” (5/4/2020), y “La crisis del coronavirus como momento del colapso ecosocial” (9/6/2020).
[Miguel Muñiz Gutiérrez mantiene la web sobre energía y colapso http://www.sirenovablesnuclearno.org/]
25/6/2020
Trabajadoras del hogar y de los cuidados en lucha por su dignidad
Antonio Giménez Merino
La epidemia del Covid ha tenido un impacto feroz sobre las trabajadoras del hogar y de los cuidados. Muchas de estas mujeres, carentes de contratos de trabajo, se han quedado sin ingresos y sin prestación alguna (al no poder acceder al subsidio extraordinario regulado en el RDL 11/2020, de 1 de abril, por carecer de alta en la Seguridad Social), habiendo de ingeniar fórmulas imaginativas y solidarias de supervivencia demostrativas de su capacidad organizativa y de trabajar en red. Otras, en cambio, han sido obligadas a desplazarse a los hogares, incluso en la fase 0, con grave riesgo para su salud. Mientras tanto, el drama de las residencias ha puesto en primer plano el problema de los cuidados en una sociedad envejecida como la española.
Estas trabajadoras, entre otras prestaciones, cuidan a personas de todas las edades, sobre todo las más impedidas o solas, se ocupan de los menores cuando el horario laboral de las familias dificulta su cuidado y liberan a éstas de las tareas de limpieza y cocina. Tareas que benefician, por otro lado, el mantenimiento del infratrabajo doméstico de los varones.
Las trabajadoras del hogar y de los cuidados hace tiempo que sostienen, a través de sus asociaciones y sindicatos, movilizaciones en todo el territorio, protagonizando uno de los fenómenos más interesantes del feminismo actual, al que sin embargo se le presta muy poca atención. (Por citar unas pocas organizaciones: Sindicato de Trabajadoras del Hogar y Cuidados Sindihogar/Sindillar; Asociación de Empleadas y Empleados del Hogar de Sevilla; en Barcelona; Asociación Servicio Doméstico Activo SEDOAC, en Madrid; Asociación de Trabajadoras del Hogar Etxeko Langileen Elkartea—ATH-ELE, en Bizkaia). Un entramado en el que confluyen prácticas que se oponen frontalmente al patriarcado, al clasismo, al racismo, a la doble verdad política y social en torno a un trabajo tan imprescindible como menospreciado.
Falta la implementación efectiva de una regulación digna del trabajo del hogar y de los cuidados en España, que vaya mucho más allá de del tenue marco regulador del RD 1620/2011. Lo que pasa por la inclusión de este trabajo en el sistema general de la seguridad social, con la obligación de contratar por parte del empleador; la eliminación del “desestimiento” de las familias, que elimina el derecho a la indemnización por despido; la voluntad política de hacer efectivas las normas que afectan al sector (incluyendo las de violencia de género), con un sistema coercitivo que obligue a no superar las jornadas máximas de 40 horas, e imponga inspecciones; el reconocimiento como tal del trabajo nocturno o en días festivos; o una revisión del sistema de pensiones en atención al carácter muchas veces discontinuo de esta actividad.
Falta también una reforma de la ley de extranjería que otorgue efectos jurídicos (permitiendo la regularización de las trabajadoras migradas) al trabajo en negro que se viene prestando efectivamente en los hogares, y que constituye una forma de elusión de las cotizaciones necesarias para acceder a derechos básicos; la identificación y resolución de los conflictos competenciales entre administraciones que impiden la identificación de los grupos de mujeres vulnerables; el diseño de formas de contratación igualitaria que tengan en cuenta la diversidad de modalidades del trabajo en el hogar y de cuidados; una cualificación profesional justa, en la que intervengan las organizaciones civiles que se están ocupando de prestar una formación adecuada y de mediar con familias y empresas ante la pasividad de la administración (Por mencionar dos: Anem per feina. Coordinadora per la inserciò sòciolaboral de Barcelona; SINA, KOOP.ELK.TXIKIA de Bizkaia)
También falta una priorización de las demandas de este sector en la agenda de los sindicatos generales, pero sobre todo el reconocimiento de sus propias organizaciones representativas como interlocutoras en la negociación de las normas que les afectan, tal y como contempla el art. 2 del Convenio 189 de la OIT. Y a este respecto, el compromiso expresado por la ministra de igualdad de ratificar este convenio en la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica del Congreso, en el marco de un “Pacto por los Cuidados” para esta legislatura, no ha de contentarse con esa declaración de intenciones, sino que ha de convertirse en un mandato vinculante (y urgente) para el propio gobierno.
El sector de la limpieza y de los cuidados consituye un sector estratégico de la economía. De él depende un número cada vez más elevado de personas y se estima que constituye un 2,8% del PIB. Su normalización a nivel legal no sólo es una demanda de justicia social básica: es también una de las palancas más importantes para la incorporación a la población activa de un número muy importante de trabajadoras pobres, con el consiguiente efecto positivo sobre las cotizaciones sociales y sobre la reactivación del consumo. No hay razones visibles que puedan oponerse a ello, salvo que se considere que las viejas formas de trabajo indigno han de seguir formando parte de la nueva normalidad.
Un gobierno que se identifica con los valores de la igualdad y del feminismo no puede seguir dejando de lado esto. Es hora de intervenir y empujar decididamente, entre todos, hacia una reorganización del sistema de cuidados en España.
[Mis agradecimientos a Rocío Echeverría (Sindihogar) por sus comentarios siempre enriquecedores]
28/6/2020
Jerarquía, reconocimiento, desigualdades
Albert Recio Andreu
La crisis del coronavirus ofrece muchas lecciones útiles para entender nuestra sociedad. Una de ellas, sin duda, es mostrar cuáles son las actividades esenciales para funcionar con un mínimo de normalidad. Lo que se llaman servicios esenciales y que abarcan una larga lista de actividades: sanidad, suministros básicos, limpieza y recogida de residuos, productos alimentarios y de limpieza, cuidados las personas, reparaciones de urgencia, medios de información, servicios sociales... Gracias a que muchos de ellos han funcionado relativamente bien, el drama no se ha convertido en tragedia, y el confinamiento se ha vivido de forma relativamente ordenada, excepto en el casos como el de las residencias de ancianos, lastradas por su marginación política y el predominio de intereses lucrativos.
La mayoría de estos servicios básicos han sido cubiertos por trabajadores manuales, gente que cobra bajos salarios y habitualmente tiene poco reconocimiento social: celadores, camioneros, personal de supermercados, de limpieza, cuidadoras en residencias y domiciliarias, quiosqueros, repartidores, recolectores... Muchos de ellos mujeres, algo que explica que en las franjas de edad inferior a 65 (y en el total de contagiados) haya más mujeres que hombres, porque han estado más expuestas al contagio. En los primeros días de la pandemia hubo una cierta conciencia de ello. Los aplausos de esos primeros días iban dirigidos a todo el mundo que curraba. Hasta un par de veces, en el Congreso se aplaudió a la trabajadora que limpiaba el micrófono tras cada intervención.
Pero con el paso de los días, esta sensibilidad se ha ido evaporando. Y, en el discurso machacón de los medios, todo se ha reducido al personal sanitario, que es, sin duda, el que ha estado más expuesto. Una exposición que seguramente ha sido mayor cuanto más se baja en la jerarquía del personal sanitario. Los médicos son los que suelen tener un contacto menor con los pacientes, mientras que enfermeras, celadoras y personal de limpiadoras mantienen un trato mucho más continuado con los enfermos. Lo sabe cualquiera que ha estado alguna vez en un hospital. Fijar la atención en el personal sanitario ―oscureciendo al resto de personas que han tenido que estar día a día enfrentando sus miedos al contagio para cubrir una necesidad básica, y que en muchos casos no ha contado con ni con medios ni asesoramiento suficiente― es indicativo de cómo se construyen los valores sociales. La Generalitat de Catalunya, siempre tan clasista, ha decidido dar una “paga extra” al personal sanitario (para tapar sus múltiples déficits y carencias) y, consecuente con esta visión jerárquica, han establecido un baremo por categorías, excluyendo al personal de limpieza encuadrado en subcontratas. Honra al menos al personal sanitario que ha criticado el modelo, ha pedido una paga igual para todo el mundo y la inclusión de las limpiadoras, conscientes de que la emergencia sanitaria sólo ha sido posible enfrentarla con la cooperación de gente que realiza diferentes tareas.
El reconocimiento y las jerarquías juegan un papel esencial en la construcción y legitimación de las desigualdades. Aunque en las sociedades capitalistas el elemento esencial de desigualdad es la propiedad, el trabajo en cantidad y calidad es el gran mecanismo justificador. Todo gran propietario alega que su riqueza la ha obtenido como producto de su trabajo y su mérito, y es por tanto legítima. Las desigualdades de prestigio e ingresos constituyen un factor que ayuda a fragmentar las solidaridades de clase y ayudan a configurar un universo mental que mucha gente vive como una carrera individual en la que compite con el resto. Los bajos salarios y las pésimas condiciones de trabajo se justifican por la poca calidad, conocimiento y relevancia de los mismos. Las externalizaciones que se empezaron a desarrollar en la década de los ochenta, y que han tenido un papel tan crucial en la creación de empleo precario, se justificaron en muchas empresas apelando a que se trataba de actividades auxiliares de poco valor. Las desigualdades que hoy existen entre grupos de asalariados se basan en la diversificación de condiciones contractuales, pero se legitiman apelando a la diferente importancia y cualificación. La propia “categoría” social de las personas que cubren los empleos, especialmente mujeres e inmigrantes, se asocian automáticamente a “baja cualificación”. En sentido contrario, las actividades que cubren personas con estudios se asocian automáticamente a empleos cualificados. Un orden social jerárquico y desigual necesita sostenerse con una representación cultural que lo justifique y le dé sentido.
Precisamente, la experiencia del confinamiento ha mostrado que muchos de estos trabajos de rango inferior son esenciales para garantizar el bienestar; que requieren dedicación y esfuerzo. Que, en casos como el actual, todo el mundo los ha tenido que ejercer asumiendo el riesgo del contagio. Y que, en cualquier sociedad digna, estas personas merecen contar con buenas y seguras condiciones de trabajo, sueldos decentes y reconocimiento social adecuado. Hacerlo ayuda a construir un modelo social más igualitario y cooperativo, de mayor bienestar. Algo de ello ha trascendido en el discurso sindical de estos días, en la exigencia de empleo de calidad para todo el mundo. Pero es una voz que exige reforzarse, y no sólo desde los sindicatos. Solamente con una sociedad más comprometida y cooperativa será posible un avance civilizatorio cuando nos tengamos que enfrentar a los peores efectos de las diferentes crisis a los que estamos abocados.
Por eso resulta tan penoso que el discurso sobre los trabajos básicos y la gente que ha estado salvando vidas y garantizando bienestar en esta crisis se esté reduciendo al personal sanitario, lo que implica que quedan fuera de campo las aportaciones de tanta gente común. Y ello no sólo en los medios de comunicación. Rastreando mis redes sociales proliferan mucho más las referencias a la lucha de Nissan que la reflexión sobre el trabajo de cuidados y de servicios. Nissan forma parte de la visión heroica tradicional de la lucha obrera, de su entronque con la cultura industrial. Es justo que los empleados de Nissan y de la industria auxiliar defiendan su empleo, a pesar que la perspectiva realista de salvarlo es reducido. Y que sería deseable reorientar la producción automovilística hacia otras direcciones que salvaran empleos y mejoraran la sociedad. Pero se entiende porque forma parte de esta tradición a la que le cuesta integrar nuevas realidades. Ello es lo que hace más necesario que nunca replantear nuestros esquemas de reconocimiento y jerarquía social. Algo imprescindible para construir un modelo social verdaderamente igualitario y cooperativo y donde se dé importancia a las cosas que verdaderamente son esenciales para nuestro bienestar.
28/6/2020
Propuestas para reconstruir la Sanidad Pública después de la pandemia
Marciano Sánchez Bayle
La pandemia parece que está en disminución en nuestro país, aunque todavía está por ver si se produce un rebrote con la desescalada asimétrica y seguida con poca responsabilidad por una parte, minoritaria pero importante, de la población. Esperemos que el efecto de la subida de las temperaturas pueda protegernos. En todo caso, parece bastante probable que haya un repunte de casos en el próximo otoño e incluso que el virus y sus efectos sobre la salud no dejen de ser un peligro durante un tiempo prolongado.
La pandemia ha puesto en evidencia algunos problemas que nuestro sistema sanitario arrastraba hacia tiempo.
1. Infrafinanciación sanitaria
El gasto sanitario público es crónicamente insuficiente y en disminución desde la crisis, pasando del 6,8% PIB en 2009 al 6,33 en 2014 y al 6,27 en 2018. En $, el poder paritario de compra (PPC) por habitante y año se sitúa en 2.341 $ ppc (frente a 3.038 del promedio OCDE), y según Eurostat en 1.568.02 € (frente a 2.292 del promedio UE). El gasto sanitario público sobre el total ha disminuido: 70,5% sobre gasto sanitario total en 2018 (frente al 75,4% en 2009 y el 73,8% de promedio OCDE y el 79,4% de la UE).
Por otro lado, hay una distribución muy desigual entre CCAA, de manera que en los presupuestos aprobados para 2020 la media estaba en 1.487 €, con un máximo de 1.809 (País Vasco) y un mínimo de 1.236 € (Madrid), una diferencia de 573 € que dificulta de una manera significativa el que se tenga acceso a las mismas prestaciones en cantidad y calidad.
2. Elevado gasto farmacéutico
El gasto farmacéutico ha sido siempre elevado en nuestro país (por encima del promedio de la UE y la OCDE en % sobre gasto sanitario), pero se ha incrementado en este periodo. Así, se pasó de un 12,6% del gasto sanitario en 2009 a un 18,6% en 2017 (datos OECD Health Data 2019), lo que supone un incremento de 12.727 millones $ ppc. Entre 2014 y 2018 el incremento anual del gasto farmacéutico (según los datos del Ministerio de Hacienda) ha continuado muy por encima del que han tenido los presupuestos sanitarios públicos (9,5 entre 2014 y 2015; 1,3 entre 2015 y 2016; 3 entre 2016 y 2017; 4,7 entre 2017 y 2018 y 4,6% entre 2018 y 2019), es decir, que todo el incremento de presupuestos sanitarios lo absorbió el gasto farmacéutico incontrolado.
3. Debilidad de la Atención Primaria
La Atención Primaria (AP) fue especialmente castigada por los recortes: sus presupuestos pasaron de ser el 14,88% del Gasto Sanitario Público en 2010 al 13,50 en 2017. A resultas de ello se produce una situación con pocos recursos y mucha presión asistencial (en 2018 el 38,77% de los médicos/as de familia tenían > 1.500 TSI) y además hay más profesionales de medicina que de enfermería cuando los estándares internacionales recomiendan una relación de 1,5 de enfermería por cada 1 de medicina. Esta presión asistencial ha disparado las demoras: según el Barómetro Sanitario, en 2018 el 24% de la población declaró recibir cita con 6 o más días de demora y en alguna comunidad autónoma (Cataluña) la cifra se eleva al 48,3%. Como resultado, se ha producido un aumento de la utilización de urgencias (14,74% entre 2010 y 2017). Más información en el Informe: Repercusiones de la Crisis sobre la Atención Primaria. Evolución en las CCAA disponible en la web www.fadsp.org.
4. Insuficiente numero de camas hospitalarias
Tradicionalmente ha existido un número comparativamente bajo de camas hospitalarias en el país en relación a los estándares internacionales (3 camas/1000 habitantes en 2017; media OCDE: 4,5; media UE: 5,21), muy especialmente de camas de media y larga estancia. A pesar de ello, entre 2010 y 2018 se cerraron 12.079 camas en el conjunto del país. Los problemas de la atención especializada están recogidos en el Informe situación actual y evolución de la Atención Especializada en las CCAA también disponible en la web www.fadsp.org
5. Recursos humanos insuficientes y mal planificados
Los trabajadores sanitarios disminuyeron durante la época de recortes (entre 30.000 y 52.000, según las fuentes) y su número todavía no se ha recuperado. Por otro lado, se produjo un drástico recorte de plazas de formación de postgrado (de 6.994 en 2009 a 6.079 en 2015), que ya empiezan a recuperarse (7.615 en 2018), aunque hay que tener en cuenta que el impacto sobre el sistema sanitario no se verá hasta dentro de 4 años (tiempo medio de formación MIR). Hay una carencia muy notable de personal de enfermería, ya señalada anteriormente (5,7/1000 habitantes frente a 8,5 de promedio de la UE), que no tiene visos de recuperarse a corto plazo, ya que estamos por debajo del promedio de la OCDE en nuevos profesionales de enfermería/100.000 habitantes. Asimismo, existe un deterioro continuado de las condiciones laborales, que tiene que ver tanto con la elevada presión asistencial como con la situación de precariedad de una gran parte de los trabajadores de la Sanidad Pública.
6. Privatizaciones en aumento
Durante estos años las privatizaciones no han dejado de incrementarse, lo que encarece aún más el coste de la atención sanitaria, disminuye los recursos de los centros sanitarios de gestión tradicional y debilita la capacidad de los centros sanitarios públicos.
Se ha evidenciado un aumento de los seguros privados y del gasto de bolsillo, que ha pasado del 19,5% sobre el gasto sanitario total en 2009 al 23,6% en 2018 (20,6% promedio OCDE; 15.8% UE), lo que favorece la inequidad. Por otro lado, se mantiene el modelo de las Mutualidades de funcionarios que favorece la inequidad y la financiación de seguros privados con fondos públicos.
7. Elevadas listas de espera
Las listas de espera no han dejado de crecer en este tiempo. Así, en las Listas de Espera Quirúrgica se ha pasado de una tasa de 13,65/1000 habitantes en 2016 a 15,53 en diciembre de 2019, y de una demora media de 115 días a 121 en el mismo periodo. La Lista de Espera de Consultas también ha evolucionado negativamente, pasando de una tasa de 45,56 en 2016 a 63,72 en 2019, y de una demora medía de 72 días a 88 en el mismo periodo.
A ello hay que sumar las intervenciones quirúrgicas y las consultas no realizadas durante la pandemia, con lo que, aunque no existen datos oficiales, la estimación es que se habrán duplicado las cifras anteriores, con el impacto que ello ha tenido y tendrá sobre la morbilidad y la mortalidad.
8. Salud Pública postergada
La Salud Pública ha sido una de las “hermanas pobres” del sistema sanitario. Está mal financiada (1,1% del gasto sanitario público en 2018) y pendiente del desarrollo de la Ley General de Salud Pública de 2011, que permanece en estado de hibernación.
9. Problemas de coordinación en el SNS
El Sistema Nacional de Salud tiene serios problemas de coordinación por la inexistencia de políticas comunes de salud y por la actitud de las CCAA y el Ministerio, que parece más enfocada hacia la competencia que hacia la colaboración y coordinación. En ello influye tanto la incapacidad del Consejo Interterritorial y del Ministerio de Sanidad para ejercer un liderazgo efectivo como la inexistencia de un Plan Integrado de Salud, cuya elaboración esta pendiente desde la aprobación de la Ley General de Sanidad (1986).
10. Inexistencia de fondo de reserva de material sanitario y dependencia de terceros países
No existe un fondo de reserva de material sanitario, que en alguna de las CCAA se redujo aún más por motivos económicos, y por otro lado hay una excesiva dependencia del suministro de terceros países (en la mayoría de los casos ajenos a la UE), lo que dificulta el suministro en momentos críticos.
11. Residencias de mayores privatizadas y descontroladas
La mayoría de las plazas de residencias de mayores están en manos del sector privado (72,91% de las plazas) y frecuentemente son propiedad de empresas de capital riesgo que buscan maximizar los beneficios a costa de empeorar las condiciones. En general, tienen una mala dotación de personal e infraestructuras, lo que se ha visto favorecido por el escaso o nulo control por parte de las administraciones autonómicas. Por otro lado, no se ha fomentado la atención a las personas mayores en su domicilio, a pesar de que es uno de los objetivos de la Ley de Dependencia.
12. Un enfoque inapropiado del sistema sanitario
Además, nuestro sistema ha estado orientado esencialmente al tratamiento de las enfermedades crónico-degenerativas que tienen su origen en determinantes medioambientales (contaminación, alimentación, estilos de vida), económicos (pobreza, paro, marginación, viviendas inadecuas) y sociales. Pero los cambios introducidos por el neoliberalismo (cambio climático, contaminación, recortes los servicios de salud pública y una globalización incontrolada con un incremento exponencial de desplazamientos de personas y mercancías) ha reintroducido las epidemias infecciosas que parecían superadas para siempre y reducidas a países pobres, para las que nuestro sistema no estaba adaptado.
Ahora se deja todo a la suerte de conseguir vacunas y/o tratamientos eficaces, pero existe otro enfoque que debe tenerse en cuenta, desde “la determinación social de la salud”: los microorganismos son sólo agentes y la verdadera razón del rebrote de las infecciones reside en el subdesarrollo, en el cambio climático, las prácticas de la industria agro-alimentaria, el comercio y el turismo globalizados, los insecticidas, los plaguicidas… Si no solucionamos estos problemas, lo más probable es que se repitan situaciones parecidas en un futuro no lejano.
*
La pandemia ha demostrado la importancia de tener un sistema sanitario público de calidad con acceso universal, ¿Qué habría sucedido si se mantuviera la exclusión de cientos de miles de personas implantada por Rajoy y Mato en el RDL 16/2012? ¿Cómo hubieran evolucionado las cosas con un importante sector de la población sin acceso a la atención sanitaria, si las previsiones de los gobiernos del PP de una financiación para la Sanidad Pública del 5,13% del PIB se hubieran cumplido, si todas las privatizaciones previstas por el PP en Madrid, Valencia, etc. se hubieran convertido en realidad?
La población se ha dado cuenta de la importancia crucial de una buena Sanidad Pública, que es la garantía de acceso para todos/as de una atención sanitaria de calidad, y también del importante compromiso de los trabajadores del sector en los momentos críticos.
Por ello, tenemos que plantearnos las medidas a adoptar para reconstruir la Sanidad Pública, y hacerlo con urgencia, antes de que la experiencia se diluya en la conciencia colectiva o tengamos que enfrentar nuevos rebrotes de Covid o nuevas pandemias. Estas medidas deberían de pasar por:
1. Financiación suficiente de la Sanidad Pública
Hay que incrementar de manera importante la financiación sanitaria, para situarnos en el promedio por habitante de la UE. Lo lógico, en el medio plazo, sería elaborar un Plan Integrado de Salud que establezca las necesidades de salud de la población y cuantifique el presupuesto para hacerlas frente. Es importante un fondo específico para reconstruir la Sanidad Pública gestionado por el Consejo Interterritorial, que complemente los presupuestos autonómicos y disminuya de forma significativa las diferencias en el presupuesto por habitante que existen actualmente entre ellas (y que en 2020 superaban los 500€).
2. Mejorar la coordinación interautonómica
La pandemia ha puesto de relieve las debilidades de la coordinación entre las CCAA y el Ministerio de Sanidad a la hora de proponer y hacer operativas políticas sanitarias comunes. Hay que establecer un nuevo marco de cooperación para avanzar de manera coordinada en el futuro, reforzando el Consejo Interterritorial y promoviendo un Plan de Salud consensuado por las diferentes CCAA. El Consejo debería permitir afrontar las nuevas pandemias desde el acuerdo, la colaboración y la coordinación intercomunitaria.
3. Potenciar la Salud Pública
La pandemia ha evidenciado la debilidad de nuestros sistemas de salud pública, poco desarrollados y penalizados por los recortes. Hay que reforzar el dispositivo de la Salud Pública y desarrollar la Ley de Salud Pública, aprobada en 2011 y puesta en hibernación por los gobiernos del PP. Estos servicios deberían coordinar sus estrategias con la Atención Primaria y las administraciones locales para combatir los determinantes y los sistemas de alerta y contención de las nuevas epidemias de enfermedades contagiosas. Los servicios de epidemiología y lucha con las enfermedades infecciosas deberían reforzarse y mejorar su capacitación. El sistema de información de las diferentes CCAA debería estar controlado y gestionado por la Sanidad Pública.
4. Impulsar y desmedicalizar la Atención Primaria
La Atención Primaria, allí donde ha seguido funcionando, ha jugado un papel fundamental a la hora de atender la demanda de enfermedad, diagnosticar nuevos casos, controlarlos en los domicilios, o informar a las familias sobre medidas para evitar contagios. Desde los Centros de Salud se ha atendido a pacientes en residencias de mayores, y mantenido las consultas telefónicas y presenciales para diagnosticar, informar y tranquilizar a la población. Para que pueda funcionar adecuadamente, se precisa reforzar su papel en el sistema sanitario, aumentado su presupuesto (hasta el 25% del total sanitario), el personal, sobre todo el de enfermería (potenciando la enfermería comunitaria) y otras categorías profesionales. Una renovada AP debería recuperar su carácter comunitario y hacerse responsable de la asistencia a las personas mayores en las residencias, lo que exige incrementos significativos de personal.
5. Incrementar las camas hospitalarias de la red de gestión pública
El déficit de camas hospitalarias se ha convertido en crítico durante la pandemia. Son necesarias entre 50.000 y 70.000 camas hospitalarias más en todo el país, la mayoría de ellas de larga y media estancia. Convendría también a medio plazo realizar un plan estratégico de atención especializada para adaptarla a los nuevos retos de la salud.
6. Acabar con las privatizaciones y recuperar lo privatizado. La respuesta a la pandemia ha venido desde la Sanidad Publica porque el sector privado esta interesado en la búsqueda de beneficios y no en garantizar la salud de la población. Las privatizaciones han sido una pesada losa sobre el sistema y han mermado de manera significativa su capacidad de respuesta. Es el momento de detener la deriva privatizadora, que ha continuado avanzando en estos años. Hay que abolir la Ley 15/97 y aprobar una legislación que acabe radicalmente con este goteo privatizador, blindado la Sanidad de gestión pública, y además comenzar a recuperar lo privatizado en este tiempo.
7. Aumentar los trabajadores del sistema público de salud
Los recortes propiciaron una disminución importante de los trabajadores del sistema sanitario, que ya eran comparativamente pocos respecto a otros países de la UE y la OCDE. Hay que comprometerse con unas dotaciones suficientes de personal en todas las CCAA y también con la formación de los profesionales, aumentando las plazas de formación postgrado (MIR, EIR, etc.), proporcionando una formación continuada a los mismos independiente de los intereses comerciales, fomentando la dedicación exclusiva, etc.
8. Realizar un plan de abordaje de las listas de espera
Las listas de espera, ya muy elevadas en el sistema sanitario, se han incrementado notablemente debido a la focalización de todo el sistema en la atención al covid19. Debemos poner en funcionamiento un plan específico, a medio y largo plazo, para reducirlas a lo técnicamente imprescindible.
9. Crear un fondo de reserva de material sanitario
Las carencias de material sanitario que han agravado la pandemia han sido provocadas por la ausencia de reservas estratégicas del mismo (y agravadas por el adelgazamiento economicista de las existentes en algunas CCAA, como Madrid), así como por la ausencia de fabricantes en el país. Necesitamos poner en marcha una reserva estratégica de material sanitario, que podría estar gestionada por el Ministerio de Sanidad.
10. Control del gasto farmacéutico y potenciar la fabricación pública de medicamentos
El aumento del presupuesto sanitario será inútil si, como ha sucedido durante los gobiernos del PP, se traslada directamente a la industria farmacéutica (más del 18% de aumento en 5 años; 5,4% de aumento en 2019, 9,3% en farmacia hospitalaria). Hay que garantizar que el gasto farmacéutico crece por debajo de los presupuestos sanitarios públicos (entre el 0,5-1% menos) y ello debe de hacerse mediante la fijación de precios acorde con los costes reales, promocionando la utilización de medicamentos genéricos, la utilización de las centrales de compras para todo el SNS y una industria farmacéutica pública que acabe con los desabastecimientos y la especulación.
11. Favorecer la investigación sanitaria pública
La investigación ha sido abandonada en nuestro país de una manera irresponsable. Aunque no se puede hacer una relación directa entre investigación y resultados inmediatos, sin investigación, sin ciencia, no hay avances en el futuro, y además se está a expensas de la utilización de las patentes de otros. Hay que asegurar al menos el 1,5% del presupuesto sanitario público destinado a la investigación, y favorecer medidas que consoliden los equipos de investigadores en nuestro sistema público.
12. Fomentar una red pública de residencias de mayores
El desastre de las residencias ha sido uno de los amplificadores de la pandemia, y está asociado a su privatización en manos de fondos de inversión. Hay que realizar con urgencia una auditoria de todas ellas e intervenir las que supongan un riesgo para la salud. Es necesario crear una red de residencias de titularidad y gestión pública, con unos recursos suficientes, y potenciar los recursos previstos por la Ley de la Dependencia para que las personas mayores puedan mantenerse en sus domicilios con el apoyo de cuidadores y recursos públicos.
*
Las propuestas relacionadas han de ser desarrolladas de manera urgente si se quiere potenciar la Sanidad Pública y garantizar su reconstrucción. La población y los trabajadores de la Sanidad han realizado un esfuerzo importante de solidaridad y de contención en este tiempo, con el que se ha logrado contener el avance de la pandemia en nuestro país. Ahora es necesario que las administraciones públicas respondan de una manera eficaz y eficiente para asegurar que no vuelva a repetirse lo mismo, y que si se presentan nuevas epidemias tengamos los recursos suficientes para dar una respuesta que garantice la salud de todos/as. La sociedad en su conjunto, los trabajadores de la Sanidad y las organizaciones sociales tenemos que exigirlo.
[Marciano Sánchez Bayle es portavoz de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública]
8/6/2020
Ensayo
Juan-Ramón Capella
Apreciaciones subjetivas sobre el cine
Hay películas que despiertan y películas que atontan. La gran mayoría de las películas norteamericanas del siglo XXI la constituyen películas que atontan. Pueden atraparte, eso sí: a veces aguantas su visionado hasta el final. Tal vez solo querías distraerte, o sencillamente la has encontrado en la pantalla de tu televisor (luego nos ocuparemos del cine en televisión). Característica de las películas que atontan es que han sido hechas en breve tiempo; las protagonizan actores y actrices tan guapos como mediocres, aunque el director sea técnicamente competente.
Pero el buen cine está hecho de películas que despiertan, que avivan tu sensibilidad, que te obligan a reflexionar. Estas películas te atrapan siempre. Tanto que a veces, si estás muy cansado, prefieres ver otra cosa. La cinematografía, recuérdalo, es arte. Por ejemplo, Tiempos modernos de Chaplin es arte puro [1]. Y siempre será mejor contemplar una obra de arte que filmaciones mediocres.
Otra distinción que conviene tener en cuenta es la del cine predominantemente lírico y el cine prosaico. Pasolini habló alguna vez de cine de poesía y cine de prosa, pero la distinción que pretendo establecer no coincide con esa. Una película prosaica puede contener, ciertamente, momentos líricos. Un ejemplo de ello lo encontramos en la excelente Río Bravo, de Howard Hawks: la escena en la que se canta a dúo en la cárcel, y quizá no solamente esa. Pero esas películas no son práctica y enteramente líricas como La Morte Rouge, de Víctor Erice o Una historia inmortal de Orson Welles. Pasolini, en Uccellacci e uccellini nos ofreció una película larga llena de lirismo. El cine español ha dado de sí varias películas excelentes de este tipo de cine, con autores como Pere Portabella, José Luis Guerín o el ya citado V. Erice (por no hablar del Buñuel de Un perro andaluz). Si un día ves una película predominantemente lírica entonces ese es tu día afortunado: no abundan.
Una diferenciación importantísima es la que cabe establecer entre las películas que se pueden ver muchas veces y las películas que pierden si las vuelves a ver. Algunas películas incluso ganan si las ves muchas veces: descubres en ellas riquezas en las que no habías parado mientes. Potemkin, Tiempos modernos o la trilogía de El padrino parecen mejores cada vez que las ves, mientras que, salvo que seas un profesional del cine, se hace duro repetir el visionado de obras maestras de Dreyer. Con la literatura ocurre lo mismo: uno puede leer varias veces Rojo y negro, pero difícilmente repetirá con La montaña mágica. De todas maneras vale la pena examinar si realmente las películas de "ver una sola vez" pierden con un nuevo visionado. Pues es preciso tomar en consideración que no sólo cuenta la película sino también el espectador (cada uno de nosotros, con su personal e intransferible subjetividad): mientras que la película es siempre la misma, el paso del tiempo —que en nosotros es manifiesto, y puede modificar nuestra mirada— modifica también el contexto cultural del visionado de la película, independiente de nosotros. Nuestro canon estético nos hace ver como excesivamente exuberantes las mujeres pintadas por Rubens, quien sin duda es más apreciado como pintor por los especialistas que por los aficionados actuales. Lo mismo puede pasar con el cine. También hay cineastas que van de más a menos, como ocurrió con las últimas obras del pintor Renoir —en su juventud produjo varias obras maestras— que parecen meros cromos; tampoco las últimas películas sonoras de Chaplin, con la excepción de Un rey en Nueva York, están a la altura de su pasado genial.
El cine empieza ya a ser historia, a contener historia, y no tanto por las películas "históricas" cuanto por la que en él se ve: el racismo en tantas películas, las loas al tabaco, la defensa del patriarcalismo, lacras que desaparecen de las películas actuales que, sin duda, tienen también su carga histórica.
Y, claro, el cine es político. Puede ser un instrumento político explícito —no hace falta poner ejemplos— o un instrumento implícito. Mediante el cine se ha glorificado el genocidio de los norteamericanos nativos, el colonialismo europeo, a determinadas alianzas militares, a los ejércitos, a las policías "expeditivas", a los tribunales... Y se proponen modelos de vida que forman parte de las acciones del poder cultural, del consumismo del sistema capitalista: éste es su mayor poder.
Cierto que también el cine ha criticado a los poderes económicos, militares y políticos cuando ha podido, como hizo Chaplin en Tiempos modernos y Un rey en Nueva York, o Kubrick en Senderos de gloria. En todo caso, hay que descubrir el lado político de las películas, sobre todo de las que parece a primera vista que no lo tienen, y descubrir también que la fuerza o el poder del cine, puede hacernos pasar un buen rato de entretenimiento con una película perfectamente reaccionaria.
Cada uno guarda en su particular colección de recuerdos infantiles algunas películas inolvidables y queridas. Entre las mías están La perla, del Indio Fernández, y La Bella y la Bestia de Jean Cocteau, vistas a los pocos años. Pero también están las aborrecidas: en mi caso, Fantomas contra Fantomas, de R. Vernay, o El fantasma de la Ópera de A. Lubin (1943): ambas me indujeron a tomar la precaución de mirar cada noche debajo de la cama por si algún malvado se ocultaba allí. Solo podemos recomendar las aborrecidas a nuestros enemigos... y recordar que las películas de terror no son para niños. [En cambio el pequeño —capacidad para 143 espectadores valientes— cine Alexis de Barcelona montó hace muchos años unas sesiones golfas —empezaban a medianoche— de cine de terror, en que unos aficionados adultos se asustaban o se carcajeaban, casi siempre de sí mismos, coralmente. Eso era verdadera afición al cine.]
Hay películas que te sueltan las lágrimas o casi. Depende de lo llorón que sea uno. Se trata por lo general de películas que exacerban los sentimientos y especialmente las emociones; son películas que se han propuesto conmoverte. No te fíes demasiado: que te hagan llorar no significa que sean películas muy buenas. Kramer contra Kramer, de Robert Benton, es un buen ejemplo de estas peliculas lacrimógenas. Por cierto: las lágrimas pueden saltar en una película cualquiera, en algún instante inesperado (llevar un pañuelo dispuesto para una compañía llorona hace amistades inolvidables).
Para elegir películas lo mejor es guiarse por su director. Las películas de Hollywood, sin embargo, no siempre eran responsabilidad completa de sus directores, sino también del llamado entonces "productor": el representante de los intereses financieros puestos en juego por la industria de hacer películas. John Huston filmaba tan poco como podía, y no solía repetir tomas: no quería dejar imágines sueltas que le permitieran al "productor" alterar su película. Otros tuvieron muy mala suerte: Eric von Stroheim, un gran maestro del cine, rodó películas que por "razones comerciales" o supuestas tales no se estrenaron jamás. Hace pocos años la película El sur, de V. Erice, no se pudo completar por razones de financiación. En tiempos cercanos a nosotros además de la censura financiera estaba o está la otra: el comité presidido por McCarthy hizo encoger no pocas películas (además de poner en una lista negra o mandar directamente a la cárcel a muchas personas relacionadas con el cine). El ejemplo más notable es ¡Viva Zapata!, de Kazan. Al principio de la película un periodista norteamericano, trasunto de John Reed [2], es algo así como la simpática consciencia política de Zapata; pero llegaron al rodaje, en México, noticias maccarthianas, y el periodista fue convertido en un manifiesto malvado. Kazan, como suele decirse, quería salvar su piscina. Muy recientemente el film de Scorsese Gangs de Nueva York se cierra rara y apresuradamente por causa evidente de una censura no se sabe si financiera o política.
Para elegir el visionado de una película resulta peligroso guiarse únicamente por la crítica de cine de los diarios: por cada crítico competente hay un montón de maníacos y de agentes publicitarios disfrazados de crítico. Claro que se aprende por ensayo y error. También cabe recurrir a otros aficionados que sintonicen con los gustos de uno. Hoy internet, además, puede ayudar a elegir.
La historia ha dado una serie de realizadores que raramente han dejado de crear películas estupendas o geniales. He aquí un listado: Charles Chaplin, Buster Keaton, S. M. Eisenstein, Carl Theodor Dreyer, King Vidor, F.W. Murnau, Luis Buñuel, Howard Hawks, Jean Vigo, Jean Renoir, S. Laurel y O. Hardy, John Ford, Hermanos Marx, Orson Welles, John Huston, Alfred Hitchcock, Marcel Carné, Jean Cocteau, Luchino Visconti, Vittorio De Sica, Nicholas Ray, Akira Kurosawa, Federico Fellini, Stanley Kubrick, Ingmar Bergman, François Truffaut, Louis Malle, Andrei Tarkovski, P.P. Pasolini, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Steven Spielberg, Ettore Scola, André Téchiné, Théo Angelopoulos, Robert Guédiguian, Patricia Ferreira, Michael Haneke, Víctor Erice.
¿Blanco y negro o color? Las imágenes de cualquier filmación reflejan la realidad filmada. Eso hace que las películas sean, de un modo u otro, realistas, aunque se trate de realidad dentro de un argumento o de realidad fabricada, facturada (por ejemplo, los decorados de Metrópolis o de los spaghetti western, que no dejaban de ser cosas fotografiables). Por otra parte el espectador tiende a olvidar que no se capta toda la realidad de lo filmado —por fortuna el cine no huele— y además puede escapársele toda la técnica cinematográfica. Para empezar están los "campo" y "fuera de campo", lo que no se ve pero puede interactuar con lo que se ve (por ejemplo, conversación entre personas que están unas en campo y otras fuera de campo). Los ángulos de encuadre, la fotografía, la iluminación, los tipos de plano (de muy general a primer plano), los movimientos de cámara, el montaje, etc., son algunos de los que crean la realidad cinematográfica, que evidentemente no es realidad bruta.
Las filmaciones en color buscan dotar de más características de realismo a las imágenes, y también, de alguna manera, tienden a privarlas del dramatismo genérico que con demasiada premura se asocia a la filmación en blanco y negro. El cine en blanco y negro no es en modo alguno una antigualla, como afirman espectadores cinematográficamene analfabetos. Precisamente la desaparición del color nos indica que estamos ante un arte.
En cierto modo el cine esencial es el cine mudo o el cine sin palabras, y, en la persecución de la esencialidad del cine, el blanco y negro está más cerca de esa esencia que el cine en color. Películas como Amanecer de Murnau o El Acorazado Potemkin de Eisenstein, mudas y en blanco y negro, no ganarían un ápice en color (quizá perderían bastante). El color está en cambio muy indicado en las películas espectaculares, como 2001 de Kubrick o las películas de romanos [3]; también los paisajes de las películas del oeste van mejor con el color. De modo que hay que dejar de lado el dogmatismo. Dogmatismo, en cambio, muy presente en quienes solo quieren ver películas en color.
Una característica significativa de una mala película es que la música suene de fondo en toda ella. Cuando ocurre eso lo mejor es abandonar la sala o apagar el televisor.
Cuestión previa a cualquier otra cuestión sobre el sonido en el cine es la pregunta: ¿realmente el cine necesita el sonido? ¿Y que el sonido de un film sea lenguaje humano?
Está claro que ha habido excelente cine anterior a la invención del sonoro. Aunque también es cierto que la proyección de películas mudas habitualmente se acompañaba de un pianista que interpretaba piezas durante la proyección [4], e incluso se produjeron obras musicales completas para que se incorporaran a películas sonoras pero no habladas —el mejor ejemplo lo constitye la música de Prokófiev para Alexander Nevski de Eisenstein, o la composición de Shostakovich para Acorazado Potemkin, incorporada a posteriori al film, obviamente anterior al sonoro—.
Volviendo a la cuestión antes planteada, periódicamente surgen artistas como Tati, en la estela de Chaplin [5], que prescinden de la palabra hablada, aunque no del sonido. Como si el cine desnudo no lo necesitara, como tampoco el color [6].
En relación con el cine sonoro está la vexata quaestio del doblaje. Los espectadores españoles, habituados a él, no suelen percibir que con el doblaje se mutila a las películas de una parte importante del trabajo actoral como es el recitado y el uso de la propia voz. ¿Alguien imagina a Fernando Fernán-Gómez, p.ej., doblado al inglés? Pues con el doblaje se comete ese tipo de sacrilegio por mutilación. (Una vez cometido, sin embargo, hay que decir que algunas lenguas se adaptan a ciertas temáticas mejor que otras: así, el doblaje al catalán de Río Bravo hace a la película mucho más creíble que doblada al castellano, a un castellano prosódicamente demasiado neutro. Misterios de la fonética.) Conservar las versiones originales, si acaso subtitulándolas, parece preferible a la violencia del doblaje. Ello con independencia de que el trabajo de doblaje tenga calidad, como suele ocurrir cuando se dobla a grandes actores.
Ver el cine en sala o verlo en pantalla de televisión: he aquí la cuestión que va a ocuparnos ahora.
Las viejas salas de cine tenían grandes aforos, para varios centenares de personas. Debían atraer a un gran público, de modo que en España fueron corrientes, salvo em los estrenos, los programas dobles, de dos películas (en cines llamados de reestreno). El pase de las películas era continuo, de modo que los espectadores que por llegar tarde se habían perdido el principio de la primera película solían permanecer en sus butacas hasta haber visto completo el programa entero.
Ese ver el cine, en solitario o acompañado, pero además en compañía de desconocidos, en la oscuridad, multiplicaba las emociones suscitadas por las películas y desinhibía al personal. En las de humor las risas eran corales y pegadizas; aquellas pelis en las que al final se mataba al malo podían suscitar rugidos de satisfacción colectivos (eso podía ocurrir incluso entre públicos selectos: lo he presenciado en un cine "de arte y ensayo" que proyectaba Eso se llama la aurora, de Buñuel). A veces el público se enfrentaba en bandos opuestos: en mi recuerdo, tal cosa ocurrió en la Filmoteca barcelonesa con la proyección de un film "de vanguardia" en el que todo lo que ocurría era que una criatura del Dr. Frankenstein repetía, hablando muy lenta y penosamente, "Nadie me escucha, nadie quiere escucharme" paseando por los sótanos del Louvre: la escandalera del crecientemente encrespado público impedía, justamente, escuchar a la creación de Frankenstein [7]. En conclusión: ver una película en un cine grande, en la oscuridad y acompañado por muchos desconocidos, puede alterar la recepción de la película; recuerdo haber visto así Traffic de Tati, entre innumerables carcajadas del público que se sucedían como las olas del mar en el espléndido y desaparecido cine Astoria de Barcelona, mientras que un visionado reciente de la misma película en una pantalla de televisión sólo me ha suscitado alguna sonrisa. El cine en gran pantalla, además, se puede ver al aire libre en las calurosas noches del verano.
Y es que el modo en que se ve el cine modifica su recepción individual. Una cosa es el cine en un cine, y otra experiencia muy distinta el cine en una pantalla de televisión en tu casa. En el último caso se puede elegir entre la soledad o la compañía, se puede interrumpir momentáneamente el visionado (por ejemplo, para irse a otro universo por una llamada telefónica del que habrá que regresar); se puede ver parte de una película y continuar otro día; y, lo penúltimo peor, se puede ver un film en un formato de pantalla distinto del concebido por el realizador. Lo peor de todo son las posibles interferencias comerciales que interrumpen el visionado y la superposición de logotipos o anuncios. Que los canales de televisión puedan emitir tanto bodrios como obras de arte verdaderas dándoles idéntico tratamiento es realmente blasfemo. ¿El lector puede imaginar Las Meninas o el Guernika con logotipos o anuncios pegoteados encima? Con el séptimo arte las emisoras de tv hacen de todo con absoluta impunidad.
Por eso siempre será preferible el cine en el cine, aunque la actual reducción del aforo de las salas de cine está mutilando esta experiencia de la cinematografía.
Para concluir esta reflexión, alguna información significativa. Por ejemplo, un listado de algunos de los grandes clásicos del cine:
S. M. Eisenstein | El acorazado Potemkin, 1925 |
Buster Keaton | El maquinista de la general, 1926 |
F. W. Murnau | Amanecer, 1927 |
Luis Buñuel | L'Age d'Or, 1930 |
Jean Vigo | L'Atalante, 1934 |
Charles Chaplin | Tiempos modernos, 1936 |
Jean Renoir | La gran ilusión, 1937 |
Orson Welles | Ciudadano Kane, 1941 |
Michael Curtiz | Casablanca, 1942 |
Marcel Carné | Les enfants du paradis,1945 |
Jean Cocteau | La Bella y la Bestia, 1946 |
Vittorio De Sica | Ladrones de bicicletas, 1948 |
Nicholas Ray | Johny Guitar, 1954 |
Akira Kurosawa | Los siete samurais, 1954 |
Stanley Kubrick | Senderos de gloria,1957 |
Billy Wilder | Con faldas y a lo loco, 1959 |
Luchino Visconti | Rocco y sus hermanos,1960 |
Stanley Kubrick | Dr. Strangelove, 1963 |
Luchino Visconti | El Gatopardo, 1963 |
John Huston | La noche de la iguana, 1964 |
P. P. Pasolini | Pajarracos y pajaritos, 1966 |
George Dunning | El submarino amarillo, 1968 |
Francis Ford Coppola | El padrino, 1974, 1983, 1990 |
Ridley Scott | Blade Runner, 1982 |
Terry Gilliam | Brazil, 1985 |
Andrei Tarkovski | Sacrificio, 1986 |
José Luis Cuerda | Amanece que no es poco, 1988 |
Otra información, que incluye la anterior, sería la de las películas del siglo XX preferidas por el autor de estas líneas. Ciertamente, es un gran atrevimiento proponerla, pero a la vista de listados de "grandes películas" aparecidos en diversos medios, en internet, e incluso en revistas dedicadas al cine, el listado siguiente parece estar dentro de los límites estrictos de lo razonable.
David W. Griffith | Intolerancia, 1916 |
Charles Chaplin | El emigrante, 1917 |
F. W. Murnau | Nosferatu, 1922 |
Eric von Stroheim | Avaricia, 1923 |
Buster Keaton | El navegante, 1924 |
S. M. Eisenstein | Acorazado Potemkin, 1925 |
Vsévold Pudovkin | La madre,1926 |
Buster Keaton | El maquinista de la general, 1926 |
F. W. Murnau | Amanecer, 1927 |
Carl Theodor Dreyer | La pasión de Juana de Arco, 1928 |
King Vidor | The crowd, 1928 |
Luis Buñuel | L'Age d'Or, 1930 |
Fritz Lang | M., el vampiro de Düsseldorf, 1931 |
James Whale | Frankestein, 1931 |
Charles Chaplin | Luces de la ciudad, 1931 |
Howard Hawks | Scarface, 1932 |
Jean Vigo | L'Atalante, 1934 |
Hermanos Marx | Una noche en la ópera, 1935 |
Charles Chaplin | Tiempos modernos, 1936 |
Jean Renoir | La gran ilusión, 1937 |
S. Laurel y O. Hardy | En el Oeste, 1937 |
Marcel Carné | Quai des brumes, 1938 |
S. Laurel y O. Hardy | Estudiante de Oxford, 1940 |
Ernst Lubitsch | El bazar de las sorpresas,1940 |
Howard Hawks | Tener y no tener, 1940 |
John Ford | Las uvas de la ira, 1940 |
Hermanos Marx | En el Oeste,1940 |
Orson Welles | Ciudadano Kane, 1941 |
John Huston | El halcón maltés, 1941 |
Alfred Hitchcock | Sospecha, 1941 |
Michael Curtiz | Casablanca, 1942 |
Marcel Carné | Les enfants du paradis,1945 |
Roberto Rossellini | Roma, ciudad abierta, 1945 [8] |
Jean Cocteau | La Bella y la Bestia, 1946 |
Luchino Visconti | La terra trema, 1948 |
Vittorio De Sica | Ladrones de bicicletas, 1948 |
Roberto Rossellini | Alemania, año cero, 1948 |
Nicholas Ray | Los amantes de la noche, 1948 |
Max Ophuls | Carta de una desconocida, 1948 |
King Vidor | El manantial, 1949 |
Howard Hawks | Río Bravo, 1950 |
John Huston | La jungla de asfalto, 1950 |
Henri G. Clouzot | El salario del miedo, 1050 |
Jean-Pierre Melville | Les enfants terribles, 1950 |
Billy Wilder | El crepúsculo de los dioses, 1950 |
John Huston | La Reina de África, 1951 |
Alfred Hitchcock | Extraños en un tren, 1951 |
Elia Kazan | Un tranvía llamado deseo, 1951 |
René Clément | Juegos prohibidos, 1952 |
Luis G. Berlanga | Bienvenido Mr. Marshall, 1953 |
Nicholas Ray | Johny Guitar, 1954 |
Akira Kurosawa | Los siete samurais, 1954 |
William Wyler | La gran prueba, 1956 |
Juan Antonio Bardem | Calle Mayor, 1956 |
Federico Fellini | Las noches de Cabiria, 1956 |
Stanley Kubrick | Senderos de gloria,1957 |
Ingmar Bergman | Fresas salvajes, 1957 |
Akira Kurosawa | Trono de sangre, 1957 |
Luchino Visconti | Las noches blancas, 1957 |
Mario Monicelli | I soliti ignoti, 1958 |
Orson Welles | Sed de mal, 1958 |
John Ford | El último hurra!, 1958 |
Jacques Tati | Mi tío, 1958 |
Roberto Rosellini | El general Della Rovere, 1959 |
Billy Wilder | Con faldas y a lo loco, 1959 |
René Clément | A pleno sol, 1959 |
François Truffaut | Los 400 golpes, 1959 |
Pietro Germi | Un maldito embrollo, 1959 |
Bernhard Wicki | El puente, 1959 |
Vittorio De Sica | La ciociara, 1960 |
Jean-Luc Godard | A bout de soufle, 1960 |
Luchino Visconti | Rocco y sus hermanos,1960 |
Ingmar Bergman | El manantial de la doncella, 1961 |
Pietro Germi | Divorcio a la italiana, 1961 |
P. P. Pasolini | Mamma Roma, 1962 |
Andrei Tarkovski | La infancia de Iván, 1962 |
Tony Richardson | La soledad del corredor de fondo, 1962 |
Jean-Luc Godard | Vivre sa vie, 1962 |
François Truffaut | Jules et Jim, 1962 |
John Ford | El hombre que mató a Liberty Valance, 1962 |
Roman Polanski | El cuchillo en el agua, 1962 |
Robert Bresson | El dinero, 1963 |
Stanley Kubrick | Dr. Strangelove, 1963 |
Elia Kazan | América, América, 1963 |
Francesco Rosi | Manos sobre la ciudad, 1963 |
Luchino Visconti | El Gatopardo, 1963 |
Federico Fellini | Otto e mezzo, 1963 |
Mario Monicelli | Los compañeros, 1963 |
P. P. Pasolini | La ricotta, 1963 [en Ro-Go-Pag] |
Luis G. Berlanga | El verdugo, 1963 |
John Huston | La noche de la iguana, 1964 |
Fernan Fernán Gómez | El extraño viaje, 1964 |
P. P. Pasolini | El Evangelio según san Mateo, 1964 |
P. P. Pasolini | Pajarracos y pajaritos, 1966 |
Jean Pierre Melville | Le samourai, 1967 |
André Delvaux | Una noche, un tren, 1968 |
George Dunning | El submarino amarillo, 1968 [9] |
Orson Welles | Una historia inmortal, 1968 |
Stanley Kubrick | 2001 Odisea del espacio, 1968 |
Andrei Tarkovski | Andrei Rublov, 1969 |
François Truffaut | L'enfant sauvage, 1969 |
Jean-Pierre Melville | Círculo rojo, 1970 |
Akira Kurosawa | Dodes-ka-den, 1970 |
Robert Bresson | Cuatro noches de un soñador, 1971 |
Alain Tanner | La salamandra,1971 |
Federico Fellini | Roma, 1972 |
Víctor Erice | El espíritu de la colmena, 1973 |
Juan Antonio Bardem | La isla misteriosa, 1973 |
Ingmar Bergman | Gritos y susurros, 1974 |
Luchino Visconti | Retrato de familia en un interior, 1974 |
Francis Ford Coppola | El padrino, 1974, 1983, 1990 |
P. P. Pasolini | Salò, 1975 |
J. Luis Borau | Furtivos, 1975 |
Bernardo Bertolucci | Novecento, 1976 |
Martin Scorsese | Taxi driver, 1976 |
Ettore Scola | Una giornata particolare, 1977 |
Woody Allen | Annie Hall, 1977 |
Iván Zulueta | Arrebato, 1979 |
Francesco Rosi | Cristo se detuvo en Éboli, 1979 |
François Truffaut | El último metro, 1980 |
Manuel G. Aragón | Maravillas, 1980 |
Francesco Rosi | Tres hermanos, 1981 |
Ridley Scott | Blade Runner, 1982 (compl.2007) |
Axel Corti | Trilogía de Viena, 1982-1986 |
Steven Spielberg | ET, el extraterrestre, 1983 |
Pedro Almodóvar | ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, 1984 |
Sergio Leone | Érase una vez en América, 1984 |
Terry Gilliam | Brazil, 1985 |
Stephen Frears | Mi hermosa lavandería, 1985 |
Martin Scorsese | After Hours, 1985 |
F. Fernán Gómez | El viaje a ninguna parte, 1986 |
Andrei Tarkovski | Sacrificio, 1986 |
Robert Guédiguian | Marius et Jeanette, 1987 |
Louis Malle | Au revoir les enfants, 1987 |
José Luis Cuerda | Amanece que no es poco, 1988 |
Louis Malle | Milou en mai, 1989 |
Ettore Scola | Che ora é?, 1989 |
Gianni Amelio | Ladrón de niños, 1992 |
Fernando Trueba | Belle Époque, 1992 |
Ang Lee | El banquete de boda, 1993 |
André Téchiné | Los juncos salvajes, 1994 |
Agustín Díaz Yanes | Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, 1995 |
Theo Angelopoulos | La mirada de Ulises, 1995 |
Woody Allen | Todos dicen I love you, 1996 |
José Luis Guérin | Tren de sombras, 1997 |
Abbas Kiarostami | El sabor de las cerezas, 1997 |
Curtis Hanson | L. A. confidencial, 1997 |
Robert Guédiguian | Marius et Jeannette, 1997 |
Michael Haneke | Código desconocido, 2000 |
Patricia Ferreira | Sé quién eres, 2000 |
Y, ya puestos, las preferidas del siglo XXI:
Ken Loach | La cuadrilla, 2001 |
José Luis Guérin | En construcción, 2001 |
F. León de Aranoa | Los lunes al sol, 2002 |
Roman Polanski | El pianista, 2002 |
Patricia Ferreira | Para que no me olvides, 2005 |
Ang Lee | Brokeback Mountain, 2005 |
F. H. von Donnersmarck | La vida de los otros, 2006 |
André Téchiné | Los testigos, 2006 |
Martin Scorsese | Infiltrados, 2006 |
Víctor Erice | La Morte Rouge, 2009 |
Robert Guédiguian | Las nieves del Kilimanjaro, 2011 |
Michael Haneke | Amor, 2012 |
André Téchiné | Cuando tienes diecisiete años, 2016 |
Las preferencias expresadas no son, obviamente, objetivas. Pero podrían ser significativas de que el mejor cine se hizo en las décadas de 1950 y 1960. En ellas fueron realizadas en gran número obras verdaderamente destacables.
El cine permite el documento y el documental, y no solo la forma narrativa habitual. Además hoy hay público para el cine hecho fuera de las culturas hegemónicas, al margen del modelo narrativo euro-americano normalizado (indebidamente). Con "tempi" distintos, como ejemplifica El sabor de las cerezas de Kiarostami. Es de temer, sin embargo, que también en el cine se produzca la homologación cultural —lo que por desgracia implica aculturación—.
Las invenciones electrónicas han abaratado notablemente las filmaciones (aunque algunos realizadores suelen preferir la película analógica). Hoy se puede filmar incluso con un teléfono móvil. Eso ha dado lugar a la retransmisión de mucha porquería (y 'porquería' es una expresión atenuada) por las llamadas "redes sociales". A costa de esta carga de estulticia, sin embargo, cabe conseguir documentos filmados de hechos reales y la construcción de auténticos documentales. Los realizadores dependen menos de las finanzas para rodar —es un decir— con los nuevos medios, que incluyen cámaras digitales capaces de filmar-sin-película con gran calidad en un soporte con el que el celuloide no puede competir financieramente ni en términos de conservación. Las viejas películas valiosas se digitalizan y sus imágenes son restauradas. También es posible, para los pocos que disponen de espacio, montar un pequeño cine en la propia casa, mediante lectores de dvd y proyectores de gran calidad que permiten superar los límites dimensionales de las pantallas de televisión.
Quizá lo mejor esté por venir.
Notas:
[1] Chaplin, ciertamente, se inspiró en otro film excelente, A nous la liberté, de René Clair; de gran calidad pero no excepcional como el de Chaplin, partiendo del mismo tema.
[2] John Reed fue el autor de Diez días que conmovieron al mundo y de ¡Que viva México!, entre otras obras notables.
[3] Impagable el Julio César en b/n de Mankievicz, donde tras la figura de César (Marlon Brando) aparece un busto... de Adriano.
[4] El piano jazzístico se acomoda perfectamente a los films mudos de Chaplin. El lector puede hacer la prueba por sí mismo recurriendo a música de Fats Waller o Jerry Roll Morton.
[5] Se tiende a ver a Chaplin como un mimo genial. Lo es, pero también uno de los más grandes genios del arte cinematográfico.
[6] Eisenstein coloreó a mano, fotograma a fotograma, una bandera roja en las primeras copias del Potemkin. Pero este uso puntual del color, que busca un efecto emocional, difiere esencialmente de las habituales películas en color. Otros autores han buscado efectos parecidos, con copias en sepia de sus pelis y no en blanco y negro, como Truffaut en alguna ocasión. Ciertos autores usan color y blanco y negro en la misma película para lograr efectos diversos, como Pasolini en La ricotta.
[7] En rigor de James Wahle o de Mary Shelley...
[8] Se trata de una buena y eficaz película, aunque Luis Buñuel y yo creemos que contiene una vileza, supongo que la misma. He dudado mucho en incluirla aquí.
[9] El film El submarino amarillo es la gran obra maestra del pop-art.
5/2020
Josep Granados
Las limitaciones del derecho frente al problema del racismo
El pasado día 25 de mayo George Floyd era asesinado por el agente de policía Derek Chauvin en la ciudad estadounidense de Minneapolis. Las imágenes grabadas por un ciudadano con su teléfono móvil han dado la vuelta al mundo y las muestras de indignación y repudio contra el asesinato han sido unánimes. Evidentemente, nadie en su sano juicio y con un mínimo de sentido común no puede dejar de horrorizarse con las imágenes de un hombre que sin oponer resistencia muere asfixiado mientras pide por favor que le dejen respirar.
De la grabación no se desprende que se profiriera ningún tipo de insulto racista, pero mayoritariamente la opinión pública (expresada en televisiones, radios, periódicos y demás medios de comunicación) ha entendido que el asesinato es un acto de racismo. George Floyd era afroamericano y la abundante historia de muertes y brutales agresiones contra la población negra perpetradas por agentes de policía en EE.UU. no deja lugar a dudas respecto a la conexión entre estas acciones y el color de piel de quien las sufre. En consecuencia, el asesinato ha generado importantes protestas contra el racismo policial tanto dentro como fuera de los EE.UU. Aún así, en este caso las reflexiones no han sido absolutamente unánimes. El mismo presidente Trump no concibe (o así lo manifiesta) que la actuación policial del agente Chauvin presente tintes racistas. Su postura debe ser compartida por millones de estadounidenses que le permitieron ocupar la presidencia de los Estados Unidos y que están dispuestos a votarlo de nuevo en las próximas elecciones (aunque se presume que en menor medida que en 2016). Del mismo modo, muchos de los que reconocen el carácter racista del hecho se han referido a la actuación del agente como un caso puntual que no puede utilizarse para valorar a la policía en su conjunto como racista.
Pero la realidad nos coloca de nuevo a todos ante el espejo. El día 12 de junio Rayshard Brooks era asesinado a tiros por agentes de policía en la ciudad de Atlanta después de que se quedara dormido en su coche en el aparcamiento de un restaurante. Brooks era también afroamericano.
Ahora bien, más allá de mostrar nuestro repudio e indignación, parece necesario llevar a cabo una reflexión más compleja sobre estos hechos. Y resulta especialmente importante, como apunta la filósofa brasileña Djamila Ribeiro [1], que este ejercicio sea realizado de acuerdo con el espacio social, económico, político y cultural que ocupamos, siendo por tanto conscientes del lugar desde donde reflexionamos y del tipo de repercusión que pueden tener estas reflexiones. Resulta evidente, y necesario, que nuestras reflexiones, conclusiones y respuestas al problema planteado han de ser específicas y no pueden pretender apropiarse de otras que no nos pertenecen y que nos llevan a formas de intervención ineficaces de acuerdo con el espacio social que ocupamos, por estar más relacionadas con lo políticamente correcto que con una propuesta real de diálogo. Evidentemente, me refiero a cómo el debate que rodea la cuestión racial interpela a la población blanca que repudia los actos racistas, y en concreto de racismo policial, y hasta dónde se está dispuesto a llegar en un proceso de reflexión que conduzca positivamente a identificar las responsabilidades reales del problema.
Un buen punto de partida pueden ser las palabras de los familiares de Rayshard Brooks. Unas palabras que más allá de golpearnos por su contundencia deberían llevarnos a una reflexión más profunda: «La confianza en la policía está totalmente rota. La única manera de curar las heridas es a través de la imputación y condena y con un drástico cambio en la policía». «¿Cuántas manifestaciones más hasta el próximo muerto?». «No solo estamos heridos, estamos furiosos. ¿Cuándo acabará esto? No sólo pedimos justicia, pedimos un cambio». Si nos fijamos con atención en las palabras de la prima y de la sobrina de Rayshard Brooks nos daremos cuenta que manifiestan, en primer lugar, una clara falta de confianza en la policía. En segundo lugar, también una evidente apelación a los tribunales exigiendo que hagan su trabajo de forma diligente. Por último, reclaman un cambio que vaya más allá de la condena puntual de los agentes en cuestión. Para abordar estas cuestiones, trasladémoslas a nuestra realidad.
La normalidad del racismo
Respecto a la primera cuestión, hemos de ser conscientes de que el racismo en la policía no es una cuestión de manzanas podridas. Lo sería si lo valoramos a partir de las resoluciones judiciales que condenan a agentes de policía. No lo es si lo analizamos teniendo en cuenta las quejas de la población afectada. Aquí, pues, nos encontramos con la primera cuestión a la que hacer frente, y es que existe una desconfianza entre la población blanca —sea esta española o estadounidense-—respecto a la verosimilitud de las quejas vertidas por los afectados por el racismo —en sus múltiples formas—. Por lo que respecta al policial, los abusos son más recurrentes de lo que se puede llegar a pensar. El caso en Sant Feliu Sasserra, recientemente destapado por la asociación SOS Racisme Catalunya gracias a una grabación, es solamente una muestra de comportamientos violentos y explícitamente racistas ocurridos con cierta frecuencia, dada la nada menospreciable cantidad de agentes que actúan bajo el influjo de prejuicios y comportamientos racistas [2]. Wubi, un joven de origen africano, fue amenazado y vejado por agentes del cuerpo de los Mossos d’Esquadra, los cuales se dirigieron a él llamándolo «negro de mierda», «negraco de mierda», «kunta» y «mono». En un determinado momento, uno de los agentes lo amenazó diciéndole que la próxima vez que lo viera más le valdría salir corriendo «pero intenta irte muy lejos, si es más lejos que África, mejor». De la grabación se desprende que uno de los agentes había llegado a disparar su arma: «He fallado, ¿eh? Si no, te reventaba las costillas con la bala». Como era de esperar, el Jefe de los Mossos d’Esquadra, Eduard Sallent, ha manifestado que repudia los hechos acontecidos, pero —como también era previsible— ha asegurado que este tipo de episodios son «casos aislados». Tan aislados como las veces en que han podido ser grabados, podríamos añadir.
Porque el problema al que nos enfrentamos se fundamenta en la incredulidad que despiertan este tipo de denuncias tanto en la población blanca como en las instituciones y los medios de comunicación —ocupados por hombres y mujeres blancos—. Está claro que cada una de las agresiones y actitudes discriminatorias de los agentes de policía no pueden ser grabadas, mientras que la conmoción institucional y social respecto a los casos de racismo parece depender de la existencia de este tipo de pruebas irrefutables. Lo que cabe preguntar a los responsables de Interior es, pues, qué piensan hacer cuando no existan esas imágenes y grabaciones. ¿Donde aparece, en esos casos, la tarea fiscalizadora de asuntos internos? ¿Por qué la Generalitat cubre siempre a los agentes con sus servicios legales cuando se enfrentan a una denuncia judicial por racismo? Las mismas preguntas son extrapolables al Ministerio del Interior respecto a la Policía Nacional o al Ayuntamiento de Barcelona respecto a la Guardia Urbana. En este ultimo caso se riza aun más el rizo, dado que el Ayuntamiento contrata los servicios de uno de los despachos de mayor prestigio del país para auxiliar a los agentes acusados de racismo.
Por otro lado, entre la población blanca también existe una resistencia a entender que el racismo policial es estructural —es decir, que actúa sobre la base de mandatos racistas, más allá de los casos más violentos y explícitos de racismo—. La policía es uno de los instrumentos institucionales con mayor autoridad para hacer cumplir las leyes y las políticas gubernamentales, y no es casual, por un lado, que dependa jerárquicamente del Ministerio del Interior, del Departamento autonómico o de la concejalía municipal de seguridad correspondientes, órganos eminentemente políticos; y, por otro lado, que dependa también de los fiscales —sujetos también jerárquicamente a las instrucciones del Fiscal General de Estado nombrado a dedo por el gobierno de turno—, que son quienes deciden lo que debe o no debe investigar la policía. Por detrás de los cuerpos policiales hay gobiernos de todos los colores que no han discutido en ningún momento el racismo institucional que se aplica a través de la Ley de extranjería, que levantan y mantienen barreras para evitar la llegada de inmigrantes o que persiguen la venta ambulante como si de una actividad extraordinariamente nociva se tratase, por poner algunos ejemplos. Es decir, más allá de los casos más brutales, el racismo policial está siempre presente. Las paradas policiales son su mejor ejemplo [3]. La presión policial sobre la venta ambulante es otra muestra [4]. Les emplazo a escuchar a los portavoces del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes de Barcelona para entender todo lo que envuelve la venta ambulante y la acción gubernamental, policial y judicial en su contra.
La cotidianeidad de este racismo nos lleva a reflexionar sobre el motivo que empuja diariamente a restar importancia a las paradas policiales o a dudar de la veracidad de las denuncias de los afectados por racismo policial. Lo que nos lleva a la irremediable conclusión de que el racismo está normalizado. Cuando alguien es testigo de una identificación policial suele pensar «si lo paran algo habrá hecho» y si se denuncian actos discriminatorios se desconfía porque «el inmigrante nunca acaba de ser de fiar» o porque «algún beneficio debe querer sacar de todo esto». Y ahí es donde asoma la vertiente más cotidiana del carácter estructural del racismo, configurando como normal tanto el funcionamiento policial como la comprensión por los ciudadanos de esa particular manera de relacionarse con sus vecinos. El racismo evidentemente no es natural —como tampoco las razas—, pero está normalizado en las cabezas de la población blanca y forma parte de su forma de racionalidad. Interviene en la manera en que se entienden y practican las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales, como demuestra claramente que en España no escandalicen los desproporcionados números sobre paradas policiales o que se aplauda la presión sobre los vendedores ambulantes. También lo revela el que se mire con recelo a los gitanos en espacios que se considera que no les son propios, ya sean físicos, como puede ser un determinado barrio, o de carácter más representativo como pueden ser los ocupados por presentadores de televisión o protagonistas de series y películas —más allá de papeles que reproducen los estigmas peyorativos—. Si se abre un poco más el objetivo, el carácter estructural del racismo se detecta también si analizamos el tipo de consumo que se lleva a cabo diariamente por parte de la ciudadanía, aun sabiéndose que determinados productos que se consumen (ropa o tecnología, por ejemplo) son el resultado de la explotación de población no blanca —población a la que se le impide entrar en nuestro país y una vez aquí es mirada con desconfianza y recelo—.
Ahondando en estas reflexiones parece adecuado citar otra realidad que reproduce el racismo a niveles similares —si no peores— a los estadounidenses, y que aporta información ilustrativa en el específico momento actual a efectos de comprender lo que significa que el racismo sea estructural. Nos referimos a la realidad brasileña. En junio de 2019, en el Seminario Nacional Brasil Sem Racismo. Povo Negro em Movimento, celebrado en Salvador de Bahía, se presentaron varios estudios sobre las diferentes áreas en las que el racismo es determinante. Se trataron aspectos relacionados con el medioambiente, el trabajo, la educación, la seguridad pública, la cultura o la economía. Ahora bien, en el actual contexto pandémico resulta interesante destacar la reflexión que se realizó en torno al ámbito sanitario: el racismo es un determinante social de la salud y de la enfermedad. La actual coyuntura lo hace evidente. ¿Quién en Brasil goza de una vivienda que haga posible el aislamiento social? ¿Quién puede dejar de trabajar durante dos o tres meses o practicar el teletrabajo? ¿Quien tiene un seguro medico que le garantice atención hospitalaria cuando sea preciso? ¿Quien tiene internet en casa para que lo niños y niñas puedan seguir estudiando virtualmente? La respuesta es evidente: la población de clase media y alta, que no por casualidad se caracteriza por su blanquitud. Por tanto, el color de piel es claramente un determinante de la salud y de la enfermedad, porque afecta a cómo accedemos al derecho a vivienda, al mercado de trabajo, a la sanidad y a la educación [5].
Para ejemplificar la influencia de la cuestión racial en la salvaguarda de la integridad física y de la vida de los brasileños podemos citar los datos más concluyentes: según los informes realizados durante los últimos años, casi el 80% de personas muertas de forma violenta en Brasil son jóvenes negros. Ningún dato puede ser más contundente y revelador que este. Pero podemos también citar otros dos ejemplos, ligados de forma más directa a la actualidad, que nos pueden permitir entender la incidencia del racismo en la salud de la población brasileña.
El primero, señalado por la antropóloga Ursula Verthein [6], parece tan trivial a primera vista como especialmente cruel si lo reflexionamos con mayor detenimiento. Mientras la pandemia proporciona a la población de clase media y alta, mayoritariamente blanca, la oportunidad de disfrutar de la elaboración y degustación de comidas, panes y pasteles hechos en las cocinas de sus casas —por disponer de más tiempo en casa y en familia—, las poblaciones de las comunidades con alto porcentaje de afrodescendientes presentan problemas para poner un plato sobre la mesa por causa de la dificultad añadida que supone la crisis actual para quienes trabajan en la informalidad. Y, claro, si un día apetece comida de restaurante, no duden que habrá alguien que se va a exponer —tanto al virus, como a un sueldo paupérrimo, como a un trabajo informal sin ninguna garantía, como al sufrido ejercicio de afrontar en bicicleta el tránsito de las grandes ciudades brasileñas— para llevar esa comida hasta la puerta de su casa. Casi con toda seguridad, cuando abran la puerta de su casa la persona que le va entregar esa comida —o producto de cualquier índole que haya pedido— va a ser un joven negro.
Un segundo ejemplo nos lo proporciona el caso de Miguel Otávio, un niño de cinco años que murió el pasado día 2 de junio en Recife. Hijo de una trabajadora del hogar, tuvo que acompañar a su madre a trabajar al estar las escuelas cerradas por la pandemia. Durante un momento en que la madre bajó a pasear al perro de la familia para la cual trabajaba, el niño sintió añoranza y se puso a llorar, ante lo cual la dueña del apartamento, en vez de intentar calmarlo, lo mandó al ascensor y lo dejó allí, solo, sin asegurarse de que el niño se reencontrarse con su madre. Miguel tenía cinco años y estaba en la novena planta de un edificio que desconocía. El niño acabó precipitándose del noveno piso y murió en el acto. Miguel era negro, como también lo es su madre. Ambos vivían en un barrio humilde de Recife. La familia para la que trabajaba vive en uno de los barrios ricos de la ciudad y el color de su piel es blanco. El racismo estuvo presente en cada instante desde que la madre salió de casa aquella mañana y llevó al niño al trabajo por no poder dejarlo a cargo de nadie y por no poder permitirse dejar de acudir a limpiar el apartamento de la familia blanca para la que trabajaba. Por un lado, madre e hijo se expusieron al virus por causa de los condicionantes socioeconómicos que les empujaron a salir de casa esa mañana y que, como hemos visto, estaban relacionados con su color de piel. Por otro lado, el desprecio de la empleadora por la integridad física y la vida del niño solo se puede entender bajo el prisma de quien menosprecia la vida de aquel a quien considera no merecedor del mismo respeto y cuidado que sus semejantes. La empleadora, en plena crisis sanitaria, obligó a la madre de Miguel a trabajar —pudiendo optar por otras soluciones mucho más respetuosas con la trabajadora doméstica— y, estando por unos instantes a cargo del hijo de esta, actuó de forma tan irresponsable que solo es posible entender ese comportamiento como una muestra de inferiorización de la trabajadora y de su hijo.
Brasil nos muestra la cara más cruel y brutal del racismo estructural y nos demuestra que este está presente en cada uno de los actos que llevamos a cabo, sea en relación al funcionamiento de las relaciones económicas, sea en torno a nuestra comprensión de las relaciones sociales. La falta de confianza que la familia de Rayshard Brooks afirma experimentar hacia la policía es la misma falta de confianza que puede sentir hacia la población blanca cualquier integrante de los grupos sociales inferiorizados por su origen étnico o su color de piel. Una población que, desde su blanquitud, permite con su pasividad que sucedan actos como el asesinato de un hombre por haberse quedado dormido dentro de su coche en un aparcamiento, que mira con indiferencia las selectivas paradas policiales, que en tiempos de pandemia se aprovecha de los que trabajan en la informalidad, o que se estremece durante unos segundos al enterarse por televisión de la muerte de Miguel pero que cambia de canal instantes después y no hace nada para que la realidad cambie.
Las responsabilidades del poder judicial
Pensando en posibles formas de intervención, volvamos a la segunda de las cuestiones lanzadas por los familiares de Rayshard Brooks y reflexionemos sobre el papel que tiene en todo esto la Administración de Justicia. Varias cuestiones están relacionadas con la tarea que deben desarrollar los tribunales. La primera hace referencia a la necesidad de exteriorización del racismo para que este sea detectable y condenable judicialmente. La universalización del antirracismo provoca que pocos reconozcan ser racistas o que lleguen a verbalizar sus prejuicios. Y sin exteriorización de la motivación racista, sin hechos fácticos que permitan caracterizar indubitadamente el acto como racista, no va a existir racismo para un juez, aunque los actos estén imbuidos de racismo por los cuatro costados. Consiguientemente, podemos afirmar que, desde un punto de vista técnico, los tribunales se enfrentan a obstáculos importantes para detectar el racismo, ya que el derecho es individualista, casuístico y requiere de datos fácticos y de pruebas empíricas.
La segunda cuestión hace referencia a la paradoja que plantea que, por un lado, el racismo sea estructural, y por lo tanto un elemento que construye la racionalidad para la población blanca, y por otro lado que quienes deben impartir justicia en España son en su inmensísima mayoría blancos —particularmente, como abogado no he visto ni a un solo juez o fiscal no lo fuera—. En consecuencia, cabe suponer que sus cabezas también estén construidas bajo el influjo del racismo estructural, y que éste intervenga en su capacidad de discernimiento y en su arbitrio en tanto que operadores jurídicos. Estamos hablando de jueces y fiscales que aplican la ley de extranjería y ordenan el encierro en Centros de Internamiento de Extranjeros de personas que no han cometido ningún tipo de delito. O que aplican duramente los artículos del código penal previstos para perseguir los ilícitos contra la propiedad industrial, diseñados para condenar la venta ambulante de quienes no tienen otra opción para ganarse la vida que vender prendas burdamente imitativas de las de grandes marcas. O que se nutren, para aplicar todas esas leyes racistas, de los atestados y declaraciones de los agentes de policía, que como informantes del poder judicial son el instrumento que este utiliza para saber lo que acontece en las calles. Esos mismos jueces y fiscales son los que deberían dudar de los informes elaborados por los agentes que se autoexculpan cuando son denunciados por racismo, condenándolos, en su caso, con la misma ejemplaridad con que la que a día de hoy condenan a los vendedores ambulantes.
Pero señalar que existe racismo en la policía conduce a poner en duda todo el sistema: tendría algo de autoinculpación para jueces y fiscales. Lo que explica que el derecho que debe ser aplicado contra los actos racistas —es decir, el derecho antidiscriminatorio— sea inefectivo, en la medida en que los jueces suelen dejar sin sanción a quienes lo contravienen. Y esta inefectividad, a su vez, configura la ineficacia del derecho antidiscriminatorio desde el momento en que los policías y los ciudadanos interpretan la impunidad como una carta blanca para seguir actuando de la misma forma. Inefectividad e ineficacia se retroalimentan. ¿Alguien duda que si las agresiones policiales fueran condenadas diligentemente por los tribunales casos de violencia como los sufridos por George Floyd, Rayshard Brooks o Wubi posiblemente no habrían ocurrido?
Por lo que respecta al caso que nos atañe de forma más cercana, sabemos que la denuncia de Wubi está en fase de instrucción desde hace muchos meses y la investigación judicial parece paralizada. Y eso que existe una grabación irrefutable y los agentes pueden ser perfectamente identificados. Casos tan claros como éste llevan siendo ignorados por los jueces y los fiscales de forma endémica. Esto nos puede llevar a pensar que, más allá del racismo que los actores jurídicos puedan llegar a practicar de forma menos consciente, existe también un racismo más consciente entre aquellos a los que como sociedad hemos delegado la función de impartir justicia.
El derecho antidiscriminatorio en perspectiva
La tercera cuestión que nos podemos plantear a raíz de las palabras de la familia de Rayshard Brooks hace referencia a la necesidad de un cambio que vaya más allá de la condena de los agentes en cuestión. Esto nos debe llevar a reflexionar sobre qué herramientas son las que se utilizan en mayor medida para combatir el racismo, lo que a su vez cuestiona el papel del derecho como instrumento de transformación social y la idoneidad del derecho antidiscriminatorio en particular como elemento de combate del racismo.
El derecho es, como señaló Pierre Bourdieu [7], el poder simbólico de nominación por excelencia. Leyes y decisiones judiciales son elementos que contribuyen de forma decisiva en la construcción de la realidad social. De ahí que hayamos reflexionado sobre cómo de importante sería que los tribunales condenaran los actos de racismo, sea policial o de otro tipo. Provocaría probablemente un cambio. Pero hemos visto que estas condenas son escasas (en el caso del racismo policial, casi nulas). Lo que lleva a cuestionar la eficacia real de las leyes antidiscriminatorias, la escasa coherencia entre la finalidad reparadora que declaran —sin duda eficaz ideológicamente— y el cambio real exigido por las víctimas del racismo y los movimientos antirracistas.
Conviene, entonces, preguntarse por el significado del derecho antidiscriminatorio, lo que remite a sus orígenes y desarrollo. Revisitar los inicios de la normatividad antidiscriminatoria nos traslada a los Estados Unidos durante el periodo comprendido entre los años treinta y setenta del siglo XX. Este viaje en el tiempo permite comprender que el derecho antidiscriminatorio es aquel que pretende ir más allá de la prohibición de la discriminación y procura intervenir de tal manera en la realidad social que consiga neutralizar las opresiones —o por lo menos las consecuencias de estas opresiones— sufridas por determinados grupos sociales.
Sabemos, sin embargo, que el desarrollo del derecho antidiscriminatorio ha corrido en paralelo a un tipo de actividad institucional eminentemente reactiva. El derecho antidiscriminatorio fue desde sus inicios la respuesta institucional a las estrategias y acciones de protesta de los movimientos de resistencia negros. Por lo tanto, se configura como la traducción institucional, específicamente jurídica, de las reivindicaciones de grupos históricamente minorados, en este caso los afroamericanos. El derecho antidiscriminatorio ha sido conquistado por la presión ejercida sobre las instituciones. Ahora bien, debemos pensar hasta dónde éstas han estado dispuestas a llegar en las cesiones realizadas a favor de los cambios sociales. Como señaló E. P. Thompson [8], se trata de una cesión que las instituciones que ostentan el poder precisan realizar en determinadas ocasiones para legitimarse y legitimar el proyecto que representan, pareciendo que toman decisiones justas —o tomándolas realmente— en beneficio de aquellos colectivos históricamente sometidos a dicho proyecto. De esta forma, los movimientos de reivindicación han conseguido parte de sus propósitos y avanzar realmente en favor de la igualdad. Pero puede que no de la mejor manera o a la velocidad necesaria.
Complementariamente, la no homogeneidad de los movimientos de reivindicación también ha podido tener que ver en el tipo de relación establecida entre las instituciones y los distintos actores sociales. En el caso de los movimientos afroamericanos su heterogeneidad es históricamente conocida, y de sus diferentes relaciones con las instituciones podemos aprender mucho sobre las finalidades de las concesiones institucionales materializadas en normas antidiscriminatorias. Si observamos lo acontecido durante los años cincuenta, sesenta y setenta, vemos que el movimiento en favor de los derechos civiles (representado icónicamente por figuras como Rosa Parks o Martin Luther King) fue una experiencia completamente disruptiva. Con sus acciones directas de resistencia pacífica fue capaz de impulsar la creación de una política nacional que derogase las leyes segregacionistas y discriminatorias. Y se hicieron a través de un movimiento que revertió el sentido histórico de la criminalización adjudicada a los negros en Estados Unidos a través de los Slaves Codes, los Black Codes y las leyes Jim Crow.
Como señala la jurista Michelle Alexander [9], los activistas fueron capaces de hacer del encarcelamiento algo noble, situándose en una posición moral y política que obligó a las instituciones a negociar los cambios necesarios para corregir las leyes segregacionistas y discriminatorias norteamericanas. Con esas concesiones, se consiguió pacificar el conflicto. Ahora bien, es interesante no perder de vista que mientras los presidentes Kennedy y Johnson elaboraban y aprobaban la Ley de los derechos civiles de 1964 —considerada como la primera gran ley antidiscriminatoria de la historia— había en Estados Unidos otros movimientos de reivindicación aún más revolucionarios. Mientras se legitimaba institucionalmente el movimiento de King, se demonizaba el movimiento Black Power —por citar al más conocido—, formado por nacionalistas y comunistas negros que defendían una critica mucho más peligrosa para el status quo estadounidense (y mundial), al culpar de forma mucho más explícita al capitalismo (como sistema creado, construido y sustentado sobre el racismo) del sometimiento de la población negra. La radicalidad de sus líderes (entre ellos la todavía muy activa Angela Davis) ponía en mayores dificultades al poder institucional que el movimiento encabezado por King, el cual, aun siendo revolucionario en muchos sentidos, proponía soluciones enmarcables en el reformismo —en la medida en que no dejaba de moverse dentro de los esquemas de pensamiento liberal norteamericano—.
Toda la esperanza que generó la aprobación de la ley en 1964 fue proporcional a la frustración posterior, una vez se comprobó que las condiciones de vida de los afroamericanos no progresaban y la discriminación seguía afectando a su cotidianidad. Esta frustración se materializó en protestas violentas en distintos barrios negros durante los años siguientes a la aprobación de la ley de derechos civiles. El movimiento Black Power creció. Pero las instituciones no estuvieron dispuestas en este caso a ceder en relación a medidas que afectarían el modelo económico y social de los Estados Unidos: ahí no hubo negociación. Para combatir esas protestas y el rearme del movimiento negro alrededor del Black Power, el presidente Nixon inició la campaña Ley y Orden, que fue ejecutada violentamente por el presidente Reagan, también impulsor la llamada Guerra contra las Drogas. Todas ellas estrategias —como años después han reconocido los mismos asesores de los citados presidentes— para desestabilizar encubiertamente a los movimientos negro y antibelicista. El presidente republicano Bush continuó con esas políticas, así como su hijo años después. Pero el demócrata Clinton también las aplicó, siendo muy activo en el maltrato a la población negra al aprobar leyes que penalizaban exageradamente conductas relacionadas con el consumo del crack (la droga predominante en barrios negros), en contraste con el trato que se continuaba prestando política y jurídicamente al consumo de cocaína (la droga más relacionada a la población blanca). Obama, pudo representar una oportunidad de cambio, pero la realidad nos señala que en ocho años de presidencia las condiciones de vida de los afroamericanos mejoraron poco o nada. Por fin, la actualidad consigue empeorar lo vivido durante los últimos cincuenta años, ya que el actual presidente utraderechista Trump (como Bolsonaro en Brasil) se limita a echar arena sobre el trato criminal hacia la población negra y sobre una realidad demoledora en relación a las condiciones de vida de los afrodescendientes.
La experiencia estadounidense, que vio nacer el derecho antidiscriminatorio posteriormente introducido en las normativas europeas, nos revela que este tipo de normatividad surge como una reacción de las instituciones a la protesta y a la reivindicación. Pero también que la reacción institucional está calculada para permitir cambios que no vayan más allá de lo que no se está dispuesto a ceder. Si conectamos esto con la capacidad de pacificación que caracteriza el derecho antidiscriminatorio, tenemos un importante campo para reflexionar. Esencialmente sobre el posible carácter falaz de este tipo de normatividad, en vista de los condicionantes estructurales que la hacen ineficaz en la práctica. Técnicamente, es un derecho que solo permite abordar un pequeño porcentaje de la realidad racista (la que se manifiesta de forma más explícita) y que no detecta el racismo que se desarrolla de forma menos descarada y que es mayoritario. Además, se ha visto también cómo los tribunales tienen dificultades para condenar los escasos episodios que llegan a su conocimiento, aunque registren pruebas concluyentes. De lo que cabe concluir que, aunque han sido creados instrumentos para abordar el racismo, la función que esencialmente cumple la normativa actual es la de neutralizar la reivindicación y otorgar una especie de falsa seguridad.
Un derecho que por naturaleza es de intervención casuística, que trata de individualizar el conflicto y que atribuye tanto poder de determinación a unos tribunales poco propensos a su aplicación no parece el mejor instrumento para erradicar el racismo. Un derecho que fragmenta nuestra comprensión sobre la opresión que se ejerce contra los grupos históricamente discriminados no puede ser capaz de identificar las dimensiones económica, política, social y cultural necesarias para la solución del conflicto, y de actuar sobre ellas.
En conclusión, respondiendo a las cuestiones planteadas por los familiares de Rayshard Brooks, un cambio verdadero debe pasar efectivamente por la condena judicial de los policías. Posiblemente también por expresar nuestra solidaridad, empatía e implicación en la protesta. Pero lo que parece aun más necesario es ir más allá y pensar en un cambio radical de los pilares que sustentan las condiciones de vida de la población blanca, que se ha construido sobre la base del sufrimiento de seres humanos a los que históricamente se ha reducido a una naturaleza infrahumana, como si — tal como señala el filósofo camerunés Achille Mbembe [10]— de cosas, objetos o mercancías se tratara.
¿Que puede hacer la población blanca para abordar la cuestión racial de forma más eficaz? La respuesta no es sencilla de digerir. Puede, como hace ahora, llevar a cabo acciones que no les comprometan —mediante el tuit y la compra de la camiseta con el lema Black Lives Matter—. Puede pensar también que el derecho se va a encargar de solucionarlo todo. Pero ninguna de estas opciones ha sido demasiado eficaz por ahora. Otra opción más incisiva, en cambio, está vinculada a un ejercicio de autocuestionamiento, a repensar el nivel de vida del que se goza y en qué se sustenta, en qué los méritos reales y sobre qué cuerpos está construido ese bienestar. Esto significa pensar el racismo no sólo como un problema de policías perturbados, sino como un problema del que es responsable la población blanca en general y que atañe a dimensiones sociales, culturales, políticas y, especialmente, económicas de esta población.
Dejarlo todo en manos del derecho antidiscriminatorio es una forma de mirar a otro lado.
Fuentes
[1] Ribeiro, Djamila. O que é lugar de fala. Letramento, Belo Horizonte, 2017.
[2] Según los datos publicados por la asociación SOS Racisme Catalunya en el Informe sobre el estado del racismo en Catalunya de 2019, el 15% de los casos atendidos durante el año pasado fueron relativos a violencias racistas perpetradas por agentes de policía
[3] La existencia de identificaciones por perfil étnico en el España resta documentada en múltiples informes. Uno de los más recientes fue el realizado en 2018 por la plataforma de entidades Pareu de Parar-me, titulado L’aparença no és motiu. Identificacions policials per perfil ètnic a Catalunya. Informe 2018. También García Añón publicó en 2013 Identificación policial por perfil étnico en España, un completo trabajo que constata y analiza la existencia de este tipo de prácticas discriminatorias por parte de los cuerpos de seguridad. A nivel institucional, la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI) expresó en 2011 su preocupación por los reiterados informes sobre el constante aumento de los controles de identidad que se llevan a cabo en barrios en los que existe una fuerte concentración de extranjeros (Cuarto Informe sobre España, de 8 de febrero de 2011, parágrafo 201). También en el mes de abril del mismo año el Comité pera la Eliminación de la Discriminación Racial de la ONU (CERD) instó al Estado español a tomar medidas efectivas para erradicar la práctica de controles de identificación basados en perfiles étnicos y raciales («Observaciones finales», Documento CERD/C/ESP/CO/18-20, 8 de abril de 2011, parágrafo 10).
[4] Según el Informe sobre el estado del racismo en Catalunya del año 2017 publicado por la asociación SOS Racisme Catalunya, «el número de casos atendidos por el Servicio de Atención y Denuncia para Víctimas de Racismo y Xenofobia (SAiD) que hacen referencia a agresiones contra vendedores ambulantes por parte de agentes de policía han aumentado en los últimos años» (Sos Racisme Catalunya, 2017, p. 15). En este sentido, en el diagnóstico llevado a cabo por la asociación está constantemente presente la violencia sufrida por los vendedores ambulantes: «para SOS Racisme es importante dar a conocer que los y las vendedoras ambulantes sufren racismo. Y sufren abusos: en 2015, el 15% de las denuncias por racismo recibidas en el Servicio de Atención y Denuncia fueron de vendedores ambulantes» (declaración extraída de la página web de la asociación: http://www.sosracisme.org/campanyes/venda-ambulant).
[5] Estas conclusiones vienen siendo confirmadas por múltiples informes. En el contexto actual destaca el relativo al Índice Socioeconômico do Contexto Geográfico para Estudos em Saúde (GeoSES), que resume las principales dimensiones socioeconómicas con fines de investigación, evaluación y seguimiento de las desigualdades en salud en Brasil, creado por investigadores de la Universidade de São Paulo y el Hospital Albert Einstein de la ciudad paulista, en colaboración con el Programa de Apoio ao Desenvolvimento Institucional do Sistema Único de Saúde (estudio publicado en la revista científica Plos One).
[6] Según su presentación en el Congresso Virtual da Universidade Federal da Bahía celebrada el 26 de mayo de 2020: «Desafios para os campos da alimentação e cultura e da educação alimentar e nutricional no estado da Bahia: como pensar a segurança alimentar e nutricional em tempos de Covid-19?».
[7] Bourdieu, Pierre. Poder, derecho y clases sociales. Desclée De Brower, Bilbao, 2000.
[8] Thompson, E. P. Senhores e caçadores: a origen da lei negra. Paz e Terra, Rio de Janeiro, 1997.
[9] Alexander, Michelle. El color de la justicia. Capitán Swing, Madrid, 2014.
[10] Mbembe, Achille. Crítica da razao negra. N-1 ediçoes, Sao Paulo, 2018.
[Josep Granados fue abogado de SOS Racisme]
24/6/2020
Antonio Antón
Desafíos para el Gobierno
El principal reto para el Gobierno de coalición, entre el Partido Socialista y Unidas Podemos y sus convergencias, es la consolidación de su proyecto de cambio de progreso, con su readecuación a la nueva realidad de la actual crisis sobrevenida. Supone la reafirmación de la unidad gubernamental y la mayoría progresista de la investidura, con el refuerzo de su legitimidad pública y la gobernabilidad institucional, así como la neutralización de la estrategia confrontativa y de desgaste de las derechas.
El cambio de contexto, derivado de la crisis sanitaria por la Covid-19 y la consiguiente crisis social, económica y vital, modifica el marco de los planes gubernamentales iniciales y, junto con la respuesta inmediata a la citada crisis, exige una adaptación de su proyecto en los dos planos: a corto y a medio y largo plazo. Más allá de la ambigüedad de ciertas palabras, como modulación o adaptación del proyecto gubernamental pactado, voy a valorar los desafíos del Gobierno, junto con la explicación del fracaso de la estrategia confrontativa de las derechas y el riesgo de la nueva estrategia ‘moderada’ que ha reaparecido, con su correspondiente objetivo de reajuste centrista para encarar la crisis social, económica e institucional.
El fracaso de la estrategia confrontativa de las derechas
Las derechas del Partido Popular y Vox han adoptado una estrategia de confrontación abierta con el Gobierno legítimo de coalición progresista. Se enmarca en un nuevo pulso político y social, no exento de tergiversación discursiva y maniobras políticas ilegítimas. Pretende condicionar el sentido de la reorientación programática gubernamental y sus prioridades de justicia social y diálogo territorial. Busca la deslegitimación pública de la coalición progresista, especialmente contra Unidas Podemos, y sus apoyos parlamentarios. Intenta, a toda costa y con métodos poco democráticos, retomar el poder institucional, que considera propio.
La confrontación política, como dice Josep Ramoneda, es consustancial a la disputa por el poder, desde la constatación de la existencia de intereses y posiciones contrapuestos. La concordia total, incluso dentro del tradicional bipartidismo, es irreal, salvo cuando comparten objetivos frente a terceros que cuestionan sus consensos de Estado. Pueden conformarse por dos tipos de condicionamientos: la entidad de las demandas populares igualitarias y democratizadoras, como en la transición política o frente a la protesta social progresista frente a la austeridad y el déficit democrático en la pasada crisis social y económica; o por intereses ‘nacionales’, percibidos y compartidos, hoy inusuales frente a poderes extranjeros. Las derechas lo pretenden sustituir, frente a los nacionalismos periféricos, con una nueva versión de un nacionalismo español reaccionario y conservador que demuestra su debilidad articuladora de la realidad plurinacional. La pugna política de cada bloque ideológico y de poder por la prevalencia en definir su contenido y hegemonizar su representación nunca se abandona.
Frente a la idea de que con los grandes acuerdos todo el mundo gana, especialmente la ciudadanía, prevalece la búsqueda o la ampliación de las ventajas comparativas de los grupos políticos en su legitimidad pública y el control institucional. Incluso en los acuerdos parciales y, particularmente, en el uso mediático de ese deseo de unidad, avalado por la gran mayoría de la población, no se puede ocultar el interés de cada parte por incrementar su prevalencia relativa frente a la contraparte para consolidar su proyecto particular en torno a una estructura de poder y su base social diferenciada.
El diálogo, la deliberación compartida y la convivencia democrática son necesidades y valores fundamentales para una sociedad y la resolución de los conflictos grupales e interpersonales. Son actitudes cívicas básicas. Otro nivel es cuando nos referimos, como ahora, a las estructuras de poder, donde predomina las relaciones de fuerza social, el control económico y político institucional para sacar (o imponer) más o menos ventajas de influencia en los procesos de presión/negociación o de rupturas/acuerdos. Ese realismo analítico y político de los conflictos sociales e internacionales, entre grandes corrientes político-ideológicas, representativas de amplias bases sociales y grupos de poder, es más certero que el irrealismo de un interés compartido sin pugna hegemonista de poder. Las derechas conservadoras lo suelen tener claro. Ciertos centristas socioliberales y algunas izquierdas ingenuas, no tanto.
Las tensiones actuales
En la crisis actual confluyen cuatro tipos de tensiones. Primero, por la consolidación (o no) de una dinámica de progreso, con el fortalecimiento de las fuerzas progresistas y su prevalencia institucional ―incluso mirando a una segunda legislatura― frente a la alternativa regresiva y autoritaria de las derechas.
Segundo, en torno a la necesidad de una recuperación económica, social y democrática, incluyendo un proyecto de modernización productiva, pero sobre todo, por una mejora de los servicios públicos del Estado de bienestar con el avance en los derechos sociales y laborales que frenen la precariedad sociolaboral y salarial, faciliten el reequilibrio de poder en las relaciones laborales y de empleo y garanticen el Estado de bienestar.
Tercero, la regulación de la plurinacionalidad, dando salida pactada al conflicto en Cataluña y, más en general, a la problemática territorial.
Cuarto, la conformación de una nueva experiencia vital en las relaciones sociales, familiares y comunitarias, más igualitarias, así como en las referencias simbólicas y culturales, más solidarias; en particular, afecta al necesario reconocimiento del papel de la mayoría de las mujeres, con su sobreesfuerzo adicional en la atención de los cuidados y la reproducción y asistencia social y, especialmente, ante la persistencia y el riesgo de agravamiento de la desigualdad en distintos ámbitos profesionales, institucionales, relacionales y vitales, objeto ya de una amplia protesta feminista.
Existe, por tanto, una pugna por el poder, inserta en distintos proyectos de país, habitual en las democracia liberales y tamizadas por otros intereses compartidos, a veces considerados políticas de Estado u objetivos nacionales. Pero lo específico de la estrategia del Partido Popular, espoleado por la presión de Vox y la recomposición de la hegemonía de las derechas, es que su agresiva confrontación está subordinada a su estrategia política de reconquista inmediata del poder institucional, sin escatimar medios y recursos fácticos, sobrepasando su función de oposición y control parlamentario y de alternativa democrática.
Por un lado, pretende frenar los avances sociales y democratizadores y evitar la gobernabilidad progresista; por otro, busca crear un marco de crisis de legitimidad del Gobierno de coalición presidido por Sánchez para conformar una alternativa de poder, con la manipulación de poderes fácticos y mediáticos y con la expectativa de elecciones anticipadas. Pero ya se atisba el fracaso de sus objetivos maximalistas a corto plazo y necesita modular su estrategia.
Los retos inmediatos
Derivados de esa polarización entre las derechas y las izquierdas (y los nacionalismos), existen tres retos inmediatos e interrelacionados para resolver por el Gobierno de coalición y garantizar su sostenibilidad a medio plazo, con suficientes apoyos sociales y parlamentarios.
Primero, aprobar unos presupuestos generales progresivos que impulsen la reactivación económica y del empleo y refuercen los servicios públicos, en particular la sanidad pública y la atención a la dependencia. Va de la mano de la negociación e implementación del paquete europeo de financiación de unos ciento cuarenta mil millones de euros (mitad transferencias y mitad préstamos), eje articulador de un programa modernizador y participativo (también del mundo empresarial) para la recuperación económica; exige una buena selección de las prioridades de la inversión social, concretando su no condicionalidad, más allá de cumplir con los objetivos básicos de la recuperación, y garantizando la capacidad fiscal de las Administraciones Públicas para hacer frente a la ampliación del déficit y la deuda (privada y pública), derivada de la actual crisis económico-sanitaria.
Segundo, una vez aprobado el Ingreso Mínimo Vital contra el empobrecimiento y otras medidas urgentes como los ERTES, se trataría de reforzar a medio plazo el llamado escudo social y la recuperación del empleo decente y los salarios dignos, con la correspondiente derogación de la reforma laboral, el reequilibrio en las relaciones laborales y el abordaje de la precariedad laboral.
Tercero, retomar el diálogo territorial, con una reforma de conjunto de la vertebración del país y su modelo institucional y, en particular, encauzar de forma inmediata el conflicto sobre Cataluña.
Pues bien, estos tres desafíos se agolpan en este otoño en que se deben asentar las alianzas políticas y el segundo paso sustantivo (el primero con sus altibajos y reconsideraciones es el de este primer semestre desde la investidura) para afianzar el proyecto compartido de Gobierno, su unidad y su garantía de futuro.
Por tanto, a corto plazo y sin comprobar los resultados de su estrategia en la próxima etapa, no es esperable una reconsideración estratégica y global por parte de la dirección del PP (con la presión de Vox). Como decía en el reciente artículo “El gran pacto, improbable”, sus expectativas y su prioridad se basan en deslegitimar y derrotar al Gobierno a corto plazo, de forma torticera, y eso hace improbable (como también cree la mayoría social) el gran pacto por la reconstrucción social y económica que se debate en el Parlamento. Pero eso le impide condicionar parcialmente, que es lo que pretende la dirección de Ciudadanos, las medidas de progreso, aunque se tenga que sumar a algunas de ellas, como el IMV, dado su gran respaldo social (más del 83%, según el CIS). Así, las derechas se pueden mantener en esta estrategia de la confrontación agresiva hasta la resolución de estos retos, hasta comprobar la sostenibilidad y la garantía política, institucional y económica de la implementación del proyecto progresista del Gobierno… o moderar su alcance y su ritmo, según la hipótesis de la estrategia centrista emergente que también conviene contemplar.
La nueva estrategia centrista
En contra de la estrategia confrontativa, visceral y reaccionaria del Partido Popular (y Vox), existe una percepción mayoritaria entre la ciudadanía de la esterilidad de esa política para el interés colectivo; casi tres cuartas partes desearían que se llegasen a acuerdos amplios. Es lo que ha percibido la dirección de Ciudadanos con su nueva actitud negociadora. Además, con su actitud crispada, manipuladora y autoritaria el PP debilita su carácter democrático y pluralista. También dificulta su legitimidad social como defensor del interés común de la ciudadanía, a pesar del intento (fallido) de apropiarse del lenguaje común, incluido el sentido patriótico que asimila al nacionalismo español más reaccionario y conservador.
El interés colectivo y unitario está legitimante representado por el Gobierno y el Parlamento. No obstante, los puentes del consenso político e institucional se agrietan y, salvo algunas medidas parciales de gran legitimidad social (como el Ingreso Mínimo Vital-IMV), predomina en las derechas la estrategia de desgaste público, su cohesión partidista en plena competitividad entre ellas, en torno a la recomposición de la hegemonía en las derechas. Su objetivo: dividir, moderar y desalojar del gobierno a las fuerzas progresistas e impedir la dinámica de cambio de progreso. No obstante, está condenada al fracaso y ya hay voces en su interior que exigen su modulación.
La estrategia de la derecha del PP (y su acompañante e inductor Vox), de confrontación abierta y manipuladora contra el gobierno de coalición progresista está en vías de ser derrotada. Resurge así otra estrategia paralela que defino de recomposición y continuidad centrista. Empiezo por sus precedentes y el contexto actual de fuerzas sociopolíticas y legitimación cívica que aventura su fracaso, sin infravalorar su dimensión y sus objetivos políticos perniciosos y que conllevaría negativas consecuencias sociales.
Tras las elecciones generales del 10-N se conforma una alianza de progreso entre PSOE y Unidas Podemos y sus convergencias, con un programa básico de cambio progresista y una mayoría parlamentaria que da la investidura gubernamental al socialista Pedro Sánchez. Las derechas, desalojadas del Gobierno un año antes por la exitosa moción de censura, salen derrotadas y más divididas. Tras un lustro de planes continuistas e intentos normalizadores, se inicia una etapa de cambio, liderado por un gobierno progresista de coalición, con un proyecto de país que abarca una agenda social, feminista y territorial, así como un impulso a la modernización económica y productiva.
Permanecen las tres grandes tendencias político-ideológicas: las izquierdas, con su diferenciación entre Partido Socialista y Unidas Podemos, pero que mantienen la unidad de su proyecto progresista compartido; las derechas, con la radicalización confrontativa del Partido Popular y Vox y las fisuras con Ciudadanos, sin capacidad de alternativa de poder, y el heterogéneo sector de los nacionalismos (y regionalismos) periféricos.
Pues bien, en el ámbito gubernamental solo caben dos opciones: el pacto de las fuerzas progresistas o de izquierdas (PSOE/UP y sus aliados) que, con otras fuerzas nacionalistas (PNV, ERC, EH-Bildu…), tienen mayoría absoluta para garantizar una gobernabilidad democrática y social; o el pacto de las tres derechas, impotente para ser alternativa gubernamental y que pretende serlo con el apoyo de otras fuerzas fácticas y mediante el acoso y derribo de la coalición progresista.
Esas alternativas institucionales, con el pacto gubernamental y de investidura, no son modificables… hasta unas nuevas elecciones generales. Una cuestión es la geometría variable para aprobar determinadas medidas parciales. Una mera ampliación de los apoyos de Ciudadanos, incluso del Partido Popular, a alguna medida progresista o neutra, desde el refuerzo de la unidad de la alianza gubernamental y el proyecto compartido, no es problemática. Ayudaría a la estabilidad institucional y la fluidez de la recuperación socioeconómica.
Pero las derechas y los poderes económico-financieros no van por ahí. La nueva estrategia centrista es más ambiciosa con un objetivo más de fondo: la reorientación de las prioridades de la política social, económica y territorial; la modificación sustancial del programa progresivo de Gobierno. Las presiones van hacia un reequilibrio del campo de las alianzas, con un menor peso de UP y sus convergencias (y todavía menos de ERC y EH-Bildu) y mayor influencia de las organizaciones empresariales (y otros grupos fácticos), mediados por C’s, sectores moderados del PP y algunas de sus Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, así como de sectores socialistas afines al expresidente Felipe González y el anterior susanismo.
Por tanto, el aspecto principal que está detrás de esa operación de la versión amable, sin abandonar totalmente la confrontación, es la eventualidad de un giro centrista, con una reinterpretación o modulación de las políticas públicas gestionadas por la dirección socialista e impuestas al Gobierno, condicionando al propio presidente Sánchez, particularmente en las tres áreas socialmente sensibles.
Primero, la limitación o aplazamiento, de acuerdo con el emplazamiento de los grandes bancos y empresas, de las reformas sociales y laborales de progreso. Buscan evitar el reforzamiento de los servicios públicos, el empleo decente y las pensiones dignas, que son imprescindibles para ampliar y consolidar el escudo social iniciado con las actuales medidas básicas y que, ahora, son más necesarias para garantizar la seguridad y el bienestar de la mayoría social y prevenir los efectos de la nueva crisis.
Segundo, el freno a una sustancial reforma fiscal progresiva, que dé soporte a la gran inversión social necesaria; solo asimilando nuestra presión fiscal a la media europea ya se conseguirían en dos años esos ciento cuarenta mil millones de euros aportados por la Unión Europea, que permitirían mayor autonomía para el desarrollo económico y social del país. Pretenden menor autonomía y mayor dependencia del núcleo dominante de la UE.
Tercero, el congelamiento del diálogo respecto de Cataluña, con la consecuencia del bloqueo y pudrimiento del conflicto en la sociedad catalana, así como la menor estabilidad institucional en España, con mayor dependencia de las derechas y el nacionalismo español reaccionario.
Comparte objetivos con la versión dura del PP (y Vox), pero en un tono más blando, pero no por ello menos firme y contundente.
La reinvención del sanchismo
El sanchismo se forjó con la firmeza y la resistencia de Sánchez y su grupo afín frente a la pretensión de las derechas y la mayoría de la dirección socialista de subordinar al propio PSOE ante el dominio del Gobierno de Rajoy, en aras de ‘su’ gobernabilidad. Su alternativa era clara: rechazar esa hegemonía de la derecha, garantizarse la prevalencia socialista de la gestión gubernamental y priorizar un proyecto centrista (en lo económico-laboral, lo social y lo territorial) de la mano de Ciudadanos y con la marginación de Unidas Podemos. Esa ambivalencia del control del poder por el Partido Socialista con un proyecto y alianza centrista finalmente derrotó al pacto susanista con la derecha.
La experiencia continuista de ambas estrategias, con diferencias sustantivas y pugnas sangrientas, que duraron un lustro, terminó en fracaso en la noche electoral del 10-N-2019: la preponderancia institucional del sanchismo, que hasta el último momento quiso conseguir gobernar en solitario con suficiente representatividad y pactos de geometría variable, solo era posible con la coalición progresista con UP y sus convergencias y el apoyo de grupos nacionalistas periféricos. La operación gran centro no era posible tras la debacle de C’s, ni tampoco el pacto con el PP. El realismo del equilibrio institucional de la coalición progresista se impuso.
Pero, como decía, el sanchismo debe reinventarse para hacer frente a la nueva estrategia centrista, cuyo objetivo último es la ruptura del pacto PSOE/UP (y el apoyo nacionalista) y un reequilibrio del Gobierno; incluso su sustitución en la presidencia del Gobierno, algo difícil sin una fuerte crisis interna, un gran cerco mediático y fáctico y un amplio desapego social. En ello están, empezando por la neutralización de una salida de progreso a los tres desafíos inmediatos para este otoño: presupuestos progresivos, junto con la negociación e inversión del paquete europeo para la recuperación económica y social; refuerzo del escudo social, los servicios públicos y los derechos laborales; impulso del diálogo territorial.
Salvado ese escollo el horizonte quedaría más despejado para el Gobierno y su proyecto compartido, pero no está exento de nubarrones. Falta por definir mejor la estrategia socialista a medio plazo, incluido para la próxima legislatura, al margen de los planes partidistas para modificar los porcentajes representativos a su favor a efectos de imponer mejor esa geometría variable; es decir, para romper la dependencia que le supone su insuficiente representatividad para garantizar un gobierno en solitario y su necesidad de acuerdo con UP. La ambigüedad en ese campo futuro, pero operativo en el presente, no fortalece la confianza mutua. La opción de centroderecha tiene apoyos fácticos poderosos y hace falta unidad y determinación por una salida progresista y democrática.
Las presiones de los poderosos, incluidas las de las instituciones europeas, para esa reorientación continuista, sin revertir los grandes recortes y ajustes regresivos precedentes, son importantes y se pueden acentuar. Es la ilusión y el proyecto de fondo de los poderes establecidos y las derechas españolas: la neutralización de un proceso progresista y popular de significativo peso social e institucional que ha cuestionado durante una década la gestión regresiva y autoritaria de la crisis anterior. Y, aunque, debido a su amplia deslegitimación cívica, esos grupos dominantes ahora no han podido aplicar similares recetas de prepotencia y austeridad, sí que persisten en el control del poder, la estabilidad del marco económico neoliberal y desigual, con los mínimos costos para garantizar una mínima cohesión política de la Unión Europea, conservando sus ventajas comparativas.
Por tanto, reconducir la experiencia española de progreso constituye un freno a las expectativas de un frente del sur europeo (con Italia, Portugal y Grecia, pero también Francia), por una construcción europea más social y solidaria, frente a la hegemonía alemana (y de los cuatro países ricos del Norte).
En consecuencia, aparte de las implicaciones estratégicas y de alianzas, lo sustantivo para la mayoría social en España, especialmente la gente joven precarizada, base social fundamental para las fuerzas del cambio de progreso, sería evitar el corrimiento de las prioridades de las políticas públicas en esos tres campos fundamentales: sociolaboral y de empleo decente; fiscal/Estado de bienestar/modelo productivo, y territorial. Es, precisamente, la falta de coherencia programática, la ambigüedad estratégica y el vacío teórico socialistas, lo que proporciona, por una parte, mayor incertidumbre política frente a los proyectos compartidos de progreso a medio plazo y, por otra parte, el tacticismo de sus alianzas, derivadas más de posibilidades de prevalencia en la gestión institucional que de la convicción de un proyecto democratizador y modernizador compartido.
En definitiva, ante el fracaso de la estrategia confrontativa del PP (y Vox) resurge otra estrategia paralela, más sutil en lo discursivo aunque ambiciosa en sus objetivos y poderosa en sus recursos y métodos: la presión fáctica, revestida de diálogo transversal con vetos y amenazas, para reorientar la acción gubernamental hacia el centrismo continuista, particularmente respecto de los tres grandes ejes transformadores: la agenda sociolaboral, la justicia fiscal (de ingresos y gastos públicos) y el diálogo territorial. Supone la moderación de la amplitud y el ritmo del programa compartido de la coalición progresista y sus apoyos, su modificación centrista con el pretexto de las presiones fácticas y europeas, el reajuste del equilibrio gubernamental, neutralizando el sanchismo y, en todo caso, el debilitamiento del papel sociopolítico e institucional de Unidas Podemos y sus convergencias. Con la reinvención del sanchismo y la firmeza de UP, junto con el apoyo cívico, se le puede derrotar.
Un fuerte consenso social progresista
La estrategia normalizadora de una gestión regresiva y autoritaria de la crisis no se ha podido consolidar estos dos últimos lustros, particularmente, por la oposición de una amplia contestación sociopolítica progresista. Finalmente, tras la moción de censura al gobierno de Rajoy y los altibajos consiguientes, salió derrotada por la mayoría ciudadana con los resultados electorales del 10-N-2019, la resiliencia de Unidas Podemos y sus aliados y la firmeza de sus bases sociales. Pero vuelve a emerger con fuerza. Aunque ahora entra más en conflicto con los intereses y demandas de la mayoría ciudadana.
Los datos empíricos sobre la amplitud del consenso social en torno a una salida de progreso son evidentes. Según el último Barómetro del CIS, el 86% de la población desea un fortalecimiento de la sanidad pública y la educación y dos tercios (67%) apoyan la subida de impuestos a los ricos y las grandes empresas. Así mismo, el 83% de la sociedad apoya medidas como el Ingreso Mínimo Vital que, respecto del modelo vigente de rentas mínimas de las últimas tres décadas, ha triplicado el volumen presupuestario y el nivel de cobertura ―hasta 2,3 millones de personas― de esta prestación social contra la pobreza y la desigualdad. Está necesitada de otras medidas ambiciosas para evitar una aplicación restrictiva y mejorar la precariedad del mercado laboral y la situación habitacional o formativa. Es un gran paso positivo valorado por la población.
Esta actitud cívica no es nueva y es más valiosa por su persistencia confrontada con todas las políticas de recortes sociales y las ofensivas mediáticas. Así, por ejemplo, lo expresa el estudio 2930 del CIS, proyectado en el último momento del Gobierno de Zapatero a finales del año 2011 y publicado en enero de 2012, recién constituido el Gobierno de Rajoy, que lo enterró porque contradecía su nueva estrategia antisocial. Hace una década, al comienzo de la anterior crisis y las políticas de ajuste regresivo, la opinión de la población española era la siguiente. A la pregunta ¿Cuánto le gustaría que se gastara, aunque hubiera que subir los impuestos?, la respuesta es contundente: a la sanidad, el 71,8% contesta Mucho más y más (Lo mismo, el 22,2% y Menos y mucho menos, el 3%); a la educación, el 73,9% (y el 20,1% y 2,1% respectivamente); a las pensiones, el 63,8% (y 30% y el 2,9%), y a las prestaciones por desempleo, el 49,4% (y el 36,6% y el 7%).
Se puede observar que sólo una minoría insignificante acompañaba la estrategia de austeridad y recortes sociales, laborales y de las pensiones ya iniciada por el Gobierno socialista de Zapatero y acentuada por el conservador de Rajoy; además, la defensa ampliamente mayoritaria de mayor inversión social se confirmaba con la exigencia de mayor justicia social, contra el mantra neoliberal de las derechas de bajar impuestos.
La otra cara de la moneda es que ese amplio consenso social en torno a una salida de progreso a la crisis socioeconómica no fue tenido en cuenta por los poderes fácticos e institucionales y, como todo el mundo sabe, generó una gran desafección popular a esas medidas regresivas e impuestas y a sus gestores institucionales. Y en esa estamos todavía; sólo que tiene más valor la persistencia de esa actitud cívica progresista, con su reafirmación en la justicia social y fiscal, y tras las campañas mediáticas del poder establecido para reducirla, cosa que no ha conseguido.
En definitiva, no hay una fuerte articulación sociopolítica y han disminuido los procesos de movilización social, salvo el potente y masivo movimiento feminista. En gran parte, las expectativas de cambio de progreso se hayan trasladado al campo electoral y la gestión de la coalición gubernamental. No obstante, existe una mayoritaria corriente de opinión favorable a una opción progresista y una predisposición cívica para evitar retrocesos sociales y democráticos. Constituyen el freno de fondo a la restauración institucional de las derechas y una gestión regresiva y autoritaria y, al mismo tiempo, un apoyo y una vigilancia hacia las políticas gubernamentales de progreso.
El reto progresista
De la lectura de la actual crisis se debería deducir la necesidad de la consolidación de la unidad gubernamental y sus apoyos en la investidura, con una profundización en los tres ejes pactados: justicia social y fiscal y diálogo sobre la plurinacionalidad. Igualmente, con la ampliación a otras tareas como la transición verde y la modernización económica, así como a la democratización institucional, la igualdad de género y la cohesión territorial.
El riesgo del freno a esa dinámica y esa alianza progresista, aparte de la estrategia confrontativa del PP (y Vox), no es solo la pretensión de la nueva orientación de Ciudadanos, más moderada en el tono pero sin abdicar de su proyecto neoliberal y antinacionalista, sino la rotundidad de la oposición de los grandes poderes económicos y financieros. Hay que recordar que, dejando aparte las grandes corporaciones extranjeras, más de la mitad de la propiedad de las grandes empresas y bancos cotizados en el IBEX-35, está también en manos extranjeras. Es decir, su lógica es extraer el máximo de beneficios sin ninguna inclinación ‘patriótica’ por el bienestar de la sociedad española. Como ha manifestado esa gran patronal, es rotunda su oposición al avance en la justicia social, los derechos sociolaborales y la mejora sustantiva de una fiscalidad progresiva.
Desde el punto de vista representativo no hay posibilidades de un cambio de alianzas hacia una nueva operación de centro del PSOE con C’s, ni a un pacto con el PP que rompa el proyecto y la alianza gubernamental actual. Ni tampoco es probable, de momento, otra sublevación de sectores socialistas (susanistas) frente al presidente Sánchez, para imponerle un nuevo gobierno u otro candidato socialista. Pero las operaciones no cejan, sabiendo que tendrían que modificar los equilibrios internos del Partido Socialista. Es la apuesta de algunos sectores, capitaneados por el propio Felipe González y la nueva dirección el grupo Prisa y el diario El País, que maniobran para liquidar la coalición progresista y sus apoyos del nacionalismo periférico e imponer un giro neoliberal y centralizador.
Hay un discurso de fondo que intenta prevalecer: primero, recomponer la economía, para lo que sería prioritario garantizar las ganancias empresariales, lo que conllevaría mantener la precariedad laboral y de empleo y la regulación regresiva de las relaciones laborales, utilizando los recursos europeos y del Estado para ese objetivo central; segundo, paralelamente, habría que aplazar lo sustantivo de las mejoras sociales y laborales, así como la nueva fiscalidad progresiva… hasta una nueva y supuesta etapa de bonanza que permitiría repartir algo.
Es el argumentario neoliberal de siempre, de la subordinación de las políticas sociales y laborales progresistas, de mantener el sacrificio principal en las clases populares, cuando la mayoría permanece agotada de la anterior crisis y las políticas regresivas de ajuste estructural. La política dominante de austeridad, con la que se encaró la crisis de 2008-2010, ha quedado desacreditada socialmente. No se puede repetir. Debe cambiar algo… pero las estructuras fundamentales de poder continúan para que no cambie nada de fondo.
La actual política dominante en la Unión Europea, más expansiva y positiva, todavía tiene ambivalencias. El alcance de las medidas no es el óptimo, y el horizonte de salida no está claro si no hay una apuesta firme por renovar el contrato social y solidario europeo, cosa no asegurada. Y solo parece que hay unos pasos financieros significativos pero mínimos para garantizar la cohesión social e institucional, contener a las ultraderechas y la disgregación de la Unión y frenar la reafirmación progresista y del Sur (con Francia). Aunque siempre con la hegemonía de los grandes poderes económico-financieros en una nueva recomposición de los grupos de poder hegemonizados por Alemania, en el nuevo marco geopolítico y estratégico mundial.
Por tanto, la cuestión es que todavía la mayoría social no ha salido completamente de la crisis anterior ni se han revertido los recortes sociales y salariales y, específicamente, las relaciones ventajosas de poder en las empresas, la crisis ambiental y la desigualdad de género, campo en el que sí se han iniciado reformas normativas. La prolongación del actual marco socioeconómico y laboral y la ampliación del desempleo, así como la probable vuelta a las restricciones europeas a medio plazo, consolidaría la gravedad de la situación social de la mayoría de la población. En consecuencia, en caso de que el Gobierno de coalición rebajase sustancialmente la aplicación del programa pactado, sus efectos políticos de desconcierto social o distanciamiento de algunos sectores, particularmente jóvenes, podrían ser contraproducentes para la actual mayoría progresista.
La estrategia de continuismo centrista, compatible con la estrategia confrontativa, busca generar cierta desconfianza o desilusión popular en la actual gestión gubernamental, con especial perjuicio para las bases sociales y electorales de Unidas Podemos y sus convergencias. En la medida que el continuismo de las políticas económicas e institucionales condicione la acción gubernamental, sin la consolidación y ampliación del escudo social y el avance en los derechos sociolaborales, se mantendrían consecuencias negativas de desigualad, vulnerabilidad e incertidumbre en sectores populares relevantes. Y, adicionalmente, supondría el pudrimiento de la cuestión nacional y de las alianzas con el nacionalismo periférico. No es un escenario probable; posiblemente esa estrategia será derrotada al contar con poca legitimidad social. Pero constituye una presión poderosa y un riesgo real que hay que desactivar.
En resumen, desde los poderes establecidos se está organizando el intento, otra vez, de cerrar la oportunidad de una etapa de transformación progresista, aislar a las fuerzas sociales y políticas del cambio de progreso, garantizar el continuismo económico-social y restaurar un nuevo bipartidismo consensual y excluyente que asegure la estabilidad del orden establecido. No cabe duda de que hay detrás fuerzas poderosas y que de fructificar las consecuencias sociales y políticas serían desastrosas. Pero, en el actual contexto, si no se cometen errores graves por las fuerzas progresistas, ambas versiones, la dura y la blanda, están condenadas al fracaso, aunque no por ello hay que desconocerlas o despreciar su embate. La solución sigue siendo la reafirmación popular en una política de progreso, con su activación cívica, y la determinación y unidad de la coalición gubernamental con los apoyos progresistas y democráticos.
[Antonio Antón es profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid; @antonioantonUAM]
22/6/2020
El extremista discreto
El Lobo Feroz
¡Lo que hay que desasnar!
En todas partes cuecen habas
Que un teniente coronel de la guardia civil como Pérez de los Cobos enviara a agentes a un super para que se conservaran unas grabaciones en las que hipotéticamente se podría ver al Vicepresidente del gobierno sin mascarilla es una noticia que dice demasiadas cosas. Dice, en primer lugar, que en todas partes cueces habas, y sugiere que por una manzana podrida no hay que tirar todas las del cesto. Pero dice también que una policía militarizada es quizás demasiado. El Lobo abajo firmante es partidario de que los generales y jefes de la guardia civil pasen al ejército de tierra, de que la agrupación de tráfico de la Guardia Civil pase a ser la Guardia Civil, y de que, de capitanes para abajo de la Guardia Civil actual, se pase a constituir un cuerpo de policía judicial orgánica y funcionalmente dependiente de los jueces, que buena falta hace. Este Lobo no tiene claro si determinados gabinetes de la actual Guardia Civil —ficheros, dactiloscopia, etc.— han de ir a parar a la policía judicial o a la policía estatal de orden público. Opino que a la policía judicial, pero doctores tendrá la iglesia para eso.
Oportunidad
Ante un problema inédito, y a pesar de todas las críticas zancadilleras que se quiera, el gobierno ha actuado más que correctamente. E incorrectamente los de las zancadillas. En mi opinión, lo que acabo de describir es un modo de ver generalizado. Supongo que al gobierno, al que llegar a ser un gobierno votado por mayoría en el parlamento le ha costado mucho, no se le ocurrirá convocar nuevas elecciones a breve plazo. Pero creo que debería hacerlo, para aclarar de veras la situación política y obtener la amplia mayoría coaligada que se merece. Tras la emergencia surgirán muchos problemas que inevitablemente le desgastarán. Todo el mundo quiere ser subvencionado y pocos pero muy influyentes aceptarán un cambio fiscal necesario y arrastrarán a gente tras de sí. El problema se parece a la cuadratura del círculo.
Los imbéciles
Quizá para ser políticamente correcto, esto es, para no adulterar la verdad, haya que emplear un lenguaje que no parecerá correcto a muchos. Sobre todo para hablar de nuestros conciudadanos imbéciles. En seguida se verá lo que quiero decir.
Están, en primer lugar, los terraplanistas, los que creen que la Tierra es plana. Haberlos, haylos, aunque no se dejen ver.
Están en segundo lugar los antidarwinistas: los que consideran inadmisible la idea de que el hombre procede del mono. Son muchos. Además en los Estados Unidos está prohibido enseñar las teorías de Darwin en la enseñanza secundaria de muchos estados. Dicho de otro modo: hay allí una prohibición legal que impide enseñar la verdad. ¡Censura democrática!
Están también los que creen en apariciones de la Virgen María o entidades similares. La iglesia católica —de lo que hacen las iglesias mejor no hablar— suele desautorizar esas fingidas o imaginadas "apariciones": lo hizo en Garabandal, y más recientemente en Cerdanyola, pero da por buenas las de Lourdes y Fátima. El número de personas que cree en cosas así es muy elevado (del resto, mejor callar).
Son imbéciles también los que recurren a curanderos. Este Lobo, dada su capacidad para parecer persona humana —los Lobos Feroces casi parecemos personas, y además aprovecho la ocasión para decir que, a diferencia de los humanos no mahometanos, jamás nos hemos comido un cerdito—, pudo ver en cierta ocasión la sala de espera de un curandero en la modernísima ciudad de Barcelona: la sala era grande y estaba atestada, veintitantas personas e iban llegando más, con las paredes decoradas con las multas, enmarcadas, impuestas por el Colegio de Médicos por las prácticas curanderas del "doctor".
Otra imbecilidad es recurrir a "videntes", invocar los espíritus de los muertos (que no existen, precisamente porque los muertos están muertos, esto es, no tienen ánima), y leerse el horóscopo, que sin embargo figura en no pocos periódicos que se las dan de respetables.
Está también el ejemplar hispano de "Jarrón Chino" que, tal vez asustado porque se investigue otra vez lo de los GAL, tira contra el gobierno de su propio partido, cuando si éste cae la alternativa es PP + Vox.
Y para completar el cuadro están los que se creen las "teorías" homeopáticas, entre los que hay no pocos médicos. Contra los remedios de hierbas se puede ser o no escépticos, pero esas "teorías" son directamente disparatadas.
Entre los imbéciles están también los que se niegan a tomar cualquier medicamento, los que se oponen a las transfusiones y los peligrosísimos que impiden las vacunaciones de los hijos a su cuidado. Éstos son muy peligrosos: vacunar no solo te protege a ti: también a otros. 
La lista revela que la imbecilidad está bastante difundida entre la gente. Que el miedo atonta muchísimo. El sufragio universal concede a esos imbéciles el derecho al voto. ¿Es incorrecto sugerir que el sufragio universal tiene un problema con eso? Algo habría que hacer, digo yo. Al menos retirar temporalmente la patria potestad y tal vez el derecho al voto a quienes se oponen a vacunaciones y transfusiones. Eso, al menos, haría visible para todos que la categoría "imbecilidad" es relevante políticamente.
¡Lo que hay que desasnar!
21/6/2020
De otras fuentes
Juan Torres López
Fin de la alarma: evaluación de daños y expectativas
Tres meses después de haberse declarado el estado de alarma, el confinamiento de la población y el cierre de la mayor parte de la actividad económica este fin de semana comienza una nueva fase de la pandemia.
Lo ocurrido no ha sido muy diferente de lo que muchos habíamos advertido que iba a producirse, una crisis completamente distinta a cualquier otra que ocasionaría el daño económico más grande y producido en menor tiempo de los conocidos en la historia moderna.
Pero lo que hasta ahora nos ha dejado la pandemia en términos económicos no es algo que destaque solamente por su magnitud. Yo creo que hay que tener en cuenta otras circunstancias para poder evaluar lo que no ha sucedido y, sobre todo, para tratar de intuir cómo será lo que ya tenemos a la vuelta de la esquina.
A mi juicio, las principales conclusiones que se pueden extraer de esta fase son las que expongo a continuación y con las que termino esta primera serie de artículos con los que he tratado de seguir, casi día a día, las consecuencias económicas de la pandemia.
• Cuando se ha acabado el confinamiento y ahora que termina el estado de alarma no tenemos ninguna seguridad de que no vuelva a ocurrir lo que hemos vivido. El riesgo de que el virus no detenga su propagación y se recrudezca el problema sanitario es muy grande y hemos de ser conscientes de que, si eso se produjera, el daño económico sería incomparablemente mayor al sufrido hasta ahora. A la fase de alarma debería seguir otra de alerta disciplinada, y no parece que eso sea precisamente lo que vemos a nuestro alrededor.
• Al terminar esta primera fase de la pandemia, no volvemos a la normalidad ni a la situación en la que estábamos anteriormente. Miles de empresas no han podido abrir, muchas de ellas seguramente no van a hacerlo ya nunca más, sectores enteros sólo podrán funcionar a ritmo lento durante bastante tiempo (en el mejor de los casos), millones de personas perderán definitivamente su empleo y se van a necesitar recursos financieros para hacer frente a todo esto que van a ser materialmente inaccesibles para muchos países. Sin poner sobre la mesa reformas profundas del sistema financiero internacional será imposible aliviar las secuelas de la pandemia.
• No se vuelve a la actividad homogéneamente. Ni lo harán todas las actividades económicas en los países que se reactiven antes, ni todas las economías volverán a ponerse a funcionar al mismo tiempo. Eso quiere decir que, durante algún tiempo, va a haber escalonamientos y fracturas que van a impedir que las economías se recuperen lo suficiente, aunque su primer repunte esté siendo, como es lógico, acelerado. Estamos comprobando que no es igual una crisis en la que la actividad cae en todos los sectores más o menos por igual (aunque sea mucho) que otra, como la de ahora, en la que se paraliza por completo una parte de ella. Y mucho menos, cuando lo que se paraliza totalmente es una proporción elevada de la economía, aunque otra siga adelante incluso a mayor velocidad. El funcionamiento asimétrico de los motores o soportes de cualquier cuerpo termina provocando al final daños a toda la estructura, incluida la que parecía haber funcionado con normalidad o incluso éxito. Y, además, eso hace que sea muy complicado conseguir que el dinero que se inyecte para la reactivación sea plenamente efectivo para generarla. Los problemas globales necesitan respuestas de esa misma escala, aunque hayan de hacerse operativas a escala singular o local.
• Ha habido una coincidencia casi total en que la único medio que había para hacer frente a la situación era que los Estados se hicieran cargo de los ingresos que dejaban de obtener las empresas y las personas y no ha habido organismo internacional que no haya animado a gastar lo necesario para ello. Sin embargo, es obvio que no todos los países estaban en condiciones de disponer de los recursos suficientes. Los que se les han proporcionado están siendo muy escasos, nunca sistemáticos y, casi siempre, a base de ampliar su endeudamiento, de modo que la solución para esta crisis se convertirá sin remedio en la antesala de otras, de deuda y financiera, además de la industrial que ya se estaba larvando antes de la pandemia y que se refuerza cuando han comenzado a romperse las cadenas de suministro globales y a caer las ventas en todos los países. Con una globalización que no tiene más orden ni concierto que el conveniente para la ganancia de las grandes corporaciones multinacionales y con la deuda como único motor de las economías no hay forma de combatir las pandemia ni a las crisis de cualquier tipo que sean porque son los factores que amplifican sus efectos dañinos.
• Una vez más se ha demostrado que nuestra civilización tiene recursos de sobra, pero no voluntad política para tomar medidas globales que permitan hacer frente solidariamente a los grandes desafíos del planeta. Incluso en la búsqueda de una vacuna está primando la competencia y el afán de lucro. Así, la crisis provocada por la pandemia ha vuelto a mostrar que el mundo no tiene ni liderazgo efectivo, ni proyectos civilizatorios capaces de aunar voluntades, ni instituciones para plantear soluciones a los grandes problemas del planeta. Ni siquiera, cuando se trata de hacer frente a una emergencia sanitaria. La negativa de países como Alemania a vender a Italia los productos sanitarios que necesitaba con urgencia es la prueba manifiesta de que, hasta en la que se precia de ser la cuna de la civilización democrática, lo que predomina es el egoísmo y el principio de que se salve el que pueda. Un principio estúpido siempre, pero mucho más cuando el peligro lo genera un virus que no entiende de fronteras ni de credos políticos. Hacen falta gobernanza e instituciones que permitan tomar decisiones democráticas a nivel mundial.
• Una vez más, aunque ahora de un modo especialmente nítido, se ha podido comprobar que los mercados no pueden resolver todos los problemas de las sociedades y que, sin un Estado potente y en buen funcionamiento, es imposible hacer frente a la inseguridad y a los peligros más graves de nuestro tiempo. El desmantelamiento al que se ha ido sometiendo en los últimos decenios es la causa de que no se haya podido actuar con rapidez y plena eficacia ante la propagación del virus y de que los daños económicos vayan a ser mucho más graves de lo que podían haber sido con buenos servicios públicos y con gobiernos con buen acceso a la financiación. Fortalecer los servicios públicos y garantizar recursos suficientes para los Estados es una precondición esencial si no se quiere volver a vivir crisis como la que estamos viviendo.
• Las respuestas que hasta ahora se la han dado a la pandemia son de alivio, para evitar la catástrofe, pero no han abordado los problemas estructurales en cuyo seno se ha producido y que la agravan. Es más, se ha aprovechado la crisis de la Covid-19 para apuntalar de cualquier manera, por decirlo gráficamente, edificios en riesgo de ruina. Eso explica que las bolsas vivan una auténtica fiesta en medio de una debacle económica, que se esté permitiendo que la deuda crezca sin para sin poner sobre la mesa ningún tipo de solución a esa bomba de relojería, que la banca siga acumulando productos financieros peligrosísimos gracias a los recursos y al apoyo que recibe de los bancos centrales, que se estén tomando medidas sin tener en cuenta que aumentan todavía más la desigualdad, o que no se haga nada para evitar que se derrumben países enteros o incluso continentes (América Latina está al borde del precipicio). Hay que frenar la financiarización, desmantelar la industria financiera que ahoga a las economías y abordar los grandes problemas que conforman el medio ambiente en el que se amplifica en efecto de pandemias como la actual y que volverán a darse con la misma u otra forma en el futuro.
• Es cierto que esta crisis ha renovado las propuestas de cambio, que ha permitido concretar aún más los proyectos de nuevos tipos de actividad y organización de la vida económica y que ha subrayado la necesidad de darle la vuelta a los principios de nos gobiernan `pero la realidad es que no están logrando convertirse en referencia intelectuales potentes y mucho menos en guías efectivas de las políticas gubernamentales. Quienes hasta ahora han mantenido el discurso dominante de que basta con privatizar todo, dejar que el mercado resuelva todos nuestros problemas y hacer que la intervención estatal sea la menor posible están, de momento, noqueados. Sería surrealista que los poderes económicos y sus empleados defiendan todo esto cuando están pidiendo como locos que el estado se haga cargo de todos sus gastos, pero no tardarán en volver a la carga y las propuestas alternativas volverán a quedar difuminadas si no se plantean con renovada fuerza y de otra manera. La deliberación social y la democracia son los mejores escudos para hacer frente con éxito y justicia a las crisis económicas. Si todo esto se puede establecer con carácter general, para todo el mundo, a escala regional las cosas no presentan un mejor aspecto.
La Unión Europea está desempeñando, otra vez, un papel francamente decepcionante, justo cuando más se la necesitaba como referente mundial y cuando más se hubiera necesitado como espacio de democracia, de eficacia y civilización frente a la pandemia.
La falta de verdadera unión entre los gobiernos de sus países miembros se está haciendo ya proverbial y constituye un obstáculo fatal a la hora de tomar decisiones, incluso frente a problemas tan graves y de soluciones tan aparentemente simples como las que requiere una crisis motivada por una emergencia sanitaria inesperada.
El problema de Europa no es otro que está diseñada sobre principios que benefician de un modo muy asimétrico a sus distintos países miembros y de ahí que cualquier modificación de los modos de funcionamiento habituales suponga una amenaza de pérdida de privilegios que los países beneficiarios no se atreven a asumir. Las consecuencias son trágicas y pueden ser definitivas: las economías más fuertes están aprovechando la crisis para reforzarse todavía más. Su objetivo en esta primera fase ha sido preservar la potencia de sus grandes empresas para hacerlas todavía más "campeonas". Sólo cuando eso lo tengan garantizado y las economías de la periferia estén en situación más desesperada, se comenzará a plantear (también de un modo muy asimétrico) la disposición de recursos para la nueva etapa de reconstrucción.
La Unión Europea no ha estado nunca más lejos de ser solución y no fuente de problemas, y de ahí que su atractivo para la ciudadanía europea esté igualmente bajo mínimos. Según la última encuesta de Eurofund, la puntuación media de la confianza ciudadana en la Unión Europea es de 4,6, la máxima —en Finlandia sólo de 6,5— y en la mitad de los países no pasa de 5. Sólo un milagro (o el autoritarismo con el que están diseñados) evitará que esta pandemia no inicie un proceso de desintegración de la Unión o del euro.
España, por fin, ha sufrido en mayor medida la crisis, como era de esperar, debido al mayor peso del sector turístico y, en general, de los sectores basados en el consumo social. De ahí, también, que nuestra recuperación vaya a ser más lenta, con menor fortaleza y presentando mayor riesgo de rebrote si no se toman las medidas adecuadas.
A mi juicio, el gobierno ha hecho —en materia económica— lo que ha podido y lo ha hecho bien, aunque también creo que eso ha sido claramente insuficiente. El riesgo de verse afectado por problemas de financiación en los mercados, a pesar de la intervención permanente del Banco Central Europeo, y la falta del suficiente respaldo político quizá sea lo que ha impedido tomar medidas más valientes y contundentes, aunque quizá ni siquiera así se hubiera podido evitar el daño, teniendo en cuenta nuestra especialización productiva tan escorada a los servicios personales y que nuestra industria más potente depende mucho del exterior.
Me temo que el mayor problema que vamos a tener en el futuro inmediato es que no se ha aprovechado esta crisis para aumentar los consensos básicos y la unidas social, la complicidad y el apoyo efectivo de la población, los cuales podrían ser el bastión de defensa más potente ante la ofensiva ya iniciada por las élites oligárquicas que han gobernado siempre en España y que ahora no tienen otro objetivo que apropiarse de la mayor parte del dinero que se va a poner en la economía mediante los diferentes programas de reconstrucción. Siempre han querido todo para ellos y no van a dejar de quererlo ahora. La tentación de renunciar a principios de equidad para ganarse a las élites intelectuales del centrismo reforzando las tesis económicas más planas y convencionales no llevará muy lejos. La opción es ampliar el apoyo ciudadano, eso sí, fortaleciendo el compromiso con la justicia distributiva, la lucha contra la corrupción, la búsqueda de la mayor eficacia en la intervención pública, el mantenimiento de los servicios públicos y la reforma de nuestra economía para aliviarla de la losa que le imponen los grupos oligárquicos y no para reforzarlos.
Las expectativas en todo el mundo, en Europa y en España no son muy halagüeñas. No nos engañemos. El capitalismo de nuestros días no sabe funcionar sin un creciente protagonismo de la industria financiera, el capital más poderoso ha generado una auténtica aversión a los controles y vive tan sólo para buscar el beneficio más alto y rápido operando en todo el planeta como quien mueve las fichas de un juego de mesa, se ha negado a sí mismo, dejando de ser un generador incesante de modernidad y acumulación productiva para convertirse en un productor artificial de escasez, y es cada día más incompatible con cualquier tipo de límite de la desigualdad o del daño ambiental y con las instituciones democráticas.
La pandemia está mostrando para quien quiera verlo que es muy difícil combatir un virus y hacer frente al daño económico que produce su difusión cuando se está contaminado y enfermo de otros males, de desconocimiento, de egoísmo y avaricia, de afán de lucro ilimitado y de insolidaridad y falta de empatía con los demás seres humanos, cuando no se es capaz de entender lo que sucede a nuestro alrededor, de mirar a largo plazo, ni entender que hay problemas que son retos que nuestra especie debe abordar colectivamente porque lo que está en juego es que desaparezca la vida en este planeta en unas cuantas generaciones.
De la alarma nos convendría pasar a la alerta pues los grupos oligárquicos de todos los países del mundo han concentrado tanto poder económico, político y mediático que ya ni siquiera necesitan dar golpes militares. Las basta con sembrar el caos en las economías haciendo que todo funcione cada vez peor o que deje de hacerlo. En medio del descontento y de la desinformación ciudadana que ellos mismos provocan, les basta entonces con hacer responsables, incluso penalmente, a los gobernantes que se salieron de su partitura y sustituirlos por los suyos. Eso es lo que nos espera, también en España, si la población que está cada día más despojada de bienestar y de derechos no despierta y reacciona.
[Fuente: Público]
20/6/2020
Rafael Poch de Feliu
La pandemia acelera las tendencias
En Estados Unidos la protesta ciudadana amplia la división de los que mandan y dibuja en el horizonte un panorama de guerra civil fría.
Con diez millones de casos confirmados y medio millón de muertos conocidos, las cifras de finales de junio (recordemos que eran 300.000 y 11.000, respectivamente, en marzo) confirman la expansión general de la pandemia como amenaza global. Las consecuencias que la pandemia está teniendo en las potencias y sus relaciones no han cambiado las tendencias generales anteriores a ella. Solo las ha agravado y acelerado.
Esas tendencias —cuyo contexto es la crisis del sistema económico mundial conocido como capitalismo y una desglobalización accidental de la economía, con cierta renacionalización de las relaciones entre países— son las siguientes: 1- Radicalización de la pelea interna en Estados Unidos, que ya no solo es solo una brecha entre sectores del establishment sino que incluye una protesta social. 2- Agudización de la rivalidad y la competencia entre Estados Unidos y China. 3- Una China crecida. 4- Debilitación de la Unión Europea y de las instituciones multilaterales y 5 -Maduración de las contradicciones del régimen ruso. La actualidad exige concentrarse en lo primero.
Los dineros se acaban en julio
En marzo Estados Unidos aprobó, con el apoyo de demócratas y republicanos, la mayor operación de rescate de la historia: dos billones de dólares. La llamada Cares Act. Es una gigantesca lluvia de dinero público para las grandes empresas y sus accionistas. Ese dinero permite a estos administrar la situación a su entera conveniencia. No hay condiciones, ni propósito alguno de reconversión: por ejemplo, las compañías aéreas —incluido ese pilar del complejo industrial-militar llamado Boeing— reciben 46.000 millones. Familias y sectores populares solo reciben lo que la congresista Alexandria Ocasio-Cortez describe como “migajas”.
En julio, los dineros que ese descarado “más de lo mismo” para los que más tienen destina a ayudas sociales (2200 millones), se habrán gastado ya en su mayoría. Eso quiere decir que millones de americanos se enfrentarán a serias dificultades. Julio será, por tanto, un mes crucial en Estados Unidos. Esas dificultades llegan acompañadas por la evidencia de que la nación más poderosa del mundo ha sido víctima de una de las administraciones más negligentes de la pandemia. Su presidente idiota y descaradamente indiferente hacia la salud de la gente ha puesto en evidencia de una forma innecesariamente burda a todo el sistema. Como ha ocurrido tantas veces en la historia, la pandemia ha extendido el descontento, ejemplarizado por el movimiento ciudadano contra los asesinatos policiales de negros y el movimiento Black Lives Matter.
Raza sin economía e imperio, igual a cero
La ola de protestas añade nuevos matices a la pelea institucional que enfrenta desde hace años al trumpismo con sectores del establishment a los que desagrada la evidencia que Trump ofrece de la podedumbre del sistema que defienden a dúo republicanos y demócratas. ¿Serán capaces las protestas de llegar al fondo del asunto?
Desde su origen como nación, imperialismo y racismo son dos cabezas de un mismo orden político en Estados Unidos. Como recuerda Behrooz Ghamari Tabrizi, historiador de la Universidad de Illinois, los padres fundadores británicos y estadounidenses del liberalismo no entendieron la democracia y el colonialismo en términos mutuamente excluyentes sino como aspectos del mismo proyecto civilizador. “Los mismos generales que encabezaron la conquista estadounidense de Filipinas en 1898-1902 libraron las guerras de aniquilación contra los indios estadounidenses en su país”.
Mientras la máquina de guerra estadounidense funcione a toda velocidad, dejando destrucción, devastación y muerte en todo el mundo, en casa los estadounidenses negros no serán tratados como ciudadanos iguales. Por eso, si la protesta ciudadana americana no establece nexos entre el racismo y el orden económico que representa el sistema de descarado gobierno de los ricos en el país y su criminal proyección imperial en el mundo, el Black Lives Matter quedará en nada. No pasará de una de esas “revoluciones de color” comunitaristas y bien compartimentadas cuyo mismo nombre evoca, en palabras de la ex presidenta de los Panteras Negras Elaine Brown, una “reivindicación de plantación”: simplemente, no nos maten por favor.
Sea como fuera, tener a millones de indignados en la calle, es algo que inquieta. Con su habitual torpeza y brutalidad, el trumpismo ha amenazado con llevar al terreno interno lo que es norma en la permanente guerra exterior del Imperio; disparar sobre la población civil, emplear al ejército contra ella. El Secretario de Defensa Mark Esper le ha asegurado a Trump que el Pentágono “domina el terreno de batalla”, pero el sistema tiene otras recetas para integrar la protesta y hacerla respetable.
Los oligarcas del Partido Demócrata se arrodillan. No ya el cobarde Obama sino hasta el mismo George W. Bush, responsable directo de centenares de miles de muertes en Irak, expresa su “empatía” con la protesta. Las grandes empresas como Twitter, Adidas, Amazon, Target, General Motors, Coca Cola, WalMart, YouTube, Netflix, Nike, IBM, Google, Microsoft, MasterCard, McDonal´s, Starbucks, Warner Brothers, Procter & Gamble, la National Football League y otras, incluyendo bancos como Goldman Sachs, JPMorgan, Chase, Capital One, expresan sus respectos. Solidaria en la repulsa del asesinato de George Floyd, HBO retira de su catálogo Lo que el viento se llevó. Todas esas instituciones que mantienen y perpetúan el dominio del racismo y el imperialismo están trabajando arduamente para cooptar el movimiento con la habitual hipocresía. Si la protesta contra el racismo estableciera los nexos lógicos que la situación requiere, apuntando a la CIA, los crímenes exteriores, el Pentágono, la Reserva Federal o el aparato de propaganda de Hollywood, otro gallo cantaría. Pero incluso si no se llega a nada de todo eso, la situación es relevante.
Se amplía la pelea elitaria
Lo que estamos presenciando en Estados Unidos es una crisis en el seno de la coalición conservadora y plutocrática que domina el país desde hace cuarenta años. La brecha que Trump abrió en el establishment se ha ampliado con las turbulencias de la pandemia y las diferencias de estilo para atajar la protesta ciudadana por la violencia contra los negros. La división del país se ha hecho más evidente. Los ataques contra monumentos, el del Presidente Lincoln, los de generales sudistas, etc., ilustran, en palabras del periodista Carl Berstein, un clima de guerra civil fría.
La hipótesis de que la guerra exterior llegue a casa no es ninguna tontería. “Ahora que vemos claramente que los Antifa (esa escena de las protestas tradicionalmente infiltrada por provocadores) son terroristas, podemos cazarlos como hacemos en Oriente Medio”, ha dicho Matt Gaetz, congresista de Florida. “Si una ciudad o un estado rechaza tomar medidas para defender la vida y la propiedad de sus residentes, desplegaré al ejército y resolveré rápidamente el problema”, amenazó Trump a principios de junio. Claramente anticonstitucional, su mensaje fue cuestionado hasta por altos mandos militares. Es el momento de recordar que contrariamente a lo que suele pensarse, las guerras civiles se producen sobre todo como consecuencia de la división de las elites dirigentes.
Las elecciones presidenciales de noviembre ofrecen terreno propicio para que el conflicto elitario llegue a las manos. Tal como están la calle y los pronósticos de la pandemia para otoño, las elecciones pueden celebrarse —o no celebrarse— en condiciones parecidas a las del estado de sitio y con la división entre estados azules (republicanos) y rojos (demócratas) muy candente. Todo lo que no sea una victoria rotunda de alguno de los dos candidatos, Biden o Trump, puede acelerar mucho las cosas. ¿Cómo reaccionarán los líderes y los ciudadanos de estados republicanos si, por ejemplo, Biden gana la consulta de noviembre por un margen muy ajustado y Trump insiste en que le han robado las elecciones? La pregunta está estos días en boca de no pocos observadores que recuerdan en ese contexto que entre los seguidores de Trump abundan los activistas armados que en abril ya salieron a la calle con banderas confederadas para protestar contra las medidas de aislamiento de la pandemia… El Presidente puede movilizar en su apoyo a toda una armada de militares, miembros de las milicias y ciudadanos ultras armados para mantenerse en el poder.
Lo que pasa en Estados Unidos tiene una enorme fuerza ejemplarizante en el resto del mundo. Las ondas del caso George Floyd han llegado a Europa, Australia, Kenya y Argentina. Como Francia en Europa, Estados Unidos es un país cuyo ejemplo inspira en todo el mundo, y en cualquier caso, independientemente de lo que resulte de la actual protesta ciudadana, podemos constatar que la división interna en Estados Unidos avanza de forma dinámica. Y eso solo significa una cosa: que la tendencia hacia la debilidad en la primera potencia mundial se acelera.
[Fuente: Blog personal y Ctxt]
29/6/2020
Forrest Hylton
Lo que no se discute en Estados Unidos
Clase, imperio y redención nacional
A la luz de las protestas y movilizaciones durante los últimos diez años en Estados Unidos, el levantamiento nacional-popular desatado por el asesinato de George Floyd no nos debe sorprender. En abril de 2015 hubo un levantamiento en Baltimore por el asesinato de Freddie Gray a manos de la policía: el primer acto a escala municipal de lo que sería la revuelta nacional de 2020. Solo faltaban una pandemia y una depresión mundiales y el vídeo de otro asesinato vil de un hombre negro desarmado y rogando por su vida por parte de la policía. Después de la desarticulación exitosa del movimiento Occupy en 2011 por parte del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés), cuando Barack Obama era presidente y varios afroestadounidenses ocupaban los más altos cargos del Estado de Seguridad Nacional («black faces in high places», [rostros negros en las altas esferas], al decir del activista y teólogo negro Cornel West), el movimiento de Black Lives Matter [las vidas negras importan] comenzó en agosto de 2014 en Ferguson. Fue la reacción ante el asesinato a tiros de Michael Brown, de 18 años, que ocurrió justo después de la asfixia de Eric Garner en julio en Staten Island, en Nueva York, seguido en noviembre por la muerte de Tamir Rice, de 12 años, en Cleveland, asesinado a tiros por la policía. Como el asesinato de George Floyd, varios de ellos fueron grabados con cámaras de teléfonos celulares.
En 2015-2016, el movimiento Black Lives Matter se volvió nacional y en la medida que perdía fuerza en las calles y los guetos, ganó terreno en los medios de comunicación, las fundaciones progresistas y sus ONG y las altas esferas del Partido Demócrata, que ayudaron a racializar la representación de los conflictos con la policía, desradicalizándola al vaciarlos de su contenido de clase, etnia y origen nacional. En esos años, los negros fueron asesinados por la policía con una frecuencia 200% mayor que su proporción demográfica, pese a estar a menudo desarmados, con una mayor frecuencia que los blancos (pobres), asesinados por la policía en una proporción entre 20%-25% menor que su proporción demográfica. En esas llegó Donald Trump a la Presidencia, con su retórica abiertamente racista y xenofóba y su alianza electoral con gran parte de los evangélicos blancos, y apoyado por la policía, un gremio impune lleno de supremacistas blancos investigado por el mismo Estado.
Se puede leer el levantamiento de junio de 2020 en términos clásicos: a través de reformas de la policía y el sistema jurídico, los insurrectos buscan justicia racial e igualdad ante la ley, completando la «revolución democrático-burguesa» inconclusa que dejó la Guerra Civil (1861-1865) y la Reconstrucción (1866-1877). En todo caso, 2020 ya es histórico: desde la época de Vietnam, no hemos visto semejantes fracturas en la clase dirigente, concretamente entre Trump y sus generales, sobre la constitucionalidad de usar el Ejército para pacificar la revuelta. Por fortuna, ya no habrá 10.000 soldados patrullando las calles ni ley marcial, como lo proponía Trump. Los propios militares se negaron a ello.
* * *
Aunque la mayoría de los analistas comparan el levantamiento actual con los de 1968, tal vez una mejor analogía histórica sería con 1877 o 1886, años de huelgas nacionales –además de represión feroz: de allí los mártires de Haymarket– en las que buena parte de la sociedad no tan «civil» se enfrentó al Estado y la empresa privada-paramilitar para lograr derechos elementales como el de asociación sindical. En los dos casos, 1877 y 1886, anarquistas foráneos (inmigrantes) fueron culpados por los disturbios sindicales, pero la violencia fue abrumadoramente estatal y/o paramilitar. La sombra de la Comuna de París rondaba en Estados Unidos, cuya identidad nacional post-Guerra Civil se fundamentaba en la ausencia de los conflictos de clase que caracterizaban a los países europeos, además de la supremacía blanca ejercida mediante el terror militar, policial y paramilitar contra los negros, indígenas, mexicanos, chinos y mestizos en el Sur, Suroeste y el Lejano Oeste hasta el Pacífico.
Aunque tienen poca población negra y la violencia contra ellos es desproporcionada, entre 2013 y 2019, los estados conquistados a la brava en el siglo XIX tienen los mayores niveles de violencia policiaca: estados de frontera indígena-mexicana (o canadiense) como Nuevo México, Alaska, Oklahoma, Arizona, Colorado, Nevada. Allí los blancos pobres, que son mayoría demográfica, son los que más sufren esa violencia asesina en términos absolutos, junto con la población latina e indígena (las mujeres indígenas sufren los mayores niveles de violencia policial en el país), pero no figuran en la discusión actual porque el tema de raza, concebido en términos estrechos, excluye discusiones sobre etnia y origen nacional. Y la cuestión de clase está ausente.
Incluso a escala nacional, los blancos constituyen la mayoría de los asesinados por la policía, obviamente no por motivos racistas, pero sí por motivos de clase. El porcentaje de blancos asesinados por la policía ha crecido en los últimos años, tal vez como resultado de la epidemia de consumo de opioides y metanfetamina, que mata a muchísimos más blancos de lo que mata la policía. Pero este fenómeno no tiene representación mediática (CNN, MSNBC, New York Times, Washington Post) ni política en el Partido Demócrata. Al menos, no por fuera de la campaña de Bernie Sanders para las primarias, primero en 2016 y ahora en 2019-2020, en las que no pudo ganar. Son los invisibles y, en lenguaje de Hillary Clinton y la elite demócrata, los «deplorables». Irremediables por racistas, aunque muchos de ellos votaron por Obama en 2008 o 2012. De los que votaron en 2016, porque hay mucho abstencionismo, la mayoría votó seguramente por Trump. En algunos condados claves de estados desindustrializados como Michigan, Wisconsin y Pensilvania, estos sectores son los que pueden determinar el resultado de las elecciones en noviembre. Por el momento, según las encuestas, Joe Biden le ganaría a Trump.
La gran maquinaria de representación de raza y nación en Estados Unidos funciona precisamente para excluir y/o naturalizar temas de clase y imperio. Obama es el mago de esta maquinaria-empresa, el hombre que salvó el sistema en un momento crítico, pero no puede hablar con mucha frecuencia porque Biden quedaría aun más desdibujado de lo que está, con su sugerencia de que la policía dispare a las rodillas de los manifestantes en vez de matarlos. Los pronunciamientos de Obama sobre los buenos manifestantes que ejercen sus derechos civiles y los vándalos malos de extrema izquierda que buscan pescar en río revuelto cometiendo actos delictivos marcan la pauta discursiva para los senadores, congresistas, gobernadores, alcaldes, concejales y candidatos demócratas en todos los niveles. La intervención personal de Obama en el «súper martes» de las primarias en favor de Biden contribuyó a la derrota de Sanders, quien, desde entonces, ha estado ausente del debate público.
La política antirracista, esencialista y reduccionista que está presente en muchos de los manifestantes, tanto negros como blancos, latinos y asiáticos, fue desarrollada durante la presidencia de Obama: lo que Barbara y Jeanne Fields llaman la «brujería de raza» (racecraft). Esta permite a los voceros ante los medios insistir en que el racismo, sea estructural o cultural, explica la violencia de la policía, marcando siempre una línea recta entre la esclavitud, la formación de la policía como patrullas en el sur de Estados Unidos después de la revuelta de Nat Turner en 1831, y la formación del Sur segregado en las décadas de 1880 y 1890 después de la Reconstrucción. El resto del país, es decir las ciudades industriales del Norte y el Medio Oeste, donde se construyeron policías modernas junto con maquinarias políticas urbanas, no figura en esa geografía histórica tan curiosa, incapaz de explicar cómo Estados Unidos se convirtió en el primer país industrial e imperial del mundo entre la Guerra Civil y la Primera Guerra Mundial.
Es una reificación y simplificación de la historia que tiene funciones catárticas y terapéuticas, no explicativas. Es performance, es litúrgico y tiene connotaciones hasta religiosas para los blancos, mayormente de clase media proletarizada, aunque muchos profesionales progresistas, además de sus hijos, apoyan desde sus casas, balcones y cuentas corrientes. A ellos, los blancos de clase media educada, la participación en el movimiento les permite limpiar sus conciencias y expiar sus pecados, o más bien sus pecadillos, reales e imaginarios, y los pecados de sus ancestros más remotos. Es una mística de culpa esencialista basada en una serie de mitificaciones y toma fuerza porque, en la política de identidad, el moralismo protestante heredado de los puritanos del siglo XVI y los evangélicos del siglo XVIII (metodistas y bautistas) resucita y se fortalece. Semejante racecraft ayuda a invisibilizar temas de clase, siempre.
Como en 1968, entonces, el tema es la justicia racial, concretamente la discriminación asesina ejercida por la policía contra los negros en las ciudades. Pero ahora, con Trump en la Presidencia, la respuesta del establishment es distinta. El Bank of America anuncia 1.000 millones de dólares para apoyar las protestas y reclamos raciales; Amazon aplasta a sus trabajadores (negros) en huelga, pero apoya las protestas con dinero; el New York Times despide al jefe de la sección opinión por publicar la columna de opinión de un senador republicano que pedía el despliegue militar contra las protestas y exhorta a sus lectores cortar sus vínculos con familiares que no apoyen el movimiento; el CEO de Citibank, Jaime Dimon, uno de los delincuentes de cuello blanco más exitosos de la historia contemporánea, se arrodilla en Wall Street que a su vez apaga sus pantallas durante más de ocho minutos para recordar a George Floyd; el presidente de la liga profesional de fútbol (NFL) pide disculpas por sus posturas anteriores y concluye con su apoyo al movimiento; Mitt Romney, senador republicano de Massachusetts y capitalista financiero, marcha con los manifestantes y nos informa que «las vidas negras importan», marcando su oposición a Trump y el jefe del Senado, Mitch McConnell; junto con los senadores, la líder demócrata en el Congreso, Nancy Pelosi, también se arrodilla en una liturgia oficial del Partido Demócrata en Washington, todos portando un tejido kinte y leyendo en voz alta la lista de los negros asesinados por la policía. Esto merece un premio a la hipocresía, porque estas autoridades tienen la capacidad de controlar esa institución recortando o condicionando sus fondos federales. Sin embargo, no lo hacen.
Los gobernadores y alcaldes demócratas blancos, como Andrew Cuomo y Bill DeBlasio en Nueva York o Tim Walz y Jacob Frey in Minnesota, expresan sus simpatías hacia los buenos manifestantes pacíficos y declaran enemigos públicos a los violentos, mientras declaran toques de queda y sueltan a los policías como bestias que no discriminan entre buenos y malos, para que cometan fechorías ante las cámaras durante una semana. Pero los manifestantes lograron la suspensión de los toques de queda en todas las ciudades: Nueva York, Los Ángeles, Washington, DC, Atlanta, Minneapolis. La policía se cansó. Cuando el alcalde de Minneapolis intentó hablar con los manifestantes que habían exigido su presencia el 5 de mayo, para explicarles por qué no apoyaba la abolición de la policía, lo sacaron del escenario con epítetos y con el rabo entre las piernas. Al día siguiente, el consejo municipal de Minneapolis votó a favor del reemplazo de la policía por una nueva fuerza basada en otro modelo de seguridad.
Para la derecha, esta postura es equivalente a una traición a la patria, aunque ni Biden ni Pelosi la defiendan. Tampoco Sanders. En Fox, como si Trump fuera la segunda encarnación de Richard Nixon, Tucker Carlson dice que los demócratas son cómplices de los saqueos y incendios, que los toleran y fomentan, y que utilizan las luchas raciales para fomentar la violencia y dividir la nación con fines electorales, mientras pasan por alto la realidad de clase compartida por la mayoría de manifestantes más allá de su raza. Carlson no habla del imperio, aunque lo celebra y lo naturaliza, al igual que los analistas antagónicos en CNN. Pero Carlson y otros analistas de derecha como Saagar Enjeti hablan de solidaridad de clase y reclaman ley y orden para los más vulnerables, convencidos de que hablan por la mayoría silenciosa horrorizada. Las cabezas pensantes del trumpismo tratan de recuperar las figuras retóricas que dieron la victoria a Nixon en 1968 y de nuevo en 1972. Pero parece que esta vez no les van a funcionar.
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En realidad, todos siguen el libreto de 1968, o más bien la representación que se tiene de él en la cultura popular, el cine en particular, como si fuera imposible otro imaginario más acorde con la realidad demográfica de 2020 o la verdadera historia de 1968. Predomina el peso de las interpretaciones sancionadas de la historia, racialmente esencialistas y reduccionistas, que funcionan como camisas de fuerza. Las Panteras Negras, por ejemplo, representarían la militancia negra pura y dura, es decir, auténtica en términos raciales y radical en cuanto a su táctica de autodefensa y sus patrullas que seguían los pasos de la policía. Pero fuera de su base en Oakland, sin embargo, nunca tuvieron presencia orgánica, y debido a la represión desatada contra ellos y otros grupos de la Nueva Izquierda por Nixon, utilizando el Programa de Contrainteligencia (COINTELPRO), fueron rápidamente infiltrados, encarcelados, asesinados, perseguidos y desbaratados. Por lo tanto, fueron estrellas fugaces en un firmamento complejo, pero no el firmamento. Jamás formaron parte de alguna coalición, por más que un líder como Fred Hampton intentara crearla en Chicago antes de ser asesinado a tiros por la policía y el FBI en diciembre de 1969.
Igual que Hampton, que se consideraba a sí mismo un revolucionario, Martin Luther King, Jr., quien mantuvo un diálogo respetuoso pero crítico con las Panteras Negras por cuestiones tácticas y estratégicas, no habló solamente de los derechos civiles de los negros. Entre 1966, año en que visitó los barrios calientes de Chicago para ver de cerca la problemática de los guetos, y el 4 de abril de 1968, cuando fue asesinado a tiros, se había vuelto un férreo opositor de la guerra en Vietnam y era organizador de una gran marcha por los derechos económicos de los trabajadores de todos los colores. Estaba en Memphis, en la huelga de recolectores de residuos, cuando fue asesinado. Este Martin Luther King, capaz de luchar por crear una coalición masiva y multirracial de la clase trabajadora con base en lo que él llamó «una revolución de valores», perdió sus aliados liberals y su protección política. Esa coalición, que fue la de Sanders, como la fue de Jesse Jackson en los años 80, es el espectro que espanta a la política bipartidista en Estados Unidos. Es la coalición imposible.
La pregunta clave es: desde los años 60, ¿qué ha cambiado?, o sea el tema clásico de la historia, el cambio dentro de la continuidad. Pero si esta pregunta ni siquiera se formula es en parte porque los estadounidenses conciben el cambio en términos de progreso, y si no ha habido progreso como ellos lo entienden, entonces tampoco ha habido cambio. Esto excluye la posibilidad de desarrollos históricos regresivos, como el neoliberalismo. Presupone una continuidad engañosa, como si nada hubiera cambiado. Las imágenes de la brutalidad asesina parecen confirmarlo. La historia es borrada y sustituida por ficciones ideológicas convenientes: la supuesta diferencia entre las tácticas de Martin Luther King y Malcolm X, por ejemplo: en realidad, cada uno evolucionó, por caminos paralelos, hacia posturas parecidas a las del otro, cosa que las imágenes no muestran. Es el mundo en que se mueven los jóvenes y la mayoría de los adultos menores de 50 años, y constituye un problema de cultura y subjetividad política que se ha agudizado con los años, sin siquiera ser identificado. Es un problema de amnesia histórica.
En primer lugar, ha cambiado, y de manera dramática, la composición étnico-racial, la demografía, la política y la economía del país. Sin negar la violencia policiaca actual, en las décadas de 1950 y 1960 el nivel de violencia y asesinato de los negros en Estados Unidos, sin frenos, y no solo en el Sur, donde las fuerzas paramilitares superaban a la policía, era muy superior. El número de asesinatos de jóvenes negros con menos de 25 años a manos de la policía cayó en 75% entre 1968 y 2011; de negros mayores de 25, en 61%. Son cambios significativos. A raíz de la crisis política desatada por los levantamientos en los guetos negros, la derrota en Vietnam y las huelgas no autorizadas de trabajadores jóvenes, y con la aceleración de la desindustrialización en las décadas de 1970 y 1980, hubo una reestructuración de la acumulación de capital y del espacio urbano, que giró hacia los servicios financieros, los seguros y los bienes raíces, y esto contribuyó a desagregar comunidades de clase obrera industrial. Los negros estorbaban y fueron criminalizados y encarcelados en masa, mucho más que cualquier otro grupo etno-racial.
En primer lugar, se eliminaron los programas federales y estatales de bienestar social y se dejó de invertir en los guetos, que literalmente ardieron en el abandono. Hicieron lo mismo con las instituciones públicas en todas las ciudades del país: parques, bibliotecas, escuelas, viviendas, hospitales, el metro. En segundo lugar, se declaró la «guerra contra las drogas». Pero no contra el blanqueo de capitales en el sistema financiero, sino contra los mayoristas y sobre todo contra los jóvenes vendedores al por menor y sus clientes. Con las nuevas leyes de los años 80 y 90, apoyadas por Biden cuando era senador y defendidas por él hace poco, junto con el aumento de la violencia interpersonal y el tráfico de armas, se disparó el número de homicidios entre la población negra, junto con el número de presos negros venidos de distritos específicos de las ciudades. El espacio urbano estratégico comenzó a ser habitado por empresas y sus empleados, asegurado por la policía y la vigilancia privada, y listo para recibir gente rica y de clase media alta, en su mayoría blanca, pero salpicado con profesionales negros, latinos y sobre todo asiáticos. La ciudad renacida, o renovada, limpia y ordenada. Blanqueada.
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Los guetos se convirtieron en zonas de guerra y fronteras de la soberanía estatal: reservas urbanas. El viraje en la acumulación de capital produjo millones de nuevos pobres en las ciudades estadounidenses, muchos de ellos negros, sin empleo formal ni educación, y que amenazaban el nuevo orden urbano con su mera presencia, porque generaban la percepción de inseguridad y participaban en la economía sumergida. Para ellos existían los mercados de drogas, la policía, los tribunales y las cárceles, ubicadas en áreas rurales alajadas de sus familias. El crimen y el castigo fueron narcotizados y racializados: con el auge del crack, primero los negros, después los mexicanos y puertorriqueños y finalmente los blancos pobres fueron encarcelados en unos niveles jamás vistos, y por tiempos extremadamente largos. Estados Unidos es el país con más presos per cápita del mundo. La mayoría están encarcelados por crímenes no violentos con sentencias largas que en nada se ajustan a sus delitos.
Un Estado policiaco y una sociedad carcelaria claramente racistas se fueron consolidando en los años 80 y 90, tal como lo describe el libro Lockdown America, de Christian Parenti. Es la forma que tiene Estados Unidos de criminalizar y «almacenar» a la parte sobrante de la clase trabajadora urbana para la acumulación de capital a partir de los años 80. La (mala) experiencia con la policía y el sistema judicial y carcelario es algo que tienen en común una parte considerable de los manifestantes en las ciudades de todas las razas, etnias y orígenes nacionales. Si se lograra acabar con los desproporcionados asesinatos de afroestadounidenses por parte de la policía, aún tendríamos una policía extremadamente asesina de la población civil. Eso explica la solidaridad extraordinaria mostrada en 2020 por grupos de inmigrantes que a menudo también son racistas en relación con los negros, como los latinos, chinos, árabes, coreanos, indios y paquistaníes, y que muchas veces sufren el mismo trato brutal. A juzgar por las protestas contra la brutalidad policial en áreas rurales, como el condado de Harlan, en Kentucky, famoso por sus luchas sindicales contras las empresas mineras de carbón, y Virginia, Virginia Occidental y Tennessee, donde hay pocos inmigrantes y menos negros, el reclamo de un cambio es generalizado.
Hubo en momento, entre 1999 y 2001, que coincidió con el movimiento para la justicia global que comenzó en Seattle y terminó con el asesinato de Giancarlo Giuliani en Génova por parte de la policía italiana, en el que parecía que los políticos estadounidenses ya no podrían seguir haciendo campaña con su promesa de encarcelar a los criminales (léase negros o cualquier otra minoría étnico-racial y/o blancos pobres). Pero después del 11 de septiembre de 2001, en la guerra permanente contra el terrorismo plasmada en la Patriot Act, la policía fue llamada a vigilar la seguridad nacional junto con los ciudadanos, como en los primeros días de la Guerra Fría, y recibieron fondos federales con ese propósito. Muchos fondos federales, con incentivos ideológicos incorporados. Con nueva legislación, una licencia para detener y judicializar, más o menos en secreto, o sea para fabricar terroristas y mandarlos a Guantánamo o algún otro sitio similar (como el que mantenía la policía de Chicago para detener, torturar y «desaparecer» a miles de jóvenes negros y latinos sin dejar registro). Todo eso sin detener la guerra contra las drogas, por supuesto. No importa que el delito haya caído a unos niveles históricamente bajos con el paso de los años.
El nivel de miedo aumentó en proporción directa con la vigilancia, el control, la impunidad, la falta de trasparencia y el culto oficial a la seguridad nacional. Hubo un movimiento masivo en contra de la guerra de Iraq en 2003, antes de que comenzara la invasión, con más de 500.000 personas en las calles de Nueva York. Pero no alcanzó. Hubo una huelga general de los trabajadores mexicanos y latinoamericanos que paralizó las principales ciudades estadounidenses el 1° de Mayo de 2006, pero después el tema de la reforma migratoria quedó en el aire y vino la persecución de los agentes de migración en coordinación con las policías locales y estatales. La caída financiera y de los bienes raíces en 2008-2009 dejó a la gran mayoría de la población negra y latina, y a buena parte de la población blanca también, sin activos y sin ahorros. Fue la ruina total.
Obama llegó a rescatar un imperio que por fin se declaraba como tal, en plena caída libre y sin legitimidad ideológica, mediante su carisma y su relato personal de raza, nación y redención, y con el respaldo de los sectores claves de la economía estadounidense, como Wall Street (Goldman Sachs, JP Morgan Chase, Citibank), Hollywood (Time Warner), Silicon Valley (Google, Microsoft), el sector de salud (Kaiser) y universidades como Harvard, donde Obama estudió derecho, además de Stanford, Columbia, NYU, la Universidad de Chicago y la Universidad de California.
Obama fue premiado por una revista de relaciones públicas como la mejor marca del año 2008, y con razón. Lo que hizo, básicamente, fue fusionar el clintonismo de los años 90, es decir la globalización neoliberal de mercados libres e interconectados, gobernados por partidos y representantes democráticos, con el bushismo de los 2000 y sus poderes coercitivos y ejecutivos sin límites (la teoría del «poder unitario» de la Presidencia imperial) y guerras en Oriente Medio y Afganistán.
Hasta 2014, la tasa de desempleo de los negros era mucho más alta con Obama de presidente que con Bush. Poco le importaba a Obama porque no tenía costo político alguno para él. Además, deportó a más inmigrantes latinos que Bush. Rescató a los bancos y a sus ejecutivos, no a los trabajadores y sus casas. 95% de las ganancias se fueron para el 1% de la población más rica.
Su respuesta a las protestas de Black Lives Matter fue tibia: en diciembre de 2014 creó la Fuerza Especial de la Policía del siglo XXI, con una serie de recomendaciones que no fueron implementadas por los 18.000 departamentos de policía locales. El gobierno federal intentó comenzar a contabilizar las muertes de afroestadounidenses por uso excesivo de la fuerza a escala nacional. Pero ni siquiera eso se pudo hacer con certeza sin la colaboración (ausente) de los departamentos de policía locales.
Comenzando en 2009 con el Tea Party, la respuesta de la derecha a la amenaza de igualdad racial, aunque fuera meramente simbólica, fue menos tibia. Puso a Trump en la Presidencia en 2016 y ahora hay decenas de miles de niños inmigrantes enjaulados en campos de concentración a lo largo y ancho del país, aparte del surgimiento de la derecha alternativa, que abona el terreno para casos como el de Ahmaud Arbery, joven negro asesinado en febrero de 2020 por dos paramilitares blancos mientras trotaba en Georgia. Al comienzo de la pandemia, 40% de la población estadounidensense no tenía cómo acceder a 400 dólares en caso de una emergencia. A raíz de la pandemia, menos de la mitad de los afroestadounidenses adultos tiene empleo, y entre los latinos la cifra se ubica un poco por encima de 50%. Los blancos y los asiáticos no quedan atrás. Ni durante la Gran Depresión fueron eliminados tantos empleos en tan poco tiempo, sobre todo entre trabajadores jóvenes.
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Varias generaciones de clase media han sido proletarizadas desde la recesión de 1999-2001, y sobre todo después de 2008-2009 y la crisis actual. Porcentajes cada vez más altos de la clase trabajadora urbana sobran para la acumulación del capital, que apuesta a la inteligencia artificial más que al regreso de la manufactura. Es ella la que ha estado en las calles. Por el momento, van ganando la lucha para desmilitarizar a la policía y cortarle el presupuesto para poder invertir en las comunidades negras, y ojalá en todas las comunidades pobres y abandonadas por todas las instituciones estatales a excepción de la policía. En el corto plazo, en ausencia de Sanders, el levantamiento puede fortalecer a lo que Tariq Ali llama el «extremo centro», es decir a Clinton/Obama/Biden y la elite neoliberal que dirige el Partido Demócrata desde la década de 1980. A menos que Trump logre repetir el éxito reeleccionista de Nixon en 1972 con la estrategia sureña basada en el racismo, en nombre de la ley y el orden contra la subversión. En una encuesta, 64% de los encuestados apoyó a los manifestantes, con tan solo 27% en contra. 54% estuvo de acuerdo con el incendio de la estación de policía en Minneapolis. Sin embargo, 58% apoyó la presencia de tropas en las calles y 67% cree que el país va por un rumbo equivocado.
Make America great again [Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande]… ¿again? 2020 dista mucho de ser 2016. Trump podría perder Ohio y Virginia Occidental, sin hablar de Pensilvania, Michigan, Wisconsin. De cualquier manera, la radicalización de la derecha en las calles está casi garantizada, pase lo que pase en las elecciones del 3 de noviembre. Además de unas bancas en la Cámara Baja, el sistema político no les da voz ni representación a los jóvenes demócratas multirraciales, multiétnicos y multinacionales, y el sistema económico no les da trabajo ni salud. Su radicalización en el corto y mediano plazo está casi garantizada. Pero igual que en los años 70, la pregunta es si estos jóvenes de clase trabajadora y media precarizados pueden pasar de la protesta y la revuelta a la organización política y la transformación social en un momento de crisis sistémica profunda, frente a enemigos cada vez más violentos y fuera de la ley. ¿Será que, al decir de Hegel, el búho de Minerva aparece justo antes del amanecer? Es demasiado pronto para pronunciarse, pero hace tres semanas, ¿quién hubiera pensado que el país viviría semejante insubordinación nacional? El tema de la revolución y la igualdad racial, aunque sea «democrático-burguesa», vuelve a ponerse al día, y no solamente en Estados Unidos.
[Fuente: Nueva Sociedad]
6/2020
Manolo Monereo
El nudo gordiano: el tiempo de las reformas es finito
Hay la percepción de que el Gobierno ha ganado una batalla. No sabemos qué batalla y mucho menos cuales serán sus consecuencias. Las señales vienen de otro lado, de la coalición “Corona-75”, es decir, el frente amplio en favor de la monarquía y, específicamente, de Juan Carlos I, que va desde Felipe González hasta Santiago Abascal, pasando por Cebrián y llegando, cómo no, a Aznar/Casado, con Bono como maestro de ceremonias. Sus jefes, la trama oligárquica, están, como siempre, temerosos; ponen mucho dinero y no encuentran quienes los representen de verdad, con la profesionalidad requerida.
La coyuntura es contradictoria y positiva. El Gobierno no concita demasiados apoyos, pero sale bien librado del confinamiento. Las derechas, sin norte y habiendo fracasado en su estrategia de acoso y derribo. Lo peor, han movido con poca pericia a sus “núcleos duros” en los aparatos del Estado y han sido detectados. El CNI ha sido neutralizado pero el coste será alto y, más allá, obligará a una remodelación interna especialmente severa. ¿Realmente estaban en una operación golpista? Lo que parece seguro es que tenían claro que la ruptura del Gobierno era posible y que había que hacerlo antes de que se completara la desescalada. La rabia de algunos articulistas de cabecera y el desaliento de las derechas unificadas expresan el fracaso de una estrategia y conceden una tregua al Gobierno que este debe de aprovechar para definir programa y proyecto para una salida progresiva de la crisis.
¿Por qué definir esta coyuntura como contradictoria y positiva? Es bueno compararla con la coyuntura del 2008. En el Gobierno se mantiene la idea de que la crisis será en V y que la recuperación, la ministra Calviño dice, ha empezado. Creo que es un error de fondo, pero no es este el momento para desarrollarlo; tiempo habrá. Lo que no parece lógico es la consecuencia política que se saca de tal análisis. Puesto que la recuperación ha comenzado, se dice, no hagamos las reformas de fondo y esperemos a que la Unión Europea marque la salida. La “señora de negro” equivoca al Gobierno. Las reformas que no se hagan ahora no se harán en el futuro. El “tiempo político” siempre está tasado. El “momento” lo marca la pandemia y su fin la Unión Europea. Las personas, masivamente, se han convencido de lo que ya sabían: su libertad, su seguridad, depende de un conjunto de servicios públicos que hay que reforzar y ampliar. Las derechas y sus intelectuales orgánicos (fundaciones y demás medios especializados en emitir la única ciencia económica verdadera) no se atreven a decir lo que piensan y, hoy por hoy, la mayoría social no está disponible para escuchar las viejas cantinelas sobre los peligros de los déficits públicos, las maravillas de las privatizaciones o las ventajas seguros privados.
La batalla político-cultural y programática es fundamental en este momento. Por segunda vez en diez años, el Estado, el sector público tiene que rescatar al sector privado. Las crisis desvelan la realidad y en unos pocos días se aclara más que muchos años de debate ideológico, siempre que se esté a la altura y se acepte el reto. Sin Estado no hay economía y, a la hora de la verdad, este sale al rescate; eso sí, endeudándose hasta las cejas y poniendo en disposición de las empresas e instituciones privadas el erario público. ¿No ha llegado el momento de democratizar el poder económico? ¿no estamos en condiciones de crear una banca pública capaz de financiarse como la privada e impulsar proyectos e iniciativas para cambiar el modelo económico-social? ¿no ha llegado el momento para revertir las (contra)reformas laborales y reconstruir la “constitución del trabajo” a la altura de los desafíos de la época? Si el Estado, a la hora de la verdad, es quién decide, ¿no es llegado el momento para potenciar un sector empresarial púbico fuerte capaz de planificar el desarrollo, organizar el cambio de modelo económico y redistribuir renta y riqueza?
La reciente cumbre empresarial organizada por la CEOE define muy bien la situación. Todos pidiendo más y más fondos del Estado; todos quejándose de la escasez de las ayudas; todos definiendo proyectos que exigen compromisos de “seguridad jurídica” para inversiones futuras y que las reformas (bien pensadas y consensuadas con la patronal) se aplacen una vez se consiga superar la crisis. Da vergüenza ajena, pero es verdad: rescatadme, financiadme para recuperar poder económico y que pueda seguir mandando y definir el futuro del país. Hacedme fuerte para dirigiros porque no podéis vivir sin mí y menos contra mí. Lo de la seguridad jurídica es una artimaña zafia y de recorrido escaso. Su núcleo, no hacer reformas, no tocar las relaciones laborales, no redefinir un sistema fiscal justo y eficiente, no impulsar cambios de verdad que limiten el poder de los grandes oligopolios financieros, energéticos y empresariales. ¿Y si hacen, como en el pasado, “contra reformas? Eso sí, sería bueno, buenísimo, para la competitividad, para la creación de empleo y el futuro del país. Pónganle nombre y verán como conjugan con el poder de los que mandan.
Hay cuatro cuestiones que definirán el futuro de España y que harán posible que esta tenga futuro, es nuestro nudo gordiano a resolver positivamente. Primero, un Gobierno que se comprometa en serio con un proyecto de país; que sea capaz construir un nuevo modelo de desarrollo económico, social y ecológicamente sostenible. El consenso no puede convertirse en el derecho de veto de la patronal, más bien al contrario, debe fundar una alianza social con los jóvenes, autónomos, pequeños y medianos empresarios y unas clases trabajadoras que necesitan más poder, mayor iniciativa y más derechos. Segundo, paliar los efectos sociales de la crisis. Nunca ha habido un reparto igualitario de las crisis. Mientras que haya capitalismo y desigualdad entre clases sociales, no será posible; lo que cabe es amortiguar sus consecuencias sociales más negativas. El llamado escudo social tiene que fortalecerse rápidamente y la sanidad pública reforzarse de forma inmediata, con más medios, más personal y mejor coordinación.
La tercera y cuarta cuestiones son, en el fondo, una: ¿qué papel va a jugar España en la nueva división del trabajo que se está definiendo en la UE? ¿Qué modelo productivo y de poder? Las dos cosas están relacionadas y se superponen. La UE no es un club de beneficencia ni una esfera pública basada en la solidaridad. Como vemos cada día, hay ganadores y perdedores. Quien manda y aquellos que tienen que aceptar una posición subalterna. Alemania está definiendo su papel en el mundo; la UE está al borde de la implosión y sigue siendo el mercado preferente de los países del núcleo. Necesitan que siga existiendo y que lo haga en las condiciones requeridas. Siempre están dispuestos a pactar las diferencias que no supongan un cambio de dirección política.
El “maná” europeo no vendrá, será insuficiente y responderá a las decisiones de las instituciones de la Unión que, de una u otra forma, estará determinadas por el eje franco alemán. ¿Alguien cree realmente que los fondos europeos servirán para reindustrializar España, para crear grandes empresas capaces de competir con las alemanas o francesas? ¿Alguien cree que los fondos que vengan servirán para un desarrollo territorial de nuestro país más homogéneo y sostenible? ¿Alguien cree que las políticas de la UE servirán para ampliar nuestro Estado social, impulsar una reforma fiscal más justa y redistribuir renta y riqueza?
Se dirá que alguna de estas cuestiones depende de España, de nuestras políticas y de correlaciones de fuerza dadas. Es una medio verdad. Para desarrollar un nuevo modelo económico, social y ecológicamente sostenible, el obstáculo fundamental a superar será la Unión Europea. Hace unos meses, cuando afirmaba que estamos en una primera fase y que en la segunda nos encontraríamos con las duras reglas y las resistencias de la UE, se dijo que esta crisis era diferente y que la UE no sería un obstáculo sino una ayuda. Algunos callamos y, mucho antes de lo esperado, se empieza a situar en la UE el lugar o el espacio del enfrentamiento político en España. Que el PP defienda en Europa reglas estrictas para la concesión de ayudas a nuestro país, no debería extrañar. Lo suyo siempre ha sido un patriotismo de cartón piedra. Pero se debería ir más allá y reconocer la verdad que se tiene delante de los ojos y no se quiere ver: las reglas económico-financieras constitucionalizadas en los países de la UE expresan una alianza estratégica entre las clases dirigentes de esos Estados y las instituciones de la UE, garantizadas por Alemania. El ordo liberalismo alemán es la expresión política e ideológica de esa alianza entre los grupos de poder dominantes. Para decirlo con más claridad: la patronal, las derechas, los varios nacionalismos y la ministra Calviño están de acuerdo con estas políticas neoliberales y la defenderán hasta sus últimas consecuencias. ¿Pedro Sánchez?
Los poderes económicos están ejecutando una estrategia muy conocida: no enfrentarse directamente a las demandas de las poblaciones, dejar que el tiempo pase y que los verdaderos problemas de la pandemia aparezcan ante la opinión pública. Es lo que está haciendo la UE, dilatando los procesos, escenificando enfrentamientos entre buenos y malos para llegar, al final, a un acuerdo de síntesis. El verdadero “escudo del poder” de los que mandan y no se presentan a las elecciones es la UE y de ahí vendrá la señal para el enfrentamiento con las políticas económicas y sociales de un gobierno pensado para otras tares, para otras circunstancias y para un mundo menos trágico.
La Unión Europea vive en una forma de Estado de excepción: sus reglas han sido temporalmente suspendidas, las normas del mercado interior eludidas y las instituciones tomando iniciativas para evitar el fin de un proyecto que vive una crisis existencial. Ahora es el momento para realizar las reformas que nuestro país necesita, los cambios necesarios para resolver viejos y nuevos problemas que determinarán las condiciones de vida, trabajo y seguridad de nuestras poblaciones. Cambiar el modelo productivo exige cambiar “el modelo de poder”. Las reformas tienen un tiempo finito.
[Fuente: Cuarto Poder]
23/6/2020
Rafael Poch
El atropello de Génova
Sobre provocadores e infiltrados
*Publicado el 3 de abril de 2012
El 20 y 21 de julio de 2001 hubo una cumbre del G-8 en Génova. El lector quizá recuerde vagamente que en ella se registraron “incidentes”. Lo que seguramente no sabe es que en aquellos días se produjo, “la mayor violación de derechos humanos de la historia de Italia desde la segunda guerra mundial” – según la contundente fórmula de Amnistía Internacional- resultado de una brutalidad policial planificada. En una Europa en la que crecen las protestas civiles, el tema es de una enorme actualidad.
Diez años después, dos periodistas italianos, Franco Fracassi y Mássimo Lauria, han reconstruido los hechos en un minucioso y detallado documental titulado “La Cumbre” (The Summit), que se ha presentado en Berlín. Más de un centenar de entrevistas y un millar de documentos, policías, activistas torturados, detenidos, atropellados y testimonios de expertos y de varios de los miles de participantes que resultaron heridos, muchos de seriedad, arrojan un testimonio sobrecogedor.
Trama negra para escarmentar
De ellos se desprende que las manifestaciones, inicialmente pacíficas, fueron violentadas por grupos provocadores vinculados a la policía, bloqueadas policialmente sin opción de escapar y atacadas con intención de escarmentar, de acuerdo a un guión preestablecido que días antes de los hechos contemplaba en uno de sus documentos el escenario de “una muerte”, cosa que sucedió en la persona del activista Carlo Giuliani, en lo que parece haber sido una encerrona planificada.
“Algunos miembros de sindicatos policiales nos confirmaron que no fueron errores tácticos casuales, sino una estrategia deliberada y planificada para golpear al movimiento por los derechos globales”, dice Lauria. “Cuantos más testimonios entrevistamos, más claro se nos hizo que en Génova hubo una clara intención de masacrar literalmente a un movimiento civil”, dice Fracassi, un ex corresponsal de guerra, que fue golpeado en Génova pese a su condición de periodista y se confiesa “impresionado” por la experiencia.
Pinochetismo en Europa
“Lo que vimos se pareció mucho a los métodos de las dictaduras sudamericanas de los setenta”, recuerda el diputado alemán Hans-Christian Ströbele, que acudió a Génova en una comisión de investigación. Allí vio en un hospital al periodista británico Mark Covell. El joven pernoctaba junto con muchos otros en la escuela Díaz, que el Foro Social de Génova habilitó como centro de prensa. La policía tomó la escuela por asalto, destruyó todos los ordenadores que encontró y atacó a la gente que estaba durmiendo en sus sacos. Covell y Ströbele asistieron a la presentación del documental en Berlín.
Covell fue apalizado hasta caer en coma. “Me hice el muerto, pero seguían golpeando”, dice. Al final casi se muere de verdad: conmoción cerebral, perforación pulmonar y pérdida de diez dientes. Otras 63 personas de la escuela fueron heridas, algunas salieron en camilla con pronóstico reservado. El objetivo del ataque a la escuela era destruir las pruebas, fotos y filmaciones, de la violencia de la víspera. De paso la policía introdujo en el edificio los cócteles Molotov que luego se mostraron como pruebas del delito.
Encerrona
La víspera, en la Piazza Alimonda, un jeep policial se había parado al alcance de una multitud previamente maltratada y calentada, con la aparente intención de crear una situación en la que el uso del arma de fuego en defensa pudiera presentarse como apropiada, lo que concluyó con la muerte de Giuliani por un disparo policial en la cabeza. El asalto a la escuela pudo tener como objetivo hacerse con las imágenes de aquella encerrona. Las 250.000 personas que al día siguiente se manifestaron al grito de “¡asesinos!” fueron rodeadas y reprimidas.
“Lo que pasó me marcó para toda la vida”, dice una mujer que fue torturada en un centro de detención, junto con decenas de otros manifestantes detenidos aquel día, entre insultos y golpes de unos policías que parecían drogados por su brutalidad.
El “Black Block” como recurso
Pieza central de toda la situación registrada en Génova fueron los manifestantes del llamado “Black Block” (bloque negro). Ese sujeto hizo su aparición en las protestas contra la central nuclear alemana de Brokdorf ya en los años setenta. Son grupos de manifestantes violentos, instrumentalizados, infiltrados o directamente organizados por la policía, difíciles de distinguir de los simples neonazis. Muchos de ellos acudieron a Génova desde Alemania tras haber participado en manifestaciones neonazis, como se pudo comprobar al examinar algunos de los teléfonos móviles que se les incautaron, explica Sergio Finardi, experto en “tácticas de guerra informales”.
El objetivo del “Black Block” es reventar las manifestaciones, evitar una amplia y pacifica participación de la ciudadanía, y dar motivos a la policía con su vandalismo para reprimir y desprestigiar los motivos de la protesta, dice. La secuencia consiste en dejar al “Black Block” hacer impunemente su trabajo sin que la policía intervenga, a continuación se carga con violencia, pero no contra los violentos sino contra los normales. En Génova no hubo ni una sola detención de esos sujetos. El guión se repite en múltiples protestas del movimiento antiglobalización, dice Finardi.
Violencia
Sería ingenuo pensar que toda la violencia contestataria es obra de provocadores. Cualquiera con una visión realista de la vida sabe que incluso en las mejores causas no hay carencia de personas impulsivas, de pocas luces, o ambas cosas a la vez. También es notorio lo fácil que es convertir en irritada y violenta a una multitud en principio pacífica. Esto no es una reflexión pedestre sobre “la violencia” de la que hablan los medios de comunicación. Aquí no se habla, por ejemplo, de la enorme violencia que supone una realidad social, llena de desempleo, de injusticias y de estafas sociales que ofenden a la dignidad ciudadana. Simplemente se constata lo anecdótico. A saber: que en una manifestación de 50.000 o 100.000 por una causa justa y clara, doscientas personas quemen tres contenedores, un vehículo y ataquen un cajero automático, es, por desgracia, absolutamente anecdótico, independientemente de que esa imagen sea portada en The New York Times o en cualquier otro medio con el objetivo de que “la violencia” haga perder de vista la esencia del asunto. Aun más, esa manipulación mediática forma parte de la violencia, porque es una mentira como lo son llamar “salvamento de Grecia” o “emisión del Banco Central Europeo” a la subvención continuada a la banca privada, mientras se obliga a la ciudadanía europea socialmente más desfavorecida a apretarse el cinturón.
De la provocación y sus antecedentes
De lo que aquí se habla y advierte es de otra cosa: del conocido uso del “Agent provocateur”. Su figura acompaña la historia del movimiento obrero desde sus mismos orígenes y llega hasta los hechos de Génova. En el París de principios del siglo XX, con su miseria extrema y su escena anarquista y socialista la abundancia de aquellos personajes era extraordinaria, como explica, entre muchos otros, Victor Serge (Victor Kibalchich) en sus memorias. La Rusia de la “Naródnaya Volia” ofrece situaciones increíbles, muchas de las cuales se revelaron al incautar la Revolución Rusa los archivos de la Ojrana, la policía política zarista, y lo mismo, aunque mucho más inocente, ocurrió aquí con la Stasi, sin ir más lejos, o ocurre hoy con los curiosos infiltrados de la policía política alemana, el BfV, en la escena neonazi.
Para quienes vivimos como estudiantes la España del último franquismo y la de la transición, el “agent provocateur” es también una figura familiar. Su historia está por escribir y va desde lo más alto, el terrorismo puro y duro, hasta lo movimientos estudiantiles.
A finales de los años setenta un conocido abogado de Barcelona me contó como su cliente, un miembro del Comité Central del Partido Comunista (R), una delirante organización maoísta muy cercana a las pistolas, había sido interrogado, y naturalmente torturado en comisaría, por la misma persona que le había reclutado para el partido un año antes. Con las historia del Grapo, una organización violenta maoísta, hay toda una historia por escribir.
A un nivel menos inquietante, pero no menos significativo, se puede mencionar la historia de cómo se acabó, a partir de 1977, con el ambiente de hermandad izquierdista que dominaba geográficamente las Ramblas de Barcelona, aquel extraordinario espacio de ligue, fiesta civil y pacífica, conspiraciones estudiantiles de café e intercambio de revistas y panfletos. De repente zonas enteras como la Plaza Real fueron invadidas por la droga y la agresiva criminalidad a ella ligada. En Canaletas, cada fin de semana estallaban “manifestaciones” de 50 personas con gran profusión de cócteles Molotov por causas como la “solidaridad con el Sáhara” o con “Euskadi”, o, como decía Buñuel en su surrealista película, con los “grupos armados del Niño Jesús”. Su protagonista era un grupo izquierdista llamado PCI (no confundir con lo que luego fue el Partido del Trabajo). Estaba compuesto fundamentalmente por gente de los bajos fondos a sueldo del Gobierno Civil de Barcelona. La gente normal dejó en pocos meses de ir a las Ramblas, que hoy se han convertido en el habitual espacio sin alma que suele afirmar el turismo masivo.
Encargué a un compañero gráfico de profesión que hiciera fotos de aquellas “manifestaciones” barcelonesas. Me trajo primeros planos, siempre los mismos rostros, con un par de jefes hampones de aspecto inconfundible, que eran los que repartían el dinero, y conexiones con un oscuro despacho de abogados de la Calle Balmes. El reportaje no se publicó, por las mismas razones por las que han sido necesarios diez años para que Fracassi y Lauria nos explicaran lo de Génova: no había interés, y era necesario remar muy fuerte a contracorriente para acabar al final informativamente derrotado…
Todo esto forma parte de una generación y es archiconocido. Pero es de suma actualidad hoy en esta Europa que se va a hacer más tensa y convulsa. Lo que nos lleva a otra reflexión.
Sobre la inteligencia de la especie
Un conocimiento superficial de la Historia sugiere la falacia de su progresiva evolución hacia un mundo mejor. No sólo no hay avances lineales e inexorables hacia situaciones socialmente mejores, sino más bien una anárquica sucesión de avances y retrocesos. Parafraseando un popular dicho cinematográfico ruso, podríamos decir que el progreso de la humanidad es “asunto sutil”. Como me explicó con gran simpleza en una ocasión Andrei Bitov, un conocido escritor ruso, “a veces pienso que la humanidad no tiene remedio y que camina decidida hacia el desastre, otras veces, en cambio, llego a pensar exactamente lo contrario”.
La reflexión era a propósito de la crisis global, de la que el problema del calentamiento es aspecto, del rampante militarismo (Occidente está metido hoy directa o indirectamente en una veintena de guerras, señala el informe de un Think Tank de Heidelberg), y, sobre todo, a propósito de la combinación de ambos aspectos, el uno exigiendo a gritos una nueva y superior civilización con otra metodología, y el otro apuntando inequívocamente hacia lo Neandertal…
Todo esto viene a cuento de nuestra reacción ante la actual “crisis financiera”, que es una mera y casi anecdótica nota a pie de página, al lado de los retos que plantea la verdadera crisis recién evocada, sobre todo en sus aspectos energéticos y sociales.
La pregunta es si seremos lo suficientemente sabios, los de arriba y los de abajo, más sabios como especie, más allá si se quiere de la lucha de clases y de las relaciones de dominio imperial entre el Norte y el Sur, en resolver de forma viable y no suicida este siglo XXI. En Europa Occidental llevamos más de tres generaciones de progreso continuado, las memorias de grandes violencias y del hambre (que en 1947 era un dato central en Barcelona, Berlín o Budapest) se han hecho borrosas.
¿Es posible un conflicto social “blando”?
La Historia, de nuevo, sugiere que los de arriba, las oligarquías que dominan nuestras sociedades con diferentes matices, sólo aprenden y se hacen sensibles a la justicia a base de presión social. Las bonitas libertades y garantías europeas, hoy por desgracia tan maltrechas y con tan mal pronóstico de evolución, fueron resultado de pactos y compromisos, revoluciones y contrarrevoluciones rodeados de sangre, violencia y sufrimiento ¿Será el futuro diferente? ¿Es posible un conflicto social con metodologías “blandas”? Así lo afirma, por ejemplo, el 15-M español, pero así lo complica un escenario como el genovés.
En la zona euro los activos monetarios en manos privadas, 27 billones de euros son más de tres veces superiores al monto total de la deuda de los países implicados, que asciende a 8,2 billones (de ellos 2,1 billones son deuda alemana), señala Eurostat. La mitad de esos activos (60% en Alemania) están en manos del 10% más rico de la población ¿Es posible convencer a los ricos y más poderosos de la peligrosidad e inestabilidad que representa, también para ellos y para sus intereses, el afirmar una polarización social tan extrema e insostenible como la que preside nuestro mundo y avanza incluso en las ciudades de los países europeos más prósperos? ¿Es posible convencerles para una política fiscal menos injusta? Hasta un tonto comprende que si uno no quiere que el perro le muerda hay que echarle un hueso de vez en cuando, y aquí no se trata de huesos ni de perros sino de cierta democracia real.
Desde luego, no habrá convencimiento sin pulso social, pero ¿habrá pulso social sin violencia, la violencia radical de los despidos y de los recortes, de los desahucios, de la manipulación informativa, de los “agents provocateurs”, y, por supuesto, de los necios que queman contenedores y destruyen cajeros automáticos sin que les pague siquiera el Gobierno Civil de turno?
Con todo eso rondando en la cabeza salimos del cine, y de la charla berlinesa con Fracassi y Lauria, al término del pase de su documental sobre el atropello de Génova.
[Fuente: blog del autor]
21/6/2020
Fase Vandana: la filósofa india entrevistada por Soledad Barruti
El 24 de marzo al atardecer, el primer ministro de India, Narendra Modi, le dio a la población de su país solo cuatro horas para establecer un lugar de residencia del que no podrían salir durante los próximos 21 días, salvo para satisfacer necesidades básicas. A las doce de la noche se suspendió el transporte público, se cerraron todos los negocios que no fueran alimentarios o de medicina, y las calles pasaron a ser vigiladas por la policía, que tenía la orden de garantizar el aislamiento de las mil trecientas millones de personas que conforman la séptima economía mundial del capitalismo salvaje.
El 25 de marzo ciudades como Mumbai y Delhi amanecieron así: con los mercados raleados por quienes podían asegurarse el abastecimiento de comestibles, productos de limpieza y farmacia; con los pequeños puestos de frutas, verduras y especias clausurados; y con millones de personas que viven en la calle y dependen del trabajo diario para vivir sin nada que hacer más que buscar cobijo en una ciudad superpoblada y sin habitaciones de más.
Los pobres aguantaron acomodados donde pudieron un día, dos, algunos ni siquiera eso. Tomaron lo que tenían, sus propios cuerpos, los de sus hijos, alguna tela para taparse la boca, y empezaron a caminar para volver a casa: ese destino rural del que habían salido unos 10, 15, 25 años atrás forzados por la idea de un futuro próspero en las capitales. En una semana las rutas y caminos de India se vieron colmadas por millones de personas que, hambreadas y asustadas, improvisaron la caravana migrante más grande de la actualidad, y de ese país desde 1947, cuando se retiró la colonia inglesa.
A la doctora en física, filósofa y ecofeminista Vandana Shiva el bloqueo en India la encontró en un lugar privilegiado: Derhadun, una ciudad al norte, sobre las laderas del Himalaya junto al Tibet, donde nació y vivió su infancia rodeada de bosques, y donde hoy funciona la Universidad de la Tierra y granja agroecológica que creó en 1987 su fundación: Navdanya.
Vandana no se ha movido de ahí desde entonces y, sin embargo, con un entusiasmo avivado como volcán por la contingencia, no ha dejado de desplegar ideas y proyectos para aprovechar el impulso. Porque así lo ve: “Lo que se está viviendo en este país, donde la cuarentena fue más brutal que en ningún otro, es un fenómeno masivo e inesperado de desurbanización. La vuelta a casa de millones de personas que se están reencontrando con sus familias, en lugares donde no falta comida porque hay tierras para producirla, donde la vida para ellos puede volver a tener sentido”, dice y sonríe y se enciende como pocos en esta época de miedo y parálisis. “Yo creo que estamos viviendo una gran oportunidad. Por eso lo que estoy pidiendo a quienes reciben a los migrantes, a quienes los ven retornar, es que lo hagan con los brazos abiertos, dispuestos a enseñarles a cultivar, a ser autosuficientes, a reconectarse con la comunidad”.
Para esta líder revolucionaria y pacifista nada es casual. La degradación física y moral del sistema económico, con el sistema alimentario como máximo exponente de nuestra capacidad de destrucción, nos ha dejado a merced de este virus que antes que como metáfora, funciona como Aleph. Ahí está todo: el resultado del absurdo espejismo antropocéntrico sobre el que hacemos andar la modernidad y la ineludible mutualidad de la vida en red que puede ser de contagios mortales o interconexiones virtuosas. “A mí me resulta inevitable pensar que este es un momento de volver a la raíz, y reorientar nuestro propósito, como individuos y como sociedad”, dice Vandana hablando primero de sí. “A mí el bloqueo me dejó encerrada en mis memorias de infancia y juventud. Cada día me despierto y agradezco a mis padres por estar acá, por haber plantado los árboles que me rodean estos días. Respiro, pienso, escribo, comunico consciente de todo lo que me hizo lo que soy, de cada uno de mis anhelos y luchas”.
*
¿Creés que algo de esa reconexión pueden estar experimentando las mujeres y hombres que volvieron a sus pueblos en estos días?
Creo que esa es la oportunidad, que experimenten eso. Porque los jóvenes que caminaron 500, 800 kilómetros, para volver a sus hogares habían sido convencidos de que no había ninguna razón para producir alimentos, para vivir en el campo. Pero tras 25 años de libre mercado, globalización y desruralización, las ciudades les demostraron de la peor manera que no podían contenerlos ni a ellos ni a nadie. Que sobraban. Estamos hablando de personas que no tienen nada, que viven de lo que pueden hacer con sus cuerpos cada día. Y estamos hablando de la mitad de la población de India…
Sin embargo, los analistas hablan de la economía India como “floreciente”, “pujante”, “una demostración de lo mejor del capitalismo”, “la séptima economía del mundo”…
Es que las personas están por fuera de esos análisis. La naturaleza también. Cuando se habla de economía lo que se tiene en cuenta aquí y en todos lados es solo lo que ocurre en el mercado formal, las ganancias de las grandes compañías. En India somos una economía de mucha gente, que trabaja duro, en muy pequeños negocios. Los vegetales llegan a la puerta de cada casa. O al pequeño almacén, de los que hay muchísimos. Son los lugares que cuando cierran nadie cuenta. Por eso el primer ministro cerró el país sin analizar esas pérdidas. La economía de los pobres no se tiene en cuenta, de las mujeres no se tiene en cuenta, de los campesinos tampoco. A toda esa cantidad de personas caminando de vuelta a casa nadie las contó como pérdidas. A lo sumo les pusieron unos trenes cuando llevaban días de caminata y las imágenes eran una vergüenza nacional.
Esos mismos analistas dirían que esas personas van a volver a las ciudades no bien puedan hacerlo.
No. Yo creo que el coronavirus está revirtiendo lo que hicieron tantos años de colonización e invasión en nuestro país. Y exponiendo cómo funcionan en todo el mundo los modelos como el de Monsanto. Hace muchos años esa empresa publicó su plan: una agricultura sin agricultores, sin naturaleza, sin nada más que su combo de semillas modificadas y agrotóxicos diseminadas por el campo. Algunos le creyeron. Y lo que estamos padeciendo ahora son los resultados de esa invasión: un mundo con la naturaleza rota que permite la dispersión de virus, campos vacíos y hacinamiento en las ciudades.
Y una población cada vez más enferma.
Eso es muy grave. No solo hay nuevas enfermedades sino que los riesgos de morir por una de ellas, como la Covid-19, aumentan con la diabetes tipo 2, la hipertensión o el cáncer que crea este modelo. Empresas como Bayer-Monsanto, y también Coca Cola, Nestlé, Kellogs son las responsables: compañías que crean productos que no son compatibles con nuestra biología.
¿Qué es lo que impide que la sociedad pueda despertar ante algo tan evidente?
Por un lado, el poder corporativo que nos atrapó en su modo de entender la vida. Este pequeño puñado de corporaciones que consolida su poder en la Segunda Guerra Mundial. En la Alemania Nazi empresas como Bayer generaban gases para matar a las personas que estaban dentro de los campos de concentración. Esas mismas compañías, terminada la guerra, cambiaron el uso de sus productos: empezaron a usarlos como herbicidas, insecticidas, fungicidas, un arsenal químico que se instaló en la agricultura continuando su capacidad de daño y de dominación a través de la violencia y el miedo. Pero además hay otro: este sistema crea adicción. Se habla de Bayer como el productor de las aspirinas. Pero antes de eso fue el productor de la heroína. Una droga altamente adictiva que debe su nombre a que te hacía sentir como un héroe. Este sistema se sostiene con ese espíritu.
Cultura zombi
El 12 de mayo las cámaras de televisión de todo el planeta apuntaban a Francia. Tras semanas de aislamiento y casi 30 mil muertos por coronavirus ese país inauguraba la Fase 1 levantando la clausura de los lugares icónicos a los que pocos creían iba a ser tan fácil volver. Ni la torre Eiffel ni el Louvre, me refiero a tiendas como Zara. El momento en que la persiana de metal subió y las luces led se descubrieron como siempre están, prendidas, los miles de compradores que aguardaban el evento caminaron encimados en veloz procesión pagana, olvidando al instante la distancia social y el alcohol en gel.
El momento quedó inmortalizado como un nuevo hito del poder magnánimo del consumismo que se lleva puesto, ni digamos la esperanza de un futuro mejor; antes que eso: el instinto mismo de supervivencia. Y lo mismo ocurrió en Brasil, y en Estados Unidos, y parece que ocurrirá en cada lugar que decida volver a la mentada normalidad.
¿Qué te provocan esos fenómenos?
Creo que es la mejor evidencia de lo que te decía antes, de la adicción que provoca este sistema. Las personas creen que tienen libertad de elección porque les han contado que viven en un sistema regido por el libre mercado. Pero lo cierto es que están atrapadas en un esquema consumista creado por compañías expertas en generar adicción. Las personas son forzadas a desear y comprar lo que no necesitan. Y compran y tiran, y compran y tiran, y compran y tiran, y trabajan solo para eso: comprar y tirar. Esta forma urbana y destructiva de colonialidad es lo que trajo el mundo al estado en el que está hoy y eso encuentra en algunas ciudades una representación perfecta con todo el conjunto: la mentalidad antropocéntrica, mecanicista, monocultural y dominante.
Hace unas semanas entrevisté para este mismo medio al arquitecto y activista brasilero Paulo Tavares, que hablaba de la urgente necesidad de deconstruir la arquitectura y la vida urbana bajo la perspectiva decolonial. Él planteaba que la arquitectura sirvió hasta ahora para erigir una forma de vida urbana que concreta una idea civilizatoria en antagonismo con la naturaleza. Teniendo en cuenta que la vuelta al campo nunca va a ser tan masiva como para abandonar completamente las ciudades, ¿cómo creés vos que podríamos transformar eso en algo más razonable?
Yo crecí en una ciudad en India que aun muestra que eso es posible. En mi ciudad natal había una regla: solo se podía construir en un quinto de la tierra. El resto debía estar ocupado por la naturaleza. Por eso hoy mi casa es un bosque. Podemos ser una civilización que cree caminos bordeando bosques, en vez de avanzar en línea recta talando árboles. Si queremos ciudades en armonía con la naturaleza podríamos empezar por ahí: que los árboles nos den la dirección: permitamos eso. Otro buen ejemplo de una vida urbana posible está en Xochimilco, en plena Ciudad de México: un lugar de huertas que podría alimentar a toda esa población. Eso fue creado por las civilizaciones indígenas que vivían ahí antes de la conquista. Es un método productivo y un modo de vida al que se le opone el Real State que es el modo de construir en este paradigma: especulación inmobiliaria para montar vidas lineales y rápidas. Es lo que hacemos. Vivimos así. Bueno ¿a qué nos llevó? A este parate, a este encierro. Y acá estamos. Algunos repensándolo todo por primera vez, viendo esa locura por la velocidad.
Otra de las cuestiones que se están poniendo en debate en estos días en todo el mundo es el sistema de salud.
Así como tenemos que conseguir un equilibrio entre la ciudad y el campo, tenemos que redefinir qué es salud y hacer resurgir una conexión con nuestra salud y con nuestro cuerpo. El paradigma de salud occidental asume al cuerpo como un contenedor de órganos y funciones. Cuando alguna de esas partes se descompone se le declara una guerra a esa parte, a esa enfermedad. Así, cada terapia diseñada por el sistema médico occidental es de algún modo un ataque defensivo. Por eso sale una y otra vez la misma metáfora: la guerra. Esa que se está librando ahora contra el coronavirus, y que se libró tantas otras veces contra otras enfermedades. Es una metáfora terrible, porque esa guerra nunca se va a ganar.
Claro, si se ve la enfermedad como un desequilibrio de la vida, un ataque solo va a agravar el problema teniéndonos a nosotros como campo de batalla.
Exacto. Pero la mentalidad bélica y militarista gobierna también la relación con los cuerpos. En India el paradigma de salud es muy complejo: una ciencia para la vida. No es un sistema creador de enfermedades ni bélico. El objetivo está puesto en comprender la organización y preservar el equilibrio de un sistema complejo: el organismo humano. Si la enfermedad es un desequilibrio, la salud radica en traer ese equilibrio de vuelta. Y eso depende mucho de la alimentación. La comida es un gran estabilizador del sistema, es la cura de todas las enfermedades para nosotros. Y eso por supuesto no está reñido con la evidencia: si nuestra comida está intoxicada, si usamos venenos para producirla ¿cómo vamos a estar saludables? Hace unas semanas lanzamos un manifiesto llamado Food for Health al que invitamos a los mejores médicos de Europa a sumarse, reunimos estudios y comunicamos una vez más que necesitamos cambiar el sistema alimentario para que sane la humanidad y la tierra.
Una de las frases trilladas favoritas del agronegocio y de la agroindustria es que esta forma de reconexión que planteás es un viaje al pasado.
La construcción científica contrahegemónica tiene una biblioteca muy abundante. Está nutrida de papers, avances y científicos muy calificados. Pero tampoco es una novedad que los poderes buscan deslegitimarla. Y, si no pueden, la prohíben. En India también somos un ejemplo de eso. Cuando los colonos ingleses llegaron y conocieron nuestro sistema médico, el ayurveda, lo prohibieron. Hasta que se empezó a enseñar y a estudiar bajo la forma de impartir el saber de los ingleses: con universidades, currículas, modos de estudio. Entonces en los 90 en Estados Unidos entendieron cómo funcionaban algunas cosas. La cúrcuma, por ejemplo. Una raíz que en ayurveda se usa para elevar la inmunidad. ¿Y qué hicieron? La patentaron. Pasamos de la prohibición a la apropiación. Y es algo que sigue al día de hoy, cuando la Organización Mundial de la Salud imparte los lineamientos sobre el ayurveda escriben informes en donde sugieren no nombrar a la cúrcuma.
¿Bajo qué pretexto?
Ellos dicen que están buscando la evidencia que pruebe que tomar cúrcuma eleva el sistema inmune. Pero lo hacen midiendo el efecto según su modo de evaluación, que no reproduce las formas de uso que tenemos en India, porque partimos de esta base donde un cuerpo sano y enfermo no quiere decir lo mismo. Entonces nos enredan en una carrera engañosa.
¿Y cómo responden a eso?
Huyendo de ese reduccionismo lineal, mecanicista, cartesiano que fue creado como otro modo de colonización europeo, y que considera a nuestro conocimiento superstición, nos inferioriza, se lo apropia y se queda con nuestros recursos.
Carne de soja
Teniendo en cuenta que este virus, según la evidencia científica disponible más fuerte hasta ahora, se origina del abuso que generamos sobre otros animales, me gustaría preguntarte qué pensás sobre el consumo de carnes, de las granjas industriales y del veganismo como una respuesta a eso.
Desde que escuché la idea de las granjas industriales siempre me parecieron mal. Las vi crecer. Y crecen porque crece la producción de soja y maíz transgénico. El agronegocio necesita vender todos estos granos que producen. Nadie se los va a comer si no están esos miles de millones de animales. Estas fábricas de carne son mayormente subsidiadas por eso: porque sirven para que funcione el sistema. Luego creemos que son buenos negocios, pero si no estuvieran apoyados por los gobiernos, ni siquiera como eso funcionarían.
Vos sos vegetariana.
Sí, lo soy. Pero no creo que todo el mundo deba serlo. Hace un tiempo estuve en Groenlandia y cuando pregunté por qué comían carne uno levantó la mano y me contrapreguntó: “¿Te parecería mejor que importáramos tomates de África?”. Creo que tenemos que entender que podemos tener una relación violenta con las plantas –y ahí los transgénicos son un buen ejemplo- y una relación violenta con los animales –las granjas industriales son eso–. Pero podés tener una relación no violenta con las plantas –como la que logra la agroecología- y una relación no violenta con los animales –que es la que tienen los pastores de Groenlandia o los indígenas–: hay muchas culturas indígenas que no comen animales, pero otras muchas que sí. Las que están en Amazonas por ejemplo, protegiendo y garantizando la biodiversidad como ninguna otra cultura, lo hacen.
Claro, se trata de entender la diversidad cultural y alimentaria, expresada en un contexto determinado, como una selva, el Ártico, un lugar costero, como parte garante de la biodiversidad de ese lugar.
Sí. Tenemos que respetar las formas de vida que hay en el mundo y no podemos pensar que comer animales es igual en todos los casos. Y tampoco podemos pensar que defender una alimentación basada en plantas sea sinónimo de defender un mundo mejor. Hay personas veganas que celebran que exista la Imposible Burger: una hamburguesa artificial creada en un laboratorio mediante plantas salidas de monocultivos tóxicos, o sea tratadas con violencia, que para su producción violentan campesinos, mariposas y abejas, y animales que por supuesto ya no viven en torno a esos cultivos. Esa hamburguesa de soja que parece carne sangrienta es una mentira. Y hay algo que se llama verdad: no se puede pregonar una idea de alimentación no violenta partiendo de esos alimentos, de esa relación mentirosa con la tierra y con el propio cuerpo. A quienes pregonan eso como la salvación les diría que despierten: la alimentación basada en plantas que crecen con toda esa violencia no produce nada mejor. Coman una zanahoria y reconozcan eso como alimento: conozcan de dónde viene, cómo se produje, denle la dignidad que merece a la planta. Dejen de hablar de una alimentación basada en plantas: esa zanahoria tiene un valor enorme en su subjetividad, una historia de interrelaciones maravillosas, que incluye animales, insectos, personas: no es simplemente una planta que da igual. Y hay algo más. En el instante en que alguien dice “basado en plantas” están dando a la industria permiso para usar esa parte de la naturaleza como material para sus experimentos, manipulación y control. Y tal vez esa persona crea que llegó a algo mejor, pero solo porque permanece ciega a todo el horror que decidió no ver. Y así será llevado como otro adicto a la heroína de este sistema hacia otro nivel, más oscuro y difícil del que salir, con un costo altísimo para la tierra en su totalidad y para sí mismo.
Antes que un problema alimentario, de salud, o de vivienda, pareciera ser un problema de información.
Y de conciencia. La conciencia nos invita a actuar, a tomar las decisiones que estén a nuestro nivel. Tenemos que decir más fuerte que no a todo ese modelo agroindustrial de salud, de vida, de alimentación. Y eso incluye hoy cuestiones incómodas como estar en crisis y decir que no a las donaciones que el agronegocio hace para alimentar a los pobres. Tenemos que elevar la vara: la comida de todos, también de los pobres, debe ser saludable, sin transgénicos y sin venenos y sin mentiras. Cuanto más alta la amenaza, más grande debe ser nuestra responsabilidad para enfrentarla.
¿Sos optimista?
Bueno, estoy entrenada en la teoría cuántica. En eso me doctoré cuando terminé la carrera de Física. Entonces cuando veo un problema trato de entenderlo desde sus causa, sus raíces, sus perspectivas. También me coloco a mí misma en algún lugar de ese panorama y pienso, qué puedo hacer yo para que ese asunto sea mejor. Y no importa cuán grande el problema, al final siempre llego a lo mismo: tenés que tener semillas, producir comida y liberar tu mente. Esa es mi responsabilidad. Luego, las soluciones empiezan a acomodarse solas.
¿Cómo creés que afectará a este movimiento todo el sistema represivo que está naciendo a medida que la pandemia avanza?
Yo estoy segura de que estamos llegando a un nuevo nivel dentro del capitalismo. Será un capitalismo de vigilancia y control. Los estados van a hacer dinero de vigilarnos y lo peor es que nosotros con nuestros impuestos vamos a pagar porque nos controlen. Pero en la historia humana cada vez que ha habido opresión, se ha podido recurrir a un arma popular que sigue vigente: la desobediencia. Y en mi país tenemos un ejemplo muy importante en ese sentido: Gandhi. Con su manifestaciones no violentas, sofisticadas al punto de impedir el control de la sal que quería obtener la colonia inglesa, y conducirnos a la independencia. Eso mismo me inspiró a mí para combatir a Monsanto cuando quería patentar todas las semillas: yo llamé a la desobediencia civil a los campesinos y 33 años más tarde seguimos entendiendo que la guarda, intercambio y siembra de semillas es nuestro derecho. Ese es el espíritu que tenemos que despertar en esta época para ir en contra de las corporaciones que ya no van por un país sino que buscan globalmente quedarse con los recursos y controlarlo todo. Nosotros, los que queremos un mundo libre y una tierra sana, somos una red muy grande, mucho más grande que esa.
Imaginemos que sucede, que el encierro sirve para sacar del encierro y la opresión a millones de personas…
Es que es lo que va a ocurrir, porque el paradigma que celebra un futuro donde las personas viven masivamente en las ciudades, y solo un 2 por ciento se queda en el campo no funciona. No hay tal futuro. Ese plan no ha sido bueno para nadie. Ahora hay que trabajar para que esas personas que quieren volver al campo o que ya volvieron encuentren ahí un modo de vivir, con compasión y consistencia. Hay que regenerar la economía rural. Ese salvataje incluye el de las tierras: tiene que haber tierra para ellos, y medios de producción. Yo estoy haciendo lo que siempre he hecho y lo que creo que hay que hacer más que nunca: conservar semillas y promover la agricultura no tóxica. Salvemos a las comunidades, salvemos la tierra: regeneremos; ese es mi plan. Afortunadamente, como en India el fenómeno de urbanización no tiene tanto tiempo, cuando las personas vuelven encuentran que sus padres y abuelos aun les pueden enseñar a cultivar. Los agricultores que ya venían trabajando de ese modo hoy me dicen: “Porque producimos nuestra comida no tenemos hambre ni estamos en crisis”. Y con ellos estamos dándoles la bienvenida a quienes vuelven. Utilicemos esta crisis para construir un sistema que sea libre de venenos, de petróleo, de semillas modificadas. Comunidades donde cada persona sea valiosa.
Es un buen momento después de todo.
Sí. Si tienes la conciencia más o menos clara, e incluyes en tus variables la capacidad creativa y regenerativa que tiene la tierra, es un buen momento. Tenemos que volver a trabajar con la naturaleza, eso es todo. Y tenemos que trabajar puliendo nuestros corazones y nuestras mentes para estar preparados para este cambio de paradigma, de vida, que es inevitable. Es un momento que exige lo mejor de todos nosotros. Por eso cada día al levantarse hay que luchar contra la inercia. Mirar hacia adentro y preguntarse: cuál es la injusticia que no estoy dispuesta a aceptar, cuál es la brutalidad que ya no estoy dispuesta a aceptar, cuál es la forma de violencia que ya no contará conmigo. Y después salir a encarnar esas respuestas.
[Fuente: lavaca]
5/6/2020
...Y la lírica
June Jordan
Poesía Feminista: 6
Poema sobre la violencia policial
Dime una cosa
qué crees que pasaría si
cada vez que matan a un chico negro
matáramos a un policía
cada vez que matan a un hombre negro
matáramos a un policía
¿crees que a continuación descendería
la tasa de accidentes?
a veces la sensación me sorprende cariño
vuelve a mi boca y estoy callada
como piscinas olímpicas hechas de las nieves
montañosas que corren bajo el sol
a veces pensando en la 12ª Casa del Cosmos
o la forma en que tu oreja atrapa la punta
de mi lengua o los letreros que nunca he visto
como PELIGRO MUJERES TRABAJANDO
pierdo conciencia de la horrible salvaje súbita
y repetitiva afrenta como cuando me dicen
18 policías para contener a un solo hombre
18 lo estrangularon hasta la muerte en el altercado posterior
(no idolatres el estilo de los poderosos: contener
y altercado ¡oh!) y que el asesinato
que la muerte de Arthur Miller en una calle
de Brooklyn solo fue un “accidente justificable” de nuevo
(de nuevo)
La gente ha sufrido accidentes en todo el mundo
durante tanto tiempo que me parece que el único
seguro apropiado es una pistola
digo que la guerra no es para entenderla o repetirla
la guerra es para lucharla y ganarla
a veces la sensación me sorprende cariño
oculta/lo salvaje pero
no tan a menudo
dime una cosa
qué crees que pasaría si
cada vez que matan a un chico negro
matáramos a un policía
cada vez que matan a un hombre negro
matáramos a un policía
¿crees que a continuación descendería
la tasa de accidentes?
Poem about Police Violence
En: Passion (1980)
Traducción de Francisco Javier Mena Parras
Poema sobre mis derechos
Incluso esta noche necesito caminar y aclarar
mis ideas sobre este poema sobre por qué no puedo
salir sin cambiarme la ropa los zapatos
mi postura corporal mi identidad de género mi edad
mi estatus de mujer sola en la noche/
sola en las calles/sola no siendo el tema/
el tema es que no puedo hacer lo que quiero
hacer con mi propio cuerpo porque soy
del sexo equivocado de la edad equivocada de la piel equivocada y
supón que no fuera aquí en la ciudad sino allá en la playa/
o en las profundidades del bosque y yo quisiera ir
allí por mi cuenta a pensar en Dios/o a pensar
en los niños o a pensar en el mundo/todo ello
revelado por las estrellas y el silencio:
no podría ir y no podría pensar y no podría
quedarme allí
sola
como necesito estar
sola porque no puedo hacer lo que quiero con mi propio
cuerpo y
quién demonios montó las cosas
de este modo
y en Francia dicen que si el tipo penetra
pero no eyacula entonces no me violó
y si después de acuchillarlo si después de los gritos si
después de rogar al cabrón y si incluso después de darle
un martillazo en la cabeza si incluso después de eso si él
y sus colegas me follan después de eso si él y sus
colegas me follan entonces yo consentí y no hubo
violación porque finalmente entiendes finalmente
me jodieron porque estaba equivocada estaba
de nuevo equivocada al estar siendo yo donde estaba/equivocada
al ser quien soy
que es exactamente como Sudáfrica
penetrando en Namibia penetrando en
Angola y acaso eso quiere decir quiero decir cómo sabes si
Pretoria eyacula qué aspecto tendrá la evidencia la
prueba de la monstruosa opresora eyaculación sobre Negrolandia
y si
después de Namibia y si después de Angola y si después de Zimbabue
y si después de que todos mis paisanos y paisanas resistan incluso a
la autoinmolación de las aldeas y si después de eso
no obstante perdemos qué van a decir los muchachotes acaso
reclamarán mi consentimiento:
Me Sigues: Somos el pueblo equivocado de
la piel equivocada en el continente equivocado y sobre qué
demonios están todos siendo razonables
y según el Times de esta semana
allá por 1966 la CIA decidió que tenían este problema
y el problema era un hombre llamado Nkrumah así que
lo mataron y antes de eso fue Patrice Lumumba
y antes de eso fue mi padre en el campus
de mi universidad de la Ivy League y mi padre temeroso
de entrar en la cafetería porque decía que
estaba equivocado la edad equivocada la piel equivocada la identidad
de género equivocada y estaba pagando mi matrícula y
antes de eso
fue mi padre diciendo que yo estaba equivocada al decir que
debería haber sido niño porque él quería uno/un
niño y que debería haber sido más clara de piel y
que debería haber tenido el pelo más liso y que
no debería prestar tanta atención a los chicos sino que en cambio debería
simplemente ser uno/un chico y antes de eso
fue mi madre abogando por una cirugía estética para
mi nariz y aparato para mis dientes y diciéndome
que soltara los libros los soltara en otras
palabras
estoy muy familiarizada con los problemas de la CIA
y los problemas de Sudáfrica y los problemas
de Exxon Corporation y los problemas de la América
blanca en general y los problemas de los profesores
y de los predicadores y del FBI y de los trabajadores
sociales y de mi madre y padre en particular/estoy muy
familiarizada con los problemas porque los problemas
resultan ser
yo
yo soy la historia de la violación
yo soy la historia del rechazo a quien soy
yo soy la historia de la aterradora encarcelación de
mí misma
yo soy la historia del ataque la agresión e ilimitados
ejércitos contra cualquier cosa que quiera hacer con mi mente
y mi cuerpo y mi alma y
ya se trate de caminar por la calle de noche
o ya se trate del amor que siento o
ya se trate de la santidad de mi vagina o
la santidad de mis fronteras nacionales
o la santidad de mis líderes o la santidad
de todos y cada uno de los deseos
que sé de mi personal e idiosincrásico
e indiscutiblemente solo y singular corazón
he sido violada
por-
que me he equivocado el sexo equivocado la edad equivocada
la piel equivocada la nariz equivocada el pelo equivocado la
necesidad equivocada el sueño equivocado el yo
geográfico equivocado cortado por el patrón equivocado
yo he sido el significado de violación
yo he sido el problema que todos buscan
eliminar mediante la penetración
forzada con o sin la evidencia de cieno y/
pero que no quede lugar a dudas este poema
no es consentimiento yo no consiento
a mi madre a mi padre a los profesores al
FBI a Sudáfrica a Bedford-Stuy
a Park Avenue a American Airlines a los haraganes
empalmados en las esquinas a los asquerosos furtivos
en coches
no estoy equivocada: Equivocada no es mi nombre
Mi nombre es el mío el mío el mío
y no puedo decirte quién demonios montó las cosas de este modo
pero puedo decirte que de ahora en adelante mi resistencia
mi simple y diaria y nocturna autodeterminación
puede muy bien costarte la vida.
Poem about My Rights
En: Passion (1980)
Traducción de Rosana Alija
29/6/2020
La Biblioteca de Babel
Sobre Julio Anguita

Julio Anguita y Julio Flor, Contra la ceguera. Cuarenta años luchando por la utopía, La Esfera de los Libros, Madrid, 2013, 493 págs.

Julio Anguita y Juan Andrade, Atraco a la memoria. Un recorrido histórico por la vida política de Julio Anguita, Akal, Madrid, 2015, 491 págs.
Hay que remontarse a la figura de Juan Negrín para encontrar un caso comparable al de Julio Anguita: un político honesto, víctima de una campaña de manipulación, desinformación y silencio impuesto; con la coincidencia añadida de que, salvando la distancia temporal y la función política, la campaña tiene el mismo origen: el ataque de las derechas nacionalistas y el desprecio mostrado por una parte mayoritaria de las izquierdas, especialmente las vinculadas al Partido Socialista Obrero Español.
Por puro azar, Anguita tuvo una suerte de reparación histórica que Negrín no consiguió: la codicia y la especulación que llevaron al estallido de la burbuja del capitalismo de casino en 2007 confirmaron (casi) todo lo que había denunciado durante años, especialmente la naturaleza de Maastricht y la realidad de la Unión Europea. Esto, junto con una trayectoria de coherencia ética que le diferenciaba de una clase política marcada por diversos tipos de corrupción, le devolvió a primera línea. El 15-M le otorgó una especie de segunda vida política un tanto deformada, porque a la descalificación y la burla continuas que soportó durante su etapa de dirigente de IU y el PCE (1988-2000) las sucedió, a partir de 2011, un respeto exagerado, una cierta veneración como figura excepcional que le molestaba bastante.
Pasado un mes y medio de su muerte, y apagado el eco de las necrológicas, es un buen momento para acercarse a su legado político. Estos dos estudios biográficos, elaborados en la etapa final de su vida y redactados como entrevistas en profundidad, son un buen camino. Ambas obras desmontan tópicos, mentiras e infundios profusamente repetidos. En Contra la ceguera, del periodista Julio Flor, la conversación con Anguita se desarrolla en un tono que combina más lo sentimental y lo político, mientras que Atraco a la memoria, del historiador Juan Andrade, realiza un profundo análisis crítico del político y de su obra; el excelente trabajo de documentación previa realizado por Andrade se concreta en un análisis histórico a modo de introducción de cada etapa de la narración biográfica, lo que enriquece y da contexto al testimonio del entrevistado. La conversación se enmarca en el proceso llamado de digestión de la memoria por el paso del tiempo (fenómeno que Andrade referencia de forma magistral remitiendo a la Trilogía de Auschwitz, de Primo Levi).
De los dos libros emerge un Julio Anguita que, aun con toda su carga de imperfecciones y errores políticos, es la antítesis del personaje mesiánico, autoritario, tosco y fanático que fue fabricado e impuesto mediante una persistente campaña de descrédito sostenida con generosos recursos. Una campaña en la que participaron activamente parte de sus “compañeras” y “compañeros” (con la consiguiente y oportuna recompensa posterior), patriotas de todas las banderas, el poderoso grupo mediático PRISA y otros medios de “información”, y los mil tentáculos del felipismo. La campaña logró imponer una frívola caricatura del pensamiento y la labor de Anguita que se sintetizó en la etiqueta anguitismo, fraguada inicialmente entre la clase política e intelectual de Cataluña, una de las zonas de mayor virulencia (junto con Madrid).
Sin embargo, de ambas obras también emerge algo mucho más importante: el valioso trabajo del equipo de personas de IU (y más allá de ésta) impulsado por Julio Anguita, un equipo que compartió su lucha y que él supo dinamizar con sabiduría y habilidad; emerge, además, lo mucho que aprendió Anguita de él. Porque el secreto de la persistencia y validez de su línea política está en el sólido trabajo de investigación y elaboración de ese equipo, en el esfuerzo intelectual colectivo que desplegó.
De ello resulta que la mayor muestra de lucidez de Anguita fue su capacidad para potenciar el trabajo colectivo y la metodología en que se basaba dicho trabajo. Los dos libros demuestran que consignas burdamente ridiculizadas en su día, como el “programa, programa, programa”, la “teoría de las dos orillas” o el “adelantamiento” (sorpasso) al PSOE, no fueron ocurrencias de un visionario, sino concreciones que surgían de un análisis colectivo, elaborado, contrastado, lleno de matices y de largo alcance, cuya vigencia subsiste hasta hoy, así como de una metodología que aporta herramientas válidas para conocer y afrontar el siniestro futuro al que nos empujan quienes ya sabemos.
Para finalizar. En ocasiones basta con breves destellos de la verdad para desacreditar montañas de mentiras. En estas obras aparecen muchos, pero es justo destacar dos: la evocación que Julio Anguita hace de la figura de Enrique Curiel y el relato del último encuentro que mantuvo con Paco Fernández Buey, las circunstancias en que se produjo, la vivencia y la enseñanza que obtuvo del mismo. Son apuntes que muestran la talla de una figura política cuyo legado es clave para orientarnos en estos tiempos tenebrosos.
Miguel Muñiz Gutiérrez
25/6/2020
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Fotomovimiento y Espais Crítics
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30/6/2020