
Número 182 de septiembre de 2019
Notas del mes
El arte de aprender a no ser machistas
Por Rosa Ana Alija Fernández
De elecciones, gallinas y tareas pendientes
Por Albert Recio Andreu
El discurso de la identidad y la reacción
Por Hèctor Xaubet
Una jugada maestra con las autopistas de la Generalidad de Cataluña
Por Pere M.ª Comas i Miralles
Por Jordi Bonet Pérez
Por Albert Recio Andreu
Ensayo
Introducción al estudio de los «Quaderni del carcere» de Antonio Gramsci
Nando Zamorano
La teoría crítica de Nancy Fraser
Antonio Antón
El extremista discreto
El Lobo Feroz
De otras fuentes
De los errores de Podemos a la propuesta federal
Armando Fernández Steinko
¡Que se vayan todos! El retorno del «momento populista» que nunca se fue
Manolo Monereo
Rafael Poch de Feliu
Diego Fusaro
La dictadura de lo políticamente correcto y sus agentes
Manolo Monereo
Vergonzoso silencio en torno al calvario de Julian Assange
Rafael Poch de Feliu
De la bajada de impuestos a «Madrid nos roba»
Juan Francisco Martín Seco
El sábado iré a la calle, sin dinero, sin casa... y no sé robar
Pilar Lucía López y Agustín Moreno
Cuando todo es fiesta menos la realidad
Gregorio Morán
La Biblioteca de Babel
Marta Peirano
Javier Rodrigo y David Alegre
Informaciones
El arte de aprender a no ser machistas
Rosa Ana Alija Fernández
Plácido Domingo ha sido el último nombre asociado a prácticas de acoso sexual en el mundo de la cultura y el entretenimiento, entrando a formar parte de una larga lista que va saliendo poco a poco a la luz en el marco de lo que se ha dado en llamar el movimiento Me Too (nombre tomado del hashtag con el que cientos de miles de mujeres en todo el mundo han visibilizado sus experiencias como víctimas de acoso, abuso o agresión sexual).
Debo confesar que hay dos aspectos del Me Too que me disgustan.
Uno es el espectáculo que generan en torno a él muchos medios de comunicación, aparentemente más interesados en el morbo de descubrir depredadores sexuales (o, más simplemente, hombres que no han sido moralmente irreprochables, o —aún peor— que no han sido los “caballeros” que se espera: una percepción que nos coloca en la casilla de salida en la deconstrucción del género) en determinados sectores sociales que en reflexionar seriamente sobre las implicaciones de este movimiento.
El segundo es que haya sido necesario que el mundo ideal que vende el show business hollywoodiense se revelara tremendamente terrenal para que el movimiento haya recibido atención. La expresión “Me too” ya había sido utilizada durante mucho tiempo por la activista Tarana Burke para promover el empoderamiento de mujeres negras, principalmente pobres, que habían sufrido abusos sexuales. Y como ellas, muchas otras mujeres en el mundo. Pero la empatía y la reacción de los medios hacia una realidad que no tiene nada de nueva solo han llegado cuando la denuncia ha venido de mujeres blancas y ricas. Bienvenida sea la caída de venda que han provocado, porque todo suma, pero también pone de manifiesto que la violencia contra las mujeres tiene muchos techos de cristal que romper, pues no toda violencia contra toda mujer es igual de relevante. En este sentido, es de agradecer que la actriz Alyssa Milano, que popularizó la expresión en Twitter al invitar a que mujeres que hubieran sufrido acoso o agresión sexual lo utilizaran, reconociera posteriormente desconocer el movimiento impulsado por Burke y lo difundiera también por el mismo medio.
Al hilo de lo anterior, el aspecto más positivo de este movimiento es sin duda el haber generado entre las mujeres la conciencia de que las experiencias de abuso que han sufrido no son excepcionales, todo ello enmarcado en una red de sororidad que les permite reconocerse víctimas de un comportamiento indeseado e indeseable del cual no tienen la culpa. Claramente, el inmenso altavoz de las redes está teniendo en este tema un efecto pedagógico fundamental para que las propias mujeres identifiquen y rechacen prácticas a las que el patriarcado nos tiene oportunamente acostumbradas y ante las que nos han enseñado a callar aunque nos violenten, configurando así un perfecto bucle de dominación.
Pero no solo está favoreciendo la reeducación de las mujeres, sino también la de los hombres, puesto que algunos han tenido el valor suficiente de reconocer sus propias conductas machistas abusivas. Y como parece que hoy en día sin etiquetas y/o hashtags las cosas no existen (otro elemento de crítica hacia el Me Too, pues se diría que el acoso no tenía suficiente entidad hasta que no fue etiquetado), el de ellos es #HowIWillChange (“Cómo cambiaré”).
Aquí es donde el caso de Plácido Domingo presenta cierto interés añadido, a la luz del comunicado que emitió tras conocerse los hechos, y también por las reacciones que la noticia ha suscitado. No se hará aquí un análisis del comunicado, porque no han faltado en los medios, y algunos meten certeramente el dedo en la llaga. Pero hay un punto de ese comunicado sobre el que vale la pena detenerse, porque resulta casi enternecedor: “reconozco que las normas y los estándares por los cuales somos, y debemos ser medidos hoy en día, son muy diferentes de como eran en el pasado”. Explícitamente el tenor admite así que sus “interacciones y relaciones”, que siempre pensó “bienvenidas y consensuadas”, no pasarían el filtro a día de hoy. Lo que hace pensar que en la época de los hechos seguramente tampoco reflexionó con demasiado detenimiento sobre si efectivamente eran o no bienvenidas. Acosó porque podía acosar, porque, dada su posición, la sociedad se lo permitía. El examen de conciencia no parece ir más allá, pero al menos pone de manifiesto que algo se ha avanzado en la percepción social del machismo.
Llegada a este punto, creo que vale la pena recordar esas voces cerriles que insisten en “lo susceptibles que están las mujeres de hoy, que ya no admiten ni un piropo” para recordarles a su vez que hay comportamientos que, aunque no se lo parezca, causan daño a otras personas: porque atacan la integridad física y/o moral, porque despiertan temor e inseguridad, porque hacen sentir vulnerable. Porque su realización encierra un mensaje más o menos encriptado de dominación, de poder sobre las mujeres. Basta con que el piropeador (el acosador, el agresor, el violador) se someta a un sencillísimo test para comprobarlo: ¿piropea (acosa, agrede, viola) también a hombres? Si la respuesta es “no”, entonces sabrá que su comportamiento es machista. Lo cual ayudaría también a la gente de Vox a descubrir cuán nociva es su insistencia en sustituir “violencia de género” por “violencia intrafamiliar” y así diluir un problema con una entidad propia y real, a menos que logre convencer de que todo agresor golpea tanto a su compañera como a su hermano (de él). Pero esa es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión. Por ser formas de violencia discriminatoria, hay que poner los medios necesarios para erradicar esos comportamientos.
Ciertamente, no todas las mujeres reaccionan igual ante las mismas conductas, porque las herramientas de que disponen para gestionarlas son distintas. Algunas no se sentirán intimidadas por un piropo; otras, sí. Exactamente lo mismo que ocurre con otros delitos. ¿O acaso todo insulto es siempre considerado una injuria por quien lo recibe? Ello no excluye que el insulto sea una forma inadecuada de relacionarnos, que la sociedad tenga el deber de recordárnoslo, y que sea oportuna la adopción de medidas más contundentes cuando nos pasamos de la raya.
La percepción individual frente a una conducta inadecuada no se limita a quien la sufre, sino que alcanza también a personas no implicadas en los hechos, y ahí la cuestión se vuelve más delicada. Volvamos al caso de Domingo, centrándonos ahora en las reacciones que ha provocado, las cuales incluyen la defensa del tenor por parte de algunas artistas. Ya dice la sabiduría popular que cada cual cuenta la romería según le va en ella, y este tema no es una excepción. Un asesino en masa puede ser un perfecto padre de familia y el mayor de los corruptos, un político que convence a millones de votantes. Pero eso no neutraliza sus delitos. Las personas tienen múltiples facetas, perfectamente contradictorias, y conocerlas todas no es tarea fácil. Si no, los procesos judiciales no se basarían en la necesidad de demostrar con pruebas convincentes los hechos que se alegan, y ni la defensa ni la acusación contarían con testigos que ofrezcan versiones encontradas. En una sociedad compleja y civilizada, la presunción de inocencia es tan relevante como el derecho de las víctimas a denunciar, a ser tratadas con dignidad y a que no se desacredite su relato. Y el decantarse por una u otra versión de los hechos mientras no se demuestre lo contrario es perfectamente razonable, porque depende de las experiencias vitales de cada persona. E incluso cuando se demuestre lo contrario, por las razones que expondré más abajo. El “con nosotros/as o contra nosotros/as” es tóxico también para el feminismo: resulta una lectura simplista de la realidad humana poco constructiva para lograr cambios perdurables que no generen un efecto rebote. Cuando el objetivo es que la otra parte renuncie a privilegios, convencer apelando a la empatía y el bien común parece más práctico que vencer apelando a la fuerza. La cautela, en lugar del linchamiento, permite evitar errores que pueden deslegitimar la lucha y crear mártires.
La multiplicidad de facetas de las personas, por otra parte, plantea adicionalmente otra cuestión que no tiene fácil respuesta (por lo que me limitaré a dar una opinión personal y perfectamente discutible): la relación entre la esfera pública y la esfera privada, o, trasladado esto al mundo del arte, cómo incide el comportamiento del artista en la percepción de su obra.
Cuando salió a la luz el asunto Clinton-Lewinsky, un profesor de Derecho nos planteó en qué medida las mentiras de Clinton no lo deslegitimaban como político, puesto que no era sincero. Sigo dándole vueltas a la pregunta, porque nunca me quedó claro si se refería a que estuviera siendo infiel a su mujer o a las mentiras a la comisión de investigación que vino después. La duda que tengo cada vez que pienso en ello es si un escándalo sexual en los términos en que se planteó aquel debía tener trascendencia política, aunque —dicho sea de paso— Clinton tampoco es que fuera santo de mi devoción. En aquel asunto, la moralina se impuso sobre otros aspectos desde mi punto de vista más relevantes. Que un adulto tenga relaciones sexuales extramaritales es un asunto de su intimidad que no debería poner en cuestión su capacidad para desempeñar su trabajo. Por el contrario, poco preocupó entonces que hubiera podido mediar abuso de poder en la relación, aunque fuera consentida. ¿Habría consentido Lewinsky una relación con Clinton si lo hubiera conocido en otro contexto, en una sociedad en el que las relaciones entre hombres y mujeres no hubieran estado tradicionalmente basadas en la dominación de aquellos sobre estas? En el tratamiento del escándalo, ella fue sin duda la principal perjudicada: fue maltratada, humillada, insultada, por el mero hecho de llevar a cabo prácticas sexuales con otro adulto. Todos los prejuicios de género le cayeron encima como una losa.
En cualquier caso, la pregunta debería ir más allá de lo que podría ser visto como una búsqueda de víctimas y culpables: ¿qué determinó que se produjera esa relación? Hay quien dirá que los acercamientos de él para afirmarse como macho poderoso y seductor. Hay quien dirá que los acercamientos de ella para seducir al macho poderoso. Y posiblemente cualquiera de las dos versiones sea correcta y falsa a la vez, porque los condicionantes sociales son tan fuertes que marcan las formas de relacionarse. De ahí la importancia de que tanto hombres como mujeres sean plenamente conscientes de las reglas del juego que marca la estructura patriarcal, como paso previo a romper con ellas: una opción que, sin embargo, puede tener más adeptas que adeptos, porque para muchos hombres supondría una renuncia a ejercer su poder. En este punto, la cuestión es si a estos les compensaría perpetuar tales comportamientos en una sociedad consciente y crítica frente al machismo. En todo caso, es evidente que el asunto Clinton-Lewinsky, en los términos en los que lo conocimos (esto es, como una relación consentida), resulta mucho más complejo que los supuestos en los que se produce abuso o agresión sexual, donde no existe el consentimiento de una de las partes. Eso es, sencillamente, un comportamiento delictivo.
En el mundo del arte, el impacto del comportamiento privado sobre la obra parece ser todavía mayor, como puede acreditar Woody Allen, por sacar otro nombre de la lista del #MeToo. Ciertamente, la implicación (probada o no) en delitos puede provocar el declive de una carrera artística, como ocurrió con la de Lana Turner tras la muerte de violenta de su amante, Johnny Stompato, de la que se sospecha que pudo ser la inductora. Pero, cuando hablamos de delitos, la presunción de inocencia debería prevalecer sobre el linchamiento, mientras no se demuestre la culpabilidad de la persona, (lo que no obsta para que los prejuicios de género estén a la orden del día en las decisiones judiciales y quede mucho por hacer en este ámbito para neutralizarlos, como podría atestiguar la víctima de “la manada”).
Volviendo al arte: ¿el/la artista debe ser irreprochable para que se acepte su genialidad o es precisamente la despreocupación por la ética comúnmente aceptada lo que conduce a algunas personas a la perfección de estilo? Jean Genet era un ladrón; Salvador Dalí, admirador y defensor de Francisco Franco. No creo que haya una respuesta correcta, sino que cada cual debería ser libre de elegir qué valores antepone a la hora de decantar su gusto por uno/a u otro/a artista, asumiendo que puede gustarnos la obra de artistas cuya biografía nos puede resultar deleznable y —viceversa— aceptando que, más allá de las preferencias estéticas individuales, pueden concurrir elementos objetivos de calidad artística en sujetos que como personas nos repelen.
Esta digresión sobre la dimensión pública del arte y la vida privada del artista no está desconectada del aspecto que pretendía ser central en estas reflexiones, y que tiene que ver con la pedagogía que le toca hacer al feminismo, a veces de manera reposada y otras muchas por la vía de choque, señalando conductas que violentan a las mujeres con miras a echar por tierra la capa de normalidad social que las ha justificado históricamente. Eso, y revelarnos los profundos mecanismos de dominación a los que a menudo hacemos el juego sin darnos cuenta, constituyen la gran enseñanza para las mujeres. Para los hombres, el aprendizaje debería ser que abandonar el machismo es una ventaja también para ellos. La construcción del género no solo veda espacios a todas las personas, sino que además perpetúa formas de relacionarse basadas en la dominación que nos convierten en enanos emocionales en un mundo complejo (y así nos va a nosotros/as y al mundo).
La pedagogía requiere no quedarse solo en la acusación y el linchamiento social. Las penas dan sentido a la represión del delito si son una vía para la reinserción, no si son puramente retributivas. Marcar a los hombres que han acosado o violentado a las mujeres sin hacerles entender el daño causado y sin aceptar que puedan modificar su comportamiento es tanto como asumir que el patriarcado es inevitable. Hacia ahí deberían tender las políticas públicas en materia de género: hacia una pedagogía crítica que dote a cada persona de elementos de juicio para que pueda desprenderse del fardo del género a la hora de desarrollar libre y responsablemente su relación con las demás. La lucha contra el machismo no va de revanchas, sino de aprender a ser mejores personas.
25/8/2019
De elecciones, gallinas y tareas pendientes
Albert Recio Andreu
I
¡Qué poco dura la alegría en la casa del pobre! Hay veces que las sentencias populares sirven para definir bien una situación. El pasado 28 de abril fue un día de cierta alegría. El resultado electoral había cerrado el camino a la triple alianza reaccionaria y se abría la posibilidad de que un Gobierno de izquierdas reformista ayudara a cambiar, aunque fuera de forma modesta, la orientación de las políticas. Puestos a soñar, hasta podía pensarse que había alguna remota posibilidad de generar alguna alternativa más racional al “problema catalán” en particular. El margen para que ello ocurriera era estrecho pero no cerrado. Todo dependía de cómo operaran los dirigentes políticos de las dos principales fuerzas de izquierdas y su capacidad de alcanzar algún tipo de acuerdo aceptable.
Con el paso del tiempo estas esperanzas se fueron desvaneciendo. Primero estuvo el impasse de las elecciones municipales y regionales (que sirvió como justificación para no empezar a trabajar una propuesta). Y después de las mismas, con un PSOE reforzado y un Unidas Podemos francamente en retroceso, se fue haciendo patente que las posibilidades de alcanzar un acuerdo iban a ser complicadas.
Sin duda la mayor responsabilidad está en el PSOE. Era el partido que tenía la obligación de promover una coalición de gobierno viable. Y es evidente que no ha tenido ninguna voluntad de hacerlo. Su negativa a impulsar una coalición de izquierdas es el resultado de diversos elementos que blindan al partido de veleidades “izquierdistas”. Están sin duda sus compromisos y lealtades frente al poder económico. Un poder que seguro ha presionado entre bambalinas para que no haya ningún cambio medianamente radical. Está también, como ha sugerido Joan Subirats, la presión de las élites de la Administración, siempre temerosas de que algo cambie su estatus y su modus operandi (como ya explicó de forma gráfica una serie de la BBC de la primera mitad de los años ochenta, Yes, Minister). Y a ello se suman la cultura y la tradición políticas del propio PSOE, acostumbrado al poder compartido o sólo dispuesto a aceptar la coalición como un mal menor. No hay que ser un gran muy conocedor de los entresijos del partido más votado para suponer que, tras el resultado de las municipales, una buena parte de sus mentes pensantes sacaron la conclusión de que con una repetición electoral podían mejorar su correlación de fuerzas frente a Unidas Podemos. El bochornoso llamamiento a que Ciudadanos y Partido Popular se abstuvieran (a Pedro Sánchez sólo le faltó añadir: “Para no tener que pactar con estos zarrapastrosos”), y las declaraciones y actitudes posteriores a la investidura fallida, obligan a pensar que para la cúpula del PSOE la posibilidad de un gobierno de izquierdas amplio es una opción desechada. Sorprende y escandaliza que nadie en los medios obligue a los portavoces socialistas a que expliquen razonadamente por qué es imposible un Gobierno de Coalición.
Unidas Podemos ha sufrido un claro ninguneo, pero no ha sido capaz de jugar buenas cartas. De hecho parece que ha tomado como propuesta una única opción, la de un Gobierno de coalición con una presencia notable del partido (una vicepresidencia), sin considerar otros planes alternativos que ayudaran a romper el bloqueo. Por ejemplo, no fueron capaces de tomar iniciativas como la adoptada por el PSOE de realizar una campaña sistemática de reuniones con diversos movimientos y entidades sociales, a fin de generar un clima de presión social en pro del acuerdo y de marcar líneas programáticas comunes. Lo han jugado todo a una negociación cupular, con un marcado protagonismo de Pablo Iglesias que, a menudo, ha facilitado el argumentario del PSOE. Hay que destacar al respecto que el momento en el que consiguieron provocar mayor profundidad en las negociaciones fue cuando Iglesias dio un paso atrás y obligó a su oponente a “mover ficha”. Pero esta sutileza en la acción política no suele abundar en el espacio de UP. Hay demasiado convencimiento en la bondad de las propias propuestas y demasiada poca percepción del impacto que generan sus acciones más allá de sus bases más fieles.
El resultado de esta incapacidad para el acuerdo puede ser catastrófico. La posibilidad de una repetición electoral parece cada vez más probable. Si se concreta, es posible que las urnas den un resultado parecido al que indican las encuestas: que el PSOE salga algo más reforzado y UP debilitado. El problema es que estaríamos en una situación parecida a la actual donde se voverían a plantear los mismos dilemas. Y aún hay una posibilidad peor: que la desmovilización de parte del electorado de izquierdas (proclive a adoptar esta actitud) propicie un resultado mucho más favorable a la derecha y al final acabe pasando lo que se evitó en abril. En conclusión, sea cual fuere el resultado, aumentaría el enojo, el desapego frente a unos políticos de izquierdas que no han sido capaces de construir un compromiso aceptable. Solo los fans más fanáticos de cada formación se sentirán felices.
II
Llegados a este punto, lo de menos es evaluar las responsabilidades de cada cual. Lo que conviene es pensar qué línea de intervención es la más inteligente desde una posición de transformación social. Y esta es una pregunta que compete especialmente a Unidas Podemos.
Resulta evidente que el enfrentamiento actual entre PSOE y UP tiene muchos elementos que nos sitúan en la enésima versión del “juego del gallina”. Y, para expresarlo claramente, mi punto de vista es que, en este juego perverso, quien tiene más posibilidades de ganarlo es quien lo pierde. En la película de Nicholas Ray Rebelde sin causa queda ejemplificada la lógica de este juego. Dos jóvenes (dos especímenes aspirantes a macho alfa) compiten por el liderato de una pandilla juvenil lanzando sus coches a toda velocidad hacia un acantilado. El que primero frene por temor a caer será “el gallina”. En la película, el protagonista interpretado por James Dean es el que frena, y su oponente, el teórico vencedor, se despeña y muere. Ha ganado una “batalla”, pero quien ha ganado la baza estratégica de seguir viviendo (y hasta de recuperar las posibilidades del liderazgo) es el teórico perdedor. Aunque, viendo la dinámica de muchos enfrentamientos, la enseñanza resulta simple, parece que la mayoría de líderes aún no la han aprendido. Por eso, a estas alturas la opción más inteligente por parte de Unidas Podemos, pasa por ceder a las pretensiones del PSOE y votar un Gobierno de Pedro Sánchez, evitando nuevas elecciones.
Entiendo que, para una parte importante de la militancia de base de UP, esto puede resultar un “trágala” insoportable. Una concesión al Ibex 35, al sectarismo psoeista, a la OTAN... Pero hacer política no es una cuestión de visceralidades, sino de acción reflexiva. Por ello me parece oportuno explicar por qué me parece la mejor opción.
Hay cuatro razones, de índole diversa, que apoyan mi posicionamiento:
a) La más instrumental. Si las encuestas no fallan, y el resultado en noviembre se parece más al de mayo que al de abril, el peso institucional de UP se verá notablemente disminuido. Y hay diversos elementos que conspiran para que ello ocurra, desde los poderosos aparatos mediáticos al servicio del PSOE, pasando por la concentración del voto útil para evitar el ascenso de la derecha, la tradicional volatilidad (más en términos de participación) del electorado de izquierda, el agotamiento de las propias bases, etc. Como asigno una elevada probabilidad a este descenso electoral, es poco razonable que se apueste por ir a una confrontación electoral en estas condiciones.
b) En la actual situación parlamentaria, Unidas Podemos puede jugar un papel importante de marcaje de la política del Gobierno. Empezando por tomarle la palabra en cuanto a la oferta de un trato preferente para tratar de conseguir resultados del tipo “pacto de legislatura”, o nombramiento de algunos altos cargos relevantes. No se trata tanto de controlar el Gobierno como de utilizar la capacidad de influencia en él.
c) La posibilidad de ganar credibilidad y hegemonía social. Posiblemente, una cuestión más importante que las dos anteriores a largo plazo. Un movimiento de este tipo permite explicar que una fuerza política antepone el interés público a sus legítimos intereses programáticos y de poder. Con esta opción se cierra el paso a una repetición electoral de resultados inciertos, se reduce la fatiga electoral que soporta una población con un muy bajo nivel de cultura política, y se cierra un ciclo de gobiernos que llevan sucediéndose en situación de interinidad. La situación de prórrogas presupuestarias a que estamos sometidos (los catalanes llevamos viviendo más tiempo en esta situación) está propiciando un segundo ajuste presupuestario que afecta a muchas políticas públicas. En la posibilidad de una recesión, la prolongación de la situación puede tener efectos devastadores para una sociedad que lleva años viviendo en estrés social.
Renunciando a lo inmediato se abre un enorme espacio donde es posible seguir cuestionando el sectarismo y las debilidades políticas del PSOE. Y, sobre todo, donde es posible mostrar que Unidas Podemos se mueve por parámetros diferentes a los de los partidos de orden tradicionales. El 15-M fue en gran parte un cuestionamiento de las formas y las lógicas de la política institucionalizada y mucho de esto se ha perdido en la experiencia posterior de Podemos. Lo alternativo ha tendido a reducirse a la introducción de mecanismos internos plebiscitarios, algo que tiene tantos defectos como ventajas. Pero en lo demás, el hiperliderazgo, la incapacidad de desarrollar una acción prepolítica fuera de las instituciones, el empeño en anteponer la negociación de cargos, el sectarismo y la mala resolución de los conflictos internos revelan un conjunto de prácticas más propias de la vieja política que de otra cosa.
La sociedad española viene lastrada por un notable nivel de incultura política. Al destrozo cultural de cuarenta años de dictadura se le ha sumado el impacto de la cultura del espectáculo impuesta por los medios neoliberales. No hay, desde ese punto de vista, otra forma de cambiar las cosas que prestigiando formas de actuación diferentes, con personas que participen en la política prestigiando el interés colectivo y el debate democrático. Y eso se gana con un modelo persistente de organización y trabajo y también adoptando acciones audaces en momentos concretos. Seguir empeñados en la pelea interpartidista es un error. Cambiar la lógica, explicando bien las razones, abre una credibilidad que de otra forma se pierde. O, dicho de otra forma, actuar en la lógica de “lo que nos pide el cuerpo” es la mejor forma de hacer el juego a quien trata de ningunearte.
d) Por último, aunque igualmente relevante, está la cuestión de la propia organización, de su implantación social. En el ciclo político que abrió el 15-M se optó claramente por una acción de movimientos rápidos hacia el poder. La coyuntura se mostró favorable y hubo aciertos innegables, por ejemplo en la configuración de candidaturas municipales abiertas. Pero después se han ido haciendo visibles los límites de esta política en muchos aspectos. Algunos tan simples como el agotamiento de muchos de los activistas que adquirieron responsabilidades políticas en los ayuntamientos y que han tenido que multiplicarse para llevar a cabo una actuación aceptable. Otros, más complejos, como la constatación de la limitada implantación en el tejido social de estas nuevas y viejas fuerzas. Un problema que ha influido en el trabajo institucional y que ha tenido un impacto decisivo en las últimas elecciones municipales: el PSOE tenía una maquinaria más próxima a la sociedad y más capaz de llegar a muchos sitios. Y a todo ello se suman todos los problemas internos, tanto en Podemos como en Izquierda Unida, que han generado rupturas, enfrentamientos, y que muestran que no hay un modelo organizativo asentado que pueda servir de referente a un amplio espectro de activistas.
La necesidad de desarrollar un modelo organizativo que sirva para organizar a la gente desde abajo, de generar cultura política, es hoy más urgente que nunca. Estamos en tiempos muy convulsos, donde a los viejos problemas se suman otros nuevos, como el impacto social de las políticas ambientales, la degradación de barrios periféricos, etc. El auge de las fuerzas reaccionarias en Europa tiene mucho que ver con estas problemáticas y la única forma de hacerles frente es a través de un tejido social consistente. Desde la perspectiva de Barcelona, por lo menos, es detectable que en muchos casos la evolución de un conflicto depende crucialmente de la calidad y densidad del tejido organizado de cada barrio.
Y más que centrarse en una guerra de movimientos para la que no hay fuerzas ni dinámica, lo que necesita el espacio de Unidas Podemos es una reflexión, un debate y un esfuerzo organizativo para desarrollar de verdad su espacio social. Mientras todas las energías se gasten en acción por arriba seguiremos en el páramo actual. Seguiremos jugando en un terreno donde se cuenta con pocos medios y escasa experiencia.
III
Este verano está siendo terrible. A estas alturas, uno tiene pocas esperanzas de que el otoño depare una mejoría palpable. La “nueva política” parece moverse en los mismos espacios cerrados que los de los poderes de toda la vida. Y una parte de las bases a menudo se mueve más como un club de fans que jalea a sus líderes que como individuos con capacidad autónoma de acción. Pero queda una posibilidad de que al final se evite lo peor. Y desde esta intención reflexiva se han escrito estas líneas.
30/8/2019
El discurso de la identidad y la reacción
Hèctor Xaubet
I
El 12 de agosto de 1999 se produjo un curioso acto de protesta y reacción contra la globalización, que afectaba negativamente a los campesinos franceses: José Bové, dentro del movimiento campesino, fue a intentar destruir con su tractor (y seguramente con algunos compañeros) el McDonald's que se estaba construyendo en su pueblo francés. Se trata de un acto de protesta externalizado contra los que encarnan esa globalización desregularizadora; se trata de un acto de lucha política y rebeldía. Ese espíritu de lucha también lo podríamos encontrar hoy en día, pero con una orientación muy clara: la “rebeldía” contra la globalización, en tanto que llamada a la recuperación de la soberanía, es fructíferamente cultivada por la derecha populista y nacionalista [1]. Pero encontrar ese espíritu, en cualquier caso, no es lo común. Bien al contrario, la “reacción” frente a los desajustes estructurales de la globalización se expresa en un recogimiento interior, en un robustecimiento del “yo” ante un contexto negativo. Se propugnan las ideas más variopintas sobre paz interior (como el mindfulness), se extiende el individualismo atomizado, aparecen estilos de vida con pretensión de ser éticamente más justos y, también, aumenta la adscripción a los valores supuestamente progresistas que individualmente cualquiera encarna.
Se produjo en un momento dado un cambio en la izquierda perfectamente acorde con esto. Quizás consecuencia de estos cambios simbólico-culturales, o quizás fue causa de ellos. O, quizás aún, como entramado complejo en la dialéctica social, tal cambio funcionó a la vez como causa y consecuencia a partes iguales. Sea como fuere, el paradigma de izquierdas cambió: la izquierda política pasó de intentar cambiar el contexto a intentar cambiarse a sí misma. Ante situaciones como la que afectaban al campesino José Bové, que señaló claramente quienes son los “amos del mundo”, actualmente uno optaría por comprar productos ecológicos y se haría vegano. Incluso podría ir perfectamente al McDonald’s a comprarse una ensalada. Todo esto, adornado por el discurso del progresismo. Como se ve, una actitud muy distinta. La diferencia radica en el hecho que el punto de partida para ―teóricamente― cambiar las cosas es el individuo.
II
Desde ya hace décadas se ha producido un gran cambio cultural y político en las sociedades avanzadas. Se trata de un profundo proceso de individualización, que implica subjetivación, es decir, la preeminencia del sujeto, su configuración como punto de partida para entender la política y realizar las acciones políticas. Esto es, no se pone atención en el contexto, las relaciones de poder ni las condiciones materiales, sino en la mera subjetividad, es decir, la vivencia de uno ante y dentro de ese contexto como algo ya dado. Desde este punto de vista, como las subjetividades son incomparables, todo resulta legitimado y positivizado. Como consecuencia de esto, emerge de forma paralela un proceso de moralización: al no fijarnos en el contexto para cambiarlo, no tenemos pues un “contenido” o condiciones materiales cambiables. La materia primera, podríamos decir, de nuestra intención de cambio político soy yo mismo, lo que me gusta, lo que quiero y los valores que tengo.
Politizar los elementos individuales significa utilizarlos como contenido de la política, a falta de cosas más sólidas y de un análisis material. Y utilizarlos como contenido significa objetivarlos en su forma, pues no se discuten porque son subjetividades. Y objetivarlos en su forma significa apreciarlos tal y como se presentan, como si fueran verdaderos, como si su expresión (su forma) fuera ciertamente su esencia. El discurso que inició la nueva izquierda penetra gracias a estas condiciones de individualización, de politizar todo: lo político se generaliza para convertirse en la política: la identidad y las situaciones de poder sobre el sujeto que uno mismo vive pasan a ser las condiciones mismas del ejercicio de la política, con lo cual se parte de una visión particularista y esencializada en la que, como las subjetividades tienen valor moral y no son comparables, cada uno se verá como modelo y con la razón (compartida con los otros con este mismo perspectivismo particularista). Así, pues, desde este punto de vista, las subjetividades se vuelven irrebatibles. Es así como, siguiendo con el ejemplo, el género se vuelve una categoría sin contenido definido más allá del que la subjetividad en sí entienda, con lo cual se subvierte lo que el género iba siendo desde siempre, que, incluso siendo un producto histórico-cultural, no deja de ser una categoría distinta del sexo que se aplica para entender la realidad, más que un manto (una forma, una estética) que un individuo se pone sobre sí a su gusto y que condiciona su forma de entender al mundo [2].
En un escenario político en el que lo que se esgrime son las subjetividades y se olvida el contexto, el paso a la identidad, con sus respectivas externalización y expresividad, como elemento inherente de la política y englobador de los agentes (sujetos) es consecutivo y lógico. Así es también como corre en paralelo el auge del discurso efectista en política, porque es lo que llega a la gente (efecto emocional), es lo que acaba de dar forma a la estética (efecto declarativo) y es la identificación simbólica (por tanto, también moral) con una causa [3]. El activismo desde este punto de vista significa incorporar o adentrarse más o menos intensamente en esa estética envuelta en grandes discursos sin muchos efectos reales [4]. Veamos otro ejemplo: desde el ecologismo se insiste en el hecho que uno tiene que cambiar sus pautas de consumo para cambiar el mundo. O sea, uno mismo es agente y contenido de la política y debe seguir la correcta pauta moral para cambiar el mundo [5].
Es importante pararse a pensar qué lógica aparece en la creación de subjetividades, que se construyen por referencia y/o oposición a otras, es decir, según la lógica de la diferencia. Se conforman, ciertamente, colectivos de identidad. Lo político se generaliza al grupo, de tal forma que, igual que ocurre con las subjetividades, el mundo se constituye como diverso y plural, con múltiples grupos e identidades. Estas diferencias se reivindican a sí mismas y se mantienen así estables y homogéneas, de tal forma que, por adscripción, identifican los individuos que forman parte de tales grupos. En la lógica política, pues, la diferencia se vive y se institucionaliza y al ser contenido mismo de la política, como hemos visto, son punto de partida del discurso y de acción política a la vez que objeto de tal discurso y tales políticas.
De esto se deducen unos problemas y contradicciones, que son lo que, a nuestro parecer, caracteriza realmente la política de la identidad. Veámoslos en detalle.
a) La política por definición es la discusión y la toma de decisiones públicas sobre asuntos generales y de interés común. Si algo tan específico y que es vivido privadamente como la sexualidad, por ejemplo, se politiza, significa, pues, que entra en esta definición, se convierte en público. Pero esto en verdad no tiene una dimensión de interés común, más allá de los derechos elementales de cualquier ciudadano y ser humano que son por sí mismos válidos y tienen valor independientemente del género sentido o de la sexualidad privadamente practicada por cada uno de todos los individuos concretos que viven en este mundo. En la medida que se han politizado, son objeto evidentemente de discusión pública, con lo cual cualquiera puede hablar al respecto. Y aquí hay la contradicción: los activistas que defienden que todo es un asunto de política y de poder no pueden pretender tomarse las discusiones que públicamente se generan sobre temas que ellos han politizado como algo personal (sería contradictorio con su base teórica) ni mucho menos pretender hacer callar a aquellos que dan una visión divergente.
b) La lógica autorreferencial e incluso autocomplaciente lleva a un concepto de sociedad neotribal: con cada grupo con sus códigos y su espacio de expresión por oposición a los demás. Es, pues, una sociedad conformada por grupos identitarios excluyentes, en doble sentido: no se va a incluir dentro de la diferencia a quien no es diferente (pero igual a los demás dentro del grupo), lógico. Y excluyente también porque tiene un espacio de expresión privativo que no acepta interferencias, de tal forma que, de ser experimentadas por los individuos, se interpretarían como ofensas [6] o impurezas. Es más, la forma de política que conocen los individuos recae sobre sí mismos, sobre su presentación en sociedad: vestimenta, códigos, valores morales profesados, alimentación, lo que sea. Esto nos remite todavía al esencialismo, porque a un grupo se le atribuyen sus características identitarias propias, como algo homogéneo e inamovible [7]. Con esto, los grupos e identidades, según sus estereotipos, se refuerzan, en vez de desaparecer como se supone que conscientemente es profesado desde el activismo [8].
c) La diversidad, positivizada y ensalzada como valor primordial según la ideología liberal imperante, para la cual la igualdad y en su defecto la homogeneidad son algo indeseable, se entroniza como máximo valor como un manto que cubre o se confunde con la diferencia. De hecho, su efecto moralizante tapa las diferencias reales existentes, sobre las cuales no puede actuar porque, como hemos dicho, el contenido de su política no deja de ser exteriorización de la identidad. Así, la celebración de la diferencia puede no ser nada más que efectivamente solo meramente eso, en su sentido performativo.
III
Haber politizado lo personal supone convertir las aspiraciones y deseos en motor político, supone una exigencia de autonomía personal para conseguirlos, lo cual casa perfectamente con el ideal de libertad individual: más libertad, y por tanto más respeto hacia esa “diferencia” y más diversidad, cuanta más autonomía. En política esto se traslada en la palabra en boca de todos los activistas hoy en día: empoderamiento.
Pero el empoderamiento es solo un instrumento, es decir, no tiene por sí mismo un objetivo, y se puede realizar de muchas formas. La lógica y las leyes imperantes del orden capitalista se imponen. Y así es como se ha desarrollado y se desarrolla un extenso mercado de consumo perfectamente adaptado a las aspiraciones de los individuos, legitimado por el ideal de diversidad y el imperativo de libertad individual, mercado que abre posibilidades infinitas de identificación y da la apariencia de igualdad (en sentido literal: la estética iguala). Los deseos propios y las opiniones, las identidades y estilos de vida propios, se autonomizan y, por lo tanto, como se proyectan en la esfera pública, exigen el reconocimiento de la igualdad civil e imponen el yo en la esfera relacional. Así, este proceso de individualización que se configura por medio del empoderamiento permite una ligazón entre la dimensión política y la cultural.
Nos encontramos ante una situación en la que uno se transforma en consumidor, operador o “accionador” de su propia vida. De nuevo, se ha realizado el ideal liberal: una sociedad de individuos libres atomizados que se relacionan como productos (estereotipados) entre ellos y que fragmenta otras identidades colectivas, y tienen como base para su identidad los grupos que libremente consideran ser los suyos: de la ordenación espontánea de los elementos de la sociedad dejados a su libre albedrío sale el orden, en este caso en forma de grupos constitutivos y englobadores por adscripción. Así, la comunidad no es más que el agregado de los hechos diferenciales, parafraseando la sentencia liberal según la cual la sociedad no es más que el agregado de individuos [9].
Aquí surge un importante y grave problema. No se puede aspirar a ser sujeto autónomo ni ciudadano de pleno derecho si se sigue arraigado en la diferencia necesariamente estereotipada, con lo cual ni se diluye ni permite ver a los individuos como seres singulares, sino como seres (estereotipados) idénticos. Dicho de otra forma, el empoderamiento como vía de individualización funcional suplanta lo que toda la vida ha sido el principio de cambio social de la izquierda: la emancipación.
IV
Finalmente, entendemos que, al contrario de lo que algunos autores podrían pensar [10], el lado positivo de la política de la diferencia no se da de hecho. En cambio, observamos que la lógica de la identidad es autorreferencial, y así es como creemos que es por todos constatable el recurso al victimismo y al agravio para silenciar posturas disidentes; es también particularista, lo cual lleva a la fragmentación con tintes incluso comunitaristas de las luchas sociales en grupos autodefinidos autónomos e incluso constitutivos de la misma naturaleza político-social [11]; y, finalmente, la lógica de la identidad armoniza completamente con el proceso de individualización (neo)liberal. Por tanto, no se puede inferir de ella un carácter emancipador. Al contrario, podemos afirmar que, al desactivar las luchas políticas profundas porque la política, en todo este contexto de individualización, se privatiza, en el sentido que se retrotrae a la esfera privada personal y aleja la acción pública del ejemplo que José Bové nos dio, acaba, en definitiva, siendo funcional al orden establecido al evitar, como es propio de la alienación, tomar consciencia de la situación social propia y cobra un carácter reaccionario.
Notas
[1] No es el caso del mismo José Bové, que actualmente está en el Parlamento Europeo como representante de Los Verdes.
[2] ¿A alguien le han dicho alguna vez “tú no puedes opinar sobre este tema porque no eres mujer”? Pues esto es la encarnación del esencialismo que, aunque parezca exagerado decirlo, pone en duda el raciocinio de cualquier ser humano: un hombre no es capaz de pensar, reflexionar y criticar un asunto porque, por motivos esenciales externos a él, no tiene la capacidad.
[3] A todo este proceso de expresión de la política lo podríamos llamar estetización política.
[4] Además, la moralización lleva a un absolutismo, lo cual facilita la aparición de la lógica del todo o nada.
[5] No pretendemos con lo que estamos diciendo desbaratar completamente el subjetivismo, pero nos interesa enfatizar todas las implicaciones que tiene y el nuevo paradigma que implica. Para este útlimo ejemplo, es conocida la crítica que personas como el pensador Slavoj Zizek hacen a estas actitudes moralizantes, al afirmar que solo sirven para tener la consciencia limpia ante los hechos reales que en verdad tienen consecuencias negativas.
[6] En EUA se ha desarrollado el término grievance politics ('política del agravio') para designar este fenómeno.
[7] También en EUA se ha desarrollado un término, que es arma de los defensores de la identidad, que ejemplifica claramente este esencialismo: apropiación cultural. Esto es, el hecho que un individuo que no pertenece a un grupo (vemos, pues, que a priori se le está clasificando) porque no tiene la esencia de aquel grupo (algo, pues, adscrito) utilitza, consume o expresa algunas de las características que se suponen propias de la identidad como un todo del grupo en cuestión, y esto evidentemente se ve como un agravio y como si fuera disonante. Por ejemplo, un blanco vestido al estilo de rapero negro típico se estaría apropiando, según esto, de la cultura negra.
[8] A pesar del argumento no poco extendido que las etiquetas solo son un instrumento transitorio para poder conseguir la igualdad, vemos como paradigmáticamente y paradójicamente la etiqueta LGTB, que era iniciamlente la conocida, se ha extendido y es hoy LGTBI+ (el símbolo de más ya no da una idea que es potencialmente infinito).
[9] Este sketch de un programa de humor australiano, que casualmente el autor de este artículo vio y, pues, lo puede citar como ejemplo, muestra muy bien esta realidad social de grupos identitarios con una hipersensibilización victimista ante aparentes referencias a la subjetividad de cada uno: https://www.youtube.com/watch?v=TwOGMNrFBiM. Esta problemática está, a nuestro parecer, más extendida de lo que de entrada nos podría parecer.
[10] Nos podemos referir, por ejemplo, al libro El reverso de la diferencia. Identidad y política, Nueva Sociedad, 2000, editado por Benjamin Arditi. Algunos de los autores que participan, entre ellos el mismo editor, indican ciertamente el lado negativo (reverso), sobre todo el ensimismamiento, pero creen que se puede reorientar para estimular su efecto igualitario e incluso universalizante, pues creen que, al defender los derechos, la política de la identidad tiene también esta orientación. Como se observa, el autor de estas línias es más crítico al respecto y piensa que Arditi no es capaz de ver las contradicciones inherentes con la lógica liberal, que fragmenta en vez de universalizar.
[11] No es difícil imaginar un futuro en el que los grupos autodefinidos exigieran tener una cuota de representación parlamentaria, solo en virtud de su identidad y de la diversidad. Se trata de una lógica antidemocrática, pues se incorporarían en la representación igualitaria e universal elementos estamentales: la configuración de grupos según determinaciones intrínsecas de origen que nada tienen que ver con la racionalidad política.
22/8/2019
Una jugada maestra con las autopistas de la Generalidad de Cataluña
Pere M.ª Comas i Miralles
A Joan Ramón Capella y Ramón Garrabou
El procés y la burguesía catalana
La deriva populista de parte de la burguesía catalana hacia posiciones soberanistas tiene, a mi entender, un componente espasmódico propio de la autodefensa de una especie en extinción.
Expresa, en realidad, una sociedad decadente, vulgar, mediocre, en gran parte caciquil (de proximidad comarcal) y extremadamente cobarde, por lo que, trasladando estos factores al terreno de la economía, adquiere especial relevancia en todos los ámbitos y a todos los niveles, algo que explica en gran medida este tiempo terminal.
Hoy tomaré como referencia una noticia muy reciente sobre las autovías de la Generalidad de Cataluña, que han pasado a ser gestionadas por el grupo mexicano FCC del multimillonario señor Carlos Slim, culminando así el proceso en que Abertis (que fue participada de la Caixa, titular de la concesión de las autopistas, no sólo de las del Estado sino también las de la Generalidad) ha pasado a ser de la titularidad del grupo ACS (del multimillonario madrileño señor Florentino Pérez) y de Atlantia, del grupo italiano de la familia Benetton.
En resumen, todas, absolutamente todas las infraestructuras viarias básicas o primarias de la Generalidad de Cataluña (autopistas y autovías) son hoy gestionadas y explotadas desde Madrid. De la burguesía catalana “no se sabe, no contesta...”.
La red viaria básica de la Generalidad de Cataluña
Hay dos tipos de red viaria básica o primaria de titularidad de la Generalidad de Cataluña, pero gestionada por el capital privado mediante concesiones: las autopistas con peajes físicos y las autovías, con peajes a la sombra. Entre las autopistas (no se incluyen las de titularidad estatal) encontramos: a) el túnel de Vallvidrera; b) el túnel del Cadí; c) la C-31 o Eje costanero (tramo 1: El Vendrell-Vilanova i la Geltrú; tramo 2: Sitges y túnel del Garraf; tramo 3: Castelldefels-Barcelona; tramo 4: Barcelona-Montgat; tramo 5: Montgat-Mataró, este último con la identificación como de C-32; d) la C-33, entre el nudo de la Trinitat, en Barcelona, y Montmeló (era de titularidad estatal y fue transferida a la Generalidad).
Todas estas autopistas, con peaje físico, eran hasta el pasado año del grupo Abertis, perteneciente al conglomerado de la Caixa, y hoy son propiedad de unas sociedades controladas por Florentino Pérez y la familia Benetton. Abertis hoy está endeudada hasta las cejas porque los señores Pérez y los señores Benetton le han endosado la financiación de la OPA. Es una operación del manual depredador de toda buena OPA.
Las autovías de la Generalidad de Cataluña con peaje en la sombra (jugosas concesiones que se pagan con cargo a los presupuestos de la Generalidad) son: a) la C-16, Eje del Llobregat-Sant Fruitós de Bages-Berga; b) la C-17, Eje del Ter (Centelles-Ripoll); c) Eje d'Aro (Maçanet-Platja d'Aro; d) la C-25, Eje Transversal (Cervera-Caldes de Malavella), y e) la C-15, Eje Diagonal o Eix Garraf-Anoia. Todas estas autovías (con la salvedad del Eje Diagonal, que es explotada por la sociedad Eix Diagonal Concessionària de la Generalitat de Catalunya S.A., uno de cuyos accionistas principales, por cierto, es la sociedad Iridium Concesiones de Infraestructuras S.A. (una sociedad al cien por cien del grupo ACS), son gestionadas y explotadas por una sociedad denominada CEDINSA, cuyos socios fundadores fueron cuatro compañías (FCC, COPCISA, COPISA y COMSA). Es esta mercantil CEDINSA la que motiva los presentes comentarios.
Una jugada maestra del señor Carlos Slim
Mediante una OPA de hace más o menos un par de años, el multimillonario mexicano Carlos Slim se quedó con la mayoría del capital de FCC. Como hemos visto FCC es también accionista de CEDINSA.
Esta sociedad, CEDINSA, estaba embarullada con discusiones entre los diversos socios catalanes, que pasaban por una difícil situación financiera y que vincularon sus derechos societarios a diversos fondos de inversión (COPISA con el fondo inversor Meridian, y COMSA con el fondo inversor Mirova), pero el señor Slim ha desbrozado el tema en lo que la prensa económica madrileña ha calificado de “jugada maestra”, comprando la participación de COPCISA y alcanzando así más del 50% del capital.
Pero esta nota no la motiva que CEDINSA —es decir, las autovías de la Generalidad de Cataluña— sea ahora del todo mexicana gestionada desde Madrid, sino el hecho de que la operación pone de relieve la manifiesta decadencia de la burguesía catalana.
COPISA (familia Cornadó) y COMSA (familia Sumarroca) fueron dos constructoras que crecieron al amparo de la era Pujol. COPISA se encuentra involucrada en las comisiones al señor Jordi Pujol Ferrusola, el primogénito del ex presidente de la Generalidad, y COMSA (COMSA EMTE) también. El patriarca de COMSA, el señor Carles Sumarroca Coixet, fue uno de los fundadores de Convergència Democràtica de Catalunya.
COPCISA (de la familia de Benet Carbonell i Marcet, fallecido en 2017 y actualmente presidida por su heredero Eloi Carbonell Santacana) ha vendido su participación en CEDINSA a FCC (pasaba también por graves problemas financieros, si bien a principios del año en curso consiguió refinanciar su deuda). No nos consta que COPCISA se encuentre en la trama de las comisiones a Jordi Pujol Ferrusola, pero sí es de público dominio que la cuestión CEDINSA ha supuesto un duro enfrentamiento entre estos grupos constructores catalanes, es decir, entre COPCISA por una parte y las muy “pujolianas” COPISA y COMSA, por otra.
El silencio de la Generalidad de Cataluña
En una economía de mercado liberal como la nuestra las concesiones tienen vida propia, pero han de estar siempre supervisadas por la administración que las otorga.
Las concesiones se pueden vender y por lo tanto comprar directamente o indirectamente, como ha hecho el señor Slim alcanzando la mayoría del capital de CEDINSA, pero las condiciones en que se otorgaron deben ser controladas por la administración titular de las mismas, en este caso la Generalidad de Cataluña (inversiones, mantenimiento, aplicación del canon concesional, etc.). El silencio del gobierno del muy honorable vicario del Palacio de la Generalidad ha sido total en torno a este hecho, como en el caso de la operación Abertis (y tantos otros hechos que afectan a la economía catalana). No hay gobierno más allá de la cuestión Waterloo.
El hecho que comentamos tiene que ver con las “empresas catalanas familiares”. Forma parte de este tejido empresarial catalán que día a día se desmigaja sin remedio, y ello no tiene nada que ver con los gobiernos de Madrid. Forma parte de lo que al principio de estas notas definíamos como una sociedad decadente, vulgar y mediocre, que explica en gran medida este tiempo terminal de la burguesía catalana.
El goteo de noticias al respecto es inacabable, y, como ejemplo, cabe recordar que Freixenet es actualmente de la alemana Henkell y Codorniu, “nuestra Codorniu, para los catalanes”, es del fondo de inversión norteamericano Carlyle. Podríamos añadir una retahíla más de nombres en que las familias del “país” han abandonado la creatividad del trabajo para instalarse en la gestión de sus orinales personales rellenos (relativamente, en términos de la economía global) de billetes.
La deslocalización de empresas hacia Madrid y otros lugares de la "piel de toro" no se explica con los argumentos soberanistas; se explica analizando la estructura económica y social de un país. Las perspectivas no son nada positivas. Una mínima dosis de realismo es imprescindible. Los hiperventilados del procés no ayudan en nada a tratar esta realidad.
20/8/2019
¿Recurrencias?
Jordi Bonet Pérez
El negocio conduce por este camino a la filosofía, pues sólo los criminales se atreven hoy en día a hacer daño a los demás hombres sin filosofar.
Robert Musil, El hombre sin atributos, cap. 48
No, la frase reproducida no es empleada con voluntad alguna de polemizar sobre qué es la Filosofía o para que sirve esta: no me atrevería. Tampoco para vivificar simplemente los paralelismos entre la época en que transcurre la acción de la novela (la Viena capital del Imperio austrohúngaro antes de la Primera Guerra Mundial), cuando fue escrita (entre 1930 y 1942), o los días en que transcurren nuestras vidas europeas. Ese ejercicio se deja al libre albedrío de cualquier lector que crea que merecía la pena leer estas líneas.
La verdad es que, sea lo que sea filosofar, los acontecimientos que en los últimos años (y en los últimos días, como se intentará poner más tarde de manifiesto) sacuden las conciencias de muchos, y las vísceras de otros, deberían llevar a reflexionar sobre las razones por las que relativamente amplias masas de la población europea son permeables, y hasta cierto punto de vista conversas, a un discurso banal, fácil y directo basado en la negación del otro que nos resulta por algún motivo ajeno o extranjero (nacionalidad, condición social, orientación sexual, etc.).
Frente a esta facticidad, quizá habría que proponer dos hipótesis no necesariamente opuestas:
• Una, que la criminalidad ha aumentado notablemente porque hay más personas que, sin la debida motivación hacia el discurrir sereno y fundamentado axiológicamente sobre la significación de la vida y de lo común (¿sería esta operación mental una aproximación a algo semejante a filosofar?), son capaces de transmitir ideas y cometer actos que dañan a otros seres humanos, principalmente a aquellos que se identifican, real o ficticiamente, con alguien distinto al colectivo mayoritario y/o dominante. Sin perjuicio de que la idea de criminalidad pueda emplearse en un sentido más simbólico que jurídico-penal, no está de más señalar que muchas conductas vinculadas a esta forma de pensar y de hacer pueden encuadrarse en tipos penales vigentes en muchos Estados europeos, e incluso en tipos penales que, desde el ordenamiento jurídico internacional y/o comunitario europeo, se impulsan como acervo común de la cooperación multilateral en asuntos penales. Los debates sobre el alcance de los delitos denominados de odio es un buen indicador al respecto, sin perjuicio de que sean reiteradas las conductas violentas sobre personas (y, en ocasiones, bienes) de colectivos estigmatizados.
• Dos, que el desprecio hacia el diferente, adecuadamente sembrado en sectores sociales especialmente sensibles por motivos diversos a un discurso de esta naturaleza, sea fruto de un pensamiento consciente y más o menos elaborado, destinado a obtener influencia social y, en definitiva, para proyectar una voluntad de poder sobre argumentos con pretensión de racionalidad y coherencia (pese a estar, en buena medida, dirigidos a lo más primario de nosotros mismos). No parece fácil admitir que este oportunismo de las ideas, focalizado en perspectivas políticas y electorales alentadas por individuos y medios de comunicación social afines (conversos), diletantes (en su acepción más peyorativa marcada por la superficialidad) o radicalmente opuestos (que, muchas veces, por su oposición en exceso visceral generan flujos de adhesión a esas nuevas ideas), sea producto de mentes que se han dedicado a filosofar. Las medias verdades y/o las falsedades argumentales intencionadamente elaboradas para construir un adecuado argumentario ideológico y político no pueden ser tildadas como ejercicio de una voluntad filosófica. El dominio del argumento de sostenibilidad ante la opinión pública del discurso (político) predomina sobre la búsqueda de una fundamentación racional y moral. En este sentido, no está de más volver al principio de este texto, acudiendo a las palabras de un autor que observaba con sarcasmo la sociedad europea y que señaló que, por desgracia, “el humor del tiempo [hizo que la sociedad] se apartara de las antiguas máximas del liberalismo, [...], y de los grandes principios de la libertad de pensamiento, de la dignidad humana y del librecambio, y razón y progreso fueron suplantados en los países occidentales por teorías racistas y tópicos callejeros” (Robert Musil, El hombre sin atributos, cap. 51).
Aun cuando los últimos años estén llenos de palabrería y de conductas que expanden corrientes de pensamiento racistas, xenófobas y/o excluyentes (que bien pudieran sintetizarse en una frase coloquial: primero y siempre, los de casa), henchidas de frases y gestos despectivos como forma de captar adeptos, este texto es fruto de la observación en los últimos meses de la dirección en que algunos dirigentes políticos pretenden llevar a Italia, sin perjuicio de que el detonante sea una aproximación veraniega al último episodio que envuelve la admisión o no en el puerto de Lampedusa (Malta o España) de un barco de salvamento de personas a la deriva, unidas por una voluntad compartida y por una coincidencia particularmente peligrosa derivada de su procedencia y nacionalidad.
La primera constatación es que los políticos que mantienen aproximaciones ideológicas contrarias a esta línea de pensamiento parecen incapaces, hoy por hoy, de hilar un discurso alternativo potente y compartido frente a un argumentario político con idas fuerza sencillas, pero que cala en quienes tienden a situarse entre los perdedores o los desaventajados de los procesos económicos y sociales acaecidos en las últimas décadas. ¿Es tan difícil rebatir con una voz igualmente estridente pero compartida tales argumentos? Tal vez, sí. Pero de momento las voces opuestas no solo no se coordinan, sino que en muchas ocasiones se acusan mutuamente de abrazar la misma demagogia (por otras razones) que fundamenta la acción política de quienes apelan a lo primario y más elemental del ciudadano. También, por ahora, lo atractivo de lo primario y más elemental tiene un predicamento en ciertas capas sociales que paraliza y/o desnaturaliza la acción política de otros (¿miedo a perder lo disponible?).
La segunda constatación es que las medias verdades e incluso las falsedades han ocupado naturalmente el espacio público y que se revelan como ágiles instrumentos de atracción de parte de la ciudadanía, sin perjuicio de que el proyecto aspire a abarcar a la totalidad de la población. Lo importante es encontrar un chivo expiatorio sobre la base del cual construir el propio discurso: no importa si este es, debido a las circunstancias concurrentes, por sí mismo víctima. Hace años tuve una experiencia significativa a este respecto: le trasladé a una estudiante universitaria —no arquetípica por edad— un informe de una entidad bancaria en el que se subrayaba la necesidad de abrir a la inmigración el país en favor del futuro de su economía. Es probable que, en el fondo, yo no estuviese del todo convencido por el argumento económico predominante en la exposición de la entidad bancaria, pero lo que me sorprendió fue la reacción de la estudiante: solo leyó las conclusiones y las consideró todas mentira, porque era obvio que los extranjeros se llevaban todos los beneficios (quizá le debería haberle facilitado, por ejemplo, un vídeo de los extranjeros temporeros que son explotados en el campo, aunque a lo mejor tampoco lo hubiese creído).
La tercera y última constatación es que todo este proceso político, que en el fondo desvirtúa muchas de las bases de eso que suele llamarse sistema democrático (pues es difícil sustentar este en el desprecio y la exclusión), ni siquiera tiende a considerar el argumento jurídico (incluido el jurídico internacional o comunitario): el respeto al Estado de derecho y al principio de legalidad parece ser un mantra requerido solamente cuando no frena los argumentos políticos que se pretenden. Si limita la acción fundamentada en ellos o directamente ataca a esos argumentos políticos, el Derecho es incompetente, innecesario o despreciable, y se tiende a intentar ignorarlo o incumplirlo. De ahí la responsabilidad social, más allá de la dimensión política, de los operadores jurídicos y de quienes en suma han de hacer aplicar finalmente el Derecho: los jueces. Claro está, contando con el riesgo de que sus decisiones judiciales finalmente acaben siendo no ejecutadas o deficientemente ejecutadas, previa desautorización pública por coartar la voluntad política legítima.
En este sentido, cabe constatar que, por muy duro que sea el ordenamiento jurídico con la inmigración irregular, el principio del respeto a la dignidad humana y las normas jurídicas internacionales aplicables son sensibles a un trato digno y adecuado a las personas que se embarcan en un proceso migratorio de estas características. Así, por ejemplo, el Protocolo contra el tráfico ilícito de migrantes por tierra, mar y aire, que complementa la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional, del que Italia es parte, y que no resulta nada sospechoso de ser un instrumento jurídico que fomente la inmigración irregular, en su artículo 2 predica que, entre sus objetivos, se encuentra la represión de este tipo de prácticas, disponiendo a su vez que debe hacerse “protegiendo al mismo tiempo los derechos de los migrantes objeto de dicho trafico”.
Lo que quiere expresarse es que, más allá de la concreción de las normas jurídicas internacionales o comunitarias represivas, en todo caso el principio de humanidad debe regir cualquier decisión o acción institucional en esta materia, salvaguardando la vida y el trato humano a esas personas; no hace falta decir que esto incluye la erradicación de discursos despectivos, envilecedores o criminalizadores de estas personas. De otra parte, en este mismo sentido, ¿de verdad que hay argumentos sólidos para considerar que Libia es un país seguro para la vida y la integridad física, ya no en general para personas extranjeras que pretenden dar el salto a Europa sino para personas que por proceder de zonas en conflicto armado, u otras razones humanitarias merecen especial protección, son susceptibles de ver reconocido el estatuto de refugiado?
La preocupación por los recientes acontecimientos en Italia es una nueva muestra de algunas de las tendencias más sombrías hacia las que la política de muchos grupos políticos y gobiernos europeos está derivando: la persona, a partir de lo que se dice y se hace con ciertos colectivos atendiendo a unos datos distintivos, es devaluada como centro de la acción y de las ideas políticas, subrayando el peso de otros intereses que no parecen en exceso compatibles con el perfil de un ideal democrático. La pregunta es hasta dónde llegará esta aparente recurrencia cíclica (que, en todo caso, se cree que adquiere alegóricamente la forma de una espiral, pues un retorno al pasado con todas sus experiencias históricas previas se espera que no sea posible).
Finalmente, se desea subrayar el valor de aquello que, retrospectivamente, evoca la literatura: no hay garantías de que la indolencia humana no lleve a la repetición de situaciones pretéritas.
20/8/2019
Economistas perplejos
Cuaderno de augurios: 1
Albert Recio Andreu
I
Mi última entrega antes de las vacaciones la dediqué a comentar el elevado grado de incertidumbre a la hora de pronosticar si estábamos a las puertas de una nueva recesión global. La economía capitalista contiene muchos elementos que la predisponen a las crisis, pero estas no se producen automáticamente. Ni tampoco ha tenido lugar hasta ahora el tipo de derrumbe que esperaban algunos de los principales teóricos marxistas de principios del siglo pasado. La economía capitalista ha seguido expandiéndose en medio de altibajos y profundas convulsiones, y hoy por hoy ha alcanzado un grado de hegemonía social mayor de lo que posiblemente tuvo en el pasado; en parte por méritos propios y en buena medida por deméritos de los que en algún momento trataron de desarrollar sistemas alternativos.
La economía capitalista está, sin embargo, lejos de representar una fórmula deseable de gestión de la actividad económica. No sólo por su inestabilidad intrínseca, sino sobre todo porque está lejos de garantizar niveles satisfactorios de vida al conjunto de la humanidad. Más bien resulta evidente que constituye el principal determinante de la crisis ambiental que asola a la sociedad y del aumento de las desigualdades que se ha producido en muchas partes del planeta. Su impacto es tan evidente que ambos temas, el de las desigualdades y el de la crisis ambiental, empiezan a aparecer en las agendas de los foros oficiales, aunque se trata casi siempre de una inclusión retórica, sin ninguna estrategia real de cambio.
Lo que resulta novedoso es la proliferación de malos augurios que domina el ambiente económico en los últimos meses, algo que se ha reforzado a lo largo del verano. Hay nerviosismo en las bolsas, en los gobiernos y en los organismos reguladores. A esta situación contribuyen diversos factores. Muchos de origen político, especialmente provocados por las intervenciones proteccionistas de Trump y la amenaza del Brexit. Otros generados por los indicadores económicos, que muestran una clara desaceleración de la actividad en Europa y Asia y la posible entrada en recesión de algunos países. Pero, con ser importantes estos aspectos, lo más relevante es el desconcierto de los gurús económicos. Un desconcierto que tiene que ver con lo ocurrido tras la crisis de 2007.
II
Más allá de las posibilidades de que se produzca una recesión, lo que preocupa a muchos economistas ortodoxos es la conciencia de no tener políticas de respuesta claras ante una nueva crisis. De hecho, para la inmensa mayoría de las élites la propia crisis de 2008 constituyó una mala sorpresa inesperada. La respuesta que se dio a la crisis fue diversa. En un primer período se adoptaron moderadas políticas expansivas del gasto público, que generaron algunos impactos positivos pero que al provocar un aumento de los déficits públicos dieron paso, especialmente en Europa, a políticas de austeridad que agravaron la situación allí donde se pusieron en práctica. Pero lo que prevaleció en conjunto fue el papel predominante de la política monetaria por encima de cualquier otra. Una política supuestamente en manos de personal altamente cualificado que tiene las claves de la actividad económica. En la práctica, al final ha prevalecido una política monetaria bastante heterodoxa, tanto por parte del Banco Central Europeo como por la Reserva Federal, basada fundamentalmente en mantener bajos los tipos de interés y realizar inyecciones masivas de dinero al sistema financiero (bien a través de ayudas directas a la banca, bien mediante la compra masiva de bonos en los mercados —muchos también de origen bancario—).
El objetivo esperado de esta política era que la inyección masiva de dinero provocaría tanto una reactivación de la demanda agregada como un repunte de la inflación que permitiera aliviar la situación de personas y empresas con deudas. Lo que ahora se plantea es que, a pesar de este masivo estímulo monetario, ni se ha fortalecido la demanda global ni se ha dado el pronosticado repunte de la inflación. Todo apunta a que estamos ante una situación a la japonesa. Japón vivió una profunda crisis de deuda en la década de los noventa y, desde entonces, lleva practicando sin éxito políticas de expansión monetaria. Lo que más preocupa ahora es la inexistencia, por parte de la economía convencional, de respuestas alternativas ante una nueva recesión. De hecho, si de algo ha servido la política de expansión cuantitativa es para mantener bajos los tipos de interés de la deuda, lo que ha permitido a muchos países (como es el caso de España) mantener altos niveles de endeudamiento a un coste soportable. Pero este elevado endeudamiento dificulta, a su vez, que la respuesta a una nueva recesión sea un aumento del gasto público con más déficit. Esta política ha sido también para salvar a los grandes bancos, pero, al mismo tiempo, los bajos tipos de interés afectan negativamente a la rentabilidad de los mismos. En suma, las medidas adoptadas como respuesta a la crisis no han funcionado como sus promotores pensaban, y ahora cunde un clima de confusión y de no saber qué respuestas dar a los nuevos retos.
El problema de fondo es de concepción intelectual de las políticas y de configuración de estas últimas. La contrarrevolución neoliberal orientada a limitar la capacidad de intervención del sector público (y de la democracia) sobre la economía, a ampliar el poder del capital privado, y a abrir numerosas posibilidades al enriquecimiento especulativo, es lo que nos ha conducido hasta aquí. En el plano de la política económica, dejó toda la iniciativa a la política monetaria gestionada por instituciones “independientes”. (Una política monetaria sustentada en teorías que en muchos aspectos se han mostrado falaces e incapaz de entender que, en un sistema con una maraña tan inmensa de mecanismos financieros, la inyección de más dinero en el sistema puede canalizarse por vías completamente diferentes de las previstas en los modelos teóricos más simplistas.) Y, al mismo tiempo, destruyó gran parte de los mecanismos de acción pública y colectiva que en gran medida condicionaban el funcionamiento del capitalismo real. (Lo que se llamó "capitalismo keynesiano" no fue solo la introducción de una política presupuestaria expansiva para paliar las recesiones, sino además la introducción de numerosas reglas e instituciones —nacionalización de servicios básicos, regulaciones restrictivas del sector financiero, leyes de protección a la acción sindical, introducción de algunas medidas de planificación, etc.— que limitaban los impulsos más destructivos del capitalismo.) Cuando todo esto ha quedado fuera de la política real (y no ha sido sustituido por nuevos mecanismos de regulación eficaces), poner el juego de la política monetaria en manos de mentes expertas resulta una quimera.
III
Hay un segundo elemento de desconcierto, quizá menos extendido pero palpable, que tiene que ver con la llamada “nueva revolución tecnológica”. Hasta ahora gran parte del pensamiento económico, incluido buena parte del alternativo, ha pensado que los grandes ciclos expansivos están asociados a la introducción de un nuevo paquete de tecnologías que generan un nuevo flujo de innovaciones, productos que favorecen la expansión de la actividad económica, el empleo, el bienestar... Esto es lo que se piensa de las “revoluciones industriales precedentes”. Y, en cambio, no se percibe que el último período de innovaciones basadas en lo digital haya tenido ese impacto. Es posible que en esta evaluación pese un punto de vista escorado en los países centrales y no se tenga en cuenta la poderosa expansión de economías como la china o la india. Pero hasta el momento una digitalización económica ya sostenida no ha provocado la dinamización que esperaban sus promotores. Lo que quizá tenga que ver con la diferente naturaleza de las nuevas tecnologías, que en muchos casos no introducen nuevos productos sino que se limitan a sustituir a los viejos o a cambiar las formas de producirlos. Mientras que el ciclo expansivo de los años cincuenta y sesenta se basaba en la introducción de nuevos productos que ampliaban la cesta de consumo de la gente (coches, electrodomésticos), ahora muchas de las nuevas tecnologías únicamente sustituyen unos productos por otros (algo muy evidente en los bienes destinados al ocio). Frente a la idea de que todo cambio tecnológico ha de introducir una modificación de las viejas estructuras, lo que parece hacer el actual es acentuar algunos de efectos ya conocidos (por ejemplo, en relación con su impacto visible sobre el sistema del comercio de proximidad, aunque aquí no solo intervenga una cuestión tecnológica).
Todo esto se produce, además, en un contexto en que los salarios de la mayoría de la población están estancados o a la baja, lo que supone que cualquier nuevo consumo sustituirá a otro precedente, y por tanto no dará lugar a un crecimiento del gasto que incentive a la postre un aumento de la actividad.
Todo el debate sobre la nueva revolución tecnológica está lleno de confusión (hay por todas partes apologistas y detractores a ultranza) y se echa en falta una evaluación de los contextos sociales en los que se introducen los nuevos productos. Hoy por hoy, el cambio parece avanzar más en las actividades especulativas y de manipulación de las conciencias que no en ofrecer un horizonte de bienestar humano generalizado.
IV
A todo lo anterior se suma la cuestión de la crisis ambiental. Tras años de olvido (y negacionismo) por parte del pensamiento económico dominante, la percepción de estar ante una crisis ecológica de insospechadas repercusiones se está abriendo paso. Y esto genera una enorme dificultad en muchos campos. En el del análisis teórico es difícil introducir los problemas ambientales en el marco de los esquemas habituales (no sólo los de la economía neoclásica; también para muchos economistas marxistas se plantea la misma dificultad). Para el pensamiento ecológico, en gran parte alimentado por científicos naturales, la dificultad es otra: la de entender y diseñar adecuadamente los efectos sociales de las políticas ambientales. Pero las dificultades se multiplican cuando se pasa de la teoría a la implementación. La opción de descarbonizar la actividad económica choca, por ejemplo, con los intereses y las opciones de los países y los sectores que han basado su economía en el petróleo, tiene un impacto social y geoestratégico de gran alcance y puede generar enormes convulsiones por los movimientos reactivos de los aún poderosos intereses de la vieja economía. Todo ajuste hacia una economía verde implica cambios en formas de vida, en organización social, que a menudo son difíciles de concebir y de poner en práctica sin resistencias paralizantes. Y, hasta el momento, tampoco el pensamiento alternativo ha conseguido elaborar una hoja de ruta mínimamente coherente y orientadora.
V
La perplejidad de la economía convencional sería mero motivo jocoso si de verdad tuviéramos propuestas sólidas. Pero a corto plazo podemos estar ante una situación verdaderamente complicada, con repuntes del desempleo, con políticas incoherentes e ineficaces. Entramos en un período de enorme confusión, donde los augures de diverso signo proliferarán. Precisamente cuando hace más falta que nunca claridad en el diagnóstico y propuestas acertadas. Al menos ahora sabemos lo que no funciona, sabemos que el crecimiento sostenido es inviable e indeseable. Pero puede resultar insuficiente ante la proliferación de demagogos y reaccionarios que propicia la situación. Por eso, más que nunca, nos hace falta un buen trabajo intelectual y una intervención social responsable y en continua autoevaluación.
30/8/2019
Ensayo
Nando Zamorano
Introducción al estudio de los «Quaderni del carcere» de Antonio Gramsci
No quiero ser compadecido. He sido un combatiente que
no hatenido suerte en la lucha inmediata. Y los
combatientes no pueden ni deben ser compadecidos
cuando han luchado, no empujados por la obligación, sino
porque así lo han querido conscientemente ellos mismos.
(Carta a su madre desde la cárcel, 24 de agosto de 1931) [1]
El día 27 de abril de 1937 moría Antonio Gramsci después de pasar casi once años en la cárcel. Dejaba escritos un total de treinta y tres cuadernos de tipo escolar, además de casi medio millar de cartas, dirigidas a familiares y amigos [2]. Los cuadernos manuscritos suman unas tres mil páginas que contienen más de dos mil notas, además de algunos ejercicios de traducción del alemán, del ruso y del inglés.
A pesar de que en el momento de su detención era uno de los autores más brillantes de Italia, no había publicado hasta entonces ningún ensayo o artículo académico. Había escrito más de novecientos artículos en diferentes diarios obreros (Avanti!, Il Grido del Popolo, L’Ordine Nuovo, L’Unità), aunque apenas había firmado algunos de ellos con las siglas A. G. o con el seudónimo Alfa Gama. El suyo fue un trabajo al servicio de un proyecto colectivo, que huía del narcisismo y el reconocimiento público, algo tan común en nuestros días.
Mientras que las condiciones físicas y su mermada salud se lo permiten, Gramsci dedicará la mayor parte de los años de su reclusión a la reflexión sobre diferentes cuestiones de carácter político y filosófico, hasta completar los Quaderni del carcere, probablemente la obra marxista más rica y substancial del siglo XX. El trabajo de estudio y redacción de los cuadernos fue también la particular forma que tuvo de continuar con la batalla política y cultural después de su arresto [3].
Alejado de cualquier tipo de dogmatismos o de fáciles certezas, Gramsci propone un pensamiento político donde destaca su esfuerzo por conocer primero, e interpretar después, la realidad realmente existente. Se trata de un autor que fue capaz de interpretar la realidad y los problemas de su propio tiempo, pero que sostiene un pensamiento que continúa siendo de utilidad y que nos ayuda a entender y a reflexionar sobre los problemas de nuestros días. Así, la obra de Gramsci puede y debe ser leída desde nuestro presente para reflexionar sobre los problemas de hoy.
El interés por su obra queda suficientemente demostrado en la inmensa bibliografía que desde los años 40 del pasado siglo se ha ido acumulando y que en la actualidad cuenta con cerca de diecisiete mil textos publicados en casi todas las lenguas del mundo. El comunista sardo ha sido uno de los autores marxistas que mejor han resistido a la crisis que significó el fin de la experiencia histórica del considerado socialismo real a finales del siglo pasado. Su obra ha sido capaz de sobrevivir incluso al hundimiento del PCI, el partido que ayudó a nacer y del que era secretario general en el momento de su detención.
La enorme temática recogida en sus Cuadernos ha sido utilizada por filósofos, historiadores, antropólogos, economistas y politólogos. Pero dicho interés provocó que tanto su obra como su pensamiento fueran disputados por tendencias distintas a lo largo de los años [4]. También los distintos conceptos y las categorías desarrolladas por Gramsci y que forman parte de su particular universo intelectual: hegemonía, filosofía de la praxis, nacional-popular, reforma intelectual y moral, revolución pasiva, guerra de posiciones o bloque histórico, han sido ampliamente utilizadas por un gran número de intelectuales. Pero como ha ocurrido con otros autores, no siempre se hizo una lectura filológicamente correcta de su obra, ni ceñida a la necesaria contextualización histórica.
A lo largo del tiempo se hicieron interpretaciones muy diversas, cuando no contrapuestas, de su pensamiento que generaron no pocos debates intelectuales. Los últimos se han vivido en los últimos años alrededor del populismo, debates en los que, con más o menos razón, aparecía el nombre de Gramsci relacionado con este. Autores como Ernesto Laclau o Chantal Mouffe, referentes de cierto "populismo de izquierdas", han utilizado ciertas categorías gramscianas, como la de "pueblo", llegando a afirmar que tenían en Gramsci una de sus principales fuentes de inspiración, aunque su lectura haya deliberadamente infiel y se realizara filtrada por los análisis de algunos de los intérpretes liberales del comunista sardo.
Enfrentarse a un autor ya desaparecido, que en vida nunca se planteó exponer su concepción del mundo de una manera sistemática y a una obra tan rica y compleja como son los Quaderni no es tarea fácil. Debemos recurrir aquí al propio Gramsci, quien al inicio de los Apuntes de filosofía del Cuaderno 4, sugería para afrontar el estudio de la obra de un autor como Marx que "Si se quiere estudiar una concepción del mundo que nunca haya sido expuesta sistemáticamente por su autor, hay que hacer una labor minuciosa […] la búsqueda del leiv-motiv, del ritmo del pensamiento, es más importante que las citas aisladas" [5].
Todo aquel que tenga la intención de acercarse a su pensamiento dispone de gran cantidad de obras publicadas, aunque desgraciadamente estas no siempre se encuentran disponibles. Desde las diferentes reediciones de los volúmenes agrupados por temas, pasando por algunas selecciones de sus artículos periodísticos, las Cartas de la prisión o las varias antologías de su obra. Entre estas antologías, se pueden destacar la Antología que preparara Manuel Sacristán en 1970 y publicada por la editorial Siglo XXI [6]; los Escritos políticos (1917-1933) publicados en 1977 por Cuadernos de Pasado y Presente; Para la reforma moral e intelectual, una selección de textos de Francisco Fernández Buey con introducción de Antonio A. Santucci publicada en 1998 por Los Libros de la Catarata, y mucho más recientemente los Escritos (Antología), en edición de César Rendueles, publicada en 2017 en Alianza Editorial.
Pero quien se proponga afrontar la obra de Gramsci deberá necesariamente enfrentarse a la lectura de los Quaderni. Y, como sostiene Gianni Francioni, uno de los más reconocidos estudiosos de la obra de Gramsci de la actualidad, todos aquellos que quieran iniciarse en el estudio de los Quaderni necesitarán de algunos elementos para enfrentarse a la difícil tarea que esto puede significar. Quien pretenda, además, leerlos en su totalidad y de forma sistemática, estará obligado a cumplir un recorrido que no siempre se corresponde al de la cronología real de su elaboración. Surge aquí la necesidad de reconstruir previamente la verdadera estructura e historia ―interna y externa— de los manuscritos y de dotar al lector de una especie de brújula que le permita orientarse. De esta manera podrá asimilar el ritmo del pensamiento con el que fueron elaborados los cuadernos, el emerger progresivo de los problemas y de los conceptos, y la interconexión de los senderos de su investigación [7].
Con el mismo sentido, aunque de una manera infinitamente más modesta, el presente artículo pretende ser una introducción y una pequeña guía de lectura para todos aquellos que pretendan adentrarse en este rico universo gramsciano que forman los Quaderni.
La cárcel
A pesar de ser diputado, Gramsci sería arrestado en Roma el 8 de noviembre de 1926 siguiendo las medidas especiales adoptadas por el régimen fascista contra todos aquellos grupos, principalmente comunistas y socialistas, a los que considera peligrosos para su supervivencia. En un primer momento sería recluido en la cárcel de Regina Coeli de Roma. El 25 de noviembre sería enviado a la isla de Ustica, donde permanecerá desde el 7 de diciembre hasta el 20 de enero de 1927, cuando es trasferido a la cárcel de San Vittore de Milán. Aquí se le permitiría recibir libros y revistas del exterior, gracias a una cuenta que le abriría su amigo Piero Sraffa en la librería milanesa de Sperling & Kupfer, la misma que continuará suministrándole en los años que permanecerá en la prisión de Turi.
El 11 de mayo de 1928 el prisionero es enviado nuevamente a Roma, donde el 4 de junio será procesado por el Tribunal especial para la defensa del Estado bajo las acusaciones de "actividad conspirativa, instigación a la guerra civil e incitación a la lucha de clases". Durante el juicio, el fiscal Michele Isgró, llegaría a afirmar que: "debemos de impedir funcionar a este cerebro durante veinte años" [8]. Sería condenado a 20 años, 4 meses y 5 días de cárcel.
El 8 de julio es transferido de la cárcel de Regina Coeli y el 19 de julio de 1928 llegará como detenido a su destino definitivo, la cárcel de Turi, en la provincia de Bari. El 3 de agosto de 1931 Gramsci sufrirá un grave episodio de hemoptisis que lo dejará en un estado de postración durante varios meses. Sin embargo, el médico de la prisión considera que sus condiciones de salud son compatibles con la detención y deberá de transcurrir más de un año antes de que el prisionero pueda ser visitado por un médico de su confianza. El 7 de marzo de 1933 sufre un nuevo episodio que confirma el agravamiento de sus condiciones de salud. Desde ese momento deberá ser asistido en la celda por algún compañero de prisión; su testimonio posterior será muy valioso para la reconstrucción de su método de trabajo.
Gramsci presentará una solicitud para su traslado a un centro de salud que será aceptada meses más tarde, después de una larga y compleja negociación. Finalmente, el 7 de diciembre de 1933, después de un viaje tortuoso y de una escala en la cárcel de Civitavecchia, es hospitalizado, siempre en estado de detención, en la clínica del doctor Cusumano de Formia, donde permanecerá hasta agosto de 1935. En los meses subsiguientes presentará varias solicitudes para poder ser expatriado junto a su familia, en Moscú o en Cerdeña, sin recibir ninguna respuesta. Aunque formalmente se encuentra en libertad condicional, Gramsci sigue sometido a una vigilancia continua y obsesiva por orden del jefe del gobierno fascista.
El 24 de agosto de 1935 será hospitalizado en la clínica Quisisana de Roma, un centro mucho más apropiado para su deteriorado estado de salud. El 25 de abril de 1937, dos días después de recibir la noticia de la finalización de las medidas cautelares que finalmente significaban su puesta en libertad, padecerá una hemorragia cerebral. Morirá dos días después, el 27 de abril, a la edad de 46 años.
Se inicia la redacción de los Quaderni
A pesar de las precarias condiciones carcelarias y de su frágil estado de salud, Gramsci trabajará en su celda entre los años 1929 y 1935, reuniendo treinta y tres cuadernos manuscritos que formarán sus Quaderni del carcere, su obra más conocida e importante.
El primer programa de trabajo formulado por Gramsci después de su arresto aparece en una carta a su cuñada Tatiana del 19 de marzo de 1927 escrita desde la cárcel milanesa de San Vittore. Hace referencia a cuatro posibles temas a desarrollar: una investigación acerca de los intelectuales italianos, sus orígenes, sus agrupaciones según las corrientes de la cultura, sus diversos modos de pensar, etc.; un estudio de lingüística comparada; un estudio del teatro de Pirandello y acerca de la transformación del gusto teatral italiano y un ensayo acerca de la novela de folletín por entregas y acerca del gusto popular en literatura [9]. Unos días más tarde, el 27 de marzo de 1927, Gramsci dirige al Juez Instructor del Tribunal Militar de Milán una solicitud para poder disponer en su celda de pluma, tinta y un centenar de hojas de papel para poder escribir trabajos de carácter literario. No le será concedida esta petición, así el 11 de abril escribirá a Tatiana: "esperaba poder obtener el uso permanente de una pluma, me había propuesto escribir los trabajos a los que me referí, sin embargo, no lo obtuve y me desagrada insistir" [10]. El 23 de mayo de 1927 le escribía a Tatiana: "un verdadero estudio creo que me sería imposible, por muchas razones, no sólo psicológicas, sino incluso técnicas; me es muy difícil abandonarme completamente a un argumento o a una sola materia y profundizar en ella, como se hace cuando se estudia seriamente. [...] Estoy decidido a hacer del estudio de las lenguas mi principal ocupación" [11].
Un año después, no han cambiado las condiciones carcelarias que le permitan desarrollar en la práctica cualquier programa de trabajo. Así, escribe a su esposa el 30 de abril de 1928 que "estudio, leo, en los límites de mis posibilidades, que no son muchas. Un trabajo intelectual sistemático no es posible, por falta de medios técnicos" [12].
Seguirá perseverando, y el 13 de agosto, habiendo sido ya condenado y encontrándose en la cárcel de Turi, escribirá a su hermano Carlo pidiéndole que prepare una instancia al ministerio competente para pueda ser recluido en celda individual y que "se le permita disponer de papel y tinta para poder dedicarse a cualquier trabajo de carácter literario y al estudio de la lengua" [13]. La instancia será contestada positivamente y Gramsci será traslado a una celda individual en la que dispondrá, bajo ciertas limitaciones, de los medios para dedicarse al estudio: pluma, tinta, lápices y cuadernos debidamente numerados. Cabe señalar que este hecho no constituye una benévola concesión de las autoridades carcelarias hacia su persona, sino que esta posibilidad estaba contemplada en el Reglamento general de los establecimientos carcelarios de la época, si bien excluyendo el acceso a publicaciones de carácter político.
El 29 de enero de 1929 escribirá a Tatiana que ya dispone en su celda de lo necesario para poder comenzar a escribir. El 9 de febrero le explicará que tiene la intención de "leer según un plan previsto y profundizar en determinados argumentos". En esta misma carta le dice que, aunque ha comenzado ya a escribir en la celda, se trata "tan sólo de traducciones, para soltar la mano: en tanto pongo orden en mis pensamientos" [14]. Gramsci iniciará la redacción de los cuadernos en febrero de 1929 y la finalizará a mediados de 1935, cuando el derrumbe de sus fuerzas físicas, como consecuencia de su enfermedad, le hacen imposible continuar con la labor iniciada.
Cómo fueron escritos los Quaderni
Gramsci había solicitado a la dirección de la prisión que se le permitiera usar hojas de papel para poder tomar las necesarias notas de trabajo. En lugar de esto, el director de la cárcel de Turi Gerlando Parmegiani dará la orden de que se le entreguen una serie de cuadernos escolares. El uso de estos cuadernos no es causal, pues facilitaba muchísimo el control de los trabajos del recluso por parte de las autoridades carcelarias. Además, al tratarse de páginas previamente numeradas por el centro, evitaban que alguna pudiera ser arrancada y se utilizara como medio de comunicación con otros internos o con el exterior de la prisión.
Todos los libros a disposición del detenido estaban custodiados en un almacén, junto al resto de sus enseres personales, y solo podrá contar con un número limitado de libros en su celda [15]. Cuando necesitaba consultar algún otro libro, debía solicitarlo a la administración del almacén, y allí le eran entregados tantos ejemplares como devolvía, de manera que el número de libros de los que podía disponer en su celda era siempre cuatro. Las mismas limitaciones cuantitativas serán aplicadas a la disposición de los cuadernos de trabajo del detenido, de manera que entre cuadernos, libros y revistas, el total de ejemplares de los que podía disponer en su celda no podía superar el número de cuatro. Estas limitaciones para el desarrollo de su labor marcarán la futura obra y tendrán una importancia capital en la clasificación de los cuadernos. Gramsci deberá organizar su trabajo de redacción utilizando un complejo sistema de rotaciones entre la celda y el almacén, que le permitiera ampliar al máximo las posibilidades de su estudio.
A simple vista, los Quaderni pueden parecer una obra relativamente sencilla, formada por una serie de notas manuscritas. La caligrafía es clara y perfectamente inteligible, y contienen poquísimas correcciones. Sabemos, por diversos testimonios, que ya desde su etapa periodística Gramsci utilizaba un particular método de trabajo consistente en componer mentalmente los textos durante un determinado espacio de tiempo, para después volcarlos directamente al papel. Pero, en realidad, se trata de páginas falsamente "limpias", pues los cuadernos se revelan como un verdadero laberinto de papel, en el que puede resultar muy fácil perderse.
Las condiciones en que debe desarrollar su labor le obligan a trabajar paralelamente en varios cuadernos a la vez, retomando aquellos que había iniciado en periodos precedentes, para incorporar nuevas notas en los espacios que quedaban en blanco. En algunos momentos, parece que comienza a escribir a la mitad de un cuaderno, para después pasar al principio de este. En ocasiones hace referencia en una de las páginas iniciales a un texto que se encuentra en un cuaderno posterior. Podemos encontrar superposiciones temporales en su escritura que atraviesan horizontalmente los cuadernos, y en consecuencia momentos de la redacción en los que no pasa de un cuaderno a otro, sino de una nota a otra en la alternancia de los diferentes cuadernos [16].
La organización de los Quaderni
Gramsci iniciará la redacción de los cuadernos el día 8 de febrero de 1929, fecha que señala en el encabezamiento del Cuaderno 1. En su primera página, que lleva el título de Notas y apuntes, enumerará los dieciséis temas que se propone desarrollar y que conformarán su primer programa de trabajo:
1) Teoría de la historia y la historiografía. 2) Desarrollo de la burguesía italiana hasta 1870. 3) Formación de los grupos intelectuales italianos: desarrollo, actitudes. 4) La literatura popular de las "novelas por entregas" y las razones de su persistente fortuna. 5) Cavalcante Cavalcanti: su posición en la estructura y en el arte de la Divina Comedia. 6) Orígenes y evolución de la Acción Católica en Italia y en Europa. 7) El concepto de folklore. 8) Experiencia de la vida en la cárcel. 9) La "cuestión meridional" y la cuestión de las islas. 10) Observaciones sobre la población italiana: su composición, función de la emigración. 11) Americanismo y fordismo. 12) La cuestión de la lengua en Italia: Manzoni y G. I. Ascoli. 13) El "sentido común" (cfr. 7). 14) Revista tipo: teórica, crítico-histórica, de cultura general (divulgación). 15) Neo-gramáticos y neo-lingüistas ("esta mesa redonda es cuadrada"). 16) Los nietecitos del padre Bresciani.
Se trata de un "programa" que no se debe tomar como definitivo de lo que finalmente conformarán los Quaderni, ya que será modificado y actualizado en varias ocasiones, a medida que avance en su trabajo, durante sus años de reclusión. Es posible reseguir este progreso en algunas de las cartas que escribe a Tatiana, como la del 25 de marzo de 1929, tan sólo unas semanas más tarde de iniciar la redacción de los Quaderni. En esta, le informará de su intención de "ocuparse prevalentemente y de tomar notas sobe estos tres temas: 1º La historia italiana del siglo XIX, con especial atención a la formación y al desarrollo de los grupos intelectuales; 2º La teoría de la historia y de la historiografía y 3º El americanismo y el fordismo" [17].
Una vez iniciada la elaboración de los cuadernos en febrero de 1929, Gramsci hará una división en la organización de su trabajo. La escritura será dividida en dos áreas diferentes: por un lado los cuadernos A, B, C y 9 que dedicará a las traducciones, y por otro los cuadernos 1 y 2 que destinará a lo que podríamos considerar como trabajo teórico. Los cuadernos de traducciones estarán divididos por lenguas: Cuadernos 1 y B alemán, Cuaderno C con ejercicios de inglés en la primera parte y de alemán en la segunda y el Cuaderno 9 de ruso. Los trabajos de traducciones se prolongarán hasta principios de 1932, fecha en que serán definitivamente abandonados.
El primer año de trabajo en la redacción de los cuadernos lo dedicará principalmente a las traducciones. No obstante, comenzará la elaboración del Cuaderno 1, mientras que el Cuaderno 2 será iniciado pero quedará momentáneamente detenido, y no será retomado hasta mayo de 1930. La distinción de Notas y apuntes que indicaba en el inicio del Cuaderno 1 será ampliamente superada por anotaciones, que son al mismo tiempo reflexiones teóricas y notas bibliográficas. El cuaderno asumirá las características de lo que a propuesta de Valentino Gerratana se conoce como cuaderno misceláneo. Contiene breves notas sobre distintos argumentos precedidos de un signo de parágrafo y de un título, que permitirá al autor establecer una continuidad entre las distintas anotaciones sobre un mismo argumento.
En los meses que siguen tratará de ampliar el ámbito de su trabajo, que superará las notas de carácter disperso que hasta ese momento habían centrado su labor. Obligado por las limitaciones derivadas de su reclusión carcelaria, comenzará a trabajar a la vez en diferentes cuadernos y a desarrollar, de forma paralela, varias cuestiones simultáneamente, dando inicio a los que se denominan como cuadernos mixtos. Llegará a escribir un total de siete cuadernos mixtos, el primero de los cuales sería el Cuaderno de traducciones A. Este cuaderno será dividido en dos partes, división que le permitirá trabajar en dos traducciones distintas al mismo tiempo, como si dispusiera de dos cuadernos en lugar de uno. Los cuadernos B y C serán organizados de la misma forma.
En mayo de 1930, una vez ha finalizado el Cuaderno 1, comenzará con la redacción del Cuaderno 3. Ese mismo mes de mayo iniciará también el Cuaderno 7, que dedicará a la traducción de una antología de escritos de Marx y que lo ocupará hasta julio de 1931. En noviembre de 1930, el Cuaderno 7 será dividido en dos partes, usando el espacio restante para la redacción de una serie de notas de carácter misceláneo. Mientras tanto, el Cuaderno 2 tomará la función de libreta bibliográfica, que servirá como apoyo a la redacción de otros cuadernos, al menos hasta octubre de 1931.
Le seguirá la redacción del Cuaderno 4 en el que, aparte de las notas misceláneas, se comienza a delinear una diferenciación temática que pretende separar de las notas algunas cuestiones que aparecen en su programa para su desarrollo a posteriori. Lo hará reservando una serie de bloques homogéneos de notas, precedidas por un título, dentro de algunos cuadernos mixtos. Así, la primera mitad del Cuaderno 4 es destinada a notas sobre el Canto decimo del infierno de Dante, la redacción de las cuales se prolongará hasta septiembre de 1932. La segunda parte del cuaderno contendrá la primera serie de Apuntes de filosofía – Materialismo e idealismo.
En la redacción de los cuadernos misceláneos se pueden identificar tres secuencias de trabajo claramente determinadas. Una primera secuencia corresponde a la redacción de los cuadernos 1, 3 y 5: el cuaderno 3 finaliza en octubre de 1930 y el cuaderno 5 es recopilado entre los meses de octubre y diciembre de 1930. Una segunda secuencia comprende la primera, la segunda y la tercera serie de los Apuntes de filosofía. Comprenden el Cuaderno 4b [18], redactado entre mayo y noviembre de 1930; el Cuaderno 7b, de noviembre de 1930 a noviembre de 1931, y el Cuaderno 8b, de noviembre de 1931 a mayo de 1932. Y una tercera secuencia que comienza con un grupo de notas que conectan con la primera y más larga de estas, y que titulaba Los intelectuales, notas para las cuales Gramsci sustraerá parte del espacio que había reservado en el Cuaderno 4 para el Canto decimo del infierno. Esta tercera secuencia quedaría constituida por el Cuaderno 4c, redactado en noviembre de 1930; el Cuaderno 6, escrito entre noviembre de 1930 y enero de 1932; el Cuaderno 8c, de enero a abril de 1932; el Cuaderno 9b, de abril a septiembre de 1932; el Cuaderno 9d, de septiembre a noviembre de 1932; el Cuaderno 14, de diciembre de 1932 a febrero de 1933; el Cuaderno 15, de febrero a septiembre de 1933 y finalmente el Cuaderno 17, de septiembre de 1933 a junio de 1935.
El Cuaderno 8 se había pensado originalmente como colector de las notas de la Historia de los intelectuales italianos. Está concebido como el primero de los cuadernos que Gramsci denominará como especiales, destinado a reprender y a reelaborar algunas notas escritas anteriormente en los cuadernos misceláneos. El Cuaderno 8 permanecería con tan sólo dos páginas escritas durante todo un año; mientras tanto escribía nuevas notas sobre la historia de los intelectuales en otros cuadernos y desarrollaba otras secciones de su trabajo. El 7 de septiembre de 1931 le explicará en una carta a Tatiana que está realizando un estudio sobre los intelectuales italianos y sobre su papel determinante como instrumento de creación de hegemonía sobre el Estado, que Gramsci entendía no meramente como sociedad política sino como un complejo equilibrio entre esta y la sociedad civil. Aunque en esta misma carta le promete enviarle "un esbozo de la materia, que no podrá ocupar menos de 50 páginas" [19], desgraciadamente, no lo hará nunca.
En noviembre de 1931 finaliza la segunda serie de notas filosóficas en el Cuaderno 7. Su intención de iniciar una tercera serie de notas lo hacen disponer finalmente del Cuaderno 8. Comenzará su escritura en la página 51, dejando así la primera parte del cuaderno disponible para poder completar su historia de los intelectuales italianos. En enero de 1932 comenzará la redacción de una serie de notas misceláneas en la primera parte de dicho cuaderno, perdiendo este su originaria destinación y pasando entonces a convertirse en un cuaderno mixto.
A partir de la primavera de 1932 Gramsci se dedicará principalmente a la redacción de cuadernos de carácter monográfico, que define como especiales, en los que trascribe, de forma más o menos reelaborada, buena parte de las anotaciones precedentes.
Entre marzo y abril de 1932 reunirá en la segunda página del Cuaderno 8, que hasta entonces permanecía todavía en blanco, un nuevo listado de temas que titulará Selección de materias [20], y que constituye el proyecto de los que posteriormente serían los cuadernos monográficos:
1° Intelectuales. Cuestiones escolásticas.; 2° Maquiavelo.; 3° Nociones enciclopédicas y temas de cultura.; 4° Introducción al estudio de la filosofía y notas críticas a un Ensayo popular de sociología.; 5° Historia de la Acción Católica. Católicos integrales – jesuitas – modernistas.; 6° Miscelánea de notas variadas de erudición. (Pasado y presente); 7° Risorgimento italiano (en el sentido de la Edad del Risorgimento italiano de Omodeo, pero insistiendo sobre los motivos más estrictamente italianos); 8° Los nietitos del padre Bresciani. La literatura popular (Notas de literatura); 9° Lorianismo.; 10° Apuntes sobre periodismo.
A excepción de la agrupación número 6, Pasado y presente, todo el resto de materias recogidas en esta Selección pasarán a formar los doce cuadernos especiales o monográficos. Durante el período que Gramsci pasará en la cárcel de Formia, se añadirían algunos temas que inicialmente no formaban parte de la lista, como los Cuadernos 22 (Americanismo y fordismo), 25 (Al margen de la historia. Historia de los grupos sociales subalternos), 27 (Observaciones sobre el "folklore") y el 29 (Notas para una introducción al estudio de la gramática). No aparecerá en esta agrupación de materias ninguna referencia al que habría de convertirse en el primer cuaderno especial, el Cuaderno 10, dedicado a la filosofía de Benedetto Croce y a la teoría de la historia de la historiografía, es decir, al materialismo histórico.
Llegados a este punto, podemos hacer una clasificación de los diferentes cuadernos atendiendo a su tipología:
- Cuadernos de traducciones, aquellos que contienen sólo traducciones (Cuadernos A-D).
- Cuadernos misceláneos, contienen notas sobre diferentes temáticas (Cuadernos 1, 2, 3, 5, 6, 14, 15, 17).
- Cuadernos monográficos o especiales, contienen notas sobre un mismo argumento (Cuadernos 10 al 13, 16 y del 18 al 29).
Las últimas páginas de los cuadernos serían escritas probablemente en junio de 1935. A partir de ese momento, la redacción se detiene definitivamente. El estudio de la correspondencia entre Tatiana Schucht, Piero Sraffa y los familiares de Gramsci indica que, desde mayo de 1935, y debido al agravamiento de sus problemas de salud, este no se encontraba ya en condiciones de continuar con su trabajo.
Sabemos que, de las revistas a las que Gramsci estaba abonado entre 1934 y 1937, la que corresponde a la de fecha más baja citada en los Quaderni, es un fascículo de la revista Crítica del 20 de mayo de 1935. Ningún fascículo con fecha posterior a esta revista será mencionado en los manuscritos. Continuará recibiendo revistas y conservará numerosos recortes de diarios y de revistas publicados entre enero de 1935 y abril de 1937. Esta documentación demuestra que aunque estuviera físicamente imposibilitado por su enfermedad como para continuar escribiendo, mantendría hasta el final una lucidez intelectual y un interés por el estudio de las cuestiones a las que, superando dificultades, restricciones y prohibiciones, había dedicado los últimos años de su vida.
Publicación de los Quaderni
Los cuadernos de notas serían guardados por Tatiana Schucht el mismo día de la muerte del autor. Serán conservados primero en la embajada soviética de Roma y después en Moscú, para finalmente ser entregados a la dirección del Partido Comunista Italiano al final de la guerra.
Los materiales serán leídos por Palmiro Togliatti, entonces Secretario General del PCI, además de amigo y viejo compañero desde los tiempos de la fundación del diario L’Ordine Nuovo en Turín. Después de su estudio, se toma la decisión de publicarlos en una edición popular en varios volúmenes divididos por temas. Se pretende así facilitar al máximo la lectura, haciéndolo accesible al mayor número de personas posible. Como hemos tratado de explicar anteriormente, se trata de un material muy complejo, tanto por su carácter de notas como por la multiplicidad de los temas que abarca o por su propia estructura. La edición fue encargada a Felice Platone, siendo supervisada directamente por Palmiro Togliatti.
Unos años después, con ocasión del primer congreso de estudios gramscianos realizado en Roma en enero de 1958, se comenzará a plantear la necesidad de una nueva edición que recoja fielmente la totalidad de los Quaderni, publicándolos tal y como fueron escritos por Gramsci. Después de años de trabajo, será Valentino Gerratana quien, al frente de un equipo de colaboradores del Istituto Gramsci, actualmente Fondazione Istituto Gramsci, publique en 1975 la primera edición crítica de los Quaderni del carcere [21].
La edición recogía los 29 cuadernos de notas, excluyendo los 4 cuadernos de traducciones y las traducciones presentes en los Cuadernos 7 y 9, e incluía un enorme aparato crítico. La edición pretende "ofrecer un instrumento de lectura que permita seguir el ritmo de desarrollo del pensamiento de Gramsci" en las páginas de los Cuadernos [22]. La edición procuraba reproducir los textos tal y como estos habían sido escritos, procurando que ninguna distracción exterior se interpusiera entre estos y el lector. Los cuadernos se ordenaron siguiendo el orden escritura, conservando entre paréntesis la numeración que añadiera Tatiana en números romanos. La marca de párrafo (§), seguida en muchos casos de un título, que Gramsci casi siempre hace preceder a las notas, se integró con un número progresivo en cada cuaderno, con la intención de facilitar la necesaria consulta.
Al iniciar la revisión de sus notas en 1932, Gramsci tacharía con largos trazos de pluma, que sin embargo no obstaculizaban su lectura, muchas notas escritas en primera redacción para ser posteriormente reelaboradas. En la edición crítica de Gerratana se distinguirán entre textos A, o de primera redacción; textos B, o de redacción única y textos C, de segunda redacción. Los textos A aparecen con un cuerpo de letra ligeramente más pequeño que el resto, y cuentan además con unas notas al pie que indican la correspondencia con el texto C. La obra cuenta además con un importantísimo aparato crítico que pretendía "responder a la exigencia de proporcionar al lector todos los instrumentos útiles para una comprensión más exacta del texto y para la profundización del estudio de la obra gramsciana" [23], y que ha sido de gran valor para varias generaciones de gramscianos de todo el mundo.
En 1977, con ocasión del Congreso gramsciano de Florencia, Gianni Francioni expone algunas propuestas de corrección a las soluciones adoptadas en la edición Gerratana. Las tesis de Francioni, que serán ampliadas y desarrolladas en su libro L’officina gramsciana [24], pretendían la reconstrucción de un recorrido lógico y diacrónico de la historia interna de los cuadernos gramscianos, para lo cual era necesario aplicar de manera sistemática y consciente los criterios de datación, pero también corregir algunos errores que se habían producido. Francioni sería capaz de ajustar mucho mejor la datación, no sólo de los cuadernos individuales, sino también de diferentes bloques de notas contenidos en algunos de ellos, demostrando que la clasificación propuesta en la edición no siempre se correspondía a la redacción. Las tesis de Francioni provocaron un amplio debate entre los estudiosos de Gramsci, algunos de los cuales, como el mismo Gerratana, plantearon diversas objeciones a las nuevas propuestas de datación y ordenamiento de los textos [25], sobre todo a partir de 1990, cuando se empieza a delinear la publicación de una nueva edición crítica de los Cuadernos de la cárcel en el marco de una edición nacional de los escritos de Gramsci.
En la actualidad se está trabajando en una nueva edición crítica de los Quaderni coordinada por Gianni Francioni y en la que colaboran dos de los más importantes intelectuales gramscianos: Fabio Frosini y Giuseppe Cospito [26]. La nueva edición contiene los ejercicios de traducción realizadas por Gramsci en la prisión entre 1929 y 1932. Después de realizar una cuidadosa revisión de los cuadernos de traducciones, se llegó a la conclusión de que estos son más que simples ejercicios utilizados «para soltar la mano», como afirmara el propio Gramsci en algunas de sus cartas; forman parte del plan de trabajo teórico del conjunto de los Quaderni. Una vez reconstruida la cronología con que fueron escritos los cuadernos de traducciones, se ha comprobado que las traducciones no son solamente la ocupación principal durante el primer año de escritura de Gramsci en la prisión, sino que sigue siendo una de sus líneas de trabajo hasta su abrupta interrupción a principios de 1932. Los Quaderni di traduzioni fueron publicados el año 2007 [27], coincidiendo con el setenta aniversario de la muerte del comunista sardo. En 2017 fue publicado el segundo volumen de la nueva edición que contiene los cuadernos misceláneos escritos por Gramsci entre 1929 y 1935. Queda pendiente la publicación de un tercer volumen dedicado a los cuadernos monográficos.
En esta nueva edición, ocho de los doce cuadernos misceláneos y dos de los diecisiete monográficos o especiales presentan una clasificación diferente a la anterior edición de Gerratana. En los cuadernos misceláneos, las principales diferencias de clasificación están en el Cuaderno 4, que debe ser antepuesto al Cuaderno 3. Comienza con las notas que se refieren a El canto décimo del infierno (Cuaderno 4 [a], §§ 1-11) que en la edición de Gerratana se corresponden con los §§ 78-88. Le seguirán los Apuntes de filosofía. Materialismo e idealismo, Primera serie (Cuaderno 4 [b] §§ 1-50) correspondientes a los §§ 1-48 en la edición precedente, las notas misceláneas sobre los intelectuales (Cuaderno 4 [c], §§ 1-29) numeradas por Gerratana como §§ 49-77, y aquellos, escritos en épocas posteriores aprovechando los espacios que quedaban libres en las notas sobre Dante (Cuaderno 4 [d], §§ 1-7), que habían sido numeradas anteriormente como §§ 89-95.
Los cuadernos monográficos o especiales serán publicados siguiendo el orden de redacción real (Cuadernos 10, 12, 13, 11, 16 y 18-29), que difiere ligeramente del recogido en la edición anterior. Los cuadernos 10 y 11 serán los que muestren más diferencias con respecto a la edición de 1975. El cuaderno 10 se eliminará la división en dos partes establecida por Gerratana y las notas seguirán el orden cronológico con que fueron redactadas. En el cuaderno 11, en cambio, la numeración de las notas se retomará en cada una de las secciones en las que Gramsci ha querido dividir el cuaderno, modificándose también el orden de algunos párrafos. En esta edición, las notas de primera redacción, que Gramsci borraría con una gran retícula que permite seguir perfectamente su lectura y que aparecen en la edición de Gerratana con un cuerpo de letra menor, tendrán las mismas dimensiones que el resto de notas pero añadiéndose dos líneas verticales continuas en los márgenes que permiten distinguir la parte que fuera borrada en los cuadernos originales [28].
Existe todavía una tercera edición de los Quaderni que, dada su importancia, entendemos merece la pena mencionar. Se trata de una interesante edición facsímil de los manuscritos de Gramsci, al cuidado de Gianni Francioni, que los reproducen tal y cómo estos fueron escritos. Fueron publicados en 2009 por el Istituto della Enciclopedia italiana (Treccani) en colaboración con la Unione Sarda.
Como hemos señalado anteriormente, los Quaderni, una obra aparentemente simple, formada por una serie de apuntes y notas de materiales diversos, pueden, sin el equipamiento adecuado, llegar a convertirse para el lector en un "laberinto de papel" en el que es fácil perderse [29]. La importante labor de investigación desarrollada, principalmente en Italia, en los últimos años por un grupo de estudiosos de la obra de Gramsci, facilitará la tarea a todos aquellos que quieran iniciarse en su estudio. Además, las correcciones respecto de la nueva edición resultan de gran ayuda para realizar una lectura diacrónica de los textos, asimilando el ritmo del pensamiento del comunista sardo.
Dado que, por su amplitud y complejidad, será difícil contar en los próximos tiempos con la publicación de la nueva edición crítica de los Quaderni traducida al castellano, al final del presente artículo se adjunta un anexo con una tabla [30] de correspondencias entre la nueva edición crítica y la publicada por la Editorial Era, con el objetivo de facilitar el trabajo a aquellos lectores que pretendan iniciar la lectura de los Quaderni siguiendo la nueva ordenación.
Notas
[1] Antonio Gramsci, Lettere dal carcere; ed. a cargo de Antonio A. Santucci, Sellerio Editore, Palermo, 1996, pp. 446-447. Al no existir ninguna edición en lengua castellana que recoja la totalidad de las cartas que Gramsci redactara desde la prisión, aunque se han publicado varias selecciones de estas, en este trabajo se ha utilizado la edición integral italiana.
[2] Las Cartas desde la cárcel escritas por Gramsci durante su cautiverio son una obra imprescindible para conocer la dimensión, no sólo personal, sino política del personaje, además de un necesario complemento al estudio de los Quaderni.
[3] Guido Liguori, "Genesi e struttura dei Quaderni del carcere di Gramsci", ponencia del autor para el Laboratorio permanente di studi gramsciani dell’Unicall Seminario dell’8 ottobre 2013.
[4] Para acercarse a las diferentes interpretaciones de la obra y el pensamiento del comunista sardo, desde sus contemporáneos hasta casi nuestros días, se puede consultar el magnífico libro de Guido Liguori, Gramsci conteso. Interpretazioni, dibattiti e polemiche 1922-2012, Editori Reuniti, Roma, 2012.
[5] Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel; Tomo 2, Cuaderno 4, Ediciones Era, México D.F., 2000, p. 214.
[6] El año 2013 la antología de Sacristán fue reeditada por la editorial Akal y en la actualidad se puede conseguir en librerías.
[7] Gianni Francioni, Come lavorava Gramsci en QUADERNI DEL CARCERE, edizione anastatica dei manoscritti, edición especial de la Biblioteca Treccani y y l’Unione Sarda, Roma, 2009. p. 23.
[8] Manuel Sacristán, prólogo a Introducción al estudio de la filosofía de Antonio Gramsci, Crítica, Barcelona, 1985. p. 8.
[9] Antonio Gramsci, Lettere dal carcere; ed. a cargo de Antonio A. Santucci, Sellerio Editore, Palermo, 1996, pp. 54-58
[10] Lettere dal carcere, ed. cit., pp. 67-71.
[11] Lettere dal carcere, ed. cit., pp. 86-89.
[12] Lettere dal carcere, ed. cit., pp. 186-187.
[13] Lettere dal carcere, ed. cit., pp. 203-205.
[14] Lettere dal carcere, ed. cit., pp. 235-237.
[15] Sabemos por el testimonio de Gustavo Trombetti, quien fuera compañero de celda de Antonio Gramsci a partir de junio de 1932, que este podía disponer en su celda de cuatro libros personales y algún diccionario.
[16] Gianni Francioni, "Un labirinto di carta (Introduzione alla filologia gramsciana)"; publicado en International Gramsci Journal, vol. 2, 2016.
[17] Lettere dal carcere, ed. cit., pp. 246-251.
[18] Se utiliza la clasificación de la nueva edición crítica de los Cuadernos de la cárcel. En esta, algunos cuadernos, como el 4, han sido divididos en varias partes, que corresponden diferentes temáticas. Se han referenciado con las letras minúsculas a, b, c y d, dentro de unos corchetes: [ ].
[19] Lettere dal carcere, ed. cit., pp. 454-459.
[20] Cuadernos de la cárcel, Tomo 3, Cuaderno 8, ed., p. 214.
[21] La edición de Gerratana fue publicada por Giulio Einaudi Editori. En 2014 se publicó una nueva edición de la obra que sustituye a la de 1975. Existe una edición de los Cuadernos de la cárcel en castellano publicada por la editorial mexicana Ediciones Era dividida en seis volúmenes que en la actualidad sólo es posible conseguir en librerías de viejo.
[22] Prefacio de Valentino Gerratana en el Tomo 1 de la edición de los Cuadernos de la cárcel, Ediciones Era, México, 1999 (2ª ed.), p. 30.
[23] Valentino Gerratana, prefacio a la edición de los Cuadernos de la cárcel en el Tomo 1 de la edición Era, p. 33.
[24] Gianni Francioni, L'officina gramsciana. Ipotesi sulla struttura dei Quaderni del carcere, Bibliopolis, Nápoles, 1984.
[25] En este sentido se pueden consultar los textos de F. Franceschini, "'Folklore' vs 'Folclore' e un problema di datazione nei Quaderni del carcere", Rivista di Letteratura Italiana, VI, 1988; V. Gerratana, Gramsci. Problemi di metodo, Roma, Editori Riuniti, 1997; G. Mastroianni, Per una rilettura dei «Quaderni del carcere» di Antonio Gramsci, Belfagor, XLVI, 1991.
[26] El plan de trabajo de la nueva edición está dividida en tres partes: 1) Cuadernos de traducciones, que no formaban parte de la edición de Gerratana; 2) Cuadernos misceláneos y 3) Cuadernos especiales. Los dos primeros tomos han sido publicados por la editorial Treccani: QUADERNI DEL CARCERE 1. QUADERNI DI TRADUZIONI (1929-1932), a cargo de Giuseppe Cospito y Gianni Francioni, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana 2007, 915 pp., y QUADERNI DEL CARCERE 2. QUADERNI MISCELLANEI (1929-1935), a cargo de Giuseppe Cospito, Gianni Francioni y Fabio Frosini. Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, 2017, 850 pp., ISBN 8812006472.
[27] Antonio Gramsci, Quaderni di traduzioni (1929-1932), al cuidado de Giuseppe Cospito y Gianni Francioni, Roma, Istituto dell’Enciclopedia Italiana, 2007.
[28] Se puede ampliar la información respecto de las características filológicas de la nueva edición crítica de los Cuadernos en el texto de Giuseppe Cospito, "Verso l’edizione critica e integrale dei Quaderni del carcere”, publicado en la revista Studi Storici, LII, 4, 2011, pp. 881-904.
[29] Gianni Francioni, Come lavorava Gramsci. Ed. Cit. pag. 21
[30] El apéndice que se adjunta a este artículo reproduce fielmente la tabla elaborada por Giuseppe Cospito en "Verso l’edizione critica e integrale dei Quaderni del carcere”.
Anexo
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21/8/2019
Antonio Antón
La teoría crítica de Nancy Fraser
Nancy Fraser, en su reciente libro, Capitalismo. Una conversación desde la Teoría Crítica (Ediciones Morata), en el que dialoga con Rahel Jaeggui, expone una interesante reflexión teórica sobre la sociedad capitalista, no solo del capitalismo como modo económico y productivo, sino del conjunto del ‘orden social institucionalizado’, así como de las dinámicas transformadoras del mismo. Con ocasión de su presentación ha realizado diversas entrevistas en las que complementa o matiza sus tesis principales y que también tengo en consideración.
En particular, me voy a centrar en dos aspectos relevantes. Primero, de carácter teórico, sobre algunas características de ‘su’ teoría crítica respecto del orden social institucionalizado o capitalismo neoliberal (reaccionario o progresista), así como su importancia para el pensamiento igualitario-emancipador y, especialmente, para el feminismo. Segundo, de carácter sociopolítico, sobre la articulación unitaria de los movimientos sociales progresistas, sus alianzas, su impacto en el conflicto social y su conexión con un programa (y una dinámica) anticapitalista o de cambio global.
Comparto, en general, su diagnóstico multidimensional de la sociedad capitalista y su objetivo sociopolítico que engloba la conformación de un sujeto transformador plural con sus especificidades (clase, género, raza-etnia...) y los distintos procesos y niveles de cambio: reivindicación inmediata, acción social y estrategia y representación política. No obstante, iré realizando diversas matizaciones y comentarios a sus ideas, exponiendo los puntos más débiles, en particular sobre la conexión de los dos aspectos: el análisis estructural-institucional y los procesos de conformación de un sujeto (o actor) sociopolítico democrático-igualitario.
La renovación de la teoría crítica
Fraser parte de la idea de que la realidad, como complejo sociohistórico, estructural e institucional, existe, es objetiva; y, más allá de constatar sus evidencias externas y las percepciones sociales y su interacción, hay que ‘descubrir’ o desvelar ‘sus condiciones de posibilidad ocultas’. Utiliza el método marxiano materialista por oposición al constructivismo idealista que plantea que la realidad es construida por el sujeto. Ya en la Introducción deja claro su enfoque (la negrita es mía):
Un problema es la multidimensionalidad de la crisis actual, que no es solo económica y financiera, sino también medioambiental, política y social […] hemos de desvelar las bases estructurales de las múltiples tendencias a la crisis de la propia totalidad social: la sociedad capitalista […] De algún modo, necesitamos desarrollar una nueva interpretación del capitalismo que integre las ideas del marxismo con las de paradigmas más nuevos, incluidos el feminismo, la ecología y el poscolonialismo, evitando al mismo tiempo los respectivos puntos ciegos de cada uno […] Es la clase de teoría social a gran escala que hoy busco [p. 11].
Su enfoque combina el feminismo marxista-socialista y los teóricos de la subjetividad, la cultura, el hábitus, el mundo de la vida y la vida ‘ética’. Estamos, pues, ante un intento de superar el mecanicismo o el determinismo economicista, con un punto de vista más interactivo de las relaciones sociales, destacando la interacción entre, por un lado, las condiciones sociales y materiales y, por otro lado, la cultura y la experiencia vital de la propia gente. Por tanto, tiene una teoría doble, con una perspectiva estructural y otra perspectiva teórica de la acción, que sería lo específico para llamarse crítica.
Veamos algunos límites de esta fructífera mirada crítica histórico-relacional. Antes, comento otras ideas complementarias en las que alude a diversos autores relevantes.
Por un lado, critica la visión romántica que considera a la sociedad, la política, e incluso la propia naturaleza, fuera o en contra del capitalismo que, al considerarlo como lo exclusivamente económico-productivo sin valorar la interdependencia del conjunto, resulta más sencilla pero más simple y unilateral.
Por otro lado, comparte con Foucault su rechazo al determinismo y la teleología, pero critica abiertamente su enfoque posmoderno que infravalora la conexión causal y la explicación de las tendencias sociales. Según la autora, los conflictos y relaciones son entre ‘poder privado del capital y poder público’, y hay una pluralidad de caminos pero con pocas posibilidades de implementación.
La reproducción social condición de fondo para el capitalismo
Uno de sus puntos centrales de análisis es la reproducción social que es una condición de fondo para la producción capitalista y ‘abarca la creación, socialización y subjetivación de los seres humanos de manera más general, en todos sus aspectos’. En consecuencia:
El neoliberalismo está reconfigurando el orden de género de la sociedad capitalista. Y está convirtiendo la reproducción social en uno de los principales detonantes de la actual crisis capitalista, un hecho igualmente importante [...] Esta propensión a la crisis se basa en una contradicción estructural: en el hecho de que la economía capitalista descansa sobre sus condiciones de posibilidad social-reproductivas al mismo tiempo que las desestabiliza [p. 40].
En su reinterpretación del capitalismo, no hay dependencia exclusiva respecto de las relaciones de producción/fuerzas productivas, sino interacción de cuatro divisiones estructurales y sus separaciones institucionales, sin jerarquías predeterminadas: producción económica/reproducción social; separación institucional entre ‘economía’ y ‘política’; la división ontológica entre su fondo ‘natural’ (no-humano) y su fondo ‘humano’ (aparentemente no-natural); distinción institucionalizada entre explotación y expropiación. Sustituye el concepto capitalismo, que tiene más connotaciones exclusivamente económicas, por otro más amplio e integrador: orden social institucionalizado. Y en la fase actual financiera y globalizadora, distingue entre neoliberalismo reaccionario y neoliberalismo progresista para elaborar una alternativa a ambos.
Entrelazamiento del saqueo económico con el sometimiento político
Vamos a precisar algunas de sus ideas. Su planteamiento pretende desvelar el entrelazamiento del ‘saqueo económico con el sometimiento político’ y lo complementa con la expresión ‘relaciones socioecológicas’. Así, postula una teoría unificada, en la que
los tres modos de opresión (género, ‘raza’ y clase) se cimientan estructuralmente en una única formación social: en el capitalismo en su concepción más amplia, como orden social institucionalizado [p. 117].
En ese sentido integrador valora críticamente la separación de las distintas esferas o campos que considera interrelacionados y señala los riesgos de la adaptación de alguna de ellas a la dinámica neoliberal. Ello supondría caer en el desdoblamiento constitutivo del neoliberalismo progresista; es decir, las mismas personas pueden tener un componente progresista en relación con un aspecto, contradicción o conflicto (por ejemplo, el feminismo o el multiculturalismo) y, al mismo tiempo, mantener una posición neoliberal regresiva respecto del estatus sociolaboral, los intereses económicos y nacionales (o imperialistas) u otras dinámicas socioculturales (como el racismo o el machismo). Y, en el ámbito feminista, advierte que, incluso, la crítica basada en las normas social-reproductivas de la solidaridad y el cuidado es una espada de doble filo: potencialmente transformadora pero fácilmente recuperada en estereotipos de género esencialistas (p. 100).
Por otro lado matiza el concepto de interseccionalidad como descripción de las formas de ‘entrecruzamiento’, para afirmar su posición como explicativa: identifica los mecanismos institucionales con los que la sociedad capitalista produce el género, la raza y la clase como ejes cruzados de dominación, considerando el orden social que las genera.
Así, rechaza la idea de que cualquiera de estos modos de dominación sea simplemente funcional para la acumulación de capital. En su esquema todos ellos ocupan posiciones opuestas: por un lado, todos posibilitan condiciones de acumulación, pero, por otro lado, también todos son enclaves de contradicción, posible crisis, lucha social y normatividad no económica.
O sea, el capitalismo se apoya y necesita una jerarquía de género y racial, no tiene nada de post-racista y post-sexista:
La carga de la expropiación sigue cayendo desproporcionadamente sobre las personas de color […] Así mismo, el peso del trabajo reproductivo sigue cayendo abrumadoramente en los hombros de las mujeres […] el capitalismo no se puede separar de la opresión de género y racial […] Las ‘diferencias’ raciales y de género, lejos de ser un hecho sin más, son producto de la dinámica de poder que asigna a las personas a posiciones estructurales dentro de la sociedad capitalista. La división de género puede ser más antigua que el capitalismo, pero solo adquirió su actual forma de supremacía del macho en y a través de la separación capitalista entre producción y reproducción. Y lo mismo ocurre con la raza [p. 122].
La reacción populista reaccionaria tiene un origen en el agravio con inseguridad de algunos sectores sociales por la pérdida de privilegios de poder respecto a minorías y el descenso social y de estatus por la globalización, aceleradas por el propio neoliberalismo. Lo significativo es que ante la ausencia de un potente movimiento interracial, intercultural e intergénero, algunos sectores populares trasladan la responsabilidad y la solución frente a esos agravios hacia ‘otros’, vía culpabilización de los más débiles, a través de chivos expiatorios y mayor segregación racial o de género. Generan, así, un crecimiento de las filas del populismo autoritario de derechas. Mientras tanto, el neoliberalismo progresista se sirve cínicamente de llamadas a la ‘justicia’ mientras extiende la expropiación y los recortes de la protección pública a la reproducción social (p. 126). Según su opinión es prácticamente imposible imaginar una vía ‘democrática’ hacia el capitalismo no racial y no sexista.
Teoría crítica, sentimientos y política
Más adelante completa su concepción:
La teoría crítica debe ir más allá de estos resultados y poner en entredicho los procesos que los producen […] Nuestro objetivo es conectar el aspecto normativo de la crítica con el teórico-social. Este es el sello distintivo de la teoría crítica […] El interés por contemplar y tener en cuenta el punto de vista de los agentes situados que son participantes potenciales de la lucha social destinada a transformar el sistema [p. 134].
Y continúa con diversas críticas al pensamiento liberal (incluso al formalmente igualitarista) por carecer de ese aspecto fundamental de la teoría crítica. En lugar de esta explicación, que es fundamental para esclarecer las perspectivas de transformación social, critica ese planteamiento liberal porque ofrece prescripciones políticas, desde una posición ajena al ámbito de la lucha social y por encima de él.
Es interesante la relación que hace entre objetividad, sentimientos e indignación para superar el simple racionalismo o su contrario, el emotivismo.
Asimismo, es adecuada la crítica al capitalismo como un orden social irracional, sin capacidad auto correctora de su economía y solo modificable desde la política, desde el conflicto de los sujetos sociales.
En conexión con ello realiza una buena crítica a Polanyi, por los límites de su exclusiva polarización entre economía y sociedad o mercantilización y protección social, y sobre el que ha publicado otros ensayos. Así, la autora incorpora un tercer polo, el de la ‘emancipación’.
Por otro lado, vuelve a la crítica hacia Foucault y el pensamiento postmoderno, por su idea ilusa de poder construir una contra sociedad al margen del poder y sin transformar las principales instituciones del capitalismo.
Por tanto, hay una realidad (objetiva) de fondo. Frente a las interpretaciones esencialistas y ahistóricas, considera que las contradicciones y las crisis del capitalismo están profundamente arraigadas y las analiza desde las ‘relaciones entre los distintos ámbitos’ (p. 168). Así, explica las tendencias objetivas como tensiones y divisiones constitutivas, no patologías, según Habermas.
Además, es interesante la alusión a MacIntyre, sobre que el relato explicativo se hace de forma retrospectiva. Y la referencia a Giddens sobre la vinculación de la crisis con el conflicto social. Y llega a una conclusión de carácter sociopolítico: “La pregunta fundamental es si quienes discrepan aumentan, se juntan y llegan al nivel de crisis de hegemonía” (p. 177).
Convergencia popular, alianzas y neoliberalismo progresista
En primer lugar, es sugerente la relación entre luchas de clases (por divisiones de grupo y asimetrías de poder) y luchas de frontera surgidas en la intersección entre producción/reproducción social, política/economía, naturaleza humana/no humana, es decir de las divisiones constitutivas del capitalismo —no del interior de la economía (pero tampoco de la lucha de clases)—.
Y matiza que la visión que expone del capitalismo ofrece tres criterios normativos para distinguir las reivindicaciones emancipatorias de las no emancipadoras sobre las fronteras del capitalismo: El primer criterio es la no-dominación; el segundo criterio es la sostenibilidad funcional, y el tercero es la democracia (p. 194).
Explica de forma sugerente, aunque se debería cuidar la expresión y el alcance de los apoyos sociales, la alianza perversa entre la mercantilización (neoliberalismo financiero-cognitivo) y la emancipación (de las élites de las mujeres y minorías étnicas que ascienden en estatus socioeconómico) frente a protección social (de la mayoría popular, incluido de las minorías o facetas oprimidas):
Insiste en la diferenciación entre descomposición de la hegemonía (cultural) del neoliberalismo progresista, en cuanto ‘crisis de legitimación’, y continuidad de la política neoliberal, asentada en otra legitimidad reaccionaria-conservadora del populismo de derechas autoritario.
Hace una crítica fundamentada a la mayoría de la socialdemocracia (y el liberalismo progresista e igualitario en las facetas ‘culturales’), que habrían sido recuperados por el neoliberalismo progresista, con atisbos de elementos reaccionarios como ante la inmigración.
También expresa las deficiencias estratégicas y de la política de alianzas de los núcleos dirigentes y hegemónicos de los nuevos movimientos sociales, culturales o del mundo de la vida, de carácter liberal:
Atrapadas en la segunda lucha [nuevos movimientos sociales], y ajenas en gran medida a la primera [capital/trabajo], las corrientes hegemónicas de los movimientos progresistas fracasaron en economía política, por ignorar las transformaciones estructurales de fondo. Y, lo que fue peor, programaron sus agendas con criterios meritocráticos e individualistas —pensemos por ejemplo en los feminismos lean-in o de ‘presión’ cuyo objetivo es ‘romper el techo de cristal’ para que las mujeres de ‘talento’ puedan trepar hasta los escalones más altos de la escala corporativa—. Las corrientes de este tipo abandonaron los esfuerzos por entender estructuralmente la dominación de género, asentada en la separación capitalista entre producción y reproducción. Y abandonaron a mujeres menos privilegiadas, que carecen de capital cultural y social para beneficiarse de esa presión y, por consiguiente, seguían atascadas en el sótano [p. 218].
Realiza una buena definición del neoliberalismo progresista y la alianza o convergencia con las ‘corrientes hegemónicas de los movimientos emancipadores’, que serían meritocráticas de clase media no solo del 1%, sino de una base social más amplia y activa del 20-30%:
Las corrientes hegemónicas de los movimientos emancipadores (como el feminismo, el antirracismo, el multiculturalismo y los derechos LGTBI) se aliaron —en algunos casos consciente y deliberadamente, en otros no— con fuerzas neoliberales cuyo objetivo era financiarizar la economía capitalista, es especial los sectores del capital más dinámicos, con mayor visión de futuro y más globalizadores (por ejemplo, Hollywood, las TIC y las finanzas). Como de costumbre, el capital fue el que salió mejor parado. En este caso, los sectores ‘capitalistas cognitivos’ utilizaron ideales como la diversidad y el empoderamiento, que en principio debían servir a otros fines, para petrificar políticas que devastaron la producción y la que en su día fue la vida de la clase media. En otras palabras, utilizaron el carisma de sus aliados progresistas para disfrazar de emancipación su propio proyecto regresivo de redistribución ascendente masiva (p. 218).
Apogeo y decadencia del neoliberalismo progresista
Fraser explica la necesidad del neoliberalismo de su apariencia progre para ganar la hegemonía cultural y relativizar su componente distributivo regresivo.
Por tanto, el neoliberalismo no es solo política económica; es un proyecto político con su hegemonía cultural. El neoliberalismo progresista es, por un lado, regresivo en lo socioeconómico, es decir, perjudicaba al conjunto de las mayorías populares y, particularmente, las condiciones y derechos sociolaborales de mujeres y gente de color (e inmigrantes); y, por otro lado, progresivo en lo cultural. Su legitimidad se basa en el reconocimiento de las minorías a través del multiculturalismo o la diversidad combinado con el empoderamiento individual meritocrático como ascensor social. Pero ello favorece, sobre todo, a las élites y capas medias de esos sectores sociales. Ese carácter doble, regresivo y progresivo, con un impacto práctico desigual en la población, venció como cultura hegemónica al anti-neoliberalismo y al neoliberalismo reaccionario durante las presidencias de Clinton y Obama.
Es similar, aunque parcialmente distinto, al socioliberalismo de tercera vía europeo en un contexto con dos características diferentes: por un lado, al tener un Estado de bienestar más potente, aquí, particularmente con la crisis, favoreció las contrarreformas laborales y sociales; por otro lado, la cultura cívica más igualitaria (real) y colectiva respecto de la estadounidense, o sea, no tan individualista meritocrática, supuso un mayor freno popular frente a la injusticia social.
En todo caso, dentro del neoliberalismo hay corrientes más regresivas y/o más progresivas, con diferentes combinaciones. Pero la distinción principal es que en el campo socioeconómico, particularmente en esa fase de crisis, lo dominante en todas ellas es ser regresivas; su diferenciación se establece en el campo sociocultural y la actitud ante las minorías: una parte gira hacia el conservadurismo reaccionario, de donde nacen los apoyos a Trump, y otra mantiene su relativo progresismo (p. 220).
Así, Fraser clarifica el carácter doble del neoliberalismo progresista, con la combinación de distribución regresiva, con una mayoría popular afectada, y reconocimiento progresista, beneficiosa sobre todo para las élites de la ‘diversidad’. Esa mezcla venció inicialmente a la derecha del partido republicano cuyo proyecto combinaba distribución regresiva con ‘un reconocimiento reaccionario (etnonacionalista, antinmigrantes y procristiano)’ (p. 221).
Ese reconocimiento parcial que proporcionaba el neoliberalismo progresista suponía una autoafirmación, formación e identificación de un estrato social: las capas medias ilustradas, que combinaban un estatus y ascenso socioeconómico y profesional con una exigencia emancipadora antidiscriminatoria en otras facetas de sus vidas (género, raza-etnia…). Y explica la necesidad de una visión amplia y multidimensional de la clase trabajadora para superar los límites de ese reconocimiento cultural para las élites (y clases medias). Así, acertadamente, exige una valoración del capitalismo y la acción frente al neoliberalismo que integre, junto con la problemática del trabajo, los problemas medioambientales, la reproducción social y la democracia (p. 223).
Propone una alianza entre protección social (vieja clase trabajadora y socialdemocracia) y emancipación: nuevos movimientos sociales junto con otras contradicciones (género, raza-etnia...) y luchas de frontera: producción/reproducción, política-democracia/economía y naturaleza-sostenibilidad/humanidad. La cuestión que no desarrolla es que la mayoría popular está dentro de los dos campos y son facetas, realidades e identidades que se mantienen interrelacionados con implementaciones diversas en el tiempo y los procesos.
No existen, como bloques estancos, ‘los’ trabajadores, ‘las’ mujeres y las ‘personas de color’ (aquí diríamos, personas precarias o marginadas, especialmente, inmigrantes —de cuatro áreas distintas: latinoamericana, europea del Este, subsahariana y magrebí—). Las mujeres trabajadoras segregadas (o precarias) acumulan los tres rasgos de subordinación, sufren directamente los tres tipos de discriminación y son susceptibles de integrar una acción colectiva y una identidad múltiple e integradora. Hay personas que sufren dos o un proceso dominador en una posición subalterna, pero ese componente de subordinación o discriminación les diferencia de las personas y grupos dominadores o poderosos. La otra cara de la moneda es la segmentación entre esos niveles y la presión derechista y autoritaria para que los de los peldaños intermedios se alíen con los de arriba, aislando a los de abajo.
Por tanto, los segundos (nuevos) movimientos, específicos de una problemática social y cultural (aunque no de forma exclusiva), no son o no representan a la clase media a la que se propondría una alianza popular de clases desde el supuesto movimiento (viejo) de clase trabajadora, representado por el llamado movimiento obrero (o la izquierda tradicional). Éste, en la lógica obrerista tradicional, tendría un supuesto estatus político y simbólico superior, al vincular su lucha económico-laboral como la principal y genuina para avanzar hacia una sociedad más justa o al socialismo democrático. Volveríamos al determinismo economicista, a una concepción de clase trabajadora rígida y excluyente y a una prevalencia de la vieja izquierda, aun en una versión más radical.
No obstante, el movimiento sindical (al igual que los partidos políticos alternativos o de izquierda y la mayoría de los grupos asociativos progresistas y ONG) también es interclasista en parte de su composición y su aparato representativo, mediador y gestor. Su especificidad es que se centra en la problemática económico-laboral, pero ello no da ninguna jerarquía superior en una concepción más multidimensional de la clase trabajadora y, menos, como actor sociopolítico, que incorpora el conjunto de la experiencia relacional y cultural de la gente.
Así, en el campo popular existen personas y grupos con distintas experiencias relacionales, trayectorias comunes y niveles de identificación en diferentes ámbitos socioculturales, económico-laborales y de representación social y política. Se trataría de la tarea de articulación de ese bloque social ‘popular’, aun con una diferenciación de clase o estrato interno; también por la precarización y la infraclase y la subordinación de (la mayoría de) mujeres y gente de color e inmigrante. Con estas matizaciones sobre la diversidad y la pluralidad existentes, comparto la idea de Fraser de que uno de los objetivos fundamentales del análisis es abrir la posibilidad de una ‘alianza contrahegemónica entre las fuerzas sociales que hoy se oponen mutuamente como antagonistas’ (p. 225).
En ese sentido, hay una buena caracterización de las diferencias de estatus del estrato profesional, es decir, de clase media, sensible a ‘identidades’ transversales difuminando su posición de clase, con su propia cultura legitimadora. Ello se combina con el resentimiento de gente trabajadora que le recortan derechos sociolaborales y le precarizan y, como reacción inmediatista, quieren mantener, a costa de otros sectores vulnerables, sus privilegios relativos en otras esferas, cuya pérdida viven como acumulación de descenso social e inseguridad. Constituye el caldo de cultivo del populismo de derechas para su reafirmación autoritario-conservadora.
Por tanto, como señala Fraser, dominación de clase y jerarquía de estatus son parte integral de la sociedad capitalista. La opresión de género o etnia-raza no son superestructurales (o culturales), sino estructurales respecto del orden social institucionalizado: son facetas de la misma gente… popular (y algunas también de sectores oligárquicos). Así, frente a la actitud superficialmente moralizante que hoy impera en los círculos progresistas, afirma que ‘lo que debería distinguir a la izquierda de esas posturas es la atención a las bases estructurales fundamentales de la opresión social’ (p. 228).
En definitiva, hay que reconocer que el racismo y el sexismo no son solo ‘superestructurales’ o culturales, sino ‘estructurales’. Con esa posición se combate la idea tradicional y excluyente de clase trabajadora (a veces identificada con los varones blancos) como opuesta a mujeres, inmigrantes, personas de color… que serían segmentos sin pertenencia de clase trabajadora, cuando en muchos campos son mayoritarios. De ahí se deduce su afirmación de que el ‘reconocimiento y la distribución son fundamentales para este análisis por razones históricas’ y para un proyecto transformador.
Un populismo progresista y de izquierda, antineoliberal y pro socialista
Con la crisis de legitimación del neoliberalismo progresista de Obama y Clinton ha ganado el neoliberalismo hiperreaccionario (del Trump gobernante), frente al populismo reaccionario (del Trump discursivo) y el populismo progresista (de Sanders). Sin embargo, no tiene una plena y segura hegemonía cultural, aunque sí parece firme su bloque de poder.
La alternativa de Fraser es un populismo progresista, según la tradición estadounidense, es decir, popular en su composición, no estrictamente de clase trabajadora sino incorporando a las clases medias (estancadas), y multidimensional, integrando las distintas facetas humanas y movimientos sociales progresivos. Es distinto al concepto de populismo de Laclau en el que, además del antagonismo oligarquía/pueblo como lógica política, tiene una concepción (idealista) de la construcción de pueblo basada en el discurso, como elemento articulador, infravalorando el punto de partida de la realidad social (real): la problemática, los conflictos y las percepciones de la gente en su contexto. En el caso de esta pensadora, desde la investigación del marco histórico y estructural-institucional, basa su orientación política en una distribución igualitaria, a favor de la clase trabajadora, y un reconocimiento justo, con una visión inclusiva y no jerárquica, con una estrategia antineoliberal. Lo contempla como una etapa transitoria hasta madurar un proceso transformador socialista.
Ahora bien, cabría señalar dos aspectos. Por un lado, que la alternativa (estratégica) no solo ni fundamentalmente debe consistir en un ‘programa’ (o un discurso), con la sobrevaloración de su impacto en la conformación del sujeto transformador, sino que significa un proceso de experiencia, dinamización y cambio real de las relaciones socioeconómicas, institucionales y de poder. Por otro lado, que las diversas problemáticas económico-laborales y las discriminaciones específicas de género o etnia-raza pueden ser compartidas, en mayor o menor proporción y profundidad, por gran parte de las clases trabajadoras, que son mixtas respecto de sus variadas subordinaciones e identidades, con reconocimientos y estatus sociales múltiples, aunque dentro de una posición subalterna, global y particular.
Distintos grupos y movimientos sociales progresistas, dejando al margen los nacionales y los conservadores, como adelantaba antes, son transversales, populares o interclasistas, incluyendo también el movimiento sindical. Pero, la composición mayoritaria de sus bases amplias proviene de las clases trabajadoras, entendidas como categoría sociodemográfica de gente subalterna, más o menos precarizadas e ilustradas, aunque la de sus élites o representantes, incluido los sindicatos, suele venir de clases medias, más o menos estancadas. O sea, gente trabajadora con un estatus socioeconómico subalterno participa, tiene y se identifica con esas facetas socioculturales diversas, en el caso del feminismo por la mayoría de las mujeres y gran parte de varones. Y también gente de (nueva y vieja) clase media, meritocrática y más débil o formal en su actitud igualitaria, también es sensible a los problemas de la distribución, la reproducción social y la protección pública. Todo ello de forma asimétrica y con distintos impactos y equilibrios subjetivos, expresivos e identitarios.
Si hablamos de nuevas clases trabajadoras o, mejor, de capas populares, tenemos una configuración objetiva de carácter interclasista —dejando fuera a las élites poderosas— con una participación muy mayoritaria de la gente subalterna o subordinada que es el criterio principal de identificación del estatus social. Con esa interpretación inclusiva y multidimensional, llámese clase, pueblo o bloque social de carácter popular, es más fácil valorar sus interacciones internas desde la diversidad y la interrelación de problemáticas y respuestas que pueden conformar un sujeto plural y unitario. Dejo aparte el significante ‘nación’, con una composición del conjunto de una comunidad, incluido sus oligarquías y élites dominantes, con intereses comunes o identificaciones compartidos frente a otras naciones, y aunque convivan en un mismo territorio y tengan iguales derechos e instituciones que otros grupos con diferentes identidades nacionales.
En definitiva, en esta acepción flexible de clase social (trabajadora, incluida la desempleada y la inactiva) ya está integrada la gran mayoría de la juventud, las mujeres, los pensionistas, las personas de color o los inmigrantes. Además, si se flexibiliza incorporando algunas capas medias (profesionales-expertos-gestores) estancados o descendentes se configuran las clases populares con mayoría trabajadora.
La cuestión problemática es que el nombre ‘clase trabajadora’ distorsiona y genera recelos sobre su significado, así como de las jerarquías internas y las prioridades de intereses e identidades y entre representaciones tradicionales, económico-laborales, y nuevos movimientos, con otras problemáticas sociales, culturales o socioecológicas; haría falta un significante inclusivo y consensuado, además de integrador de lo diverso y multidimensional. Estamos en una fase descriptiva en la que lo más fácil es hablar cuantitativamente del 99%, aunque en realidad habría que decir del 80% que constituyen las capas populares. Es un análisis sociodemográfico, importante, pero no el más relevante.
Para superar la tentación determinista (o idealista) de asociar mecánicamente categoría social con sujeto o comportamiento sociopolítico y cultural, hay que insistir en la importancia de las mediaciones institucionales y culturales, así como la articulación de la experiencia compartida y relacional, que requieren un análisis específico. Los procesos de identificación colectiva, la interacción de las distintas identidades es el punto intermedio y de interrelación entre los dos ámbitos: la situación social de subordinación y la acción democrático-igualitaria-emancipadora. Por tanto, lo más importante para el análisis y el diseño estratégico alternativos se refiere al plano sociopolítico (y teórico) en el que caben las palabras ‘sujeto’ (o actor), movimiento social, tendencia o corriente sociopolítica, en el marco dinámico del conflicto o interacción social.
Este enfoque más relacional, social y crítico es, a mi parecer, el más relevante, al partir de la experiencia compartida de actores y grupos sociales y los procesos de identificación y práctica interactiva o conflictiva por intereses y objetivos comunes vinculados al cambio social democrático-igualitario. Y esta mirada de Fraser, aunque hace alusiones a los procesos de los nuevos movimientos sociales y la nueva izquierda desde los años sesenta, no la desarrolla para engarzarla con su análisis estructural y su alternativa programática. Así, la autora termina expresando su confianza subjetiva en la formación de ese sujeto alternativo al neoliberalismo, posición aceptable como deseo normativo, pero sin abordar sistemáticamente ni combinar suficientemente con su análisis de la sociedad capitalista y su propuesta transformadora.
Una propuesta programática frente al neoliberalismo y el fascismo
Por último, la intelectual estadounidense afirma que (neo)liberalismo y fascismo son dos caras del capitalismo, aunque con normativas distintas y/o contrapuestas en el ámbito sociocultural: liberadora y autoritaria. Su controvertida posición, al situarlos en el mismo plano, prioriza un proyecto de izquierdas para enfrentarse a ambos, cuestión evidente desde una perspectiva renovadora e interpretada de forma no antagónica. Pero hay dos puntos débiles: la sobrevaloración del papel del programa, y la rigidez en la política de alianzas y la definición de objetivos.
En primer lugar, no es suficiente una alternativa discursiva o programática para hacer efectiva una influencia decisiva para condicionar esa pugna, sin caer en el aislamiento de la gente activa o comprometida. Se sobrevaloraría ese componente voluntarista del papel propagandista decisivo de una élite de vanguardia. E, igualmente, los supuestos efectos beneficiosos de la propaganda o el doctrinarismo, defectos significativos en distintos sectores de los movimientos sociales y la izquierda alternativa.
En segundo lugar, la cuestión para dilucidar es la gestión de los acuerdos y desacuerdos, con las distintas variantes y coyunturas de las relaciones entre poder y las fuerzas alternativas (y las intermedias) en los dos planos: la gestión social y política inmediata y la orientación estratégica o ideológica, con el punto de conexión de la formación del actor sociopolítico. Así, si se admiten componentes liberadores en el capitalismo neoliberal, frente a otros regresivos, opresivos o autoritarios, la cuestión es cómo utilizar esa ambivalencia, valorar su legitimidad pública o apoyo social y saber aprovecharlos desde la autonomía propia y sin colaborar con su legitimación de conjunto.
Es pertinente la advertencia de no fijar ahora una alianza permanente y estratégica con el neoliberalismo progresista, aceptando una posición dependiente de las fuerzas alternativas en la tarea de hacer frente a unas fuertes tendencias reaccionarias, pero aún lejos de las dictaduras represivas de entreguerras. Tiene cierto paralelismo en los consensos democráticos europeos, hegemonizados por el centroderecha liberal, frente a las tendencias autoritarias de la extrema derecha. No obstante, la oposición a la involución reaccionaria es también una tarea propia, y más consecuente, de las fuerzas progresistas y de izquierda y, en ese marco, son admisibles acuerdos parciales más amplios que no impidan la crítica y la oposición a las derechas y corrientes neoliberales en distintos ámbitos.
La precaución subyacente a esos acuerdos parciales debe contemplar, tal como he explicado, el carácter doble de ese neoliberalismo, regresivo en unos campos (socioeconómico) y progresivo en otros (socioculturales) y evitar la subordinación de una política autónoma, ya que lo que suele tratar de imponer es su completa hegemonía asociativa, discursiva y de poder. Por tanto, es imperioso afianzar un campo político-ideológico propio diferenciado de la hegemonía cultural y asociativa liberal en los movimientos sociales en los que se dan algunos objetivos compartidos o transversales con el componente progresista del neoliberalismo frente al neoliberalismo reaccionario o el populismo autoritario.
El problema, partiendo de su consideración realista de que los movimientos sociales están hegemonizados por ese pensamiento liberal, es que aunque se les denomine movimientos del 1% y al propio como del 99%, esa autoproclamación es forzada al admitirse que las posiciones alternativas son minoritarias en esos movimientos, en particular en el feminista. Se puede referir a la voluntad de representar a esa mayoría o a que los objetivos propuestos se justifican por estar encaminados a su defensa. Pero siempre con el matiz de que es una interpretación de las fuerzas alternativas, no una posición aceptada o consensuada con el grueso de esos movimientos sociales. Así, no se puede tomar como adversario antagónico a esa corriente dominante y mayoritaria de esos movimientos, con una amplia base popular, bajo la apreciación de que están dominados por las élites neoliberales.
Por tanto, más que por esa caracterización sociodemográfica del 99% y la reafirmación de su carácter social y ‘popular’, sería conveniente su identificación por su dinámica reivindicativa, su perfil sociopolítico y sus principales demandas. En ese sentido, hay distintas opciones utilizables para identificar estos movimientos progresivos, especialmente, el feminista: igualitario, democrático, alternativo o crítico.
El neoliberalismo progresista es un adversario pero, sobre todo, por su primer componente, el regresivo, que impone la subordinación socioeconómica a la mayoría social. Su segundo componente, el progresivo, forma parte de una operación legitimadora del primero y de absorción de una parte popular y, en ese sentido, aunque salgan beneficiados parcialmente o en determinados aspectos algunos estratos sociales (minoritarios), cuestión a no infravalorar, hay que desvelar su sentido para estabilizar ese orden social institucionalizado. Pero, sin que se deduzca directamente de lo dicho por Fraser, confundir los dos aspectos llevaría al sectarismo, el doctrinarismo, el aislamiento de las mayorías sociales y la inoperatividad transformadora, riesgo en el que suelen caer algunos sectores alternativos.
En consecuencia, esta faceta de las alianzas y los blancos en Fraser es algo rígida. Su posición tajante es decir no a los acuerdos con el neoliberalismo progresista, aunque se justifique en el freno al fascismo autoritario. Está clara la necesidad de una autonomía estratégica y discursiva de un campo sociopolítico diferenciado y alternativo. Igualmente, es justa la apuesta por la diferenciación interna en los movimientos sociales, para oponerse al pensamiento progresista-neoliberal, así como a las tendencias autoritarias del populismo reaccionario.
Pero lo que propone, quizá consciente de la debilidad de las capacidades políticas e institucionales de las izquierdas y movimientos sociales progresistas, es solo una alternativa ‘programática’, ámbito en el que es más fácil la diferenciación, cuando el aspecto principal es la relación de fuerzas y la capacidad articuladora y de poder de las diferentes corrientes sociopolíticas, para lo cual se deben considerar la experiencia y las demandas de la mayoría cívica; es decir, la prioridad es la implementación práctica de una dinámica transformadora contrahegemónica (y de contrapoder), conectada a una teoría crítica, no solo de un discurso propio y la separación organizativa. Y, en ese sentido, aparte de un análisis sociológico de las distintas corrientes y expresiones cívicas, se debería cuidar las relaciones complejas de unidad y crítica con los sectores populares progresistas, aun cuando sean moderados o apoyen en determinadas facetas y momentos políticas neoliberales, más cuando se admite que su influjo es mayoritario en los movimientos sociales.
Por tanto, salvando la subordinación ante esa hegemonía neoliberal y evitando su instrumentalización para impedir ser absorbidos por ella, la política concreta y la práctica transformadora depende de en qué medida y aspecto los sectores anticapitalistas o alternativos pueden confluir en acuerdos amplios, no tanto con las élites neoliberales progresistas (o socioliberales y de tercera vía socialdemócrata), sino con mucha gente influida por ellas y sin decantarse por la dinámica de una transformación radical.
El asunto complicado desde el punto de vista alternativo no es solo la diferenciación con la élite del 1%, que domina o representa mediáticamente algunos aspectos de esos movimientos y pertenece al neoliberalismo progresista, sino a la relación, unitaria y crítica, con una amplia base de clase media y algo acomodada o simplemente menos concienciada, de la que se sirve para hegemonizar el proceso. No se puede ir a la idea de clase (trabajadora y potencialmente radical) contra clase (media, con tendencia moderada), por mucho que ese conflicto lo subsuma en el significante 99%, donde solo se excluye a la élite poderosa. El problema de la conformación de una corriente crítica trabajadora-popular autónoma del neoliberalismo progresista es importante y debe basarse en la igualdad real en todas las estructuras sociales de subordinación del orden capitalista, elemento central de diferenciación, también con sectores de las clases medias y su alianza con él.
Al mismo tiempo, como dice la autora, hay que romper también el apoyo de gente trabajadora a los neoliberales reaccionarios, a su militarismo, xenofobia, etnonacionalismo y machismo. Al final, realiza una propuesta programática positiva, ‘elaborar una política transformadora’, pero insuficiente por su inconcreción y sus rasgos voluntaristas. Por tanto, es necesario un análisis sociopolítico realista, en particular de las relaciones de fuerza y de poder y profundizar en una teoría crítica, realista y transformadora.
Conclusión: hacia una teoría crítica igualitario-emancipadora
En definitiva, Fraser aporta, en primer lugar, un interesante impulso a la renovación de la teoría crítica, en particular al análisis de la sociedad capitalista, del orden social institucionalizado y sus contradicciones de fondo, así como las principales tendencias políticas en Estados Unidos, el neoliberalismo reaccionario (el Trump gobernante) y el neoliberalismo progresista (Clinton-Obama) que han vencido, respectivamente, al populismo reaccionario (el Trump retórico) y al populismo progresista (Sanders) con puntos similares y algunos distintos respecto de la realidad europea.
En segundo lugar, tiene muchas sugerencias de interés, aun con ciertas limitaciones, en el campo sociopolítico, en particular su visión flexible y multidimensional de la clase trabajadora y la necesidad de la articulación unitaria de los movimientos sociales dentro de una perspectiva transformadora anticapitalista o de socialismo democrático, con una fase transitoria de populismo progresista.
En tercer lugar, es más discutible alguna de sus conclusiones estratégicas y de alianzas y, especialmente, la problemática que interactúa entre los dos campos anteriores: conformación de un sujeto transformador o, en forma más convencional, la acumulación de fuerzas sociales alternativas para un cambio democrático-igualitario-emancipador. Es lo más débil y menos elaborado y lo que se debería complementar para desarrollar una teoría crítica. En todo caso, en este contexto de débil reflexión teórica y estratégica es saludable esta aportación a la teoría crítica y su debate.
[Antonio Antón es profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid y autor del libro Clase, nación y populismo (ed. Dyskolo)]
25/8/2019
El extremista discreto
El Lobo Feroz
Mi Big Brother me visita
Entró en mi guarida, como siempre, como un ciclón. Mi querido hermano mayor, mi Big Brother. E inmediatamente empezó a abroncarme:
—¿Se puede saber qué te pasa? Hace semanas que no publicas nada, justo ahora que estamos en un momento de efervescencia política…
Y siguió con este rollo hasta que conseguí pararle por el único procedimiento conocido: ofrecerle un poco de whisky. Así y todo, se repetía, me preguntaba si estoy deprimido, y hube de darle alguna explicación.
—Pues mira —le dije—, te veo contagiado de la estupidez general. El impulso renovador de la política ha hecho aguas antes de cristalizar. Olvídate de la mierda de los pactos y no pactos: aquí quien pacta es la derecha, que tiene claro lo que quiere: poder, y sobre todo que no gobierne la izquierda. Y en eso está de acuerdo con la CIA, con la señora Botín y con el Rouco Varela de turno, que no sé quién es ahora pero que seguro existe. Lo que cuenta es el peso de las masas discotequeras y festivaleras cuando medio mundo es emigrante o exiliado, o muerto, y cuando la cuestión ecológica tomada en serio es mucho más y más compleja que el cambio climático, que en mientras tanto se viene anunciando desde hace cuarenta y tantos años y que ahora se pone de manifiesto. Lo que cuenta es un mundo de tatuados que sigue esa moda bárbara por miedo a no ser suficientemente “modernos”. Lo importante es que el opio del pueblo se ha instalado de viernes a lunes en las pantallas y todos los días en todas las emisoras de radio y en la tele. La discusión entre la Liga y la Federación ha puesto de manifiesto el volumen de los dineros que genera el fútbol televisado, que es un soporte estupendo para la publicidad y que asigna el opio en cantidades cada vez mayores. ¡Ah! Y la vergüenza de que ningún futbolista salga del armario —lo que hasta cierto punto es comprensible al estar en activo, dado como son los asistentes a los partidos— ni cuando cuelgan las botas: un hatajo de miedosos que le hacen el caldo gordo a los sexistas. Estoy hasta los cataplines de este país encantado de sí mismo, cuando el único trabajo que hay para los pobres es trabajo de pringaos, mal pagado, sin que ninguno pueda construirse un futuro. Además estoy harto de Messi y de Neymar, Dios les confunda. ¡Por eso no escribo!
Mi Big Brother se fue con el rabo entre las piernas. Seguro que vota a Unidas-Podemos.
28/8/2019
De otras fuentes
Armando Fernández Steinko
De los errores de Podemos a la propuesta federal
Las elecciones generales y autonómicas de 2019 han puesto fin al ciclo de regeneración política iniciado por las Mesas de Convergencia (2010) y el Movimiento 15-M (2011), y que capitalizó electoralmente Podemos un año después. Como sucedió en el período de decadencia de Izquierda Unida, la organización no está siendo capaz de abordar una discusión en profundidad sobre las causas de su rápido declive. Pero la capacidad que desplegó en sus mejores años de sumar más del 20% del electorado en toda España, y de convertirse en la primera fuerza en Cataluña y el País Vasco, dos territorios plurales que contienen la clave para la solución del problema identitario en el conjunto del país, ha sido demasiado importante como para banalizar este experimento político o conformarse con explicaciones personalistas y anecdóticas ¿Qué ha sucedido con Podemos?
Comunicación y realidad
Podemos ha sido un experimento exitoso de comunicación política basado en el uso de un nuevo lenguaje y de una simbología nueva. Ambas cosas son decisivas en política, pero no sustituyen la necesidad de reconocer o identificar la realidad social, sea la que fuere, como el material primario de todo proyecto de transformación. Por mucho que los argumentos comunicativos sea fundamentales para transformarla, se trata de un medio y nunca un objetivo en si mismo. Confundir medios y objetivos genera contradicciones entre lo que se propone y lo que realmente sucede en la sociedad, contradicciones que acaban erosionando el apoyo social poniendo fin a la efectividad de las estrategias comunicativas con el resultado de una vuelta al punto de partida. Este intercambio entre mensaje y realidad es valorado positivamente por el pensamiento postmoderno y se ha exacerbado con la aparición de las fake news y las nuevas formas de comunicación digital, aunque ya estaba muy presente en el período de entreguerras. El término “populismo” utilizado por los dirigentes de Podemos refleja el intento de jugar con el desdoblamiento entre realidad y comunicación. El precio a pagar ha sido una profunda desconfianza sobre los verdaderos objetivos políticos de esta organización. El término "populismo" sólo admite una lectura progresista en el contexto de la realidad latinoamericana y cuando se utiliza en Europa, como lo ha hecho Podemos, se convierte en presa fácil de los enemigos del cambio debido justamente debido a su principal ventaja comunicativa, una ventaja que se convierte en defecto a la hora de abordar la transformación de la realidad.
Pero no sólo hay que identificar o reconocer la realidad social e institucional, sea la que sea, como base de todo proyecto político, sino que, además, hay que aspirar a conocer dicha realidad lo mejor posible para poder cambiarla con garantías de éxito. Conocerla significa tener una idea mínimamente realista de los grupos y de las clases sociales que conforman una sociedad como la española, de sus dinámicas de cambio, de los procedimientos administrativos y presupuestarios que resultan necesarios para gestionar un (gran) ayuntamiento, de las dimensiones y las limitaciones de la estructura económica del país en el entorno internacional real —que no en el deseado—, de la extracción social y la evolución normativa del electorado, como mínimo del electorado propio con el fin de no perder el contacto con él. Los que toman las decisiones en Podemos acertaron en la comunicación política, pero no se han preocupado lo suficientemente ni de reconocer, ni tampoco de conocer la realidad española que aspiraban a transformar.
Extrapolación de realidades diferentes
El segundo de los errores de Podemos tiene que ver con el primero. Fue pensar que la sociedad española y su sistema político, que se encontraban en una situación de grave crisis de legitimidad hacia el año 2010, así como el propio Estado español contemporáneo, son comparables a los de América Latina. España es un país de la periferia sur de Europa, no forma parte del núcleo fundacional de la Unión Europea y su margen de maniobra para dar respuesta a la crisis financiera de 2008 era más bien pequeño como también lo fue y lo sigue siendo para Portugal o para Grecia. La crisis de 2008 produjo un desplome de parte de su clase media, y la proliferación de la corrupción y el turnismo político colocó a sus sistema político e institucional en una crisis sin precedentes. Sin embargo, pensar que este último, que su clase media, que su sistema de partidos y que su propia realidad estatal son comprables en su precariedad a los de los países latinoamericanos, está completamente fuera de lugar. La sustitución del izquierda-derecha por la idea del “arriba-abajo”, de “la gente”, del “99%” o del “populismo de izquierdas” puede que sea una buena estrategia comunicativa, pero no permite describir de forma lo suficientemente precisa la sociedad real como para poder captar sus matices, sus cambios y las contradicciones que hay que identificar para consolidar las posiciones políticas conquistadas electoralmente y ampliarlas. Pensar que el cambio en una sociedad moderna como la española va a venir por medio de una suerte de desbordamiento del sistema político por parte de la ciudadanía o de la “gente” en un movimiento más bien espontáneo e “imparable” dirigido por los hijos sobrecualificados de unas clases medias urbanas desclasadas conectadas con los sectores populares, como sucedió en algunos países latinoamericanos, no se corresponde con la realidad, aún cuando existieran aspectos comunes entre ambas sociedades. Si tenemos en cuenta que dichos experimentos ni siquiera han podido consolidarse en aquellos países una vez que cambio la dinámica económica internacional, resulta aún más dudoso el realismo de esta clase de estrategias importadas desde países tan distintos como los latinoamericanos. Para una sociedad compleja y relativamente estructurada como la nuestra, la guerra de posiciones de Gramsci es una hoja de ruta mucho más realista, aún cuando, quizás, también más aburrida: la acumulación de hegemonías en un proceso más bien largo y complejo basado en el conocimiento particularizado del cambiante tejido social, económico e institucional que se pretende transformar. Para ilustrarlo no se me ocurre ningún ejemplo mejor que el proyecto desplegado por Jordi Puyol para construir, a la vista de todos, una nación moderna en Cataluña con el objetivo final de crear un estado independiente pilotado por las fuerzas conservadoras catalanas. El contenido aritmético-electoral de la idea del “sorpasso”, una técnica comunicativa que hasta ahora no le ha reportado ventajas a nadie que la ha utilizado, no encaja en el tipo de estrategia que requiere la transformación de una sociedad como la española.
Crítica fallida de la Constitución del 78
El tercer error, si se quiere estratégico de Podemos, se deriva de su posicionamiento en relación con la Constitución de 1978. Dicha Constitución es el resultado de una situación de correlación de fuerzas, tanto dentro como también fuera de España, mucho más favorable para la izquierda que la presente. Esto significa que un nuevo proceso constitucional generaría hoy una carta magna considerablemente más regresiva que la actual que, desde luego, es infinitamente más avanzada que el bodrio elaborado para fundar la llamada “República Catalana”. La lista del articulado progresista es mucho más larga de lo que Podemos ha venido sugiriendo a lo largo de estos últimos años, un error del que sólo se dio cuenta cuando ya era demasiado tarde. La Constitución del 78 establece, por ejemplo, el derecho a la educación destinado al desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia (§27); el derecho al trabajo (§35); la obligación de sostener los gastos públicos mediante un sistema tributario justo (§31); que los derechos a la propiedad privada y a la herencia estén delimitados por su función social (§33); que los poderes públicos promuevan políticas orientadas al pleno empleo (§40); que los gobiernos mantengan un régimen público de Seguridad Social para todos los ciudadanos (§41); establece el derecho al disfrute de un medioambiente adecuado y el uso racional de los recursos naturales (§38); la protección del patrimonio, histórico, cultural y artístico de los pueblos de España (§46); el derecho de todos los españoles a disfrutar de una vivienda digna y adecuada (§47) o el disfrute de una pensión de jubilación económicamente suficiente (§50). Además, estipula que toda la riqueza del país está subordinada al interés general y permite intervenir empresas cuando así lo exige este último (§128) y obliga a los poderes públicos a promover eficazmente las diversas formas de participación en la empresa (§ 129). También le confiere al Estado la posibilidad de planificar la actividad económica general para atender a las necesidades colectivas (§131), obliga a regular el régimen jurídico de los bienes de dominio público y los bienes comunales que incluyen las costas y los recursos naturales (§132) y obliga también a la realización efectiva del principio de solidaridad entre las diferentes partes del territorio prohibiendo que en las Comunidades Autónomas se creen privilegios sociales y económicos (§138). Por fin, decreta que las haciendas locales tienen que disponer de medios suficientes para el desempeño de sus funciones (§142), y que la autonomía financiera de las Comunidades Autónomas tiene que ser con arreglo al principio de solidaridad entre todos los españoles (§156). La crítica que se le puede y se le debe hacer al orden constitucional del 78 es similar a la que hacen los franceses, los alemanes o los italianos a sus respectivas constituciones, es decir, el incumplimiento de muchos de sus postulados debido a las políticas económicas aplicadas y a la interpretación que se viene haciendo de la dialéctica entre interés general, derecho a la iniciativa privada y las grandes prioridades del país: la reforma express del §135 apunta en esa dirección. A esto se suma la justificada crítica al desarrollo del Título VIII, que sin duda debe ser reformado pues ha creado un orden institucional que dificulta el cumplimiento de algunos artículos como el 138 o el 156. A parte de este último, que ha facilitado la creación de demos particulares enfrentados entre sí, el verdadero problema de la Constitución de 1978 radica en la tensión, propia de todas las constituciones de los países capitalistas desarrollados y no sólo la española, entre el código civil, que regula la propiedad privada, y los derechos constitucionales de los que disfrutan todos los ciudadanos sea cual sea la propiedad de la que dispongan.
Cuando Podemos y sus grupos afines empezaron a hablar de la “crisis del régimen del 78” pensando que abrían una línea de ruptura política favorable a la izquierda, desarrollaron una crítica ambigua a la Constitución tratándola, sin decirlo siempre abiertamente, como el producto de una involución política y convirtiéndola en una suerte de iniciativa del gobierno de Arias Navarro para evitar la ruptura con el Régimen de Franco. Es verdad: la Transición fue un compromiso con el pasado franquista, pero esto no altera el contenido fuertemente progresista de la parte central de su articulado, sobre todo para los tiempos que corren. La ambigüedad a la hora de abordar la crítica de la Constitución no es casual: resulta de una visión poco nítida de lo que representa el estado moderno y de su casi identificación con el del siglo XIX y con el de la primera mitad del siglo XX. Esta lectura ahistórica del capitalismo y de la modernidad en general, empujó a Podemos a posiciones ultraizquierdistas, a un anticapitalismo junior de chavales de instituto que le llevó a la pérdida a una pérdida adicional de confianza de muchos de los que le habían dado su voto en 2016. Pero las cosas vinieron aún peor, pues esta forma confusa y, en última instancia equivocada de responder a la reforma express del 135, reforzó los argumentos de los independentistas que, por razones distintas, también pasaron a la ofensiva en su crítica de la Constitución. Con esto pasamos al cuarto y definitivo error que podría arrojar a Podemos a la insignificancia política siguiendo los pasos de Izquierda Unida, si se muestra incapaz de dar un giro de 180 grados: el problema nacional.
Problema nacional y síndrome de estocolmo
Todos los errores enumerados culminan en la particular apuesta territorial e identitaria de Podemos, que —como era de prever— lleva el camino de convertirse en su Waterloo. Oriol Junqueras ha alcanzado su objetivo formulado tras el surgimiento del 15-M: impedir la conformación de un movimiento simultáneo y sincronizado en toda España en favor de la regeneración del país y contra las políticas de austeridad por medio de la aceleración de la agenda independentista. Podemos se lo ha puesto fácil a Oriol porque la izquierda española sufre desde hace décadas un síndrome de estocolmo: ha sido secuestrada por el discurso nacionalista mientras alaba a sus secuestradores e incluso piensa que puede utilizarlos para sus propios fines. Para poder jugar este astuto juego necesita congraciarse con estos últimos admitiendo la existencia de similitudes esenciales entre los procesos de descolonización de territorios pobres y subordinados a las potencias occidentales después de la segunda guerra mundial, y la situación que viven las prósperas regiones de Cataluña y el País Vasco en la actualidad. La lectura ahistórica del mundo está muy incrustada en la cultura de la izquierda española, como ya hemos visto, de forma que no le resulta tan difícil apoyar este disparate. Además, la banalización de la realidad histórico-objetiva frente al discurso comunicativo también le permite restarle trascedencia a esta clase de confusiones por partida doble, pues siempre se puede argumentar que dicha banalización es una técnica comunicativa más destinada a ganar votos tanto entre nacionalistas/indepes/confederalistas como entre federalistas convencidos.
Pero esta concesión ideológica incluye el pago de un tributo político elevado pues conduce al argumento, de que el problema nacional en España es, en realidad, un “problema político de falta de democracia”. Aceptar esto último parece enlazar con la crítica ambigua del “régimen del 78” pero lo que hace en realidad es inyectarle un dosis definitiva de legitimidad a los indepes, que es lo que necesitan para internacionalizar el conflicto cubriendo de basura la Constitución del 78, y a pesar de que ha sido ella la que les ha permitido llegar a las puertas de la independencias tal siguiendo el guión de Jordi Pujol. La expresión más acabada de este secuestro es el apoyo de las izquierdas al “derecho de los pueblos a la autodeterminación” sin entrar en detalles sobre la naturaleza de dichos “pueblos”, sin pensar en la posibilidad de que dicho derecho se libre a costa del “derecho” de otros “pueblos” y de miles y miles de ciudadanos expulsados previamente del “pueblo” principal, sin tener en cuenta que son los territorios ricos los que claman el derecho a no ser solidarios de forma similar a como los evasores fiscales reclaman su “derecho” a no pagar tantos impuestos. Nadie parece haberse parado un segundo en Podemos a pensar en las consecuencias que puede acarrear la dinámica autodeterminista para cualquier discurso progresista-solidario, para las clases subalternas catalanas y vascas, para los territorios más pobres de España, para el proyecto de integración europea y para el ambiente político que inevitablemente crearía durante dos o tres generaciones, que España se convierta en otro estado fallido. Nadie parece querer arrostrar las incalculables consecuencias de la destrucción de una unidad estatal en la era neoliberal a pesar de los precedentes de los Balcanes, de Irak, de Siria o de Libia ¿La avestruz que mete la cabeza en la arena?
Si se admiten estos argumentos de los secuestradores, también hay admitir que la lucha social y la lucha nacional van de la mano en España de la misma forma que lo fueron en Cuba y otros territorios similares. Consecuencia: hay que apoyar a los independes en su noble lucha de emancipación nacional, pero no por razones de egoismo territorial, sino porque también se trataría de una lucha de emancipación social. La razón es que, así el truco pretendidamente astuto de los secuestrados enamorados de sus secuestradores, dicha lucha mejorará hipotéticamente las posiciones estratégicas de la izquierda en el conjunto de España pues debilitará a la "oligarquía madrileña" que representaría el principal pilar del "capitalismo oligárquico español". Todavía en junio de 2019 algunos dirigentes de Unidas-Podemos declaraban que “hay que incorporar a Esquerra Republicana a una política progresista de Estado” sin ver (¿aún?) lo más evidente: que el objetivo de Esquerra es romper dicho Estado por todos los medios a su alcance, y utilizando para ello a la izquierda secuestrada, aunque dándole caramelos baratos de republicanismo y antifascismo de salón para que se quede quieta. Unidas-Podemos ha visto en estos caramelillos la confirmación de su astuta estrategia basada en el intento de utilizar a sus secuestradores, aunque sin darse cuenta de que son estos últimos los que tienen el control de la situación, los que acumulan más recursos y experiencia política, en definitiva, los que están utilizándoles a ellos. La ambigüedad del concepto “pueblo”, que sirve tanto para fundamental un demos democrático —"todos somos iguales"— como para fundamental un ethnos excluyente —"el pueblo somos nosotros frente a ellos"— facilita la inversión de los roles impidiendo, pues de ello se trata para los secuestradores- de que los secuestrados no se percaten de la movida durante el mayor tiempo posible, es decir, hasta que sea tarde y sea declarada la independencia. Un amigo de Izquierda Unida me intentaba convencer aún hace algunos meses que el antiguo dirigente de Esquerra Unida i Alternativa, Joan Josep Nuet, en realidad no tenía nada de independentista, que en realidad estaba usando a los indepes para sus incuestionables objetivos progresistas. Pero para cientos de miles de catalanes que le dieron su voto a En Comú Podem y que no cuentan en el proyecto de demos-ethnos de los indepes, las cosas están mucho más claras desde el principio pues, a diferencia de mi amigo madrileño de Izquierda Unida, para ellos no hay sitio para la ambigüedad. Se percatan muy bien de la movida hasta el punto de que muchos prefirieron dar su apoyo a Ciudadanos a cambio de una pizca de claridad en este punto, una claridad que ni siquiera les daba el PSC de Iceta pero que, para ellos, resulta existencial.
Seamos justos: la alianza sentimental con los nacionalistas que engrasa el secuestro de la izquierda viene de lejos y afecta, incluso, a no pocos votantes socialistas que intentan demostrar su progresismo apoyándola con más o menos entusiasmo. El problema es que errores y equívocos como este no tienen consecuencias políticas graves cuando sus protagonistas reúnen menos del 10% de los votos, pero se convierten en sistémicos cuando los apoyos superan el 20%, o cuando se pone en marcha una dinámica tan seria como la del procés, una dinámica que obligó a muchos miles de ingenuos como mi buen amigo a despertar de su sueño, de su ingenuidad. Con un 20% de votos un error así deja de ser un desliz discursivo para convertirse en un elefante metido en en una cacharrería, un elefante con capacidad de contaminar otros análisis como el de la aparición organizada de la ultraderecha en España. Algunos dirigentes de Unidas-Podemos aún decían hace bien poco que “el problema de la ultraderecha en Europa es mucho más grave que el del independentismo en España” o que "gracias a Podemos no tenemos ultraderecha en España" sin caer en la cuenta de que el auge de Vox es, en gran parte, el resultado lógico y previsible de la exacerbación del problema nacional que Podemos no ha sabido ni querido frenar sino que, por el contrario, lo ha venido alimentando desde su condición de secuestrado feliz. El surgimiento de Vox es una prueba más de que la dinámica nacional no lleva en una sociedad como la española al avance en temas de justicia social, sino a una dinámica bipolar que empuja en un sentido justamente contrario. Mientas los dirigentes de Podemos desplegaban esta clase de discursos irreales, sus antiguos votantes lo abandonaban en masa en 2019 como ya lo habían hecho algunos años antes en los bastiones populares del País Vasco y Cataluña.
Hacia la construcción de un nuevo demos
¿Qué hacer? La agenda nacional, cuando se impone en los territorios ricos no arrastrará nunca una agenda de solidaridad y emancipación social tras de sí, y menos aún en un momento hipercompetitivo y neoliberal como el actual. El problema del estado se presenta hoy en un contexto completamente distinto al de antes de la segunda guerra mundial, pues hoy se trata del único espacio institucional con capacidad de hacer frente a los grandes retos sociales, ambientales y políticos a los que se ven abocados sus ciudadanos, incluidas las generaciones venideras. La integración europea ya permite hoy abordar —al menos potencialmente— la solución de problemas conjuntos como la presión de los mercados financieros o las políticas medioambientales, pero hay muchos otros en los que sólo va a poder complementar a los estados antes que sustituirlos: el auge del nacionalismo también sintomatiza, paradójicamente, esta realidad. El que la agenda nacional le haya sido impuesta a las fuerzas progresistas, no justifica que estas puedan esconder la cabeza bajo tierra negándose a afrontar el reto que les impone las circunstancias. En el mundo de la política, los actores no eligen los problemas y las situaciones a los que tienen que hacer frente, y si los nacionalistas han conseguido imponer su agenda tras cuatro décadas de andadura democrática, no sirve de nada decir que “las identidades no importan” o que “las naciones ya no cuentan” sino que hay que recoger el guante, tomar nota del escenario fáctico y tratar de responder con una contra-agenda con capacidad de hacerse hegemónica. Aunque el procés también ha tenido efectos positivos. En primer lugar ha obligado a desbanalizar, por fin, el problema nacional y el llamado “derecho a la autodeterminación” pues los hechos han desvelado un precipicio al que muchos le atribuían una naturaleza inocente, lejana y metafísica. En segundo lugar ha puesto en la agenda política la necesidad de abordar la tarea, pospuesta en 1978 por razones que ahora no vienen al caso, de crear y afinar los pilares identitarios comunes del demos constitucional. En tercer lugar ha obligado a todos a posicionarse frente a la pregunta de si merece la pena o no apostar por mantener un país unido y solidario, y a explicar las razones de su decisión.
La tarea que ahora toca abordar crea un problema para la izquierda que, en parte, explica su intento de esquivarlo durante tantas décadas: en sociedades capitalistas desarrolladas la construcción de un demos exige de un consenso político amplio que va desde la izquierda hasta sectores relevantes de los espacios liberales y conservadores, un consenso que podría erosionar, aparentemente, la agenda progresista. Es verdad que podría ser así, pues la agenda nacional tiende a secuestrar la agenda social como hemos visto. Con una excepción: cuando la construcción de un nuevo demos a partir de otros ya existentes incluye la creación de un espacio de solidaridad en sustitución de otro de competitividad como es el caso que nos ocupa. El problema territorial contemporáneo no surge en España en los territorios pobres que se ven desahuciados en sus recursos y su lengua por los territorios ricos, sino justamente al revés: se trata de territorios, y más concretamente de las clases medias de dichos territorios, que sufren una sensación de inseguridad y depauperación tras la crisis de 2008, y que pretenden abordar la situación reduciendo la fraternidad/solidaridad a los “suyos” siguiendo un patrón muy similar al de los partidos de la ultraderecha europea que defienden el estado del bienestar, pero sólo para los que ellos consideran los “nuestros” en función de criterios étnico-lingüísticos. La razón, por la que el Partido Popular prácticamente ha desaparecido electoralmente de Cataluña y del País Vasco, tiene sobre todo una explicación identitaria pues el objetivo del demos construido en estos territorios bajo el paraguas del Estado de las autonomías era justamente sustituir una identidad por otra y no crear una identidad mixta que refleje la realidad cultural de sus territorios. Pero también tiene mucho que ver con el ultraliberalismo económico del PP —exacerbado aún más en el partido Vox—, un ultraliberalismo que resulta, de facto, incompatible con la construcción de cualquier comunidad política que aspire a ser algo más que un montón de ideas metafísicas como las que proliferaron en el último tercio del siglo XIX en toda España, Cataluña y el País Vasco incluidos. Dicho ultraliberalismo se ajusta a los esquemas identitarios excluyente que hoy se extienden tanto al norte como al sur del Ebro, y que alimentan un orden competitivo como el que una parte de las élites occidentales quieren imponerle al resto del mundo, un propósito que, en su versión más radical, representa Trump, pero que, en versiones más educadas, ha colonizado las cabezas de muchos dirigentes occidentales. Si los sectores foralistas del Partido Popular pretenden recuperar terreno electoral para hacer frente a su caída, es porque el foralismo trabaja con una cierta noción de solidaridad, aún cuando esta guarde fuertes conexiones con el ethnos y se asemeje a la de los nacionalistas. El problema de los liberales es que, si bien apoyan sin fisuras las patas “libertad” e “igualdad” del demos republicano, se abstienen de incluir la tercera de ellas de forma consecuente —la de la “fraternidad”— con lo cual incurren en un republicanismo arcaico más propio de las seudodemocracias liberales del siglo XIX, que de las democracias sociales creadas tras la segunda guerra mundial, en España en 1978. Si los partidos liberales quieren influir en el debate territorial —y en España resultan tanto ellos como los conservadores esenciales para generar los ampios consensos que requiere la construcción de un nuevo demos— tienen que socialdemocratizarse, abrazar la causa de aquellos sectores dentro de al extinta UPyD y de los primeros años de Ciudadanos, que fueron desplazados por los sectores radicalmente liberales. Parece difícil que puedan hacerlo si no sustituyen a los radicales Hayek y a Friedman, por la tradición del liberalismo humanista con vocación de demos representada por autores como John Rawls o Keynes. Hoy por hoy la deriva de Ciudadanos en su acercamiento a Vox y al PP de Casado, no permite ser optimistas en este sentido, aunque los resultados electorales han dejado entrever, que dichos acercamiento puede llegar a costarles mucho más caro de lo previsto y que puede darse en toda Europa una división tectónica dentro del mundo liberal entre radicales y humanistas tal y como sucedió en el período de entreguerras. Obviamente la reivindicación de la fraternidad/solidaridad, que es el eslabón perdido del demos español construido en el siglo XIX, coloca a las fuerzas políticas progresistas en la delantera. Pero no se trata de hacer partidismo: el espacio político —o la suma de espacios políticos— que consiga(n) colocar encima de la mesa una propuesta de demos en la que libertad, igualdad y fraternidad queden asegurados en una suerte de unidad indivisible, conseguirá(n) hacerse hegemónicos en prácticamente todos los territorios pues habrá encontrado la fórmula para darle una salida al problema nacional a largo plazo. Los espectaculares resultados electorales de Podemos en Cataluña y el País Vasco, luego dilapidados con su acercamiento al independentismo, tienen mucho que ver con la esperanza que despertó entre amplios sectores de la población con una identidad mixta, de la que no quieren prescindir en ningún caso. Fueron los votantes de las clases populares los que catapultaron a Podemos al primer lugar en Cataluña pues eran y son los principales beneficiados potenciales de un demos en el que la fraternidad —en definitiva la redistribución de la riqueza— no tenga un papel sólo testimonial. Crear un demos compartido no implica arremeter frontalmente contra los demos autonómicos particulares creados al amparo del Título VIII, y que han alimentado una forma de pensar y de actuar “cuasiconfederal” (Nicolás Sartorius), un sistema en el que todos los territorios, y no sólo los gobernados por partidos nacionalistas, aspiran a establecer una relación bilateral con el Estado siguiendo el principio del “qué hay de lo mío”. De lo que se trata más bien es de sustituir esta forma fragmentada e individualizante de concebir el demos estatal, y que guarda una relación estrecha con el modo neoliberal de concebir la economía, la sociedad y la política, por una visión concebida como “proyecto de toda la casa” parafraseando al liberal Keynes, como la articulación de un nuevo todo solidario a partir de la diversidad de los fragmentos identitarios que se han ido configurando a lo largo del último siglo y medio. En una sociedad altamente desarrollada e interdependiente, estos fragmentos pueden encontrar un acomodo no competitivo y no excluyente cuando la visión es esta que comentamos y no, por ejemplo, la confederal, que a la dirección de Podemos le sigue pareciendo la única posible. En los tiempos de Pi i Margall la abstracción federal fracasó porque se tenía que imponer frente a una sociedad real caracterizada por un tradicionalismo particularista abrumadoramente dominante en una sociedad española, sin apenas comunicaciones, sin un mercado integrado y con una presencia del ethnos en casi todos sus poros y estamentos. Pero la sociedad tradicional y el aislamiento ya han sido definitivamente liquidados por la modernidad, el país se ha convertido en una realidad social y cultural unificada, a pesar de que el estado de las autonomías ha creado una superestructura política que contradice dicha unificación, un espacio único en el que sexos, etnias, religiones y lenguas podrían convivir sin problemas. La burguesía catalana ya no representa los valores civilizatorios del capitalismo frente al inmovilismo de los terratenientes oligárquicos castellanos descrito por tanto y tan brillantes historiadores catalanes, y muchas ciudades españolas se han convertidos en polos de irradiación cultural y modernidad más comunicativos que la Barcelona de los tiempos de Pablo Picasso y Antoni Tapies. No hay nada que legitime la perpetuación de la situación identitaria que hemos heredado del siglo XIX, nada real que impida dar un gran paso cultural y político que entre todos hemos de dar hacia la construcción de un nuevo demos a la altura de la sociedad real que tenemos delante, pues las identidades, como los estados y las naciones, no son naturales sino que se construyen. No sólo se construyen de forma ciega y espontánea con la práctica diaria, sino que se construyen políticamente con ayuda de los medios de comunicación y la escuela pública. La idea “de la casa nacional común”, que enlaza con la idea del “planeta común” y de las “aspiraciones e ideales comunes de liberad, igualdad de fraternidad”, generaría una dinámica conducente a la supresión de espacios territoriales redundantes y competitivos que alimentan la actual mentalidad del chiringuito, de lo mío frente a lo de todos, en definitiva, las formas de pensar que hoy bloquean la aproximación global y solidaria a los grandes problemas de la humanidad. Porque, de la misma forma que el sufragio universal ni borra ni tiene necesidad de borrar las particularidades de género, lingüísticas, raciales, religiosas, étnicas o culturales, sino que, simplemente se eleva por encima de todas ellas para definir un nuevo espacio abstracto que llamamos "ciudadanía" en el que caben todas ellas haciéndolas “iguales”, tampoco es necesario que la diversidad lingüística, cultural, jurídica o idiosincrática que se da en España por razones históricas, tenga que desaparecer con la construcción de un demos basado, eso sí, en la indivisibilidad de los tres valores republicanos. A parte de un consenso básico, que ha de ser construido política y culturalmente en procesos deliberativos en el seno de la opinión pública y en las instituciones y los partidos, resulta fundamental que el gobierno del Estado se convierta en el representante activo de un todo con capacidad de preservar esta pluralidad, y sea cual sea la posición que adopten los propios gobiernos autonómicos. El paso que no ha dado ningún gobierno central todavía es la construcción de capacidades destinadas a hilvanar ese demos único a partir de las particularidades, y no sólo sin destruirlas sino más bien todo lo contrario: implicándose en su preservación activa. Crear un nuevo demos es, por ejemplo, redactar conjuntamente un nuevo relato histórico, cultural, normativo y también lingüístico que es el que tendrían que aprender todos los niños de España sea cual sea el lugar en el que crezcan y vivan. Significa crear una cultura plurilingüe en todo el territorio. Significa construir un discurso compartido por el conjunto de la nación —o de las diferentes “naciones o nacionalidades dentro de la nación”— en el que nadie niegue la naturaleza antidemocrática del golpe de estado de 1936, aunque tampoco el supremacismo y el racismo que anida en determinadas identidades centrales y periféricas que están aún vigentes. Un demos en el que nadie se sienta intimidado por el hecho de que Luis Vives, Santa Teresa, Cervantes o Franciso de Rojas fueran de origen converso, de que el Al Andalus musulmán del siglo XII fuera el momento de máximo esplendor filosófico, científico y cultural de Hispania. Un demos en el que todos estemos de acuerdo en afirmar que es ridículo decir que España ya fuera católica antes del nacimiento de Cristo, que Fray Hernando de Talavera y Bartolomé de las Casas quizás sean referencias normativas más ajustadas al tipo de país que queremos que la del Cardenal Cisneros, que la tradición cosmopolita de la Institución Libre de Enseñanza enriquece a todo el espectro ideológico del país y no sólo a los progresistas, o que la modernización del siglo XIX, y sus consecuencias ideológico-identitarias, no son en ningún caso el punto final de su historia. No será posible hacer nada de todo esto sin re-conocer y sin conocer la realidad española o confundiéndola con otras experiencias históricas, una condición sine qua non para poner en marcha cualquier proyecto de transformación social, ahora y siempre. La utopía es un referente que sirve para definir la ruta en una dirección determinada, pero nunca puede ser un instrumento analítico para organizar de forma efectiva los pasos que hay que dar para acercarse a ella. Concebir el estado español contemporáneo como algo parecido al estado zarista de 1917 o al estado nacido de un golpe de estado de 1936, o confundir la próspera Cataluña del siglo XXI con un país colonizado y ocupado, es alimentar la frustración, alejarse de la realidad que experimentan los ciudadanos todos los días, y anticipar fracasos políticos innecesarios. Construir un demos federal significa, por tanto hoy también un acto de realismo, descolgarse de la ontología y de la metafísica nacional que alimenta el ethnos a costa del demos. Si las fuerzas progresistas tomaran la delantera podrán conectar con zonas muy amplias del país real desplazando su centro de gravitación política más hacia la izquierda. La solución española podría convertirse, además, en una contribución innovadora a la creación de un demos democrático en una Europa con capacidad de gestionar y defender su diversidad. En el mundo competitivo de ahora dominado por visiones particularizadas y unilaterales quizás todo esto recuerde un poco a la guerra de España contra el fascismo, que consiguió aglutinar las esperanzas de humanización para millones de demócratas de todo el mundo.
[Fuente: blog del autor]
23/8/2019
Manolo Monereo
¡Que se vayan todos! El retorno del «momento populista» que nunca se fue
No me preocupa la democracia iliberal. Para combatir el autoritarismo existen muchas personas con buen sentido. Me parece más peligrosa esta democracia liberal totalizadora, impolítica y antipolítica que encuentra cada vez más personas que la asumen.
Mario Tronti
Enric Juliana, con su estilo peculiar de hacer periodismo, en pleno debate de investidura, publicó un artículo cuya tesis de fondo era que se abría un espacio político en España para un Salvini. Unos días antes, Cesar Rendueles escribió sobre lo mismo pero desde otro punto de vista. Creo que es pertinente relacionar el fracaso y la frustración de la investidura de Pedro Sánchez con algo latente, subterráneo que se da en lo que podríamos llamar la recomposición del sistema político español. Vox fue ya un aviso, la decadencia de Podemos fue otro y, en general, una restauración que se impone más por la debilidad de los demás que por la fuerza de un proyecto con un consenso de masas fuerte. Están también los personajes. En sociedades desvertebradas, con partidos políticos débiles, con unos medios de comunicación muy potentes y con la cultura del instante convertida en política, los referentes personales cuentan y mucho. De estas jornadas de debate asombra la falta de grandeza, de sentido histórico, de conexión sentimental de una clase política que empieza a ser vista como problema, como obstáculo fundamental a la solución de los grandes retos y desafíos de nuestro país. Juliana acierta poniendo la mirada en el otro lado de la realidad que los medios ocultan o velan.
Hay que subrayarlo, venimos de un sólido y potente “momento populista” cuyos efectos se viven aún hoy y que, aun habiendo perdido impulso, ha modificado —y de qué manera— el sistema de partidos y marcado con fuerza la agenda política. Conviene recordar que aquí hubo una rebelión social y ciudadana de carácter democrático, pacífico y propositivo que situó en la escena política la necesidad de una renovación sustancial de la democracia y que puso en crisis al Régimen del 78. Las políticas de crisis desvelaron tres cuestiones que determinaron el debate. Primero, que el bipartidismo era un “partido-régimen”; es decir, una forma-poder que estaba de acuerdo en lo fundamental y divergía en lo accesorio. En segundo lugar, que el bipartidismo era una forma de organizar el poder para que mandaran los que no se presentan a las elecciones, la oligarquía financiera y empresarial. Tercero, que la corrupción no era algo episódico, excepcional, singular sino que era el mecanismo básico que los poderes económicos tenían para controlar a una clase política cada vez más subalterna; la corrupción era sistémica. Podemos, su núcleo dirigente, fue capaz, en ese momento, de traducir políticamente todo un conjunto de demandas insatisfechas, de rabia social acumulada, de impotencia por ver, de nuevo, cómo la crisis la pagaban las clases trabajadoras, los jóvenes emigraban y la precariedad se convertía en un modo de vida.
Lo que ha pasado después es conocido. Lo primero, una reacción brutal contra Podemos y su núcleo dirigente en la que se emplearon todo tipo de armas y se usó y abusó de las llamadas cloacas del Estado. Lo segundo, las fuerzas políticas tradicionales tuvieron que acomodarse a la nueva realidad. La agenda la marcaba Podemos exigiendo nuevas políticas y nuevas formas de ejercerla. En tercer lugar, se fue confeccionando una hoja de ruta con temas significativos: reformas constitucionales y proceso constituyente, centralidad de la cuestión social, democracia participativa y lucha sistemática contra la corrupción. El “enemigo” estaba claro, la oligarquía, los poderosos, los que verdaderamente mandaban y controlaban al “partido del régimen”. Si comparamos esta plataforma moral e ideal con la realidad política de nuestro país hoy, se entenderá lo mucho que los poderosos han avanzado en estos años y por qué el impulso del cambio se ha ido agotando.
Hay un asunto que creo que cambió mucho el marco del debate. Es la llamada cuestión territorial; es decir, el proceso secesionista en Cataluña. La fortaleza del movimiento independentista catalán era grande, pero la reacción en el conjunto del Estado fue enorme. Creo que no se han sacado, al menos explícitamente, todas las consecuencias de una situación que generaba una crisis existencial del Estado y una ruptura de la comunidad política catalana. Esto tiene que ver con un tema crucial y durante mucho tiempo despreciado. Me refiero a la cuestión de la soberanía y del Estado nación en Europa. Para decirlo con claridad: retorna en todas partes la reivindicación de la soberanía y se le niega a España. La consecuencia más visible, la emergencia, más o menos difusa, del nacionalismo español como fenómeno de masas y la recomposición de los aparatos e instituciones del Estado cuyo elemento más significativo fue la abdicación del rey. En estos últimos tiempos hemos asistido a una profusión de calificaciones, anatemas e insultos en torno a debates sobre el populismo en Europa y, específicamente, en España. Emilio Gentile ha puesto orden en el asunto reclamando la especificidad de los fenómenos históricos y poniendo en cuestión la jerga impuesta por los agentes de lo políticamente correcto. Vox no es fascismo y, lo fundamental, poco tiene que ver con el populismo de derechas verdadero, es decir, con el de Le Pen o Salvini. Vox es una fracción del Partido Popular, culturalmente nacional-católica que reivindica el liberalismo económico, que defiende a la monarquía y que es, como todas las derechas, ferozmente anticomunista; si se quiere, neo franquismo sin más.
Volvamos al momento populista. Mario Tronti lo ha dicho en un libro sabio y hermoso (El pueblo perdido. Por una crítica de la izquierda): “El populismo es la forma, una de las formas en la que se reproduce periódicamente el problema irresuelto de la modernidad política, la relación entre gobernantes y gobernados”. La novedad es que se da de forma inédita en formaciones sociales post industriales y en sistemas políticos post democráticos. Se trata de un fenómeno muy general y que afecta, al menos, a Europa en su conjunto. Ha sido señalado por autores muy diferentes (Gentile, Mouffe, Mair, Capella, Formenti) que ponen el acento en la crisis de la democracia realmente existente y la transición hacia otro sistema (democracia recitativa, democracias perfeccionadas y limitadas, democracias autoritarias). En su centro, la globalización capitalista y la integración europea; la erosión planificada del Estado nación y la desnaturalización de la soberanía popular percibida por las poblaciones como pérdida de una democracia efectiva, de derechos y libertades reales, impotencia de una ciudadanía sin poder. Solos, débiles y sin futuro. La creación consciente del miedo, es decir, de individuos aislados, sin derechos y vínculos genera inevitablemente demandas de protección, seguridad, justicia y orden en las sociedades. Detrás de un “momento populista” siempre hay un “momento Polanyi” que crea condiciones y posibilita agregaciones. La socialdemocracia (la izquierda) se ha ido configurando, cada vez más, como parte de una clase dirigente cosmopolita, globalista, que, no solo no entiende las necesidades y demandas de las clases populares, sino que tiende a despreciarlas como atrasadas, inadaptadas, ligadas al folklore del patriotismo.
El “momento populista” retorna pero —aquí acierta de nuevo Juliana— desde el otro lado, por así decirlo, desde el populismo de derechas. Hay dos preguntas: ¿por qué? y ¿cómo evitarlo? Mucho tema para un artículo, pero conviene iniciar el debate. A mi juicio, tiene que ver con dos elementos: la debilidad del proceso de restauración en marcha y la homologación de Unidas Podemos. El “partido del régimen” no ha sido capaz aún de organizar un consenso en torno a una reconstrucción del mismo (también en esto la situación de España es similar a otros países europeos). En puridad, este es el gran objetivo de Pedro Sánchez y es lo que ha hecho fracasar la constitución de un gobierno de coalición. El superviviente Sánchez aspira a un PSOE eje de la recomposición del sistema político, capaz de estabilizarlo y hacerlo durar, fortalecer la legitimidad de la monarquía y establecer sólidos lazos con los poderes económicos en momentos en los que el ruido de crisis crece y la geopolítica mundial cambia aceleradamente. En esto tampoco hay que tener dudas; la clave es “reducir la complejidad” y volver, de una u otra forma, al bipartidismo político, a la alternancia, al turnismo. La autonomización de Ciudadanos tiene mucho que ver con esto y no sé si les dará para convertirse en la Liga de España.
Lo de Podemos no es fácilmente comprensible. Una fuerza política que tuvo más del 20% del voto, que modificó, en muchos sentidos, la agenda pública y que fue capaz de representar a una parte muy significativa de las clases populares y, especialmente, de la gente joven, fue mutando de lo que podríamos llamar su plataforma política-programática originaria hacia una “normalización” que la desnaturalizaba y le acercaba, cada vez más, al espacio del PSOE. Lo que está claro es que, en algún momento, el núcleo decisorio de Podemos llegó a la conclusión de que la clave para el futuro de la formación política era “tocar poder”, gobernar con el PSOE. Lo más curioso es que esto se propone en un momento en el que el impulso del cambio se estaba agotando y en el que se entraba en una guerra de posiciones. Lo aclaro. El “asalto a los cielos” se posponía en el tiempo y entrábamos en una fase de “equilibrio catastrófico” donde lo viejo pasaba a la ofensiva y lo nuevo mostraba debilidades muy significativas; debilidades de proyecto, de estrategia, de dirección política. Hablar de guerra de posiciones no significa no hacer política, maniobrar, tomar iniciativas; se trata de poner el acento en construir identidad, inserción social, políticas de alianzas, creación de cuadros y, sobre todo, definir con precisión un proyecto alternativo de país. Claro está, esto requiere tiempo, sufrimiento, sacrificio. Algunos nos preguntamos si para evitar esto se escogió el atajo de gobernar, sí o sí, con el Partido Socialista.
Una de las claves de este proceso (que por cierto se ha discutido muy mal) ha sido aceptar la estrategia discursiva que sitúa en el eje del debate político la contraposición izquierda y derecha. Merece la pena detenerse un momento. Nunca dijimos que esta contraposición no tuviese sustancia social y que no fuera un referente para una parte significativa de la población. Lo que decíamos es que ya no tenía la relevancia que tuvo en el pasado y que había aparecido otra nueva de mayor calado, la que oponía a los de arriba frente a los de abajo. Eso que se llamó después el 99% (el pueblo a construir) y el 1%, la oligarquía que mandaba a través de los partidos tradicionales, entre ellos es PSOE. La transversalidad no era moderación o desnaturalización del conflicto de clases, sino una estrategia discursiva y política para organizar un “sujeto político-pueblo” en torno a un proyecto alternativo; el conflicto de clases se articulaba en torno a la lucha por la hegemonía en la dirección política del país. Seguramente esto hoy requeriría otras formulaciones pero es bueno argumentar el por qué se cambia y, sobre todo, para qué y para quien.
Parafraseando a un clásico, ¿cómo hacer frente a la amenaza del populismo de derechas y cómo combatirlo? La propuesta es siempre más difícil que el análisis y, desde luego, no tengo la soberbia para responder a dilemas que exigen debate colectivo, práctica política y un horizonte de posibilidad que hay que evaluar con detenimiento. Rendueles ha señalado camino y yo solamente aporto atisbos en lo que he escrito en estos últimos tiempos. Lo diré provocadoramente: la mejor forma de impedir el surgimiento y el desarrollo de un populismo de derechas en España sería impulsar lo que muchos de nosotros hemos venido defendiendo desde hace tiempo, un populismo de izquierdas. Más allá de los debates habidos y los existentes, se debe partir de lo sustancial, de lo nuevo, de lo históricamente determinado: la derrota histórica del socialismo, es decir, de la ausencia del proyecto emancipatorio que durante siglos ha definido el imaginario de las clases subalternas. Por eso, el debate del populismo de hoy es diferente al del pasado.
El pesimismo se ha convertido en el principal obstáculo de Podemos. Gobernar o desaparecer ha sido una mala alternativa. Hay futuro si somos capaces de reconstruir, desde abajo, un proyecto colectivo que promueva la autoorganización y la iniciativa colectiva, que se dote de un proyecto de país viable y asumido por las grandes mayorías. Un partido de oposición al régimen que trabajosamente se recompone pero que da muestras de debilidad. Un partido patriótico que combata el nacionalismo, todos los nacionalismos y que defienda la soberanía popular. Un partido republicano que apueste por el autogobierno de las poblaciones, por el constitucionalismo social y el federalismo. Un partido comprometido con las clases trabajadoras y que haga suyo el núcleo rojo de la emancipación social, es decir, una sociedad alternativa al modo de producir, consumir y vivir del capitalismo, el socialismo. Un partido, en definitiva, eco feminista que haga la síntesis cotidiana entre las viejas y las nuevas contradicciones de un mundo que está obligado a salir de una barbarie que parece no tener alternativa.
[Fuente: Cuarto Poder]
28/7/2018
Rafael Poch de Feliu
El discreto entierro del INF
El acuerdo de desarme nuclear más crucial para Europa y los europeos se va al garete en tres semanas entre la abúlica indiferencia de nuestras sociedades
Entre diciembre de 1987 y julio de 1991, la URSS y Estados Unidos firmaron acuerdos de desarme sin precedentes que cambiaron radicalmente la situación internacional. En diciembre de 1987 Gorbachov y Reagan firmaron en Washington el acuerdo INF, sobre fuerzas nucleares intermedias, de alcance entre 500 y 5.500 kilómetros. Aquel acuerdo supuso la eliminación de los euromisiles: 826 de alcance medio y 926 de corto alcance por parte de la URSS, y 689 y 170, respectivamente, por parte de Estados Unidos.
Aunque sólo representaba el 5% de los arsenales nucleares conjuntos, el acuerdo libró a los europeos de una pesadilla y era un inicio para algo más. Atrás quedaba el impresionante “movimiento por la paz”, que, particularmente en Alemania, movilizó a la sociedades europeas con un vigor y una energía inusitados. Sobre aquella estela de sentido común, en julio de 1991 Bush y Gorbachov firmaron en Moscú el primer acuerdo START para una reducción del 40% de los respectivos arsenales estratégicos, es decir de largo alcance.
Además, en noviembre de 1990 se había firmado en París el acuerdo sobre reducción de fuerzas convencionales en Europa (CFE), y la URSS inició enseguida la retirada de tropas de Hungría, Checoslovaquia, República Democrática Alemana y Mongolia. La importancia de todo esto no precisa ser resaltada: se alteró el clima en una Europa dos veces asolada por la guerra mundial en el siglo XX y se desmilitarizaron y normalizaron las relaciones de Moscú con Estados Unidos y China.
Todo esto se va ahora al garete a iniciativa de Estados Unidos, de la mano de dementes criminales como John Bolton. El uno de febrero Washington anunció su abandono del acuerdo INF. El pretexto es la acusación de que Rusia había vulnerado dicho tratado, argumento que nuestra prensa ha divulgado profusamente. La simple realidad es que Estados Unidos violó el INF desde el mismo momento en que, hace ya años, desplegó junto a las fronteras rusas el famoso “escudo antimisiles”. Tras reiteradas protestas de Moscú, siempre ignoradas, Rusia tomó medidas de respuesta que ahora son las mencionadas para justificar el abandono de Estados Unidos.
El procedimiento de denuncia del acuerdo tiene un calendario de seis meses que termina en tres semanas, el uno de agosto. Para los europeos es muy mala noticia, porque volveremos a tener euromisiles nucleares. Los políticos europeos reaccionaron a este asunto enseguida.
En julio de 2018 la canciller Angela Merkel había declarado en una reunión de jefes de estado y de gobierno de la OTAN que el INF era un acuerdo “decisivo para la seguridad euroatlántica”. Siete meses después, en la Conferencia de Seguridad de Munich, la misma canciller calificaba el abandono del acuerdo como “inevitable”. El denostado Putin propuso, ya en febrero, dedicar los seis meses de plazo de salida del acuerdo para renegociar el asunto conjuntamente con Estados Unidos y China, y el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, anunció que haría todo lo posible por “salvar el INF”. En realidad nadie hizo nada.
Todo esto es dramático, pero aún lo es más si se atiende a lo que el comentarista alemán Leo Ensel, define como “un desastroso frente popular de la ignorancia, la indolencia y la conveniencia”. La pasividad social ante este peligroso desastre, al que probablemente seguirá la denuncia del acuerdo START cuando expire su vigencia en 2021, es inaudita. En los primeros años ochenta toda Alemania estaba revolucionada por los euromisiles. Hasta en Alemania del Este había un “movimiento por la paz” que protestaba contra el despliegue de los SS-20 soviéticos y no solo contra los Pershing americanos. La Iglesia Evangélica se volcaba, en las dos Alemanias, en la campaña por el desarme. Los verdes, que entonces eran un partido de izquierdas que acababa de llegar a las instituciones, sin nada que ver con el actual partido belicista actual de burgueses neoliberales, tenían una posición principal. En Inglaterra estaba en marcha la Campaña por el Desarme Nuclear (CDN), el movimiento entonces liderado por el historiador E. P. Thompson que había fundado en los cincuenta el magnífico Bertrand Russell… ¿Dónde están los equivalentes de hoy, esos intelectuales, esas iniciativas civiles? Quizá viendo series tontorronas en la televisión a la carta. ¿Y los jóvenes?, enfrascados en su teléfono móvil. Ni siquiera la estupenda iniciativa Fridays for Future ha sido capaz de relacionar este peligro nuclear concreto con la protesta contra el cambio climático. En tres semanas se da una tremenda involución y aquí nadie se entera.
P. S. Más sobre Assange: ¿Se acuerdan de la jueza Emma Arbuthnot? Fue la que declaró a Julian Assange extraditable a Estados Unidos tras una vista de 15 minutos en la que caracterizó al disidente occidental encarcelado número 1 como “un narcisista incapaz de ver nada más allá de su propio interés”. Pues bien, la prensa británica ha destapado un pequeño asunto que ilustra el ambiente que rodea a esta magistrada. Su marido, lord Arbuthnot, es un reputado reaccionario que fue ministro de Defensa, acérrimo atlantista, con excelentes conexiones en el Pentágono, que es quien manda en la persecución y calvario de Assange, y, por supuesto, antiguo presidente del “grupo de amistad Reino Unido-Israel” en el parlamento de su país. Lord Arbuthnot fue entusiasta corífero de Tony Blair en la venta de las mentiras de la guerra de Irak y se le conocen sonadas tomas de posición contra Edward Snowden, el disidente occidental exiliado número 1 y el hombre que demostró la existencia de Big Brother y su encarnación en la NSA. Pues bien, este señor resulta ser socio de una empresa de “inteligencia económica” que tuvo como cliente a la empresa neoexplotadora americanoide Uber. Resulta que el alcalde de Londres, Sadiq Khan, logró echar a Uber de su ciudad, pero la empresa recurrió y ganó el pleito, por lo que su actividad vuelve a ser legal en Londres, gracias a un fallo... de la jueza Emma Arbuthnot. La independencia de esta jueza experta en diagnosticar “narcisistas” en quince minutos, ha quedado, así pues, en entredicho por la actividad de su marido a favor de Uber, pero ¿y sobre Assange? ¿Tienen algo que ver los contactos y servidumbres de su marido con su luz verde a la extradición? Después de todo, los ministros de defensa de Gran Bretaña son, por definición, aventajados vasallos del Pentágono. La pregunta es retórica y la realidad, como suele ocurrir, seguramente supera con creces todas nuestras ingenuas sospechas, aunque de eso nos enteremos treinta años después.
[Fuente: Ctxt]
8/8/2019
Diego Fusaro
Debate en España
Me gustaría responder rápidamente a dos de los ataques que recibí tras mi entrevista en El Confidencial. Dos ataques que me han impresionado por su hostilidad casi personal. El primero proviene de una independentista catalana que responde al nombre de Alba Sidera Gallart, la cual ha escrito un artículo donde esencialmente, en tono venenoso y, obviamente, sin examinar ninguna de las tesis que defiendo en mis libros y en la entrevista misma, se echa a gritar sin ningún comportamiento argumentativo diciendo que soy un fascista y que soy el caballo de Troya de la extrema derecha; obviamente, es el clásico quod erat demonstrandum, la forma clásica de demonizar al interlocutor para no tener que enfrentarlo. Se difama como fascista y, puesto que con los fascistas no se discute, se evita tener en cuenta la tesis o las tesis que nuestro interlocutor defiende. Una táctica tan antigua como el mundo, que sirve esencialmente para proscribir en lugar de refutar; esta es la prueba de la pobreza del debate de ciertas izquierdas fucsias que, además de haber traicionado a Marx y Gramsci, también han traicionado a Sócrates y al diálogo filosófico, prefiriendo el equivalente de la porra de los fascistas que hoy es la difamación, la demonización y el silenciamiento. Obviamente, a la señora en cuestión —que defiende la independencia catalana y, por lo tanto, ella también lleva adelante una forma de soberanismo identitario contra la globalización y contra el Estado nacional español, en este caso— ni siquiera se le ocurre comprender que sus mismas tesis podrían ser atacadas de la misma forma que las mías. Es decir, por llevar a cabo un discurso de identidad cultural y de soberanía contra la desoberanización globalista y contra los poderes representados en este caso por el Estado español. Básicamente, si los demás defienden la identidad no es bueno, mientras que si la defendemos nosotros está bien hecho. De modo que ella puede defender tranquilamente la identidad catalana y difamar a todos los demás pueblos que defienden la suya. Naturalmente, la hostilidad del artículo requeriría que interviniéramos con la misma hostilidad, pero nos saldríamos fuera de toda conversación filosófica, en la que ya no estamos, y nos asentaríamos en el puro insulto y en el grito. Puesto que no estamos interesados en este aspecto, nos limitamos a señalar lo que ya hemos dicho: que no somos fascistas, no somos de extrema derecha, simplemente no estamos alineados con las izquierdas fucsias que se creen las únicas que tienen el derecho de hablar y difamar como fascista a todo lo que no está dentro de su plano sub-cultural. De modo que, para ellas, también Gramsci y Marx serían esencialmente fascistas. Certificamos que naturalmente no somos ni fascistas ni de derechas, somos simplemente discípulos críticos de Marx y de Gramsci y seguimos llevando adelante su discurso. El problema es que el discurso de Marx y Gramsci es exactamente lo que combaten las izquierdas aliadas del capital cosmopolita y de la internacionalización bancaria y financiera; de las que las izquierdas fucsias son las muletas. En cuanto al otro crítico, que se llama Steven Forti y es de origen italiano, él también ha intervenido en varias ocasiones con un tono polémico, obviamente sin siquiera examinar ninguna de las tesis que yo defiendo. Este último repitió en varios artículos, como la polemista anterior, que soy fascista y de extrema derecha, que apoyo al gobierno de Salvini, que estoy totalmente alineado con la derecha porque me refiero constantemente a la soberanía nacional. Pues bien, quiero aclarar que no estoy en absoluto alineado con el gobierno de Salvini, del que critico, por ejemplo, el uso de Margaret Thatcher como referente, que yo considero como el enemigo número uno de las clases trabajadoras. Por ejemplo, del gobierno de Salvini critico duramente la política exterior: una política exterior que apoya a Bolsonaro en Brasil. Bolsonaro no es un soberanista populista, sino un títere, un Siervo de Washington ultraliberal. Fusaro critica a Salvini y a la política exterior salviniana también por el apoyo que le da a Israel: un Estado canalla desde el punto de vista de Fusaro, un Estado imperialista aliado de la monarquía del dólar, y luego, por supuesto, Fusaro critica incondicionalmente la política exterior de Salvini sobre el caso de Venezuela. Salvini apoyó a Guaidó, el golpe de estado organizado en Washington; Fusaro, en cambio, apoya totalmente primero a Chávez y luego a Maduro como experiencias de un patriotismo socialista antiglobalista y antiatlantista, por lo que, desde este punto de vista, estoy absolutamente en contra de la política exterior de la Liga. Si bien reconozco que, peor que el gobierno “amarillo-verde” (el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga) populista y soberanista, solo hay todo lo demás, principalmente las izquierdas fucsias que son las principales aliadas de la Unión Europea, del capital atlantista, y así sucesivamente. Además, quiero señalar al señor Steven Forti, que dice que soy fascista porque recupero la soberanía nacional, le quiero decir socráticamente lo siguiente: estimado señor Forti, ¿qué Estado, qué experiencia de comunismo en el siglo veinte se ha dado fuera del Estado soberano nacional? ¿Acaso no fue el Chile de Allende un Estado soberano nacional? ¿Acaso no fue también la Unión Soviética una forma de "socialismo en un solo país", como se le llamó? ¿Las democracias socialistas escandinavas no se realizaron en el marco de los Estados soberanos nacionales? Y el lema de Fidel Castro y Che Guevara "patria o muerte" en Cuba ¿acaso no fue el emblema no del fascismo, sino de un socialismo patriótico con una identidad y una base antiglobalista? El mismo Evo Morales en Bolivia, con el programa de las nacionalizaciones, ¿acaso no es una experiencia gloriosa de socialismo patriótico? Obviamente, el señor Forti no contestará porque prefiere gritar como hacen los niños miedosos en la oscuridad, prefiere tacharme de fascista en lugar de analizar mis tesis. Pero, al fin y al cabo, los elementos que he mencionado aquí son la prueba de lo que he venido defendiendo durante algún tiempo, es decir —para permanecer en el ámbito español— como dice Don Quijote: "Si nos ladran, Sancho, es porque cabalgamos". Y estas reacciones descompuestas de las izquierdas fucsias son la prueba de lo que, en resumidas cuentas, ya sabíamos desde hace tiempo: "el mensaje es inadmisible cuando el destinatario es irreformable". Y, aún más, no puede haber cabida para la reflexión crítica en cierta izquierda que no quiere discutir estas tesis, porque si las discutiera debería cuestionar o, como diría Husserl, hacer epoché sobre sí misma y criticar todo lo que ha sido en los últimos treinta años. Porque, seamos sinceros, en los últimos treinta años toda victoria de las izquierdas ha sido una derrota de las clases trabajadoras. Las rotundas derrotas de la clase obrera ocurrieron cuando en Italia estaba D’Alema, cuando en Francia estaba Mitterrand con sus políticas de austeridad, cuando en Inglaterra estaba Tony Blair. Por lo tanto, como pueden ver, hay algo equivocado en el paradigma de la izquierda. Mi tesis es que el paradigma de la izquierda es ahora, de hecho, un paradigma totalmente inclinado hacia el cosmopolitismo liberal, que ha abandonado la causa de los derechos sociales —los derechos de la comunidad y del trabajo— para adherirse a los derechos civiles, como se les llama, que son, en realidad, los caprichos individualistas de consumo de las clases dominantes, que quieren todos los derechos que pueden comprarse concretamente. En resumidas cuentas, estamos ante una especie de aplanamiento integral del citoyen sobre el bourgeois, como diría Marx, es decir, del ciudadano sobre la figura del consumidor, como diríamos hoy más correctamente. Por lo tanto, las izquierdas terminan siendo el brazo cultural y político de la derecha financiera liberal. Quiero agradecer a Manolo Monereo, uno de los comunistas históricos españoles, por el interés que ha demostrado defendiendo mis tesis, esta es la prueba de que el verdadero comunismo, el de Marx y Gramsci y de quienes los siguen fielmente, no puede dejar de aprobar una posición centrada en los derechos sociales y en la soberanía nacional como base del bienestar y de la defensa del trabajo contra los mecanismos diabólicos del capital cosmopolita. También agradezco a Pablo Iglesias de Podemos por haber abordado estos temas varias veces. Por último, le doy las gracias a Daniel Bernabé, quien ha escrito un hermoso libro sobre los derechos civiles como camuflaje de los izquierdistas que han renunciado a los derechos sociales, sobre cómo se fragmenta a la clase trabajadora. Un libro muy bonito publicado por la editorial Akal que he leído y me ha impresionado mucho por la lucidez de su análisis.
[Fuente: El Viejo Topo; traducción de Michela Ferrante Lavín]
9/8/2019
Manolo Monereo
La dictadura de lo políticamente correcto y sus agentes
Todo comenzó en la mañana de ayer. Tuve conocimiento de un tuit de mi amigo Víctor Lenore diciendo que Fusaro convocaba una manifestación en Roma para el 12 de octubre con el lema “Liberemos Italia” y que yo acudiría. Enseguida pensé en lo que me vendría encima. Efectivamente, no tardaron en aparecer los de siempre, directamente al cuello y al honor personal. Son los mismos que nos masacraron a Héctor Illueca, a Julio Anguita y a mí. Se trata de un discurso disciplinario basado en la manipulación, en un engaño que oculta sus verdaderas intenciones. Algunos de nosotros nos sentimos bajo vigilancia. El verdadero objetivo no es otro que impedir el surgimiento de una izquierda patriótica, soberanista y socialista en España.
Enseguida retuiteé la página web en la que se convocaba la manifestación del 12 de octubre. Reproduzco la traducción del manifiesto y la convocatoria:
Liberemos Italia
¡Salgamos de la jaula de la UE! ¡Recuperemos la soberanía monetaria! ¡Reconquistemos la democracia! ¡Apliquemos la Constitución de 1948! ¡Trabajo y dignidad para todos!
Italia está en un punto de inflexión. O las exigencias europeas son rechazadas de una vez por todas o el declive del país será imparable.
La pobreza, el paro y el empleo precario pueden y deben de acabar, pero las normas europeas nos impiden hacerlo. Las mismas, mientras garantizan los derechos a las finanzas privadas y especulativas, impiden a los Estados la posibilidad de perseguir el bien común.
Al pueblo italiano se le quieren negar todos los derechos, incluso el de salir de la crisis. Para la UE la única política permitida sigue siendo la de los sacrificios, mientras que la Constitución de 1948 es atropellada por los modernos carros armados jurídicos y financieros euro-alemanes.
Es hora de salir de esta jaula. Italia tiene los recursos y los medios para salir de la situación a la que fue condenada, hace casi treinta años, por una clase política irresponsable y corrupta.
Italia puede y debe hacerlo. Las ideas y las propuestas para salir de la crisis existen. Es hora de unir a todas las fuerzas disponibles para un gran proyecto de renacimiento. Es hora de vencer el miedo propagado por las élites dominantes (por ejemplo el del spread) para que nada cambie.
La liberación es posible, pero hay que creer en ello.
Se hará realidad solo con la movilización popular.
Invitamos a todos los que se reconocen en los valores del patriotismo democrático y constitucional a participar en la manifestación del 12 de octubre. Una manifestación abierta e inclusiva, para decir mientras tanto dos cosas : luchar es necesario, ¡vencer es posible!
¡Liberemos Italia!
A la manifestación no se admitirán símbolos de partido, sino sólo la tricolor de la República.
Como se puede ver, se trata de un manifiesto que defiende la soberanía popular, desde la Constitución italiana de 1948 y se opone a la Unión Europea y a sus políticas basándose en un patriotismo democrático. Se puede estar de acuerdo o no y se les puede calificar de muy diversas formas, pero defienden el Estado nación, la democracia republicana y se oponen resueltamente al euro. ¿Qué hace Fusaro? Se suma a esta convocatoria, es decir, a un manifiesto que proponen personas pertenecientes a un soberanismo de izquierdas enfrentado al populismo de derechas que representa Salvini.
La manipulación es descarada pero eficaz. Primero, se demoniza a una persona: Fusaro es fascista. Segundo, lo que apoya Fusaro es fascismo; como lo apoya Monereo, es también fascista. Se ve, con claridad que no conocían ni la convocatoria ni el contenido del manifiesto; los insultos fueron lo primero y resultó difícil rectificar. He sido descalificado, insultado y amenazado. Me da rabia tener que decirlo: soy un antifascista consciente, al menos, desde los 18 años. Milito en el comunismo desde hace 46 y mi patrimonio moral e intelectual está fundado en Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti.
La dictadura de lo políticamente correcto existe y tiene sus operadores. Ellos definen lo correcto y lo incorrecto y machacan, literalmente, a los que se oponen a ese discurso dominante. No soportan una izquierda incorrecta y revolucionaria. Difaman con el nombre de fascismo a los que criticamos a la UE, a la oligarquía financiero empresarial que la dirige y a la hegemonía alemana. Confunden y manipulan porque no soportan que, una vez más, la historia no vaya por donde ellos piensan. Es la misma izquierda que destrozó al Partido Comunista Italiano, que hizo posible a Salvini y que favoreció al Movimiento 5 Estrellas.
[Fuente: Cuarto Poder]
6/8/2019
Rafael Poch de Feliu
Vergonzoso silencio en torno al calvario de Julian Assange
Los mismos que nos entretuvieron con el gato, el patinete y la suciedad en los pasillos de la embajada, han ignorado voluntariamente el informe del relator de la ONU sobre la tortura sicológica y persecución de nuestro disidente encarcelado número 1.
El relator especial del Alto Comisariado para Derechos Humanos de la ONU, el suizo Nils Melzer, logró en mayo obtener permiso para visitar a Julian Assange en la prisión británica de alta seguridad de Belmarsh. Melzer y dos reputados expertos médicos, uno de ellos siquiatra y el otro forense, reconocieron a Assange. El 31 de mayo, hace más de un mes, el relator divulgó las conclusiones del peritaje médico realizado.
Melzer es profesor de derecho internacional en la Universidad de Glasgow y no era en absoluto un admirador del fundador de WikiLeaks. De hecho, solo aceptó la misión que le encomendó la ONU después de que los abogados de Assange y una doctora apelaran en dos ocasiones solicitando un peritaje al Alto Comisariado de la ONU.
“Como la mayor parte del público, yo fue inconscientemente contaminado contra Assange por la incesante campaña de desprestigio durante años orquestada, pero una vez metido en los hechos de este caso lo que encontré me llenó de repulsión e incredulidad”, explica.
“Assange fue sistemáticamente calumniado (como 'violador', 'agente ruso', 'hacker' y 'narcisista') para desviar la atención de los crímenes que expuso. Una vez deshumanizado por el aislamiento, el ridículo y la vergüenza, al igual que las brujas que solíamos quemar en la hoguera, era fácil privarlo de sus derechos más fundamentales sin provocar indignación pública en todo el mundo”. Llegamos así al dictamen del equipo de Melzer sobre el trato infligido a Assange. Es inequívoco.
“Durante un periodo de varios años, Assange ha sido expuesto a graves e incrementadas formas de trato o castigo, inhumano o degradante, cuyos efectos cumulativos solo pueden ser descritos como tortura sicológica —ha escrito Melzer—. En veinte años de trabajo con víctimas de guerra, violencia y persecución política, nunca me encontré con un grupo de estados democráticos compinchados para aislar, demonizar y abusar deliberadamente a un individuo durante tanto tiempo y con tanta despreocupación por la dignidad humana y la legalidad.”
Nils Melzer envió sus conclusiones en forma de tribuna a los diarios australianos Sydney Morning Herald, Camberra Times y a los habituales anglosajones de Europa y América, Financial Times, The Guardian, The Telegraph, The New York Times, The Washington Post, al semanario Newsweek y otros. Ninguno de ellos publicó una línea. En su día todos ellos nos informaron con detalle de los excrementos de Assange en las paredes de la embajada ecuatoriana en Londres, de su patinete y de su gato. En España los principales medios también ignoraron el asunto por completo. El informe Melzer llegó discretamente a las digitales de El Mundo y La Vanguardia (solo el primero mencionaba la palabra “tortura” en el titular), con cero referencias en los demás. En los últimos treinta días, la prensa establecida española ha mencionado a Assange lo menos posible.
En todo el mundo occidental los medios de comunicación participan voluntariamente, vía el silencio y la denigración, en esa “persecución colectiva” denunciada por el relator de la ONU y cuyo principal motor se encuentra en el Pentágono, según fuentes de la administración Obama en declaraciones al abogado Geoffrey Robertson.
En la última cumbre del G-20, el primer ministro australiano (Assange es australiano), el conservador Scott Morrison, no mencionó el caso Assange en su entrevista con Donald Trump, manteniendo así la línea de su predecesora laborista, Julia Guillard. El Ministro de exteriores británico, Jeremy Hunt, ha definido el silenciado informe de los expertos de la ONU en tortura como “acusaciones inflamatorias”.
Julian Assange es el disidente encarcelado número 1 de Occidente, como Edward Snowden es el exiliado número 1. Actualmente Assange está pendiente de ser extraditado por el Reino Unido a Estados Unidos donde se arriesga a una sentencia por espionaje de hasta 175 años de cárcel en el tribunal del distrito Oeste de Virginia donde nunca un acusado por asuntos de “seguridad nacional” ganó el caso y fue absuelto.
La suerte de Assange es un retrato del mundo de hoy, del pésimo estado de las democracias, del poder de la propaganda del establishment y de la apatía de los movimientos sociales en Europa.
[Fuente: Ctxt]
1/8/2019
Juan Francisco Martín Seco
De la bajada de impuestos a «Madrid nos roba»
En el artículo de la semana pasada, entre otros, señalaba cómo la Unión Monetaria impone una serie de limitaciones a los gobiernos, dejándoles poco margen para que la orientación de sus políticas económicas diverja. La distinción entre izquierda y derecha se diluye. Quizás sea en el campo de la política fiscal y tributaria donde aparentemente las diferencias podrían ser mayores, al menos en el relato. El nombramiento de la presidenta de la Comunidad de Madrid, y su anunciada bajada de impuestos, ha hecho surgir opiniones muy encontradas y discursos muy diversos, dando la impresión de que existen en la política planteamientos antitéticos.
Para comenzar, habrá que afirmar que en esta materia se da una gran confusión, mezclada con un cúmulo de intereses. La mayoría de los tertulianos y creadores de opinión son favorables a la bajada de impuestos. Es probable que casi todos ellos estén pensando en su propio bolsillo, y para justificar su posición hacen afirmaciones de lo más peregrinas. No hace mucho escuché por radio a un líder actual de las ondas hacer una entrevista al secretario general de uno de los principales sindicatos. Se refería este último a la existencia de más de seis puntos de diferencia entre la presión fiscal española y la media de la UE. El periodista, supongo que llevado por sus prejuicios en esta materia, le objetó que había otra forma de elevar la presión fiscal diferente a subir los impuestos, la de potenciar la actividad económica, y mostraba con ello el desconocimiento que tiene acerca de este concepto.
La presión fiscal se define como una fracción cuyo numerador es la recaudación impositiva y el denominador la producción o la renta. Potenciar la actividad económica con toda seguridad incrementa la recaudación fiscal, es decir el numerador, pero debido precisamente a que se ha aumentado el producto y la renta, es decir el denominador, con lo que la presión fiscal se mantendrá más o menos estable. Para elevar esta última variable solo existen dos caminos, subir los impuestos o combatir el fraude fiscal. En ambos casos se trata de drenar recursos al sector privado para trasladarlos al público. Hay una socialización, aunque parcial, de la economía. Bien es verdad que esa socialización es relativa. Buena parte de lo que se detrae al sector privado en forma de impuestos retorna a la sociedad, primero, en forma de trasferencias y prestaciones sociales y, segundo, en forma de bienes y servicios públicos; aunque en ambos casos, seguramente, no a los mismos ciudadanos a los que se les ha gravado, o por lo menos no en la misma medida, y tal vez sea esto último lo que molesta a los extractos más favorecidos de la sociedad. La socialización es también relativa porque, en la actualidad, muchos de los bienes y servicios públicos son gestionados a través de empresas privadas.
Hay quienes mantienen un discurso demagógico. Con la intención de proclamar la fuerte presión fiscal que según ellos soportamos, dividen el año en dos mitades. Solo en una de ellas trabajamos para nosotros; en la otra, para Hacienda. Olvidan hasta qué punto toda nuestra vida precisa del espacio y el contexto que el Estado crea y de los bienes y servicios que proporciona. Es más, estos últimos resultan tanto más necesarios que los privados, que en muchos casos sin el concurso de los públicos serían inviables.
Todo esto se encuentra en el orden del discurso, de la teoría, de la ideología, pero, ¿qué ocurre en la práctica? La realidad es que las políticas fiscales aplicadas por Aznar y Zapatero, por ejemplo, apenas presentan diferencias, como no sea que la de este ha sido incluso más regresiva que la de aquel: eliminación del impuesto sobre el patrimonio; sucesivas rebajas en el IRPF, que no solo redujeron la recaudación sino que hicieron al impuesto más regresivo; o las múltiples modificaciones en el impuesto de sociedades, casi hasta vaciarlo de contenido para las grandes corporaciones. En el extremo, llegaron incluso a hablar de tipo único en el IRPF, algo a lo que no se ha atrevido ningún partido de derechas, y cuya aplicación —por supuesto— resulta inviable. Paradójicamente, los gobiernos de Rajoy tuvieron que instrumentar una política fiscal mucho más dura, seguramente no por convicción sino por necesidad debido a la crisis económica. Es muy probable que la derecha mediática y económica no se lo haya perdonado nunca y una de las razones por las que ha sido tan criticado por los suyos.
Se podría pensar que en Europa la falta de armonización fiscal origina políticas fiscales muy heterogéneas, lo cual en principio puede ser cierto, pero ello obedece más a diferencias entre los países que al signo político de los gobiernos. Países como Luxemburgo, Irlanda, Holanda y, últimamente, Portugal actúan a menudo, ante la pasividad de la UE, como paraísos fiscales ejerciendo el dumping fiscal. Pero precisamente esa competencia desleal va conformando una especie de armonización fiscal automática, solo que a la baja, porque todos los países terminan rebajando impuestos para no perder competitividad. Si se examina con detenimiento la evolución de los sistemas fiscales de los Estados se observa como todos ellos, en mayor o menor medida, han ido derivando hacia estructuras más regresivas. Incremento de los impuestos indirectos y reducción de los directos; disminución del gravamen sobre el capital y del impuesto de sociedades; exenciones y rebajas, cuando no eliminación, de los impuestos de sucesiones y patrimonio; y minoración tanto de los tramos como de los tipos marginales altos de la tarifa del impuesto sobre la renta, con lo que este tributo ha perdido progresividad poco a poco.
En el caso español existe un agravante, el Estado de las Autonomías y la creciente asunción por estas de la llamada responsabilidad fiscal y de la autonomía normativa. Especialmente desafortunada fue la cesión de los impuestos de patrimonio y de sucesiones y donaciones. El modelo europeo se repite con todos sus defectos, pero a una escala geográfica mucho más pequeña con lo que los resultados son aun más negativos. Las distintas Comunidades Autónomas entran en competencia acerca de quién baja más los tributos y todas —quieran o no quieran— no tienen más remedio que reducirlos.
La promesa de la nueva presidenta de la Comunidad de Madrid de bajar los impuestos en esta autonomía, ha hecho que desde el resto de las Comunidades Autónomas, especialmente desde las gobernadas por el PSOE, hayan surgido voces indignadas y muy críticas. Tanto Ximo Puig desde Valencia como Adrián Barbón desde Asturias han gritado que en España no tiene sentido que haya paraísos fiscales ni competencia tributaria entre autonomías. No corresponde al espíritu de la Constitución, afirma el asturiano.
Sin duda todas estas críticas tienen razón. No tiene sentido ni quizás esté en el espíritu de la Constitución, pero por desgracia sí está en la letra y en la ley. El Estado de las Autonomías, al menos como se ha ido concretando pacto tras pacto y normativa tras normativa, genera contradicciones sin cuento y no es la menor la de las discrepancias fiscales que se producen entre los territorios, estableciéndose entre ellos una competencia desleal. Pero habría que preguntar a los que ahora se quejan si están dispuestos a dar marcha atrás en el proceso y a renunciar, por ejemplo, a la capacidad normativa de las Comunidades Autónomas.
Menos razón tiene el vicepresidente de la Comunidad de Madrid. Aguado califica de infierno fiscal al resto de las autonomías y afirma que la fiscalidad baja o moderada ha funcionado, ha generado crecimiento económico y puestos de trabajo. Con carácter general tal afirmación es falsa. El argumento de que la reducción de impuestos reactiva la economía no tiene demasiada consistencia, ya que olvida el descenso en el gasto público que es preciso acometer como contrapartida y que a su vez deprimirá la actividad económica, incluso en mayor medida que lo que puede haberla incentivado la bajada tributaria. Desde Keynes se sabe que el aumento del gasto público tiene más potencialidad para reactivar la economía que la minoración de impuestos, ya que los receptores en el primer caso tienen una propensión a consumir mayor que en el segundo, y por lo tanto incentivarán la demanda en un porcentaje superior.
Esto es con carácter general, pero cuando se produce el dumping fiscal los efectos pueden ser diferentes. El primer país o Comunidad Autónoma que se adelanta en disminuir la imposición puede obtener beneficios adicionales al robar a los otros países o autonomías un trozo de la tarta. Por ejemplo, las exenciones o desgravaciones en los impuestos de patrimonio y sucesiones en una Comunidad Autónoma pueden incrementar la recaudación de esta autonomía, principalmente vía impuesto sobre la renta, ya que determinados contribuyentes, en particular los de patrimonio e ingresos altos, trasladarán, si les es posible, su residencia a ella. Ahora bien, es de prever que esos beneficios serán transitorios puesto que lógicamente el resto de las autonomías reaccionarán adoptando medidas similares. El resultado será una menor recaudación generalizada y mayor regresividad en el sistema fiscal.
Lo que no tiene razón de ser son los reproches surgidos desde Cataluña; curiosamente desde uno de los principales, si no el principal, periódico de la región, La Vanguardia, caracterizado por su conservadurismo y tendencia liberal, amante siempre de la bajada de impuestos. Basa su perorata en que Madrid goza de una situación privilegiada, lo cual es cierto, pero no por la capitalidad sino por la concentración de poder económico; algo similar a lo que ocurre en Cataluña, o al menos ocurría hasta que el procés expulsó a muchas empresas hacia otras regiones de España. Precisamente estas situaciones privilegiadas, concretadas en última instancia en una renta per cápita superior a la de la mayoría de las comunidades, debe compensarse mediante el sistema de financiación autonómica con transferencias a las regiones menos favorecidas. Así ocurre en el caso de Madrid, pero en mucha menor medida en el de Cataluña, hecho que quedó complemente de manifiesto con la publicación de las deseadas balanzas fiscales, tan reclamadas por el nacionalismo y olvidadas en cuanto que se vio que los resultados no eran favorables para sus argumentos. Los resultados no podían ser distintos, puesto que el actual sistema de financiación, del que tanto reniega ahora el nacionalismo, se elaboró en tiempos de Zapatero y el tripartito, a conveniencia de Cataluña.
Si los catalanes son de los españoles que pagan más impuestos y la Generalitat la institución autonómica más endeudada, no es porque el sistema de financiación autonómica les perjudique; todo lo contrario. Tampoco es porque los catalanes disfruten de mejores servicios públicos (no parece que sea así), y mucho menos porque el gobierno de la Generalitat sea de izquierdas. Lo llevo escribiendo desde hace muchos años, el partido más de derechas desde la óptica social y económica ha sido siempre CiU. Solo se necesita repasar las actas del Congreso de los Diputados y constatar cuales han sido todas sus proposiciones. La razón de los mayores impuestos y del fuerte endeudamiento es otra: la desviación de recursos a finalidades espurias, irregulares o partidistas, cuando no delictivas.
Es curioso que La Vanguardia, entre los reproches comentados, haya introducido la corrupción de la Comunidad de Madrid, pues esta, grave como todas las corrupciones, ha sido coyuntural y obedece a una determinada época. La de Cataluña, sin embargo, es estructural. El 3 por ciento ha estado presente desde el inicio, enraizado completamente en todo el tejido económico, público o privado. Ha contado con el silencio cómplice de toda la sociedad. Todos lo sabían y todos callaban, desde la prensa hasta la oposición, pasando por los empresarios y todo tipo de organizaciones y asociaciones. Del 3 por ciento o similar se han nutrido las cuentas privadas en Andorra o en otros paraísos fiscales de los dirigentes del nacionalismo, pero también la financiación de CiU, e incluso se han costeado aquellas actuaciones tendentes a fomentar el independentismo que no podían hacerse a las claras.
Los recursos de la Generalitat se han destinado asimismo a lo que Pujol llamaba “crear país”, es decir, a propagar el nacionalismo dentro y fuera de Cataluña, mediante la creación de chiringuitos, la subvención de las actividades más variopintas, y de ayudas a los medios de comunicación públicos y privados. El mayor gasto de la Generalitat se explica también porque paga los sueldos más altos de las Administraciones españolas, comenzando por el presidente, cuya remuneración es la más elevada de todas las Comunidades Autónomas, incluso mayor que la del presidente del Gobierno, y siguiendo por los propios ex presidentes que gozan de prebendas que no tienen comparación en ninguna otra Autonomía. Hay que suponer que los sueldos de los funcionarios, al menos de los altos, gozan de la misma ventaja comparativa. Ello se percibe a menudo con suma claridad cuando se comparan ciertos colectivos como el de la policía o el de los funcionarios de prisiones.
La Vanguardia, en la línea del victimismo nacionalista, insinúa que la Comunidad de Madrid pide al resto de los españoles que financien las rebajas fiscales de los madrileños. Es el “Madrid nos roba” de siempre, pero aquí los únicos que roban es un grupo de catalanes a otros catalanes y quizás a todos los españoles. Eso sí, con la complicidad de ciertos medios y empresas que son partícipes a título lucrativo.
[Fuente: República de las Ideas]
29/8/2019
Pilar Lucía López y Agustín Moreno
El sábado iré a la calle, sin dinero, sin casa... y no sé robar
Esto dice un menor no acompañado, resumiendo con esta frase la perversión del sistema de menores migrantes bajo tutela institucional. Después de acoger a estos menores durante un tiempo, a veces años, nada más cumplir los dieciocho acaban en la calle totalmente indefensos.
Es más, su documentación no les permite trabajar porque no tienen permiso de trabajo, con lo que se cierra el círculo de la posible integración social. En veinticuatro horas pasan de ser un menor protegido a ser un adulto abandonado a su suerte. Si se les niega la oportunidad de un empleo se les conduce a la exclusión absoluta. Este abandono institucional masivo de menores —porque todavía lo son— les deja en una situación de grave vulnerabilidad. Después es muy fácil criminalizarlos y que la palabra MENAS se convierta en un estigma.
Solo un pequeño porcentaje de estos menores acompañados por el infortunio entrará en un programa de pisos de emancipación. Hay que invertir para garantizar los derechos humanos y también para prevenir todo tipo de riesgos. La pregunta es ¿cómo no están previstas las salidas para estos menores en el momento en que se cumple la formalidad de la edad? Son muy insuficientes los recursos que existen para que puedan insertarse positivamente en la sociedad.
Por otro lado, es imprescindible mejorar la coordinación de las administraciones estatales, regionales, municipales, ONGs, iglesias... para acoger, integrar y seguir protegiendo a estos menores. Urge dar soluciones.
Para saber más del tema es muy interesante el libro Dejadnos crecer. Menores migrantes acompañados (Virus editorial, 2014). Para conocer esta dramática situación, nada mejor que este relato de la pedagoga y escritora Pilar Lucía López:
La espera
Faltan cinco días para mi cumpleaños y estoy muy preocupado. No duermo bien desde hace meses. Por la noche me baja y me sube una bola de acero por el pecho. Cuando me tumbo en la cama noto un peso encima del corazón. Late muy fuerte y me asusto como si me lo pudiera aplastar. Todos los de mi habitación duermen menos yo.
Desde que entré en el Centro de Tutela lo sabía. Sabía que tenía fecha de caducidad como un litro de leche o un yogur, pero ahora es distinto. Empieza la cuenta atrás, cinco, cuatro, tres, dos uno y fuera. El sábado será mi mayoría de edad y tendré que salir de aquí con las manos vacías y la cabeza caliente de tanto pensar.
No tengo dónde ir, ni dinero, ni cama, ni posibilidad de trabajar. Y no sé robar. Solo de pensarlo tiemblo. Mi permiso caduca también a fin de mes.
Ya fui chico de la calle a los quince años, cuando llegué de Marruecos a Ceuta para buscarme la vida. No puedo, no quiero volver a vivir así. Ahora es diferente, ya no soy aquel niño, un menor que sobrevivía como un animalito en cualquier rincón. He aprendido muchas cosas en este tiempo, He estudiado español y cursos de informática y mecánica. Incluso hice un taller de derechos humanos. Sí, los derechos humanos, los treinta derechos humanos universales. A la vida, a la libertad, a la seguridad, a la libre circulación, al trabajo... Podría recitarlos uno a uno, o escupirlos uno a uno también porque no son para mí.
Escucho en los cascos Cara y Cruz de Ayax mi rapero favorito: “Todavía no es mi hora, Las noches son frías, las hojas caen y no deja de llover. Pienso que por mucho que me exprese no me pueden comprender. Todavía no es mi hora y las agujas me devoran”.
El sábado será mi cumpleaños y mi nueva vida sin nada. He bajado a la playa con un educador pero no tengo ganas de hablar. Sé que me aprecia pero no puede evitarlo. Los dos estamos en silencio y lo agradezco.
Saco del bolsillo de mi pantalón una canica azul de cristal que me regaló una voluntaria. La cojo entre mis dedos índice y pulgar y miro a través de ella. Veo todo al revés. Abajo el cielo y la arena en el techo. Todo patas arriba y yo solo con este amuleto que me da un poco de luz.
[Fuente: Cuarto Poder]
1/8/2019
Gregorio Morán
Cuando todo es fiesta menos la realidad
Los primeros que aplaudieron a un muerto en el entierro inauguraron una costumbre inexplicable. Amigos, familiares, conocidos, despiden el cadáver con ovaciones. Ellos lo llaman un homenaje al difunto. ¡Venga palmas, como a los toreros y los futbolistas! Están mal vistos el silencio y los recuerdos. ¿No será que el espectáculo ha empapado los momentos decisivos de la vida social? Tendría sentido la exaltación jubilosa de una familia a la madre que acaba de parir, pero se entendería como políticamente incorrecto.
Contemplado con cierta distancia provoca pasmo y una cierta angustia, porque cuando algo se trivializa inevitablemente se le quita la fuerza. No hace falta apelar a Guy Debord y su “sociedad del espectáculo”. Es otra cosa. Cuando el aplauso cierra una vida, el palmero ya ha cerrado sus entendederas. Fíjense si no en las manifestaciones de masas o masitas. Las concentraciones obreras se abrían con la banda musical del gremio o del sindicato que interpretaban himnos que subieran el ánimo y que respondieran a una evidencia: ¡Aquí estamos nosotros! Últimamente se instalan unos tambores aporreados por un conjunto de frikis, más aburridos que un pasodoble, sin demasiada ambición por pasar ni a la historia de los oprimidos, y menos aún a la de la música.
Nada que ver con la decadencia, sino con la transmutación de valores y la simplificación de las cosas. Salvo empresarios y banqueros, que les va el negocio si no atisban el futuro, la gente vive al día y tiene que llamar la atención por el derecho a la existencia. Nadie tiene por qué pagar el peaje del pasado. De ahí las conversiones ideológicas fulminantes y esa farfolla que constituye el pasado de los partidos. El conservadurismo de Casado o el socialismo de Sánchez tienen las mismas raíces que Rivera o Iglesias; todos son de anteayer. Otra cosa son los votantes que aún creen en las marcas como signo de identificación de unas opiniones.
¿Quién nos iba a decir que un personaje que hasta el mismo Torrente de Santiago Segura hubiera considerado desdeñable, se iba a convertir en protagonista de un serial televisivo? Me estoy refiriendo a Jesús Gil y Gil, un botarate adicto a la delincuencia, asesino en serie con cerca de cien muertos en su haber, ni siquiera un fascista porque sería darle entidad política a quien sólo fue una llamativa excrecencia de un régimen que los fabricaba en serie, aunque más discretos. Ahora, un par de majaderos dedicados a echar basura para alimento de televidentes hacen su biografía en imágenes. De un tipo con menos fondo que Al Capone y al que recuerdo llamándome día sí y día también para amenazarme con su voz de cascajo, los hiperventilados chicos de la tele aseguran que no le interesaba el dinero, sino que hablaran de él. Vamos, que se limitaba a un caso de desajuste de la personalidad. De los cretinos no sé si será el Reino de los Cielos, pero el de su sucursal bancaria sí.
Cuando repetimos hasta la saciedad que la extrema derecha, es decir, Vox, nos amenaza con volver a tiempos ya superados, deberíamos añadir a qué tiempos nos referimos, porque me da la impresión de que el pasado al que se refieren algunos descerebrados cuando utilizan las palabras “fascista” o “libertad de expresión” como si se tratara del cuchillo y el tenedor que les sirve para comer, no tiene nada que ver con la realidad sino con las mentiras que les contaron sus padres para justificarse.
Esta “sabatina” nació tras la Fiesta de la Literatura, una concentración de casi 500 talentos, promotores de talentos y sanguijuelas de la cultura que organizó la Editorial Planeta para pasar página de lo que fue Tusquets Editores, ahora que la han comprado. Aprovecharon que la editorial había cumplido los 50 años para que los plumillas del gremio desgranaran las bondades, la audacia y hasta la temeridad de quien había sido su fundadora, Beatriz de Moura, persona de respeto y poco dada a la vulgaridad de hacer público lo que piensa.
Tusquets y Anagrama fueron el subproducto de un año que se inauguró con el asesinato a manos de la policía del estudiante Enrique Ruano
De pronto, aquel siniestro 1969 de la fundación de Tusquets Editores se transformó, por querencia de las plumas de ganso, en año estelar para la cultura española, cuando, la verdad sea dicha, ni Tusquets ni Anagrama significaron apenas nada en el panorama de la época. Ambos, Óscar Tusquets y Jorge Herralde, gozaban del estatus de hijos desviados de familias de asentado patrimonio no exento del abolengo barcelonés, entonces capital cultural de la España grisácea del franquismo. Virulentamente anticomunistas, como sus padres, pero amantes del anarquismo, incluso del maoísmo —las Cuatro tesis filosóficas (Anagrama), texto infumable de Mao Tse Tung, habría de ser un auténtico best seller del tardofranquismo—.
“Todo empezó en 1969” escriben los gansos de la pluma y la croqueta sobre el impacto cultural de la aparición de Tusquets y Anagrama en aquella España sórdida. Es cierto, pero la premisa es falsa. Tusquets y Anagrama fueron el subproducto de un año que se inauguró con el asesinato a manos de la policía del estudiante Enrique Ruano, al que siguió un estado de excepción que se cebó en los representantes más liberales de la cultura y, muy significativamente, que supuso el cierre definitivo de unas modestas editoriales, “rojas” en opinión del ministro Fraga, como Ciencia Nueva y otras cuatro más.
La Iglesia volvió al franquismo del que nunca se había separado y escogió a Morcillo en vez de a Tarancón para representarla. Estalló el caso Matesa, que Fraga, con su proverbial talento premonitorio, consideró que iba a traducirse en la puntilla para el Opus Dei y los tecnócratas, y que supo plasmar sobre las tablas Adolfo Marsillach en la versión del Tartufo de Molière que le manejó el olvidado Enrique Llovet. Todo sucedió al revés de como habían previsto. En el Gobierno del 69 Franco echó a Fraga y se llenó de gentes con pretensiones de futuro y mucha fe en Monseñor Escrivá de Balaguer.
El ministro Sánchez Bella, un personaje de novela negra, se hizo cargo de la Información y por tanto de los libros y las editoriales y la censura. Como ya se había cerrado lo fundamental, ahora podía abrirse la mano en lo secundario. Aparecieron Tusquets y Anagrama. Todo estaba a punto de quedar atado y bien atado. En el verano se entronizó a Juan Carlos de Borbón como sucesor, y Franco festejó sus 77 años. Aún le quedaban seis en el poder omnímodo.
Se puede decir que muchas cosas empezaron en 1969, pero que no nos engañen con las ovaciones funerarias.
[Fuente: "Sabatinas intempestivas" del autor en Vozpópuli]
13/7/2018
La Biblioteca de Babel
Marta Peirano
El enemigo conoce el sistema
Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención
Debate, 2019, 301págs.2019
"En internet, cuando no pagas, el producto eres tú".
De lectura obligatoria, pero de obligado análisis crítico
El título, El enemigo conoce el sistema, se refiere a una idea del matemático, ingeniero y criptógrafo Claude Eldwood Shannon, interpretada, según explica la autora en una entrevista, en un sentido diferente al que le daba su autor. Para Shannon significa que cualquier sistema criptográfico será, tan pronto como se use, conocido por el enemigo, con lo que lo más importante no es el código, sino la clave. Para la autora significa que “aquel que controla el sistema porque lo ha construido y no comparte el conocimiento con quienes lo usan siempre va a ser el enemigo”. Lo dejamos aquí.
La economía de la atención a la que también se refiere el título es un fenómeno cotidiano: continuamente, y en casi todas partes, encontramos personas con la atención fija en la pantalla de un móvil u otro dispositivo. El movimiento más habitual tras haberse acomodado en un lugar (sentado o de pie) es sacar el dispositivo y aislarse del entorno; lo que conduce, según la jerga económica dominante, a una competencia entre contenidos para captar la atención del usuario.
Marta Peirano define la base de esa conducta como engagement, una vinculación agradable entre aparato y usuario basada en un hábito (¿adicción?) que requiere una cierta respuesta. La vinculación se origina en complejas reacciones psicofísicas y psicoquímicas del cerebro relacionadas con la liberación de dopamina, una sustancia que, pasado un determinado umbral, provoca una sensación de carencia insaciable: falta de comida, de bebida, de azúcares o de contacto con el aparato que mantiene a la persona “conectada”. Esa reacción se induce de muchas maneras.
En el boletín de junio se comentaba Propiedad digital. La cultura en internet como objeto de cambio, de Joan Ramos Toledano. Podemos considerar el contenido de este libro como una previa al de aquél. Si en Propiedad digital se analizaban las implicaciones jurídicas del concepto, aquí se explica la realidad material que sostiene tal propiedad.
Sobre la autora; según su propia definición (p. 189 del libro), Marta Peirano sería una influencer “[...] especialista en algún tema específico, generalmente relacionado con la ciencia, la tecnología o la cultura digital”. Su charla TED en Youtube (9 minutos) “¿Por qué me vigilan, si no soy nadie?” había sido vista, en el momento de redactar esta reseña, 2.329.707 veces. También es interesante la entrevista de quince minutos de presentación del libro, porque desarrolla alguna idea que en la obra aquí reseñada sólo queda apuntada.
Marta Peirano se dio a conocer en 2015 con un libro de resonancias históricas, algo que era mucho más que un simple manual; El pequeño libro rojo del activista en la red, prologado por Edward Snowden, se puede considerar un trabajo previo a este que comentamos. Aunque su subtítulo era explícito (Introducción a la criptografía para redacciones, whistleblowers, activistas, disidentes y personas humanas en general), no se limitaba a una guía de autoprotección contra vigilancia y espionaje.
Mecanismos de control en la barbarie institucionalizada
Si un contenido es bueno, contar el final de una obra no estropea el interés por su desarrollo; y en este caso el contenido es más que bueno. Se trata de mecanismos de control individual y social, y su potencial futuro. En palabras de la autora:
El ecosistema definitivo para la vigilancia y manipulación de miles de millones de personas en previsión de un futuro irrevocable: pronto seremos muchos más viviendo en mucho menos espacio, compitiendo por menos recursos en un entorno cada vez más hostil.
Porque el engagement es la estación de llegada de una historia cuyo mito fundacional arranca, en los años sesenta del pasado siglo, con leyendas sobre jóvenes idealistas y creativos que provocan una revolución desde el garaje de una vivienda familiar; un tópico tan recurrente como falso. El mito se concreta en monstruos globales: Amazon, Facebook, Microsoft, Google, Twitter, WhatsApp, Instagram, etc., cuyo engagement es el alimento de realidades tan siniestras como PRIMS, Cambridge Analytica, SCL Group, Palantir, XKEYSCORE, etc., y cuyo camino está jalonado de pleitos, codicia y ambición, pero también de violencia hacia las clases subalternas: plaza Tahir, matanzas en la India, genocidio rohinyá en Birmania, e inquietantes experimentos que, partiendo de iniciativas del señor Obama, han desembocado en Trump y Bolsonaro, por citar sólo los nombres más famosos.
Ese engagement, camuflado como aplicaciones o servicios, se traduce en cuatro campos cuyo desarrollo es el hilo conductor de la obra: la nube, no como sinónimo de vaporosa y simpática presencia, sino como una cruda realidad de centros fortificados y blindados donde se controla y se almacena todo lo que circula, donde nada desaparece aunque se borre; los metadatos, ingentes cantidades de información que proporcionamos individual o colectivamente sin tener que hacer nada especial; los algoritmos que procesan esos datos y metadatos, dándoles una ficticia apariencia de objetividad, y, en la cúspide de todo, las grandes empresas que comercian con esos datos y metadatos procesados. La consecuencia está en el párrafo final del libro, la segunda parte de la cita reproducida más arriba:
Y estas infraestructuras de poder centralizado, persistente y oscuro no están diseñadas para ayudarnos a gestionar esa crisis. Están diseñadas para gestionarnos a nosotros durante la crisis. No nos van a servir para hacer frente al poder. Las herramientas del poder nunca sirven para desmantelarlo.
Esta breve síntesis del “porqué” no anula lo importante: el “cómo”, el “dónde” y el “cuándo”. Las 277 páginas de contenido se organizan en 49 apartados, con una extensión media de tres o cuatro páginas cada uno. Una muestra de una parte de sus títulos es la mejor presentación; permite hacerse una idea de la amplitud y ambición de la obra. Así, tenemos Adicción. Por qué no puedes dejar de tocar tu móvil. La caja de Skinner. Competimos con el sueño, no con HBO. Infraestructuras. De Command & Control a TCP/IP. Internet entra en el mercado. Kilómetros de fibra óptica para recolonizar el mundo. Vigilancia. El pecado original de internet. Ojos en el bolsillo. Centinelas celestes. El Estado soberano de la nube. La banalización de la vigilancia. Algoritmo. Mip. Mix. Burn. La trampa de la inteligencia colectiva. La carrera darwinista, de Napster a The Pirate Bay. El modelo de negocio. Compraventa de datos personales. La máquina de propaganda infinita. Operación INFEKTION. Todos contra todos. Myanmar: deshumanizar con memes y mentiras. Nosotros contra ellos: la campaña del odio. Doctrina del shock a la carta..., etc.
Pero, sin embargo, es necesario un análisis crítico de la obra
La referencia serían los libros de Naomi Klein (que aparecen citados en alguna ocasión). Detallados y abrumadores análisis, y denuncia de alta calidad. Pero presentados de forma desordenada la mayoría de las veces, y sin relación entre la denuncia y los marcos de interpretación. Y sin alternativas. En este caso, ante realidades como la existencia de más de 3.000 millones de usuarios y de 7.800 millones de tarjetas SIM personales, algo que no se puede afrontar instalando una aplicación criptográfica en el dispositivo, y siguiendo como si nada.
Una larga relación de jóvenes emprendedores que, altruistas o egoístas, comparten un feroz individualismo que no se menciona. Los primeros desde la ingenuidad más extrema; los segundos, retoños del neoliberalismo desatado a finales de los años setenta, se consideran “las mejores mentes de mi/nuestra/su generación”; insolidarios y competitivos y, por ello, presas fáciles de conglomerados empresariales, o marionetas de la CIA y otras agencias. Triunfadores con empresas que mezclan filantropía, misticismo y explotación despiadada de una mano de obra casi esclava. Cuando se descubren sus abusos, manipulaciones, mentiras (o matanzas), derivadas de su actividad, convocan ruedas de prensa, entonan excusas, reconocen una responsabilidad parcial, prometen corregirse... y siguen como si nada, porque se saben protegidos por los poderes políticos y por batallones de abogados. Todos adolecen de una incultura considerable (pese a sus enormes capacidades lógicas y matemáticas) en temas sociales, culturales y políticos.
Ausencia de análisis social, sobre todo de las banalidades del movimiento antiglobalización (o alterglobalizador), con simplezas como la multitud contra el poder y similares. Sobre las inconsistencias y fracasos continuados, sobre el nulo resultado tras años de movilizaciones y kilómetros de desplazamiento (desde Seattle a la reciente del G7). En política la carencia es dolorosa: Trump no es el resultado exclusivo de un uso maquiavélico de las redes, hay políticas neoliberales sostenidas durante décadas que explican las desigualdades brutales, y que conducen a su victoria a mayor beneficio de las clases dominantes; Bolsonaro no es sólo consecuencia del uso torticero de WhatsApp, sino que surge tras años de inacción, errores, corrupción y división de las fuerzas de izquierdas, las que ostentaban el poder político antes de su victoria.
Los habituales tópicos genéricos: los malos son los rusos, los chinos, los macedonios, pero nunca los estadounidenses, pese a ser los responsables de todo. Sobre EE.UU. no cae la etiqueta nacional genérica, y se ponen nombres concretos. Ello fue denunciado, en el caso de Trump, por el periodista de investigación Pascual Serrano, que trata de manipulaciones informativas en internet.
Falta la conexión de todo lo estudiado en el libro con la industria del entretenimiento, aunque se detalla el caso de la música (por el tóxico —curiosa denominación— Steve Jobs) y se mencionan las citas y contactos; pero los canales temáticos de televisión, las series, los videojuegos, los concursos, la pornografía, las apuestas, etc. no aparecen; pese a su simbiosis con el monstruo.
Nada de esto justifica que no se lea un libro como El enemigo conoce el sistema, que resulta un punto de partida imprescindible.
Nota: Se pueden ampliar algunas de las referencias de este artículo aquí.
Miguel Muñiz Gutiérrez
28/8/2019
Javier Rodrigo y David Alegre
Comunidades rotas
Una historia global de las guerras civiles, 1917-2017
Galaxia Gutenberg, 2019, 736págs.2019
Yo estuve viviendo con esas personas todos esos años.
No les tenía miedo. No suponían una amenaza para mí.
Pero nos dijeron que éramos enemigos y yo me lo creí.
Casi todos los tutsis del pueblo habían sido amigos míos.
Ya no me importaba. Eran parientes de los que mataron
a Habyarimana y tenían que pagar por ello. Cerramos
nuestros corazones y nuestras mentes e hicimos el
trabajo [...]. Yo no dudé. Me resultó fácil matar porque
sabía que lo hacía para salvar al pueblo hutu.
Testimonio de un perpetrador del genocidio de Ruanda
recogido en Mann, M., El lado oscuro de la democracia,
pp. 535-536
Libro de necesaria lectura para quien desee tener una visión general y, al mismo tiempo, no superficial de las guerras civiles del siglo XX, Comunidades rotas ofrece al lector un profundo estudio comparativo de los conflictos armados internos padecidos por las sociedades humanas entre la Revolución Rusa y la fecha de publicación del libro. Dos son los rasgos más sobresalientes del libro: el esfuerzo de los autores por proporcionar un análisis del fenómeno estudiado lo más objetivo posible, lo más alejado posible de los prejuicios e ideas preconcebidas dominantes, por un lado, y, por otro, la minuciosa atención dedicada a los casos concretos de guerra civil seleccionados por los autores para dar cuenta de este modo de la contingencia y la singularidad características de cada uno de los conflictos armados internos, de tal modo que las conclusiones generales que se deriven de su análisis no se muevan en la fantasmagórica abstracción o el molesto esquematismo que son propios de muchos de los trabajos sobre el tema. Otro rasgo, menor a la vista del propósito de los autores, es su exclusiva dependencia de fuentes bibliográficas secundarias, lo cual no puede negarse que constituye una limitación de la obra, algo reconocido abiertamente por los propios autores en la introducción a la misma.
Como se acaba de indicar, uno de los rasgos más destacados del ensayo de los historiadores aragoneses Javier Rodrigo y David Alegre es su afán de objetividad, la búsqueda de la verdad como guía fundamental de su investigación, sin importar a quién puedan perturbar los resultados arrojados por esa búsqueda. Ese afán es muy de agradecer y de alabar en una época como la nuestra, en que los medios de comunicación de masas y buena parte de los círculos intelectuales, ya sean de derechas o de izquierdas, parece que han considerado que su labor principal consiste en hacer propaganda, unas veces burda, otras más o menos refinada. Los autores no pretenden hacer ideología o propaganda [1], sino una historia ampliadora del conocimiento humano, una historia centrada en la descripción y explicación de una determinada experiencia humana en toda su complejidad, no en la reconstrucción artificiosa de una sesgada memoria colectiva políticamente orientada. Sólo previa realización de ese esfuerzo, esfuerzo que presupone, ciertamente, un alto grado de utopismo por ser un conocimiento significativo completamente objetivo o neutral en el terreno de las ciencias sociales una entelequia, pero que es absolutamente necesario si no se quiere sustituir el conocimiento por la propaganda y la ideología partisana, es posible formular juicios de valor discretos sobre fenómenos sociales y diseñar estrategias racionales y justas, no criminales ni inhumanas, para intervenir en ellos. La mitología debe ser desterrada de las ciencias sociales en general y de la historia en particular y el libro de Rodrigo y Alegre intenta hacerlo por lo que respecta al fenómeno de los conflictos armados internos. En resumidas cuentas, como advierten los autores en la página 643, “el papel de la historia no es moral, no es el de juzgar, sino el de comprender” [2]. Así que quien únicamente espere encontrar en su obra una historieta de buenos y malos o una complaciente confirmación de su visión ideológica de la historia humana, hará mejor en abstenerse de leer este libro [3].
Se ha dicho también al principio de esta reseña que Comunidades rotas es una historia de casos concretos, pues el estudio cabal de cualquier fenómeno histórico y, con mayor razón, de un fenómeno tan específico como el de la guerra civil, exige observar de un modo pormenorizado cada una de las guerras civiles que integran dicho fenómeno o, por lo menos, dada la imposibilidad de ocuparse de todas ellas en un mismo volumen, de una muestra suficientemente amplia y significativa de supuestos. Las guerras civiles abordadas en Comunidades rotas se agrupan en cuatro grandes períodos, que dan lugar a otros tantos capítulos del libro: el período de la revolución-contrarrevolución (entre 1917 y el ascenso del nazismo al poder, aproximadamente: guerra civil rusa; conflictos menores —por comparación— en Finlandia, Hungría e Irlanda); el período fascismo-antifascismo (años treinta y Segunda Guerra Mundial: guerra civil española; conflictos armados internos dentro de la Segunda Guerra Mundial, en especial, Italia —República de Salò—, Yugoslavia y Grecia, incluida la prolongación de la guerra civil griega en los primeros años de la posguerra); el período de la posguerra y la guerra fría (guerra civil china; guerra de Corea; guerras de Indochina; conflictos armados internos en África, en particular, en el Congo de los años sesenta; conflictos armados en Centroamérica —Nicaragua, Guatemala, El Salvador—; Afganistán, hasta la actualidad); el período posterior a la guerra fría (guerras civiles yugoslavas; guerras del Cáucaso, sobre todo el conflicto del Alto Karabaj y Chechenia; conflictos armados en el Congo en 1997-2003, como epítome del estado fallido). El libro dedica bastante más espacio a los últimos dos períodos —el de la guerra fría y el más reciente posterior a la misma— que a los dos primeros —revolución versus contrarrevolución y fascismo versus antifascismo—.
Estas etiquetas no deben llevar a engaño: los autores las utilizan por comodidad y para designar de un modo operativo los distintos ciclos de guerras civiles en que cabe dividir la historia del siglo XX y comienzos del siglo XXI desde la perspectiva de los conflictos armados internos, no porque realmente crean que estos conflictos se expliquen simplemente como un enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución, fascismo y antifascismo o las dos grandes superpotencias de la guerra fría o por la situación de desorden e intentos de reconfiguración del orden global posteriores a la desaparición de la URSS.
Estaría fuera de lugar sintetizar en una breve reseña la descripción-explicación que de cada uno de los conflictos enumerados hacen los autores del libro reseñado en sus más de setecientas páginas. Pero sí resulta conveniente subrayar algunas ideas muy extendidas en torno a los conflictos armados internos cuya incorrección se desprende de la lectura de Comunidades rotas:
• Los conflictos armados internos son el producto de factores internos y la intervención de potencias extranjeras no juega en ellos ningún papel destacable. O bien, en lo que resulta ser el reverso opuesto pero simétrico de la anterior afirmación, los conflictos armados internos son una invención o creación de las grandes potencias en los cuales los agentes internos suelen ser meros peleles o títeres de las primeras. Por lo general, lo cierto es que las guerras civiles se explican por la interacción entre factores externos e internos, con ambos, tanto las potencias extranjeras como los agentes internos, como protagonistas en diversos grados del conflicto y cada uno de ellos con sus propias agendas en un interminable juego de mutua instrumentalización.
• Las guerras civiles son inevitables, ya se derive esta inevitabilidad de factores estructurales socioeconómicos y geopolíticos, ya lo haga de los supuestos atavismo o barbarie naturales o de la cultura premoderna inherentes a la sociedad fracturada por la guerra civil. No es cierto: la agencia humana, las decisiones y errores de las elites y los gobiernos siempre juegan un papel de primer orden en el origen, desarrollo y, en su caso, final de los conflictos armados internos, si bien esta constatación no debe conducir a infravalorar los factores estructurales que favorecen su génesis. Sobre todo, nunca se insistirá lo suficiente en la idea de que ninguna sociedad está condenada a la violencia colectiva porque en su seno existan una pluralidad de grupos culturales o étnicos. La otra cara de la moneda de todo esto que tampoco conviene olvidar es que no hay sociedad inmune a la guerra civil, por muy avanzada o civilizada y muy poco conflictiva que pueda parecer en un determinado momento.
• Las guerras civiles son relativamente excepcionales (aunque tal vez esta idea ya no esté tan extendida como antes a causa de la visión del mundo transmitida por los medios de comunicación de masas). Nada de eso: las guerras civiles son más bien relativamente frecuentes. En especial, desde el inicio de la guerra fría y la descolonización (o el neocolonialismo, según cómo lo queramos ver), la recurrencia de los conflictos armados internos en los llamados países en vías de desarrollo, Tercer Mundo o ꞌperiferiaꞌ es aterradora (con importantísimas excepciones: por ejemplo, las guerras civiles yugoslavas de la última década del siglo XX). Se trata de guerras cuyo escenario son países pobres, sin grandes contingentes armados y predominantemente irregulares en la gran mayoría de los casos, en las que la principal víctima y objetivo es, con mucha diferencia, el no combatiente —de hecho, la misma distinción entre combatiente y no combatiente se esfuma por completo [4]—. Suelen ser guerras de larga duración, algunas tan largas que generaciones enteras no llegan a conocer otra cosa que la guerra (ejemplos paradigmáticos de ello son los vietnamitas, en guerra permanente, salvo breves intervalos, desde la invasión japonesa de la Indochina francesa en los años cuarenta hasta la unificación de Vietnam en 1975; o los afganos, que no han conocido la paz desde 1979). Estas guerras están conduciendo desde los años ochenta a la proliferación de estados fallidos —aunque en la mayoría de los casos es, en realidad, la entrada en barrena del estado lo que propulsa el conflicto armado interno— y están estrechamente conectadas con el auge de la economía criminal global y con el terrorismo internacional. Los factores estructurales económicos (y, últimamente, ecológicos) y la política de las grandes potencias en la defensa de sus intereses son muy relevantes en estos conflictos.
• Los conflictos armados internos son únicamente destructivos. Esta afirmación no es exacta: por desgracia, la violencia masiva y la guerra civil son algo a lo que individuos, grupos y gobiernos sin el menor escrúpulo moral o con una moralidad depravada están dispuestos a recurrir con el fin de hacer realidad sus agendas políticas, sobre todo sus modelos de estados-nación fundados en la homogeneización ideológica, cultural y/o étnica forzosa de sus sociedades y sus concepciones del orden internacional. Estamos aquí ante la construcción de un determinado orden social (nacional o internacional) sobre la base de la aniquilación de vidas humanas y la destrucción material.
Tal vez la impresión más inquietante que nos deja la lectura de Comunidades rotas es la de hobbesiana fragilidad de las sociedades en que vivimos. La confluencia de una pluralidad de factores muy variados, a saber, la presión de estructuras y sistemas socioeconómicos generadores de desigualdad y privación —presión que en la actualidad se puede combinar con la del deterioro de los sistemas ecológicos y los recursos naturales—, la tecnofilia irreflexiva [5], los nacionalismos, la debilidad del estado a la hora de imponer la ley de forma equitativa y sensata y de controlar su territorio, las ambiciones de las elites locales y transnacionales y la rapacidad y mezquindad de las grandes potencias y corporaciones, pueden convertir la vida de millones de seres humanos en un suplicio sin fin. La lectura de Comunidades rotas debería servir también de advertencia a quienes en este país juegan o coquetean con los nacionalismos, siendo como es el nacionalismo uno de los artefactos ideológicos más peligrosos para la coexistencia pacífica dentro de una misma sociedad o entre distintas sociedades.
Notas
[1] El ejemplo más lamentable, extremo, repugnante y ridículo que se me viene a la cabeza en este momento lo constituye el Institut Nova Història (INH). Por toda muestra, léanse referencias al mismo en Alonso, M., El catalanismo, del éxito al éxtasis. La intelectualidad del “proceso”, El Viejo Topo, 2015. La labor de intoxicación del INH ha proseguido desde la fecha de publicación de la obra del profesor Alonso, como muestra la hemeroteca.
[2] Esta reseña no sigue la máxima citada en el cuerpo del texto, pero tampoco pretende ser un escrito científico o historiográfico.
[3] Nuestros historiadores contraponen de un modo algo sorprendente la historia a las ciencias sociales con la intención de criticar la aproximación usual de los sociólogos y los politólogos a la cuestión de los conflictos armados internos, demasiado abstrusa, determinista y reductiva en su opinión. Parece que consideran la historia una rama de las humanidades y no de las ciencias sociales. Aun compartiendo en parte la crítica de los autores a determinadas formas de hacer sociología o ciencia política —una denominación que algunos consideran un oxímoron—, el autor de esta reseña prefiere ubicar la historia dentro de las ciencias sociales.
[4] La guerra de aniquilación nazi en la URSS, la guerra nazifascista antipartisana en Yugoslavia, las matanzas de civiles chinos a manos del ejército imperial japonés, los bombardeos británicos de ciudades alemanas y el lanzamiento sobre Hiroshima y Nagasaki de sendas bombas nucleares por el gobierno de EEUU, todo ello en la Segunda Guerra Mundial, ya fueron un anticipo de este fenómeno.
[5] Un ejemplo de tecnofilia de lo más siniestra, aunque, he de admitir, sin relación directa con el tema tratado en el libro reseñado, lo podemos encontrar en el artículo "A scent of Musk. The boss of Tesla and SpaceX wants to link brains directly to machines", aparecido en The Economist, número de 20 de julio de 2019. Pero a la innovación tecnológica siempre se le halla una aplicación militar que hace más fácil practicar la guerra.
Ramón Campderrich Bravo
23/8/2019
Informaciones
Actos Frieder Otto Wolf
Frieder Otto Wolf (uno de los cinco autores del primer manifiesto ecosocialista “Por una alternativa verde en Europa”, firmado en París el 18 de diciembre de 1989 y publicado en la revista mientras tanto, n.º 41, verano de 1990) visita Bilbao, Madrid, Valencia y Barcelona en septiembre, a propósito del 30 aniversario del manifiesto.
Animamos a participar en los encuentros de Barcelona del viernes 20 de septiembre, de 19:00 a 20:30 horas (seminario promovido por el Postgrau en Anàlisi del Capitalisme i Polítiques Transformadores de la UAB y la UB) y el sábado 21 de septiembre, de 11:30 a 13:30 horas (conferencia y debate). Ambas se celebrarán en la sede de CC.OO. de Barcelona (Via Laietana, 16).
La redacción de mientras tanto
9/2019