
Número 116 de septiembre de 2013
Notas del mes
Por Juan-Ramón Capella
¿Nueva fase? Viejas malas políticas
Por Albert Recio Andreu
Por Antonio Madrid Pérez
La mezcolanza de lo público y lo privado en la UE
Por José A. Estévez Araújo
Por Antonio Giménez Merino
Por Joan Busca
Por El Lobo Feroz
Los impuestos también se van de vacaciones
Por Miguel Ángel Mayo
Excepcionalidad, dignidad humana y ordenamiento jurídico internacional
Por Jordi Bonet Pérez
Lucha y ejemplo en Frederick Douglass
Por Andreu Espasa y Jordi S. Martínez
Las críticas a la clase gobernante son legítimas
Por Antonio Antón
Por José Manuel Barreal San Martín
La Biblioteca de Babel
Cosmopolíticas. Perspectivas antropológicas
Montserrat Cañedo Rodríguez (ed.)
David Harvey
Gillian Flynn
En la pantalla
Hacia la Tercera Guerra Mundial
Natural Rights Foundation
Corporaciones. ¿Instituciones o psicópatas?
Mark Achbar y Jennifer Abbott
El extremista discreto
Luz Bel
...Y la lírica
Jorge Guillén
De otras fuentes
Pascual Serrano
Michael T. Klare
¿Salirse o no del euro? Un debate necesario
Vicenç Navarro
De la negociación a la imposición
Vidal Aragonés
Dositeo Carballal (in memoriam)
Gonzalo Pontón
Paco Fernández Buey, un resistente frente a la barbarie
Agustín Moreno
Foro de webs
La fase actual
Juan-Ramón Capella
La larga fase de expansión capitalista que terminó en 2008 consistió esencialmente en la formación de un gran ejército industrial multinacional de mano de obra barata.
El capital se deslocalizó hacia lugares donde podía encontrarla. La oleada transformadora de la tercera revolución industrial, la de la informática, además, coadyuvó en su éxito. De este modo se restablecía la tasa de ganancia del capital, venida abajo en los años setenta.
La financiación de aquel movimiento de transformación y reubicación del capital, de creación de un nuevo ejército industrial fuera de las metrópolis centrales del capitalismo, se hizo a base del crédito, del endeudamiento. De los estados y de las empresas. Nunca hubo tanto crédito. El período se cerró en 2008 cuando el sistema financiero se desmoronó por causa de una de las crisis cíclicas del capitalismo, de sobreproducción. Nadie tenía con qué pagar el exceso de producción. Ni para pagar, claro es, los créditos.
Ante la crisis, el gran capital impuso a los gobiernos, ante todo, socializar la deuda de un sistema financiero en quiebra. Tanto en Europa como en Norteamérica, que con Japón fueron los principales centros amenazados, las arcas públicas fueron vaciadas para el salvamento del sistema financiero privado, aprovechándose también para malbaratar en el mercado bienes públicos. Todo ello no para que volviera a crearse el crédito —la confianza se había desvanecido— sino para que fueran los ciudadanos quienes pagaran la deuda financiera a los acreedores.
Eso indujo un endurecimiento de la parálisis económica. La crisis económica se convirtió en una crisis social de gran calado. Como siempre ocurre en las grandes crisis, el mundo cambió.
Finalmente se llegó a la fase actual: con el paro generalizado, amplísimo, se dispone ya de un amplísimo ejército industrial de reserva en los países centrales del capitalismo.
El hecho del paro y la amenaza de caer en él, a su vez, disciplina a la fuerza de trabajo, debilitada por los acontecimientos, en el momento en que se dirige contra ella, en los países centrales, la peor ofensiva que ha tenido que soportar desde la época del fascismo, el nazismo y los regímenes autoritarios.
Toda una panoplia de normas destructoras del derecho del trabajo anterior: de la estabilidad en el empleo, el abaratamiento del despido, la imposición de normas negociadoras trucadas, la reducción de los salarios, del sistema de pensiones, del salario indirecto en forma de educación y sanidad. Se ha echado abajo una gran parte de lo que los trabajadores habían conquistado dentro del sistema en una lucha más que secular; y se sigue echando abajo lo que queda de esas conquistas, jaleados los gobiernos por las patronales, a ritmos que tratan de evitar levantamientos sociales de calado: a velocidad de apisonadora, por decirlo así.
Pues en la fase actual la política económica neoliberal va encaminada a crear, dentro de las metrópolis del sistema, no sólo un ejército de reserva sino, además, un ejército industrial de mano de obra barata, esto es, lo mismo que antes de 2008 había buscado en el exterior.
Ése es el objetivo. Unas clases altas instaladas en el lujo, que podrán pagar la educación de sus hijos y parte de la sanidad privada, para ellas, financiada por la multitud. Y una multitud en precario, en algunas de cuyas zonas aparece ya el hambre, magmática, peleando por conseguir a cualquier precio un puesto de trabajo de miseria, con una cultura social deliberadamente degradada por los modelos de vida propuestos por la publicidad televisiva. El capital restablece su tasa de ganancia generando un mundo de barbarie, de democraticidad ilusoria, con regímenes políticos prostituidos al instrumentar esta abyección.
Estamos pues en la fase de la construcción en las metrópolis de un ejército industrial de mano de obra barata.
Y de afianzamiento de regímenes políticos pseudodemocráticos, neoautoritarios, para apoyar esta transformación.
La contraposición a esta lógica ha de ser esencialmente política, política de nuevo tipo, masiva, para crear instituciones controlables por los ciudadanos y manejadas por personas responsables ante ellos. La participación política de la multitud ha de desbordar los sistemas electorales formales. Los actuales regímenes, unos de una manera y otros de otra, preseleccionan a las personas compatibles con las políticas ultraliberales, y sólo esas personas, esos equipos de políticos —o esas empresas políticas— son las susceptibles de ser votadas por la ciudadanía. Los partidos políticos hasta hoy mayoritarios son los que materializan para las poblaciones las exigencias actuales del capital.
Si se lograra democratizar de verdad algún sistema político —esto es, si se consiguiera un auténtico cambio de régimen— quedaría sin embargo un gran problema por resolver: una eficaz contraposición del régimen democrático al soberano difuso, policéntrico, que planea por encima de los estados para imponer la política económica preferida por el poder del capital.
23/8/2013
¿Nueva fase? Viejas malas políticas
Cuaderno de estancamiento: 1
Albert Recio Andreu
El incierto comienzo de una nueva etapa
La recesión ha terminado por acuerdo del Consejo de Ministros. O al menos esto es lo que sugieren sus portavoces y la prensa económica afín. Se basan en dos buenos resultados: las cifras del paro registrado de los últimos meses y las de la balanza exterior, más las siempre inciertas opiniones de los líderes empresariales, de lo que se colige que “vamos a empezar la recuperación”. También la Unión Europea sustenta una opinión parecida. Ahora no se habla de brotes verdes porque la experiencia de los últimos años obliga a eludir las licencias poéticas y a refugiarse en un lenguaje más tecnocrático. No vaya a ser que venga otra temporada de sequía y volvamos a hacer el ridículo.
I
El comentario que sigue no va a ser muy original, puesto que ya se ha hecho en entregas de cuadernos anteriores. Pero servirá como recordatorio de lo que nos espera, o al menos lo que creo razonable esperar, en los próximos meses. En primer lugar los técnocratas y sus medios afines juegan siempre a su antojo con las palabras. Al analizar la situación confunden crisis, recesión y estancamiento. Una crisis es un momento de cambio, indica el fin de un período de expansión y la entrada en una nueva tendencia. Una recesión es un período de caída sostenida de la actividad económica. Ello ocurre no sólo en las situaciones de crisis, puede ocurrir también dentro de una fase expansiva. En la dinámica de las economías capitalistas se producen fluctuaciones de diferente longitud de onda y nunca podemos esperar que los períodos de crecimiento y recesión sean líneales (más bién atraviesan alzas y caídas). Para quien, como yo, es amante de andar por el monte la diferencia es fácil de entender. Cuando evaluamos un recorrido podemos tomar como referencia del mismo las diferencias entre las cotas más bajas y las más altas. Pero todos sabemos que nuestro itinerario a menudo se encontrará jalonado por subidas y bajadas intermedias (para salvar un espolón, o cruzar un pequeño valle), aunque en general consideramos que se trata de accidentes menores dentro de un recorrido de subida, de bajada, o llano. De forma parecida, en un período global de crecimiento económico puede producirse una pequeña recesión o estancamiento o al contrario en un período de estancamiento o recesión haber un pequeño auge. Incluso hay que contar que la existencia de actividades estacionales provocan estas fluctuaciones de forma recurrente (en el caso español el tercer trimestre suele ser siempre de mayor actividad y el primero de menor). Todo dependerá del marco temporal de referencia. El que tras varios trimestres de caída de la actividad se produzca un cambio de tendencia no indica por tanto que estemos ante un escenario nuevo, sino que podemos estar perfectamente ante una fase de recuperación dentro de un período general de estancamiento.
Hay que contar además que lo que la gente espera, y necesita, es que termine la situación de desempleo masivo y de recorte sostenido de los derechos sociales. El tamaño del destrozo habido hasta ahora ha sido de tal magnitud, sobre todo en el sur de Europa, que se requeriría de un cambio radical de la situación para que las cosas mejoraran de forma sostenida. Si, como parece, estamos sólo ante un pequeño cambio de tendencia dentro de una fase de enorme estancamiento, hay que pensar que paro persistente y el sufrimiento de millones de personas siguen siendo un horizonte mucho más realista que el de la salida del túnel. Y quedarse en análizar un cambio de pocas décimas en el PIB o el desempleo es una forma de ignorar el dramatismo del conjunto.
II
De las grandes crisis capitalistas se ha acabado saliendo sólo con cambios institucionales de gran calado. De la crisis de 1929 se salío al final de la Segunda Guerra Mundial, gracias a un fuerte aumento del papel del sector público (en gran parte posibilitado por la propia Guerra Mundial), un cierto pacto social y un orden imperial que garantizó suministros baratos de materias primas a Europa. De la crisis de 1973 se salíó hacia finales de los ochenta con el triunfo del neoliberalismo y la entrada en un modelo de capitalismo mucho más inestable, depredador, que el de la “edad de oro”. En gran parte la crisis actual está engendrada por las características institucionales y estructurales del modelo neoliberal: exacerbación de las desigualdades a escala social y territorial, patógena financiarización económica, menor eficacia de las regulaciones públicas, mayor espacio a los mecanismos de capitalismo mafioso. Y todo ello enfrentando a una incipiente crisis ecológica que cuestiona las bases tecnológicas y la continuidad del modelo de formas diversas: pico del petróleo, calentamiento global etc. Todo apunta a que sin una transformación radical de las instituciones sociales va a ser imposible responder de forma adeucada a este último desafío. Y, cuanto menos, no parece probable una nueva era de expansión capitalista sin encontrar soluciones a los desequilibrios anteriores. Y es patente que en ninguno de ellos se han avanzado soluciones y cambios relevantes, sino que más bien las respuestas a la alemana o a la estadounidense han constituido variantes de neomercantilismo orientadas a endosar la factura a otros países más débiles. Sin un plantemiento global no resulta claro como puede darse un nuevo período de expansión. Lo que resulta mucho más inquietante cuando se consideran las dimensiones materiales del problema. Buena muestra de que no ha habido una revisión en profundidad de planteamientos la podemos encontrar tanto en el bloqueo de la reforma financiera como en la creciente apuesta por el “fracking” como respuesta al pico del petróleo, una alternativa que amenaza con nuevos problemas ambientales y que además puede agravar el problema del calentamiento. Es quizás un dato aislado, pero resulta cuando menos chocante que vuelva a renacer el tema del tercer rescate griego justo cuando se habla del optimismo de las élites.
III
Tampoco los datos apuntan a un cambio sustancial en el caso de España. Los del empleo reflejan exclusivamente el flujo estacional del verano. Más novedosos son los datos de la balanza exterior. Para algunos sorprendentes, pero que merecen un análisis más detallado.
Una primera cuestión que salta a la vista es el hundimiento espectacular de las importanciones. Algo asociado a la caída del consumo como resultado del paro y los recortes salariales. En un país tan consumidor de bienes sofisticados de importación (coches, electrónica, whisky, ropa, etc.), la caída del consumo tiene un impacto directo en las importaciones. Pero ni se han cambiado los modelos de consumo, ni la especialización productiva, ni la dependencia energética (las últimas medidas de política energética muestran que no hay voluntad de cambiar el modelo) y si hay alguna recuperación, la mejora por esta vía se va a agotar.
Más llamativa es la evolución de las exportaciones. Para entenderla hay que estudiarlas al detalle (y aquí chocamos con el hecho que los últimos datos detallados publicados son los del 2011). Pero por lo que se ve los buenos datos se deben en parte al auge de las exportaciones alimentarias, un sector de especialización tradicional (y cuyo crecimiento en algunos subsectores —el porcino— depende de la importación de maíz, soja y energía. En otros, se observa que se trata de colocar los excedentes que no puede absorber el mercado español (por ejemplo refinado de petróleo). Y se ha producido un crecimiento de las exportaciones de bienes metálicos sin que ello se traduzca en más empleo. Posiblemente las empresas exportan para sacar lo que no pueden colocar en el mercado interior (habrá que ver con que efectos a largo plazo), con lo que el efecto neto es nulo y a largo plazo incierto. Más espectacular es el auge de la actividad exterior de las grandes constructoras, pero aquí el efecto empleo es casi único, porque la construcción es siempre una actividad directa en el territorio que tiene lugar (a lo sumo puede generar alguna demanda para bienes intermedios): los éxitos de estas empresas en el exterior pueden beneficiar a sus accionistas, pero no a los trabajadores de aquí. Hay que añadir además que no ha habido niunguna política seria de transformación de la estructura económica interna y todo apunta por tanto a que el repunte se debe más a una respuesta a corto plazo que a un cambio estructural de largo alcance.
IV
En los próximos meses seguirá el bombardeo mediático del optimismo y la recuperación. De impulsar el crecimiento y sacrificarse a corto plazo.
El campo de los datos macroeconómicos, de las espectativas, es un terreno resbaladizo. La izquierda social debe responder con otras preguntas, con la evaluación de la catástrofe, con la exigencia de programas detallados de acción, con situar en el debate social indicadores reales de bienestar, con la exigencia de reformas de calado y respuestas serias a la crisis ambiental. Una labor en la que puede desarrollarse un aprendizaje y un debate colectivo con el que ir situando respuestas alternativas a un marco socioeconómico que seguirá por mucho tiempo instalado en el páramo generado por el neoliberalismo global.
Contra los asalariados todo vale
La única idea que domina estructuralmente el pensamiento de la economía ortodoxa es atacar los derechos laborales. La última andanada ha sido la propuesta del FMI de bajar el 10% los salarios para reducir el desempleo. Aparentemente se trata de un análisis serio, pero en la práctica todo se sustenta en un modelo teórico con fundamentos discutibles. Ocurre que como se suele tratar del único modelo que estudian realmente la mayoría de los aprendices de economista —y nadie les suele explicar sus limitaciones y olvidos—, éstos acaban por creer que se trata de una representación realista de la realidad.
Todo el argumento se fundamenta en dos cuestiones básicas. Primera: a medida que se emplean más trabajadores, desciende su aportación productiva (productividad marginal). En teoría, esto se sustenta para el caso de una sola empresa que tiene un equipamiento dado, pero en la práctica se considera que el conjunto de la economía funciona como una sola empresa. Si la aportación de cada nuevo trabajador es menor que el anterior, las empresas solo lo contrarán si pueden pagar salarios adecuados a la misma. O sea que para reducir el desempleo masivo los salarios deberán bajar para animar a las empresas a contratar a mucha más gente que se supone será menos productiva. Hay muchas cuestiones discutibles de este modelo, empezando por el supuesto de productividad marginal y siguiendo por el propio concepto convencional de la misma (cómo se mide, qué se mide). Su eficacia no descansa en su veracidad, sino en el hecho que muchos técnicos lo dan por supuesto y propugnan medidas en esta dirección.
Una variante del modelo tiene en cuenta “la competitividad”. En este caso puede incluso obviarse la cuestión de la productividad marginal. La idea es que, si los salarios son más bajos, las empresas podrán vender más baratos sus productos y por tanto aumentarán las ventas en el exterior que compensarán la caída de ventas locales por efecto del menor poder adquisitivo de los asalariados. El efecto neto será un crecimiento del empleo. Pues bien, relacionar de forma directa salarios y exportaciones sólo tiene sentido si todo el precio de los productos se debiera a los salarios. En este caso resulta claro que una reducción de un 10% de salarios se traduciría en una caída del 10% del precio de venta. El problema es que en el mundo real las cosas no son así, en el precio del producto intervienen además los costes de las materias primas y los suministros, los beneficios empresariales y los impuestos. El peso de los salarios es sólo una parte del coste (como media, sobre un 30%, aunque varía mucho de sector a sector) y por tanto no hay ninguna garantía que una caída de los salarios del 10% se traduzca en un abaratamiento del 10% del precio de venta. Imaginemos un sector donde los salarios representan un 40% del coste total, las materias primas un 30% y el beneficio empresarial otro 30%. Si reducimos un 10% los salarios ello supone una reducción de costes totales del 4% (-10% x 40%). Si las materias primas no varían de precio y el empresario mantiene intactos sus beneficios, el abaratamiento final sería solo del 4%, no del 10%. Si da la casualidad que las materias primas aumentan de precio o los empresarios incrementan sus ganancias puede que al final el impacto sea nulo y lo único que haya ocurrido sea un cambio en la distribución de la renta.
No es sólo una cuestión hipotética. Los estudios de la Organización Internacional del Trabajo han mostrado que los costes laborales unitarios reales (el aumento de los salarios reales —descontada la inflación— respecto a la productividad) en España cayeron en el período 2000-2007, antes de la crisis, y han continuado cayendo después de la misma. Si las empresas españolas perdían competitividad por sus precios no era por las alzas salariales sino por las de los beneficios. Seguir insistiendo en los salarios es una muestra de estrabismo teórico, de mala fe y de clasismo manifiesto.
Un clasismo patente en gran parte de la tecnocracia económica (los empresarios al fin y al cabo defienden sus intereses de clase), que le hace juzgar como buena cualquier situación laboral que pueda camuflarse como empleo. Da igual que la gente trabaje unas horas más o menos, en condiciones más o menos decentes, con capacidad de subsistir o malviviendo: mientras se cuenten como empleados, ya le vale. Y le importa un comino los beneficios de unos pocos, al fin y al cabo los incentivos son básicos y el capitalismo les suena a un modelo intocable.
Construir una alternativa es una necesidad social. Y requiere también poner en cuestión las bases intelectuales que solo sirven para construir un discurso abiertamente antiobrero y antisocial. El que legitima la precariedad, la pobreza, la desigualdad.
31/8/2013
Ética sin política
Antonio Madrid Pérez
A estas alturas, pocos se atreverían a defender una política sin ética. Es una idea asumida y repetida que la política y los políticos han de actuar éticamente y que la política ha de dialogar con la ética. “Nos ha faltado ética” o “Hemos sido poco éticos”, se ha dicho repetidas veces durante estos últimos años. En el contexto actual de crisis, se ha apelado a la ética como salvavidas y como reconstituyente moral de la vida pública. No se va a discutir ahora sobre este llamamiento a poner la ética en el centro de la política, sino sobre un efecto asociado a este llamamiento: la ética sin política.
La ética, en tanto que referente público, ha sustituido en buena medida a la desgastada política. Las aguas de la ética se han vuelto más cálidas que las de la política en las que la realidad chirría constantemente. Aunque no se sepa muy bien a qué se apela bajo el rótulo ‘ética’, esta referencia goza de buena salud frente a la mórbida política. Los publicistas lo han entendido rápidamente: se pueden ver anuncios en los que se aprovecha la ridiculización de los políticos y se utiliza en positivo las referencias éticas. Y no faltan motivos para hacer escarnio público de la corrupción, de los desmanes de algunos representantes políticos, de la mediocridad o del oscurantismo en la gestión pública. La referencia pública a la ética aparece inmaculada, libre de culpa, incólume.
Diríase que la ética trata de rescatar a la política, aunque en realidad el fenómeno es más complejo. De hecho, este fenómeno es anterior a la crisis del 2008. Se corre el peligro de situar el origen de fenómenos como el que aquí se comenta en el origen de la crisis, cuando en realidad esta transformación ya se observaba desde tiempo atrás. ¿Qué es lo que ha ocurrido en los últimos decenios y se ha intensificado en estos años de crisis?
La expansión de la ética sin política puede describirse a partir de distintos factores que interactúan entre ellos. La frustración ante la creciente pérdida de conquistas sociales es uno de ellos. Una mayoría social ya no se sitúa en la perspectiva mental expresada en “un mundo por ganar”, sino en la más defensiva “resistir” o en “el mundo que hemos perdido” que expresa la sensación de derrota y de fracaso. En esta situación de frustración, las estructuras de gobierno, los partidos políticos y los políticos han caído en el descrédito.
No ocurre lo mismo con los expertos en ética, los comités y observatorios, los códigos éticos, que han proliferado desde hace años. Basta una búsqueda rápida en algún buscador de internet para darse cuenta del alcance de este fenómeno. Estos espacios, algunos de ellos previstos legalmente, han contribuido a incrementar la presencia del término ética en la vida pública. Bajo este rótulo se realizan pronunciamientos y en ocasiones se toman decisiones sobre cuestiones centrales de la vida en común de las personas. Lo que se presenta como una intervención desde la argumentación ética es en muchas ocasiones una intervención con contenido político ya que se orienta (o se decide) sobre cuestiones centrales de la vida colectiva. Sin embargo, no se utiliza el término política o sus derivados, y sí el ético. Hay razones para ello que no se reducen a las anteriormente señaladas.
La ética sin política puede ser cómoda. Supongamos que en una empresa, o en una administración se propone la creación de un “comité político”, no es probable que prospere la propuesta. Sin embargo, si el nombre utilizado es “comité ético” (o una expresión similar) es probable que se diga: pero ¿cómo es que todavía no lo hemos creado? Más allá de las modas, la ética sin política puede resultar cómoda en el momento en que aconseja, orienta, promueve, anima… pero no obliga.
La reflexión ética cumple y ha de cumplir, sin duda, un papel público importante. Esto no se discute. El problema se plantea cuando la extensión de la ética sin política contribuye a sustraer del debate político público cuestiones que son importantes para la vida en común. Lo que se necesita, bajo mi punto de vista, es que se generen las condiciones para que exista un mayor y mejor debate político público en el que las personas puedan participar. A esto puede servir una ética política, pero no una ética sin política: una ética que oculte la politicidad de las cuestiones.
La expansión de la ética sin política puede contribuir a dejar las manos libres a los centros de poder a los que beneficia situar las discusiones importantes en el terreno de la ética de baja intensidad en vez de hacerlo en el terreno de la política. En la medida en que el terreno de la política se estrecha y se ensancha el de la ética desligada de la política, un número menor de personas se anima a participar de forma que se reducen los ámbitos de decisión. Por paradójico que pueda resultar: la expansión de la preocupación ética puede contribuir al encogimiento de los espacios de estructuración e intervención política si se pierde de vista la politicidad de los conflictos.
El descrédito de la política y la expansión de la ética sin política ha facilitado el desarrollo de uno de los discursos sociales que más auge ha tomado durante los últimos años: el llamamiento a la responsabilidad personal como solución a los problemas sociales. Mark Tushnet, entre otros autores que han abordado esta cuestión, explica cómo, a partir de 1980, en EE.UU. se impone un nuevo orden constitucional en el que la responsabilidad individual y los mecanismos mercantiles son propuestos como los medios mediante los que se intenta satisfacer la aspiración por conseguir un modelo social más justo (The New Constitutional Order, Princeton University Press, Princeton, 2003). Los procesos de desagregación social tienen en este elemento una pieza de confirmación: las personas son responsables de su bienestar o de su malestar y del de sus allegados. La atención hay que centrarla en lo individual, no en lo colectivo, ni en las estructuras económicas o en la distribución social de los privilegios. Esta apelación a la responsabilidad personal (de la que el ministro Wert hace uso y cita el caso estadounidense en su apelación a la responsabilidad personal) se compadece mejor con la ética sin política en la medida en que se ocultan las causas colectivas de los problemas que afectan a las personas.
Paco Fernández Buey expresó con el término ‘poliética’ (Poliética, Losada, Madrid, 2003) la pluralidad de éticas existente y la conveniencia de fusionar lo ético y lo político. Para justificar esta propuesta, decía: “[…] los principales problemas que llamamos políticos remiten a principios éticos insolventables y, viceversa, que no hay asunto relativo a los comportamientos privados que no acabe en consideraciones políticas o jurídico-políticas”. Sirvan estas palabras de defensa de la ética política y de advertencia acerca de las trampas en que puede incurrir una ética sin política que trate de ocupar escenarios de debate y decisión política.
29/8/2013
La mezcolanza de lo público y lo privado en la UE
José A. Estévez Araújo
En la actualidad hay, como de costumbre, muchos casos de mezcolanza entre poderes de decisión públicos e intereses privados en la UE. Varios han sido objeto de denuncias, en algunas ocasiones incluso oficiales: es decir, que provienen de los propios órganos de la Unión (Defensor del Pueblo Europeo, Parlamento, Comisión). Los casos cubren todo el espectro de connivencias posible. Se dan conflictos de intereses; hay multitud de órganos asesores o comités de expertos colonizados por personas vinculadas a intereses empresariales; entidades aparentemente de la “sociedad civil”, son, en realidad, grupos de presión; existen muchas “puertas giratorias”, especialmente entre las Agencias de la UE y la industria; los mecanismos de participación de la “sociedad civil” en realidad transfieren poder de decisión unilateral a las empresas… Una información fiable y rigurosa sobre todos estos tejemanejes puede encontrarse en la página web del Corporate Europe Observatory (CEO): http://corporateeurope.org.
El caso de la European Privacy Association (EPA) es especialmente interesante. La EPA, según su página web, es una organización dedicada a promover el respeto a la intimidad y la protección de datos en Internet. Se presenta en su página web como un think tank (un laboratorio de ideas). Se inscribió también dentro de esa categoría en el registro de la Unión Europea. El CEO puso en marcha una campaña para hacer revelar a la AEP sus miembros y fuentes de financiación. Se descubrió de ese modo que los miembros de la AEP eran Microsoft, Google y Yahoo. Después del escándalo de la NSA, Microsoft o Google no parecen ser precisamente adalides de la protección de la intimidad. En realidad, la AEP actúa como lobby promoviendo todo lo contrario: normativas menos rigurosas de salvaguarda de la privacidad en Internet. El desvelamiento de su verdadera naturaleza conllevó que se viera obligada a cambiar su caracterización en el Registro de la UE: ahora aparece como un lobby. Pero en su página web se sigue presentando como un think tank. Y, desde luego, su denominación, hábilmente escogida, está pensada para llevar a engaño, especialmente a los ciudadanos.
Otro caso se refiere a la Plataforma para la buena Gobernanza Fiscal, creada por la Comisión Europea. La plataforma ha sido fruto de una iniciativa del Algirdas Smeta. Smeta, de nacionalidad lituana, tiene el pomposo cargo de “Comisario Europeo de Fiscalidad, Unión Aduanera, Auditoría y Lucha contra el Fraude”. El objetivo de la Plataforma es extraordinariamente loable: luchar contra los paraísos fiscales y el fraude fiscal en la UE. Se trata de un propósito de enorme transcendencia. Erradicar el fraude fiscal permitiría pagar todo el monto de la deuda europea. Sin embargo, la iniciativa ha sido objeto de una pregunta escrita firmada por parlamentarios europeos de todos los grandes partidos políticos (incluido el Partido Popular Europeo). La razón de la pregunta es bastante sólida: Smeta ha nombrado miembros de la plataforma a los mayores evasores de impuestos de Europa y a sus empresas asesoras. Sería como formar una comisión integrada por los capos de los cárteles mexicanos con el objetivo de establecer medidas para impedir el tráfico de drogas. Calificar este caso de “conflicto de intereses” resultaría, como mínimo, un eufemismo.
Por otro lado, la Comisión Europea está llevando adelante una iniciativa para implantar una “tasa Tobin”, es decir un tributo sobre transacciones financieras, en la UE. Obviamente los bancos y demás entidades financieras europeas están radicalmente en contra. Han elaborado multitud de “informes” dirigidos a los legisladores nacionales y comunitarios, alertando acerca de las nefastas consecuencias para la economía que tendría la adopción de esa medida. Sin embargo, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, se ha ofrecido a ayudar a la Comisión y al Consejo a desarrollar esa iniciativa. Eso puede sonar esperanzador. Sin embargo, el Corporate Europe Observatory considera dicho ofrecimiento como una amenaza. La intervención del BCE en las tareas legislativas de la UE es de dudosa legalidad. No hay base jurídica para permitir su participación en unas funciones atribuidas exclusivamente a la Comisión, el Consejo y el Parlamento. Así, por ejemplo, el presidente del Banco de España no podría autoproponerse para participar en un proceso legislativo relativo a la regulación bancaria. El Congreso podría consultarle, por supuesto, pero sería libre de seguir o no sus consejos.
La preocupación del CEO viene de que considera al BCE como un “caballo de Troya” de los intereses financieros. Así, el BCE tiene una serie de comités consultivos, llamados oficialmente “Grupos de Contacto”. En estos comités están representadas todas las grandes entidades financieras. La lista de sus integrantes es un “¿Quién es quién?” del mundo de la finanzas. Por ejemplo, en el “Grupo de Contacto del BCE sobre Mercados de Divisas” podemos encontrar, entre otros, al Deutsche Bank, a Morgan Stanley, o a J. P. Morgan. En estos foros se ha discutido muy intensamente los últimos meses acerca de la tasa sobre las transacciones financieras. Los miembros de estos consejos asesores se han mostrado radicalmente contrarios a su implantación. Por eso y por algunas cosas dichas por el presidente del BCE ante el Parlamento Europeo, parece clara la intención de Draghi de sabotear en lo posible el proyecto de la Comisión.
De este caso, se pueden extraer dos enseñanzas. La primera es que el lobby financiero tiene, en los “Grupos de Contacto” del BCE uno de sus principales mecanismos de infiltración en los procesos decisorios de la UE. La segunda, que el BCE representa los intereses del poder financiero dentro del entramado institucional europeo. Esto quedará más claramente puesto de manifiesto en el siguiente caso:
El presidente del BCE, Draghi, forma parte de una organización llamada el Grupo de los Treinta (G-30). Esta entidad se presenta como un foro de discusión. Pero, en realidad es un lobby de alto perfil. De él forman parte las entidades financieras más importantes del mundo. Entre sus miembros o patrocinadores volvemos a encontrar, por ejemplo a J. P. Morgan y al Deutsche Bank. También están en la lista, por parte española, el Banco de Santander o Bankia. Y Draghi es uno de los miembros de esta organización. Está acompañado por otros colegas, como los presidentes de los bancos centrales de Inglaterra, Japón o China y por los anteriores presidentes de la Reserva Federal, el Banco de España o el propio BCE. Economistas de prestigio, como Paul Krugman, le dan una pátina de respetabilidad académica a la organización.
El CEO presentó una denuncia ante el Defensor del Pueblo Europeo por considerar “incompatible con la independencia, reputación, e integridad” del presidente del BCE su pertenencia al G-30. Aportó documentación y estudios académicos sobre las tareas de lobby llevadas a cabo por el G-30: todas las presiones de esta organización se dirigen a luchar contra la regulación financiera. Se trata de un tipo de entidad muy característico de la actual gobernanza global: las redes transnacionales informales. Estas entidades no tienen mandato oficial alguno. Pero en ellas se reúnen funcionarios y autoridades públicas de todo el mundo con miembros de las entidades privadas. Su función es crear una forma transnacional común de ver y enfocar los problemas. Es decir, en estas entidades se fragua el marco general a partir del cual se elaborarán políticas y se adoptarán decisiones concretas en todo el mundo. Son instituciones completamente opacas. Como señala el CEO, no hay actas ni documentos de las reuniones del G-30. Estas entidades ejercen un enorme poder de hecho, sin ningún tipo de control o mecanismo de rendición de cuentas.
El Defensor del Pueblo europeo no encontró, sin embargo, nada irregular en la pertenencia de Draghi al G-30. Los fundamentos de su decisión son básicamente dos. En primer lugar, no reconoce el carácter de lobby del G-30 a pesar de la documentación aportada por el CEO. Lo considera un foro de debate. El segundo fundamento, recogido en el punto 82 de su resolución tiene especial interés aquí. El Defensor del Pueblo se basa en el artículo 11 del Tratado de la Unión Europea (TUE). Este artículo dice textualmente lo siguiente:
Artículo 11 TRATADO DE LA UNIÓN EUROPEA
1. Las instituciones darán a los ciudadanos y a las asociaciones representativas, por los cauces apropiados, la posibilidad de expresar e intercambiar públicamente sus opiniones en todos los ámbitos de actuación de la Unión.
2. Las instituciones mantendrán un diálogo abierto, transparente y regular con las asociaciones representativas y la sociedad civil.
3. Con objeto de garantizar la coherencia y la transparencia de las acciones de la Unión, la Comisión Europea mantendrá amplias consultas con las partes interesadas.
En este artículo aparecen recogidos los mecanismos de participación defendidos por la Teoría de la Gobernanza. Estos mecanismos son presentados como complementarios y, a veces, incluso como sustitutivos de los procedimientos de la democracia representativa. Por un lado, las instituciones abren canales para escuchar a los ciudadanos y a las asociaciones (11.1); por otro lado, las instituciones realizan consultas a las asociaciones y a la “sociedad civil” (11.2); por último se realizan consultas a las “partes interesadas”, es decir, a los famosos stakeholders de la jerga de la gobernanza (11.3).
Curiosamente, el Defensor del Pueblo no considera la actividad de Draghi como una consulta a una “parte interesada” (una organización integrada y costeada fundamentalmente por entidades financieras). La inscribe en el punto 2 del artículo: se trata de una forma de diálogo con la “sociedad civil”. Además de no considerarla reprochable en absoluto, anima a Draghi a seguir por ese camino y profundizar su implicación en el G-30. Es una forma de intensificar el diálogo con la “sociedad civil”. Por supuesto, en el discurso de la gobernanza las empresas y sus asociaciones son uno de los pilares de la misma. En cierto modo, la gobernanza resucita la concepción hegeliana de la sociedad civil, frente al sentido atribuido a ese término en los años setenta y ochenta del siglo pasado: un espacio habitado por movimientos sociales y ciudadanos, ONG, etc. desvinculados del poder económico y político (incluso del sistema de partidos). Algo parecido, aunque no exactamente igual a lo que ahora se denomina el “tercer sector”, un sector que se diferencia tanto del mercado como del estado.
Los “canales”, “diálogos” y “consultas” de las instituciones europeas con la “sociedad civil”, las “partes interesadas”, las “asociaciones” o los “ciudadanos” han sido en realidad un mecanismo para privatizar el poder de decisión de la UE trasladando dicho poder a las empresas. Eso es algo suficientemente demostrado. Draghi no se ha reunido, por ejemplo, con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Al menos que se sepa. Pero lo más novedoso aquí es la utilización del discurso de la gobernanza por una autoridad europea, precisamente para justificar y aplaudir una mezcolanza ilegítima entre las autoridades públicas y las entidades financieras bajo el cobijo de una misma organización. Esto es un síntoma de lo hondo que ha calado una de las ideas centrales de la ideología de la gobernanza: la difuminación de la distinción entre lo público y lo privado.
* * *
La dicotomía que diferencia lo público de lo privado es una de los elementos estructuradores del lo que Juan-Ramón Capella denomina el “relato político moderno”. Esta dicotomía está articulada con la distinción entre sociedad civil y estado. Y se manifiesta en muchas diferenciaciones como las de derecho público/privado, sector público/privado, interés público/privado… Encontramos la dicotomía público/privado tanto en el discurso jurídico político, anglosajón como en el europeo occidental. Debido a su carácter estructural es un presupuesto del discurso legitimador. Lo es tanto del discurso sobre el “Estado de derecho” como del discurso sobre la “Rule of Law”. En ambos se delimita un espacio público “separado” del privado (los gobernantes, la Administración…). Las personas que actúan en ese espacio deben hacerlo estrictamente sometidas a la ley. No deben decidir arbitrariamente. Sólo tienen los poderes explícitamente autorizados por las normas jurídicas. Las funciones públicas deben ser ejercidas por cargos electos o por funcionarios dependientes de éstos y sometidos al reglamento, etc. Los discursos legitimadores del poder jurídico político moderno presuponen, pues, la existencia de un sector público, separado del sector y de los intereses privados y sometido a una lógica de funcionamiento muy diferente de la de las relaciones mercantiles o familiares.
Sin embargo, una cosa es el discurso y otra la realidad. En las sociedades modernas lo público y lo privado no han estado tan netamente separados. Se han dado muchas formas de “mezcla” no sólo en el estado intervencionista, sino también en el estado gendarme. El estado ha construido infraestructuras necesarias para la actividad de las empresas. También ha financiado a éstas de manera directa o indirecta. El estado ha regulado asimismo el funcionamiento del mercado. Con mayor o menor intensidad, siempre lo ha hecho. También se han producido siempre casos de “pantouflage” o de “revolving doors”, es decir, el paso de gestores del sector público al privado y viceversa. Los lobbies no son sólo cosa de ahora: reconocidos o no, regulados o en la sombra, desde el origen del estado moderno los grupos de interés han condicionado las decisiones de los órganos públicos. Y los casos de nepotismo son todo menos infrecuentes. Pero esta mezcla era ocultada por el discurso ideológico. Este presentaba al sector público libre de las influencias de los intereses particulares y funcionando con una lógica muy diferente a la del sector privado. El sector público perseguía el interés general o el bien común. Las empresas y los comerciantes perseguían sus propios intereses egoístas.
La situación hoy es diferente. El discurso de la gobernanza, uno de los principales discursos ideológicos en la actualidad, construye una nueva forma de legitimidad jurídico-política difuminando la distinción entre lo público y lo privado. Los agentes públicos y los privados no deben permanecer separados. Deben colaborar de múltiples maneras con el objetivo de producir “sinergias”. La gobernanza defiende, por ello, los consorcios público-privados, las redes de gobernanza público-privadas, y también esas formas de participación de la “sociedad civil” recogidas en el artículo 11 TUE (consultas, apertura de canales para la expresión de las opiniones de ciudadanos y asociaciones, toma en consideración de los stakeholders…).
Han tenido que producirse cambios muy importantes para poder eliminar la distinción tajante entre lo público y lo privado de una ideología jurídico-político con función legitimante. Estos cambios han sido tanto discursivos como materiales. Se refieren fundamentalmente a las transformaciones introducidas por el neoliberalismo y a su fundamentación. La contrarrevolución neoliberal ha supuesto la ampliación de lo privado a costa de lo público. Los servicios y empresas públicas han sido privatizados. La regulación estatal de la economía se ha visto reducida. La privatización y la desregulación han sido fundamentadas por un discurso ensalzador de la eficiencia del mercado y la empresa privada y denigrador del estado por su ineficacia y su corrupción. Como dijo Reagan, el estado no es la solución, sino que es el problema. Por eso había que reducir su tamaño. Lo que quedase de él debía funcionar de manera similar a las empresas para poder incrementar su eficiencia.
La privatización y la desregulación, unidas a la denigración de lo público-estatal por parte del neoliberalismo y a la introducción de métodos empresariales en la Administración por la vía de la llamada “Nueva Gestión Pública” han facilitado la difuminación de la distinción público-privado en el discurso de la gobernanza. Pero para el surgimiento de ese discurso ha sido necesario también el fracaso de esas políticas neoliberales de los años ochenta. La desregulación y la privatización condujeron a resultados funestos en la Rusia de Yeltsin. También causaron desastres en África, puestos claramente de manifiesto por Stiglitz en su libro sobre la globalización. En América Latina tuvieron enormes costes sociales sin beneficios aparentes. Esos fracasos llevaron al Banco Mundial a replantearse la orientación de sus políticas. Los nuevos planteamientos del BM supusieron un giro neoinstitucionalista de la mano de economistas como Douglass C. North. Y el neoinstitucionalismo es una de las fuentes de inspiración de la gobernanza. De hecho, a principios de los noventa, el Banco Mundial empezó a utilizar en sus documentos la expresión “buena gobernanza”.
La “managerialización” de la Administración también fue un fracaso relativo. No se pudo sustituir sin más la burocracia por el management. La Nueva Gestión Pública consideraba a los servidores públicos como ratoncillos que sólo obedecían a los impulsos estímulo/sanción. La aplicación de ese tipo de política de personal desanimó a los empleados públicos, perjudicando la calidad de los servicios. Aumentó también enormemente los costes de gestión y control. Por otra parte, los profesionales cualificados y organizados —como los médicos—, se resistieron a actuar siguiendo exclusivamente una lógica de la eficiencia regida por el análisis coste beneficio. Muchos profesores han manifestado también su rechazo a formas de evaluación de sus logros puramente cuantitativas.
Todo eso hizo necesario un Plan B para el neoliberalismo. La gobernanza lo proporcionó. Tras el importante papel adquirido por el estado en la segunda postguerra y tras la exaltación de las virtudes del mercado y de la empresa por la contrarrevolución neoliberal, le tocó el turno al descubrimiento de las “sinergias” de la colaboración público-privada. La llamada “Tercera Vía” teorizada por Giddens y puesta en práctica por Blair fue un ejemplo paradigmático: tras el fracaso del estado y del mercado, los consorcios público-privados serían la solución de todos los problemas.
Para dar credibilidad a las virtudes de la cooperación público-privada se cambió también la imagen de la empresa. Las teorías derivadas de la economía neoclásica concebían la empresa como un sujeto maximizador de utilidad. También eran vistos así los individuos. En cambio, el enfoque de la gobernanza corporativa, presenta a la empresa como un sujeto “responsable”. La empresa no debe tener únicamente como objetivo maximizar sus beneficios. Debe también responsabilizarse de los efectos sociales y ambientales de su actividad. No sólo debe responder ante sus accionistas, sino ante todos los “stakeholders”, ante todas las personas afectadas por su actividad (suministradores, trabajadores, consumidores, vecinos…). De esa visión de la empresa surgió la llamada “Responsabilidad Social Corporativa”. La consideración de las empresas como sujetos “responsables” ha servido, entre otras cosas, para justificar la autorregulación corporativa. Pero también ha permitido presentar a las empresas como sujetos con miras más amplias que sus propios intereses. Las empresas son capaces de actuar de acuerdo con la perspectiva del interés general. Pueden orientarse hacia la “solución de problemas” y no sólo hacia su propio beneficio. La colaboración público-privada contribuiría a provocar esta transfiguración de la empresa. Los resultados desastrosos de las experiencias de consorcios público-privados ponen de manifiesto el carácter ideológico del discurso sobre la empresa responsable. Pero éste sigue siendo cultivado aplicadamente en la abundante literatura académica sobre los “Public-Private Partnerships”.
El discurso de la gobernanza no va dirigido a los ciudadanos de a pié. Para ellos se sigue utilizando como marco legitimador el tradicional discurso de la democracia representativa. Pero a él se añaden poderosos mecanismos de manipulación ideológica. Los “recortes” para salir de la “crisis” son “necesarios”. No hay políticas económicas alternativas. Las deudas hay que pagarlas. Sin medidas de “austeridad” las consecuencias serían aún más desastrosas… Mientras tanto, los ciudadanos siguen reivindicando lo “público”. Defienden, con insistencia creciente, una escuela pública y una sanidad pública. Con esas reivindicaciones saben exactamente lo que quieren decir. Están en contra de convertir la enseñanza o la atención médica en mercancías. Rechazan condicionar el acceso a esos servicios básicos al poder adquisitivo de las personas. No quieren una enseñanza o una sanidad dirigida al objetivo de obtener beneficios. La distinción público/privado sigue teniendo sentido para ellos.
El discurso de la gobernanza está pensado más bien para los que “mandan”. Ha calado, en mayor o menor medida, entre los políticos, los gestores de servicios públicos, los cargos de responsabilidad dentro de la Administración, los ejecutivos de las empresas, o los altos funcionarios de las agencias internacionales. Son ellos quienes más lo utilizan para justificar sus decisiones y actuaciones, creyéndoselo en mayor o menor medida. La decisión del Defensor del Pueblo Europeo es una muestra de la influencia del discurso entre las élites político-administrativas. A pesar de las evidencias en contrario, el discurso sigue siendo eficaz en esos puestos de mando. El documento sobre la gobernanza universitaria de la Universidad de Barcelona es también una buena y cercana prueba de ello. Pero eso será tema, en todo caso, para un artículo futuro.
30/8/2013
Algo se mueve en Brasil
Antonio Giménez Merino
El pasado junio, tras casi una década de actividad, el Movimento Passe Livre consiguió promover una de las movilizaciones sociales más importantes de la historia de Brasil (que recuerda a las producidas para poner fin a la dictadura militar en 1985 o para el impeachment de Collor de Mello en 1992), centrada inicialmente en el problema de la movilidad urbana.
Passe Livre arrancó a finales de los años noventa en Florianópolis (Santa Catarina), aunque su oficialización a nivel nacional tuvo lugar en 2005, en el Foro Social Mundial de Portoalegre. De ahí surgió el Proyecto Tarifa Cero de subsidiar íntegramente los billetes de los transportes públicos con un incremento impositivo sobre la propiedad inmobiliaria, en el entendido de que los transportes colectivos urbanos y metropolitanos deberían estar contemplados como un derecho social. En este sentido, las movilizaciones de junio han conseguido la aprobación por la Comisión de Constitución y Justicia del Parlamento brasileño de una enmienda constitucional para incluir el transporte público como un derecho social con idéntico rango que la educación, la salud, la alimentación, el trabajo, o la vivienda.
La gran superficie de las conurbaciones urbanas brasileñas exige habitualmente tomar varios transportes para ir del domicilio a los centros de trabajo. De ahí que el pésimo y caro servicio del transporte público (no licitado en la mitad de las capitales del país y a cargo de empresas que por lo general revierten el coste íntegro del viaje en el usuario) constituya un verdadero quebradero de cabeza para aquellos trabajadores que no disponen de automóvil (y también para quienes sí lo tienen, envueltos en constantes embotellamientos por causa justamente del deficitario sistema público de transporte). Esto explica que el anuncio de un aumento del billete de autobús de 20 céntimos de real (unos 8 céntimos de euro) hiciera explotar un conflicto ya latente.
El detonante de la extensión del conflicto a todo Brasil, así como de la ampliación de los temas objeto de reivindicación, fue la represión policial que tuvo lugar el 28 de mayo en Goiânia (Goiás) y el 13 de junio en São Paulo, donde se registraron 150 heridos (15 de ellos periodistas) y 214 detenidos. En Brasil, diversas organizaciones policiales componen un verdadero paraestado cuyas puntas más violentas son la Policía Militar y los llamados “escuadrones de la muerte”, tristemente famosos por sus tropelías dentro de los “aglomerados” o barrios de favelas que forman parte del paisaje urbano de las grandes ciudades del país.
Lo interesante ha sido, por un lado, la dimensión del conflicto y su extensión a reclamaciones de mayor envergadura (reconocimiento de formas de democracia participativa, mayor inversión en educación y sanidad, responsabilidad efectiva para los políticos y empresarios corruptos, una reforma substancial del proceso electoral, etc.). Y, por otro lado, la celeridad con que el gobierno Rousseff ha respondido a esta presión popular (primero mediante el anuncio —pronto frustrado por el clamor de la oposición política, incluyendo la interna al propio PT— de creación de una constituyente para la reforma política; más tarde, con la aprobación de una propuesta de enmienda constitucional para incluir el transporte público como uno de los derechos sociales reconocidos en la constitución; en tercer lugar, con el compromiso de destinar los beneficios de las empresas públicas de hidrocarburos a educación y sanidad; por fin, con la cancelación de la licitación para la contratación de las empresas de autobús que prestarán el servicio en los próximos 15 años).
Es probable que estas reformas lleguen algo tarde, pues el malestar de la sociedad brasileña con el modelo reformista del PT en el gobierno (desarrollo acelerado que beneficia sobre todo a las grandes empresas, con algunas dosis de redistribución social) es palpable desde hace bastante tiempo. Un año antes, el país ya registró un conjunto de huelgas ampliamente secundadas por empleados públicos (350.000 según la estimación de los sindicatos, con la adhesión del 70% de la policía federal), especialmente del sector de la educación (muy mal retribuido). Con la particularidad de que aquella medida de fuerza fue promovida principalmente por la Central Única de los Trabajadores (CUT), sindicato vinculado históricamente al PT.
El nuevo despertar de la sociedad brasileña —crecientemente adormecida por años de crecimiento económico, creación de una amplia clase media, extensión del crédito privado y generalización del consumismo— presenta rasgos comunes con el movimiento de indignación que le precede en otros lugares del mundo. Por todas partes se ha observado un fuerte rechazo hacia quienes pretendían unirse a las manifestaciones desde formaciones políticas y sindicales clásicas, tildadas de oportunistas. Esto denota un hartazgo en relación al corrupto sistema representativo (nunca en Brasil un político corrupto ha acabado con sus huesos en la cárcel), fortísimamente vinculado con los grandes empresarios y latifundistas del país. Pero también ha estado muy presente la consciencia sobre los efectos nefastos de sistemas fiscales regresivos, sobre el despilfarro en obras innecesarias (las relativas a las próximas Copa del Mundo de Fútbol y Olimpiadas, o el faraónico proyecto de enlazar las grandes ciudades mediante “trenes-bala”) que están desplazando violentamente a numerosas familias del entorno de las nuevas construcciones, y sobre el carácter clasista de los intereses defendidos por la omnipresente violencia policial.
La violencia policial-militar tiene en Brasil un carácter estructural, que se ha intensificado en los últimos años de crecimiento económico del país con la presión urbanística en las grandes ciudades promovida por el sector de la construcción. Los “aglomerados”, inmensos barrios de favelas, son objeto de un acecho constante por parte del Batallón de Operaciones Policiales Especiales, la Tropa de Choque y la Fuerza Nacional, sin que esta aplicación constante y sangrienta de la fuerza tenga una gran repercusión mediática, al ser percibida por la opinión pública como un mal endémico del país.
Sin embargo, la amplia difusión periodística del impacto de una bala de goma en el ojo de una periodista de Folha de São Paulo en los disturbios de São Paulo se convirtió en uno de los símbolos de la violencia policial que sirvieron de amalgamador de la protesta global. El espectador brasileño está acostumbrado a presenciar la violencia contra el pobre, pero no manifestaciones masivas de fuerza aplicada contra la clase media.
Este hecho está relacionado con un dato sociológico importante: la población que se ha rebelado en Brasil, a pesar de tener un carácter heterogéneo (destacan las movilizaciones de las periferias pobres de la mayoría de las capitales brasileñas, sobre todo São Paulo, Belo Horizonte y Rio de Janeiro, que han desplazado la protesta de los tradicionales centros urbanos hacia la periferia y que han provocado el miedo y consiguiente reacción racista de los sectores conservadores de Brasil), tiene también un numeroso componente joven, despolitizado y familiarizado con las nuevas tecnologías. El Movimento Passe Livre, con menos de veinte mil seguidores al inicio de las protestas callejeras, pasó a tener doscientos ochenta y cinco mil al final de las mismas. Esto explica que se hayan registrado intentos oportunistas de intervención en las redes sociales por parte de la derecha, que está pugnando fuertemente por la crisis de un gobierno petista crecientemente deslegitimado.
De todo esto se pueden extraer dos conclusiones:
La primera, que detrás de este ciclo de protestas no hay todavía (como en otras partes del mundo) un proyecto político susceptible de ser visto por una mayoría de la población como alternativo al dominante. Muchos de los participantes de las protestas, como los jóvenes que organizaron las marchas de Passe Livre, gustan de definirse como “anticapitalistas”, pero no como “socialistas”. La sociedad brasileña presenta un fuerte dinamismo y es potencialmente impulsora de un gran cambio social, pero está aún atrapada en el espejismo del desarrollismo y en la lógica del estado benefactor cuya imagen más visible es el PT gobernante durante la última década.
La segunda conclusión es que, sin proyecto, las protestas espontáneas de este estilo suponen un importante impulso democratizador y comportan la policitación de la población joven, pero también un beneficio gratuito para la derecha que trata de derribar las tímidas políticas redistributivas y conservacionistas llevadas a cabo con grandes dificultades por el PT. La derecha social brasileña, fuerte, organizada y con presencia en el propio gobierno (donde destacan miembros de las sectas evangélicas claves para la estabilidad del gobierno), está rentabilizando las protestas para aumentar el creciente descrédito del gobierno Rousseff, en clara caída de popularidad por los graves casos de corrupción que han afectado al partido y, relacionado con esto, por los dispendios enormes en obras que nada tienen que ver con los déficits estructurales del país. Pragmáticamente hablando, un cambio de gobierno que dejara a éste en manos de la derecha (con un programa económico basado en un sistema impositivo regresivo y en favorecer la entrada de más capital extranjero, y con postulados sociales igualmente regresivos) sería en estos momentos demoledor para Brasil y para el cono sur de América. Importantes iniciativas sociales en curso, como el programa Minha casa, minha vida, que ha sido capaz de dar vivienda a una gran cantidad de familias de renta baja, serían con toda seguridad canceladas. Y las políticas de resistencia al neoliberalismo más feroz en esa región del planeta se verían seriamente debilitadas.
En tanto no emerja una alternativa política sólida a las políticas neoliberales o reformistas, el robustecimiento del nuevo impulso democratizador en Brasil, como en España, pasa por capitalizarlo en torno a las luchas sociales preexistentes por las cuestiones más acuciantes para las vidas cotidianas de la mayoría: la vivienda, la sanidad, la salud, los transportes, el medio ambiente, la distribución de la riqueza, etc. Sólo así será posible presionar al actual gobierno reformista, crecientemente derechizado y dividido por dentro, a dar un giro a la izquierda en políticas sociales y medioambientales urgentes. De la necesidad de esto último parece ser consciente Dilma Rousseff.
14/8/2013
Comentarios prepolíticos: 17
Visualizar el bloque de poder, configurar políticas alternativas
Joan Busca
I
Cualquier movimiento social que aspire a cambiar el mundo debe incluir en su programa de actuación un conocimiento adecuado de la estructura social, de quiénes son los núcleos duros a los que debe enfrentarse y quiénes sus aliados potenciales, cuáles las fuerzas sociales que pueden apoyar su proceso y qué dinámicas le pueden resultar más favorables. Hoy este reconocimiento es aún más necesario que nunca ante los retos que plantean las crisis presentes y la mezcla de impotencia, incapacidad e inmoralidad que muestran las clases dominantes ante las cada vez más acuciantes necesidades sociales. Es también urgente porque en gran parte de los nuevos movimientos sociales el blanco de la crítica se concentra en los políticos institucionales, lo que a mi modo de ver constituye una pérdida de visión de la que pueden deducirse políticas erróneas. La nota que sigue es sólo una invitación a ampliar el debate y a favorecer una reflexión más comprensiva de los problemas con que se enfrenta cualquier política alternativa.
II
Para la vieja izquierda de tradición marxista la respuesta era simple. El poder está fundamentalmente en el capital, en los propietarios de los medios de producción, en “los amos”. El análisis de lo ocurrido en el período neoliberal permite justificar que se trata de un diagnóstico bastante acertado. Si algo ha caracterizado este período ha sido precisamente el de una enorme transferencia de renta y poder hacia una minoría social que encuentra en la propiedad capitalista bajo diversas fórmulas la base de su bienestar e influencia social. El que la globalización y los cambios socio-tecnológicos haya provocado la generación de nuevas estirpes empresariales cambia poco las cosas. Se trata en todo caso de grupos sociales que basan su estatus en un conjunto de instituciones y políticas diseñadas para proteger sus intereses, acrecentar su riqueza y su influencia social. El neoliberalismo ha representado un conjunto de políticas y prácticas que ha sido totalmente útil a sus intereses y ha generado una situación que, hasta el momento, les ha permitido convertir la crisis que estas políticas han creado en nuevas oportunidades para reforzar su hegemonía y favorecer sus intereses.
Este último hecho resulta palmario incluso para bastantes analistas liberales, aunque no saquen de ello conclusiones radicales. Hay sin embargo algunos aspectos diferenciales de la situación actual respecto al capitalismo tradicional, en gran parte provocados por la propia evolución del capitalismo. En el modelo tradicional de empresas familiares, los capitalistas eran un sector claramente visible incluso a nivel local. En la economía mundializada se han convertido en personas muchos menos visibles (menos aquellos a los que les gusta figurar como estrellas del ranking de ricos), camuflados incluso como asalariados en funciones directivas. La propia dimensión y estructura de las grandes corporaciones empresariales ayuda a esta función de camuflaje. E incluso acaba por confundir el propio discurso alternativo: hoy es más frecuente que la nueva generación de jóvenes radicales hable de lobbies (al fin y al cabo uno de los mecanismos por los que estos capitalistas tratan de consolidar su poder) en lugar que de capitalistas. Ellos son sin duda el núcleo de la clase dominante. Cualquier posibilidad de democratización social, de avance hacia una sociedad más igualitaria y sostenible, requiere cortar su poder, sus privilegios. Y para conseguirlo es necesaria una labor política que ponga en cuestionamiento su función social, que muestre de una forma entendible cómo este poder influye negativamente en la vida de millones de personas, cómo impide el desarrollo de formas más sensatas y justas de vida social.
III
Los políticos constituyen a ojos vista el grupo social más directamente cuestionado por gran parte de la ciudadanía. Una crítica sustentada en dos hechos básicos: su incapacidad para promover políticas que garanticen un sistema socioeconómico decente y la enorme variedad de procesos de corrupción y medro personal en que se han visto implicados. Salvando las distancias, parece que volvemos al siglo XIX. Entonces en la mayoría de los países capitalistas el voto era sólo censitario y masculino. Los pobres (la mayoría de la población) las mujeres (todas) y los grupos marginados (negros, minorías nacionales, extranjeros, etc.) no votaban. La casta política era una mera representación de las clases dominantes. La lucha por ampliar la participación democrática y la creación de partidos de matriz obrera fueron el resultado de un enorme proceso de raíz democrático-radical (igualitario) por el que se esperaba conseguir políticas en interés de la mayoría. Aunque el proceso fue convulso, insuficiente, no se puede negar que existe alguna relación entre muchos de los derechos sociales que se llegaron a conseguir en las sociedades capitalistas más desarrolladas y la presencia política de los partidos de izquierdas. Mientras duró la fase de capitalismo de compromiso social posterior a la Segunda Guerra Mundial pareció creíble que estas izquierdas pudieran incluso imponer reformas hacia algún tipo de sociedad poscapitalista, o cuando menos seguir ampliando los derechos sociales. La contraofensiva neoliberal no sólo tuvo una vertiente económica, también afectó a las estructuras políticas. Consiguió al mismo tiempo debilitar las bases sociales de la izquierda e imponer de forma creciente un modelo de representación política basado en una burocracia altamente dependiente del poder económico, fácilmente influenciable y a la que se le ofrecen importantes oportunidades de medro personal siempre que se plieguen a las “políticas adecuadas”.
Juzgar esta deriva como un mero producto de la corrupción moral de los políticos es, además de superficial, una vía muerta para el cambio. Supone practicar un falso maniqueísmo entre la pretendida corrupción de las personas dedicadas a la política profesional y la inocencia intrínseca del resto de la sociedad civil. Esta deriva es a mi entender el resultado de procesos convergentes, no sólo de las presiones directas ejercidas por el capital. Juegan un papel crucial los medios de comunicación, en muchos sentidos: conversión de la acción política en un marketing electoral, importancia de los recursos financieros y de los liderazgos mediáticos para obtener visibilidad, exposición permanente a las críticas de los medios —la inmensa mayoría hostiles a las ideas transformadoras—, conversión del debate en un espectáculo, trivialización de las alternativas en un contexto comunicativo donde están ausentes las evaluaciones morales y sociales… También entran el juego las formulas organizativas que se han ido adoptando y que, tanto en la vertiente del partido stalinista como en la del parlamentarismo occidental, han acabado generando organizaciones jerárquicas donde el debate, la reflexión colectiva y la participación real están ausentes. Y también hay que considerar la estructura social, donde la mayoría de la sociedad está ausente, en su vida cotidiana, de un verdadera participación en la toma de decisiones y donde la participación política es presentada como un espacio para especialistas. La globalización y el creciente papel de las instituciones supranacionales no han hecho sino acrecentar estas tendencias y limitar las posibilidades de participación real.
Y a pesar de ello existen aún más posibilidades de presión social directa sobre las estructuras políticas que sobre las élites económicas. De hecho, sólo es posible debilitar el poder del capital mediante procesos políticos democráticos que transfieran poder a la mayoría de la sociedad. Por eso la cuestión central en la esfera política no es tanto la de la denuncia como la de la construcción de nuevos instrumentos de participación, reflexión, organización e intervención que permitan generar un cambio de ciclo social. La historia de las luchas sociales está llena de fracasos y reconstrucciones. Venimos de un desastre y urge la reconstrucción. Y esta sólo puede venir de la combinación de tres prácticas simultáneas: el balance de la experiencia anterior (de lo que aún es útil y de lo que debe desecharse, de lo que es una vía muerta o de lo que merece ser explorado), la experimentación crítica en nuevas formas de organización (crítica porque a menudo lo nuevo tiene también sus limitaciones y es necesario reflexionar sobre los pasos a dar) y la voluntad solidaria de desarrollar un proyecto común, necesariamente incompleto, necesariamente imperfecto, necesariamente tentativo, necesitado de voluntad de compromiso.
IV
Si la política está en horas bajas, la ciencia goza, en cambio, de un gran predicamento social. Los científicos, los investigadores, los médicos son vistos como la esperanza en una vida mejor. Es claro que el ideal científico de conocimiento desinteresado, crítico, reflexivo es una parte constituyente de cualquier proceso de mejora social, de huir de la vieja dependencia de las creencias irracionales y de los funcionarios y las castas que las gestionan y las imponen.
Pero una cosa es el ideal y otra la realidad concreta. Y la realidad nos dice que una parte no despreciable de las élites científicas y técnicas están directamente implicadas con el poder político y económico. No cabe duda de que hay campos donde se realiza investigación pura, desinteresada. Y que hay mucho trabajo orientado a mejorar sinceramente nuestro entendimiento del mundo material y social y a encontrar formas de mejorarlo. Pero hay también mucha actividad científica dedicada sin excesivos problemas morales a desarrollar instrumentos, técnicas y productos en beneficio de las élites. Y mucha labor intelectual organizada para legitimar el orden existente. Por tanto, el campo de la ciencia y de la técnica forma parte tanto de la búsqueda de soluciones como de la creación de obstáculos y reforzamiento del poder del capital. De hecho, uno percibe que las prácticas neoliberales en el funcionamiento de la investigación y las universidades tiende a reforzar estos aspectos reaccionarios: mayor dependencia de la financiación privada, mayor centralización de los recursos de investigación, sistemas centralizados de evaluación de la misma. Algo que, además, se refuerza con dos elementos coadyuvantes: por un lado la creciente parcelación del trabajo, y en muchos casos la pérdida de una visión global de interrelaciones y procesos (el “especialista” tiende a ser alguien que sólo controla una pequeña parcela, desconecta de las implicaciones de su actividad fuera de su pequeño espacio de acción, se irresponsabiliza); por otro, está la configuración de la actividad científica como una carrera profesional, donde la promoción es tan o más importante que el contenido del trabajo. En este sentido la vida social de muchos científicos está sujeta al mismo tipo de tensiones competitivas, narcicistas, individualistas, que la de los profesionales del espectáculo. Y esto los convierte, colectivamente, en un grupo social bastante manejable para las élites del poder.
La lucha por cambiar las cosas exige también un combate en la esfera de la ciencia y la tecnología. Exige dejar de considerarla un campo neutral, externo, y verla como un espacio en el que es necesaria una iniciativa orientada a bloquear el control capitalista sobre la actividad y el desarrollo de modelos de trabajo que primen la cooperación, la comprensión holística de los problemas y el debate abierto de los problemas ético-sociales que plantean muchos de los desarrollos tecnológicos.
V
La densidad de la clase dominante se debe en parte en esta capacidad de conjugar poder económico, político y cultural. De hecho, para muchos países deberíamos incluir también a las iglesias organizadas y, sin duda, a todo el bloque de los medios de comunicación y el negocio del gran espectáculo (deportistas de élite, artistas glamurosos…). Esto es lo que hace del capitalismo una civilización y no una mera estructura de poder. El hecho que muchas personas con enorme influencia social intervengan desde ángulos diversos para promover un statu quo social. Por ello la transformación social es tan difícil, porque no se trata sólo de poner en cuestión a una minoría de propietarios sin escrúpulos sino de cambiar de raíz una enorme variedad de estructuras sociales e influir en la visión del mundo de miles de personas que, en muchos casos, no son conscientes de su verdadero rol social.
Romper un bloque no puede hacerse a cabezazos, requiere buscar sus puntos débiles, las vías de ataque. En este sentido la apelación a la democracia y al verdadero ideal científico parecen vías más prometedoras que no la apelación abstracta al sistema. De hecho en varios de los terrenos en disputa, por ejemplo el de la crisis ecológica, una parte de la comunidad científica juega un papel progresivo, mientras que en otros la defensa de las libertades políticas y la participación consigue abrir ventanas. Conseguir que el poder del capital acabe siendo reconocido como lo que es, la prerrogativa clasista de una minoría social que decide irresponsablemente la vida de millones de personas, exige por tanto una estrategia que puede reforzarse con propuestas claras de democratización política y debate científico. La reflexión que se ofrece es que conviene pensar en las diferencias del bloque en el poder a la hora de diseñar estrategias. Quizás todo es muy obvio, pero uno percibe que en las propuestas radicales a menudo las cosas se plantean demasiado en abstracto, y ello impide generar estrategias viables.
VI
No quisiera acabar sin pasar por alto una cuestión no abordada en la presente nota. Me parece evidente que la representación del bloque en el poder es bastante adecuada para tratar dos de las grandes crisis presentes: la socio-económica y la ecológica. En ambas la alianza social en el poder bloquea las soluciones. Más compleja es la cuestión que afecta al género, donde el patriarcado no sólo obedece a los designios de un grupo del poder (aunque el papel social de ciertas iglesias es en muchos casos fundamental y en muchos otros la estructura de poder también se beneficia de o se apoya en la persistencia de las desigualdades de género), sino también a micropoderes difusos que afectan directamente a las relaciones personales de hombres y mujeres. Por eso es tan necesario que, al pensar en alternativas al actual bloque de poder, la cuestión de género se configure como una cuestión crucial. El mundo de la igualdad y la democracia sólo es factible y deseable si las nuevas estructuras sirven a todos y todas.
30/8/2013
Menudencias de verano
El Lobo Feroz
La imagen del nuevo papa, al subir la escalerilla del avión para ir a Río, llevando por sí mismo una cartera abultada, habla elocuentemente: este papa no se fía, y no deja en manos de nadie los documentos más esenciales referentes a la reforma de la curia romana y de las finanzas vaticanas, y además lo deja ver. Acababan de meterle un gol, al recomendarle el nombramiento de un indigno para un cargo de confianza. Ha aprendido la lección. El espectáculo, si no se lo cargan como a Juan Pablo I, puede ser interesante.
Vargas Llosa, a diferencia de todo el mundo civilizado —lo que excluye, claro es, a la administración norteamericana—, considera a Snowden un traidor. El viejo amigo de la CIA, cuyas primeras novelas fueron extraordinarias, tan diferentes de las últimas, se alinea como les gusta a sus jefes.
Ahora resulta que el presidente del Tribunal Constitucional oculta al Senado que militó en el PP siendo juez, lo que está prohibido. Otro angelito. ¿Por qué ascienden tanto los angelitos? ¿Son de helio?
No era de helio el chico que se cayó desde un balcón al tratar de mejorar la cobertura de su móvil (¡esa peste del móvil!).
La ministra de la Sanidad actual, que lleva el oportuno apellido de Mato, excluye a las solteras de la reproducción asistida con cargo a la seguridad social. Inesperado, pero ¿sorprendente, tratándose de esa gente del PP?
La Mato es una de las responsables, probablemente no única, de la publicidad visual en las cajetillas de tabaco: imágenes que en algunos casos se acercan a la pornografía, sádicas, repugnantes, falsarias. Nada parecido en otros países de la UE. Las cajetillas que llevan esas imágenes deben ser rechazadas en los estancos.
Por cierto: Rajoy se cargó a la cúpula de los servicios antifraude del Estado (Víctor de la Morena y su equipo), y su ministro del Interior, siempre tan digno, al comisario jefe de la Unidad policial antifraude, José Luis Olivera. Por el caso Gürtel, claro. Así aprenderán los policías e inspectores fiscales a no investigar lo que no le conviene al gobierno.
Pero no es cierto, ni mucho menos, que Rajoy esté fracasando en política: ha conseguido un millón de parados más, reforzando el ejército industrial de reserva de trabajadores; casi ha liquidado la negociación laboral colectiva y ha reducido los costes laborales para el empresariado; ha eliminado miles de profesores de las enseñanzas públicas y su partido ha privatizado a su gusto la gestión de los hospitales, que ahora pueden utilizarse para la medicina privada; se ha conseguido que las listas de espera quirúrgicas se prolonguen, también para beneficio de la medicina privada; Rajoy tiene en su haber que las tarifas eléctricas españolas sean las más caras de Europa y reducir los ingresos reales de toda la gente corriente, empezando por los funcionarios y los pensionistas. Además, ha incrementado hasta tal punto la deuda pública que en el futuro será muy difícil que el Estado sostenga gastos sociales. Sus éxitos, pues, son muchos, y eso que aún no ha terminado la legislatura. La derecha española y el gran empresariado le estarán eternamente agradecidos. La mala opinión de Rajoy como político se debe a la ignorancia de cuál es su programa real.
El verano está para las menudencias, ¿no?
27/8/2013
Los impuestos también se van de vacaciones
Notas sobre el fraude fiscal en los sectores del turismo y el ocio nocturno
Miguel Ángel Mayo
En la lucha contra la economía sumergida no hay descanso ni vacaciones… ¿o posiblemente sí? Hasta el momento, España marca un récord histórico de turistas con 34 millones de visitantes. Por su parte, el mes de julio de 2013 se convirtió en el mejor mes de la historia del turismo español, con más de 7,8 millones de visitantes (lo que supone 321.000 llegadas más que las de julio de 2012). Pero junto a la llegada del verano y de sus turistas, también se inicia la temporada alta de actividades que escapan del control tanto de la Agencia Tributaria como de Inspección de Trabajo. Nos referimos a actividades como el alquiler de apartamentos de costa, chiringuitos y bares de playa, discotecas y festivales de verano, mercadillos, etc., cuya fenomenología social puede ir desde la picaresca de la obtención de unos ingresos adicionales sin declarar hasta la existencia de redes de delincuencia organizada establecidas en discotecas de la costa, tal y como denuncia el Servicio de prevención de blanqueo de capitales (Sepblac).
Ante todo esto, los órganos de la Inspección se ven, como veremos más adelante, impotentes para atajar este tipo de actividades heterogéneas pero con un determinante en común: el pago en efectivo y la imposibilidad de seguir su flujo monetario. Nos encontramos, pues, con un escenario inusual desde el punto de vista económico —el turismo ha sido el sector menos castigado por la crisis—, pero también desde un punto de vista fiscalizador, dada la completa imposibilidad de controlar su dimensión (por poner un ejemplo claro y sencillo: ¿cómo controlar el número de copas que se sirven un sábado por la noche en una discoteca de Ibiza?).
A ningún analista se le escapa el hecho de que el turismo español avanza y que 2013 va camino de convertirse en un año récord para este sector. Pero todos sabemos también las dificultades económicas que está atravesando el Estado; y que, según los datos aportados por los Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha), se estima que las arcas públicas recaudaron 2.020 millones de euros menos de lo previsto inicialmente en las recientes medidas de ajuste fiscal aplicadas por el gobierno (pese a que tal ajuste se realizó principalmente en el Impuesto sobre la Renta). ¿Será este el momento de controlar las actividades ligadas a la existencia de una elevada economía sumergida estival, una precariedad laboral de sus empleados y una competencia desleal respecto a los empresarios que realizan sus actividades dentro de la legalidad? Parece que sí, y el objetivo de estas notas es el de hablar y reflexionar acerca de estas actividades ilegales.
El fraude en el alquiler de apartamento de costa
Una realidad con la que ha topado el sector hostelero es la proliferación de competencia desleal de alquileres no declarados en época de verano. Un hecho que se ha incrementado por tener España el mayor parque de viviendas desocupadas de Europa y por la necesidad de no pocas familias de alquilar su segunda vivienda durante la época vacacional para paliar los efectos de la crisis. De acuerdo con los datos aportados por Gestha, las estimaciones de fraude en los arrendamientos en el litoral ascienden a más de 1.200 millones de euros anuales, de los que más de una tercera parte procederían de alquileres no declarados a la Hacienda en Cataluña. Y tal y como hemos destacado, la existencia de estos datos coincide con una creciente preocupación del sector turístico, que denuncia la existencia de una enorme bolsa de oferta de plazas clandestina.
Los cálculos derivan de cruzar los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) con los de la declaración del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF). El resultado final establece que el 66% de los alquileres sumergidos en el territorio español se localiza en las localidades del litoral, lo que equivale a unas 649.686 viviendas. Eso supondría que el valor del fraude no declarado a Hacienda ascendería, según el estudio, a 1.233 millones de euros. En términos porcentuales, la comunidad con la mayor presencia de viviendas en alquiler no declarado es la andaluza (Costa de la Luz, Costa del Sol, Costa Tropical, Costa de Almería), donde el grado de fraude alcanzaría hasta el 75,31% del parque de alquileres, lo que supone unas 111.525 unidades. En la costa murciana (Costa Cálida) el porcentaje de alquileres no declarados también se encarama hasta el 76,69%. Sin embargo, en términos absolutos, la costa catalana es la que concentra el mayor número de viviendas en alquiler sin declarar, al sumar unas 239.350 unidades y un valor no declarado a Hacienda en euros de 521 millones. De estos, es en el Maresme donde se concentra la mayoría de viviendas en alquiler sin declarar (201.815 unidades). Otras marcas turísticas como la Costa Brava (con 21.266 unidades) o la Costa Daurada (con 16.269 unidades) irían muy por detrás. En suma, sólo Catalunya aportaría un 25% del total de los alquileres no declarados.
Dos son los aspectos que más destacan en los cálculos realizados: en primer lugar, que éstos en ningún momento han sorprendido al sector turístico, buena parte del cual viene denunciando la existencia de una oferta clandestina de apartamentos y viviendas que ha ido en aumento con la difusión de la cultura low cost; y en segundo lugar, la pasividad de la Administración ante el problema, ya que muchas de las operaciones se realizan con la más completa publicidad de las mismas. Si bien es difícil controlar si el inmueble ha sido o no alquilado, y el importe del mismo, sí sería importante detectar aquellas operaciones de alquiler completamente no declaradas.
El fraude en la hostelería
Ante la brusca caída del negocio de la construcción, el sector hostelero se está convirtiendo en uno de los sectores con mayor economía sumergida, tanto en el ámbito fiscal como en el ámbito laboral. Un problema que se agrava en verano por la mayor necesidad de personal. Así, en estas épocas, y según la Inspección de Trabajo, el fraude laboral en la hostelería puede llegar al 40% (nos referimos aquí tanto a la existencia de trabajadores irregulares como a los sobresueldos que no tributan a la Seguridad Social ni al IRPF).
Según un estudio realizado por Visa Europa, la economía sumergida en España alcanza un valor aproximado de 195.600 millones de euros, esto es, el 18,6% del PIB, y que su peso no ha cambiado significativamente desde el año 2008. Tamaño problema se concentra especialmente en los sectores de la construcción, industria, comercios, restaurantes e inmobiliaria. La economía sumergida se sirve en gran medida del pago en negro, por lo que no debe extrañar que el informe afirme que dos tercios de la economía sumergida en España se deben a trabajo no declarado y un tercio, a las ventas no declaradas. Si la existencia de los pagos en negro a los trabajadores de la hostelería es una práctica habitual, ello nos lleva a suponer que: o bien dicho sector genera unas ventas sin declarar importantes (que sirven para realizar esos pagos en negro), o bien, y a mayor escala, sirven en muchos casos para blanquear dinero de otras actividades ilegales a través de dichos pagos. Los sindicatos también sostienen que este tipo de salario es el habitual en el sector, considerando que el pago en negro es un mal extendido y que nadie se preocupa por combatirlo.
En conclusión, no solamente nos hallamos ante un caso de fraude al Estado, sino también a los trabajadores: cuando éstos reciben un pago en negro, se producen situaciones de abuso, normalmente con pagos inferiores a los que deberían pagarse (horas extras, nocturnidad, etc.) y que repercutirán posteriormente a la hora de determinar sus derechos laborales como indemnizaciones por despido, finiquito, prestaciones futuras o jubilación. Sin duda, el problema es la falta de control de las transacciones, puesto que éstas se realizan en metálico. Y, una vez más, asistimos a la indefensión de los trabajadores, que bastante tienen con mantener su puesto de trabajo o ese suplemento de salario adicional.
El fraude en el ocio nocturno
En época estival se multiplican las transacciones en locales de ocio nocturno (discotecas, bares de copas, festivales de verano, conciertos, etc.), en los que queda patente la imposibilidad de controlar tanto el volumen de ingresos como los movimientos tan elevados de efectivo que se producen. Prácticamente todas las adquisiciones en estos establecimientos se realizan en metálico; de aquí el reconocimiento patente de Hacienda de que es “casi imposible” frenar el fraude en este sector y que el ocio nocturno es uno de los negocios más fraudulentos. La enrevesada red de sociedades, ingresos, pagos y facturas irregulares, o defraudación del impuesto sobre el alcohol son la tónica dominante de la mayoría de las discotecas. Pongamos por caso las discotecas. Éstas lo cobra casi todo en efectivo y es prácticamente imposible controlar el dinero que recaudan; la Agencia Tributaria y la Policía son muy conscientes de que las grandes discotecas son verdaderos escaparates de delitos de lo más diverso: blanqueo de dinero (del narcotráfico, casi siempre), fraude de IVA, defraudación del impuesto especial de alcohol, contrabando de tabaco.... pero poco pueden hacer. La única solución sería que los clientes pagaran las copas con tarjeta de crédito, o que exigieran la expedición de un ticket del que pudiera realizarse un control exhaustivo, pero ni el pago en efectivo para este tipo de operaciones puede hacerse obligatorio ni los clientes necesitan la obtención del ticket para una posterior deducción.
El problema de los negocios de ocio nocturno se agrava sobremanera cuando vemos que a los mismos está accediendo el crimen organizado: fundamentalmente el narcotráfico, pero también la prostitución o el contrabando de armas. La situación, iniciada con el asentamiento de las mafias rusas en Marbella, se ha extendido ya por la costa mediterránea y ha llegado hasta Madrid. No hay cifras de cuánto dinero se blanquea en las miles de discotecas españolas, aunque el Sepblac calcula que cientos de millones de euros. Pero ni la Guardia Civil ni la Policía cuentan con unidades concretas para investigar estos locales. Y además del blanqueo, el fraude masivo de IVA y la defraudación del impuesto especial de alcoholes, en la cuenta de estafas entra el famoso “garrafón”, esto es, el alcohol de mala calidad procedente de fábricas clandestinas o de países que no gravan el alcohol, como Portugal o Andorra. Es un detalle importante, ya que más del 70% del precio de una botella de alcohol se corresponde a impuestos.
¿Pero realmente permanece inactiva la Administración?
La lucha contra la economía sumergida y el fraude fiscal es una de las principales obsesiones de la Agencia Tributaria. Y a esta cruzada parece que se le ha juntado el Ministerio de Empleo, que pretende, además, que sean los propios ciudadanos los que delaten al defraudador. Así, el Ministerio que dirige Fátima Báñez puso en funcionamiento el “buzón de lucha contra el fraude laboral”, donde cualquier ciudadano puede efectuar sus denuncias de forma anónima.
El trabajo no declarado, el empleo irregular y el fraude a la Seguridad Social constituyen para la Inspección Laboral una de las mayores amenazas al Estado del Bienestar. De hecho, en 2013, y según los datos oficiales, hay presupuestadas 255.000 visitas de los inspectores a centros de trabajo en el marco de las actuaciones de control de la economía irregular y el trabajo de extranjeros. Por su parte, la Agencia Tributaria está haciendo sus deberes: primero fueron las Fallas de Valencia, luego la Feria de Abril de Sevilla y ahora es la hostelería de sol y playa la que está en el punto de mira del Ministerio de Hacienda. En efecto, en los meses pasados la Agencia intensificó su lucha contra el fraude fiscal y se presentó en varias fallas valencianas y casetas de la Feria de Abril con el fin de reclamar a sus responsables las facturas y justificantes de pago a proveedores. La situación llegó a tal extremo que la misma alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, denunció la “absoluta insensibilidad” de Hacienda con las Fallas y con la ciudad.
Y ya en el apartado jurídico, en el preámbulo del proyecto de la Ley de Medidas de Flexibilización y Fomento del Alquiler se señala que “en los últimos años se viene produciendo un aumento cada vez más significativo del uso del alojamiento privado para el turismo”, lo cual podría dar “cobertura al intrusismo”. El proyecto pretende dejar a este tipo de alquileres fuera de la regulación de la LAU para someterlas a la normativa sectorial, en manos de las Comunidades Autónomas. Estas ya han puesto en marcha normativas más restrictivas, como es el caso de Cataluña, o bien han anunciado que lo harán, como la Comunidad de Madrid. De hecho, las Administraciones llevan años debatiendo acerca de cómo poner coto a estas viviendas. De momento el Gobierno deja claras sus intenciones en el preámbulo del proyecto: recogiendo el diagnóstico del Plan Nacional e Integral de Turismo 2012-2015, que cifra el crecimiento de los turistas alojados en apartamentos en el 15% anual, considera que esa proliferación de viviendas vacacionales podría ir en contra de la “calidad de los destinos turísticos”.
Bien es verdad que la presión fiscal no puede ser excesiva, y más cuando a ningún empresario le rebajan los impuestos cuando tiene la temporada baja. Los impuestos deben de ser razonables. No podemos tener tipos impositivos altísimos porque la gente dejaría de pagar. Pero la existencia de unos impuestos razonables es responsabilidad de todos, de los políticos que los establecen, de los gestores públicos que deben gastarlos de forma eficiente y transparente, pero también y sobre todo de los ciudadanos, que deben tener la certeza de que la permisividad ante el fraude siempre va a suponer un incremento de impuestos al resto de contribuyentes responsables. Y en este punto, los datos sobre nuestro país son claros: en febrero de este año, el Instituto de Estudios Económicos se hizo eco de datos del Institute for Management Development, según los cuales “España ocupa el puesto 51 de 59 países en los que se analizó el peso de la economía sumergida. La posición española está justo debajo de la italiana, la eslovaca, la eslovena y la griega”.
En definitiva, o algo cambia radicalmente en la cultura política y social del país, o nuestro camino hacia el desastre está asegurado.
[Miguel Ángel Mayo es colaborador de mientrastanto.e y coordinador en Cataluña del Sindicato de Técnicos de Hacienda (Gestha)]
31/8/2013
Excepcionalidad, dignidad humana y ordenamiento jurídico internacional
Jordi Bonet Pérez
La teorización sobre la excepcionalidad como pauta de comportamiento de los poderes estatales me exime, creo, de enfocar mis reflexiones en esta dirección; en cambio, no de hacerlo sobre cómo interpretar sus imperativos en el marco de un ordenamiento jurídico internacional que, tras la Segunda Guerra Mundial, persiguió humanizarse y perfilar la idea de dignidad humana como parte del acervo axiológico a partir del cual se debían construir las normas jurídicas internacionales.
El Derecho internacional público es funcionalmente un instrumento para perpetuar el sistema de estados como núcleo vertebrador de la Sociedad internacional y la supervivencia del Estado es un valor que impregna sus principios y normas jurídicas —no en vano, la voluntad estatal subyace, directa o indirectamente, en su formación—. Parece obvio que otros espacios regulatorios trasnacionales erosionan la discrecionalidad estatal y el ejercicio de su soberanía, pero el Derecho internacional público aún sigue viviendo del, por y para el Estado, pese a que pueda limitar su margen de acción mediante compromisos adquiridos mayoritariamente de forma voluntaria.
El Derecho internacional de los derechos humanos ha jugado un rol social y político-jurídico transformador: a partir de una finalidad subyacente pero suficientemente explícita —evitar la barbarie de los acontecimientos encadenados a la Segunda Guerra Mundial—, persuade a los estados de asumir límites al ejercicio de sus competencias personales y crea mecanismos de supervisión del respeto de los compromisos jurídicos adquiridos; puede afirmarse que, con mayor o menor éxito, el valor de la dignidad humana se proyecta sobre el ordenamiento jurídico internacional.
A pesar de todo, se ha de ser objetivo y realista, admitiendo que la voluntad transformadora de la dignidad humana tiene una traducción político-jurídica y jurídica limitada: no existe ninguna norma jurídica internacional que predique la superioridad de los principios y normas jurídicas que expresan directamente el valor de la dignidad humana, sobre los principios y normas jurídicas que sustentan directamente el valor de la soberanía estatal y la supervivencia del Estado como forma de organización político-administrativa.
El espacio para la reflexión puede entonces acabar de ser definido: el Derecho internacional de los derechos humanos, aun pretendiendo restringir la discrecionalidad, es comprensivo con las necesidades estatales y también con las que convergen en la excepcionalidad. Se siguen dos modelos: el de acomodación —cláusulas derogatorias que habilitan al Estado ante un conflicto armado u otro peligro excepcional que amenaza la vida de la nación— o el modelo Business As Usual —cláusulas restrictivas del ejercicio de los derechos humanos operativas en cualquier circunstancia pero susceptibles de modulación acorde a la situación de hecho, sin perjuicio de que el margen de discreción que ofrecen sea menor que la cláusula derogatoria—. El modelo de acomodación, con la salvedad de la Carta Social Europea, se encuentra en tratados internacionales de carácter general, a escala universal o regional, que reconocen esencialmente derechos civiles y políticos —la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos, que incluye tanto derechos civiles y políticos como económicos, sociales y culturales, se inclina por el modelo Business As Usual—.
La reflexión viene dada por la siguiente paradoja: si el modelo de acomodación responde a la preocupación por los abusos a los derechos humanos perpetrados al decretar leyes marciales o de excepción, y tal preocupación es atribuible a los estados que tras la Segunda Guerra Mundial capitanearon el esfuerzo por humanizar el ordenamiento jurídico internacional —en más de una ocasión se cuestiona la universalidad de los derechos humanos precisamente por entenderse que la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue un proyecto occidental triunfante—, son algunos de sus promotores los que, sin demasiado disimulo, prescinden del mismo en pleno siglo XXI y se guían por sus propios parámetros de excepcionalidad —de difícil acomodo a los anteriores— a partir de una guerra contra el terrorismo —de casi imposible encaje, entendida como fenómeno global como un conflicto armado internacional— y/o la seguridad nacional.
No es sólo que los EE.UU. hayan prescindido formalmente del modelo de acomodación —al no notificar conforme al artículo 4.3 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos del que son Parte la existencia de un peligro excepcional—, sino que toda la política estadounidense, cuyo exponente simbólico más célebre es la creación y pervivencia del centro de internamiento de Guantánamo, implica la vulneración de uno de los principios claves del modelo de acomodación, tanto en su vertiente convencional como consuetudinaria: la inderogabilidad en cualquier circunstancia de algunos derechos humanos, entre los cuales se encuentran algunos —por ejemplo, la prohibición de la tortura— que forma parte del ius cogens internacional. Por supuesto, vista además la configuración político-jurídica de la cláusula derogatoria, es evidente que, incluso si se considerase la guerra contra el terrorismo un supuesto de hecho calificable de conflicto armado —lo cual no es nada sencillo, como ya se comentó—, el Derecho internacional de los derechos humanos es de aplicación y también la prohibición de derogación o suspensión de ciertos derechos humanos.
La actuación de los socios de los EE.UU., incluidos los estados europeos democráticos y miembros del Consejo de Europa, no deja de ser igualmente ilícita, por mucho que las opiniones públicas parezcan haberse abstraído de este hecho, quizá cegadas por la crisis económica rampante: no en vano, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ya ha condenado a un Estado europeo por su cooperación con los servicios secretos norteamericanos (asunto El-Masri v. Ex República Yugoslava de Macedonia, de 12 de diciembre de 2012).
En definitiva, la paradoja puede traducirse en una doble idea: la excepcionalidad de facto supera los márgenes del Derecho internacional de los derechos, permitiendo vulnerar derechos humanos intangibles, sin que la reacción internacional suponga un impedimento categórico e insuperable. La pregunta es si esto es, simplemente, un problema determinable en términos de poder, o si es el germen de una nueva regla jurídica internacional o incluso de una práctica no jurídicamente aceptable pero socialmente aceptada. Son, desgraciadamente, las cosas de la excepcionalidad.
He dejado de lado otro tema: la excepcionalidad económica; quizá, si los editores me lo permiten, pueda explicar en el futuro alguna cosa al respecto.
[Jordi Bonet Pérez es catedrático de Derecho Internacional Público de la Universidad de Barcelona]
31/7/2013
Lucha y ejemplo en Frederick Douglass
A propósito del libro de Frederick Douglass, "Vida de un esclavo americano, escrita por él mismo" (Capitán Swing, 2010; presentación de Angela Y. Davis)
Andreu Espasa y Jordi S. Martínez
Los dos iconos afroamericanos más importantes del siglo XX, Malcolm X y Martin Luther King Jr., son figuras bastante conocidas fuera de su país. El siglo XIX estadounidense, en cambio, tan rico en fascinantes ejemplos de esclavos fugitivos que acaban convirtiéndose en agitadores abolicionistas, aún no ha sido integrado en nuestra memoria popular. La aparición de una nueva traducción de Vida de un esclavo americano (1845) de Frederick Douglass, gracias a la encomiable apuesta de la editorial Capitán Swing y al excelente trabajo de los traductores Carlos García Simón e Íñigo Jáuregui Eguía, representa una meritoria contribución a la popularización del personaje más relevante de la historia afroamericana del siglo XIX. La obra abarca la vida de Douglass como esclavo en el estado meridional de Maryland, su fuga al Norte y los primeros tiempos como esclavo fugitivo en Massachusetts. También incluye uno de sus discursos más célebres, con motivo de la fiesta nacional del 4 de julio, donde reflexiona sobre las contradicciones de una nación fundada en los ideales emancipadores de la Ilustración y penosamente enriquecida por la negación radical y sistemática de estos mismos ideales a una parte considerable de su población.
En Vida de un esclavo americano queda fuera, pues, la mayor parte de la vida de Douglass, ya en libertad, cuando se convirtió en un famoso e influyente líder abolicionista, destacado militante del sufragio femenino —del que hizo una vehemente defensa en la histórica Convención de Seneca Falls de 1848—, fiel amigo de la libertad irlandesa, infatigable defensor de los derechos del mundo del trabajo y, durante un breve periodo de tiempo, máxima autoridad diplomática de Estados Unidos en la República de Haití.
La obra de Frederick Douglass es el ejemplo más destacado de la narrativa de la esclavitud afroamericana. A pesar de todo, el autor es relativamente poco conocido entre nosotros. Probablemente, buena parte de esta ignorancia se explica por el injusto olvido del que ha sido víctima en Hollywood. En efecto, salvo una brevísima aparición en Tiempos de gloria (1989) de Edward Zwick, Douglass es el gran ausente en los dramas históricos del cine norteamericano. La ausencia de Douglass tiene sentido. Hollywood tiene un largo historial, culminado con la vergonzante chapuza del Lincoln de Spielberg, de invisibilizar a los afroamericanos de su propia historia, al retratar la Guerra de Secesión y el consiguiente fin de la esclavitud como episodios históricos protagonizados casi exclusivamente por blancos.
Otro factor que juega en contra del conocimiento de Douglass es la incomprensión general sobre el lugar que ocupa la esclavitud en la historia del capitalismo. Hay que reconocer que los apologetas del capitalismo, ayudados paradójicamente por los tóxicos restos de las versiones más vulgarizadas y deterministas del marxismo, han logrado imponer la percepción ahistórica según la cual el capitalismo y la esclavitud son realidades institucionalmente incompatibles. Según este relato, el principal responsable del fin de la esclavitud en los Estados Unidos fue el empuje incontenible del desarrollo del capitalismo industrial en el norte del país. Se trata de una visión tan conveniente para la actual clase dominante como alejada del más mínimo respeto a la verdad.
Lo cierto es que el final de la esclavitud tal como existía en el Sur de los Estados Unidos representa uno de los golpes más duros de la historia del capitalismo. Con la liberación de los esclavos, se esfumaron millones de dólares en propiedad privada, se atenuó la hiperexplotación de millones de trabajadores negros y se cuestionó la lógica capitalista de expropiación y mercantilización de las relaciones humanas. Evidentemente, esta medida no fue impulsada de manera suicida por los grandes capitalistas del momento ni tampoco vino determinada por ninguna exigencia interna en su sistema económico. El destino final de la esclavitud en los Estados Unidos no estaba escrito en ningún manual de economía o historia. La abolición fue el resultado victorioso de un amplio movimiento democrático e internacional que incluía radicales de clase media, obreros británicos que preferían sufrir el paro a tener que colaborar económicamente con el gobierno rebelde de la Confederación y, obviamente, los mismos afroamericanos, que tuvieron un papel muy relevante en la muerte de la esclavitud, ya fuera participando en las revueltas de esclavos, huyendo hacia las posiciones del ejército federal durante la Guerra, combatiendo en las filas del mismo ejército en peores condiciones que sus compañeros blancos o, como el mismo Douglass, escapando de la esclavitud para luego llevar una vida de agitación y organización en pro de la abolición en todo el país.
En toda esta historia es francamente difícil exagerar la importancia de Vida de un esclavo americano. La obra de Douglass representa un saludable y emotivo recordatorio sobre el papel de los esclavos en su liberación y, al mismo tiempo, una fuente inagotable de lecciones y enseñanzas para los que hacen de la lucha cotidiana contra la injusticia la brújula moral de su propia existencia. Se trata, sin duda, de uno de los grandes clásicos de la tradición del pensamiento emancipador universal, una lectura obligada para cualquier persona interesada en la historia estadounidense y en el potencial liberador del activismo político-cultural.
El libro está lleno de descripciones y reflexiones memorables sobre la vida cotidiana bajo la esclavitud. En uno de los fragmentos más famosos, el niño Douglass cata, casi por accidente, los rudimentos del lenguaje escrito. La escena tiene lugar en Baltimore. Sophia Auld, la señora de la casa donde Douglass sirve, no está acostumbrada a tratar con negros y, desconocedora de las leyes que penalizaban la alfabetización de los esclavos, cae en la temeridad de enseñarle las primeras letras. Cuando el señor Auld lo descubre, le prohíbe que continúe, alegando el carácter ilegal del gesto y explicándole las devastadoras consecuencias que podría tener en el correcto funcionamiento de la relación entre amo y esclavo: «[...] Un negro no tiene que saber nada más que obedecer a su amo, que para eso está. [...] Si enseñas a leer a este negro [...] no podrás después conservarlo. Quedará para siempre incapacitado como esclavo. Se volverá incontrolable al momento y dejará de tener ningún valor para su amo. En cuanto a él mismo, no le hará ningún bien, sino muchísimo daño. Le convertirá en alguien descontento e infeliz» (p. 80).
La actitud del amo hace comprender a Douglass la necesidad de completar su aprendizaje por su cuenta. Y es que, en efecto, el pronóstico del señor Auld se acaba cumpliendo en gran parte. Douglass aprende el significado de la palabra abolición y, desde entonces, se obsesiona con la idea de huir hacia el Norte. Mientras, sin embargo, su destino todavía cambiará de manos en diversas ocasiones. La variedad de amos le hará sufrir múltiples grados de explotación. No sólo por las diferencias de personalidad en crueldad y avaricia, sino también por las condiciones específicas de la esclavitud en el campo y en la ciudad. En este sentido, son de gran interés las reflexiones de Douglass sobre los momentos en los que deseaba la libertad con más vehemencia: «Mi experiencia como esclavo me ha llevado a darme cuenta de lo siguiente: siempre que mis condiciones mejoraban, en vez de aumentar mi satisfacción, aumentaba mi deseo de ser libre y me ponía a idear planes para conseguir la libertad. Me he dado cuenta de que para tener un esclavo contento es necesario impedir que piense» (p. 152).
El hilo que recorre la obra es la creciente consciencia de un esclavo sobre la propia humanidad y sobre la adquisición de los instrumentos necesarios para alcanzar la libertad. El tortuoso proceso de alfabetización tiene un papel fundamental en la ampliación de sus horizontes y en la consolidación del sentimiento de injusticia (significativamente, esta edición se cierra con un recuerdo sobre la sorprendente tenacidad con la que, ya como trabajador libre en una fundición, Douglass conseguía arañar momentos para la lectura, a pesar de la inercia alienante en la que vivían sus nuevos compañeros). La disposición a luchar por todos los medios —violencia incluida— contra amos y capataces es la otra gran herramienta que irá afilando hasta que asume el valor de arriesgar la vida en la peligrosísima aventura de romper sus cadenas de manera definitiva.
Uno de los grandes valores de Frederick Douglass es justamente su capacidad para razonar políticamente a partir de sus experiencias vitales, prepolíticas, consciente del poder del ejemplo para motivar la elevación moral y activista de la mayoría. En un discurso pronunciado el 3 de agosto de 1857, Douglass resumía así una de las grandes lecciones de su obra: «Si no hay lucha, no hay progreso. Aquellos que dicen estar a favor de la libertad pero desprecian la agitación política, son hombres que quieren cosechar sin haber sembrado; quieren la lluvia sin el rayo y el trueno; el océano sin el horrible estruendo de sus caudalosas aguas. La lucha puede ser moral, física, o de ambos tipos, pero debe ser lucha. El poder no concede nada si no se le exige. Nunca lo ha hecho y nunca lo hará. Averiguad lo que un pueblo acatará sin protestar y habréis descubierto la medida exacta de la injusticia y el oprobio que caerá sobre él. Y esa situación continuará hasta que el pueblo se resista con el puño o con la palabra, o con ambos. Los límites de los poderosos los marca la resistencia de aquellos a quienes oprimen» (pp. 16-17).
[Andreu Espasa es historiador; Jordi S. Martínez es filólogo]
28/8/2013
Las críticas a la clase gobernante son legítimas
Antonio Antón
La crítica a la clase política y a los líderes políticos (a Rajoy y también a Rubalcaba), que alcanza al 80% de la población, es justa y realista. Expresa una amplia convicción progresista e igualitaria de la mayoría de la sociedad o, si se quiere, expresa valores democráticos y de justicia social. Esa conciencia social crítica, que los poderosos y sus aparatos mediáticos no han podido neutralizar, es globalmente positiva. Es imprescindible, aunque insuficiente, para promover la reorientación de la política socioeconómica y la democratización del sistema político, con la correspondiente renovación de la clase política, en general, y la izquierda, en particular. Es excesivo el temor a que la divulgación de ideas críticas contra los políticos, el bipartidismo o el sistema, beneficien a fuerzas populistas. Detrás de esa posición se deduce que se deberían contener. Los componentes populistas (todavía limitados en España) se podrían asentar en los problemas de cohesión social derivados, precisamente, de la crisis social, la austeridad y la actuación antisocial de los mercados financieros y ‘esta’ clase política.
El giro neoliberal de la cúpula del PSOE, en el año 2010, su renuncia a representar los intereses de la mayoría de la sociedad y su poco respeto hacia la democracia y su contrato electoral con sus bases sociales, son los que han producido el vacío u orfandad de representación política de parte de esa ciudadanía indignada que no se ha sentido representada por la socialdemocracia. Es cuando aparece el riesgo y la oportunidad de cómo y quién rellena ese vacío producido. Pero, según los últimos resultados electorales y las encuestas de opinión, baja el bipartidismo (PP y PSOE) y suben los partidos minoritarios sin responsabilidades en los recortes sociales, sean de izquierda —izquierda plural— o centristas —UPyD—. En todo caso, no son las ideas esquemáticas o erróneas de una minoría de activistas quienes tienen la responsabilidad de que se puedan generar a gran escala dinámicas populistas (derechistas o autoritarias). El combate contra el populismo y la involución conservadora es fundamental, pero no se hace tampoco asumiendo las políticas liberal-conservadoras y los comportamientos elitistas, despreciando a las opiniones e intereses de la gente y apoyando el establishment (liberal o del actual aparato socialista), como insisten desde la cierta clase política para desautorizar la indignación ciudadana. La gran mayoría de la ciudadanía activa no es ‘antipolítica’ sino que exige ‘otra’ política (socioeconómica e institucional) y ‘otra’ gestión y representación política (o sociopolítica). El fortalecimiento de la indignación ciudadana es la mejor arma para encauzar el malestar de la sociedad, consolidar un cambio progresista de mentalidades y promover la transformación política y económica. Ante la persistencia de una profunda crisis social las fuerzas progresistas deben ofrecer una salida justa, democrática y solidaria. Con ello ya está introducido otro aspecto fundamental: el papel del PSOE y la relación entre lo social y lo político.
Es positivo y necesario señalar la lacra de una economía injusta y un mal sistema político. Pero hay que dar un paso más, precisar su concreción en este contexto particular y señalar sus responsables: gravedad de las consecuencias sociales de la crisis, con el sufrimiento e incertidumbre de millones de personas, medidas antisociales de la élite política, imposición a la ciudadanía. Todo ello, por parte del poder económico-financiero e institucional, con sus correspondientes intentos de legitimación tecnocrática (no hay alternativa), la neutralización de la oposición social y el desarrollo de la cultura liberal-conservadora. La cuestión ‘política’ específica en este debate es la conveniencia (o no) de señalar la responsabilidad del aparato socialista (continuador del anterior equipo con responsabilidades gubernamentales) por su vinculación con ‘esa política antisocial y poco democrática’ merecedora del rechazo popular. No se trata simplemente de recordar el pasado, sino de destacar la falta de credibilidad de la actual dirección socialista para encabezar una oposición a la austeridad y promover una profunda renovación de su política, sus discursos y sus liderazgos.
Entre gente progresista es más cómoda la oposición a la derecha; la erosión de su legitimidad es fundamental, y ya se ha iniciado. Pero a tenor de las encuestas de opinión, la mayoría de la sociedad todavía no perdona al aparato socialista y no se fía tampoco de él. Persiste una desconfianza masiva en su dirección y hay falta de credibilidad de su renovación. No hay expectativas de una reorientación y regeneración profunda de su papel de representación, mediación y gestión.
Por otro lado, la cultura democratizadora de la mayoría de la ciudadanía es positiva. Aun con expresiones simplistas genera oportunidades de renovación. Habrá que ver cómo se rellena el vacío en la representación política. Pero el declive del bipartidismo es positivo, la simple alternancia entre dos políticas similares excluye la posibilidad del necesario cambio hacia una salida de la crisis más justa y la democratización del sistema político. Es conveniente la renovación del PSOE y su participación en ese proyecto transformador, pero de momento no es una gran opción para frenar al PP y su política. Sin demostrar una profunda reorientación y renovación, sigue siendo pertinente y realista la desconfianza ciudadana en su dirección.
El rechazo social masivo es lo que más autoridad y legitimidad le quita a la mayoría parlamentaria y condiciona sus decisiones. No es embellecimiento de los movimientos sociales, la protesta social o la ciudadanía indignada ni desconsideración al sistema electoral y representativo. Supone realismo respecto de dónde se sitúa el motor del cambio, en el campo social, sin embellecer la función de la clase política actual y, en particular, la gestión socialista, y contemplando su traslación al campo electoral, con sus distintos ritmos, variables y mediaciones. La cúpula socialista, en su gestión gubernamental, ha fracasado en su intento modernizador y es corresponsable de la involución institucional y económica. Es positivo el debilitamiento de la vieja maquinaria de poder que supone el actual PSOE y su declive como el principal agente representativo y gestor de la ciudadanía progresista o la izquierda social. En su mano está su reorientación, renovación y recuperación. La prioridad ahora es la conformación de nuevas dinámicas sociopolíticas o nuevos sujetos transformadores que desgasten el proyecto de derechas y promuevan también el cambio político e institucional.
La expresión "¡Democracia real, ya!" no necesariamente significa que los que la utilizan consideran el Estado actual europeo una dictadura o una democracia irreal (inexistente). Puede hacer referencia también a una democracia no completamente real, es decir, incompleta, parcial, limitada o simplemente formal. Apunta contra los déficits democráticos del actual régimen político y conlleva una exigencia de democratización. Por otro lado, existe un amplio consenso sobre los límites de los Estados actuales, la soberanía popular y las democracias respecto de los mercados e instituciones internacionales. El sentido positivo a rescatar en las críticas frente a las insuficiencias democráticas del actual régimen o sistema político es la de una mejor democracia (social y avanzada) o una profunda democratización, incluido un nuevo proceso constituyente y una Europa más solidaria. Enlaza con las mejores tradiciones de la izquierda democrática y el republicanismo cívico de defender la ampliación de los derechos civiles, políticos y sociales y profundizar en una democracia social avanzada y participativa.
Existen expresiones minoritarias de “descalificación absoluta” o “rechazo indiscriminado” a los políticos pero no son representativas del grueso de la ciudadanía activa o la gente indignada que matizan más la crítica hacia la clase política y no están contra la ‘democracia’ o la acción política. El rechazo no es tanto por su cualidad de ‘representante’ sino por la ‘gestión antisocial e impopular’ de las élites, aparatos y poderosos, o sea, la ‘clase política’ gobernante o gestora. Cuando el 80% de la población dice que desconfía de Rajoy (incluido gran parte votante del PP) y de Rubalcaba (con la mayoría de sus votantes), ¿cae en esa actitud? Con todos los matices, insuficiencias y riesgos, expresa una desconfianza justificada y sensata y una crítica realista y racional. La conclusión es que esa actitud crítica hay que reforzarla y fundamentarla para promover el cambio social y democrático, no eliminarla por perniciosa, populista o irreal, como pretende el establishment para recuperar su legitimidad sin cambiar sus políticas y comportamientos.
En sentido contrario, la descalificación mediática (esa sí, absoluta e indiscriminada) de las críticas hacia ‘esa’ clase política y los intentos continuados de tergiversar el carácter justo y pacífico de estos movimientos de protesta, pretenden debilitar la fuerza social más significativa actualmente para avanzar en la democratización del sistema político e, incluso, la renovación (sustancial) del propio PSOE. Así, cuidando los matices, esas ideas críticas son realistas y conectan con la mayoría de la sociedad. No son certeras totalmente, pero sí su sentido principal. Forman parte de una esfera social positiva frente a lo negativo de la esfera de la gestión política dominante. Son insuficientes porque queda otra tarea: darles forma y reforzarlas con un discurso más multilateral y una teoría social más compleja y construir otras alternativas políticas y otro sistema institucional; pero ése es otro asunto que viene después (o al mismo tiempo).
También existen posiciones (minoritarias y simplistas) que desprecian las mediaciones políticas e institucionales, con una contraposición extrema entre sociedad y políticos, entre calle y urnas. Es necesaria su crítica. Pero la mayoría del 15-M (y por supuesto del sindicalismo e incluso de Grillo y su gente) critican a la casta política actual y exigen ‘otras políticas’ y ‘otros políticos’ y más participación ciudadana. No se quedan solo en defender la democracia directa (o la revolución) como expresión de la bondad del pueblo (espontaneidad sin instituciones), posición que también es muy minoritaria. Así, es bueno matizar y criticar esas expresiones ingenuas, a veces planteadas solamente como lemas simbólicos provocadores. Pero, sobre todo, se trata de rescatar el contenido democrático y democratizador que conlleva en la mayoría de la gente activa la crítica a la prepotencia y corrupción del poder financiero e institucional y la reafirmación de la conciencia y la autonomía de la ciudadanía y sus expresiones colectivas.
La actitud que el establishment pretende imponer es la del fatalismo y la desesperanza; el derrotismo y la pasividad es su complemento. El optimismo de las posibilidades de cambio o el embellecimiento de sujetos inventados es problemático porque lleva nuevamente a la frustración y no aprovecha las energías transformadoras. La opción es: realismo y ética igualitaria; reforzar el campo social progresista y promover un reformismo progresista fuerte, en el plano socioeconómico-laboral y político institucional, así como en las mentalidades y el comportamiento social y democrático.
[Antonio Antón es profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid]
28/8/2013
No seamos idiotas
Mi particular homenaje a Francisco Fernández Buey, en el aniversario de su fallecimiento
José Manuel Barreal San Martín
“No me hables de política” y “Yo paso de política” son frases que siempre se escucharon; pero ahora más. Es verdad que el noble desempeño de la política está lleno de mangantes y que, como buitres, algunas personas van a ella en busca de su propio interés; no obstante, convengamos que no todo es así y que hay personas buenas en el servicio de la política.
Para empezar, sería bueno que nos aclaremos, aunque solo sea esquemáticamente, sobre qué es y qué significa la denostada “política”. Empezaré diciendo qué no es política: no lo es (solo) votar cada cuatro años; tampoco lo es privatizar y servirse del puesto para el que se ha sido elegido o elegida. No es política, en fin, lo que está ocurriendo en este país, donde las actuaciones de algunas personas y organizaciones solo están para prostituir la deficiente y mínima democracia que nos queda. O mejor, es política basura, como la comida idem, que además no alimenta.
Político, en su raíz etimológica, significa ‘ciudadano/ciudadana’, entendiendo por tal a quien hace de lo público el centro de su interés, participando en la “política”, es decir en la vida ciudadana, máxime si son personas elegidas por la ciudadanía. Es política, aquello en torno a lo que todo gira: el derecho al trabajo, a la educación, a la sanidad, a la limpieza de las calles, el derecho a la vivienda, a las fiestas del pueblo, etcétera. Eso es, sencillamente, política.
Cuando se excluye al ciudadano de esa participación, cuando se monopoliza la misma por “los políticos” o por expertos ad hoc, no se está haciendo política. Es otra cosa: es privatización de lo público, de la “plaza pública”, del ágora. Así, en el presente político se mira por lo particular, para el propio ombligo; sin considerar como nuestro el contexto social y político en el que nos desenvolvemos e interactuamos con el otro.
En la antigua Grecia, antes de la era cristiana, y no por casualidad, donde Aristóteles acuñó el término zoon politikon, ‘animal social’, para referirse al ser humano como animal que posee la capacidad natural de relacionarse políticamente, o sea de crear sociedades y organizar la vida en ciudades, tenían otro término: idiotikós, que definía a quienes “pasaban” de política, incluso cuando gobernaban; son los que antes y ahora solo se preocupa(ba)n por lo suyo, mostrando un total desapego por los demás, por lo público. Son los idiotas; aquellas personas que dicen “esto no va conmigo”; sin embargo, si “esto” se soluciona o se consigue, reclaman su parte alícuota. Es decir, además de idiotas, son cínicos.
Porque pasar de política, ser idiota, implica que las pensiones, la protección social, la justicia, los derechos laborales, la sanidad, la educación, etcétera, queden en manos de algunos políticos, de esas personas que con razón despreciamos.
La política se hace interviniendo en la sociedad, en nuestro entorno. Se hace queriendo saber qué piensan los demás. Hay que ser educadamente impertinente. Se hace desde el debate, y contra los y las mangantes que, ocupando cargos electos o no, hacen de su actuación un particular cortijo.
Se trata de recuperar la ética para la política, de hacerla buena para el buen vivir de la ciudadanía. Se trata, como diría el fallecido profesor Francisco Fernández Buey, de “hacer de la política la ética de lo colectivo”. Por eso, no seamos idiotas.
9/2013
La Biblioteca de Babel
Montserrat Cañedo Rodríguez (ed.)
Cosmopolíticas. Perspectivas antropológicas
Este libro ha sido un auténtico regalo para el verano de quien esto escribe. Un libro magnífico, que invita a pensar y repensar lo que sabemos de la política, desde muchos y muy variados puntos de vista.
Se trata de una cuidadosa selección de textos antropológicos —algunos de ellos verdaderos clásicos de la antropología; otros, trabajos muy recientes— que abren una brecha profunda en la visión simplificada de la relación política entre las personas característica de la tradición ilustrada. El libro está dividido en cinco secciones: 1, Gramáticas y lógicas de lo político; 2, Simbolismo, performance ritual y liderazgo; 3, Hegemonía y resistencia; 4, Tecnopolíticas y 5, Cosmopolíticas. Cada una de las secciones contiene tres o cuatro ensayos, todos de grandísimo nivel.
Es imposible sintetizar en unas pocas líneas la amplitud de las sugerencias y las dudas que nacen de la lectura de este libro, que es por ello muy estimulante, además de altamente interesante y en muchos casos informativo, al menos para este lector. Lector que se pregunta si alguno de los especialistas en eso que suele llamarse ciencia política caerá sobre él. En todo caso, con la parcialidad que implica recomendar especialmente alguno de los ensayos, los trabajos de Timothy Mitchel y Bruno Latour, ambos en el apartado de Tecnopolíticas, son altamente sugestivos desde el punto de vista de la filosofía del derecho y de la filosofía política. Si algo muy general se desprende de este libro es la parcialidad en que se mueven los saberes sociales contemporáneos, y así nos va.
J.-R. C.
23/8/2013
David Harvey
Ciudades rebeldes
Del derecho de la ciudad a la revolución urbana
Akal, 2013, 238págs.2013
Cuando un gobierno obedece a intereses privados en vez de a la voluntad de sus ciudadanos, la calidad de vida se convierte en una mercancía accesible sólo para quién pueda pagársela y el disfrute del espacio urbano se subordina a las necesidades del negocio. Así, surgen lugares en los que mansiones de lujo se alzan a poca distancia de barriadas de favelas o donde los ciudadanos se ven privados de sus servicios públicos tras ser abandonados en la bancarrota por unos inversores que ya no ganan lo suficiente empleándolos en sus fábricas. Este es el escenario del que parte David Harvey (1935, Gillingham, Kent, Inglaterra) para examinar la relación entre el sistema capitalista actual y el proceso de urbanización, y cómo los movimientos sociales metropolitanos pueden transformar esta realidad y con ello el modelo socioeconómico en su conjunto.
En Ciudades rebeldes: del derecho a la ciudad a la revolución urbana, Harvey recicla algunos de sus artículos en un libro con el que proporciona cobertura teórica y aliento a unas abstractas “fuerzas de oposición” anticapitalistas y de extracción urbana, a las que considera capaces de oponerse al proceso de “destrucción y apropiación” de la ciudad por parte del capital. Con el “derecho a la ciudad” como bandera, apuesta por la reconquista de los “bienes públicos comunes” como vía para construir una alternativa anticapitalista que trascienda las cuestiones urbanas concretas y frene la generación de pobreza, desigualdad y degradación medioambiental propia del neoliberalismo. Son, por tanto, las ciudades, el espacio donde tiene lugar tanto una clara ofensiva del capital contra lo público como la posibilidad de organizar la lucha ciudadana en forma de movimientos sociales de base que peleen por la democratización de la vida en común y la preservación de la ciudad “como bien político, social y vital”.
Tras más de dos años marcados por las protestas en plazas y calles de buena parte del mundo, Harvey pone parte de su bagaje intelectual a disposición de “los movimientos sociales urbanos” sin que ello implique analizar críticamente qué son o qué pretenden. Su libro les otorga potencial revolucionario sin establecer diferencias ente ellos ni indagar en sus posibilidades de actuación. Ciudades rebeldes es, en gran medida, un compendio de artículos independientes e inconexos en el que se hace un análisis coherente pero fragmentario del impacto del capitalismo en la vida urbana. Sus profundizaciones versan sobre cuestiones concretas sin que ello genere una imagen global del fenómeno. El autor reitera su compromiso con la lucha anticapitalista en un libro útil por los argumentos que puede aportar pero que no se suma a la larga lista de trabajos que hacen de David Harvey uno de los teóricos más influyentes de la actualidad.
Elena Casanovas
29/8/2013
Gillian Flynn
Perdida
Perdida es uno de los éxitos editoriales del año. Se trata de una novela ligera que resulta divertida y atractiva desde varios puntos de vista: En cuanto al estilo, emplea especularmente dos voces en primera persona (la masculina y la femenina de dos treintañeros esposados), lo que permite contemplar una misma trama desde dos ángulos distintos y dar a ésta un giro radical. Temáticamente, por un lado recoge la experiencia de la autora como víctima de la crisis que vive la prensa escrita (Flynn había sido, antes que novelista de gran éxito, crítica de prestigio del diario norteamericano Entertainment Weekly), confiriendo veracidad al relato; y por otro lado, disecciona mordazmente el mito de la familia feliz de clase media norteamericana, el poder de manejar consciencias de los medios de comunicación, el choque cultural y de clases interno a la sociedad norteamericana, y —lo que a mi juicio resulta más interesante— la victimización acrítica del género femenino característica de cierto feminismo.
Antonio Giménez Merino
23/8/2013
En la pantalla
Natural Rights Foundation
Hacia la Tercera Guerra Mundial
Interesante documental realizado por la Natural Rights Foundation sobre las causas del imperialismo norteamericano en Oriente Medio y en el resto del mundo. Útil para reflexionar sobre el asunto de Siria.
30/8/2013
Mark Achbar y Jennifer Abbott
Corporaciones. ¿Instituciones o psicópatas?
Proponemos aquí la visión de un documental realizado en 2003 cuyo objetivo es describir el desarrollo y el papel que desempeñan las grandes corporaciones en la economía mundial y los daños que causan a la población. Un documental interesante y, si cabe, más actual hoy que hace diez años.
31/8/2013
El extremista discreto
Luz Bel
Los milagros de Juan Pablo II
Las curaciones milagrosas no son las únicas en las que está especializado el papa Woytila. Hay muchos casos más:
Maverick Granados, estudiante colombiano, necesitaba urgentemente una beca. Su madre, desquiciada, le solicitó que le preparara una tila. "Woy con la tila", gritó Maverick. Al día siguiente su nombre figuraba en la lista de becarios.
Jonahtan Albéniz, también estudiante, de Sevilla, le pidió al difunto papa que le tocara la lotería, y le tocó un gordo.
A Kevin Mendelsohn, de Baviera, que solicitaba la intercesión de su admirado Juan XXIII para salir del paro en que llevaba mucho tiempo, se le apareció Woytila y le dijo: "Eso has de pedírmelo a mí". Así lo hizo, y al día siguiente obtuvo un puesto de trabajo como informador de la CIA.
Luz Morais do Nascimento, de Minas Gerais, en Brasil, pensaba en abortar por no poder mantener al hijo del que estaba embarazada. "¡Ayúdame, Juan Pablo!", gritó en un momento de desesperación, sin atreverse a realizar su anticristiano propósito. Tuvo un parto quíntuple y así acceso a la ayuda estatal para las familias numerosas.
Sor Mary Poppens, del convento de las clarisas de Sacramento, padecía una depresión grave. Las hermanas de su convento decidieron orar una noche entera pidiendo la intercesión de Juan Pablo II para su curación, que alcanzó plenamente al amanecer. La Congregación Vaticana para las Causas de los Santos, sin embargo, no ha tomado en consideración este milagro debido a la posterior huida de Mary Poppens para convivir en San Francisco con la benedictina Ann Sullivan, exclaustrada de Los Ángeles.
El carácter práctico de algunas de estas intervenciones de Woytila no debe sorprender. Ya en vida demostró ser muy práctico; por ejemplo, al hacerse construir una cruz pontifical que al mismo tiempo pudiera servirle de cómodo báculo.
16/7/2013
...Y la lírica
Jorge Guillén
Más verdad
I
Sí, más verdad,
Objeto de mi gana.
Jamás, jamás engaños escogidos.
¿Yo escojo? Yo recojo
La verdad impaciente,
Esa verdad que espera a mi palabra.
¿Cumbre? Sí, cumbre
Dulcemente continua hasta los valles:
Un rugoso relieve entre relieves.
Todo me asombra junto.
Y la verdad
Hacia mí se abalanza, me atropella.
Más sol,
Venga ese mundo soleado,
Superior al deseo
Del fuerte,
Venga más sol feroz.
¡Más, más verdad!
II
Intacta bajo el sol de tantos hombres,
Esencial realidad,
Te sueño frente a frente,
De día,
Fuera de burladeros.
Eres tú quien alumbra
Mi predisposición de enamorado,
Mis tesoros de imágenes,
Esta mi claridad
O júbilo
De ser en la cadena de los seres,
De estar aquí.
El santo suelo piso.
Así, pisando, gozo
De ser mejor,
De sentir que voy siendo en plenitud,
A plomo gravitando humildemente
Sobre las realidades poseídas,
Soñadas por mis ojos y mis manos,
Por mi piel y mi sangre,
Entre mi amor y el horizonte cierto.
Son prodigios de la tierra.
30/8/2013
De otras fuentes
Pascual Serrano
El ‘déjà vu’ sirio
Todo parece indicar que EE.UU. bombardeará Siria en los próximos días, es lo que los medios y la diplomacia denominan eufemísticamente “intervenir”. Para empezar debemos aclarar que tenemos la humildad de reconocer que, aunque parece indiscutible que hubo una masacre por armas químicas, no sabemos quiénes fueron los responsables. Es por ello que la ONU envía inspectores a la zona. Ignorado esto podemos presentar algunas deducciones lógicas. La primera de ellas es el principio establecido en el Derecho Romano y utilizado en criminalística de “cui prodest” (¿quién se beneficia?). Desde hace semanas, en la agenda de las potencias occidentales y sus adláteres árabes están las acusaciones contra el gobierno sirio por el uso de armas prohibidas, lo más absurdo que podría hacer ese gobierno sería asesinar un millar de civiles, incluidos niños, en un barrio que no forma parte del frente y poner en bandeja la justificación de una intervención militar de EE.UU. o de la OTAN. Es decir, la respuesta de “a quien beneficia” la masacre por agentes químicos es los partidarios de esa intervención militar contra Siria.
Lo siguiente que hemos comprobado es la rápida difusión de la noticia señalando la autoría del gobierno sirio. Tan rápida que el día 21 los medios internacionales estaban informando de una masacre de 650 personas por parte del ejército sirio utilizando como fuente informativa un tuit de la oposición siria. Nada más. No se me ocurre ningún agente social que pueda conseguir ser titular mundial con un tuit.
Inmediatamente, los gobiernos que han mostrado su apoyo a los rebeldes sirios comienzan a exigir la presencia de los inspectores en la zona para confirmar el ataque y determinar sus responsables, y acusan al gobierno sirio de no colaborar. Sin embargo, cuatro días después ese gobierno está autorizando la presencia de los inspectores y dotándoles de escolta para desplazarse a la zona. Cuando se dirigen al terreno, estos inspectores sufren un tiroteo. De nuevo el gobierno es acusado de la responsabilidad de los disparos de francotiradores al convoy. Sería un cosa curiosa que un bando escolte a unos inspectores de la ONU y al mismo tiempo les disparara. A continuación, los mismos que exigían la presencia de inspectores dicen que ya es tarde, que no necesitan a los inspectores. Sin esperar a las conclusiones del equipo de investigadores de Naciones Unidas, el secretario de Defensa estadounidense, Chuck Hagel, dice que ya tienen la información de inteligencia que demostrará que “no fueron los rebeldes y que el Gobierno sirio fue el responsable".
De nada sirve que el gobierno sirio lo niegue, o que Médicos sin Fronteras afirme que “no puede establecer la autoría del ataque”. La información del gobierno sirio, difundida por la televisión nacional de ese país, asegurando que el ejército allanó el día 24 un depósito de los opositores armados en Jobar, localidad de la periferia de Damasco, en donde halló varios barriles de agentes tóxicos con la inscripción hecho en Arabia Saudita, además de máscaras antigás y pastillas para neutralizar los efectos por la exposición a dichos químicos, sólo fue recogida por Prensa Latina.
El gobierno que más muertes ha provocado en la historia por armas atómicas (Hiroshima y Nagasaki) y por armas químicas (agente naranja en Vietnam) es el que se presenta como protector mundial de los daños por esas armas. El gobierno que inició una guerra de Iraq, que todavía continúa, justificada por unas armas de destrucción masiva que no existían, ahora propone hacer lo mismo por unas armas químicas fundadas en las mismas pruebas. La sensación de déjà vu con la invasión de Iraq es inevitable. Entonces pidieron inspectores y cuando se encontraban en el terreno les obligaron a salir precipitadamente porque comenzaban a bombardear.
Son los mismos gobiernos que se escudaron en una resolución de la ONU para proteger a los libios y terminaron bombardeando el convoy del presidente para que una horda de mercenarios lo linchara y colgara el vídeo en internet. Es la misma OTAN que bombardeó Yugoslavia sin autorización del Consejo de Seguridad argumentando una limpieza étnica que los forenses demostraron falsa y que, una vez más, lo volverá a hacer en Siria sin importarle la legislación internacional. Los mismos países que invadieron Afganistán para liberar a las mujeres de los talibanes y hoy siguen siendo lapidadas y el país aumentando su récord de producción de opio, corrupción y pobreza.
A todas esas personas bienintencionadas que dicen que no podemos permanecer impasibles ante la masacre de cientos de civiles en Siria hemos de explicarles que esos libertadores que esgrimen el derecho de proteger, la defensa de los derechos humanos y la implantación de la democracia cargan con demasiados antecedentes para que podamos creer en sus buenas intenciones.
Como señala Jean Bricmont (Imperialismo humanitario. El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra, El Viejo Topo, 2008), asistimos a que gran parte del discurso ético de la izquierda considera la necesidad de exportar la democracia y los derechos humanos echando mano de las intervenciones militares del primer mundo, y califican de relativistas morales e indiferentes al sufrimiento ajeno a quienes critican esas injerencias. De forma que es precisamente esa izquierda la que inventa e interioriza “la ideología de la guerra humanitaria como un mecanismo de legitimación”. Es un error plantear que existen gobiernos buenos -que pueden invadir- y malos —que merecen ser invadidos y derrocados—. No olvidemos que si aceptamos esa opción, la invasión legítima, en el fondo, estamos autorizando la del fuerte sobre el débil. ¿Acaso invadirá Brasil (tan democrático como EE.UU.) a Iraq para instaurar la democracia? ¿Aceptaríamos que el Líbano bombardeara con carácter preventivo a Israel? Recordemos que ha sido atacado alguna vez por ese país, estaría muy fundado su ataque preventivo.
Olvidan también que el poder siempre se ha presentado como altruista. Decir que se bombardea Yugoslavia para impedir una limpieza étnica, se invade Afganistán para defender los derechos de las mujeres, se ocupa Iraq para llevar la democracia y liberar al país de un dictador o se ataca Siria para derrocar a un tirano no difiere mucho del discurso de la Santa Alianza para enfrentar las ideas de la Ilustración que inspiraron la Revolución Francesa, o del de Hitler que justificó su invasión de los Sudetes checoslovacos para defender a la minoría alemana. Parece que esa izquierda de fervor internacionalista humanitario olvida que, ya en los tiempos más recientes, el intervencionismo extranjero occidental, que viene a ser lo mismo que decir el estadounidense, es el que apoyó en Indonesia a Suharto frente a Sukarno, a los dictadores guatemaltecos frente a Arbentz, a Somoza frente a los sandinistas, a los generales brasileños contra Goulart, a Pinochet frente a Allende, al apartheid frente a Mandela, al Sha contra Mossadegh y a los golpistas venezolanos contra Chávez. Si de intervenir para proteger y salvar vidas se trata, bastaría con “bombardear” muchos países de África con tetra briks de leche en lugar de bombas de racimo.
Tampoco es que estemos defendiendo a talibanes, a Sadam, a Gadafi ni Al Assad. Estar en contra de un bombardeo de la OTAN o una invasión estadounidense no requiere de un pronunciado rechazo expreso a esos regímenes para que no se interprete que se defienden, el asunto que debemos plantearnos es la violación de la legislación internacional por parte de una potencia invasora, y las mentiras en las que se escudan para justificarla.
[Fuente: eldiario.es]
31/8/2013
Michael T. Klare
La tercera era del carbono
En todo lo referente a la energía y la economía en la era del cambio climático, nada es lo que parece. La mayoría de nosotros creemos (o queremos creer) que la segunda era del carbono, la Era del Petróleo, será pronto reemplazada por la Era de las Renovables, al igual que el petróleo lleva sustituyendo desde hace mucho tiempo la Era del Carbón. El presidente Obama ofreció exactamente esta visión en un muy alabado discurso sobre el cambio climático el pasado mes de junio. Es verdad, necesitaremos de los combustibles fósiles un poco más, señalaba, pero muy pronto serán superados por energías renovables.
Muchos otros expertos comparten este punto de vista, que nos asegura que la creciente dependencia del gas natural “limpio” combinado con ampliadas inversiones en energía solar y eólica permitirá una transición suave hacia un futuro de energía verde en el que la humanidad ya no arrojará dióxido de carbón y otros gases invernadero a la atmósfera. Todo esto suena en efecto prometedor. Solo hay un pequeño inconveniente: que no es, de hecho, el camino por el que avanzamos. La industria de la energía no está invirtiendo de forma significativa en energías renovables. En cambio, está dedicando sus beneficios históricos a nuevos proyectos de combustibles fósiles que implican ante todo la explotación de las denominadas reservas “no convencionales” de gas y petróleo.
El resultado es indiscutible: la humanidad no está entrando en un período que estará dominado por las energías renovables, sino que está iniciando la tercera gran era del carbono: la Era del Petróleo y el Gas No Convencionales.
Que nos estamos embarcando en una nueva era del carbono es cada vez más evidente y debería perturbarnos a todos. En cada vez más regiones de EE.UU., y en un creciente número de otros países, se está utilizando la fracturación hidráulica (el uso de columnas de agua a alta presión para desmenuzar las formaciones subterráneas de esquisto y liberar las reservas de petróleo y gas natural atrapadas en su interior). Mientras tanto, en Canadá, Venezuela y otros lugares se está acelerando la explotación de petróleos pesados a partir de carbón sucio y de las formaciones de arenas bituminosas.
Es cierto que cada vez se construyen más variedades de parques eólicos y solares, pero, aunque parezca mentira, se espera que en las próximas décadas la inversión en extracción y distribución de combustibles fósiles no convencionales supere, y mucho, al gasto en renovables, al menos en una ratio de tres a uno.
Según la Agencia Internacional de la Energía, una organización intergubernamental dedicada a la investigación, que tiene su sede en París, la inversión acumulada en el mundo en extracción y procesamiento de nuevos combustibles fósiles alcanzará un total de alrededor de 22,87 billones de dólares entre 2012 y 2035, mientras que la inversión en renovables, energía hidráulica y energía nuclear supondrá una cifra de unos 7,32 billones de dólares. Para esos años, se espera que solo las inversiones en petróleo, estimadas en 10,32 billones de dólares, superen el gasto dedicado a la energía eólica, solar, geotérmica, biocombustibles, hidráulica, nuclear y cualquier otra forma de energía renovable combinadas.
Además, como explica la AIE, una parte cada vez mayor de esa asombrosa inversión en combustibles fósiles se dedicará a formas no convencionales de petróleo y gas: arenas bituminosas canadienses, crudo extrapesado venezolano, petróleo y gas de esquistos bituminosos, depósitos energéticos situados en el Ártico y en las profundidades oceánicas, y otros hidrocarburos derivados de reservas energéticas anteriormente inaccesibles. La explicación de lo anterior es bastante simple. Los suministros mundiales de petróleo y gas convencional —combustibles derivados de reservas de fácil acceso que requieren de un procesamiento mínimo— están desapareciendo rápidamente. Como se espera que la demanda mundial de combustibles fósiles aumente en un 26% de aquí a 2035, los combustibles no convencionales tendrán que proporcionar una gran parte de la energía mundial.
En un mundo así, una cosa es segura: las emisiones globales de carbono se dispararán más allá de nuestras más desfavorables previsiones, lo que significa que las intensas oleadas de calor serán habituales y que las escasas zonas vírgenes que nos quedan quedarán aniquiladas. El planeta Tierra será un lugar mucho más duro y abrasador, posiblemente a niveles inimaginables. Desde esta perspectiva, merece la pena explorar con más profundidad cómo es que hemos acabado en este atolladero, en otra era del carbono.
La primera era del carbono
La primera era del carbono empezó a finales del siglo XVIII, con la introducción de la máquina de vapor alimentada con carbón y su aplicación generalizada a toda clase de empresas industriales. El carbón, inicialmente utilizado para las fábricas textiles y las plantas industriales, se empleó también para el transporte (barcos y ferrocarriles de vapor), la minería y la producción de hierro a gran escala. En efecto, lo que llamamos ahora Revolución Industrial se vio en gran medida posibilitada por la creciente aplicación del carbón y la máquina de vapor a las actividades productivas. Finalmente, el carbón se utilizaría para generar también electricidad, un campo en el que sigue siendo dominante en la actualidad.
Esa fue la época en la que enormes ejércitos de infortunados trabajadores construyeron los ferrocarriles continentales y enormes fábricas textiles mientras proliferaban y crecían las grandes ciudades industriales. Fue la era, sobre todo, de la expansión del Imperio británico. Durante un tiempo, Gran Bretaña fue el mayor productor y consumidor de carbón, el principal fabricante del mundo, su primer innovador industrial y la potencia dominante, y todos esos atributos estaban inextricablemente conectados. A través del dominio de la tecnología del carbón, una pequeña isla frente a las costas de Europa pudo acumular inmensas riquezas, desarrollar el armamento más avanzado del mundo y controlar las rutas marítimas del planeta.
La misma tecnología del carbón que dio a los británicos esas ventajas globales también provocó a su paso una miseria inmensa. Como señalaba el analista de la energía Paul Roberts en su obra The End of Oil, el carbón que se consumía entonces en Inglaterra era de la variedad lignito pardo “plagado de azufre y otras impurezas”. Cuando se quemaba, “producía un humo acre y asfixiante que hacía que escocieran los ojos y los pulmones, y ennegrecía paredes y ropas”. A finales del siglo XIX, el aire de Londres y de otras ciudades alimentadas con carbón estaba tan contaminado que “los árboles se morían, las fachadas de mármol se deshacían y las enfermedades respiratorias se volvían epidémicas”.
Para Gran Bretaña y otras primeras potencias industriales, la sustitución del carbón por el petróleo y el gas fue una bendición que permitió mejorar la calidad del aire, restaurar las ciudades y reducir las enfermedades respiratorias. Desde luego, la Era del Carbón no ha terminado en muchas partes del mundo. En China y en la India, entre otros lugares, el carbón sigue siendo la principal fuente de energía, condenando a sus ciudades y poblaciones a una versión siglo XXI del Londres y Manchester del siglo XIX.
La segunda era del carbono
La Era del Petróleo empezó en 1859 con la producción comercial iniciada en el oeste de Pensilvania, pero solo despegó tras la Segunda Guerra Mundial con el explosivo crecimiento de la propiedad del automóvil. Antes de 1940, el petróleo jugaba un papel importante en la iluminación y lubricación, entre otras aplicaciones, pero seguía estando subordinado al carbón; después de la guerra, el petróleo se convirtió en la principal fuente de energía del mundo. De 10 millones de barriles al día en 1950, el consumo global se disparó a 77 millones en 2000, una bacanal de medio siglo quemando combustibles fósiles.
Un elemento fundamental en el predominio mundial del petróleo era su estrecha asociación con el motor de combustión interna (MCI). Debido a la superior portabilidad del petróleo y a su intensidad energética (es decir, la cantidad de energía que libera por unidad de volumen), lo convierte en el combustible ideal para MCI versátiles. Al igual que el carbón alcanzó su importancia al alimentar los motores de vapor, lo mismo sucedió con el petróleo al alimentar las crecientes flotas de coches, camiones, aviones, trenes y buques del mundo. Actualmente, el petróleo proporciona el 97% de toda la energía utilizada en el transporte mundial.
La prominencia del petróleo se aseguró también por su creciente utilización en la agricultura y en la guerra. En un período relativamente corto de tiempo, los tractores alimentados con petróleo y otras maquinarias agrícolas sustituyeron a los animales como fuente energética fundamental en las granjas de todo el mundo. Una transición parecida se produjo en el moderno campo de batalla, con tanques y aviones accionados con petróleo sustituyendo a la caballería como principal fuente de potencia ofensiva.
Esos fueron los años de la propiedad masiva de automóviles, autopistas continentales, suburbios interminables, centros comerciales gigantes, vuelos baratos, agricultura mecanizada, fibras artificiales y, por encima de todo, de la expansión global del poder estadounidense. Como EE.UU. poseía reservas inmensas de petróleo, fue el primero en dominar la tecnología de la extracción y refinamiento del petróleo y el que más éxito tuvo a la hora de utilizar el petróleo en el transporte, la industria manufacturera, la agricultura y la guerra, destacando como el país más rico y más poderoso del siglo XXI, una saga contada con gran deleite por el historiador energético Daniel Yergin en The Prize. Gracias a la tecnología del petróleo, EE.UU. pudo acumular niveles asombrosos de riquezas, desplegar ejércitos y bases militares por todos los continentes, y controlar las rutas marítimas y aéreas del mundo, extendiendo su poder a cada rincón del planeta.
Sin embargo, al igual que Gran Bretaña experimentó las consecuencias negativas de su excesiva dependencia del carbón, EE.UU. —y el resto del mundo— ha sufrido ya de diversas formas su dependencia del petróleo. Para garantizar la seguridad de sus fuentes de suministro en el exterior, Washington ha establecido tortuosas relaciones con proveedores extranjeros de petróleo y ha combatido varias costosas y debilitantes guerras en la región del golfo Pérsico, una sórdida historia que expongo en Blood and Oil. La exagerada dependencia de los vehículos de motor para el transporte personal y comercial ha dejado el país mal equipado para lidiar con las periódicas interrupciones de suministros y los repuntes en los precios. Pero, sobre todo, el inmenso incremento del consumo de petróleo —aquí y en todas partes— ha producido el correspondiente aumento de las emisiones de dióxido de carbono, acelerando el calentamiento planetario (un proceso que empezó durante la primera era del carbón) y exponiendo al país a los cada vez más devastadores efectos del cambio climático.
La Edad del Petróleo y el Gas No Convencionales
El crecimiento explosivo de la automoción y los viajes en avión, la suburbanización de partes importantes del planeta, la mecanización de la agricultura y la guerra, la supremacía global de EE.UU. y el comienzo del cambio climático: estos han sido los distintivos de la explotación del petróleo convencional. En el momento presente, la mayor parte del petróleo del mundo se produce aún en unos pocos cientos de gigantescos campos petrolíferos en Irán, Irak, Kuwait, Rusia, Arabia Saudí, los EAU, EE.UU. y Venezuela, entre otros países; algún petróleo más se obtiene aún en campos alejados de la costa en el mar del Norte, el golfo de Guinea y el golfo de México. Este petróleo sale del suelo en forma líquida y necesita relativamente de escaso procesamiento antes de refinarlo para convertirlo en combustibles comerciales.
Pero ese petróleo convencional está desapareciendo. Según la AIE, los principales campos que actualmente proporcionan la parte del león del petróleo mundial perderán las dos terceras partes de su producción en los próximos veinticinco años, con un resultado neto que se hunde desde 68 millones de barriles al día en 2009 a solo 26 millones de barriles en 2035. La AIE nos asegura que el nuevo petróleo que se encuentre sustituirá esa pérdida de suministros, pero que la mayor parte provendrá de fuentes no convencionales. En las próximas décadas, los petróleos no convencionales representarán una porción creciente de las existencias de petróleo mundial, convirtiéndose finalmente en nuestra principal fuente de suministros.
Lo mismo sucede con el gas natural, la segunda fuente más importante de energía del mundo. La oferta global de gas convencional, al igual que la de petróleo convencional, está reduciéndose y cada vez dependemos más de fuentes no convencionales de energía, especialmente de la proveniente del Ártico, los profundos océanos y las rocas de esquisto, obtenidos mediante la fracturación hidráulica.
En cierto modo, los hidrocarburos no convencionales son similares a los combustibles convencionales. Ambos están en gran medida compuestos de hidrógeno y carbono, y al quemarse producen gran calor y energía. Pero, a la larga, las diferencias entre ellos supondrán para nosotros diferencias cada vez mayores. Los combustibles no convencionales —especialmente los petróleos pesados y las arenas bituminosas— tienden a tener una proporción más alta de carbono e hidrógeno que el petróleo convencional, y por eso liberan más dióxido de carbono cuando se queman. El petróleo del Ártico y de las profundidades del mar necesita mayor energía para su extracción y, en consecuencia, provoca emisiones de carbono más altas en su propia producción.
“Muchas de las nuevas variedades de combustibles derivados del petróleo no se parecen en absoluto al petróleo convencional —escribió en 2012 Deborah Gordon, especialista en el tema en el Carnegie Endowment for International Peace—. Los petróleos no convencionales tienden a ser pesados, complejos, cargados de carbono y están encerrados en lo más profundo de la Tierra, estrechamente atrapados o unidos a la arena, el alquitrán y las rocas.”
Con mucho, la consecuencia más preocupante de la naturaleza distintiva de los combustibles no convencionales es su extremado impacto en el medio ambiente. Como a menudo se caracterizan por ratios más altas de carbono y de hidrógeno, y por lo general necesitan mucha más energía para poder extraerlos y convertirlos en materiales utilizables, producen más emisiones de dióxido de carbono por unidad de energía liberada. Además, muchos científicos creen que el proceso que produce gas de esquisto, saludado como combustible fósil “limpio”, causa amplias liberaciones de metano, un gas invernadero especialmente potente.
Todo esto significa que mientras siga creciendo el consumo de combustibles fósiles, se estarán arrojando a la atmósfera grandes cantidades de CO2 y metano que, en vez de reducir, acelerarán el calentamiento global.
Y hay otro problema asociado con la tercera era del carbono: la producción de petróleo y gas no convencional requiere de inmensas cantidades de agua para las operaciones de fracturación, a fin de extraer las arenas bituminosas y los petróleos muy pesados y para facilitar el transporte y refinamiento de esos combustibles. Esto provoca una creciente amenaza de contaminación del agua, especialmente en las zonas de producción con intensas fracturaciones y arenas bituminosas, además de una alta competitividad y lucha por el acceso a los suministros de agua entre perforadores, campesinos, autoridades municipales y otros. Cuando el cambio climático se intensifique, la sequía será la norma en muchas áreas y, por ello, la competición cada vez más feroz.
Junto con estos y otros impactos medioambientales, la transición de los combustibles convencionales a los no convencionales tendrá consecuencias económicas y geopolíticas difíciles de valorar en este momento. Para empezar, la explotación de las reservas de petróleo y gas no convencionales en regiones anteriormente inaccesibles implica la introducción de tecnologías productivas de última generación, incluyendo las perforaciones en el Ártico y en mares profundos, la fracturación hidráulica (hydro-fracking) y el tratamiento de arenas bituminosas. Una de las consecuencias es que alterará la industria global energética al hacer aparecer compañías innovadoras que posean las tecnologías y determinación para explotar los nuevos recursos no convencionales; al igual que sucedió durante los primeros años de la era del petróleo, cuando surgieron nuevas compañías para explotar las reservas petrolíferas del mundo.
Esto ha quedado muy evidenciado en el desarrollo del gas y el esquisto bituminoso. En muchos casos, firmas más pequeñas y arriesgadas, como Cabot Oil and Gas, Devon Energy Corporation, Mitchell Energy y Development Corporation, concibieron y desarrollaron rompedoras tecnologías. Estas y otras compañías similares fueron pioneras en el uso de la fracturación hidráulica para extraer petróleo y gas de formaciones de esquisto en Arkansas, Dakota del Norte, Pensilvania y Texas, desatando después una estampida de las compañías energéticas más grandes para hacerse también con su propio trozo del pastel en esas zonas. Para aumentar su participación, las firmas gigantes están devorando a las de tamaño pequeño y mediano. Entre las absorciones más destacadas tenemos la compra por ExxonMovil en 2009 de XTO por 41.000 millones de dólares.
Esa transacciones ponen de manifiesto un rasgo especialmente preocupante de esta nueva era: el despliegue de fondos masivos por parte de las grandes de la energía y sus patrocinadores financieros para adquirir participaciones en la producción de formas no convencionales de petróleo y gas, con sumas que exceden enormemente las de inversiones comparables, tanto en el campo de los hidrocarburos como en el de las energías renovables. Para estas compañías está claro que la energía no convencional es el próximo boom y, al igual que las firmas más rentables de la historia, están dispuestas a gastar sumas astronómicas para asegurar que continúan siendo rentables. Si esto significa empezar a pensar que invertir en energías renovables es un timo, amén. “Sin un esfuerzo que diseñe políticas concertadas” que favorezcan el desarrollo de las renovables, advierte Gordon en el Carnegie, las inversiones futuras en el campo energético “probablemente seguirán fluyendo de forma desproporcionada hacia el petróleo no convencional”.
Es decir, habrá una preferencia institucional cada vez más pronunciada entre las empresas energéticas, los bancos, las agencias crediticias y los gobiernos por la producción de combustibles fósiles de próxima generación, lo que aumentará la dificultad para establecer frenos nacionales e internacionales a las emisiones de carbono. Esto se hace evidente, por ejemplo, en el constante apoyo de la administración Obama a las perforaciones en mares profundos y al desarrollo del gas pizarra, a pesar de su pretendido compromiso con la reducción de las emisiones de carbono. Es igualmente evidente en el creciente interés internacional por el desarrollo de las reservas de petróleos pesados y esquistos bituminosos mientras van recortándose las inversiones en energías renovables.
Al igual que en los campos económico y medioambiental, la transición del petróleo y el gas convencionales a los no convencionales tendrá un impacto considerable, en gran medida todavía por definir, en los asuntos políticos y militares.
Las compañías estadounidenses y canadienses están jugando un papel decisivo en el desarrollo de muchas de las nuevas tecnologías a aplicar a los combustibles no convencionales; además, algunas de las reservas de gas y petróleo no convencionales del mundo están situadas en América del Norte. Todo esto sirve para reforzar el poder global de EE.UU. a expensas de otros productores energéticos mundiales como Rusia y Venezuela, que se enfrentan a la creciente competición de las compañías norteamericanas y de estados importadores de energía como China y la India, que carecen de recursos y tecnología para producir combustibles no convencionales.
Al mismo tiempo, Washington parece inclinarse más por contrarrestar el ascenso de China a través del dominio sobre las rutas marítimas globales y de reforzar sus lazos militares con aliados regionales como Australia, India, Japón, Filipinas y Corea del Sur. Muchos factores son los que están contribuyendo a este cambio estratégico, pero, por sus declaraciones, está bastante claro que los altos funcionarios estadounidenses lo consideran en gran medida una consecuencia de la creciente autosuficiencia de EE.UU. en la producción energética y su precoz dominio de las tecnologías de última generación.
“La nueva postura energética de EE.UU. nos permite afrontar [el mundo] desde una posición de mayor fortaleza —afirmó el asesor de seguridad nacional Tom Donilon en un discurso pronunciado en abril en la Universidad de Columbia—. Aumentar los suministros de energía estadounidense sirve de amortiguador para reducir nuestra vulnerabilidad ante las interrupciones del suministro global y nos permite presentar un pulso más firme en la búsqueda e implementación de nuestros objetivos internacionales de seguridad.”
Mientras tanto, los dirigentes de EE.UU. pueden permitirse alardear de su “pulso más firme” en los asuntos mundiales porque ningún otro país posee las capacidades para explotar recursos no convencionales a tan gran escala. Sin embargo, al tratar de obtener beneficios geopolíticos de la creciente dependencia mundial de esos combustibles, Washington está invitando inevitablemente a que los demás contraataquen de diversas formas. Las potencias rivales, temerosas y resentidas por su asertividad geopolítica, incrementarán sus capacidades para resistir frente al poder estadounidense; una tendencia ya evidente en la acelerada construcción naval y de misiles de China.
Al mismo tiempo, otros estados tratarán de desarrollar su propia capacidad para explotar recursos no convencionales mediante lo que podría considerarse una versión de la carrera armamentística en el terreno de los combustibles fósiles. Esto necesitará de considerables esfuerzos, pero esos recursos están ampliamente distribuidos por el planeta y, con el tiempo, aparecerán seguro otros productores importantes de combustibles no convencionales que desafiarán la ventaja de EE.UU. en este campo (incluso aumentando la resistencia y destructividad global de la tercera era del carbono). Tarde o temprano, gran parte de las relaciones internacionales girarán alrededor de estas cuestiones.
Sobreviviendo a la tercera era del carbono
A menos que se produzcan cambios inesperados en las políticas y conductas globales, el mundo va a depender cada vez más de la explotación de energías no convencionales. Esto, a su vez, implica el incremento en la acumulación de gases invernadero y muy pocas posibilidades de evitar el comienzo de catastróficos efectos climáticos. Sí, también seremos testigos del progreso en el desarrollo e instalación de formas renovables de energía, pero estás jugarán un papel subordinado frente al desarrollo del petróleo y gas no convencionales.
La vida no va a ser muy satisfactoria en la tercera era del carbono. Quienes confían en los combustibles fósiles para el transporte, la calefacción y usos similares quizá puedan consolarse con el hecho de que el petróleo y el gas natural no se van a agotar pronto, como muchos analistas de la energía predijeron en los primeros años de este siglo. Los bancos, las corporaciones de la energía y otros intereses económicos amasarán sin duda asombrosos beneficios de la explosiva expansión de las empresas dedicadas al petróleo no convencional y de los aumentos globales en el consumo de esos combustibles. Pero la mayoría de nosotros no vamos a sentir recompensa alguna. Bien al contrario. Tendremos que experimentar el malestar y sufrimiento que acompañan al calentamiento del planeta, la escasez de los disputados suministros del agua en muchas regiones y el destripamiento del paisaje natural.
¿Qué puede hacerse para acortar la tercera era del carbono y evitar lo peor de sus consecuencias? Exigir mayores inversiones en energía renovable es esencial pero insuficiente en un momento en que las potencias mundiales actuales están haciendo hincapié en el desarrollo de los combustibles no convencionales. Hacer campaña para frenar las emisiones de carbono es necesario, pero será indudablemente problemático, dada la inclinación cada vez más profunda de las instituciones hacia la energía no convencional.
Además de esos esfuerzos, es necesario impulsar la divulgación de las peculiaridades y peligros de la energía no convencional y demonizar a quienes deciden invertir en esos combustibles en vez de en energías alternativas. En ese sentido, ya están en marcha diversos esfuerzos, incluidas las campañas iniciadas por los estudiantes para persuadir u obligar a los administradores universitarios a que desinviertan cualquier aportación a las empresas de combustibles fósiles. Sin embargo, esos esfuerzos son muy poca cosa aún para identificar y resistir frente a los responsables de nuestra creciente dependencia de los combustibles no convencionales.
A pesar de toda la charla del presidente Obama sobre la revolución de la tecnología verde, seguimos profundamente atrincherados en un mundo dominado por los combustibles fósiles, y la única revolución verdadera que hay ahora en marcha implica el cambio de un tipo de esos combustibles fósiles a otro. Sin duda que es la fórmula ideal para la catástrofe global. Para poder sobrevivir a esta era, la humanidad debe ser muy consciente de las implicaciones de este nuevo tipo de energía y después dar los pasos necesarios para comprimir la tercera era del carbono y acelerar la Era de las Renovables antes de que nos extingamos a nosotros mismos de este planeta.
[Fuente: Rebelión (trad. del inglés de Sinfo Fernández). Michael T. Klare es profesor de Estudios por la Paz y la Seguridad Mundial en el Hampshire College y colaborador habitual de TomDispatch.com. Es autor de The Race for What's Left: The Global Scramble for the World's Last Resources, Metropolitan Books, 2012]
8/8/2013
Vicenç Navarro
¿Salirse o no del euro? Un debate necesario
Desde el principio tuve reservas sobre el establecimiento del euro. Por un lado, compartía el deseo de la mayoría de fuerzas democráticas que luchamos frente a la dictadura que existió en España desde 1939 hasta 1978, de entrar de lleno en Europa, pues esta significaba democracia y bienestar social. Pero (y es un pero significativo) parecía obvio que la arquitectura que sustentaba el euro estaba basada en unos principios profundamente neoliberales que constituirían (y así ha sido) un enorme obstáculo para el mantenimiento del modelo social. Era su intento el de debilitar a los Estados y potenciar a los mercados, sobre todo financieros, que impondrían su voluntad sobre las instituciones encargadas de la gobernanza del euro. Esta predicción, por desgracia, adquirió su pleno desarrollo en el ataque frontal al Estado del Bienestar en cada país de la Eurozona que estamos hoy viendo. País tras país, se está desmantelando la protección social y se están debilitando, cuando no destruyendo, los instrumentos en defensa de las clases populares, tales como los sindicatos. En realidad, país tras país, las derechas están consiguiendo lo que siempre han deseado: la reducción de los salarios y el empobreciendo de las transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar. Y todo esto era previsible.
Es cierto que algunos países de la Unión Europea están siguiendo estas políticas neoliberales, como Gran Bretaña, sin estar en el euro. Podría, pues, argumentarse que el euro no es la causa, como argumenta Andrew Watt en su columna en Social Europe Journal, “Why Left-wing Advocates Of An End To The Single Currency are Wrong” (10-7-13), pero encuentro este argumento insuficiente. El hecho de que todos los países de la Eurozona estén llevando a cabo esas políticas no quiere decir que otros no lo hagan también. Lo definitorio es que todos los que están dentro de la Eurozona lo hacen. Y la razón es que a todos los Estados de la Eurozona se les han quitado los mecanismos de defensa, no solo la imposibilidad de controlar y devaluar su moneda, sino también la de protegerse frente a la especulación de los mercados financieros, al no tener su propio Banco Central. Debería ser obvio a estas alturas admitir que el Banco Central Europeo no es un banco central, sino un lobby del capital financiero, altamente influenciado por el capital financiero alemán.
Andrew Watt (a partir de ahora AW) simpatiza con los argumentos de aquellos que, habiendo estado a favor del euro, como Costas Lapavitsas y Oskar Lafontaine, ahora están en contra, y que basan su rechazo en el enorme sacrificio que las clases populares están sufriendo como resultado de las políticas que se están imponiendo para “salvar al euro”. Es cierto, admite AW, que los costos humanos son muy elevados. Pero a diferencia de los autores de izquierda citados, él cree que no han sido baladíes. Deberían haber sido menores si se hubieran seguido políticas expansivas, pero, por malas que sean, han ido consiguiendo lo que era necesario: la convergencia de los costes laborales y, con ello, la corrección de los desequilibrios comerciales que habían llegado a situaciones extremas entre Alemania y los países periféricos. AW muestra que las exportaciones ya son mayores que las importaciones en España (representando el superávit algo más de un 1% del PIB), mostrándolo como un éxito, consecuencia de las necesarias correcciones en las excesivas diferencias en sus diferentes niveles de competitividad versus otros países, y muy en especial Alemania, que tenía un excesivo superávit a costa de España y todos los demás. AW olvida, sin embargo, que el balance comercial se ha corregido a base, primordialmente, de una bajada de las importaciones.
Otro argumento que AW utiliza en contra de la salida del euro es que ya se ha alcanzado un nivel de agotamiento en las políticas de austeridad, que ha forzado un cambio en las instituciones que gobiernan el euro, que AW asume las han abandonado. Esta lectura de la realidad es excesivamente optimista. Hoy continúan con toda intensidad estos recortes y no se les ve fin.
AW también cree que estamos ahora viendo un estímulo a nivel mundial, resultado de las políticas del Federal Reserve Board y del Banco del Japón, que ayudarán a la recuperación económica. Pero donde AW centra más sus críticas a Heiner Lassbeck y Costas Lapavitsas (a partir de ahora FyL), que han cambiado de opinión y ahora están a favor de salirse del euro, es en acentuar los grandes costes que significarían para un país o grupo de países salirse del euro. FyL consideran que la huída de capitales (el bank run) podría limitarse mediante el control de capitales, realizándose de una manera ordenada. AW cuestiona este supuesto indicando que nunca será una salida ordenada, por muy pactada que esta salida fuera con los países que se quedaran dentro del euro. La salida de un país del euro inmediatamente crearía un miedo de contagio que afectaría a toda la Eurozona, siendo, más que una salida, un tsunami de huida masiva de capitales. Es más, la clara integración de capitales (el capital financiero alemán tiene 700.000 millones de euros en los países periféricos en deuda pública y privada) implicaría una situación de resistencia a cualquier movimiento que afectara la recuperación de dicha deuda.
La segunda crítica que AW hace a FyL es que estos autores están exagerando el impacto positivo de la devaluación de la moneda, resultado de la recuperación de la moneda nacional. AW indica que esta devaluación contribuiría a una elevada inflación, ya facilitada por el recuperado Banco Central Nacional, que imprimiría gran cantidad de dinero para compensar la huída de capitales. Y si el Estado —dice AW— permite el aumento de los salarios según la inflación, perderá todas las ventajas competitivas que le facilitaba la devaluación de la moneda. Y en cuanto a la propuesta de FyL de crear una nueva zona monetaria, el European Monetary System, AW critica que el abanico de fluctuaciones permitida por los países del nuevo sistema monetario (otra propuesta de FyL) creará mucha mayor inestabilidad monetaria de lo que sus proponentes están suponiendo. Siempre, en una unidad monetaria, hay una moneda referencia, controlada por un Estado que dicta, en la práctica, las reglas del juego. La EMS anterior al euro ya estaba definida por la voluntad del marco alemán.
El optimismo de AW
AW acentúa los problemas de la salida y ofrece argumentos en contra. No hay duda de que los habría, pero para llegar a su conclusión de que es mejor quedarse, exagera los cambios que están ocurriendo en la Eurozona. Decir que ya nadie cree en la austeridad, en el mismo momento que el gobierno Rajoy está recortando 6.000 millones de euros en Sanidad es un chiste de mal gusto. Y lo mismo en cuanto al optimismo que significa su visión de un nuevo compromiso con las políticas de expansión. Exagera el impacto que los nuevos programas de creación de empleo juvenil tendrán en reducir el desempleo juvenil. AW no parece ser consciente de lo que está pasando en los países que despectivamente son conocidos como PIGS (‘cerdos’ en inglés), entre los cuales está España. La situación en España es intolerable y en contra de lo que supone AW no hay perspectivas de salirse de esta situación.
El problema de AW y también, por cierto, de FyL es que ven la situación desde una perspectiva económica y financiera, cuando es predominantemente política. Las soluciones a las crisis actuales en la Eurozona son, en realidad, fáciles de ver. Y no hay déficit de propuestas. La Confederación Europea de Sindicatos ha hecho una serie de propuestas que ayudarían a dar la vuelta a la situación. Pero AW peca de excesiva ingenuidad al creerse que la estructura de poder que gobierna hoy la Unión Europea y la Eurozona va a llevar a cabo estas propuestas alternativas. Hoy existe un dominio casi absoluto de este sistema de gobernanza por parte del capital financiero, para el cual la crisis es la manera escogida para alcanzar, con el apoyo del gran capital, lo que siempre ha deseado: el gran debilitamiento del mundo del trabajo y el desmantelamiento del Estado del Bienestar. Léanse las declaraciones de los dirigentes de dicho gobierno, y no pueden ser más claros. El presidente del BCE, el Sr. Draghi, lo ha dicho con gran contundencia: “el modelo social europeo no es sostenible”. Para estos intereses financieros, el euro es un pilar de tal sistema de explotación. Creerse que este sistema de gobierno desea la desaparición del euro (el famoso colapso del euro que nunca ocurrió) o la expulsión de los países periféricos, es no entender la función que la relación centro-periferia juega en dicha explotación, explotación que no es de nación a nación, sino de clase contra clase, con una alianza de las clases dominantes contra las clases dominadas (la mayoría de la población) en cada país. Y el euro es un instrumento para ello. La evidencia científica que avala tal postura es enorme, aún cuando continúa siendo ignorada u ocultada en los mayores medios de difusión.
De ahí la necesidad de iniciar un debate para salirse del euro como posibilidad. La amenaza de terminar con el euro dará fuerza a las izquierdas en su negociación con las derechas. Y para mantener la credibilidad en esta amenaza, hace falta prepararse para salirse del euro que, siendo un proceso difícil, no es imposible, y puede facilitar la salida de España y otros países de la recesión. Sin minimizar los problemas de salida, el hecho es que otros países han roto con monedas equivalentes al euro, y les ha ido bien, tal como es el caso de Argentina. Quiero subrayar que lo que estoy proponiendo es iniciar un debate, hoy inexistente en España, que pueda o no abocar en la salida de España del euro. Lo que tiene que entenderse es que el peor de todos los escenarios es mantenerse donde estamos; la población ya ha perdido su apego a la Eurozona y están clamando un “¡Basta Ya!”. Y llevan razón.
[Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Public Policy de la Johns Hopkins University. Este artículo fue publicado el 1 de agosto de 2013 en el diario Publico]
28/8/2013
Vidal Aragonés
De la negociación a la imposición
En las últimas semanas, una cuestión de carácter técnico-jurídico como es la ultractividad de los convenios colectivos se ha convertido en elemento de discusión cotidiana entre miembros de las diferentes asociaciones empresariales y representantes sindicales.
La norma y, más concretamente, la decisión de no mantener el principio de vigencia prorrogada de los convenios, estaba pensada para trasladar la máxima presión a los representantes de los trabajadores y fortalecer aún más si cabe la posición patronal en la negociación de los convenios. De este modo, se pretende que las empresas puedan obtener una reducción de costes por el mero hecho de enrocarse en sus posturas y no alcanzar un acuerdo.
Por otra parte, resulta intolerable que algunos de entre aquellos a quienes corresponde la defensa de los intereses de los trabajadores y trabajadoras hayan sido los primeros propagadores del discurso del miedo, augurando un horizonte en el que el Estatuto de los Trabajadores y el salario mínimo interprofesional pasarían a ser el nuevo marco regulador sin más alternativa que la aceptación de nuevos convenios en peores condiciones. No puede ser este el posicionamiento de quienes les corresponde defender los intereses de clase. Antes bien, sería más riguroso y adecuado interpretar jurídicamente que aquellos que disfrutaban de un convenio incorporan su contenido con fuerza vinculante a sus contratos individuales: lo que se denomina la contractualización del convenio.
Más allá de la cuestión de la pérdida de ultractividad de las normas pactadas, la última contrarreforma laboral diseña un futuro de las relaciones laborales colectivas que o bien es respondido por un verdadero sindicalismo de confrontación o se convertirá en un proceso salvaje de pauperización social.
La regulación de la negociación colectiva incluida en el Estatuto de los Trabajadores de 1980 -fase final de la transición- sustrajo la centralidad del proceso de negociación del ámbito de la empresa y la situó en el marco más general del sector, sin pretender generar superiores derechos ni reforzar visiones de clase. El objeto era hacer desaparecer lo que en aquel momento era una realidad de fortaleza laboral en el ámbito de empresa y que respondía a dinámicas de participación de la clase trabajadora mediante asambleas, enfatizando otra realidad donde el protagonismo se traslada a una representación sindical separada del día a día de los centros de trabajo. En el 2013, en una inversión del tránsito previo, se pretende desplazar la negociación a la empresa, donde ya no existen de manera generalizada dinámicas de participación asamblearia sino que la negociación resulta totalmente desigual en detrimento de los intereses de la parte social.
La realidad anterior no puede entenderse sin la preferencia aplicativa del convenio colectivo de empresa sobre el convenio de sector, cuyo efecto será un desinterés claro y paulatino hacia la negociación en el ámbito sectorial, dificultando en el actual momento una posible expresión de clase de la parte social y la consecución de garantías de unos mínimos aceptables en los diferentes sectores. En definitiva, debilitar a los sindicatos como organizaciones fuertes y representativas a la hora de negociar y potenciar el habitual chantaje del cuerpo a cuerpo negocial en el ámbito de empresa. En una realidad de crisis, se dará un efecto dominó en el cual la firma por parte de una mercantil de un convenio de empresa que empeore las condiciones contempladas en el convenio de ámbito superior «obligará» a las sociedades competidoras a degradar a su vez sus propias condiciones laborales, algo solamente evitable por un sindicalismo combativo. Si ello, por sí mismo, no fuese suficientemente preocupante para la sociedad del futuro, otras novedades como la posibilidad de inaplicación del convenio colectivo incorporadas por la ley 3/2012 agravan todavía más la realidad y, de facto, hacen desaparecer la negociación colectiva como tal. Ahora, la parte patronal también encontrará la posibilidad y las facilidades que se requieran para no aplicar aquello pactado.
Por último, el potencial laudo obligatorio por falta de acuerdo en las normas pactadas nos sitúa ante un modelo de negociación colectiva más próximo a lo que se desarrollaba en la dictadura franquista que al posterior desarrollo de la materia durante los últimos 33 años. Es indudable que hay quien pretende transformar el diálogo social en monólogo empresarial y el acuerdo entre partes, en la decisión de un tercero que nunca puede ser neutro.
En definitiva, el tránsito forzado desde la negociación colectiva a la imposición de condiciones individuales resulta la máxima expresión del quebramiento del gran contrato social.
Fuente: El Periódico de Catalunya
10/7/2013
Gonzalo Pontón
Dositeo Carballal (in memoriam)
Si la terre est couverte d’erreurs,
c’est moins la faute de l’homme que des choses.
DIDEROT
De todas las vidas de la vida, una de las más quiméricas ha de haber sido la del gallego Dositeo Carballal, de cuyo nacimiento en Tuimil, una pedanía del condado de Monforte de Lemos, se cumplen hoy trescientos años cabales. Hijo del chantre de San Vicente y de una bretona curandera y ama seca, Carballal fue instruido en latines por su padre con el fin de venderlo a la comunidad benedictina del Real Monasterio de San Xulián de Samos por 320 reales cuando el rapaz cumpliera los trece años. Carballal en Samos fue mozo de mulas, pescador de percas, cazador de corzos y, como fámulo de fray Estanislao, bibliotecario y botánico del monasterio, curador de las moreras blancas y sexador de gusanos de seda. Fray Estanislao era muy respetado en San Xulián porque había sido el encargado de ajustar el cilicio todas las mañanas al padre Feijóo, cuando este se ordenó de sacerdote en Samos, cosa que fray Benito agradeció mencionándole en una de sus Cartas eruditas y curiosas. Tenido por santo y loco, fray Estanislao contó a Carballal que, como él, era natural del reino de Galicia, de un pueblo llamado Dobromil, muy parecido al suyo, cuyo señor era el abad del monasterio benedictino de Sambos, junto al río Oribioskr, y que su país era el espejo negro del de Carballal. Se había refugiado en Samos años atrás tras desertar del ejército del archiduque Carlos de Austria, forzado a la milicia cuando acababa de hacer los votos mayores. Feliz por los conocimientos de latín del muchacho (y de su francés natal, desde luego), fray Estanislao, mermado por la ceguera, cedió, primero, la custodia de la biblioteca a Carballal, donde este halló las obras de Regnault de Segrais, de Desmarets de Saint-Simon y de Cyrano de Bergerac, pero sobre todo los cinco libros de Gargantua et Pantagruel, del benedictino Rabelais, que Carballal leyó y releyó, incansable, durante años.
Más tarde, fray Estanislao, le confió sus conocimientos sobre los injertos en flauta, hechos de madera de negrillo, que evitaban que las moreras del Courel se helaran en diciembre. Poco antes de morir, cuando Carballal ya había cumplido los veintitrés años, le confió el secreto y le preparó una bolsa con semillas, esquejes y grandes capullos de seda encomendándole que viajara a la otra Galicia donde, sin duda, se haría rico, pues allí las moreras sucumbían por el frío de los Cárpatos.
Carballal abandonó Samos el día de la Virgen de agosto de 1736 para unirse a un grupo de peregrinos franceses que regresaban de Santiago y que le tuvieron por paisano. Tres años le costó al muchacho llegar a Dobromil, donde, al buscar la casa de fray Estanislao, solo encontró un acantonamiento de soldados rutenos. Al ser preguntado por su nombre, el sargento de guardia entendió “Karl Ballach”; es decir, un alemán, seguramente prusiano, aunque también podía ser austriaco, cosa que Carballal no estaba en condiciones de aclarar por su desconocimiento de la lengua rutena. Ante las dudas fue detenido inmediatamente para ser trasladado a Viena. Recordando las enseñanzas de fray Estanislao, Carballal/Karl Ballach consiguió escapar arrojándose al Vístula en los bosques de Oszwietsim y se adentró en la Alta Silesia donde fue acogido en Strzelce Opolskie por la familia husita de los Szlasky. Allí pasó casi un año de invasión prusiana hasta que fue detenido por los guardias del voivoda de Opole, acusado de ser un espía austriaco y enviado en cuerda de presos a Berlín. Dejaba embarazada a Ania, la hija de la familia que le acogió, e iniciaba una progenie que, por esas raras casualidades de la investigación histórica, Simon Schama certificó al descubrir que un descendiente de Carballal, Karl Heinz Ballach, obergefreiter del Tercer Reich, fue muerto en Holanda y está enterrado exactamente en Monfoort de Lemborg. Cuando el fiscal del rey supo que Carballal cuidaba moreras, lo envíó inmediatamente a presencia de Federico II, quien había dictado normas severísimas en todo lo concerniente al arte de la seda, que consideraba secreto de estado. Llevado a la presencia del rey, este le inquirió severamente: “Wer bist du? Wie heisst du?". Carballal, aterrorizado, solo acertó a musitar en voz baja: "Carballal". “Ah! Bon. Cavaignac! Français et peut-être lyonnais!”, exclamó Federico, encantado de tener ante sí a un súbdito francés tal vez un canut. El rey le preguntó qué sabía de moreras, que él había hecho plantar a su ejército por todo Brandenburgo, y “Cavaignac” le explicó que conocía el secreto de los esquejes de las ulmáceas que debían injertarse en flauta en las moreras durante el mes de abril para impedir que se helaran en invierno. El rey hizo llamar entonces al presidente de su Academia de Ciencias, Pierre-Louis Moreau de Maupertuis, a quien confió a “Cavaignac” encargándole que plantase y cuidase un jardín de moreras en los terrenos destinados a su palacio de verano de Sans Souci y le concedió una modesta pensión inicial. Cada vez que el rey visitaba los desmontes de Sans-Souci, mandaba llamar a Carballal/Cavaignac para poder practicar un buen rato con él la lengua que más amaba ante la creciente irritación de Maupertuis. Le maravillaba la capacidad de Cavaignac para recitar fragmentos enteros del Gargantúa, aunque Federico prefería Thélème, porque la carta de Gargantúa a su hijo le traía funestos recuerdos de su desalmado padre. De aquellas conversaciones, nació una ambigua amistad que fue afirmándose en el tiempo: Federico le nombró königliche Begleiter, más tarde chambelán de la corte, le concedió la llave de plata sobredorada y la nacionalidad prusiana y lo llevó a vivir con él al complejo de Potsdam donde fue conocido por todos como el französische von Katte del rey. Allí Federico le presentó a La Mettrie, a Baculard d’Arnaud y a cada philosophe que acudía a visitarle. De modo que no es de extrañar que cuando Voltaire llegó a Berlín en julio de 1750, Federico se apresurara a poner a Carballal/Cavaignac a su servicio. No hubo dos hombres que se entendieran mejor, sobre todo a partir del aborrecimiento que ambos sentían por Maupertuis, en el que eran ampliamente correspondidos, y que sellaría una amistad de por vida. Voltaire continuó escribiendo en Berlín el libro que había empezado diez años antes con la ayuda de Carballal, quien escribía El siglo de Luis XIV al dictado de su amigo. Cuando la tensión entre Federico el Grande y Voltaire estaba a punto de estallar por el enfrentamiento con Maupertuis a causa del affaire Koenig, Federico pidió a Carballal, durante un petit souper presidido por el cuadro de la magnífica priapea de Pesne, que leyera para su hermana Guillermina, para Voltaire y para el “Dr. Akakia”, un pasaje concreto (el de la página 167) de su libro Le Palladion, donde el gallego se vio representado en el premier rôle aunque enmascarado tras el nombre de Darget. Carballal levantó la mirada y se encontró con la burlona del rey, quien dirigiéndose a los comensales afirmó con fingida seriedad que nunca había conocido mejor greffier que Cavaignac, quien palideció mientras Voltaire disimulaba la risa sonándose con un pañuelo de Chantilly. Fue la famosa “cena de Damocles” referida por el filósofo francés en sus Mémoires. Cuando Voltaire le confió a Cavaignac su intención de huir de la corte del tirano, le pidió ir con él. Cavaignac huyó con Voltaire el 26 de marzo de 1753. Voltaire llevó consigo un ejemplar de la edición privada de los poemas del Salomón del Norte. Carballal se llevó algo más: una valiosa daga calmuca y unos herretes de diamantes, pero sobre todo, los manuscritos de la famosa Mémoire sécrète que Voltaire hizo publicar en Londres bajo seudónimo, pero cuyos derechos de autor fueron a parar a Carballal. Al llegar a la ciudad libre de Frankfurt, los esbirros de la “bestia feroz” Hohenzollern les detuvieron exigiéndoles que devolvieran los papeles del rey. Un cretino llamado Freytag conminó a Voltaire a que devolviera las obras de poashia del rey, cuando en realidad lo que a este le preocupaba era el manuscrito de las Mémoires sécrètes, que Carballal, enmascarado como secretario de Voltaire con el apropiado nombre de Cosimo Collini, tenía a buen recaudo. Finalizado el “pleito de ostrogodos y vándalos” ambos amigos se refugiaron por un tiempo en la abadía benedictina de Sénones donde Carballal ayudó a Voltaire a encontrar material antirreligioso para los artículos que este quería escribir para la Encyclopédie. Acompañó luego a Voltaire a Ginebra, pero Carballal suspiraba por París.
Amparado por una larga carta de Voltaire para Jean-Baptiste de Rond d’Alembert, Carballal llegó a París en el invierno de 1756. Cuando D’Alembert conoció al amigo de Voltaire y de Federico II le besó, le agasajó, le presentó a sus amigos y lo llevó a la tertulia de madame de Lespinasse donde Carballal conoció al tout Paris, pero especialmente a quienes iban a ser sus amigos más íntimos: el ministro de Hacienda Joseph Foulon, el gobernador de París Louis Bertier de Sauvigny, el editor Charles-Joseph Panckoucke y, sobre todo, la bella Anne Condamine, esposa del alcalde de Gourdon , Jean… ¡Cavaignac! D’Alembert le propuso además que colaborara con él en la redacción de artículos para la Enclopedia con un salario de mil libras anuales. No eran, sin embargo, los mejores tiempos para la Enciclopedia: tras el atentado del fámulo Damiens contra Luis XV, la censura se endureció y los enciclopedistas se vieron acosados. Además, Carballal chocó violentamente con Louis de Jaucourt porque este le corrigió su francés rabelesiano: sustituyó las eses epentéticas por tildes circunflejas sin consultarle y Carballal le llamó emmerdeur, Jaucourt le tildó de madame la frédérique y Carballal le asestó un bastonazo abriéndole una enorme brecha en la cabeza a modo de sombrerete. Aunque D’Alembert consiguió por medio de Malesherbes que Carballal no fuese detenido, el mal ya estaba hecho y Carballal tuvo que dejar sus trabajos para la Enclopedia durante unos años, que aprovechó para escribir Le mûrier blanc: tout ce qu’il faut savoir, que, publicado por su amigo Panckoucke, se convirtió rápidamente en un best-seller. Esa fue también la época en que su romance con Anne Condamine, veinticuatro años más joven que él, dio sus frutos: embarazada, Anne regresó apresuradamente al Aveyron para dar la buena nueva a su marido el alcalde de Gourdon. En febrero de 1762 nació su hijo Jean-Baptiste Cavaignac, que con el tiempo sería constituyente y diputado por la Montaña. Carballal solo volvería a ver a Anne una vez más, pero mantuvo correspondencia con ella hasta el fin de sus días. En 1768 Panckoucke compró a Le Breton las planchas y las patentes de “droits et privilèges” de la Enciclopedia y le propuso a Carballal que entrara en el negocio como socio minoritario. Este invirtió prácticamente toda su fortuna en la sociedad, cuyo primer fruto fue una edición de 6.000 ejemplares que imprimieron en París, pero que fue confiscada por el gobierno. Theodore Besterman sostiene que esa era la edición que contenía eses epentéticas en lugar de acentos circunflejos por órdenes expresas de Cavaignac, pero es imposible demostrarlo porque la edición fue destruida. Aunque mermados por las pérdidas, encontraron un nuevo socio en Joseph Duplain con quien llevaron a cabo la famosa edición in quarto de 1777, que constó de la astronómica cifra de 8.000 ejemplares (es decir, 312.000 tomos, ya que la Enciclopedia contaba con 39). Agotaron todo el papel de las imprentas de París y tuvieron que pedirlo a Lyon, pero la edición fue un best-seller que reportó a Panckoucke y a Carballal 1.200.000 libras, amén de otras 200.000 que le sacaron a Duplain de las muchas que este debió ganar con las suscripciones no declaradas que había hecho por su cuenta.
Carballal se instaló en el Marais, en una casa de dos plantas, compró un título de “maître d’hôtel” del rey por 100.000 libras y se dispuso a cultivar su jardín (de moreras) y disfrutar de la vida en los salones de madame Lambert. Cuando Voltaire regresó en triunfo a París, en febrero de 1778, le ofreció su casa pero el filósofo prefirió alojarse en la del marqués de La Villette, quien también era amigo de Carballal. No abandonó ni un momento a Voltaire hasta el día de su muerte en el mes de mayo. Fue por entonces cuando Carballal se reencontró fugazmente con Anne durante la primera representación de Irène en la Comédie Française. Gracias a las gestiones de Carballal, Voltaire fue enterrado en el monasterio benedictino de Scellières. Carballal asistió el 14 de julio a la toma de la Bastilla, pero se disgustó profundamente al ver pasar junto a la puerta de su casa las cabezas empaladas de sus amigos Foulon y Sauvigny. Siguió la carrera de su hijo Jean-Baptiste a través de la correspondencia con Anne, aplaudió la declaración de “la patrie en danger” y se horrorizó ante el manifiesto del comandante en jefe prusiano Brunswick. Cuando oyó que se había formado la Comuna con más de 20.000 sans-culottes, Carballal presintió su fin: el día de la Virgen de agosto de 1792, transcurridos cincuenta y seis años exactos desde su huida de Samos, fue arrestado por la Guardia Nacional acusado de ser un espía prusiano y conducido a la prisión de la Grande- Force. Muertos Voltaire, Diderot y D’Alembert y huido Panckoucke, Carballal no pudo contar con valedores que atestiguaran que apenas sabía hablar alemán. ¿Quién le denunció? Los historiadores dudan en esto; pudo ser Jean Cavaignac, el alcalde de Gourdon, que estuviera al tanto del affaire de su esposa con su falso homónimo, pudo ser aún la larga mano del Alte Fritz desde la tumba o, como sostiene François Furet, el hijo de Jaucourt, quien había muerto de las secuelas de la herida propinada por Carballal. Lo único cierto es que este fue condenado a muerte por un tribunal popular, arrancado de la cárcel y linchado el 5 de septiembre de 1792 en la calle Saint-Antoine, cerca de la rue du Figuier, junto a Charles Darney, como revelaría Dickens muchos años más tarde.
Otros cincuenta y seis años después, el 25 de julio, día del Señor Santiago, en aquel mismo lugar de muerte, una barricada revolucionaria y lo que quedaba de la cárcel de La Force, que había sido demolida en 1845, fueron destruidas a cañonazos por orden del general Louis-Eugène Cavaignac, nieto bastardo de Dositeo Carballal, gallego de nación.
[Fuente: Pasado & Presente]
10/7/2013
Agustín Moreno
Paco Fernández Buey, un resistente frente a la barbarie
Hace un año murió Paco Fernández Buey (PFB), una gran persona, un intelectual revolucionario, admirable siempre. Era un revolucionario en ese sentido que le da Walter Benjamin como depositarios del sentido común y no utópicos enloquecidos. En realidad son hijos del orden: no pueden soportan el desorden existente, el de un sistema tan extravagante que convierte en problemas lo que deberían de ser soluciones. PFB nunca se resignó y siempre tuvo claro que había que luchar contra esa barbarie que se expresa en la negación del otro, en las ideas intolerantes, en el uso de la violencia para asegurar el dominio de clase de la minoría. Quiero recordar algunas de sus ideas porque son muy actuales.
Analizaba la barbarie como la fusión de la antigua y de la nueva. La gran perturbación actual es lo que llamamos neoliberalismo. La barbarie está anidando en la tremenda brecha que se ha abierto en el sistema-mundo capitalista; en el choque entre culturas y en la desesperación del proletariado mundial al borde del hambre; en la mentira interesada en que se acabe la lucha de clases para convertirse en lucha entre etnias; en la hipocresía de los ricos que ven una amenaza en los “inmigrantes”, esos pobres que tiene la desgracia de buscar un trabajo manual fuera de su país de origen, en un mundo globalizado donde se mueven a discreción los capitales y las mercancías.
Le producía angustia la permanencia y extensión del mal social y la constatación de que la resistencia o se siente impotente o todavía está sin columna vertebral. Hobsbawm decía que quizá el mayor problema es que nos hemos acostumbrados a convivir con la barbarie. A lo que Paco añade que hemos aprendido a tolerar lo intolerable. ¿O no es intolerable la obscenidad de un sistema económico que podría acabar hasta cuatro veces con el hambre en el mundo con la fortuna de las cien personas más ricas y no lo hace?
El camino para prevenir la barbarie es el reconocimiento de las diferencias naturales en el seno de la especie humana, sin sacar la conclusión de la necesidad de mantener las desigualdades fijas (sociales, culturales, nacionales, étnicas, etc.). Y propone la construcción de una sociedad de iguales. Para ello reivindica el valor moral de la persona y defiende la ética de la resistencia. Este mundo necesita muchos revolucionarios. Los de abajo, los vencidos pero no resignados, los que no tienen historia, se rigen por subjetividades de signo contrario, que cumple una función importante para volver a intentar la revolución después de una derrota. Para PFB la figura del revolucionario forma parte del imaginario colectivo, del recuerdo que se mantiene en las mentes de los pobres y oprimidos, que no le conocieron y que significa: podríamos hacerlo, podríamos volver a intentarlo. Es el ¡Sí, se puede! del 15-M. Esa es la importancia que le da a la mitología popular el volver a empezar.
Sobre ecología, criticaba el crecimiento y el concepto corrompido de trabajo, siendo consciente de que la naturaleza no se encuentra ahí, gratis. Que cuando la humanidad va en un tren desbocado por el consumismo y la destrucción medioambiental, hay que tirar de los frenos de emergencia e incluso de la marcha atrás. Y reflexionó sobre el decrecimiento, que debía de ser con justicia social y sin crisis social que pusiera en cuestión la democracia. Enlazando la idea de decrecimiento con otras utopías sociales históricas, considerándolo una utopía concreta posible como un horizonte de sostenibilidad ambiental y de justicia social, lo que requiere una respuesta política y filosófica radical.
Paco Fernández Buey fue un intelectual comprometido, que se remangaba para participar en las organizaciones políticas y sindicales. Pero, como Gramsci, defendiendo siempre el equilibrio entre ética privada y ética pública, es decir, la política como ética de lo colectivo. La honestidad de la persona es un factor necesario de la coherencia política, porque cuando se vive la política sin convicciones ideológicas, sin verdad, es cuando anida la corrupción y el politiqueo.
PFB tenía claro que hacía falta un sujeto histórico y la búsqueda de amplias y nuevas alianzas para transformar la realidad. La propuesta pasaría por construir un bloque plural de progreso para hacer frente a las brutales políticas neoliberales que se vienen aplicando. Su teorización sirvió para la experiencia de creación de Plataformas Cívicas por los Derechos Sociales en los años noventa, antecedentes de alguna manera de movimientos y plataformas posteriores como el 15-M, 25-S, las Mesas de Convergencia, el Frente Cívico, la Cumbre Social o las Mareas Ciudadanas. La actualidad de su pensamiento es clara. Cuando el país está siendo saqueado, cuando la deslegitimación de la clase política es inmensa, urge la construcción de ese bloque alternativo para no perder definitivamente esta guerra de clases por la pasividad de la ciudadanía y la incapacidad de la izquierda para poner en pie un sujeto emancipatorio.
El castigo tan tremendo que están sufriendo los trabajadores y ciudadanos hace que la conciencia social esté empezando a despertar del letargo. Con seis millones de parados, la destrucción del débil estado de bienestar, la expropiación de lo público, el empobrecimiento generalizado de las masas obreras y hasta de la clase media. Conocemos lo que pasa, la verdad del holocausto social. Lo padecemos. Sobran motivos para la movilización transformadora ¿Por qué no se produce un estallido social? es la pregunta. El poder construye el sistema de alienación y de dominación sobre los ladrillos del miedo y de la mentira. Y el miedo y la represión son muy paralizantes. Por eso no es fácil combatir el desorden. Por falta de conciencia o porque la indignación no es suficiente. Como decía Paco, las gentes suelen estar con Goliat, con el Poder que se supone que va a ganar la desigual batalla contra el débil, contra el pobre, contra el obrero. Sólo suele estar con David post festum, cuando los hechos ya han pasado y los avatares son parte de la memoria. Y cuando los apoyos se dividen durante el transcurso de los acontecimientos, es porque existe alguna expectativa razonable de que David, con su honda, es un poder o está a punto de serlo.
Paco nos habla de algo tan necesario hoy en día: la ética de la resistencia. Para poder sobrevivir a tanto desorden, para volver a empezar una y otra vez la lucha contra la barbarie, porque sigue habiendo en este mundo más llanto del que se puede comprender. A pesar de su lucidez, siempre combatió el pesimismo político y tenía muy claro que no se había llegado al final de la historia ni al final de la política: a lo sumo, estamos llegando al final de una historia y de una forma de entender la actividad política.
En estos momentos, vísperas quizá de choques entre placas tectónicas, sin saber exactamente cuándo ni la forma que van a adoptar: estallidos sociales, fuertes movimientos de cambio…, es cuando más necesitamos a PFB. Y aunque nos quedan de él sus ideas, su compromiso, su inquebrantable voluntad de resistir y no claudicar, su amplio legado no nos consuela de su ausencia.
Decía Hegel que la lechuza de Minerva que lleva la sabiduría levanta el vuelo en el crepúsculo. Es una buena señal que en estos momentos esté volando en círculos alrededor de nosotros. Con ella sobrevuela, seguro, PFB que intenta que no desfallezcamos y nos recuerda la necesidad de la ética de la resistencia, para que no aceptemos nunca el desorden existente y para que sigamos combatiéndole y comprometidos con la emancipación revolucionaria para construir una comunidad de iguales. Paco decía que hacen falta muchos Espartacos y yo creo que hacen falta muchos Paco Fernández Buey. Un hombre libre en un país donde ha escaseado la libertad.
[Fuente: "La espuma y la marea"/cuartopoder.es]
30/8/2013
Foro de webs
Plataforma por un Nuevo Modelo Energético
http://www.nuevomodeloenergetico.org/pgs2
Página web de la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético (Px1NME), que agrupa a personas, colectivos sociales, organizaciones ambientales, sindicatos, organizaciones empresariales y partidos políticos por la defensa de un cambio en el modelo energético, basado en el ahorro, la eficiencia, las energías renovables y la soberanía.
20/8/2013
Revista "Socialism and Democracy"
Socialism and Democracy es una interesante revista estadounidense que se propone, desde un enfoque marxista y multidisciplinar, analizar tanto las sociedades como los movimientos de emancipación social de nuestros días. En ella, el lector encontrará interesantes y sólidos trabajos sobre cuestiones sociales, ambientales, de género, de raza, etc. Una revista, pues, que conjuga el rigor académico y el compromiso político.
25/8/2013