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Ante el dolor de los demás

Alfaguara / Proa,

Madrid / Barcelona,

Raül Digón

En este breve ensayo se propone una reflexión rigurosa sobre los verdaderos efectos que el flujo cotidiano de imágenes de guerras y otras atrocidades provoca en la consciencia del espectador moderno (concebido éste como testigo anónimo de la violencia). En una aproximación conceptual convincente, la autora se cuestiona si las formas contemporáneas de representación del dolor ajeno contribuyen a despertar resortes de indignación y posicionamiento crítico o si, por el contrario, alimentan la aceptación tácita de los hechos y la pasividad generalizada. En este segundo supuesto, el efecto de la expresión gráfica de noticias estremecedoras no trascendería la conmoción estéril o la espectacularización indiferente, y las imágenes del horror se transformarían finalmente en episodios mediáticos y virtualmente ficticios.
A lo largo de una concisa genealogía sobre la representación iconográfica del dolor que parte del siglo XVII, Sontag enlaza un conjunto de preguntas abiertas. Su recorrido recupera formas expresivas tales como las representaciones pictóricas de la guerra de los Treinta años, la serie de grabados Los desastres de la guerra de Goya, y la cobertura fotográfica de numerosos conflictos (Crimea, guerra de Secesión, Guerra Civil española, Vietnam, Malvinas, etc.), sin olvidar la fotografía y la cinematografía —tanto propagandística como de denuncia— generadas por los dos grandes conflictos bélicos en Europa. No obstante se debe precisar que la fotografía de guerra es el medio más examinado, siendo más escasas las referencias de películas y programas televisivos.
Sontag trata de penetrar en las razones profundas que sustentan la clasificación entre guerras mediáticas y guerras olvidadas en nuestras sociedades, así como en los prejuicios etnocéntricos y en las causas estructurales ocultas tras los criterios de jerarquización de las víctimas en los informativos. En otra vertiente más subjetiva formula cuestiones que no resulta cómodo plantearse, ya que no elude la problemática de la curiosidad morbosa en la contemplación de tragedias ajenas (tendencia humana que ya fue tratada por los filósofos de la antigüedad, y que constituye una realidad no menos incontestable que la consternación y el estupor ante esos mismos hechos).
Ante el dolor de los demás puede favorecer que el lector, probablemente ávido receptor de los mass media, piense en cuestiones que tal vez no se haya planteado todavía. Entre otras cosas, puede retrotraerlo a sus años de adolescencia o «primera» juventud, al tiempo en que las imágenes de la barbarie suscitaban en él un rechazo inmediato. Cuando su percepción aún no había sido educada para recibir un flujo diario de imágenes espantosas, cuando aún no era capaz de contemplar escenas de horror y sufrimiento casi con el mismo tedio y naturalidad con que se soportan los ruidos del tráfico en una gran ciudad.

12 /

2004

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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