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El último mohicano

Vergüenza de ser culé

Soy culé. Hace años estaba bastante bien visto entre la progresía de media España. El Barça no sólo era “més que un club” en Catalunya, sino que representaba a menudo la alternativa al oficialismo del Real Madrid. Lo corroboró hace tiempo una encuesta de un periódico deportivo: a Barcelona, Athletic de Bilbao y Atlético de Madrid se los asociaba con la izquierda; a Sevilla, Betis y Espanyol, con el centro izquierda, y a Real Madrid y Valencia, con la derecha. Es obvio que esta asociación primaria tenía poco que ver con el talante de los directivos, casi todos ellos (por dar alguna opción a la esperanza) calificables como impresentables y algunos directamente como chorizos.

Pero, como en otros campos, las cosas han evolucionado a mucho peor. La inflación mediática que ha producido el negocio televisivo ha elevado más que nunca el papel social de los futbolistas (y sus cuentas corrientes forman parte de los vencedores de la desigualdad global). Esto ha sido especialmente claro en el caso del FC Barcelona, porque el club ha vivido su etapa más exitosa en el terreno competitivo. Ha contado con estrellas rutilantes y algunas se han convertido en verdaderos iconos sociales, sin descartar que los éxitos deportivos hayan tenido alguna influencia a la hora de generar un clima de superioridad social que se ha transmitido a la cultura independentista.

Pero lo que generan muchos de estos iconos es una auténtica vergüenza. Sólo hay que ver las declaraciones, en tiempos diversos, de los dos máximos líderes catalanes que ha tenido el equipo en los últimos tiempos, Pep Guardiola y Xavi Hernández, ambos presentados siempre como personas sensatas, razonables, buena gente (hay más de uno que no dudaría en votar a Guardiola para presidente de la Generalitat), y ambos lanzando loas a Qatar, un país autocrático, con numerosas denuncias por cuestiones de derechos humanos, con una estructura laboral próxima a un sistema feudal, que niega no sólo la libertad sindical sino que somete a muchas empleadas al control de sus amos. Xavi (al que muchos desean como futuro entrenador), menos leído que Pep, ha ido más lejos en su loa y ha venido a decir que lo de la democracia es lo de menos, que el país está muy bien organizado y que él, como miembro de la élite, vive muy bien. Bueno, en esto ha sido menos sutil: lo de la “élite” lo añado yo, ya que él desconoce cómo vive el 90-95% de la gente que no forma parte de su estrecho entorno social; simplemente es tan miope que no ve más allá del gueto para ricos en el que reside.

Pero no es el único ni por desgracia el peor. Ronaldinho, embajador oficial del club, no duda en declarar su ferviente apoyo a Bolsonaro, a uno de los representantes más explícitos de la reacción mundial. Es más o menos la catadura moral de alguien que hace ochenta años se declarara admirador de Hitler. Como no soy socio me limito a criticar, pero debería ser una tarea de mínima higiene social quitarle a Ronaldinho la representación del FCB. Mientras no se haga la vergüenza caerá sobre todos los culés. Y por lo que se ve tampoco en esto contamos con el apoyo de la prensa deportiva, que en todos estos temas mira para otro lado. Y es que ya se sabe: no hay que mezclar deporte y política.

30 /

10 /

2019

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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