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El Lobo Feroz

Municipalismo bien temperado

Tranvía

Al modesto juicio del Lobo que suscribe, Ada Colau ha mostrado ser, en el poco tiempo que lleva en el cargo, mejor alcalde que sus antecesores. Pero le están dando por todos lados: desde los contrincantes políticos a los secesionistas y no, desde los comerciantes miopes a los diversos lobbys del automóvil. Por no hablar, claro, del mastodóntico lobby del Ibex, que tira piedras sin dejar ver su mano. Es completamente injusto.

Yo no estoy de acuerdo con uno de sus proyectos: el del «tranvía por la Diagonal». Y a pesar de que lo que diré puede parecer un ataque más a quienes gobiernan la ciudad —lo que está muy lejos de ser mi intención—, creo que no debo callarme, y dar razones por si alguna encuentra eco en otras personas y acaso en el actual equipo de gobierno. Expresarme, pues, para no ser oportunista, para no ser de los que dicen que no se puede ir en nada en contra de «los nuestros». Ada lo era. Y no importa que ésta no sea una cuestión políticamente prioritaria en estos tiempos. Lo prioritario hoy parecerá ridículo mañana, de eso estoy seguro.

Cuando leo las razones que apoyan el proyecto de unir por la Diagonal los dos tramos existentes de tranvía creo ver que éstas son de dos tipos: una, menor, el gran número de viajeros que esta solución puede transportar (y que, como toda previsión, es aventurada); y otra, de mucho mayor peso, y con la que estoy de acuerdo, la conveniencia de pacificar el tráfico de automóviles dificultándolo, de conseguir que muchos barceloneses prescindan del coche en beneficio del transporte público y de la bici. Ésta es una necesidad evidente de la ciudad, cuando el Ensanche barcelonés, por ejemplo, se ha convertido en una maloliente red de autopistas, lleno de gases perniciosos.

Creo sin embargo que hay mejores maneras de pacificar el tráfico que recortarle una de sus vías principales metiendo en ella un tranvía. Eso se puede lograr también sin tranvía: ampliando aceras y creando unos atractivos Campos Elíseos, por ejemplo. Pero también mediante ordenanzas que prohibieran la circulación de automóviles de turismo a días alternos según sus matrículas. Solución que de un modo u otro, con tranvía por la Diagonal o sin él, acabará imponiéndose. Al Lobo que suscribe se le suelen materializar las profecías.

Pero entonces, ¿hay alguna solución mejor para unir los dos tramos del tranvía? Creo que sí, y expondré «arbitrísticamente» una que se podría materializar por partes. Para empezar, lo más práctico: llevar el tranvía a la estación de Sants, desde Francesc Macià pasando por Tarradellas. Del otro lado se podría llevar el tranvía por el paseo de Colón y el Paralelo (acercaría así a estaciones de metro y de tren y a centros administrativos importantes). Y dejar para más adelante el tramo de unión final, por la plaza de España, con la Fira y las estaciones de ferrocarril que hay allí. Para los dos primeros tramos hay buen espacio; para el último, con la experiencia adquirida en la Plaça de les Glòries, seguro que se encuentra en el futuro una buena solución técnica.

En política, como en el sexo, es difícil dar marcha atrás; lo comprendo. Pero dar marcha atrás es mejor que embarrancar en un proyecto que no alcanza consenso. Modestamente, creo que mi lobuna propuesta puede tenerlo.

De todos modos no hay que engañarse. Reducir la circulación urbana de automóviles no es posible sin una ampliación muy substancial del Metro de Barcelona. La ciudad carece de un servicio de transporte subterráneo como el que tiene, sin ir más lejos, Madrid. O el que tiene París. En ambos casos el transporte metropolitano puede llevar al ciudadano a doscientos o trescientos metros de su punto de destino. Barcelona perdió el tren —el metro—en los años de la dictadura franquista. Y no se ha hecho lo suficiente por crear una verdadera retícula de transporte en metro, caso casi único en una gran área metropolitana. El metro de Barcelona debe crecer sin cesar.  Y el existente debe mejorar (escaleras mecánicas, ascensores, cintas transportadoras..: en Barcelona va a haber cada vez más ancianos, y los servicios actuales son de todo punto insuficientes para las personas mayores). El tranvía es una solución timorata y menor.

***

Laika

Laika es una perrita cuyo nombre homenajea al primer mamífero que surcó el espacio. Es viejísima. Sus bondadosos dueños lo son también, y rojos. Consiguieron que fuera operada de cataratas cuando se estaba quedando ciega, y lo hicieron a pesar de que su bolsa, como la de todos los jubilados del curro, está muy desangelada. Laika, no hay que decirlo, es un encanto: es blanca, de raza labrador, y siempre que voy a visitarla lo primero que hace es ponerse panza arriba para que le rasque la barriguita. Es muy inteligente, además. Y culta. En mi última visita tuvimos un diálogo, por decirlo así, municipalista.

—Tú que escribes en internet podrías hacerte eco de una petición mía. ¿Conoces La dama del paraigua?

— ¿La que está en el Parc de la Ciutadella? Es una preciosidad.

— No exactamente en la Ciutadella. Está encerrada en el zoo, en esa vergüenza de lugar que los barceloneses aún no parecen preparados para cerrar. No puedes verla si no entras en el zoo.

Lo medito. Finalmente concluyo:

— Claro, casi nadie la conoce ya.

— Pues habría que rescatarla de allí.

— ¿Cómo?

— El hermano Ayuntamiento tendría que llevarla a otro sitio de la ciudad, para que luciera y se convirtiera en otro emblema de Barcelona.

— ¿Emblema? Nadie te hará caso. Dirán que representa un momento de la Barcelona burguesa, la del viejo cosmopolitismo. Los de ahora están por lo postmoderno, como las cositas, por llamarlas de algún modo, de Mariscal.

— Pero ¡si rescataron la birria de monumento al Dr. Robert!  ¡Y bien que les gusta tener una copia de El Desconsol de Llimona a las puertas del Parlament! (el original se lo llevaron a un museo, e hicieron bien, porque algún imbécil le había roto un dedo de una pedrada).

— ¿Y dónde la pondrías?

Laika se quedó un ratito moviendo la cabeza.

— Tengo dudas. Me gustaría que sustituyera al «lápiz», el falso obelisco del Cinc d’Oros que ha quedado en símbolo fálico aunque formó parte de un desmantelado monumento a Pi i Margall, que bien se merece uno como Dios manda. Y aunque encaja bien allí, culminando el Passeig de Gràcia —en recuerdo de cuando en Barcelona se podía pasear—, quizá no se viera bien. No tengo medios para experimentar con fotomontajes. Si no en el Cinc d’Oros, podría ser instalada en la Avinguda Pau Casals. Quizá se vería mejor. Pero claro, allí valorizaría aún más los carísimos pisos de la zona. No sé si a Ada Colau le gustaría.

Pienso para mí que tal vez algo de política de símbolos le vendría bien al actual equipo municipal. Un poco de pacífica cultura. Me despedí de Laika, le prometí escribir sobre La dama del paraigua, y aquí está. 

30 /

8 /

2017

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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