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Memoria del antifranquismo en el País Vasco

Pamiela (2a ed.),

Pamplona,

192 págs.

¡Que por qué lo hicieron!

Torte

Había una vez una zona residencial  llamada Neguri, allá por la margen derecha de Bilbao, que era muy rica, muy privada y muy elitista. Los habitantes de Neguri alardeaban de nosotros. Además de nosotros, huelga decirlo, había también otros, que eran los que trabajaban en sus fábricas. También había otros (bien armados pero mal pagados) que se encargaban de vigilar a los demás otros: fuerzas represivas, les llamaban. Los de Neguri eran un centenar de familias, y en una de ellas nació don Pedro Ibarra (en adelante, Perico), que tuvo una infancia feliz, una adolescencia más feliz si cabe y una juventud esplendorosa. Se licenció en derecho en la universidad de Deusto, y casó con Carmen (de la familia Oriol).

Nosotros y los otros tenían dos mundos separados pero una cosa en común. A saber: iban todos los domingos a misa (y las fiestas de guardar, claro); aunque no eran los mismos curas. Católicos, apostólicos, romanos y del Opus Dei, para los nosotros; curas obreros y, encima, curas rojos (y muy rojos) para los otros. Carmen y Perico iban a misa, por supuesto: faltaría más; pero eran cristianos curiosos y además leídos, y les dio por frecuentar a los curas de la margen izquierda. ¡Para qué os voy a contar! Saltaron chispas. Ellos animados por el a ver qué hacen y el dar testimonio, y los curas inmisericordes: qué testimonio ni qué leches, los obreros necesitan ayuda en su lucha cotidiana contra la patronal, joder. Esto ―y las lecturas, fundamentales― fueron un trauma horroroso. Tal y como lo oyes: horroroso. Vamos: que les dejaron mal cuerpo.

Total, que decidieron que había que hacer algo. Esto es lo que Perico denomina dar el salto. No es fácil, la verdad. Decir adiós a todo esto les llevó más de dos años (1966-1967). Lo primero fue ir a vivir fuera del nido bien acolchado: se fueron a vivir en los pisos de la urbanización Ciudad Terrenal (¡no iba a ser celestial, digo yo!) con toda su cuadrilla y allegados. No contentos de tener su cuasi-comuna, se metieron en el movimiento vecinal, en la Asociación de Vecinos de Leioa.

En 1967, en unos ejercicios espirituales, entraron en la editorial ZYX, perteneciente a católicos de izquierdas. ZYX se caracterizaba por hacer evangelización vendiendo por los barrios  libros de izquierdas. Carmen cumplió; Perico no (¡qué vergüenza!). A mí siempre me sorprendió lo pequeños que eran los libritos de ZYZ, pero Perico lo desvela todo en este libro: la burguesía odiaba la cultura; y los obreros, pues también. O séase: libros de bolsillo y pocas páginas. En fin, libros que no parecían libros: ya me entendéis, ¿no?

En 1968 crearon Perico y su cuadrilla otra editorial, Zero, que, por la novedad, la censura les dejó hacer. ¿Qué por qué? Pues está muy claro: eran todos hijos de Neguri, es decir, de la más alta alcurnia de la clase dominante. Los censores tardaron dos años en reparar que los libros que publicaban eran asaz subversivos. A partir de 1970, les dejaron publicar alguno… pero con cuentagotas.

En 1969, puestos a dar testimonio y a ganarse (mal) la vida, no se les ocurre nada mejor que montar el primer despacho laboralista de Bilbao: con Francisco Letamendía (¡otro que tal!). E incluso se les ocurre un título fastuoso para el asunto que acababan de crear: Instrumento al Servicio de las Organizaciones de Masas (ISOM). Perico adjetiva: impresionante. ¿Impresionante? ¡Terrorífico! Por suerte, no lo intentaron legalizar, pues de lo contrario aquí se termina el libro, con Perico fusilado o en la cárcel a perpetuidad.

La verdad es que Perico no se preparaba mucho los juicios, porque el resultado estaba bastante cantado por los jueces de la dictadura (y al que lo habían despedido, despedido estaba). Perico emprendió el camino de Barcelona para consultar a August Gil Matamala, laboralista de pro, al cual no le satisfizo la argumentación moral del vasco y le soltó a bocajarro: mira, niño, hay que apoyar a la clase obrera porque los obreros, como clase, tienen la razón. ¡La razón histórica, ¿te enteras? Y punto. Perico, acoquinado, volvió con coche (no con tablillas) a Bilbao y predicó en adelante la palabra del catalán a quien tuviera oídos para entender.

En 1970 ampliaron clientela: Josean Etchebarrieta les propone actuar de defensores de los encausados en el Proceso de Burgos, y va Perico y acepta. Ustedes dirán: claro, los nacionalistas… No, no. Para nada. Al contrario: el nosotros de Neguri había ocultado por completo qué era eso del nacionalismo, o sea que lo de Burgos le sirvió a Perico para hacerse su abecedario de eso que llaman la cuestión nacional.

Más aún: en 1972 no se le ocurre a Perico nada mejor que montar una organización —que no partido— apellidada Liberación (de matiz libertario): era una organización para la organización, ¡toma ya: áteme esta mosca por el rabo!

Comunidad de escalera, asociación de vecinos, editoriales, juicios a magistratura, procesos ante el Tribunal de Orden Público, las tareas de Liberación… parecería que en seis años el gran salto adelante (¡perdón!) había concluido favorablemente. ¿Sí? Pues no. Lo siento, pero no.

A Perico le reconcomía el maldito incordio: ¿es nuestra escalera la comunidad perfecta?, ¿estaré vampirizado por la comunidad tal cual es? (Ay, empezamos bien.) ¿La laicización del impulso religioso no nos estará llevando a un dogmatismo civil? (Ay, ya estamos.) ¿Cómo puedo ayudar al movimiento obrero si no soy obrero? (¡Tierra, trágame!) Pues sí. Cuando no era una cosa, era otra: pero el incordio seguía. Y seguía. (¡Pobre Carmen! ¡Lo que debe de haber sufrido esta mujer con el incordioso éste! ¡Ay, Carmen, lo que debes de haber sufrido!).

Después, en 1973, Carrero Blanco ganó el record mundial de salto de altura y, con ello, empezó la lucha final: o Franco o los otros, es decir nosotros: los condenados de la tierra, vamos. El nosotros de Neguri perdió hegemonía; el nosotros obrero y combativo empezaba a ganar la batalla.

El incordio no cesó, pero adquirió tintes históricos; es decir, monumentales. Porque Perico, arrimando día a día el codo para desplazar al franquismo, seguía pensando: ¿qué demonios será lo que estamos construyendo?

Y a eso dedica las páginas finales del libro, unas cuarenta o por ahí. Páginas que amenas no son, vamos: ni mucho menos. Que hay que leerlas línea a línea, para no dejar escapar un maldito matiz, ¡y mira que los hay!

Perico —a quien ya le sospechábamos la vocación de vate (y si no, a los anexos del libro me remito)— emprende la entonación de una Oda Popular a la movilización de masas, porque dios le dio a entender que en 1976 apareció, ni más ni menos, que un pueblo vasco en lucha. Pero no un pueblo vasco nacionalista. No jodamos, no. Se trata de un pueblo vasco unido que, suponemos, jamás será vencido. O sea, que todos los movimientos confluyen en la lucha común cuya seña de identidad es ser un pueblo con un único objetivo, también común: acabar con el maldito franquismo. O como dijo Manolo Vázquez Montalbán: que contra Franco luchábamos mejor, vaya.

[¿Puedo hacer una pregunta? ¿En 1976 los vascos rompieron con la fatalidad histórica y se pusieron a leer o no? Porque me temo que no: ¡hasta entre los extranjeros hace furor lo de tomarse unos potes! ¡Pero si hasta Lenin que, como es sabido —como dice Perico en la página 33 (alabado sea Perico)—, era muy listo, rectificó su menosprecio por la cultura y dijo aquello de ¡estudiad, estudiad, estudiad!]

A lo que íbamos. Al cambiar de capítulo, cambiamos de perspectiva. Y me diréis: ¿pero esto qué es? Pues lo que os acabo de decir: donde dije digo, digo Diego. Y donde todo estaba diáfano (como en 1976), se vuelve mucho más claroscuro (como después de 1976).

A saber: ¿y si el pueblo vasco unido no estaba destinado a no ser vencido? Y zas: ¡el incordio vuelve una vez más! Bueno: a lo mejor en 1976 agotamos todas las existencias contra el franquismo. En 1977 empezó la subida salarial más bestial del siglo, y el movimiento obrero estuvo entretenido (mientras se consolidaba políticamente un nuevo régimen de ciudadanos siervos). Lo del sectarismo, Torte, déjalo correr o vas a liarla parda: ¡que, entre otros, se refiere a TU partido, joder!

Lo que tiene mayor enjundia —hay que reconocérselo a Perico, que se lo ha currado— es todo eso de la necesidad y de la virtud. Que el movimiento hizo de la necesidad virtud. Que si hubo comisiones obreras con delegados elegidos en asambleas fue por necesidad… pero no por virtud (pues no existían sindicatos legales, salvo la Central Nacional Sindicalista: el vertical, vamos). Fue ingenuidad histórica no darnos cuenta de que esto podía estar pasando. ¿Cómo? ¿Nosotros, darnos cuenta? Qué va: a la lucha compañeros, ¡es la victoria final! …y al cabo de cuatro años estábamos más solos que la una.

Perico ha titulado su libro memoria. ¡Mentira, mentira! ¡Que no es memoria! Memoria es cuando uno, llegado a una edad provecta, intenta ofrecer un resumen de lo actuado (o no actuado, pero que se lo atribuye).

¿Resumen aquí? ¿Cómo va a ser un resumen si a cada capítulo se le añade una fanega de incordio fastuoso y de dudas existenciales? No sé cómo titularlo —¿secretos de un matrimonio?, ¿hablamos esta noche?— pero no es una memoria al uso, ¡pardiez! Tampoco son las notas de un psiquiatra amigo: no habría aguantado tanto, os lo juro. Más bien son un revoltijo indescriptible de recuerdos, incordios, análisis históricos y condimentos varios. ¿Qué se puede comer? Sí, claro. Por supuesto. Se puede comer, se puede digerir y hasta tiene buen sabor.

Y, por supuestísimo, lo de por qué lo hicimos será broma, digo yo. Porque con la patronal, la dictadura y los antidisturbios que había por aquel entonces si querías un jornal digno, compañero, había que hacerlo: no tenías otra solución.

Y, ahora, el fervorín final.

Quizá los jovencitos —que no leen— harían bien en tragarse este comistrajo delicioso, para aprender cómo fue el pasado. Que además es un libro no nacionalista, lo que es muy de agradecer.

Hala, Perico: ¿y qué pasó luego? Cuenta, cuenta, que estamos ansiosos.

21 /

3 /

2017

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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