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Akademos

De universitate: plagios

Cierto aspirante a doctorarse que no avanzaba nada en su trabajo presentó repentinamente a su director de tesis un progreso tan espectacular, en forma de centenares de buenas páginas y tantas y variadas notas al pie, que este último entró en sospechas. «Esto puede estar plagiado —pensó—; ¿de quién?». Y recordó que el doctorando había seguido un cursillo con el autor de un libro en inglés que en aquel momento, mira por dónde, tenía él al alcance de la mano. Y allí lo encontró todo: largos fragmentos, cada uno con sus notas a pie de página…

Naturalmente, el director de tesis repudió al plagiario. Pero éste fue recogido por otro catedrático que le consideró ideal para disponer de un esclavo que le lamiera el trasero. Y de trasero en trasero el plagiario prosperó. Hoy tiene su cátedra y es o ha sido decano de su facultad.

Recuerdo a otra persona que se atrevió a presentar como obra inédita suya, para el correspondiente concurso para profesor funcionario, un texto traducido de Le Monde Diplomatique. También con sus notas y todo eso. Ignoraba que varios miembros del tribunal juzgador seguían aquella publicación. Naturalmente, no ganó el concurso. ¿Se retiró de la universidad? ¡Qué va! Ha sabido moverse. Hoy tiene una plaza fija de esas financiadas especialmente, las que en teoría están destinadas a atraer a científicos importantes.

Otro doctorando, este extranjero, tampoco era capaz de escribir una línea. Tras un verano en que tuvo alojado en su casa a un verdero experto de su misma nacionalidad, en septiembre presentó acabada su tesis. Hoy, claro, es ya catedrático.

Recuerdo al joven adinerado que decía tenerlo todo estudiado, absolutamente todo, para su tesis doctoral. Pero que me propuso pagarme para que se la escribiera yo…

Dice la leyenda que hubo una vez un plagiario descubierto por un presidente de tribunal que creía que le había plagiado a él. Era falso: había plagiado a uno que le había plagiado a él.

De modo que no resulta extraño el plagio de un Rector descubierto ahora, pues los plagiarios son gentes audaces que si les dejan van para decanos y rectores. Entre los cambios de Bolonia y el cortar y pegar de los ordenadores cualquiera podría escribir por ejemplo, sin saber una palabra, todo un tratado de patología social. Un tratado muy necesario porque patología —patologías diversas y graves— es justamente lo que presenta la universidad de ahora, donde es notorio que los sistemas de control del trabajo docente del profesorado y sobre todo los de su trabajo de investigación se prestan a todo tipo de escarnios, chanchullos o simplemente disparates mayúsculos. Hay buenos profesores e investigadores que renuncian a aspirar a las cátedras —desde las que dejarían buena huella en sus correspondientes departamentos— por negarse a participar en la farsa burocrática y descerebrada de las habilitaciones docentes. Y todo el mundo conoce a personas habilitadas para cátedras que no superarían el aprobado en las valoraciones de ninguna de las promociones de alumnos a las que han dado clase.

La cosa va así, y estos polvos traerán lodos mayores con el paso del tiempo. Si la universidad ha de tener un buen profesorado y no pequeñas mafias de do ut des debe volver a exámenes de selección serios y públicos con tribunales numerosos para evitar mayorías prefabricadas. Dixi et salvavi… etc.

28 /

11 /

2016

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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