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Dispara a todo lo que se mueva

Sexto Piso,

Madrid,

439 págs.

Ramón Campderrich Bravo

… los soldados … fueron trasladados a lo que pensaban sería una ‘LZ caliente’: una zona de aterrizaje … donde se encontrarían bajo fuego hostil. Sin embargo, resultó que, en vez de encontrarse enemigos … con ganas de pelea, … sólo se toparon con civiles: mujeres, niños y ancianos … No obstante, las órdenes … fueron seguidas al pie de la letra. Los soldados … dispararon. Dispararon a todos. Dispararon a todo lo que se movía.

Avanzando en pequeños pelotones, los hombres de la unidad disparaban contra las gallinas cuando se escabullían, contra los cerdos cuando salían corriendo, y contra las vacas … que mugían entre las casas con tejado de paja. Abatieron a tiros a los ancianos que estaban sentados en sus hogares y a los niños que corrían buscando refugio. Lanzaron granadas al interior de las casas sin molestarse siquiera en mirar lo que había dentro. Un oficial agarró a una mujer por el cabello y le disparó con su pistola a quemarropa. Otra mujer que salía de su casa con un bebé en sus brazos fue abatida allí mismo. Cuando el niñito cayó al suelo, otro soldado abrió fuego contra él …

Durante cuatro horas, los miembros de la Compañía … acabaron metódicamente con la vida de más de quinientas víctimas desarmadas, asesinando unas veces de uno en uno o de dos en dos, otras veces en pequeños grupos, y reuniendo a muchos más en una zanja de desagüe que se convertiría en terreno de exterminio de infausto recuerdo. No se encontraron con ninguna oposición. Incluso se tomaron un tranquilo descanso para comer en medio de la carnicería. De paso, violaron también a las mujeres y a las niñas, mutilaron a los muertos, quemaron sistemáticamente las casas y contaminaron el agua potable de la zona.

 

Quien haya creído que los párrafos anteriores contienen la típica descripción de crímenes de guerra o de lesa humanidad cometidos por los nazis, los jemeres rojos, los señores de la guerra africanos o los yihadistas, entre otros, se habrá equivocado. El texto trascrito no alude a ninguna matanza perpetrada por nazis, jemeres, señores de la guerra o yihadistas, ni los hechos descritos tuvieron lugar en Oradour-sur-Glane, Rusia, Camboya, Ruanda, el Congo o alguna población de Oriente Medio, sino que fueron llevados a cabo por soldados norteamericanos en la aldea vietnamita de My Lai. Ese texto se ha copiado del libro Dispara a todo lo que se mueva. La verdadera guerra norteamericana en Vietnam, del historiador estadounidense Nick Turse, con omisión de toda indicación de tiempo o lugar que permitiese su ubicación histórica y geográfica.

A juicio del Turse, la matanza de My Lai es la única recordada todavía por el público norteamericano (y, probablemente, también por el europeo) [1] y es considerada un hecho inusual en una guerra librada en lo fundamental con medios legítimos y en la cual unas pocas ‘manzanas podridas’ del ejército estadounidense cometieron abusos contra la población survietnamita con total desconocimiento de sus superiores. Justamente contra esta visión de la implicación estadounidense en la guerra de Vietnam ha realizado Turse la extraordinaria investigación expuesta en la obra aquí reseñada. Con base en entrevistas a excombatientes norteamericanos y a supervivientes survietnamitas y en un exhaustivo estudio de los archivos oficiales a los cuales Turse ha podido acceder, el autor demuestra que las más altas instancias políticas y militares planificaron en Vietnam del Sur un tipo de guerra que comportaba necesariamente la aniquilación o exterminio de civiles survietnamitas, aun no utilizándose esos términos en los documentos oficiales, públicos o secretos [2]. La investigación de Turse es especialmente relevante porque es la primera realizada a partir de los archivos del Grupo de Trabajo sobre Crímenes de Guerra del Ejército de los EE.UU., hasta ahora olvidados en los Archivos Nacionales de los EE.UU. Se trata de la detallada documentación de la conducta criminal de oficiales y tropa norteamericanas en Vietnam del Sur elaborada por miembros del cuerpo jurídico y de inspección del propio ejército de los EE.UU. entre finales de los años sesenta y principios de los setenta con el objeto de evitar que revelaciones de periodistas no domesticados o combatientes o excombatientes arrepentidos pudieran coger desprevenidos al alto mando y al gobierno —es decir, no tenían la finalidad de poner en marcha procesos judiciales o sugerir medidas para acabar con los crímenes de guerra; en definitiva, el alto mando y el presidente querían saber con precisión qué sucedía en Vietnam del Sur, pero no tenían la más mínima intención de detener la deriva genocida de la guerra—.

El ensayo consta de siete capítulos. Los capítulos 1, 2 y 3 se centran en la planificación norteamericana de su intervención militar en Vietnam, así como en las decisiones que convirtieron esa intervención en una guerra de aniquilación contra la población civil vietnamita. Los capítulos 4 y 6 exponen ejemplos y casos concretos de atrocidades y prácticas de combate asesinas norteamericanas. El capítulo 5 gira más bien en torno al sufrimiento de la población civil survietnamita, esto es, adopta la perspectiva de los civiles survietnamitas en relación con la experiencia de la guerra. Finalmente, el capítulo 7 hace un repaso histórico de la percepción de los crímenes de guerra en EE.UU. y su (ausencia de) persecución en dicho país (y en cualquier otro).

En mi opinión, los capítulos más interesantes para el investigador en ciencias sociales son los capítulos 1, 2 y 3, aunque el capítulo 7 atraerá seguramente a los juristas sensibles. La lógica general del esfuerzo bélico estadounidense es sencilla, tal y como fue concebida por el secretario de defensa Robert McNamara y el general en jefe de las fuerzas norteamericanas en Vietnam, William Westmoreland, quienes contaron con el aval de sus presidentes: la guerra de Vietnam ha de ser diseñada en función de la idea de guerra de desgaste. Para ganarla, es preciso causar sistemática y constantemente una destrucción tal en recursos humanos y materiales en el enemigo que este se vea incapaz de reponerlos y de proseguir con su esfuerzo militar y, así, no tenga más remedio que rendirse sin condiciones. Pero puesto que el enemigo en Vietnam del Sur (la guerrilla survietnamita con apoyo de Vietnam del Norte) se ha infiltrado en las zonas rurales de un país predominantemente campesino y recibe, de grado o por la fuerza, ayuda de la población local, la victoria exige privar del acceso al campo survietnamita —su fuente principal de recursos— al enemigo, aunque para ello sea necesario devastarlo. Y, en efecto, eso es lo que hicieron los norteamericanos: devastar Vietnam del Sur, destruir físicamente su gente y sus recursos [3]. ¿Qué procedimientos utilizaron con este fin? Los explica muy bien Turse en los capítulos 2 y 3 de su libro. Entre los más brutales cabe señalar los siguientes:

  • Body Count: respecto a cada unidad de combate (compañía, batallón, brigada, división…) se llevaba un recuento sistemático de los presuntos enemigos liquidados durante cierto período de tiempo (semana, mes, año…) partiendo de los informes emitidos por los oficiales al mando de cada unidad. Los miembros de las unidades con mayores ‘índices de productividad’ obtenían ventajas materiales, privilegios y honores. En consecuencia, los oficiales mandaban a sus soldados asesinar a civiles desarmados y los transformaban en enemigos combatientes en sus informes para incrementar su body count. El alto mando en Vietnam y en EE.UU. lo sabía. En realidad, según Turse, era un efecto buscado para aterrorizar la población y obligarla a abandonar las zonas sospechosas de infiltración guerrillera.
  • Amplia gama de bombas lanzadas desde aviones, cañones o barcos en una implacable estrategia de terrorismo contra la población civil. Me limitaré a poner dos ejemplos concluyentes: bombas de racimo y bombas de napalm (o de napalm y fósforo blanco). Existían fundamentalmente dos clases asociadas de bombas de racimo: las bombas-piña y las bombas-guayaba. En palabras del autor: “Las pequeñas bombas BLU-3, más conocidas como ‘piñas’, consistían en un pequeño envase lleno de doscientas cincuenta bolitas de acero. Un B-52 podía dejar caer mil piñas en un área de trescientos metros. Cuando se abrían de golpe, doscientos cincuenta mil rodamientos de bolas [250.0000] letales desgarrarían todo lo que encontraran en el radio de la explosión … La bomba racimo ‘guayaba’ … resultaba aún más mortal. Cargada con entre seiscientas cuarenta y seiscientas setenta pequeñas bombas BLU-3 independientes …, una sola guayaba podía enviar doscientos mil [200.0000] fragmentos de acero disparados en todas direcciones cuando llegaba al suelo. Un solo bombardero B-52 cargado con bombas guayaba podía saturar una zona de unos dos kilómetros cuadrados con más de siete millones y medio [7.500.000] de mortíferas bolitas de acero. De 1964 a 1971, las fuerzas armadas estadounidenses encargaron al menos treinta y siete millones [37.000.000] de piñas y entre 1966 y 1971 compraron aproximadamente doscientos ochenta y cinco millones de bombas guayaba [285.000.000; hagan ustedes el cálculo del total y quedarán impresionados] …” [4]. Las bombas de napalm, como se sabe, son bombas incendiarias muy dañinas porque el fuego que prende en los cuerpos vivos es muy difícil de apagar. Se pega a la piel y no se puede apagar con agua. Los norteamericanos mezclaban en ocasiones el napalm con el fósforo blanco para hacer más difícil la extinción del fuego. El fósforo blanco arde cuando es expuesto al aire y sólo se extingue cuando se agota su suministro de oxigeno.
  • Agentes defoliantes, en particular el denominado agente naranja. Los norteamericanos arrasaron bosques enteros con armas químicas —provocaron un verdadero ecocidio— que también afectaron a la salud de los vietnamitas (está comprobado que la exposición continuada al agente naranja genera cáncer). Si se permite expresarme sin el menor tapujo, se puede decir que los yanquis fumigaron a los vietnamitas como si fueran cucarachas.
  • ‘Aldeas de concentración’. El gobierno títere de Vietnam del Sur organizó una miríada de campos de concentración a los cuales eran trasladados por períodos más o menos largos los habitantes de poblaciones sospechosas o susceptibles de infiltración enemiga conforme al dictamen de los militares norteamericanos. Antes o después del desalojo de dichas poblaciones, las mismas solían ser quemadas o bombardeadas hasta no dejar ni los cimientos. La vida en estos campos está descrita en el libro y era en extremo miserable.
  • ‘Zonas de fuego libre’. Zonas en las cuales los soldados norteamericanos recibían órdenes de “disparar a todo lo que se mueva [moviera]” (de ahí el título del libro). En suma, territorios donde estaban autorizados a destruir casas, campos y vidas humanas sin control. Y dado que los soldados americanos fueron adiestrados durante su entrenamiento militar en un odio racista hacia los vietnamitas, bien documentado en la obra reseñada, y combatían confiando en que su enorme potencia de fuego podía ser utilizada para eludir todo peligro, no se contuvieron lo más mínimo.

No es de extrañar, a la vista de todo lo anterior y de muchas más cosas que podrían relatarse, que las víctimas de la intervención militar norteamericana en Vietnam del Sur se cuenten por cientos de miles e incluso millones. Un reciente estudio (2008) realizado por las universidades de Harvard y Washington arroja la cifra de 3,8 millones de muertes violentas, entre combatientes y no combatientes, durante la “guerra americana”, como llaman los vietnamitas al período de intervención militar de los EE.UU. Según Turse, se trata de un cálculo a la baja; por lo demás, el número real de víctimas es incalculable [5]. Ningún miembro del alto mando o del gobierno estadounidense de la época ha asumido responsabilidad alguna, ni política ni jurídica, en relación con la parte de esas muertes —la mayor parte— que son el resultado de crímenes de guerra o de lesa humanidad, tal vez del crimen de genocidio, imputables al ejército de los EE.UU. Véase al respecto el capítulo 7 del libro de Turse.

Naturalmente, las autoridades norteamericanas nunca invocaron en público doctrinas racistas o imperialistas para justificar su política de guerra en Vietnam, a diferencia de los nazis y otros asesinos en masa del siglo XX, sino ideales como la democracia, la modernización o la lucha contra la tiranía en defensa de la libertad (equivalente a la lucha contra el comunismo, en la jerga de la época). Pero la responsabilidad respecto a los crímenes de guerra no depende de lo que se dice sino de lo que se hace.

 

Notas

[1] Entre otras cosas, porque fue el único caso de crimen de guerra relacionado con la guerra de Vietnam por el cual fue condenado a prisión un oficial estadounidense.

[2] Tampoco las actas de la conferencia de Wannsee contienen las palabras “aniquilación” o “exterminio”, pero su objeto es evidente.

[3] No hay necesidad de leer Teoría del partisano de Carl Schmitt para darse cuenta de ello, según dicta cierta moda académico-filosófica. Turse y muchos otros historiadores no han adquirido su capacidad para comprender las guerras de guerrillas del siglo XX leyendo a Schmitt. Ni falta que les hace.

[4] Los añadidos entre corchetes son míos.

[5] En la estimación no se incluyen las muertes ocurridas después de la guerra como consecuencia de ella (por ejemplo: los miles de casos de cáncer mortal provocados por el agente naranja y otros defoliantes, o las muertes debidas a las secuelas de la exposición al napalm o a las minas antipersona diseminadas a lo largo y ancho del país). Además todos estos cálculos dejan de lado las víctimas de los bombardeos norteamericanos en Vietnam del Norte.

20 /

9 /

2014

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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